Algunas reflexiones sobre un supuesto populismo
Podemos qué
28-06-2014
Yo creo que PODEMOS va a gobernar. Por
eso, es urgente que tengamos claro qué es lo que tenemos que
“poder”. ¿Qué podemos? ¿Podemos acaso lo imposible?
Tras las elecciones europeas escuché
entre mis colegas del gremio de filosofía una muy interesante
definición de populismo (pues, naturalmente, se veía en lo de
PODEMOS una victoria del populismo). El populismo, se decía, es
“presentarse a las elecciones prometiendo lo imposible a sabiendas
de que es imposible”. Es una definición muy interesante. A mí se
me ocurrió una variación inmediata: “llamo populismo a prometer
lo imposible a sabiendas de que yo voy a hacer todo lo posible para
que sea imposible”. O mejor aún: “a sabiendas de que si yo
quiero que sea imposible será imposible, porque aquellos a los que
yo voto tienen la sartén por el mango”. En este sentido, el Frente
Popular en el 36 habría sido populista: ganó las elecciones
prometiendo lo imposible. Para demostrar que era imposible, algunos
se movilizaron bastante y montaron una guerra civil y cuarenta años
de franquismo. Y así resultó imposible.
No deja de ser curioso, aunque sea
anecdótico, que entre los que suelen subscribir esa definición,
muchos saben de lo que hablan. Fueron ellos, precisamente, los que,
de jóvenes, pidieron lo imposible siguiendo la estela del 68.
“Pidamos lo imposible” y “La imaginación al poder” son unas
divisas muy juveniles, pero se desgastan pronto con la edad. Pasan
los años, y al final, eso suena a populismo.
El caso es que esa vía para
desprestigiar a PODEMOS no les va a funcionar. Porque el diagnóstico
no puede encajar peor. Ya les gustaría que PODEMOS fuera eso, pero
no lo es. En muchos sentidos es más bien lo contrario. Los jóvenes
de PODEMOS no han pedido ni piden lo imposible. Yo creo firmemente
que el germen de PODEMOS remite a Juventud sin Futuro y después al
15M. Ahora bien, JSF no pedía lo imposible. Todo lo contrario, en
cierta forma, sus reivindicaciones sonaban muy conservadoras: se
reclamaba el derecho a un trabajo, a una pensión (¡y eran
jóvenes!), a una vivienda, a una familia, a poder estudiar en una
enseñanza estatal... Se trataba, más bien, de conservar todo
aquello que los revolucionarios neoliberales estaban destruyendo,
como por ejemplo, los derechos laborales más elementales. Unos
jóvenes muy conservadores, por tanto, frente a unos revolucionarios
muy poderosos. Ahora son ellos, la casta más rica del planeta, los
que piden lo imposible. El 1% de la población mundial pide lo
imposible al 99%. Y lo imposible se hace realidad todos los días.
Eso lo comprobamos en facebook cotidianamente: no hay forma de
distinguir ya las noticias en broma de las noticias de verdad. No
aciertas ni una. El sólo hecho de que la estación de metro más
emblemática de Madrid se llame Vodafone Sol es un experimento
dadaísta irrealizable que, sin embargo, todos los días se hace
realidad. La mera existencia de un ser como Cristobal Montoro a mí
me parece científicamente imposible. No es posible que estemos
gobernados por caricaturas. Pero lo estamos. Viéndolo ahora, uno
diría que la existencia de Jose María Aznar es metafísicamente
imposible, y, sin embargo, gobernó por dos legislaturas. Vivimos en
un imposible cotidiano.
PODEMOS, en cambio, es de lo más
normal. Será por eso que sorprende tanto. A mí no es que me
sorprenda, es que estoy enamorado. Veo las fotos de las asambleas y
de los actos de PODEMOS y veo a un montón de alumnos míos que el
curso pasado estaban en primero. Gente de veinte años que, no se
sabe cómo, han construido un acontecimiento histórico, seguramente
el más importante que ha ocurrido en este país desde la transición.
