SOCIOLOGÍA DE LA VIOLENCIA
DOI:
10.1016/S1870-7300(14)72331-2
Open Access
La sociología de la violencia
The Sociology of the
Violence
1 Universidad de Bridgeport. Colaboración especial para la Revista Mexicana de Sociología. Traducción de Ángela Müller Montiel.
2 Agradecemos a la rms por permitir la publicación de este artículo. La selección estuvo a cargo de Pablo Armando González Ulloa y la transcripción fue realizada por Humberto Eslava Galicia
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Jessie
Bernard hizo notar recientemente que en las dos o tres últimas décadas, en los
Estados Unidos, la sociología de la interacción había quedado relativamente
postergada en comparación con la sociología cultural, en los Estados
Unidos, ya que, sobre todo, la teoría sociológica del conflicto “permanece
esencialmente en el mismo sitio en que la dejó Simmel”.3
Por
otra parte, subraya el hecho de que los comunistas han cultivado
bastante este terreno, y sugiere que el descuido relativo de la sociología
del conflicto puede deberse a las siguientes razones: las explicaciones
culturales de los fenómenos sociológicos son más fáciles sobre nuestras propias
personalidades, que las basadas en la interacción; los sociólogos han
deseado a toda costa evitar la identificación con el marxismo o el
socialismo; hay un temor muy difundido de que si se estudia el conflicto,
se le agrave, se le provoque o se le apruebe; las poderosas organizaciones
de lucha no desean que se desarrolle una ciencia del conflicto; no queremos
enfrentarnos al hecho de la existencia de determinados conflictos y,
finalmente, la dificultad para conseguir datos adecuados es muy grande.
Podemos
ir más adelante y hacer notar que no solamente se ha descuidado la sociología
del conflicto, sino que uno de sus aspectos más importantes, de significación
contemporánea, el de la sociología de la violencia y el terror, apenas si ha
sido tratado. El descuido es más evidente cuando notamos que la forma más
extrema de este aspecto, la guerra, que siempre ha sido compañera nuestra en
los últimos años y su empleo, se han extendido más durante los años que han
seguido a la segunda guerra, si se considera la situación actual del mundo en
una escala total. Además, el empleo de medios violentos en los procesos
sociales, aparte de las medidas clásicas de guerra, se ha intensificado
también, con la aplicación de numerosas medidas violentas en todos los sectores
de la vida nacional e internacional, como queda comprobado por el estudio
científico del valor y técnica de la violencia, hecho por los nazis y los
comunistas, y por su aplicación en la vida social que, en otros aspectos
podría considerarse “normal”, a través de los jurados de los que critican el
régimen o de quienes pueden ser enemigos potenciales de las democracias del
pueblo, o de su influencia en todas las formas modernas de la vida social en
los Estados totalitarios. El uso extenso de las quintas columnas, los
partisanos y las guerrillas es solamente otra manifestación moderna de estos
fenómenos en los que el papel de la violencia y el terror es de suprema
importancia, ya que constituyen un aspecto indispensable para el éxito de su
funcionamiento.
Evaluaciones de la
violencia
La
literatura sobre este tema refleja la violencia de las opiniones sobre la
violencia.4
No
hay duda de que esto es un ejemplo del antiguo proverbio de que los hombres
solamente están listos a sacrificarse por los ideales de cuya verdad no están
seguros. La violencia es un tema que requiere palabras duras y sentimientos
dogmáticos y doctrinarios, pero que no alienta el pensamiento reflexivo. Hay
quienes glorifican la fuerza como la fuente principal de la vida social,
sostienen que la vida es una lucha de cada uno contra todos.5La
mano de cualquier hombre en contra de la de los demás; el hombre vive peleando
y solamente para él. Ludwig Gumplowicz y Gustav Ratzenhofer, influidos por
los conflictos raciales de su país, pensaron que la ley superior del desarrollo
social era el interés del grupo y la lucha por su sostenimiento.
Los
grupos poderosos emplean a los débiles para sus propios fines y se realiza un
proceso de absorción gradual; para este proceso de unificación, la guerra es el
instrumento supremo. El Estado, como organización del poder, representa la
forma más elevada de vida social. Un grupo de tendencias intermedias es
quizás el representado por Jakob Alexandrovich Novikov, sociólogo y filósofo
ruso que trató de transferir las leyes biológicas a las relaciones sociales,
que fundó el darwinismo social y afirmó que, aunque la lucha es
universal como fenómeno social, va adquiriendo persistentemente formas
más culturales y menos violentas.
