Miedo, seguridad y resistencias: el miedo como
articulación política de la negatividad
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Óscar Useche Aldana / https://journals.openedition.org/polis/3893 / Recibido 08.03.08 Aceptado 28.03.08
Peur,
sécurité et résistances: la peur comme articulation politique de la négativité
Fear,
security and resistances: fear as political articulation of negativity
Resúmenes
El miedo es hoy uno de los elementos constitutivos
más poderosos de las relaciones sociales y de los procesos de producción de
subjetividades que buscan la homogenización y la desaparición de las
diferencias, así sea a costa de la liquidación de los diferentes. El miedo se
constituye en un operador de los territorios del poder para el control y la
contención del deseo de los ciudadanos y, las políticas que lo promueven, se
transforman y articulan a las nuevas modalidades de la guerra. La guerra
posmoderna se convierte en un estado de excepción ilimitado que cuestiona abiertamente
la vigencia de los derechos humanos y sociales, criminalizando no únicamente al
llamado enemigo armado, sino cualquier forma de resistencia social pacífica. El
escenario de los órdenes de la seguridad que se desprenden de la guerra puede
ser alterado desde la irrupción de proyectos existenciales singulares, que
rompan con la lógica amigo- enemigo. De eso se trata la resistencia pacífica
que se alza ante los enunciados del miedo.
El miedo como dispositivo de poder
La violencia contra las mujeres. El miedo a la mujer como
subjetividad patriarcal
Las formas de operar de los miedos
El miedo como operador de los territorios para el
control y la contención del deseo
El orden de la guerra y el miedo civil
El miedo y las regulaciones de la sociedad de
control
El paradigma de la seguridad y la acción policial
1El miedo es hoy uno de los elementos constitutivos más poderosos de las
relaciones sociales y de los procesos de producción de subjetividades. Los
profundos miedos individuales, arraigados en nuestro cerebro primitivo desde el
ser humano de las cavernas que apenas si sobrevivía a todas las catástrofes y
amenazas de la naturaleza que lo rodeaba, se han ido transformando en la
ep-Idemia de los miedos colectivos.
2Para los hombres y mujeres contemporáneos el miedo se vive como una
realidad cotidiana en cada uno de los espacios de reproducción social y se
representa como una ausencia de seguridad en cada instancia de una vida
vivida como una experiencia angustiosa.
§
1 Jaques Lacan. Entrevista. 1974. Citado por María H.
Cárdenas. “Los nombres de la angustia en el ma (...)
3La psicología se ha ocupado de buscar explicaciones a esta emoción
perturbadora que alguna vez ha tenido que ver con el comportamiento de todos
los humanos. Para la tradición lacaniana del psicoanálisis, la neurosis es el
miedo. A la pregunta sobre qué empuja a la gente a pedir ayuda, Lacan responde
que es “el miedo; cuando no comprende (la gente) lo que sucede, tiene miedo,
sufre por no comprender y poco a poco cae en la angustia”. Luego añade que la
angustia “es algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo pero de
nada, que el cuerpo –el espíritu incluido– puede motivar. En suma, el miedo del
miedo”1. Desde este punto de vista, el
miedo implica una posición subjetiva en tanto la angustia denota una entrada en
la subjetividad por la puerta del sufrimiento.
El miedo como dispositivo de poder
4El miedo es incertidumbre de lo porvenir que emplaza el imaginario de
una vida estable que se plasma como una subjetividad dominante y como oferta
suprema del capitalismo. La felicidad entendida como la seguridad de acceso a
todos los bienes y servicios; la certeza de que si el individuo se atiene al
pacto social, acepta las regulaciones y legitima el monopolio de la violencia
por el soberano, entonces recibirá a cambio protección y abrigo, según lo que
dicta el sentido común. Y para eso está el Estado, el que todos pagamos, al que
todos remozamos con nuestra obediencia y que, naturalmente, debe darnos
garantías colectivas ante nuestra vulnerabilidad individual.
