La izquierda no nació
para administrar, sino para transformar. Porque si la izquierda deja de soñar,
el pueblo dejará de creer. Y entonces habremos perdido mucho más que una
elección: habremos perdido el alma.
La izquierda burguesa
Juan Carlos Blnco
El Viejo Topo
26 noviembre, 2025
LA IZQUIERDA
QUE SE ABURGUESÓ: ENTRE EL PERFUME DEL PODER Y EL OLVIDO DEL PUEBLO
Hubo un tiempo
en que la palabra izquierda olía a tierra, a sindicato, a olla popular y a
lucha.
Hoy, en cambio,
a veces huele a perfume caro, a despacho alfombrado, a conferencia con aire
acondicionado. Una parte de nuestra izquierda se aburguesó, se acomodó, se
volvió formal y funcional.
Ya no habla de
revolución ni de transformación; habla de “consensos”, de “gestión eficiente”,
de “diálogo con el sistema”. Pero el sistema no dialoga: el sistema digiere,
asimila y después escupe. Y eso es lo que está pasando.
Del pueblo a la
platea
El Frente
Amplio nació del barro, de los que no tenían voz. Fue un sueño tejido con las
manos callosas del pueblo. Pero muchos de los que hoy lo conducen ya no pisan
el barro, ni saben cuánto cuesta un litro de leche o un alquiler en dólares.
Hablan de
justicia social desde oficinas con vista al mar y se indignan solo cuando la
prensa burguesa los toca.
Mientras tanto,
el pueblo —el de verdad— sigue contando monedas para llegar a fin de mes, sigue
esperando vivienda, sigue sin médico, sigue sin esperanza.
Y el discurso
progresista se ha vuelto una letanía burocrática que apenas disimula la
resignación.
El espejismo
del poder
Gobernar fue un
logro histórico, sí. Pero también una trampa.
El poder
adormece, seduce, convence de que se puede cambiar el mundo sin molestar a
nadie.
Y así fue como
una izquierda que prometía cambiarlo todo terminó justificando lo
injustificable, callando ante los poderosos y negociando los principios por
estabilidad.
El capital
aprendió a domesticar la rebeldía, aplaudiendo los discursos que ya no
incomodan.
La derecha,
mientras tanto, agradecida: no hay mejor aliado que un adversario desmemoriado.
Rebelarse otra
vez
Pero el pueblo
no es tonto. Sabe distinguir entre los que hablan por convicción y los que
hablan por cálculo.
Y empieza a
mirar hacia otros lados, buscando nuevas voces, nuevas rebeldías, nuevos
sueños. Es hora de volver a ensuciarse las manos. De recuperar la ternura y la
bronca, la dignidad y la conciencia.
De recordar que
la izquierda no nació para administrar, sino para transformar. Porque si la
izquierda deja de soñar, el pueblo dejará de creer. Y entonces habremos perdido
mucho más que una elección: habremos perdido el alma.
Juan Carlos
Blanco es editor de la Revista Uruguaya “La R”
Fuente: Observatorio de la crisis

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