Otro
grupo de autores expresa justamente el conjunto de opiniones opuesto, como si
se refirieran a una expresión de los procesos de la vida realizados en una
clase totalmente distinta de animales que vivieran en un planeta diferente. La
cooperación y no el conflicto es la clave de nuestra vida. En nuestra vida
hay más amor y bondad que odio, y lo bueno milagrosamente sobrevive siempre, en
tanto que lo malo perece. La razón o las emociones buenas son más importantes que
las locuras, y la estupidez al fin tiene que inclinarse ante la bondad.6La
fuerza y la violencia son males necesarios y casi perpetuos.7 Las
facciones encabezadas por internacionalistas y pacifistas resienten el
conflicto y afirman que la fuerza no puede ni arreglar nada y por lo tanto no
debe recurrirse a ella. La fuerza reemplaza una relación social por una
física, y sus efectos nunca pueden durar más allá del momento. Sostienen que
es posible borrar la afirmación personal de la política y
crear un sistema político basado en la moralidad solamente; en resumen, dicen
que la política puede separarse del poder.8
En
resumen, el estudio sobre el fenómeno de la violencia es tan confuso que ha
habido muy pocos escritores o filósofos sociales capaces de mostrarse
totalmente consistentes en sus opiniones. Por ejemplo, W. G. Sumner piensa
que la guerra posee un valor educativo y permite la eliminación o subordinación
de los incapaces,9 pero
también alega que nada de lo que se haga por la fuerza ha sido o podrá ser bien
hecho.10
Los
especialistas en ciencias sociales, lo mismo que los filósofos, tanto
humanitarios como antihumanitarios, caen en las mismas contradicciones.
Durante generaciones enteras, los profesores americanos, sabios sociales o
sabios naturalistas, han predicado que la fuerza no puede tener éxito, y que
por lo tanto, es inútil emplearla, que sus éxitos están siempre escritos sobre
agua, que es imposible hacer retroceder las tendencias políticas y
económicas de profundas raíces que conducen hacia la unidad del mundo, sea
a través de la Liga de las Naciones o de las Naciones Unidas.11
Las
relaciones de fuerza y justicia constituyen, aparentemente, un problema que
concierne a todas las épocas y a todas las culturas. La
afirmación de Trasímaco, “justicia es el interés del más fuerte”, ha sido
repetida en lemas tan famosos como “la fuerza de la razón”, la política de
“sangre y fuego”, “la necesidad no conoce leyes” o “el poder es el derecho
supremo, y la disputa sobre la esencia del derecho es decidida por el arbitraje
de la guerra”. Aunque Sócrates puso un poco en ridículo a Trasímaco, en
realidad las ideas básicas de su afirmación no han podido ser refutadas
con éxito por el curso de la historia. En nuestros días nos encontramos bajo
la sombra de la política establecida por Lenin, quien escribió en The
State and the Revolution (1917): “la doctrina de la guerra de
clases… conduce inevitablemente al reconocimiento de la supremacía política del
proletariado o de su dictadura, es decir, de una autoridad armada que no
comparte con nadie más y descansa directamente sobre las fuerzas armadas de las
masas”.
Algunos principios
sociológicos relativos
Puesto
que son tantos los estudios dedicados a la violencia y puesto que a causa de
ello este asunto se ha hecho aún más confuso, resulta tal vez fútil tratar de
aclarar el asunto en unas cuantas páginas. Sin tratar de alcanzar este objeto
imposible, trataremos el uso de los medios violentos de control,
consideraremos la naturaleza de los problemas intelectuales comprendidos e indicaremos
los dilemas morales, sugiriendo su naturaleza, citando los principales
exponentes de la ética y los más notables moralistas.
Los
fenómenos aparentemente contradictorios de la fuerza y la violencia en la
sociedad re-sultan más claros estudiándolos sobre la base de ciertos principios
sociológicos.
“La
coerción es el empleo de una fuerza física o intangible para obligar a ejecutar
una acción contraria a la voluntad o al juicio del individuo o grupo sujeto a
dicha fuerza. La violencia es la aplicación de la fuerza en tal forma que
resulta física o psicológicamente dañina para la persona o grupo contra quien
se aplica.”12
Varios
estudiosos han tratado de evitar el dilema que se les presenta en términos de
la aprobación moral del uso de la fuerza, haciendo una distinción entre
los aspectos legales e ilegales. Así Sidney Hook define la violencia como “el
empleo ilegal de los métodos de coerción física para fines personales o de
grupo”.13 Así
pues, resulta que el empleo de la violencia por las autoridades debidamente
constituidas resulta correcto, pero es incorrecto cuando quien lo emplea es el
bajo mundo o las fuerzas que se oponen al gobierno.
