Corea del Norte: comandos paramilitares en Madrid
TopoExpress
16.03.2019
Nota edición: Un comando paramilitar de la
CIA de diez hombres encapuchados y armados asaltó la embajada de la
República Popular Democrática de Corea en Madrid. Con esta grave acción
EE.UU. ha violado la soberanía española y la Convención de Viena de
1961.
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Como si el poder imperial
norteamericano quisiera recordar los límites de la libertad en España y
en la Unión Europea, resaltar la vulnerabilidad de las legaciones
diplomáticas en España, y señalar ante el mundo su abierto desprecio del
derecho internacional, un comando paramilitar de la CIA, compuesto por
diez hombres encapuchados y armados, asaltó el 22 de febrero pasado la
embajada de la República Popular Democrática de Corea en Madrid.
El
comando paramilitar norteamericano actuó con suma rapidez: se apoderó
de todo el recinto de la embajada norcoreana, tomó como rehenes a los
diplomáticos y empleados presentes, los ataron y les pusieron bolsas de
plástico en la cabeza (como hicieron sus militares y mercenarios
asesinos en los peores días de las torturas en Iraq, o como hacían los
matarifes de las orgías de sangre en la Argentina de Videla), con el
propósito de aterrorizarlos: una bolsa de plástico en la cabeza impide
respirar. Después, empezaron a golpear y a torturar a los prisioneros,
interrogándolos para obtener información, con la tácita amenaza de
asesinar a quien se resistiese: los rehenes no podían pensar otra cosa, a
la vista del feroz asalto a la embajada, donde los paramilitares
permanecieron durante varias horas.
Estados Unidos, al igual que
hace en muchos escenarios internacionales, actúa, de nuevo, como un
Estado delincuente, violando el derecho internacional, despreciando la
inviolabilidad diplomática de la embajada norcoreana, asaltando las
oficinas consulares de otro país en la capital de uno de los miembros de
la Unión Europea. Como delincuentes y ladrones furtivos, el grupo de
paramilitares de la CIA maltrató y torturó a diplomáticos y empleados,
añadiendo a la flagrante violación de cualquier norma civilizada de
relación entre países, el robo de ordenadores y teléfonos móviles, con
el evidente propósito de sustraer información, documentos, contactos y
relaciones de la embajada norcoreana, sin duda para preparar posteriores
acciones delictivas. Con esta acción, de una enorme gravedad, el
gobierno norteamericano ha violado la Convención de Viena de 1961, cuyos
pormenores obligan a todos los países, como si desconociese que ni
siquiera en tiempo de guerra puede violarse un recinto diplomático. Esa
agresión paramilitar y la actuación delictiva de Estados Unidos se
iluminan a la luz de las negociaciones nucleares entre Washington y
Pyongyang: la delegación norcoreana está dirigida por Kim Hyok Chol, el
último embajador de la República Popular Democrática de Corea en España y
responsable de la legación asaltada por la CIA hasta su expulsión de
España. También, por la pretensión norteamericana, que se hizo patente
en la fracasada cita de Hanoi entre el presidente Trump y el mariscal
Kim Jong-un, de imponer condiciones sin atender a la seguridad de otros
países, recurriendo al chantaje, la imposición, el robo y la violación
del derecho internacional.
Ante la extrema gravedad de los hechos
y la acumulación de indicios que apuntaban a la autoría de los
servicios secretos norteamericanos, las primeras investigaciones de la
policía española le llevaron a pedir explicaciones por el asalto a la
estación de la CIA en Madrid. Los responsables de la agencia
norteamericana negaron su participación en el ataque, aunque la policía
española, ante las evidencias reunidas, consideró poco convincente su
negativa. Con la soberbia habitual de los servicios secretos
norteamericanos y la convicción de su impunidad, seguros de que ni la
policía ni el gobierno español se atreverán a exigir responsabilidades
y, mucho menos, a detener a los integrantes del comando paramilitar, la
estación de la CIA en Madrid se comporta como un grupo de malhechores y
criminales, recurriendo a la mentira, mostrando la feroz hipocresía con
que Estados Unidos procede incluso con países que, como España,
considera aliados.
No es la primera agresión norteamericana, ni
será la última: Estados Unidos, ignorando su obligación de informar y
solicitar autorización para realizar cualquier actividad de hombres
armados en España, ha pisoteado la soberanía española e insultado
gravemente al pueblo español. Esa misma embajada norteamericana exigió
que el gobierno español expulsase al embajador norcoreano de España,
demanda que el gabinete de Mariano Rajoy cumplió, en septiembre de 2017,
expulsando al embajador Kim Hyok Chol. Hace apenas un mes, el gobierno
de Trump hizo un grosero chantaje al gobierno de Pedro Sánchez para que
España apoyase el intento de golpe de Estado en Venezuela, forzándole a
reconocer a Juan Guaidó como presidente venezolano, mientras sigue
agrediendo al país y prepara una intervención militar encubierta.
Un ataque paramilitar de esas características tiene pocos precedentes
en Europa, y es obvio que esa acción criminal no se hizo con
desconocimiento de la embajada norteamericana en España, circunstancia
que hace inexcusable que el gobierno español exija explicaciones
oficiales a Estados Unidos, llamando a consultas al embajador español en
Washington, y expulsando al embajador norteamericano en España,
responsable último en nuestro país de los delitos cometidos por el
comando paramilitar de la CIA. Estados Unidos ha violado la soberanía
nacional española, ha sido capaz de lanzar un grupo paramilitar armado
de delincuentes sin ninguna autorización a asaltar una embajada, y ha
quebrantado gravemente las leyes y el territorio de un país, España, que
no puede, ni debe, aceptar esa vergüenza.
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