La guerra del 5G y sus lecciones para Europa
Rebelión
New Deal (Blog)
14.05.2019
La primera ministra británica, Theresa May,
destituyó el 1 de mayo a su ministro de Defensa por filtrar detalles
sobre una reunión del Consejo de Seguridad Nacional sobre la
participación de la empresa china Huawei en la implantación de la red 5G
en Reino Unido. Lo que parece una mera pérdida de confianza tiene un
trasfondo mucho más importante, que tiene que ver con el brexit, la guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China y el dominio de la economía mundial en el siglo XXI.
Para
entenderlo tenemos que remontarnos al 4 de octubre de 2018, cuando el
vicepresidente del gobierno estadounidense, Mike Pence, dio un
importante discurso
en el Instituto Hudson acerca de las relaciones con China. Los
asistentes se sorprendieron de la dureza de sus palabras: “a través del
plan Made in China 2025, el Partido Comunista tiene la intención
de controlar el 90% de las industrias más avanzadas del mundo, incluida
la robótica, la biotecnología y la inteligencia artificial. Para estar a
la altura de poder dominar la economía del siglo XXI, Beijing ha
instado a sus funcionarios y empresas a obtener la propiedad intelectual
estadounidense –la base de nuestro liderazgo económico– por todos los
medios necesarios”. Dicho de otra forma: la tecnología es poder, y China
pretende dominar la tecnología en el siglo XXI, y con ella la economía
mundial.
Ese mismo día –hay casualidades que no lo son tanto–, la agencia de noticias estadounidense Bloomberg publicaba un polémico artículo
en el que sostenía que los subcontratistas chinos de la empresa
californiana de hardware Super Micro (proveedora, entre otras, de Apple)
habían instalado backdoors en sus placas base para enviar información al gobierno chino.
Todo esto se enmarca en la batalla por el dominio del estándar en la tecnología 5G,
el sistema de comunicación inalámbrico de última generación que
constituye la piedra angular del desarrollo futuro del Internet de las
Cosas: piensen, por ejemplo, en el ingente flujo de datos que deberán
procesar los automóviles autónomos o las casas inteligentes –hay quien
la considera una de las denominadas “tecnologías disruptivas” del siglo
XXI–. Quien domine la tecnología 5G podría dominar la industria; y quien
domine la industria dominará la economía mundial. China lo sabe, y
Estados Unidos, también. Europa aún no se ha dado cuenta.
La tecnología 5G presenta dos desafíos
fundamentales. El primero es que, al ser tan compleja, apenas hay un
puñado de empresas en el mundo capaces de fabricar equipos de
transmisión y sistemas para operadores de telefonía móvil. Por ahora,
solo cinco: dos empresas chinas (Huawei y ZTE), una coreana (Samsung),
una finlandesa (Nokia), y una sueca (Ericsson); ninguna estadounidense.
El segundo desafío es que la instalación de equipamiento 5G en los
países requiere una costosísima extensión masiva de fibra óptica, y
muchos países como los europeos, con sus finanzas maltrechas, tienen
problemas para asumir esos costes.
Aquí es donde entra China, y
Huawei, un gigante económico que vende tantos teléfonos como Apple y
genera tantos ingresos como Microsoft. Como muchos países quieren
implantar sistemas de prueba 5G para una posterior expansión definitiva a
partir de 2020, Huawei les está ofreciendo construir e instalar esas
redes a precios imbatibles. México, Filipinas, Arabia Saudí y otros
europeos como Portugal, Italia o el Reino Unido países han anunciado
acuerdos para utilizar equipos de Huawei en sus redes 5G, lo que podría
suponer la adopción masiva del estándar tecnológico chino.
¿Cuál es el problema? La confianza.
Aunque Huawei es una empresa privada, Estados Unidos sostiene que tiene
fuertes vínculos con las agencias militares y de inteligencia de China
–algo que Huawei niega–. Estados Unidos no tiene actualmente ningún
proveedor nacional de tecnología 5G (Qualcomm sería el candidato más
probable, pero va muy atrasado), por lo que ha de importar gran parte de
sus equipos, y se hace la pregunta siguiente: aunque Huawei o ZTE no
estén ahora pasando información al gobierno chino, ¿podrían negarse si
este se lo exigiera? El gobierno estadounidense cree que no, y por eso
–y porque quiere evitar la primacía industrial china–, ha decidido
prohibir el uso de la tecnología de Huawei en sistemas de telefonía
nacionales.
Y no solo eso, sino que está presionando activamente a
otros países a hacer lo mismo. Por el momento se ha centrado en los
países de la Alianza Five Eyes (“cinco ojos”), con los que comparte información de inteligencia:
Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Reino Unido. Los dos primeros ya han
vetado a Huawei, y Canadá lleva visos de hacerlo. El problema es Reino
Unido, que ha decidido ir por libre: la filtración del ministro de
Defensa fue grave es, sobre todo, porque desveló la intención del Reino
Unido de autorizar finalmente el desarrollo por Huawei de la red
británica de 5G –aunque limitando su aportación tecnológica a
componentes no esenciales (non-core)–, traicionando así la
recomendación de sus socios de inteligencia. ¿El motivo? No descarten
que la necesidad del Reino Unido de lograr un buen acuerdo comercial con
China tras el brexit –y el hecho de que las negociaciones estén actualmente estancadas– tenga mucho que ver con la postura británica.
Que
Estados Unidos va en serio lo prueba la detención en Canadá y posterior
solicitud de extradición a Estados Unidos de la vicepresidenta y
probable heredera de Huawei, Meng Wanzhou –acusada de saltarse las
sanciones contra Irán–. La detención –otra casualidad– se produjo el
mismo día que Trump cenaba con el presidente Xi en Buenos Aires durante
la cumbre del G20. También se han impuesto sanciones contra la otra
empresa china, ZTE, por el mismo motivo.
