Textos de Lenin sobre
Tolstoi, a 115 años de la muerte del escritor ruso
León Tolstói, espejo de la
revolución rusa
Publicado el 11 (24) de septiembre de 1908.
A primera vista puede parecer extraño y traído por los pelos que
asociemos el nombre del gran escritor a la revolución que —es evidente— no
comprendió y de la que —también es evidente— se inhibió por completo. ¿Por qué
llamar espejo a lo que, sin duda, no refleja bien los fenómenos? Pero nuestra
revolución es un fenómeno extraordinariamente complejo; entre la masa de sus
agentes y participantes directos hay muchos elementos sociales que —es
indudable— tampoco comprendían lo que estaba pasando y asimismo se inhibieron
de las tareas verdaderamente históricas que planteaba ante ellos el curso de
los acontecimientos. Pero todo gran artista de verdad debió de reflejar en sus
obras, si no todos, algunos de los aspectos esenciales de la revolución.
Lo que menos interesa a la prensa legal rusa, en la que tanto
abundan los artículos, las cartas y los sueltos con motivo de los ochenta años
de Tolstói, es el análisis de sus obras desde el punto de vista del carácter de
la revolución rusa y de sus fuerzas motrices. Esa prensa rebosa, hasta el punto
de producir náuseas, en hipocresía, en una hipocresía doble: la oficial y la
liberal. La primera es la burda hipocresía de plumíferos venales a quienes ayer
se ordenaba perseguir a León Tolstói y hoy se ordena buscar en él lo que tenga
de patriótico y esforzarse por guardar las apariencias ante Europa. Todo el
mundo sabe que a esos plumíferos se les ha pagado por sus escritos, y no pueden
engañar a nadie. Es mucho más refinada, y, por ello, mucho más nociva y
peligrosa la hipocresía liberal. De creer a los Balalaikin demócratas
constitucionalistas de Riech, su simpatía por
Tolstói no puede ser mayor ni más ardiente. En realidad, esas declamaciones
—mero cálculo— y esas frases ampulosas acerca del «gran buscador de Dios» son
todas pura falsedad, porque los liberales rusos no creen en el Dios de Tolstói
ni simpatizan con la crítica que del régimen existente hace el escritor. Los
liberales aprovechan el popular nombre del escritor para multiplicar su capital
político, para simular que son los jefes de la oposición nacional y, bajo el
estrépito ensordecedor de sus frases, escamotear la necesidad
de dar una respuesta clara y concreta a la pregunta: ¿qué motiva las flagrantes
contradicciones del «tolstoísmo», qué defectos y debilidades de nuestra
revolución se expresan en esas contradicciones?
Las contradicciones en las obras, en las ideas, en las teorías,
en la escuela de Tolstói, son verdaderamente flagrantes. De un lado, es un
artista genial, que no sólo ha producido lienzos incomparables de la vida rusa,
sino obras de primer orden en la literatura mundial. De otro lado, es un
terrateniente poseído de un misticismo fanático. De un lado, vemos en él una
protesta extraordinariamente sincera, franca y fuerte contra la falsedad y la
hipocresía sociales; de otro lado, es un «tolstoiano», es decir, ese baboso
gastado e histérico que se llama intelectual ruso y que se da golpes de pecho a
la vista del público, diciendo: «Yo soy malo, yo soy vil, pero trato de
autoperfeccionarme moralmente; ya no como carne y ahora me alimento con
albóndigas de arroz». De un lado, una crítica implacable de la explotación
capitalista, la denuncia de las brutalidades del gobierno, de esa comedia que
son la justicia y la administración pública, un análisis de todas las profundas
contradicciones entre el aumento de las riquezas y las conquistas de la
civilización y el aumento de la miseria, el embrutecimiento y las penalidades
de las masas obreras; de otro lado, la prédica fanática del «no oponerse» por
la violencia «al mal». De un lado, el realismo más lúcido, que arranca todas y
cada una de las caretas; de otro lado, la prédica de una de las cosas más
repugnantes que existen bajo la capa del cielo, a saber: la religión; el afán
de poner, en lugar de los popes por nombramiento oficial, a popes por
convicción moral, es decir, el culto del clericalismo más refinado y, por ello,
más repugnante. En realidad:
«¡Eres mísera y opulenta,
Eres vigorosa e impotente,
Madre Rusia!».