§
2 Guiles Deléuze. “Lógica del Sentido”. Editorial Paidós.
Buenos Aires. 1989. Pág. 50
5La búsqueda de certidumbres como remedio para los miedos que asaltan
diariamente al individuo entonces no es algo ajeno a los dispositivos del
Poder. El miedo no es un fantasma que ronda a las personas y externo a las
relaciones en las cuales éstas se forman como sujetos. No es un fenómeno
atinente exclusivamente a la psique individual, aunque por supuesto la
atraviesa. El miedo se produce y se actualiza en el acontecimiento mismo del
ejercicio del poder. Es en los escenarios en los cuales se construyen
hegemonías y se destruyen sueños, en donde los imaginarios del común sentido
son sometidos a la prueba de las fuerzas reales que desgarran el sujeto y ponen
en evidencia que las certezas que le otorga su identidad de buen ciudadano (y
que por tanto le deberían otorgar todas las garantías) no son para nada un
camino unidireccional asegurado hacia un cada vez mayor bienestar, o una cada
vez más amurallada seguridad. Ya Deleúze lo había advertido: “Porque la
incertidumbre personal no es una duda exterior a lo que ocurre, sino una
estructura objetiva del acontecimiento mismo, en tanto que va siempre en dos
sentidos a la vez, y que descuartiza al sujeto según esta doble dirección. La
paradoja es primeramente lo que destruye al buen sentido como sentido único,
pero luego es lo que destruye el sentido común como asignación de identidades
fijas”2.
6Por una vía muy tortuosa los colombianos han entendido esta encrucijada
por la cual nada es seguro ni en la vida cotidiana, ni mucho menos en los
territorios de la guerra. Ha dejado de funcionar fluidamente el pacto
hobbesiano de obediencia a los poderes soberanos a cambio de protección. No
vale endosar libertades y aceptar restricción de los derechos. La amenaza sigue
ahí. Los poderes soberanos parecen afanados en mostrar capacidad para ofrecer
seguridad. La “seguridad democrática”, por ejemplo, se erigió en el centro de
la política del Gobierno de Uribe. Muchos ciudadanos manifestaron su complacencia
de que el Estado garantizara su movilidad en las carreteras asoladas por el
secuestro y el asalto armado y no tuvieron inconveniente en sumarse a caravanas
“seguras” franqueadas por tanques de guerra, tropas y helicópteros de combate.
Según el Estado y la opinión mayoritaria de los medios de comunicación esto
permitió volver a las certidumbres de que la producción y el comercio
capitalista eran factibles. En particular esto reactivaría el maltrecho sector
turístico.
7Lleno de paradojas está un cuadro como el descrito. Tal como lo señaló
un agudo analista de la prensa colombiana ¿Cómo puede ser seguro un
desplazamiento civil que requiere un despliegue militar de tal envergadura y
que convierte en objetivo militar al paseante? Si se toma distancia, y se despoja
de lecturas ideológicas, la situación más bien debería producir escalofríos.
Una sociedad que para garantizar el esparcimiento de algunos de los más
afortunados, y que tienen los recursos para costearse la molicie en un
balneario, deba emplear un operativo de guerra, está en el extremo de su propia
inseguridad. Pero la costosa y aterrorizante medicina contra el miedo produce
adhesiones políticas y no cesa de ser estimulada. El miedo, aplacado por miedos
aún más aplastantes, renueva el espejismo de que la incertidumbre será resuelta
avanzando en una sola dirección. En el alma de los sujetos esta identidad con
las políticas del miedo y que medran de él, producirá un alivio transitorio,
sólo hasta que una nueva experiencia de espanto actualice la incertidumbre y se
genere como nueva consecuencia un escalamiento de las adhesiones o rupturas con
el soberano.
8Sumada a las frustraciones del modo de ser en la sociedad actual en
donde la identidad que garantiza la inclusión en el sistema está definida por
el tener, en donde el abismo entre las ofertas del mercado y la capacidad de
compra se amplían día a día y, en fin, en donde la vida humana se siente
amenazada por tantos factores simultáneos, el miedo agudiza de manera
determinante el deterioro de los modos de convivencia y se traduce en una
degradación acelerada y generalizada del tratamiento de los conflictos entre
seres humanos. La opción por el camino de la agresión, de la violencia y de la
muerte como vía casi fatalmente aceptada, en donde el miedo y el permanente
nerviosismo del ciudadano asustado, cristaliza o se convierte en justificación
de enfermedades sociales del tamaño de la violencia intrafamiliar o de la
monstruosa violencia contra los niños y las mujeres, esta última convertida en
muchos lugares en auténticos feminicidios.
9La incapacidad para aceptar al otro, al diferente, que se expresa a
cada rato en actitudes de violencia, produce espacios en donde la afectación de
los cuerpos transita por emociones como el odio, la envidia y la venganza, y pone
en movimiento fuerzas brutales y polarizadas que se incorporan a las máquinas
de subjetivación que buscan la homogenización y la desaparición de las
diferencias, así sea a costa de la liquidación de los diferentes.
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