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14.04.2016
Los empresarios de Hitler y el negocio de los campos
de concentración
Carlos
Hernández | eldiario.es
El adjetivo “fanático” es el que más se ha empleado en la
historia para definir a Hitler y al amplio grupo de lugartenientes que
dirigieron el destino de la Alemania nazi. Sin embargo, hay otro calificativo
mucho menos utilizado que resulta igual de imprescindible para explicar su
estrategia política y militar. Hitler y el resto de su camarilla eran grandes
“hombres de negocios”. En sus mentes pesaban más el dinero y las cuestiones
económicas que su deseo de exterminar a los judíos. Su modelo de capitalismo
fascista, pese a estar basado en una fuerte intervención estatal, resultó muy
atractivo para los empresarios alemanes y también para importantes magnates
extranjeros, principalmente estadounidenses.
Las SS crearon sus propias empresas para beneficiarse del
trabajo esclavo de los millones de prisioneros capturados por el ejército
alemán. La DEST y la DAW fueron las dos más destacadas. El objetivo de Himmler
era que, gracias a estas compañías, las SS pudieran jugar un papel predominante
en la economía alemana, incluso en el escenario de paz que se abriría tras la
guerra.
Hacer negocio a cualquier precio
Las empresas de armamento, automoción, productos
farmacéuticos y tecnología no podían contar con los jóvenes alemanes para
trabajar en sus fábricas porque estos se encontraban en los frentes de batalla.
Los prisioneros de los campos y los trabajadores forzosos se convirtieron en la
mejor opción y también en la más barata. El negocio de los campos era redondo.
La DEST suministraba los trabajadores, las SS ofrecían la seguridad y las
empresas aportaban el resto. En el reparto de papeles todos ganaban. Todos menos
los deportados, que morirían a millares en las canteras y las fábricas
controladas por el emporio de las SS y por las empresas privadas alemanas y
norteamericanas.
La lista de firmas alemanas que colaboraron y se beneficiaron
de las políticas bélicas y genocidas del régimen nazi es interminable. Desde
gigantes de la automoción hasta pequeñas empresas familiares e incluso
particulares que utilizaron prisioneros de los campos de concentración para
cultivar sus tierras o trabajar en sus granjas. Estas son algunas de las más
destacadas:
IG Farben Este consorcio fue el que mejor exprimió todas las
opciones de negocio que facilitaba el régimen nazi. Fabricó combustible y un
tipo de caucho sintético llamado “Buna” para el ejército alemán, suministró los
productos químicos para la exterminación masiva de “enemigos” del Reich y se
aprovechó del trabajo esclavo de miles de prisioneros de los campos. Tres
empresas químicas y farmacéuticas constituían el corazón de IG Farben: Bayer,
Basf y Hoechst.
Audi empleó en su cadena de producción a 20.000 trabajadores
forzados.
Daimler utilizó a gran escala trabajadores forzados para la
fabricación de automóviles.
Bosch empleó a unos 20.0000 trabajadores forzados.
Volkswagen colocó en gran parte de su producción a trabajadores
forzados.
Krupp (actualmente Thyssenkrupp). Krupp tuvo la consideración
de empresa modelo del nacionalsocialismo y empleó a más de 75.000 trabajadores
forzados.
Deutsche Bank. El historiador Harold James analizó el periodo
nazi en 1995. James tildó la actitud del banco en aquella época como
“complaciente”.
Lufthansa autorizó al historiador Lutz Budraß la realización
de un estudio sobre su participación en la creación de la Luftwaffe. Los datos
oficiales del estudio no se han publicado todavía. La pregunta permanece en el
aire.
Bertelsmann encargó al historiador Saul Friedländer un
estudio que fue presentado en 2002. El gigante de los medios de comunicación se
aprovechó del régimen nazi de forma masiva.
Quandt (propietaria de BMW). Según la investigación llevada a
cabo por el historiador Joachim Scholtyseck, Günther Quandt se enriqueció en el
periodo comprendido entre 1933 y 1945. La empresa del magnate utilizó a 50.000
trabajadores esclavos.
Oetker abrió sus archivos en 2007 tras la muerte del patriarca,
Rudolf August Oetker. El historiador Deren Erkenntnisse reveló que Rudolf A.
había pertenecido a las Waffen-SS y colaborado activamente con el régimen nazi.
Adidas y Siemens han permitido que se investiguen sus
archivos. Se sabe que, ambas empresas, emplearon a miles de trabajadores
esclavos.
Cómplices en Detroit y Nueva York
Historiadores y economistas coinciden en que a Hitler le
habría resultado imposible lanzarse a la conquista de Europa sin el apoyo de
cuatro grandes multinacionales estadounidenses: Standard Oil, General Motors,
Ford e IBM.
General Motors. Fabricó miles de camiones militares en sus
factorías de Alemania. Su modelo bautizado con el nombre de Blitz, Relámpago,
sirvió a Hitler para entrar con sus tropas en Austria. La admiración del Führer
por la tecnología de Opel y su agradecimiento por contar con su colaboración le
llevó a conceder la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana a su director
ejecutivo, James Mooney. GM utilizó a prisioneros de los campos como
trabajadores esclavos.
Ford. El fundador de la compañía, Henry Ford, era ya conocido
a finales de los años 20 por su profundo antisemitismo. Hitler admiraba
profundamente a Ford, del que llegó a decir que era su inspiración. Ese amor
era mutuo y permitió que la empresa automovilística estadounidense se
convirtiera en el segundo productor de camiones para el ejército alemán,
superado únicamente por Opel-General Motors. Henry Ford también fue distinguido
por Hitler con la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana en 1938. Tras la
invasión de Francia, la empresa estadounidense continuó trabajando para el Reich
y se negó a fabricar motores para los aviones de la Royal Air Force británica.