Veo a los muchachos de Juventud Sin Futuro, a los estudiantes que
lucharon contra el Plan Bolonia durante diez años de derrotas
continuas. Y veo mucho profesor universitario. Muchos alumnos y
muchos colegas, sobre todo de la Universidad Complutense. Cuando
comenzó a presentarse el Plan Bolonia, en un acto convocado por el
rector Carlos Berzosa, yo apunté que la UCM era una ciudad muy
poderosa y que si la UCM decía no a Bolonia, muchas otras
universidades plantarían cara también. Ahora se ha demostrado que,
en efecto, la Universidad tiene mucho poder. En cierta forma -lo ha
dicho Jose Luis Villacañas hace
poco- esto que ha pasado con PODEMOS puede considerarse una
venganza de la Universidad. Más que una venganza, un levantamiento
de una Universidad que está harta de ver cómo se toma el pelo a la
ciudadanía. Lo que ya pasaba en la lucha contra Bolonia, está
pasando ahora a nivel global. Durante años tuvimos que aguantar
-como decía Juan José Millás el
otro día (...)- el blablabla ininteligible, vacío y ñoño, de
las autoridades académicas, vendiéndonos la privatización y
mercantilización de la Universidad con un marketing ridículo de
frases hechas y tópicos hippieprogres: “una Universidad al
servicio de la sociedad” (entiéndase, vendida a las necesidades
del mercado), un pomposo “Espacio Europeo Superior para una
Economía del Conocimiento” (léase, una reconversión económica
de la Universidad para suprimir todos los departamentos que no sirvan
a las empresas para aspirar dinero público), “un nuevo modelo
educativo de la formación a lo largo de toda la vida” (es decir,
el despido libre para todos los que no se acomoden a un reciclaje
continuo), “el primado de las prácticas en la enseñanza” (o
sea, la formación de un ejército industrial de reserva que está
dispuesto a trabajar sin cobrar, sólo para formarse), el “becario
en prácticas” (el trabajador que ni sueña con cobrar), el
bucólico “modelo educativo del aprendizaje”, frente al caduco
“modelo de la enseñanza magistral” (o lo que es lo mismo: la
ocasión de desfuncionarizar la enseñanza, amortiguando cátedras y
plazas de titular), el diseño flexible y personal -tan divertido y
apasionante- del propio itinerario académico (es decir, la supresión
de las profesiones protegidas por convenios colectivos), la
“movilidad europea” como prioridad (al tiempo que se hace todo lo
posible por suprimir las becas Erasmus), y blablabla y blablabla; “no
se trata de poner a la Universidad al servicio de las empresas, sino
al servicio de la ciudadanía”, decía Gabilondo, cuando era
ministro; pura palabrería; y luego muchas mentiras: los másteres
tendrán precios públicos (ya se ha visto, sí), las tasas no
subirán (idem); promesas y promesas de que lo no rentable
tendrá un lugar de honor en la academia (sí: mientras que la
financiación pública se condiciona a la previa obtención de
financiación privada, en lo que, a la postre, no es si no una forma
de financiar proyectos empresariales privados con dinero público,
utilizando a la Universidad estatal como un cajero automático que
permite a las empresas aspirar los euros de los impuestos y hacerse
gratis con todo un ejército de trabajadores -a los que se llama,
pomposamente, “becarios de investigación”- pagados con el dinero
de los impuestos de otros trabajadores).
Durante diez años de lucha
antibolonia, vimos que todo este blablabla, era respondido por
estudiantes que lejos de pedir lo imposible (más bien pedían que se
les permitieran conservar una Universidad normalita, con sus
virtudes y defectos de toda la vida), habían hecho lo que parecía
imposible: traducir las ponencias en inglés de las cumbres de la OMC
sobre educación, estudiarse los BOEs, los libros blancos, los
documentos sobre Universidad de las patronales europeas y del Círculo
de empresarios español. Y habían llegado a la conclusión de que se
les estaba tomado el pelo. El espectáculo fue patético y grandioso.
En todos y cada uno de los debates que -con mucho trabajo- lograron
forzarse, las autoridades gubernamentales de educación hacían el
ridículo con sus frases hechas y sus palabras vacías de lameculos,
mientras que estudiantes de veinte años les sacaban los colores
citando profusamente en sus argumentos todos los documentos que esas
autoridades, en muchas ocasiones, ¡ni siquiera sabían que habían
firmado!
