martes, 13 de octubre de 2020

Para combatir el miedo y no quedar atenazado entre sus múltiples redes, hay que empezar por saber qué es el miedo, cómo se fábrica y para qué. A las tres últimas cuestiones responde la publicación en cinco entregas del libro Óscar Ureche Aldana. Cosa que hace tiempo deberían de haber estado haciendo, cuando menos, las organizaciones políticas de izquierdas.

 

 

Miedo, seguridad y resistencias: el miedo como articulación política de la negatividad

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Óscar Useche Aldana / https://journals.openedition.org/polis/3893 / Recibido 08.03.08 Aceptado 28.03.08

Peur, sécurité et résistances: la peur comme articulation politique de la négativité

Fear, security and resistances: fear as political articulation of  negativity

 

Resúmenes

 

ESPAÑOL FRANÇAIS ENGLISH

 

El miedo es hoy uno de los elementos constitutivos más poderosos de las relaciones sociales y de los procesos de producción de subjetividades que buscan la homogenización y la desaparición de las diferencias, así sea a costa de la liquidación de los diferentes. El miedo se constituye en un operador de los territorios del poder para el control y la contención del deseo de los ciudadanos y, las políticas que lo promueven, se transforman y articulan a las nuevas modalidades de la guerra. La guerra posmoderna se convierte en un estado de excepción ilimitado que cuestiona abiertamente la vigencia de los derechos humanos y sociales, criminalizando no únicamente al llamado enemigo armado, sino cualquier forma de resistencia social pacífica. El escenario de los órdenes de la seguridad que se desprenden de la guerra puede ser alterado desde la irrupción de proyectos existenciales singulares, que rompan con la lógica amigo- enemigo. De eso se trata la resistencia pacífica que se alza ante los enunciados del miedo.

 

Introducción

El miedo como dispositivo de poder

La violencia contra las mujeres. El miedo a la mujer como subjetividad patriarcal

Las formas de operar de los miedos

El miedo como operador de los territorios para el control y la contención del deseo

El orden de la guerra y el miedo civil

 El miedo y las regulaciones de la sociedad de control

El paradigma de la seguridad y la acción policial

La vida resiste

 

Introducción

1El miedo es hoy uno de los elementos constitutivos más poderosos de las relaciones sociales y de los procesos de producción de subjetividades. Los profundos miedos individuales, arraigados en nuestro cerebro primitivo desde el ser humano de las cavernas que apenas si sobrevivía a todas las catástrofes y amenazas de la naturaleza que lo rodeaba, se han ido transformando en la ep-Idemia de los miedos colectivos.

2Para los hombres y mujeres contemporáneos el miedo se vive como una realidad cotidiana en cada uno de los espacios de reproducción social y se representa como una  ausencia de seguridad en cada instancia de una vida vivida como una experiencia angustiosa.

§  1  Jaques Lacan. Entrevista. 1974. Citado por María H. Cárdenas. “Los nombres de la angustia en el ma (...)

3La psicología se ha ocupado de buscar explicaciones a esta emoción perturbadora que alguna vez ha tenido que ver con el comportamiento de todos los humanos. Para la tradición lacaniana del psicoanálisis, la neurosis es el miedo. A la pregunta sobre qué empuja a la gente a pedir ayuda, Lacan responde que es “el miedo; cuando no comprende (la gente) lo que sucede, tiene miedo, sufre por no comprender y poco a poco cae en la angustia”. Luego añade que la angustia “es algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo pero de nada, que el cuerpo –el espíritu incluido– puede motivar. En suma, el miedo del miedo”1. Desde este punto de vista, el miedo implica una posición subjetiva en tanto la angustia denota una entrada en la subjetividad por la puerta del sufrimiento.

El miedo como dispositivo de poder

4El miedo es incertidumbre de lo porvenir que emplaza el imaginario de una vida estable que se plasma como una subjetividad dominante y como oferta suprema del capitalismo. La felicidad entendida como la seguridad de acceso a todos los bienes y servicios; la certeza de que si el individuo se atiene al pacto social, acepta las regulaciones y legitima el monopolio de la violencia por el soberano, entonces recibirá a cambio protección y abrigo, según lo que dicta el sentido común. Y para eso está el Estado, el que todos pagamos, al que todos remozamos con nuestra obediencia y que, naturalmente, debe darnos garantías colectivas ante nuestra vulnerabilidad individual.

