martes, 14 de octubre de 2025

Del genocidio y la paz

 

La palabra paz llena las bocas de los genocidas y sus cómplices mientras seguían cayendo bombas sobre Palestina. A la fanática pro-sionista Corina le han dado el Nobel de la Paz, regateando a otro “pacifista” nato: Trump. Reír para no llorar.


TOPOEXPRESS

Del genocidio y la paz

Alfons Cervera

El Viejo Topo

14 octubre, 2025 



Dicen que se ha firmado la paz y nadie sabe si seguirán cayendo bombas sobre Gaza. Después de dos años de genocidio, ¿quién se fía de Trump y Netanyahu? Cuando escucho la palabra paz me acuerdo de los aviones que puso en marcha Pinochet contra Salvador Allende y el Chile democrático. Los pagó EEUU y a su secretario de Estado, Henry Kissinger, le dieron el premio Nobel de la Paz. Este año pensábamos que se lo darían a Trump. No nos hubiera extrañado. Se lo ha llevado María Corina Machado, la opositora a Nicolás Maduro en Venezuela. Tampoco nos extraña.

No sé si queda ahora mismo algo que se parezca ni remotamente a Gaza. A sus casas. A sus calles. A cómo vivía la gente antes de la venganza nazi de Israel sobre el pueblo palestino. Siempre estuvo encima la amenaza. Pero desde hace dos años esa amenaza no ha dejado en pie ni las colas del hambre llagadas por la desesperación. Los matarifes se erigirán ahora en la estrella de los nuevos tiempos. El teatro del horror y del cinismo abre sus puertas con el cartel de la pacificación para que sigan organizando el futuro en la franja de Gaza los que han hecho trizas su presente. Y los de siempre nunca se cansan de poner un cerco de miedo a la esperanza. Lo que dijo Trump hace unos días: si no se aceptaba su plan de paz, se desataría un infierno en Palestina. No sé si alguna vez pudimos creer aquí y allá en el infinito de las cosas. No lo sé, pero sé que ahora, como escribía Mario Benedetti hace mucho tiempo, ese infinito “se ha encogido peligrosamente”. Apenas caben en ese infinito las miradas que suplican el cese de la destrucción, que preguntan –nos preguntan– por qué siguen cayendo bombas si ya no queda nada por bombardear, que no entienden por qué las cacerolas están llenas de metralla en vez de algo de comida para aliviar el hambre.

La obscena impunidad del matarife. De los dos matarifes. De los tres matarifes: Netanyahu, Trump y el resto del mundo. Vaya Europa que tenemos, ¿no? Vaya Europa. Darnos cuenta tantos años después de que es una Europa como una cagadita de mosca en el mapa del poderío universal. Tanta gente viviendo ricamente de esa Europa y qué poca vida le están concediendo sus burócratas al pueblo palestino. Ninguna vida. Sólo esperar a que un fascista que se cree emperador dicte las consignas, a que se desangre cada día más el alma palestina, a que no quede una casa entera en la tierra masacrada, a que los hospitales y el periodismo sean para el ejército israelí un objetivo de primera clase, a que la mirada de un niño o una niña ya no tenga un horizonte ilimitado sino la más cercana, triste y viva fotografía del horror. La impunidad del matarife disfrazada de un ofrecimiento de paz que por la catadura moral de sus impulsores ya no se cree nadie.

Se conmemora estos días el segundo aniversario del atentado terrorista de Hamas en Israel. La memoria de las víctimas. Tan necesaria siempre en todas partes. Supimos desde el primer día que esas víctimas se multiplicarían por decenas de miles en territorio palestino. Ya van llegando, si no lo han hecho todavía las víctimas mortales, a las setenta mil. Y más de cien mil heridos redondean las cifras del terror. Conocemos de sobra a los genocidas que han ido surgiendo de los escondrijos de la historia. Y lo malo no son sólo ellos, esos genocidas, sino quienes los apoyan como si fueran cómplices, como si fueran uno de los suyos. Seguramente lo son. Suenan en este aniversario palabras que nombran la paz como algo que ya está madurado, a punto de caramelo, apenas a un paso de la inmediata detención de los bombardeos sobre Gaza. Ojalá fuera verdad lo que dicen, pero a estas alturas de la destrucción ya nadie se lo cree.

La palabra paz llena las bocas de los genocidas y sus cómplices mientras hasta ayer mismo (no sé si hasta este mismo domingo) seguían cayendo bombas sobre Palestina. Recuerdo Spanish Bombs, la canción de los Clash sobre las bombas que caían cuando la guerra de España. La poesía que surge de los campos de batalla. Pienso en Miguel Hernández, sí, también pienso en el poeta del pueblo y comunista. La canción de Joe Strummer y su inolvidable grupo musical que veía cómo las colinas de la guerra en España se llenaban simbólicamente de ruiseñores. Los ruiseñores de la dignidad republicana. Tanta muerte, entonces. Luego, entre nosotros, otro genocida. Cantar a la esperanza en una canción: la que le están robando a Palestina los matarifes de la historia. La paz no es lo mismo que la victoria. Y esta paz huele a victoria de los genocidas. Ya lo dije antes: ojalá que no, pero suena a burlón repartimiento del botín de guerra. Ojalá que no. Cómo me gustaría equivocarme.

Las flotillas de solidaridad y las calles llenas de gente gritando por la paz siguen llevando a Gaza esa esperanza que las bombas del genocida Netanyahu niegan al pueblo palestino. Me niego a no verlo sentado algún día en el banquillo de los criminales de guerra. Y me llena de rabia y de tristeza que la palabra genocidio no se pronuncie antes de la palabra paz. Porque es muy difícil que quien se niega a hablar del genocidio de Israel sobre Palestina quiera de verdad la paz. No me lo creo, ¿vale? No me lo creo.

Fuente: Diario Levante

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