Todo
observador sensible debe tener momentos en que considere las explosiones
terroristas de nuestra generación, no como aberraciones, ni como simples
manifestaciones del eterno primitivo, sino como expresiones de una profunda
filosofía. Puesto que esta aplicación de la violencia a nuestros procesos
sociales tiene método en sí, este método es una manifestación marginal o ilegal
de la conducta social.
Nótese,
en primer lugar, que la fuerza normalmente se mantiene bajo control, dentro de
la sociedad, por acomodación. La acomodación, como el medio básico de
ajustamiento entre los grupos, es “el proceso a través del cual, las personas o
los grupos gradualmente se reconcilian con las condiciones de vida, a través de
la formación de hábitos, intereses y actitudes que surgen de la situación
social y son necesarios a ella… La forma social que toma siempre la acomodación
es la subordinación de una persona o grupo a otra persona o grupo”.14
La
sociedad es un conjunto de grupos discordantes cuyas ideologías en conflicto
los conducen a trabajar por cosas diversas para todo el grupo. Algunas veces,
estos conflictos estallan en una guerra abierta (llamada, cuando es de carácter
interior, levantamiento, guerra civil, guerrillas, en tanto que los soldados
participantes son clasificados como bandidos, rebeldes, quintacolumnistas,
partisanos, etc.). Pero estos periodos de guerra abierta, antes de la
inauguración de los sistemas de Hitler y Stalin, de guerra continua en el
interior y el exterior, son rápidamente seguidos por una renovación de una
tregua no mencionada entre los enemigos, que toda sociedad tiene en sus filas,
y generalmente los compromisos sobre los que se basa la sociedad funcionan defectuosamente,
pero funcionan. La acomodación es pues, “la subordinación de una persona o
grupo a otra persona o grupo”. Las castas y clases, los convencionalismos, las
constituciones y las leyes, son tejidos de la acomodación. Las formas
populares, costumbres e instituciones contienen muchas acomodaciones entre los
grupos en conflicto y muchos compromisos entre los intereses que chocan entre
sí.
La
moralidad, especialmente la fase que contiene el conflicto de justicia, no
siempre opera en interés del más fuerte, sino que descuida o hace a un lado
dichos intereses. “Antes de que puedan aplicarse las
palabras justo o injusto, [dice Hobbes] debe existir un poder de coerción.”15 Como
el poder es inherente a toda situación social, no puede desconocerse en una
zona tan vital del interés humano como la que se refiere al sostenimiento del
orden, ya sea nacional o internacional. Pero cuando estos principios abstractos
se aplican a situaciones concretas, se encuentran acondicionados, en su
funcionamiento por las influencias de los llamados intereses creados o
egoístas.
De
esta manera, la justicia se convierte frecuentemente en un conjunto de
decisiones que protegen a los intereses disfrazados de principios morales. La aplicación y funcionamiento de la moralidad y la justicia
de cualquier grupo, difícilmente puede, a la larga, interesarse más por los
débiles que por los fuertes. Pero la justicia y la moralidad deben
también, como productos de un grupo numéricamente superior, considerar los
intereses del grupo en general, lo mismo que los de los grupos en competencia o
en conflicto. La filosofía de este razonamiento es que el
mayor bien para el mayor número es la finalidad racional, aun para
aquellos que no se encuentren dentro de la colectividad conocida como el mayor
número, y, al permitir el funcionamiento de este sistema, el individuo no sólo
favorece sus intereses sino los de la comunidad. Pues “ninguna sociedad puede
existir a menos que una proporción substancial de sus miembros tenga, hasta
cierto punto, el deseo de cooperación y mutua buena voluntad”.16 Si se pide al individuo o grupo que se sacrifique, entonces
el sacrificio es moralmente digno, y también los poderosos deben sacrificarse
en algo, aunque generalmente lo hacen en menor grado y cuando mucho en una
forma simbólica. Pues ninguna sociedad puede sobrevivir si permite que
todas las clases, razas y religiones, que se encuentren dentro de sus límites,
desarrollen sus odios y rivalidades sin restricciones. De ahí que las
expresiones siempre se encuentren modificadas por la moralidad, que obliga
a que la mayoría de las diferencias sean tratadas por acomodación, y después
refuerza estas acomodaciones por sus propias sanciones, ideologías y aun
sanciones supernaturales para los arreglos sociales que, en principio, no
son otra cosa que formas de procesos sociales que impiden que los diversos
grupos se degüellen entre sí. Es cierto que las acomodaciones no destruyen
la hostilidad dentro del grupo, sino que simplemente la refrenan. Aunque la
fuerza y su amenaza —que siempre puede estallar en forma de guerra civil— se
encuentran siempre presentes: un sustituto generalmente
satisfactorio se encuentra en lo que se ha dado en llamar política sucia.