Es de por sí evidente que, dadas estas contradicciones, Tolstói
no ha podido comprender en absoluto ni el movimiento obrero, ni su papel en la
lucha por el socialismo, ni la revolución rusa. Pero las contradicciones en las
ideas y las teorías de Tolstói no son una casualidad, sino la expresión de las contradictorias
condiciones en que se desenvolvió la vida de Rusia en el último tercio del
siglo XIX. El patriarcal campo, recién liberado del régimen de la servidumbre,
fue literalmente entregado a saco al capital y al fisco. Los viejos puntales de
la hacienda y de la vida campesinas, que se habían mantenido en pie durante
siglos, fueron destrozados con una rapidez extraordinaria. Y las
contradicciones en las ideas de Tolstói no hay que considerarlas desde el punto
de vista del movimiento obrero contemporáneo y del socialismo contemporáneo
(eso, naturalmente, es necesario, pero no es suficiente), sino desde el punto
de vista de la protesta que debía engendrar el patriarcal campo ruso contra el
capitalismo que avanzaba, contra la ruina y la pérdida de sus tierras por las
masas. Tolstói es ridículo como profeta que descubre nuevas recetas para salvar
a la humanidad; y, por ello, no pueden ser más miserables los «tolstoianos»
rusos y extranjeros, que quieren erigir en dogma precisamente la parte más
débil de su doctrina. Tolstói es grande como portavoz de las ideas y el estado
de ánimo de millones de campesinos rusos en vísperas de la revolución burguesa
en Rusia. Tolstói es original, porque todas sus ideas, tomadas en su conjunto,
expresan precisamente las particularidades de nuestra revolución como
revolución burguesa campesina. Las
contradicciones en las ideas de Tolstói son, desde este punto de vista, un
espejo efectivo de las condiciones contradictorias en que se desenvolvió la
actividad histórica del campesinado en nuestra revolución. De una parte, los
siglos de opresión feudal y los decenios de ruina acelerada que siguieron a la
reforma acumularon montañas de odio, de ira y de desesperada decisión. El afán
de arrasar hasta los cimientos la Iglesia oficial, de barrer a los
terratenientes y a su gobierno, de destruir todas las viejas formas y
reglamentaciones de la posesión de la tierra, de desbrozar el terreno, de crear
en sustitución del Estado policíaco‐clasista una sociedad en la que convivieran pequeños campesinos libres e iguales en derechos; ese afán se observa
en cada paso histórico de los campesinos en nuestra revolución, y es indudable
que el contenido ideológico de los escritos de Tolstói se corresponde mucho más
con ese afán de los campesinos que con el abstracto «anarco‐cristianismo», que es como llaman algunos su «sistema» de concepciones.
De otra parte, el campesinado, en su afán de alcanzar nuevas
formas de vida social, mantenía una actitud muy inconsciente, patriarcal,
propia de fanáticos idiotizados hacia cuestiones como cuál debía ser esa vida;
cómo había que luchar para conquistar la libertad; qué dirigentes podía tener
en esa lucha; qué actitud mantenían ante los intereses de la revolución
campesina la burguesía y la intelectualidad burguesa; por qué era necesario
derrocar el poder zarista por la violencia para destruir el sistema de posesión
feudal de la tierra. Toda la vida pasaba enseñando a los campesinos y así como
el funcionario, pero no les han enseñado, ni podían enseñarles, dónde podían
buscar la respuesta a todas estas cuestiones. En nuestra revolución, la parte
menor del campesinado luchó efectivamente, organizándose un tanto para ese fin,
y una parte muy pequeña se levantó con las armas en la mano para exterminar a
sus enemigos, para aniquilar a los servidores del zar y a los defensores de los
terratenientes. La parte mayor del campesinado lloraba y rezaba, peroraba y
soñaba, escribía solicitudes y mandaba «emisarios» a las autoridades, todo ello
en un espíritu a lo León Tolstói. Y, como ocurre siempre en tales casos, la
abstención tolstoiana de la política, la renuncia tolstoiana a la política, la
falta de interés por ella y su incomprensión hicieron que sólo la minoría
siguiera al proletariado consciente y revolucionario: la mayoría fue presa de
esos lacayunos intelectuales burgueses carentes de principios que, con el
nombre de demócratas constitucionalistas, corrían de las reuniones de los
trudoviques a la antesala de Stolypin e imploraban, regateaban,
conciliaban y prometían conciliar, hasta que la bota con espuelas no les
propinaba un puntapié y los ponía de patitas en la calle. Las ideas de Tolstói
son un espejo de la debilidad, de los defectos de nuestra insurrección
campesina, un reflejo de la flojera del campo patriarcal y de la rutinaria
cobardía del «mujik hacendoso».
