Los contornos de una nueva República y las huellas del pasado
Cómo entender la Plaza Taksim
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Kerem Öksem
Jadaliyya.org
Rebelion
13.06.2013
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Mucho se está escribiendo sobre las protestas que vienen desarrollándose en Estambul y Turquía desde que activistas defensores del medio ambiente ocuparon inicialmente, el 28 de mayo, el Parque Gezi. En un intento por encontrarle sentido a los masivos disturbios sobrevenidos, han ido apareciendo diversos marcos de explicación: El primero del que se echó mano fue del prisma de la “República Tahrir ” y la “Primavera Árabe”, asimismo surgieron referencias a los “Indignados” de España y a los “Aganaktismenoi” de Grecia y también, cada vez más, al movimiento Ocupa. El levantamiento turco tiene muchos rasgos comunes con esos movimientos, sobre todo en su preocupación por los excesos de la reestructuración neoliberal y por las dinámicas del consiguiente activismo de base. Sin embargo, ninguno de esos marcos explica por qué esas protestas pudieron estallar a tan gran escala bajo las condiciones de un rápido crecimiento económico, de una reducción de las tasas de desempleo y de la pobreza urbana ni tampoco aclara el amplio espectro de los manifestantes. Tampoco nos ayudan a entender por qué las clases medias acomodadas fueron, y siguen siendo, la principal fuerza impulsora de las protestas. Como la Plaza Taksim está tomada por los manifestantes y como las batallas se propagan por todo el país, es un buen momento para echar una mirada atrás y volver al atormentado pasado de Turquía y a su historia de luchas sociales y simbolismos políticos a fin de poder hallar las respuestas. Este ensayo se basa en las perspectivas que ofrecí por vez primera en mi libro “Angry Nation: Turkey since 1989” (Zed Books, London 2011), así como a una serie de artículos publicados en OpenDemocracy (“From Tahrir to Taksim” y “End of Islamism With a Human Face”) y en MERIP (“Return of the Turkish State of Exception”).
El telón de fondo histórico de la Turquía moderna
A partir de las ruinas de un imperio, la violencia y el sufrimiento conformaron el paisaje político y moral de Turquía, desde el genocidio armenio y el desarraigo forzoso de las comunidades musulmanas en los Balcanes y su huida a Turquía a la destrucción de los pueblos no musulmanes. La República de 1923 constituyó un intento de romper con ese pasado y crear una identidad y narrativa histórica que negaran todos esos sucesos. Fue una república basada en una visión nacionalista y excluyente del mundo, pero sirvió para crear una clase media turco-musulmana moldeada a imagen cultural de sus contemporáneos europeos, forjando una fuerte identidad nacional basada en el culto a la personalidad alrededor de su principal dirigente, Mustafa Kemal Atatürk.
Gran parte de la historia del país estuvo dominada por la opresión y la explotación. El lugar de Turquía en el orden mundial internacional ha ayudado a sus clases hegemónicas a mantener su control sobre el poder. Como fue un Estado-frente durante la Guerra Fría, se desarrolló un modelo de tutelaje burocrático-militar que aseguró la permanencia de un sistema político híbrido donde de forma regular se celebraban elecciones que colocaban políticos en el poder, que, en última instancia, tenían sólo una potestad limitada al margen de la esfera económica. Este sistema permitió la progresiva inclusión económica no sólo de las elites urbanas sino también de los emigrantes del campo, quienes, a partir de la década de 1950, fueron trasladándose a las ciudades cada vez más desarrolladas del oeste de Turquía. Sin embargo, rara vez llegó a cuestionarse la hegemonía cultural de las elites que fundaron el Estado. A pesar de este aspecto integrador del sistema político turco, las comunidades étnico-religiosas, desde los kurdos a las heterodoxas comunidades alauíes y a los no musulmanes, fueron obligadas a asimilarse, conjuntamente con una serie de políticas de desposesión y pogromos patrocinados por el Estado. A lo largo de diversas oleadas de violencia, se limpiaron barriadas enteras de Estambul de vecinos griegos y armenios, siendo los sucesos más vergonzosos los acontecidos durante el 6-7 de septiembre de 1955, conocidos también en griego como Septemvriana. En efecto, casi todas las áreas de alrededor de Taksim, ahora objeto de renovación y “regeneración urbana” como residencias de lujo en el centro de la ciudad, les habían sido ya expropiadas a sus propietarios originales en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Es uno de esos giros irónicos de la historia que algunos miembros de las prósperas clases medias, que están ahora comprando esos pisos de lujo, puedan descubrir que sus abuelos fueron quienes se beneficiaron de los primeros desahucios contra las comunidades que no eran musulmanas.