Además,
el proceso de acomodación debe reflejar
persistentemente el flujo de los continuos cambios en el equilibrio de las
relaciones de poder entre los grupos. Si el equilibrio cambia en forma
notable, entonces la acomodación sencillamente debe dejar sitio a otra forma
que refleje en forma más realista las relaciones cambiantes. En general, la
sociedad tiene una serie de acomodaciones que son acomodadas como las líneas
del frente, en tal forma que impidan un desplome total de la línea doméstica. Cuando estalla la guerra internacional, las acomodaciones
representadas por las medidas diplomáticas y obligaciones de los tratados ya no
sirven; pero existe también el mítico derecho internacional, el que —aunque
nadie le haga caso— es mencionado por todos los países. (El hecho de
que se le descuide más que al derecho nacional se debe a que la moralidad
internacional y su aplicación en realidad no existen.)
La violencia entre
las personas
La violencia
entre los individuos está casi totalmente proscrita en la sociedad civilizada.
Durante su evolución histórica, el Estado ha usurpado totalmente el derecho
para usar la fuerza, y cuando permite su empleo éste
queda estrictamente reglamentado por la ley y las costumbres.
Sin
embargo, raras veces se da uno cuenta de cuán frecuente es el empleo de la
violencia en las relaciones normales diarias. Todo el mundo sabe que la
violencia es usada por los padres para controlar a sus hijos, especialmente a
los niños. Los adultos tienen muchas tendencias agresivo-sadistas, pero, aunque
se ven obligados a controlarlas la mayor parte del tiempo, también las
manifiestan aunque no abiertamente, en todas las situaciones sociales. Basta observar a una muchedumbre tratando de meterse en un
ferrocarril subterráneo de Nueva York o una discusión en una cantina, donde
abundan las amenazas y los golpes.
Se
necesitaría un especialista de policía para describir a detalle los métodos
modernos de violencia. Los que han estudiado la táctica de los jefes
municipales en los Estados Unidos saben cuán poderosa y útil puede ser la
violencia política. El uso del asesinato, los golpes, las amenazas
de cárcel y de despojo económico, generalmente es considerado como una alianza
del crimen y la política. Los miembros honestos y bondadosos de las
organizaciones políticas consideran esos actos con disgusto y a veces se
rebelan, de modo que los jefes obtienen resultados opuestos a los previstos.
Pero las consideraciones prácticas frecuentemente hacen que se retarde la
rebelión de los buenos. La aplicación de la fuerza
bruta en las huelgas no necesita ser descrita, pues se ha convertido en un arma
generalizada.17
Posiblemente
sería conveniente recordarnos que los americanos han asesinado uno de cada diez
de sus presidentes. En el periodo comprendido entre 1865 y 1901,
ocupamos el primer lugar del mundo en estos asesinatos que se realizaban
aproximadamente cada doce años en la Casa Blanca. Todos fueron muertos por
balas que se les dirigieron intencionalmente.
De
cualquier manera, aun en los países autoritarios en los que se glorifica la
fuerza y la violencia, éstas se encuentran al mismo tiempo reglamentadas
por la ley y las costumbres. Las normas de nuestra cultura moderna permiten
generalmente que los chicos ejerzan mucha violencia en sus relaciones mutuas,
pero siempre dentro del marco de las costumbres. En América, “el masculino
arte de la auto-defensa” es considerado como parte indispensable de la
educación de un joven; se supone que el hombre debe defenderse a sí mismo y
a los miembros de su familia en contra de la agresión de los demás. Esto
significa generalmente el boxeo, de acuerdo con las reglas del marqués de
Queensberry, en las que no se permiten muchos métodos violentos de lucha,
porque resulta socialmente conveniente mantener estas luchas dentro de ciertos
límites. Los jóvenes, bajo ciertas circunstancias, pueden recurrir a la
violencia, pero las reglas de la moral reglamentan las ocasiones y los métodos.