Tomad las insurrecciones de los soldados en 1905–1906. La
composición social de aquellos luchadores de nuestra revolución era la
intermedia entre el campesinado y el proletariado. Este último estaba en
minoría; por eso, el movimiento en las tropas no muestra ni siquiera
aproximadamente la unidad que observamos por toda Rusia en el proletariado ni
la conciencia de partido que éste manifestó haciéndose socialdemócrata como por
arte de magia. De otra parte, nada más erróneo que la opinión de que la causa
del fracaso de las insurrecciones de los soldados fue la falta de dirigentes
salidos de la oficialidad. Al contrario, el gigantesco progreso de la
revolución desde los tiempos de Naródnaya Volia se expresó precisamente en
que quienes empuñaron las armas contra los jefes fueron los «borregos grises»,
cuyo espíritu de independencia tanto asustó a los terratenientes y oficiales
liberales. El soldado simpatizaba con toda su alma con la causa de los
campesinos, los ojos se le encendían cuando oía hablar de la tierra. En más de
una ocasión, en las unidades pasó el poder a los soldados, pero casi nunca se
supo aprovechar resueltamente este poder; los soldados vacilaban, al cabo de
uno o dos días, a veces al cabo de unas horas, tras de matar a algún oficial
odiado, ponían en libertad a los demás, entablaban negociaciones con las
autoridades y, después, se arrimaban ellos mismos al perdón, se tendían para
ser azotados, se unían de nuevo al yugo, todo ello en un espíritu a lo León Tolstói.
Tolstói reflejó el odio acumulado, el maduro afán de una vida
mejor, el deseo de liberarse del pasado, la falta de madurez que entrañaban los
sueños, la incultura política y la blandura revolucionaria. Las condiciones
histórico‐económicas explican la necesidad del surgimiento de la lucha
revolucionaria de las masas, su falta de preparación para la lucha y la
tolstoiana no resistencia al mal, que fue una causa importantísima de la
derrota de la primera campaña revolucionaria.
Se dice que los ejércitos que han sido derrotados se instruyen
bien. Naturalmente, la comparación de las clases revolucionarias con los
ejércitos es acertada tan sólo en un sentido muy limitado. El desarrollo del
capitalismo modifica, agravándolas a cada hora, las condiciones que empujaron a
millones de campesinos, aglutinados por el odio a los terratenientes feudales y
a su gobierno, a la lucha democrático‐revolucionaria. En el seno del campesinado mismo, el desarrollo
del cambio, del dominio del mercado y del poder del dinero va desplazando más y
más la vieja vida patriarcal y la patriarcal ideología tolstoiana. Pero los
primeros años de la revolución y las primeras derrotas en la lucha
revolucionaria de las masas han dado una cosa que no puede ponerse en duda: me
refiero al golpe mortal asestado a la inconsistencia y a la flojera que antes
tuvieran las masas. Las líneas divisorias se han hecho más acusadas. Las clases
y los partidos se han deslindado. Bajo el martillo de las enseñanzas
stolypinianas, y gracias a la agitación constante y consecuente de los
socialdemócratas revolucionarios no sólo el proletariado socialdemócrata, sino
también las masas democráticas del campesinado destacarán infaliblemente de su
medio luchadores más y más templados, menos y menos susceptibles de incurrir en
nuestro pecado histórico del tolstoísmo.
León Tolstói
Publicado el 16 (29) de noviembre de 1910.
Ha muerto León Tolstói. Su importancia mundial como artista y su
celebridad universal como pensador y predicador reflejan, a su modo, la
trascendencia universal de la revolución rusa.
León Tolstói se reveló ya como un gran artista en los tiempos
del régimen de la servidumbre. En la serie de obras geniales que escribió en
los cincuenta años largos de su labor literaria, pintó principalmente a la
vieja Rusia prerrevolucionaria que incluso después de 1861 siguió en estado de
semiesclavitud; a la Rusia rural, a la Rusia del terrateniente y el campesino.
Al pintar este período de la vida histórica de Rusia, León Tolstói supo
plantear tantas cuestiones cardinales en sus escritos y alcanzó en su arte
tanta fuerza que sus obras figuran entre las mejores de la literatura mundial.
La época en que se preparaba la revolución en uno de los países oprimidos por
los señores feudales fue, gracias a la manera genial en que Tolstói la trató,
un paso adelante en el desarrollo artístico de toda la humanidad.
Tolstói es conocido como artista sólo por una minoría
insignificante, incluso en Rusia. Para hacer efectivamente sus grandes obras
patrimonio de todos hay que luchar, y esta lucha debe estar encauzada contra el
régimen social que ha condenado a millones y millones de seres a la ignorancia,
al embrutecimiento, a un trabajo de forzados y a la miseria; hay que hacer la
revolución socialista.