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A pesar del control hegemónico de este sistema político-económico sobre la sociedad, existía oposición. Durante las décadas de los sesenta y los setenta adoptó un enfoque socialista revolucionario. Los sucesos del “mayo sangriento” de 1977 constituyeron un punto de inflexión simbólico. El primero de mayo, francotiradores no identificados dispararon y mataron a 34 manifestantes en la Plaza Taksim. La violencia política entre los grupos socialistas y los grupos fascistas a favor del gobierno se escapó de todo control y Turquía estuvo más cerca que nunca de una guerra civil. En los años que llevaron al golpe militar de 1980, miles de activistas, personajes públicos y ciudadanos murieron asesinados por facciones rivales, lanzadas las unas contra las otras por lo que hoy conocemos como Estado profundo, el centro real de poder en Turquía en aquellos momentos. Fue una política de divide y vencerás que enfrentó a un grupo contra otro e hizo de todo ello un instrumento al servicio del mantenimiento del poder del régimen. Sin embargo, y a pesar de la violencia, fue en esos años cuando surgió la sociedad civil turca, cuando el sindicalismo se convirtió en el telón de fondo de la aparición de una clase trabajadora autosuficiente, cuando los kurdos empezaron a organizarse democráticamente y a exigir sus derechos, y cuando la sociedad, aunque polarizada, se politizó en grado sumo y fue consciente de la explotación capitalista.
El golpe militar de 1980 y la guerra kurda
La intervención militar de 1980 destruyó todo eso, aunque creó los cimientos del renacimiento neoliberal de Turquía. La desintegración casi total de los sindicatos y los recortes masivos de los derechos de los trabajadores eliminaron la fuerza de trabajo organizada como factor político. Se prohibieron todos los anteriores partidos y el sistema político se reorganizó alrededor de partidos vacíos totalmente controlados por los gobernantes militares. Una nueva constitución, redactada por juristas pro-militares aseguró que se restringieran fuertemente los derechos humanos e individuales. Y a fin de aplastar cualquier movilización socialista, el ejército dictó el retorno al conservadurismo religioso. La síntesis islamo-turca, una complicada mezcla ideológica entre nacionalismo racista y conservadurismo islámico, sustituyó al nacionalismo laico de la república kemalista. A lo largo de los años ochenta, el lento ascenso del islam político y de las nuevas clases medias conservadoras le debe mucho a ese respaldo inicial del ejército. Otra política de los militares, la brutal opresión de cualquier síntoma de demanda de los derechos de los kurdos creó las condiciones para la aparición del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PTK) y para la guerra kurda, en la cual la geografía cultural de las provincias kurdas y el patrimonio histórico de sus ciudades quedaron prácticamente destruidos.
El dirigente político más importante de esos años, el Primer Ministro y después Presidente, Turgut Özal, fue en una gran parte un producto de ese entorno ideológico, pero fue capaz de modificarlo a favor de una visión más global de valores liberales, intentando negociar a nivel personal con los líderes kurdos el fin de la guerra en el Kurdistán. No han podido aclararse del todo las causas de su muerte en 1993. Una vez quitado de en medio Özal, la década de 1990 fue testigo de una brutal guerra de desgaste en las provincias kurdas. Hubo más de 40.000 muertos, más de mil pueblos quemados y evacuados, provocándose una oleada de refugiados desde las provincias kurdas hacia las ciudades y hacia el oeste del país. Esta segunda oleada de emigración (forzosa) cambió de forma significativa la configuración étnica del oeste de Turquía. Aunque la mayor parte de los refugiados kurdos terminaron en barrios de chabolas en los alrededores de ciudades como Estambul, Ankara, Izmir, Adana y Mersin, muchos de ellos empezaron a prosperar económicamente y también, de forma creciente, a nivel académico, conformando una clase media e intelligentsia kurdas moldeadas por esa experiencia de terror y brutalidad de Estado. En el resto del país, las familias vieron la misma guerra a través del prisma de sus niños muertos e inválidos, muchos de ellos profundamente traumatizados y destrozados. Su dolor fue explotado por grupos de la extrema derecha que aprovecharon para crear un sentimiento antikurdo muy extendido, especialmente en las provincias occidentales y del Mar Egeo.
La década perdida de 1990 y el terremoto de Marmara
Gobiernos de coalición sin poder real, una grave crisis económica, la captura del líder del PTK Abdullah Öcalan y un devastador terremoto en Estambul y la región de Marmara salpicaron los años plagados de violencia de la década iniciada en 1990. Una intervención militar no violenta en 1997 produjo la exclusión de los musulmanes conservadores de los puestos de poder, mientras a las estudiantes que llevaban pañuelo en la cabeza se las culpaba de ser el enemigo simbólico. Miles de ellas fueron sometidas a tortura psicológica y excluidas de la educación universitaria. Sin embargo, justo en aquel momento, cuando el sistema político turco estaba a punto de perecer en la ciénaga de la corrupción, la política del Estado profundo, la exclusión del laicismo y la violencia desenfrenada, un desastre natural en la región más poblada e industrializada del país, Marmara, sacudió Turquía. El terremoto, en el que probablemente murieron más de 30.000 personas, provocó una corriente sin precedentes de compasión, solidaridad y acción social colectiva en ayuda de los supervivientes. Con la destrucción de decenas de miles de hogares, un modelo urbano basado exclusivamente en la renta quedó hecho añicos y lo mismo ocurrió con la clase política que había permitido su desarrollo. La respuesta internacional hizo que se viniera abajo la narrativa de que Turquía estaba rodeada de enemigos y que los turcos sólo podían confiar en ellos mismos. Las semillas de la solidaridad y de la acción colectiva autorregulada se habían sembrado ya y las decenas de miles de personas que corrieron al lugar de la tragedia para ayudar no han olvidado el poder que tuvieron frente a la impotencia de las vacilantes agencias estatales y de los políticos pendencieros.
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