De
hecho, una parte considerable de la educación en todo el mundo es dedicada a la
formación de los jóvenes dentro de este marco moral y legal.18
Por
el contrario, las muchachas están sujetas a otro código moral y, en general,
recurren a otras formas de agresión indirectas y cubiertas.
El
mundo de los niños no es el único que permite ciertas formas de violencia. Los
adultos pueden defender sus vidas, y las costumbres o leyes no escritas
permiten que un hombre mate al seductor de su esposa, su hermana o su hija.
La política como
substituto de la violencia
Es
curioso que un fenómeno tan evidente como es el Estado sea, lo mismo que la
violencia, objeto de tantas y tan incompatibles definiciones.19
La
mayor parte de los especialistas, legalistas y anticuados definen
principalmente los aspectos formales de la soberanía del Estado sobre
determinado territorio. Algunos autores, como Fran Oppenheimer y Harold J.
Laski, conciben el Estado no solamente como un medio del grupo conquistador
para imponer su voluntad sobre los conquistados, sino como una organización que
mantiene su característica de clase en la mayor parte de su historia; otros lo
consideran (como dijo Aristóteles) como una asociación soberana, que abarca
todo y comprende todas las otras asociaciones y que existe con el fin de que
pueda realizarse la vida humana en sociedad. Para nuestro análisis
sociológico es importante subrayar que la característica más importante que
diferencia al Estado de otras organizaciones sociales es el monopolio que
ejerce sobre el poder político —el ejercicio de la fuerza y el empleo de la violencia.
El Estado ha logrado, durante su evolución, concentrar y legalizar el uso
de la fuerza en sus órganos —el gobierno y sus diversas ramas— excluyendo otras
organizaciones, por lo cual es el árbitro final en las diferencias de
grupo, puesto que tiene los medios más efectivos de coerción: la fuerza y la
violencia.20
Puesto
que el Estado es esta potencia final irresistible, el conflicto más importante
dentro de una sociedad es el que surge sobre el empleo de esta fuerza y de ahí
los eternos argumentos de la teoría política sobre cómo y por quién debe ser
usada la fuerza política. Es evidente que el Estado surge de procesos en
conflicto y se sostiene solamente, conservando, lo más que puede, los
procesos de acomodación. El estado de conflicto constante produce una
situación de anarquía que tiene que terminar tarde o temprano, cuando un grupo
dominante logra crear un estado de acomodo, si es necesario, por la fuerza. Una
acomodación estable representa el nuevo equilibrio de poder y las formas
resultantes, marcos de referencia legales y sistemas morales, constituyen el
producto, no tanto de la fuerza, como de la necesidad.
La
política queda comprendida dentro de ese estado estabilizado y si el grupo que
controla no puede satisfacer a un grupo agresivo es frecuente que se realicen
golpes de Estado. Mientras que en las democracias los cambios en los grupos
dominantes se realizan por medio de elecciones, en las dictaduras, los cambios
rápidos de gobierno se efectúan por la fuerza.21
La
ley es un instrumento muy importante, utilizado por
los grupos en conflicto. Aun los que tratan de derrocar al gobierno constituido
proponen ideologías que caracterizan sus acciones como “legales”. El gobierno,
por su parte, lucha contra los grupos agresores y los acusa de ser ilegales o
de emplear medios ilegales. De cualquier modo, la ley representa
generalmente los principios que los grupos más poderosos y hábiles del Estado
pueden incorporar para sí mismos, de manera que hasta un grupo de presión
logra sus propósitos cuando consigue que se apruebe una ley que dé forma a sus
deseos. La ley, lo mismo que la política del Estado, es, en cualquier
momento, un saco de muchos colores, formado por diferentes programas y medidas.
Puesto que cada grupo tiene que buscar el apoyo de la mayor cantidad de
partidarios que pueda conseguir, la moralidad se emplea para explicar sus
objetivos particulares en términos de los intereses del grupo en general, con
la esperanza de crear una armonía de intereses totales.22
Políticamente,
estas pretensiones presuponen que todos los demás grupos que luchan por obtener
el poder tienen o deben tener intereses idénticos a los del grupo rival. La
fuerza se emplea como último recurso, puesto que no solamente es cara, sino que
también es un arma de doble filo; por lo tanto, lo normal es que el grupo
dominante trate, en todos los tiempos, de lograr ciertas componendas entre los
grupos rivales y de presión, para conseguir así su apoyo. Así pues, el
político que tiene mayor éxito es el que puede convencer a los antagonistas y a
los grupos rivales de que se abstengan de echarse los unos sobre los otros.