Tolstói no sólo escribió obras literarias que siempre serán
apreciadas y leídas por las masas cuando éstas creen para sí condiciones de
vida humanas, derrocando la opresión de los terratenientes y los capitalistas;
supo también describir con fuerza admirable el estado de ánimo de las grandes
masas sojuzgadas por el orden de cosas contemporáneo, supo pintar su situación
y expresar sus sentimientos espontáneos de protesta e indignación. Tolstói, que
perteneció, principalmente, a la época de 1861-1904, reflejó con asombroso
acierto en sus obras —como artista, como pensador y predicador— los rasgos de
la especificidad histórica de toda la primera revolución rusa, su fuerza y su
debilidad.
Uno de los principales rasgos distintivos de nuestra revolución
consiste en que fue una revolución burguesa campesina en una época
de gran desarrollo del capitalismo en el mundo entero y relativamente alto en
Rusia. Fue una revolución burguesa, pues su tarea inmediata era derrocar la
autocracia zarista, la monarquía zarista, y destruir el sistema de posesión de la
tierra por los terratenientes, y no derrocar la dominación de la burguesía. El
campesinado, sobre todo, no tenía conciencia de esta última tarea, no
comprendía su diferencia de otros objetivos de lucha más próximos e inmediatos.
Y fue una revolución burguesa campesina porque las condiciones objetivas
pusieron en primer plano la necesidad de hacer cambios en las condiciones
cardinales de vida del campesinado, de destruir el viejo sistema medieval de
posesión de la tierra, de «desbrozar el terreno» para el capitalismo; las
condiciones objetivas llevaron a las masas campesinas al ámbito de una
actividad histórica más o menos independiente.
Las obras de Tolstói expresaron la fuerza y la debilidad, la
potencia y la limitación del movimiento precisamente campesino de masas. Su
protesta calurosa, apasionada y muchas veces de una dureza implacable contra el
Estado y la Iglesia policíaco-oficial refleja el pensar y el sentir de la
primitiva democracia campesina, en la que siglos de servidumbre, de
arbitrariedad y saqueo por parte de los funcionarios, de jesuitismo, de engaños
y embaucamientos eclesiásticos acumularon montañas de cólera y odio. Su
negación inexorable de la propiedad privada de la tierra refleja la psicología
de la masa campesina en el momento histórico en que el viejo sistema medieval
de posesión de la tierra —tanto de la tierra de los terratenientes como de la
del Estado asignada en parcelas a los campesinos— acabó por convertirse en un
estorbo insoportable para el desarrollo del país, en el momento histórico en
que este viejo sistema de posesión de la tierra debía ser inevitablemente
destruido del modo más violento e implacable. Su constante denuncia del
capitalismo, llena del más profundo sentimiento y de la más encendida
indignación, refleja todo el espanto del campesino patriarcal, sobre el que
avanzaba un enemigo nuevo, invisible, incomprensible, que venía de la ciudad o
del extranjero —no se sabía a ciencia cierta— y destruía todos los «puntales»
de la vida del campo, trayendo consigo una ruina inaudita, la miseria, la
muerte por hambre, el embrutecimiento, la prostitución, la sífilis, todas las
calamidades de la «época de la acumulación originaria», agravadas cien veces al
ser trasplantados al suelo ruso los modernísimos métodos de saqueo ideados por
el señor Cupón.
Pero como fervoroso protestante, apasionado fustigador y gran
crítico, puso también de manifiesto en sus obras la incomprensión de las causas
de la crisis que se cernía sobre Rusia, y de los medios para salir de ella,
propia tan sólo del campesino patriarcal e ingenuo, y no de un escritor con
cultura europea. La lucha contra el Estado feudal y policíaco, contra la
monarquía, se convirtió para él en negación de la política, llevó a la doctrina
de la «no resistencia al mal», a mantenerse totalmente al margen de la lucha
revolucionaria de las masas en 1905-1907. La lucha contra la Iglesia oficial se
conjugaba con la prédica de una religión nueva, purificada, es decir, de un
nuevo veneno, purificado y sutil, para las masas oprimidas. La negación de la
propiedad privada sobre la tierra no llevaba a concentrar todo el fuego de la
lucha contra el enemigo efectivo, contra el sistema de posesión de la tierra
por los terratenientes y su instrumento político del poder, es decir, la
monarquía, sino a lanzar suspiros de ensueño, vaguedad y lasitud. La denuncia
del capitalismo y de las calamidades que éste originaba a las masas se
conjugaba con una actitud de apatía frente a la lucha de liberación que
sostiene en todo el mundo el proletariado socialista internacional.
Las contradicciones existentes en las ideas de Tolstói no son
sólo contradicciones de su propio pensar, sino un reflejo de las condiciones,
complejísimas y contradictorias en extremo, así como de las influencias
sociales y tradiciones históricas que determinaban la sicología de las
distintas clases y capas de la sociedad rusa en la época posterior a
la reforma, pero anterior a la
revolución.