§  2  Guiles Deléuze. “Lógica del Sentido”. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1989. Pág. 50

5La búsqueda de certidumbres como remedio para los miedos que asaltan diariamente al individuo entonces no es algo ajeno a los dispositivos del Poder. El miedo no es un fantasma que ronda a las personas y externo a las relaciones en las cuales éstas se forman como sujetos. No es un fenómeno atinente exclusivamente a la psique individual, aunque por supuesto la atraviesa. El miedo se produce y se actualiza en el acontecimiento mismo del ejercicio del poder. Es en los escenarios en los cuales se construyen hegemonías y se destruyen sueños, en donde los imaginarios del común sentido son sometidos a la prueba de las fuerzas reales que desgarran el sujeto y ponen en evidencia que las certezas que le otorga su identidad de buen ciudadano (y que por tanto le deberían otorgar todas las garantías) no son para nada un camino unidireccional asegurado hacia un cada vez mayor bienestar, o una cada vez más amurallada seguridad. Ya Deleúze lo había advertido:  “Porque la incertidumbre personal no es una duda exterior a lo que ocurre, sino una estructura objetiva del acontecimiento mismo, en tanto que va siempre en dos sentidos a la vez, y que descuartiza al sujeto según esta doble dirección. La paradoja es primeramente lo que destruye al buen sentido como sentido único, pero luego es lo que destruye el sentido común como asignación de identidades fijas”2.

6Por una vía muy tortuosa los colombianos han entendido esta encrucijada por la cual nada es seguro ni en la vida cotidiana, ni mucho menos en los territorios de la guerra. Ha dejado de funcionar fluidamente el pacto hobbesiano de obediencia a los poderes soberanos a cambio de protección. No vale endosar libertades y aceptar restricción de los derechos. La amenaza sigue ahí. Los poderes soberanos parecen afanados en mostrar capacidad para ofrecer seguridad. La “seguridad democrática”, por ejemplo, se erigió en el centro de la política del Gobierno de Uribe. Muchos ciudadanos manifestaron su complacencia de que el Estado garantizara su movilidad en las carreteras asoladas por el secuestro y el asalto armado y no tuvieron inconveniente en sumarse a caravanas “seguras” franqueadas por tanques de guerra, tropas y helicópteros de combate. Según el Estado y la opinión mayoritaria de los medios de comunicación esto permitió volver a las certidumbres de que la producción y el comercio capitalista eran factibles. En particular esto reactivaría el maltrecho sector turístico.

7Lleno de paradojas está un cuadro como el descrito. Tal como lo señaló un agudo analista de la prensa colombiana ¿Cómo puede ser seguro un desplazamiento civil que requiere un despliegue militar de tal envergadura y que convierte en objetivo militar al paseante? Si se toma distancia, y se despoja de lecturas ideológicas, la situación más bien debería producir escalofríos. Una sociedad que para garantizar el esparcimiento de algunos de los más afortunados, y que tienen los recursos para costearse la molicie en un balneario, deba emplear un operativo de guerra, está en el extremo de su propia inseguridad. Pero la costosa y aterrorizante medicina contra el miedo produce adhesiones políticas y no cesa de ser estimulada. El miedo, aplacado por miedos aún más aplastantes, renueva el espejismo de que la incertidumbre será resuelta avanzando en una sola dirección. En el alma de los sujetos esta identidad con las políticas del miedo y que medran de él, producirá un alivio transitorio, sólo hasta que una nueva experiencia de espanto actualice la incertidumbre y se genere como nueva consecuencia un escalamiento de las adhesiones o rupturas con el soberano.

8Sumada a las frustraciones del modo de ser en la sociedad actual en donde la identidad que garantiza la inclusión en el sistema está definida por el tener, en donde el abismo entre las ofertas del mercado y la capacidad de compra se amplían día a día y, en fin, en donde la vida humana se siente amenazada por tantos factores simultáneos, el miedo agudiza de manera determinante el deterioro de los modos de convivencia y se traduce en una degradación acelerada y generalizada del tratamiento de los conflictos entre seres humanos. La opción por el camino de la agresión, de la violencia y de la muerte como vía casi fatalmente aceptada, en donde el miedo y el permanente nerviosismo del ciudadano asustado, cristaliza o se convierte en justificación de enfermedades sociales del tamaño de la violencia intrafamiliar o de la monstruosa violencia contra los niños y las mujeres, esta última convertida en muchos lugares en auténticos feminicidios.

9La incapacidad para aceptar al otro, al diferente, que se expresa a cada rato en actitudes de violencia, produce espacios en donde la afectación de los cuerpos transita por emociones como el odio, la envidia y la venganza, y pone en movimiento fuerzas brutales y polarizadas que se incorporan a las máquinas de subjetivación que buscan la homogenización y la desaparición de las diferencias, así sea a costa de la liquidación de los diferentes.

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