Al igual que GM se aprovechó del trabajo esclavo de miles de deportados.
Standard Oil Le proporcionó a Hitler el combustible y el
caucho necesario para emprender la invasión de Europa. El Gobierno nazi,
consciente de que las importaciones de petróleo se reducirían con el estallido
de la guerra, decidió fabricar combustible sintético. El complejo proceso de
elaboración no habría sido posible sin la alianza entre el consorcio alemán IG
Farben y la Standard Oil norteamericana. Los buques cisterna de la Standard
suministraron combustible a barcos alemanes en Tenerife y otros puertos de la
España franquista.
IBM. Su “mérito” fue dotar al régimen nazi de sus aún
primitivos pero eficaces sistemas informáticos. Sus máquinas, que funcionaban
con tarjetas perforadas, precursoras de los ordenadores, resultaron de enorme
utilidad para el Gobierno alemán. Himmler fue consciente de las posibilidades
que le ofrecía la tecnología de IBM para organizar, distribuir, explotar y
eliminar a los millones de judíos y prisioneros de guerra que cayeron en sus
manos durante la guerra. Se realizaron censos de la comunidad judía que
servirían para identificar y eliminar con mayor facilidad a sus miembros. En la
mayoría de los campos de concentración se abrió un “departamento Hollerith”
(nombre de la filial alemana de IBM) en el que se realizaban fichas de cada
deportado, incluyendo su profesión y su raza o religión.
Esclavos españoles
El grueso de los republicanos que pasaron por los campos de
concentración trabajó y murió a las órdenes de la DEST, la empresa propiedad de
las SS. Las canteras de Mauthausen y Gusen, así como el molino de piedra
ubicado junto a esta última, se cobraron el mayor número de vidas entre los
españoles. El emporio dirigido por los hombres de Himmler también controlaba la
mayor parte de los trabajos que los republicanos realizaron en subcampos como
Schlier-Redl-Zipf, Bretstein o Vöcklabruck. No obstante, hubo algunas empresas
privadas alemanas y austriacas que, especialmente después de 1942, explotaron a
los republicanos que quedaban con vida.
La mayor de ellas fue la Steyr-Daimler-Puch que empleó
internos de Mauthausen, desde 1941, para trabajos de construcción en su
factoría de Steyr. En 1942 negoció con los altos mandatarios del régimen la
utilización de prisioneros en el proceso de fabricación de armamento y
vehículos para el ejército. Fruto de esas conversaciones, Himmler aprobó la
construcción de un subcampo, dependiente de Mauthausen, que dotase de operarios
a la factoría. Medio millar de españoles se vieron obligados a trabajar en
condiciones infrahumanas. Un diez por ciento de ellos murió en el propio
subcampo, asesinados violentamente o por una mortal combinación de hambre, agotamiento
y frío. La empresa también gestionó factorías en los túneles de Ebensee y de
Gusen, por las que pasaron un menor número de republicanos.
La otra gran compañía armamentística que se aprovechó de los
trabajadores de Mauthausen fue Messerschmit, que instaló una de sus mayores
plantas en los túneles de Bergkristall, cerca de Gusen. Fueron pocos los
españoles que trabajaron en ella fabricando fuselajes y otras piezas para
diversos modelos de aviones de combate. Sin embargo, como ocurrió con la factoría
de la Steyr-Daimler-Puch de Ebensee, decenas de republicanos perecieron junto a
miles de soviéticos, polacos, judíos y checos en la perforación de las galerías
subterráneas en que se albergaron sus fábricas.
Las prisioneras españolas deportadas a Ravensbrück trabajaron
en diversas empresas que fabricaban armamento y piezas para vehículos y aviones
del Ejército alemán. La más conocida de ellas fue Siemens & Halske, que en
1942 construyó una fábrica junto al campo para la producción de componentes electrónicos
destinados a los misiles V1 y V2. En un principio las mujeres seguían durmiendo
en Ravensbrück y se desplazaban cada día hasta la fábrica. A finales de 1944,
para ahorrar tiempo, Siemens construyó unos barracones en la propia factoría en
los que alojó a sus trabajadoras forzosas. Las condiciones de vida eran igual
de duras que en el campo central y los capataces se encargaban de que las
mujeres débiles y enfermas fueran devueltas a Ravensbrück donde, generalmente,
acababan siendo ejecutadas.
Junto a estas grandes compañías, hubo también pequeñas
empresas que se aprovecharon del trabajo esclavo de los prisioneros. En
Mauthausen destacó, por encima del resto, la empresa local de materiales de
construcción Poschacher. Su dueño, Anton Poschacher, pagó a la DEST para tener
a su disposición un grupo de reclusos. En total, en su pequeña cantera
trabajaron 42 españoles menores de 18 años. La empresa sacó un gran beneficio
del empleo de estos jóvenes, por los que pagaba a la DEST menos del 50% del
salario que habría cobrado un trabajador austriaco. Tras la guerra, sus
responsables no fueron perseguidos. La empresa no solo consiguió mantener sus
posesiones, sino que las amplió y hoy en día es la propietaria de la mayor
parte de los terrenos en los que murieron 120.000 prisioneros de Mauthausen,
entre ellos, 5.000 españoles.
Carlos Hernández | eldiario.es
Fuente: www.eldiario.es
(Este
artículo recoge extractos del libro de Carlos Hernández Los últimos españoles de Mauthausen de Ediciones B. En él
se citan debidamente las diversas fuentes consultadas)
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