Por ello sólo puede aquilatarse acertadamente a Tolstói desde el
punto de vista de la clase que, con su papel político y su lucha en la
revolución —primer desenlace de ese nudo de contradicciones—, demostró que
estaba llamada a ser el jefe en la lucha por la libertad del pueblo y por
liberar a las masas de la explotación; que demostró su abnegada fidelidad a la
causa de la democracia y su capacidad para luchar contra la limitación y las
consecuencias de la democracia burguesa (comprendida la campesina). Sólo puede
aquilatarse acertadamente a Tolstói, partiendo del punto de vista del
proletariado socialdemócrata.
Fíjense en lo que dicen de Tolstói los periódicos del gobierno.
Viertan lágrimas de cocodrilo, asegurando que tienen en alta estima al «gran
escritor»; pero, al mismo tiempo, condenan el «santísimo» sínodo. Y «los
santísimos padres acaban de hacer una canallada de lo más inmunda, enviando a
sus popes a la cabecera del moribundo para engañar al pueblo y decir que
Tolstói «se ha arrepentido». El santísimo sínodo excomulgó a Tolstói. Tanto
mejor. Esa hazaña se le recordará cuando el pueblo ajuste las cuentas a los
funcionarios con sotanas, a los gendarmes de Cristo, a los negros inquisidores
que han apoyado los pogromos contra los hebreos y otras hazañas de la
ultrarreaccionaria pandilla zarista.
Fíjense en lo que dicen de Tolstói los periódicos liberales.
Salen del paso con esas frases hueras del lenguaje oficial que emplean los
liberales, con esas frases trilladas y magisteriales sobre «la voz de la
humanidad civilizada», «el eco unánime del mundo», las «ideas de la verdad y el
bien», etc., etc., por las que Tolstói fustigaba con tanta fuerza —y tanta
razón— a la ciencia burguesa. Los periódicos liberales no
pueden decir clara y concretamente qué piensan de las ideas de
Tolstói sobre el Estado, la Iglesia, la propiedad privada de la tierra y el
capitalismo, y no porque la censura les estorbe; por el contrario, ¡la censura
les ayuda a salir del apuro!; no pueden porque todas las ideas de la crítica de
Tolstói es una bofetada al liberalismo burgués; porque el valiente y franco planteamiento de
implacable dureza de las cuestiones más candentes y malditas de nuestra época
por Tolstói es una bofetada a las frases
estereotipadas, a los trillados subterfugios y a la falsedad escurridiza,
«civilizada», de nuestra prensa liberal (y liberal–populista). Los liberales se
alzan unánimes en defensa de Tolstói, contra el sínodo; mas, al mismo tiempo,
están por… los de Veji, con los que «se
puede discutir», pero con los que «hay» que convivir en un mismo partido, con
los que «hay» que trabajar conjuntamente en la literatura y en la política.
Pero Antonio, el obispo de Volynia, se da el pico con los de Veji.
Los liberales colocan en primer plano que Tolstói es «la gran
conciencia». ¿Acaso no es ésta una frase hecha que repiten de mil maneras Nóvoie
Vremia y todos los demás órganos de prensa semejantes? ¿Acaso
no es eludir las cuestiones concretas de la
democracia y el socialismo planteadas por Tolstói?
¿Acaso no pone eso en primer plano lo que expresa los prejuicios de Tolstói, y
no su razón, lo que en él pertenece al pasado, y no al futuro, su negación de
la política y su prédica del auto-perfeccionamiento moral, y no su violenta
protesta de toda dominación de clase?
Ha muerto Tolstói, y quedó en el pasado la Rusia anterior a la
revolución, la Rusia cuya debilidad e impotencia se expresaron en la filosofía
del genial artista y vemos reflejadas en sus obras. Pero en su herencia hay
cosas que no pertenecen al pasado, sino al futuro. Esa herencia pasa a manos
del proletariado de Rusia, que la está estudiando. El explicará a las masas
trabajadoras y explotadas la significación de la crítica que Tolstói hizo del
Estado, de la Iglesia, de la propiedad privada de la tierra; y no lo hará para
que las masas se limiten a autoperfeccionarse y a suspirar por una vida santa,
sino para que se alcen con el fin de asestar un nuevo golpe a la monarquía
zarista y a la posesión terrateniente, que en 1905 sólo fueron ligeramente
quebrantadas y que deben ser destruidas. Explicará a las masas la crítica que
Tolstói hizo del capitalismo, pero no lo hará para que las masas se limiten a
maldecir el capitalismo y el poder del dinero, sino para que aprendan a
apoyarse, a cada paso de su vida y de su lucha, en las conquistas técnicas y sociales
del capitalismo, para que aprendan a agruparse en un ejército único de millones
de luchadores socialistas que derrocarán el capitalismo y crearán una nueva sociedad
sin miseria para el pueblo, sin explotación del hombre por el hombre.