Desviaciones de las
normas de acomodación
Sin
embargo, existen periodos especiales en los asuntos internos e internacionales
en los que, ya sea como resultado de una crisis o de cambios acumulativos en
los acontecimientos sociales, algunos grupos desarrollan actitudes morales que
se apartan notablemente de las del resto del grupo dominante; entonces la
violencia toma la forma de un crimen político. El crimen político es la
forma de un acto cometido en interés de otro gobierno o interés de otra forma
de gobierno presente o futura, de un sistema moral o forma de sociedad. A este
respecto, encontramos aquí antiguos tipos de conducta social, conocidos en
todas las edades, pero cuyos nombres parecen nuevos, tales como “quinta-columna”,
“guerrillas”, “partisanos”, etcétera. Estos nuevos nombres
pertenecen a una época de guerra total, como la realizada por Hitler
y Stalin. La famosa arma secreta de Hitler no fue otra cosa que su
voluntad y capacidad para desencadenar la guerra total. La guerra total
es aquella que va dirigida en contra de la suma total de la existencia
del enemigo, y además es la movilización de la suma total de energías y
recursos de toda la nación que se encuentra en guerra.23
Este
concepto implica la orientación de toda la policía nacional hacia objetivos
militares, tanto en la paz como en la guerra, siendo ésta concebida solamente
como una fase aguda de la política moral, por lo cual los preparativos para la
misma son constantes.24
Así
pues, desde ese punto de vista, la guerra y la paz son iguales, y cada una
representa solamente una fase de la voluntad nacional en acción. La
aplicación de esta doctrina a las recientes medidas de política interna e
internacional en todo el mundo ha trastornado el concepto tradicional
en las relaciones diplomáticas. Este tipo de guerra emplea principios
fundamentales, tales como el temor, la duda, la desconfianza,
antiguos acompañantes de la guerra militar. Pero su táctica y estrategia
inmediata tienen muy poca relación con el panorama de la política mundial a
principios del siglo. Es una operación ofensiva relacionada con las
ofensivas diplomática y militar, destinadas a destruir la moral en la retaguardia
del enemigo por cualquier método (ya sea el terror o la seducción) que se
considere apropiado. Se manifiesta en la estrategia extendida que se expande
detrás de las líneas enemigas con insultos diplomáticos y trampas, por una
parte, y quintas columnas y simpatizadores, por la otra. Espías,
saboteadores, agentes secretos y traidores son algunos de los elementos
empleados para poner en práctica esta estrategia y esta táctica.
Cuando
se considera el orden social a la luz de las amargas y despiadadas prácticas de
Hitler y Stalin, que han formado el actual orden moral, vemos cuán inútiles
son las operaciones mentales de los que organizan planes de estudio ideales
para las escuelas, inventan esquemas ideales para la producción y
distribución de los artículos, hacen planes para un orden internacional que se
caracteriza por la ausencia de la guerra y que constantemente están haciendo
proyectos para la reorganización del mundo, según su sabiduría.25
Sus
proposiciones constituyen una gimnasia mental bastante agradable, pero
evitan el hecho sociológico básico: que todos los procesos sociales no
pueden ignorar el uso potencial de la fuerza y la violencia, y que el uso
de la violencia (o de lo que se conoce como poder) es condición indispensable
para lograr la acomodación; que la paz y el orden del mundo, en la actualidad,
pueden y deben basarse en una potencia predominante. El ejercicio de la
fuerza en el terreno internacional determina la supervivencia de los estados
actuales. Sin embargo, en este terreno, la fuerza se encuentra menos
efectivamente reglamentada que en cualquier otro aspecto de la sociedad.
Pero
hay otros dos puntos que tienen que observarse a este respecto. Aun en
esta época en que cambian los principios morales que rigen el uso de la fuerza,
la legalidad no se descuida totalmente. Tanto los nazis como los
comunistas, los conquistadores más absolutos de la época, reconocen la
fuerza de la moralidad, y tratan siempre de dar un tinte de legalidad a todo lo
que hacen. Aun en el terreno internacional, la fuerza que viola la moralidad
demasiado cínicamente pierde sus efectos, porque se levanta contra una fuerza
mayor.
