SOBRE ROBESPIERRE Y LA TRADICIÓN REVOLUCIOANRIA
POPULAR
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Joaquín Miras Albarrán
Sociología Crítica31.12.2015
ROBESPIERRE
Podemos leer
también cómo la violencia desarrollada por Robespierre, según Babeuf, es de
todo punto razonable, y además –esto es lo más notable– escasa. Paso ahora a
reproducir una cita del otro teórico fundador del pensamiento revolucionario
comunista. Me refiero a Philippe Buonarroti. La obra fundamental de este autor
es, como sabemos Conspiration pour l´egalité, dite de Babeuf. La obra de
Buonarroti apareció en 1828. Demos la palabra a Buonarroti; él escribe lo
siguiente en esta obra (6):
“Los
acontecimientos posteriores, creo, han demostrado que los demócratas no fueron
jamás numerosos en la convención nacional; fue necesario, con mucho, que la
insurrección del 31 (de mayo de 1793) consiguiese transmitir la suprema
influencia a los únicos amigos sinceros de la igualdad: sus falsos e
interesados defensores parecieron triunfar con la misma, pero, destructores
activos en provecho de sí mismos, estos se arrojaron en brazos del sistema que
habían combatido, cuando fue necesario reedificar a favor del pueblo”.
”Entre los
hombres que brillaron en la arena revolucionaria hay algunos que desde el
comienzo se pronunciaron a favor de la liberación real del pueblo francés;
Marat, Robespierre y Sain Just constan gloriosamente junto con algunos otros en
la lista honorable de defensores de la igualdad. Marat y Robespierre atacaron
de frente el sistema antipopular que prevaleció en la asamblea constituyente;
dirigieron, antes y después del 10 de agosto, los pasos de los patriotas:
llegados a la convención, ellos fueron el blanco del odio y de las calumnias
del partido del egoísmo, al que ellos confundieron; se elevaron, durante el
proceso contra el rey, hasta la más alta filosofía, tuvieron una enorme
importancia en los acontecimientos del 31 de mayo y los días siguientes, en los
que los falsos amigos de la igualdad perdieron definitivamente su feliz
influencia (…)” “Pero algunos de quienes habían participado en la redacción de
la constitución (1792), denominada posteriormente democrática por los patriotas,
sentían que ella por sí sola no podía garantizar a los franceses la felicidad
que ellos exigían: pensaban que la reforma de las costumbres debía anteceder al
disfrute de la libertad: sabían que antes de conferirle al pueblo el ejercicio
de la soberanía, era necesario devolverle el amor general hacia la virtud;
sustituir la avaricia, la vanidad y la ambición, que sostenían entre los
ciudadanos una guerra perpetua, por el desinterés y la modestia; aniquilar las
contradicción instaurada por nuestras instituciones entre las necesidades y el
amor a la independencia y arrancar a los enemigos naturales de la igualdad los
medios que le permitieran confundir, aterrorizar y dividir: ellos sabían que
las medidas coactivas y extraordinarias, indispensables para obrar un tan feliz
y tan gran cambio son inconciliables con las formas de una organización
regular; sabían en fin, y la experiencia no ha hecho sino justificarles según
su propio punto de vista, que establecer sin estos preliminares el orden
constitucional de las elecciones era abandonar el poder en manos de los amigos
de todos los abusos, y perder para siempre jamás la oportunidad de asegurar la
felicidad pública (…) Es imposible para las almas honestas negar la profunda
sabiduría con la que la nación francesa fue entonces dirigida hacia un estado
en el que, una vez alcanzada la igualdad, hubiese podido gozar pacíficamente de
una constitución libre. No seremos suficientemente capaces de admirar nunca la
prudencia con la que estos ilustres legisladores, poniendo hábilmente de su
parte los fracasos y las victorias, supieron inspirar a la gran mayoría de la
nación, la abnegación más sublime, el desprecio de las riquezas, de los
placeres y de la muerte, y conducirlos a proclamar que todos los hombres tienen
un derecho igual a los productos de la tierra y de la industria (…) desde la
proclamación del acta constitucional de 1793 y del decreto que instauró el
gobierno revolucionario, la autoridad y la legislación se hacían cada día más
populares. Un entusiasmo tan santo como novedoso se apoderó del pueblo francés;
se formaron innumerables ejércitos como por ensalmo; la república no fue sino
un enorme taller para la guerra: la juventud, la gente madura y la ancianidad
rivalizaban en patriotismo y valor; en poco tiempo un enemigo temible fue
rechazado hasta las fronteras mismas que él había invadido o que la traición le
había entregado. En el interior, las facciones fueron sometidas, todos los días
veían eclosionar medidas legislativas tendentes a aumentar la esperanza de la
clase numerosa de los desafortunados, a dar valor a la virtud y a restablecer
la igualdad. Lo superfluo fue dedicado a los desafortunados y a la defensa de
la patria. Se proveyó, mediante requisas de bienes de primera necesidad y de
mercancías, de préstamos forzosos, de tasas revolucionarias y de la inmensa
generosidad de los buenos ciudadanos, al sostenimiento de un millón
cuatrocientos mil guerreros, y del pueblo, cuya audacia republicana los ricos
se proponían domesticar mediante la hambruna”.