León Tolstói y el movimiento
obrero contemporáneo
Publicado el 28 de noviembre de 1910.
En casi todas las grandes ciudades de Rusia, los obreros rusos
se han hecho ya eco de la muerte de León Tolstói y han expresado, de uno u otro
modo, su actitud hacia el escritor, a quien se deben obras literarias
inapreciables, que lo sitúan entre los más grandes escritores de todo el mundo;
hacia el pensador que, con fuerza enorme, con firmeza y sinceridad, planteó toda
una serie de cuestiones relacionadas con los rasgos fundamentales del régimen
político y social de nuestros días. A grandes rasgos, esa actitud se ha
expresado en el telegrama de los diputados obreros de la III
Duma, publicado en la prensa.
León Tolstói empezó su actividad literaria cuando existía el
régimen de la servidumbre, pero en una época en que dicho régimen estaba
viviendo ya —era bien claro— sus últimos días. La actividad de Tolstói
corresponde principalmente a un período de la historia rusa comprendido entre
dos puntos cruciales de la misma, entre 1861 y 1905. En el transcurso de este
período, las huellas del régimen de la servidumbre, sus supervivencias
directas, penetraban de parte a parte toda la vida económica (particularmente
en el campo) y política del país. Al mismo tiempo, ese período fue precisamente
un período de desarrollo acelerado del capitalismo desde abajo y de
implantación de él desde arriba.
¿En qué se manifestaban las supervivencias del régimen de la
servidumbre? Sobre todo —y con la mayor claridad— en que en Rusia, país
preferentemente agrícola, hallábase entonces la agricultura en manos de
campesinos arruinados, sumidos en la pobreza, que explotaban de manera
antiquísima y primitiva las viejas parcelas de servidumbre, recordadas en
beneficio de los terratenientes en 1861. Pero, de otro lado, la agricultura se
encontraba en manos de los terratenientes, que en la parte central de Rusia
explotaban la tierra con el trabajo del campesino, con el primitivo arado del
campesino, con el caballo del campesino, en pago por las «tierras recordadas»,<
«Recortes» o «tierras recortadas»: tierras
arrebatadas por los latifundistas a los campesinos al abolirse el régimen de la
servidumbre en Rusia en 1861. los prados, los abrevaderos,
etc., etc. En esencia, era aquello el viejo sistema feudal de economía. En
aquel período, el régimen político de Rusia estaba también impregnado de
feudalismo hasta la médula. Eso puede verse por la estructuración del Estado
hasta los primeros intentos de transformarla en 1905, por la influencia
decisiva de los aristócratas terratenientes en los asuntos del Estado y por la
omnipotencia de los funcionarios, que también eran en su mayoría —sobre todo
los altos funcionarios— aristócratas terratenientes.
Después de 1861, esta vieja Rusia patriarcal empezó a
desmoronarse rápidamente bajo la influencia del capitalismo mundial. Los
campesinos pasaban hambre, se iban extinguiendo, se arruinaban como nunca y
huían a las ciudades, abandonando la tierra. Se tendían a un ritmo acelerado
ferrocarriles y se construían fábricas, gracias al «barato trabajo» de los
campesinos arruinados. En Rusia se desarrollaban el gran capital financiero, el
gran comercio y la gran industria.
Esta rápida, dura e intensa demolición de todos los viejos
«pilares» de la vieja Rusia se reflejó en las obras del Tolstói escritor y en
las ideas del Tolstói pensador.
Tolstói conocía perfectamente la Rusia aldeana, la vida del
terrateniente y del campesino. En sus obras pintó lienzos de esa vida que
figuraban entre las mejores creaciones de la literatura mundial. La intensa
demolición de todos los «viejos pilares» de la Rusia aldeana agudizó su
atención, profundizó su interés por lo que ocurría en torno suyo, lo llevó a
cambios radicales en su concepción del mundo. Por su origen y educación,
Tolstói pertenecía a la alta aristocracia terrateniente de Rusia. Rompió con
todas las ideas habituales de ese medio y, en sus últimas obras, criticó
apasionadamente todas las normas establecidas, sociales y económicas de
nuestros días, basadas en la esclavización de las masas, en su miseria, en la
ruina de los campesinos y de los pequeños propietarios en general, en la
violencia y la hipocresía, que impregnan hasta la médula toda la vida de
nuestros días.
