martes, 13 de octubre de 2020

¿Nos rebelamos o nos partimos el pecho en el ruego de la nueva oración que impone la nueva normalidad del yo pecador, quita o hazme lo que quieras, que no me cantearé porque tengo mucho miedo. Gracias te damos por lo que nos has robado y hecho hoy. Mas no sea mi voluntad sino la de la señora Botin y mañana más, y que te estamos muy agradecidos, que lo sepas y Amén? A elegir, que estamos en una democracia y cada uno puede elegir lo que quiera de esas dos cosas.

 

Peter Burke: «La estrategia del miedo para evitar la revuelta es una constante histórica»

Entrevista 



Peter Burke

 

Paco Cerdá

Sociología Crítica

20.11.2013

 

Catedrático emérito de Historia cultural de la Universidad de Cambridge y especialista en historia cultural moderna, Peter Burke (Londres, 1937) analiza la situación actual y asegura que tiene semejanzas con la crisis de 1929, pero también diferencias “en la respuesta de los políticos”.

 

-Sostiene que la Historia no puede escribirse de forma objetiva. ¿Por qué?

-¡Porque somos humanos! Y como humanos, tenemos unas actitudes y valores que nos condicionan. Eso puede observarse de forma cotidiana. Si tres personas presencian el mismo hecho, tendrán versiones distintas del mismo. Así pues, a lo más que podemos aspirar es a tratar de ser justos. Además, el esfuerzo de objetividad máxima implica sacrificar ciertas cosas, como la claridad. Evitar el punto de vista del historiador para ser lo más imparcial posible produce, en ocasiones, un relato difícil de entender.

-¿Quiénes serán los ganadores de la Historia actual y cómo la contarán a la siguiente generación?

-Es más fácil valorar eso en una guerra que en la política. Pero se puede apreciar que el cambio en el equilibrio de poderes con el ascenso de China y la creciente presencia de la voz de los musulmanes tendrá su correlación en la versión de la Historia que se escriba. Además, podemos predecir que en la cuestión medioambiental todos seremos perdedores.

-¿Qué grandes manipulaciones de la Historia sigue sufriendo hoy la población?

-¡Hay tantas?! Una de ellas es el uso de un doble lenguaje con el que cada bando narra un conflicto. Cuando alguien pone una bomba, si son los otros, son ‘terroristas’; si son los nuestros, son una ‘guerrilla urbana’ u otro término menos duro. Además, todos distorsionamos nuestro propio recuerdo del pasado. Tendemos a mitologizar el pasado. Es como la entropía de la naturaleza: podemos detectarla, pero no escapar de ella.

-El olvido de la gente común y corriente, eclipsada por los grandes personajes y las grandes gestas, es una lacra de la Historia. ¿Hay que reivindicar al hombre normal?

-La mayor revolución historiográfica en los últimos doscientos años ha sido la inclusión en la Historia de las personas ordinarias y de todas las actividades humanas, y no solo la guerra y la política. Hay que recordar que en la famosa expedición por África, David Livingstone no iba solo, sino que formaba parte de una expedición más amplia. Ese enfoque es una revolución.

-En la actual crisis económica y su repercusión en los más pobres, ¿qué grandes pautas observa que hayan servido en otros periodos?

-Hay semejanzas con la crisis de 1929, pero también diferencias en la respuesta de los políticos.

-Me refería a la gestión política. ¿Tal vez la estrategia de infundir miedo a la población para que no se rebele?

-Sí, la estrategia del miedo para evitar la revuelta es una constante en la historia de la humanidad. Pero me interesa más, como constante histórica, la teoría de por qué la gente se rebela. Las primeras teorías afirmaban que la población se rebela cuando las cosas van a peor. Por ejemplo: sube el precio del grano y estalla la Revolución Francesa. Sin embargo, tanto los historiadores como los teóricos sociales han subrayado, más recientemente, que las rebeliones se asocian a la ruptura de las expectativas crecientes. Cuando las cosas dejan de ir a mejor y se habían creado grandes expectativas, es cuando la gente se siente más insatisfecha. Más todavía que si las cosas van a peor de forma lenta y progresiva. Por tanto, las expectativas defraudadas son el contexto más propicio para que estallen las revueltas. Eso significa que el momento más peligroso para un Gobierno es cuando aplica reformas que no contentan a la población, porque la gente quiere otro tipo de reformas o a otro ritmo.

-Expectativas frustradas y reformas criticadas por la población. Está describiendo España. ¿Augura aquí una revuelta?

-No conozco suficiente el clima de la opinión pública española como para hacer vaticinios. Pero la teoría de las generaciones explica un hecho de España: hace cuarenta años hubo una generación que creyó que la Transición era buena y se movió al grito de ‘nunca más una Guerra Civil’. Ese consenso se ha roto. La generación en el poder se arriesga más en su relación con el pasado.

-Una parte de España se niega a recuperar la memoria histórica del franquismo para no reabrir heridas. ¿Es eso justificable?

-La reconciliación es importante y no se puede luchar la misma Guerra Civil generación tras generación. Pero entiendo que eso es más fácil de decir para un británico desde la distancia que para un español.

-En un mundo obsesionado por el futuro y las tecnologías, ¿por qué hay una búsqueda de los orígenes y las raíces?

-Son dos fenómenos ligados. En los últimos 200 años hemos vivido un proceso de aceleración de la Historia. La gente tiene la sensación de haber perdido sus raíces y de sentirse desorientada. Y el tipo de pasado que la gente quiere conocer es el pasado que ha vivido o que le han contado en su casa.

-Usted ha afirmado que hay tres obstáculos a la democratización del conocimiento: los intereses de las grandes compañías, la censura de los gobiernos y el aislamiento de los expertos. ¿Cuál le preocupa más?

-En la actualidad, el más peligroso es la censura gubernamental.

-¿Por qué sigue siendo útil?

-Ningún Gobierno puede operar sin secretos. Todo Gobierno aspira a silenciar a las personas que quieren revelar esos secretos, y los casos de Wikileaks y Snowden son paradigmáticos. En un mundo ideal podría existir una transparencia completa y no tendría sentido la existencia de servicios secretos. Pero en el mundo real, a ningún Gobierno se le ocurriría suprimir su espionaje.

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