”La instauración
de almacenes de abundancia, las leyes contra los acaparamientos, la
proclamación del principio según el cual se le confiere al pueblo la propiedad
de los bienes de primera necesidad, las leyes a favor de la extinción de la
mendicidad, las elaboradas a favor de la distribución de los auxilios
nacionales, y la Comunidad [“communauté”] que reinaba entonces de hecho en
medio de la generalidad de los franceses, fueron algunos de entre estos
preliminares de un orden nuevo, cuyo plan se encuentra diseñado con trazos
inefables en los famosos informes del comité de salud pública, y
fundamentalmente en los que Robespierre y Saint Just pronunciaron desde la
tribuna nacional. (…) La sabiduría con la que él [el gobierno revolucionario]
preparó un orden nuevo mediante la distribución de los bienes y de los deberes
no podrá escapar a las miradas de los espíritus rectos. No se limitarán éstos a
ver cómo se expresaba el reconocimiento nacional al distribuirse las tierras
prometidas a los defensores de la patria, y con el decreto que ordenaba la
distribución entre los desafortunados, de los bienes de los enemigos de la
revolución que debían ser expulsados de territorio francés. Verán, en la
confiscación de los bienes de los contrarevolucionarios condenados, no una medida
fiscal, sino el vasto plan de un reformador. Y cuando, tras haber considerado
el cuidado con el que se propagaron los sentimientos de fraternidad y de
beneficencia, la habilidad con la que se supo cambiar nuestras ideas de
felicidad, y esa prudencia que alumbró en todos los corazones un virtuoso
entusiasmo a favor de la defensa de la patria y de la libertad, ellos se
percaten del respeto acordado a las costumbres simples y buenas, la
proscripción de las conquistas y de las superfluidades, las grandes asambleas
del pueblo, los proyectos de educación común, los Campos de Marzo, las fiestas
nacionales; cuando piensen en el establecimiento de ese culto sublime que,
fundiendo las leyes de la patria con los preceptos de la divinidad,
multiplicaba por dos las fuerzas del legislador y le daba los medios para
extinguir en poco tiempo todas las supersticiones y para realizar todos los
portentos de la igualdad; cuando se acuerden de que, al apoderarse del comercio
exterior la república había cortado la raíz de la avidez más devoradora, y
cegado la fuente más fecunda de necesidades artificiales; cuando consideren
que, gracias a las requisas, ella disponía de la mayor parte de los productos
de la agricultura y de la industria, y que los artículos de primera necesidad y
el comercio constituían ya dos grandes ramas de la administración pública, se
verán forzados a proclamar: ¡Un día más, y la felicidad y la libertad de todos
hubiera quedado asegurada por las instituciones que ellos no cesaron de
exigir!”
Pero el destino
había ordenado otra cosa, y la causa de la igualdad que jamás había obtenido un
éxito tan grande, debió sucumbir bajo los esfuerzos juntos de todas las
pasiones antisociales”.
En las páginas
51, 52 y 53, Buonarrotti incluye una nota al pie de página, de más de
setecientas palabras, que no reproduzco, en la que critica a Danton y a Hebert,
en pie de igualdad, por tener por igual la responsabilidad de haber combatido,
calumniado, debilitado, traicionado y derrotado a Robespierre, con lo cual
participaron activamente en la liquidación de la Revolución al lado de las
fuerzas procapitalistas.
Como hemos
podido comprobar la obra de Buonarroti versa sobre la Revolución francesa. Su
intención evidente es hacer comprensible para la nueva generación de
revolucionarios de los años 30, que se habían encontrado con el muro de
silencio impuesto por el terror reaccionario y las calumnias y no habían
conocido la experiencia revolucionaria por sí mismos, las ideas de la
Revolución francesa. Si bien el pensamiento y las tradiciones políticas
plebeyas de la Revolución francesa se mantuvieron vivas clandestinamente a
través de las corporaciones de obreros (7), la obra de Buonarroti fue
fundamental tanto para el conocimiento del cuerpo teórico de la Revolución
francesa como para su conocimiento historiográfico, pues fue la primera
historia de la Revolución elaborada desde la izquierda y mantuvo en solitario
durante décadas ese doble honor. Por tanto es una obra de caudal importancia en
el resurgir del pensamiento revolucionario europeo.
El lector que
haya leído ambas citas habrá quedado de seguro sorprendido por ambos textos.
Los dos padres del comunismo, Babeuf y Philippe Buonarroti, declaran su
admiración sin límites hacia Robespierre, se autoproclaman seguidores o
discípulos de Robespierre y continuadores de sus mismas ideas. Consideran
además, que el programa de Robespierre era la igualdad, entendida como igual
libertad real de todos; esto es, el comunismo. La continuidad intelectual
respecto del proyecto político de Robespierre, y no otra cosa, es la idea
afirmada por estos dos comunistas.
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