La crítica que hizo Tolstói no era nueva. No dijo nada que no
hubiera sido dicho mucho antes en la literatura europea y en la rusa por
hombres que se hallaban al lado de los trabajadores. Pero lo específico de la
crítica de Tolstói y su importancia histórica consisten en que, con una fuerza
propia sólo de los genios del arte, expresa los cambios radicales en la
mentalidad de las más amplias masas populares de Rusia en el período
mencionado, y precisamente de la Rusia aldeana, campesina. La crítica que
Tolstói hace del orden de cosas actual se diferencia de la crítica del mismo
por los representantes del movimiento obrero contemporáneo porque Tolstói
entiende el punto de vista del campesino patriarcal e ingenuo, porque Tolstói
trasplanta a su crítica, a su doctrina, la psicología del campesino. La crítica
de Tolstói es tan fresca, tan sincera, tan valiente en su afán de «llegar hasta
la raíz», de encontrar la verdadera causa de las calamidades de las masas,
porque refleja efectivamente los cambios radicales en la mentalidad de millones
de campesinos que, recién liberados del régimen de la servidumbre, vieron que
su libertad suponía los nuevos horrores de la ruina, de la muerte por hambre,
de una vida sin hogar entre los de Jítrov
Los de Jítrov (denominación derivada del nombre del «Mercado Jítrov»):
barriada de Moscú en la que vivían en tiempos del zarismo los elementos
desclasados, el lumpenproletariado. de la ciudad, etc.
Tolstói reflejó el estado de ánimo de esos campesinos con tanta fidelidad, que
introdujo en su doctrina el candor, el alejamiento de la política, el
misticismo, el deseo de apartarse del mundo, la «no resistencia al mal», las
maldiciones impotentes al capitalismo y al «poder del dinero». La protesta de
millones de campesinos y su desesperación: eso es lo que se fundió en la
doctrina de Tolstói.
Los representantes del movimiento obrero contemporáneo estiman
que tienen contra qué protestar, pero que no tienen por qué desesperarse. La
desesperación es propia de las clases que perecen; y la clase de los
asalariados crece inevitablemente, se desarrolla y se fortalece en toda
sociedad capitalista, comprendida Rusia. La desesperación es propia de los que
no comprenden las causas del mal, no ven salida, no son capaces de luchar. El
proletariado industrial contemporáneo no es una clase de esas.
León Tolstói y la lucha proletaria
Publicado el 18 (31) de diciembre de 1910.
Tolstói fustigaba con enorme fuerza y sinceridad a las clases
dominantes, denunciaba con la mayor evidencia la falsedad interna de todas las
instituciones con ayuda de las cuales se sostiene la sociedad de nuestros días:
la Iglesia, los tribunales, el militarismo, el matrimonio «legal», la ciencia
burguesa. Pero su doctrina resultó estar en plena contradicción con la vida,
con el trabajo y la lucha del proletariado, el sepulturero del régimen actual.
¿Qué punto de vista reflejaba la prédica de León Tolstói? Por boca suya hablaba
toda esa ingente masa del pueblo ruso, todos esos millones de personas que ya odian
a los dueños y señores de la vida de nuestros días, pero que aún no
han adquirido conciencia de que hay que librar contra ellos una lucha
intransigente, consecuente hasta el fin.
La historia y el desenlace de la gran revolución rusa
demostraron que precisamente así era la masa que se vio entre el
proletariado consciente, socialista, y los resueltos defensores del viejo
régimen. Esa masa —sobre todo el campesinado— demostró en la revolución lo
grande que era su odio a lo viejo, lo vivamente que sentía todo el peso del
actual régimen, lo ingente que era su afán espontáneo de liberarse de él y de
encontrar una vida mejor.
Pero, al mismo tiempo, esa masa demostró en la revolución que en
su odio no era lo bastante consciente, que en su lucha carecía de la conciencia
necesaria, que sus búsquedas de una vida mejor estaban limitadas por un
estrecho marco.
En la doctrina de Tolstói tuvo su reflejo el gran mar del
pueblo, agitado hasta lo más profundo, con todas sus debilidades y toda su
fuerza.
Estudiando las obras literarias de León Tolstói, la clase obrera
rusa conoce mejor a sus enemigos, y viendo claro en la doctrina de
Tolstói, todo el pueblo ruso debe comprender en qué consistió su propia
debilidad, que no le permitió llevar hasta el fin su liberación. Eso hay que
comprenderlo para marchar adelante.
Esa marcha adelante la entorpecen todos los que proclaman a
Tolstói «conciencia general», «maestro de la vida». Esa es una falsedad que
difunden conscientemente los liberales, deseosos de sacar provecho del aspecto
antirrevolucionario de la doctrina de Tolstói. Esa falsedad de que Tolstói es
«maestro de la vida» la repiten, siguiendo a los liberales, algunos ex
socialdemócratas.