Bien. Muchos de esos estudiantes
ahora se han volcado en PODEMOS. Y el fenómeno se está repitiendo
pero, esta vez, a nivel de política general. ¿Por qué se piensan
en el PSOE o en el PP que PODEMOS ha logrado surgir de este modo de
la nada, con unos cuantos miles -y no millones- de euros? Pues por
una sencilla razón. Porque la ciudadanía ha escuchado por primera
vez argumentos sinceros y llenos de contenido, enfrentándose al
ruido ininteligible del bla-bla-bla ininterrumpido de nuestra casta
política. Lo dijimos ya mil veces con el asunto de Bolonia.
Estudiantes y profesores nos pasamos diez años reclamando tres o
cuatro horas de televisión para debatir en público sobre el asunto,
convencidos de que no hacía falta más para demostrar que nos
estaban estafando. Nunca nos concedieron esa oportunidad. Tras años
de una continuada movilización en las calles, tras centenares de
detenidos y un buen puñado de heridos, se nos concedió, por fin, la
palabra, en un programa que se llamaba 59 segundos. Incluso esos
segundos habrían bastado, pero, para entonces, el plan Bolonia ya
era una realidad sin marcha atrás.
¿Quién iba a pensar que el mismo
fenómeno se iba a repetir a nivel de política global en todo el
país, de forma masiva, contundente y victoriosa? El peso de la
Universidad en PODEMOS -y muy en especial de la Facultad de Filosofía
y de Políticas de la UCM- es innegable. Alumnxs y profesorxs. Y de
nuevo se repite el fenómeno: el bla-bla-bla de la casta no tiene
nada que hacer frente a los argumentos que PODEMOS ha sacado a la
luz. No se resiste una hora seguida de confrontación pública. En
esto no es posible agradecer lo suficiente a Pablo Iglesias que
durante años se haya dejado la piel discutiendo en solitario con
todo tipo de malas bestias. El efecto ha sido incuestionable. Un
grandísimo sector de la población ha sabido distinguir muy bien
quién les estaba argumentando de verdad y quién les estaba
vacilando. Y ese efecto político ha sido una bola de nieve: la
población dará la victoria electoral a PODEMOS porque está harta
de que la tomen por imbécil.
Volviendo a esa tan interesante
definición de populismo. “Presentarse a las elecciones prometiendo
lo imposible”. O sea: algunos -y mira por dónde son, sobre todo,
los discípulos de Fernando Savater, los sempiternos y
autoproclamados defensores de la democracia parlamentaria y el estado
de derecho- comienzan por considerar imposible que se cumpla la Ley.
Por eso, durante toda una década, su hazmerreir favorito fue
Anguita, ese peligroso izquierdista que se limitaba a pedir y pedir
que se cumpliera la Constitución. Ahora repiten la jugada con
PODEMOS. Porque, PODEMOS, la verdad, tampoco parece que esté
pidiendo la Luna. En la mayor parte de los temas -por lo que yo puedo
apreciar-, parece que PODEMOS se conformaría con que se cumpliera la
Ley. Lo decía Luis Alegre hace
unos días. Muchos puntos considerados utópicos en el programa
de PODEMOS se pueden financiar con medidas tan insólitas,
revolucionarias y radicales como, sencillamente, haciendo que se
aplique la Ley. Para lograr la jubilación a los sesenta años, por
ejemplo, bastaría con hacer que las 3000 empresas mayores de este
país tributaran al tipo que tienen asignado por ley (es decir, al 30
%, cuando ahora logran mediante todo tipo de argucias tributar
efectivamente al 3,5 %). ¿Esto es utópico? ¿Es utópico pedir que
se cumpla la Ley? Quizás. Pero entonces ¡podían haberlo dicho
antes! En lugar de escribir libros y columnas periodísticas cantando
las alabanzas del imperio de la Ley, podía haberse advertido que el
capitalismo de la sociedad capitalista funciona, sencillamente, al
margen de la ley y que pedir cualquier otra cosa es utópico o
populista. Que, por tanto, el imperio de la Ley está hecho para
vigilar y disciplinar a los pobres, y que no se puede soñar con
otra cosa. Si se hubiera dicho bien alto, a lo mejor la población
habría sacado sus conclusiones. Se entiende que Emilio Botín o
Florentino Pérez no tienen por qué desvelar las reglas del juego
que los hace ricos. Pero esos intelectualillos bienintencionados que
les hacen el juego sucio en los periódicos y los medios de
comunicación, podían tener un poco más de dignidad, la verdad.