El problema básico
Parece
que la gran esperanza de las sociedades como la nuestra ha sido transformar el
proceso social de conflicto, acompañado de un uso extensivo de la fuerza, en un
proceso social de acomodación. La actual Guerra Fría parece destinada a
absorber la mayor parte posible del mundo sin obligarnos a usar la bomba
atómica, que América naturalmente aborrece lo mismo que los lanzallamas, las
bombas incendiarias y otros medios de combatir el fuego con el fuego.
Desgraciadamente,
el estudio sociológico del problema del uso de la fuerza no es atractivo para
la mente común; “la guerra —dijo el Gral. Marshall en uno de sus informes al
ejército— no ha sido elegida por los que desean
apasionadamente la paz. Ha sido elegida por los que están dispuestos a recurrir
a la violencia para lograr ventajas políticas”.26
Jessie Bernard, “¿En dónde está la moderna sociología del
conflicto”, The American Journal of Sociology, lvi, 1 de julio, 1950, pp. 11-17.
Para un estudio de la literatura relativa hasta 1996, véase Joseph S.
Roucek, “Violence and Terror”, xx,
pp. 330-347, en Joseph S. Roucek (ed.), Social Control, D.
Van Nostrand Co., Nueva York, 1947. Entre los estudios aparecidos
subsecuentemente, véanse especialmente: R. P. S. Payne, Zero: The History of Terrorism, John Day, Nueva
York, 1950, que es un reflejo de las fuerzas y personajes de la historia
moderna que han predicado y aplicado la filosofía de la destrucción, cuyo
objeto es reducir el espíritu y el cuerpo humano a cero; Bertrand de
Jouvenel, On Power,Viking, Nueva York, 1948,
la filosofía que se encuentra detrás de la fuerza militar y política
concentrada en individuos o en el Estado en general; Franz L. Newmann,
“Approaches to the Study of Political Power”, Political Science Quartely, lxv, julio de 1950, pp. 161-180; A.
Appadurai, The Substance of Politics, Oxford,
Nueva York, 1950.
Lenin, Collected Works (traducción inglesa) xviii, p. 97; Mein Kampf de Adolfo Hitler, p. 749. Entre los
demás, pueden mencionarse, Clausewitz, Bernhardi, von der Goltz, F. List, W.
Sombart, F. Nietzsche, el Príncipe de Bülow y especialmente el historiador
Heinrich von Treitschke (influido principalmente por Aristóteles y Maquiavelo):
“El poder es decididamente el derecho supremo y la disputa sobre lo que es
correcto se decide por el arbitraje de la guerra”.
Para estudiar las raíces de este pensamiento utópico, a través de la
Edad Media y la influencia de Jeremy Bentham, véase E.H. Carr, The Twenty Years´ Crisis, Nueva York, The
MacMillan Co., 1940.
Véase, por ejemplo, León Tolstoy, The Law of Love and the Law of Violence, Boni&Gaer,
Nueva York, 1948.
Carr clasifica, op. cit., pp. 127-128,
a los que tratan de separar al hombre moral de la política en: 1) los que profesan la doctrina de la no
resistencia, “un boicot a la política”; 2) los
anarquistas que tratan de crear “una sociedad moral en la que el poder y por
consecuencia la política, queden totalmente eliminados” y 3) los que “quieren dar al César lo que es del
César, y a Dios lo que es de Dios”. Esta última posición queda ejemplificada en
la moderna teología de Karl Barth.
W.G. Summer, War and
Other Essays, Imprenta de la Universidad de Yale, New Haven,
1911.
8 W. G. Summer, Folkways, Ginn&Co., Boston, 1906, p. 64
Un duro ataque sobre la “dirección religiosa y educativa” que tiende a
“perpetuar el dualismo que confunde los esfuerzos para lograr en América una
política más racional”, véase: G. A. Almond, capítulo vii, “The Elites and Foreign Policy”,
en The American People and Foreign Policy, Harcourt,
Brace, Nueva York, 1950, pp. 136-157, y especialmente las pp. 153-157. El
terreno de la ciencia social queda particularmente aislado por Almond como “el
sector de preparación de la élite que ha fallado a su misión” (p. 154).
Joseph S. Roucek, “Violence and Terror”, en Social Control, D. Van Nostrand Co., Nueva York, 1947.