¿Es un riesgo la
tecnología de Huawei? Es difícil decirlo, pero hay que tener en cuenta
que la complejidad del 5G exige actualizaciones semanales de seguridad
(parches) para el software de los equipos, lo que hace imposible
verificar todas las actualizaciones antes de su implementación. Aunque
evitarla por completo será difícil: de todas las patentes 5G, las empresas chinas tienen más de un tercio (solo Huawei, más de un 15%).
La Unión Europea,
mientras tanto, parece despistada. Por un lado, la guerra contra Huawei
puede hacer resucitar a Nokia y a Ericsson –en tecnología, auge y caída
son siempre reversibles–, que están ya firmando numerosos memorandos de
entendimiento con operadores estadounidenses; por otro, Vodafone acaba
de anunciar la existencia de un backdoor
en el software de los equipos de Huawei destinados a Italia. En
cualquier caso, el problema es la ausencia de una estrategia común
europea frente a la tecnología china y sus riesgos. Por el momento, la
Unión Europea, como tal, no tiene una tecnología 5G propia, sino dos
empresas europeas que compiten entre sí contra otra china cuya cifra de
negocios dobla a la suma de ambas.
¿Qué lecciones puede
aprender la UE de esta guerra? A mi juicio, tres. En primer lugar, que
hay que evitar que la ventaja de contar con dos proveedores de
tecnología 5G europeos se transforme en una pelea entre ellos en
beneficio de un tercero extracomunitario. La necesidad de un “campeón
europeo” en el ámbito del 5G podría estar justificada por dos motivos
que no se daban en el caso de la alta velocidad ferroviaria:
porque aquí China ya está compitiendo en Europa y amenaza con una
peligrosa posición de dominio, y porque la seguridad de las
telecomunicaciones es un bien público que no conviene arriesgar.
La
segunda lección es sobre el papel del Estado en el desarrollo de las
nuevas tecnologías. Cuando las empresas privadas han de enfrentarse a
elevados costes de infraestructura para poder prestar un servicio, al
final uno o dos gigantes terminan dominando el mercado. EEUU es un buen
ejemplo: si va con tanto retraso
en Internet de alta velocidad, es porque solo hay dos grandes empresas
que han podido instalar su propio cableado y se reparten el mercado como
un confortable duopolio (según la FCC, un 75% de los estadounidenses solo tienen un proveedor, como mucho, para velocidades superiores a 25 Mbps).
La
última lección es quizás la más importante: la guerra del 5G es la
constatación de que el futuro de la economía mundial se juega en un
terreno en el que la Unión Europea va muy rezagada y no tiene una
política clara y común: el del desarrollo tecnológico. Las cifras de
plataformas tecnológicas, patentes, startups, inversión en
inteligencia artificial o robots muestran a una vieja Europa a años luz
de Estados Unidos y China. Y eso es un grave error: en el siglo XXI, la unidad europea
y el diseño de políticas estratégicas comunes en materia de tecnología
no es una cuestión de preferencias: es una cuestión de supervivencia.
La Unión Europea,
mientras tanto, parece despistada. Por un lado, la guerra contra Huawei
puede hacer resucitar a Nokia y a Ericsson –en tecnología, auge y caída
son siempre reversibles–, que están ya firmando numerosos memorandos de
entendimiento con operadores estadounidenses; por otro, Vodafone acaba
de anunciar la existencia de un backdoor
en el software de los equipos de Huawei destinados a Italia. En
cualquier caso, el problema es la ausencia de una estrategia común
europea frente a la tecnología china y sus riesgos. Por el momento, la
Unión Europea, como tal, no tiene una tecnología 5G propia, sino dos
empresas europeas que compiten entre sí contra otra china cuya cifra de
negocios dobla a la suma de ambas.
¿Qué lecciones puede
aprender la UE de esta guerra? A mi juicio, tres. En primer lugar, que
hay que evitar que la ventaja de contar con dos proveedores de
tecnología 5G europeos se transforme en una pelea entre ellos en
beneficio de un tercero extracomunitario. La necesidad de un “campeón
europeo” en el ámbito del 5G podría estar justificada por dos motivos
que no se daban en el caso de la alta velocidad ferroviaria:
porque aquí China ya está compitiendo en Europa y amenaza con una
peligrosa posición de dominio, y porque la seguridad de las
telecomunicaciones es un bien público que no conviene arriesgar.
La
segunda lección es sobre el papel del Estado en el desarrollo de las
nuevas tecnologías. Cuando las empresas privadas han de enfrentarse a
elevados costes de infraestructura para poder prestar un servicio, al
final uno o dos gigantes terminan dominando el mercado. EEUU es un buen
ejemplo: si va con tanto retraso
en Internet de alta velocidad, es porque solo hay dos grandes empresas
que han podido instalar su propio cableado y se reparten el mercado como
un confortable duopolio (según la FCC, un 75% de los estadounidenses solo tienen un proveedor, como mucho, para velocidades superiores a 25 Mbps).
La
última lección es quizás la más importante: la guerra del 5G es la
constatación de que el futuro de la economía mundial se juega en un
terreno en el que la Unión Europea va muy rezagada y no tiene una
política clara y común: el del desarrollo tecnológico. Las cifras de
plataformas tecnológicas, patentes, startups, inversión en
inteligencia artificial o robots muestran a una vieja Europa a años luz
de Estados Unidos y China. Y eso es un grave error: en el siglo XXI, la unidad europea
y el diseño de políticas estratégicas comunes en materia de tecnología
no es una cuestión de preferencias: es una cuestión de supervivencia.
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