En este país -continuaba
diciendo Luis alegre-, el fraude fiscal es del 24 % (y el 80 % de
ese volumen corresponde a las grandes fortunas). El caso es que, la
media europea es del 12 %. ¿Qué pasa? ¿Hace falta un Che Guevara,
un Trotsky y un Bakunin? ¿Qué se necesita para hacer realidad esa
fantasía utópica, para lograr que la media española de fraude
fiscal sea la media europea? No hace falta ninguna revolución
descerebrada ni insensata. Hacen falta inspectores de Hacienda. Los
datos hablan por sí sólos: en España hay 1 inspector por cada 1958
trabajadores. En Francia, 1 por cada 942, en Alemania, 1 por cada
750. Los inspectores de este país, se quejan de que les faltan
recursos. También se han quejado de que han recibido instrucciones
de no intervenir. En realidad, los inspectores de Hacienda de este
país están furiosos. Son un colectivo desesperado al que no se ha
dejado trabajar.
¿Y cuántos colectivos hay en este
país deseando poder hacer bien su trabajo? ¿Es una utopía
insensata y populista crear las condiciones políticas para que
puedan hacerlo? Me consta que hay un ejército de inspectores y
subinspectores de Hacienda deseando que les den la orden de
inspeccionar de verdad a los que de verdad defraudan. Del mismo modo,
no me cabe duda de que hay un ejército de periodistas deseando ser
periodistas de verdad, periodistas hartos de que se les obligue a
mentir y a ocultar información. ¿Es un disparate utópico crear las
condiciones estatales para el ejercicio libre de esa profesión? No,
no lo es: bastaría con un sistema de acceso público a la profesión
semejante al que siempre se ha practicado en la enseñanza estatal.
Los periodistas gozarían así de tanta libertad de cátedra como los
profesores (o sea, de mucha). Y entonces, el periodismo podría
liberarse de las presiones empresariales y de las presiones
gubernamentales. ¿Imposible o utópico? En absoluto: no creo que
nadie pueda decir que la enseñanza estatal es gubernamental y lo que
es posible para la enseñanza debería ser posible para el
periodismo.
Seguro que existe, también, un
ejército de peritos contables buscando trabajo que podrían
perfectamente asesorar al poder judicial para resolver las demandas
de delitos económicos. Y seguro que hay también un ejército de
abogados en paro deseando ejercer su profesión para proteger
judicialmente en el turno de oficio a los más necesitados y para
demandar a los más invulnerables poderosos. Esto no puede ser el
mundo al revés. No puede ser que mi amigo Tinito
la Calma lleve seis años en la carcel por pasar unos gramos de
hachís y resistirse a los malos tratos policiales, al tiempo que
millares de bárcenas millonarios se pasean por el mundo como si
fueran aforados de sangre azul. No se puede hablar de Estado de
Derecho cuando la Justicia no sirve más que para meter en la cárcel
a la gente pobre.
¿Y cuantos médicos y médicas,
cuántos enfermeros y enfermeras, auxiliares de hospital están
deseando poder hacer bien su trabajo? ¿Cuántos profesores y
profesoras? ¿Cuántos jueces y juezas harían bien su trabajo si
tuvieran más recursos? Son una marea de gente, una marea blanca,
verde y negra. ¿Esta es la utopía populista de la que se hablaba?
¿Lograr que la gente que ama su profesión y sabe ejercerla tenga
unas condiciones profesionales dignas para poder hacerlo?
¿Y los jóvenes? ¿Es una utopía
lograr que los jóvenes mejor formados de la historia de España
tengan que emigrar para trabajar de camareros en Alemania o en
Laponia? ¿No es esto un increíble despilfarro de capital humano,
como suele decirse? ¿Es una utopía lograr que haya profesores y
médicos? ¿Es una utopía intentar, por ejemplo, que haya un
verdadero turno de abogados de oficio en este país, que funcione con
eficacia y dignidad? Quizás sea imposible, pero entonces que no se
vuelva hablar jamás de Estado de Derecho ni de Imperio de la Ley.
Sin abogados de oficio no puede haber justicia ninguna. Si ellos
fallan, falla la Constitución.