Sidney Hook, “Violence”, en Encyclopaedia of the Social Science, VI, MacMillan,
1930-1967, pp. 264-267. Una valiosa síntesis de diversas definiciones y
bibliografías sobre este tema es la presentada por Theodore Paullin, Introduction to Non-Violence, The Pacific Research
Bureau, 1944.
E. B. Reuter, Handbook of Sociology,
Imprenta de Dryden, Nueva York, 1948, pp. 79-80.
T. Hobbes, Leviathan, capítulo xv.
Carr, op. cit., p. 123.
John Steuben, Strike Strategy,
Gaer Associates, Nueva York, 1950, es una historia de las huelgas en los ee. uu., desde 1776 hasta el presente.
Es un manual para los obreros sobre el manejo de una huelga, y en él se
analizan las técnicas empleadas por la industria para romper las huelgas, y
también una guía para los líderes de las huelgas.
Por ejemplo, a los niños de los países autoritarios se les enseña a
observar determinadas reglas en lo que se refiere a sus paisanos, y otras, en
relación con los capitalistas, los judíos, etcétera.
Esto puede juzgarse fácilmente por el número constantemente creciente de
libros de texto que tratan de los aspectos filosóficos del Estado; véase, por
ejemplo, Feliks Gross (ed.), European Ideologies,
Philosophical Library, Nueva York, 1948; Joseph, S. Roucek (ed.), Twentieth Century Political Thought, Philosophical
Library, Nueva York, 1946; J. H. Hallowell, Main Currents in Modern
Political Thought, Henry Holt, Nueva York, 1950.
Joseph S. Roucek, “Political Behavior as a
Struggle for Power”, Journal of Social Philosopy, vi, julio de 1941, pp. 341-361.
El golpe de Estado se diferencia de la revolución en que ha sido
organizado desde arriba, mientras que la revolución viene de abajo. La
revolución se caracteriza por la participación de grandes masas humanas,
mientras que el golpe se realiza frecuentemente por miembros del propio Estado,
casi siempre los militares. El golpe de Estado es muy frecuente en América
Latina, en donde pertenece, bajo el nombre de pronunciamiento, a los
instrumentos tradicionales de la política.
Para un estudio detallado de este tema, véase Carr, op. cit., capítulo 4, “The Harmony of Interests”.
Cyril Talls, The
Nature of Modern Warfare, Imprenta de la Universidad de Oxford,
Nueva York, 1941.
Albert Lauterbach, “Roots and Implications of
the German Idea of Military Society”, Military Affairs, V,
spring, 1941, pp. 1-20.
Véase Joseph S. Roucek, “The Sociological
Weakness of Federation Plans for Eastern Europe”, Journal of Legal and Political Sociology, octubre de
1943, pp. 94-116.
Algunos estudios que tratan la guerra como fenómeno sociológico son:
“War in the Twentieth Century”, pp. 3-38, y “War and the Social Institutions”,
pp. 478-532, de William Waller (ed.), en War in the Twentieth Century,
Imprenta de Dryden, Nueva York, 1940; Haldey Cantril (ed.), Tensions that cause War, Imprenta de la
Universidad de Illinois, Urbana, Illinois, 1950, contiene una afirmación común
sobre la que estuvieron de acuerdo ocho sabios sociales en una conferencia
sustentada en París en 1948, sobre las actitudes que constituyen la agresión
internacional y las formas y medios de fomentar las actitudes que aumentan la comprensión
internacional. H. H. Turney High, Primitive War, Imprenta
de la Universidad de South Caroline, Columbia, S.C., 1949; Hans Speier, “The
Social Types of War”, American Journal of Sociology, xlvi, enero de 1941, pp. 445-454;
Quincy Wright, A Study of War, 2 vols.,
Imprenta de la Universidad de Chicago, 1942, la compilación más extensa de
material en inglés; Joseph S. Roucek, “War and Our Culture Pattern”, Sociology and Social Research, xxv, marzo-abril de 1941, pp. 303-312;
Roucek, “War as a Symptom of Social Crisis”, American Journal of Economics
and Sociology, V, julio de 1946, pp. 485-496; J.D. Clarkson y T.C.
Cochan (eds.), War as a Social Institution, Imprenta
de la Universidad de Columbia, Nueva York, 1941, una valiosa colección de
artículos sobre Sociología, Antropología e Historia de la guerra, Maurice R.
Davie, The Evolution of War, Imprenta de la Universidad
de Yale, New Haven, 1929; L.L. Bernard, War and Its Causes,
Holt, Nueva York, 1944.
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