Más allá de Vox: serenidad activa
Rebelión
Infolibre
10.12.2018
Toda mi vida he pertenecido a la izquierda. Como tal, me siento interpelado no solo por los resultados de las elecciones andaluzas sino también por algunas reacciones que se dan en la izquierda.
La participación ha experimentado un retroceso importante: un 58,6% frente al 62,6% de 2015.
Los resultados de la izquierda son inmisericordes. El PSOE ha perdido 402.035 votos y 14 escaños. Adelante Andalucía ha obtenido 282.519 votos y 3 escaños menos que la suma de Podemos e Izquierda Unida en 2015.
La derecha, por su parte, ha sumado 369.303 votos más y 59 escaños frente a los 42 de las anteriores autonómicas, lo que le da bastantes posibilidades de gobernar Andalucía.
El abanico político de la derecha se refuerza con un partido más extremista, Vox, que aparece asociado a las peores ideas y tradiciones de una derecha, la española, con frágiles raíces democráticas. Su éxito y su acceso al Parlamento andaluz, nada menos que con casi 400.000 votos y doce escaños, le brindan una rampa de lanzamiento para aumentar su influencia sobre el PP y Ciudadanos, y le van a colocar en mejor posición para afrontar las citas electorales de 2019 y las elecciones generales.
El desembarco de Vox parece haber activado las alarmas en la izquierda, pero algunas de las reacciones que observo no me parecen muy apropiadas.
La toma de conciencia sobre la gravedad del mapa político dibujado por las recientes elecciones no debería llevar, a mi juicio, a confundir a Vox, y al PP y a Ciudadanos con la masa de sus votantes. No cabe duda de que Vox es una formación de extrema derecha. Una parte de las personas que le han votado también lo son. Pero no se puede decir que todas ellas se puedan caracterizar así. Conceptuar de esa forma al conjunto de ese electorado contribuye a crear nuevos lazos internos, identitarios y solidarios, donde inicialmente no los había.
Está corriendo por las redes un texto a favor de la ilegalización de Vox. Preconizar las ilegalizaciones de los partidos políticos, por sus ideas y no por sus hechos, como ocurre en este caso, supondría restringir las libertades, estableciendo un precedente que podría perjudicar a otras fuerzas en el futuro. Además, ¿la ilegalización no serviría para otorgar a Vox el papel de víctima?
Tampoco considero atinada la emergencia de una nueva e intempestiva teatralidad antifascista poco precisa políticamente y que corre el riesgo de regalar a Vox el puesto de titular de la extrema insatisfacción.
Por no hablar de esas invitaciones a reactivar el espíritu del 15-M, que nadie sabe en qué puede consistir en el momento actual.
Pienso que necesitamos tomar distancia con los ritos autorreferenciales; dejar atrás el estéril y ruidoso verbalismo radical, a la medida de las demandas autoafirmativas de la propia parroquia, y que ignoran a las mayorías sociales; no insistir en los mensajes fundamentalmente defensivos; renunciar al melodramatismo que tan pesadamente ha gravitado sobre la historia de España, y al que las últimas generaciones, afortunadamente, han venido dando la espalda. Hace falta menos retórica vacía y más sentido autocrítico; menos gesticulación, menos juegos de rol y más propuestas políticas concreta. A la radicalización de derecha no se le resta fuerza señalando con el dedo a su electorado sino restando razones a los manipuladores.
Es hora de ahondar en el por qué de las cosas; preguntarse honestamente por las causas del retroceso de la izquierda y del avance de la derecha.
Cuando esta progresa nos interesa saber qué hay detrás de ese crecimiento, de qué insatisfacciones es deudor, y qué cambios serían necesarios para tratar de invertir esa tendencia.
El poder político del PSOE en Andalucía está asociado a logros sociales que la derecha nunca hubiera hecho posibles, pero 36 años son muchos años: ha acabado teñido por el enchufismo, por un clientelismo extendido a todo el territorio andaluz, por una arrogancia elitista y distante.
Pero no es solo el poder político de Andalucía; es la cuestión del modo de ser y de actuar del universo político institucional en toda España. Que no se puede reducir al problema de la corrupción, sino que abarca, muy especialmente, el modo de concebir la función representativa. Es un mundo gravemente desprestigiado, cortoplacista, sectario, exageradamente burocratizado y opaco, que se mantiene alejado de la gente común, a la que debería rendir cuentas de forma continuada, nítida y veraz. Necesitamos un personal político más modesto, que hable menos y escuche más, que ponga el oído a las inquietudes populares, que se mire en el espejo de la sociedad.
La izquierda necesita reflexionar sobre su escasa capacidad para hacer frente al viraje social de la última década, con la feroz devaluación salarial como buque insignia y de la que depende hoy la economía española.
Es notable la ausencia de un proyecto operativo sobre la articulación de España, un proyecto que pueda ganar nuevos apoyos, sobre todo entre la gente joven. La dirección del PSOE insiste en que el federalismo no es suficientemente popular en España. Y seguramente tiene razón. Pero eso no justifica que no se defiendan transformaciones federales, que ni siquiera tienen por qué llevar este nombre, pero que podrían alterar el deficiente marco actual, y que brindarían nuevas posibilidades para abordar la acuciante situación de Cataluña. Rajoy instauró la política de ganar tiempo a base de perderlo. Y vaya que si lo perdió.
Son notables las carencias de una política de inmigración hoy vacilante y oscura. En este campo se echa en falta acusadamente un liderazgo audaz y resolutivo, que plantee a la sociedad la necesidad de las aportaciones demográficas que trae la inmigración, que proponga vías adecuadas para afrontar la tarea con criterios de solidaridad y con respeto a los Derechos Humanos, y que disponga de recursos proporcionales a la magnitud del empeño.
El shock andaluz es una llamada de atención, una advertencia seria, un tirón de orejas. Es también una oportunidad para plantearse los problemas que con frecuencia quedan pospuestos o silenciados en el mundo político oficial. Es una ocasión para impulsar la deliberación pública con claridad, con propuestas nuevas, mirando al futuro. Pero eso supone renunciar a echar balones fuera y no circunscribirse a las cuestiones inmediatas, por importantes que sean, como la formación del Gobierno andaluz o la aprobación de los Presupuestos Generales.
No es la hora de los simples apaños coyunturales. Hace falta amplitud de miras, visión de futuro, debate civil sobre el proyecto de país. Está por ver en qué medida los actuales responsables políticos están por la labor de levantar la vista y atreverse a cambiar de chip.
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