Si yo tuviera que resumir en una sola
frase el programa de PODEMOS -y creo que no ando desencaminado a la
hora de interpretar el clamor popular que les votará-, diría que
esa frase es “Que se cumpla la Ley”. ¿Qué Ley? Por mi parte, me
conformaría con que se cumpliera cualquier ley, con tal de
que fuera una ley. Aspiraría a algo más, desde luego,
aspiraría a que las leyes fueran buenas. Pero que se cumplieran las
malas leyes ya sería un avance inédito. Para que las empresas
tributen un 30 % no hace falta el comunismo, hace falta que se cumpla
la ley. Si tributaran sólo un 25 %, según pretenden las nuevas
malas reformas legales del PP, sería de todos modos un éxito social
inimaginable. Cualquier ley es mejor que la ausencia de ley. Pero es
que, además -Anguita tenía toda la razón-, nuestras leyes no son
de las peores, sino que son, en realidad, bastante pasables. Si se
cumplieran, el resultado sería asombroso.
El clamor popular que -no me cabe
duda- dará la victoria a PODEMOS, ha caído en la cuenta de que, en
este país, hay toda una casta que, sencillamente, vive fuera de
la ley. No es que el rey sea inviolable, es que la mayor parte de
las decisiones que determinan nuestra vida cotidiana, casi todas las
cosas importantes, se deciden fuera del parlamento, en un espacio sin
ley. Las personas normales viven sometidas a la ley. El dinero y sus
propietarios viven en un vacío legal, en una franja de
inviolabilidad, en un paraíso no sólo fiscal sino también legal.
La ley no está hecha para la gente rica. Sólo cuando los ricos se
pelean entre sí, ocurre que, a veces, alguno de ellos pasa algun
rato por la cárcel. Mientras tanto, las cárceles están, como
siempre lo han estado, llenas de pobres.
PODEMOS no se puede reducir a un
partido político. Es un movimiento social muy hetergóneo que está
pidiendo algo enteramente sensato: que se cumplan las leyes.
Luego, a la hora de legislar y hacer leyes mejores, sin
duda, surgirán en PODEMOS todo tipo de tendencias, todo tipo de
confrontaciones de todos los colores, quizás varios partidos
políticos distintos. Pero yo creo, que al final, el verdadero juego
democrático de este país se va a jugar en el interior de PODEMOS. Y
fuera de PODEMOS no va a quedar más que una oposición golpista, muy
poderosa, sin duda, poderosísima, pero golpista. Porque no debemos
engañarnos: esa gente no va a permitir así como así que los
perroflautas del 15 M se hagan con el pastel que les ha hecho
multimillonarios y se dediquen a administrarlo según las
legislaciones de un verdadero Estado Social y de Derecho. No, claro
que no, no van a mandar a un Tejero al Congreso. Pero recurrirán a
otras tácticas, como ya se ha hecho en Grecia. Un gobierno de
concentración nacional, un tecnócrata impuesto por la UE, una
desestabilización continua con tintes de revolución naranja en las
calles, sin descartar juegos más sucios aún. Yo, que Pablo
Iglesias, intentaría hacerme con una escolta eficaz, la verdad.
No se puede decir que no sea un
programa sensato. Hay que preguntase más bien, qué se quiere decir
y qué se quiere defender -incluso a quién se está
defendiendo- cuando se lanzan acusaciones de populismo. Hay que
poner las cartas sobre la mesa: ¿es populismo pretender que la casta
económica y política de este país tenga que cumplir la ley? ¿Era
populista Eduardo Galeano cuando en los años setenta diagnosticaba
el problema fundamental de América Latina diciendo que, ahí, para
“dar libertad al dinero, las dictaduras encarcelan a la gente”? A
Latinoamérica le ha costado mucho aprender la lección, muchos años,
muchas muertes, muchos torturados y desaparecidos, mucha pobreza.
Pero se reaccionó y el continente se ha llenado de esperanza. En
Europa estamos ahora frente al mimo problema. Pero sabemos cuál es
el antídoto. No es una utopía obligar a los poderosos a cumplir la
ley. A veces se consigue. Y el efecto es una bola de nieve que no se
detiene. En resumen, que sí se puede. Claro que se puede.
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