El pueblo ruso no logrará su emancipación mientras no comprenda
que no debe aprender de Tolstói a lograr una vida mejor, sino que eso debe
aprenderlo del proletariado, de la clase cuya importancia no comprendió Tolstói
y que es la única capaz de destruir el viejo mundo, al que Tolstói tan gran
odio tenía.
1 Téngase en cuenta la fecha de publicación del artículo. Lenin
habla en sus artículos de una revolución burguesa campesina contra la
autocracia zarista.
2 Balalaika: personaje de la obra del escritor satírico ruso M
Salikov-Schedrín Un idilio moderno; charlatán
liberal, aventurero y mentiroso.Reich («La
palabraI»): diario, órgano central del Partido Demócrata
Constitucionalista; apareció en San Petersburgo desde febrero de 1906 hasta
octubre de 1917.
3 Lenin cita un fragmento del poema de N. Nekrásov ¿Quien
vive bien en Rusia?. Para saber más sobre el poeta, véase la
traducción de este artículo de Plejánov analizando su obra: «El
pueblo y la intelectualidad en la poesía de N.A. Nekrásov» (1903).
4 Trudoviques (Grupo del Trabajo): grupo de demócratas
pequeñoburgueses en las Dumas de Estado, compuesto de campesinos e
intelectuales de tendencia populista; se formó en abril de 1906 con los
diputados campesinos de la I Duma de Estado. En la Duma de Estado los
trudoviques oscilaban entre los demócratas constitucionalistas y los
socialdemócratas. Los trudoviques representaban, en cierto modo, a las masas
campesinas; los bolcheviques aplicaron en la Duma la táctica del acuerdo con
ellos en torno a ciertas cuestiones para luchar en común contra el zarismo y
los demócratas constitucionalistas.
5 Naródnaya Volia (Libertad del Pueblo): organización política
secreta y conspirativa de populistas terroristas, surgida en agosto de 1879 al
escindirse la organización populista Tierra y Libertad.
6 Sínodo: órgano máximo de dirección de la Iglesia ortodoxa
en Rusia
7 Veji («Jalones»):
recopilación demócrata constitucionalista editada en Moscú en la primavera de
1909, conteniendo artículos de N. Berdiáev, S. Bulgákov, P. Struve, M.
Guershenzón y otros representantes de la burguesía liberal. En sus artículos
sobre la intelectualidad rusa, los de Veji pretendieron
denigrar las tradiciones democrático-revolucionarias de los mejores
representantes del pueblo ruso, incluidos Belinski y Chernishevski; cubrieron
de oprobio el movimiento revolucionario de 1905 y expresaron su agradecimiento
al gobierno zarista porque, «con sus bayonetas y sus cárceles», había salvado a
la burguesía «de la furia popular». En la recopilación se exhortaba a los
intelectuales a ponerse al servicio de la autocracia
8 Nóvoie Vremia («Tiempos
Nuevos»): periódico editado en San Petersburgo desde 1868 hasta octubre de
1917. Al principio era liberal moderado, pero en 1876 se transformó en órgano
de los círculos reaccinoarios de la nobleza y la burocracia.Nóvoie Vremia («Tiempos
Nuevos»): periódico editado en San Petersburgo desde 1868 hasta octubre de
1917. Al principio era liberal moderado, pero en 1876 se transformó en órgano
de los círculos reaccinoarios de la nobleza y la burocracia
9 Lenin alude a un telegrama enviado por los diputados socialdemócratas
a la III Duma a V. Cherkov, amigo íntimo y continuador de León Tolstói, que
estaba en Astápovo. «El grupo parlamentario socialdemócrata de la Duma de
Estado —se decía en el telegrama—, interpretando los sentimientos del
proletariado de Rusia y de todo el proletariado internacional, expresa su
profundo dolor por la pérdida del artista genial, luchador intransigente e
invencible contra la iglesia oficial, enemigo de la arbitrariedad y del
sojuzgamiento, que alzó fuertemente su voz contra la pena de muerte y fue amigo
de los perseguidos»
10 «Recortes» o «tierras recortadas»: tierras arrebatadas
por los latifundistas a los campesinos al abolirse el régimen de la servidumbre
en Rusia en 1861
11 Los de Jítrov (denominación
derivada del nombre del «Mercado Jítrov»): barriada de Moscú en la que vivían
en tiempos del zarismo los elementos desclasados, el lumpenproletariado
Fuente: Para la voz
Vía:La Espina Roja

No hay comentarios:
Publicar un comentario