La guerra en el norte de Etiopía está desembocando en una catástrofe humanitaria. El presidente etíope, obsequiado con el Premio Nobel de la Paz en octubre de 2019, se niega a una salida negociada al conflicto.
Etiopía en el umbral de una
nueva hambruna a causa de la guerra
El Viejo Topo
24 septiembre, 2021
Otra vez la
hambruna amenaza a Etiopía. Trabajadores humanitarios han advertido que en
septiembre no habrá comida suficiente en el norte del país. No es la sequía
como en 1974 y 1984, cuando cientos de miles de campesinos murieron de hambre y
el mundo se movilizó indignado, esta vez se trata de una guerra maquiavélica.
Grant Leaity,
el Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas en Etiopía, ha manifestado
que 5,2 millones de personas, el 90% de la población en Tigray, necesita
urgentemente ayuda humanitaria. Entre ellas 400.000 ya están pasando hambre.
Leaity advirtió que si no se actúa será “la peor situación de hambre en el
mundo en décadas”. Si está en lo cierto, conociendo lo que ocurre en Yemen y el
desastre que amenaza a Afganistán, el Sahel y Madagascar, tiene que ser una
catástrofe de proporciones épicas.
La catástrofe
humanitaria empezó a incubarse desde el primer día de guerra. Periodistas que
lograron visitar la región este verano han confirmado que soldados etíopes y
sus aliados eritreos robaron grano, quemaron cosechas y destrozaron aperos
agrícolas y graneros como si se tratase de una guerra genocida. Tigray es una
región de campesinos pobres que viven mayoritariamente de sus cosechas. Cientos
de miles de personas tuvieron que huir de sus comunidades para salvar su vida
de los soldados etíopes y eritreos, las mujeres para evitar ser violadas por
ellos, abandonando temporalmente sus campos de maíz. De 1,3 millones de
hectáreas posibles de cultivo solo han sido sembradas 320 mil. Se estima que
este mes, cuando acaba la época de lluvias y empieza la cosecha de teff y
cebada, se recolectará entre el 25 y el 50% de lo habitual. Si no se compensa
el grano perdido el hambre arrasará Tigray.
La guerra
comenzó el pasado noviembre después de que Abiy Ahmed, el primer ministro
galardonado irónicamente con el Premio Nobel de la Paz, decidiera resolver con
la guerra sus diferencias políticas con el TPLF (Frente de Liberación Popular
de Tigray), quien había gobernado el país durante las tres últimas décadas.
Abiy Ahmed decidió invadir Tigray ayudado por el ejército eritreo –el
Presidente de Eritrea Isaias Afwerki odia al TPLF– y milicias amharas. Tigray
tiene litigios territoriales con Eritrea. Abiy Ahmed y los líderes del TPLF
habían sido camaradas en el mismo partido, incluso algunos eran amigos. Pero
Abiy Ahmed quería crear uno nuevo, el Partido Prosperidad, más centralista y
neoliberal, y el TPLF se resistía. Abiy Ahmed pensó que la guerra sería breve.
Daría una lección a los del TPLF por su rebeldía. Pero ha pasado casi un año y
la guerra en vez de terminar ha empeorado.
En junio la
guerra dio un vuelco inesperado. Las comunicaciones habían sido cortadas y poco
se sabía de lo que ocurría sobre el terreno. Para sorpresa de todos, las
Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF), que aglutinan a diferentes fuerzas
políticas, no solo al TPLF, lograron derrotar al ejército etíope. Siete de sus
12 divisiones fueron destruidas. Se calcula que 18 mil soldados habrían muerto.
El ejército etíope se retiró de Tigray. Tras la victoria Debretsion
Gebremichael, el líder de Tigray, regresó a Mekelle desde las montañas. Había
dicho semanas antes que no esperaba regresar vivo. Además de los muertos, al
menos siete mil soldados etíopes fueron hechos prisioneros por los tigriños y
obligados a desfilar como prisioneros en Mekelle. La derrota fue una
humillación para Abiy Ahmed, quien acababa de ganar unas elecciones
cuestionadas por la oposición.
El TDF había
podido cambiar la marea de la guerra gracias a un masivo alistamiento de la
población que pedía ser movilizada, entrenada y armada. Los jóvenes, hombres y
mujeres, acudieron en masa a los centros de reclutamiento. Unos porque sentían
su cultura e identidad pisoteada, pero la mayoría estaban motivados por las
masacres, los asesinatos y las violaciones cometidas por soldados etíopes y
tigriños. Según un portavoz del TDF, “los voluntarios eran tantos que no podían
admitirlos a todos”.
Abiy Ahmed,
quien había proclamado la victoria, reaccionó furioso ante la derrota con un
lenguaje inflamatorio. Se refirió a los líderes tigriños como “cáncer”, “malas
hierbas” que hay que arrancar. Diplomáticos lo vieron peligroso en unos tiempos
donde la violencia étnica está a flor de piel. El recuerdo de Ruanda estaba
presente. Llamaba la atención que eran los mismos diplomáticos que le ayudaron
a ganar el Premio Nobel de la Paz.
Abiy Ahmed no
se limitó al lenguaje inflamatorio, hizo un llamamiento a los jóvenes amharas a
incorporarse a la guerra. Sintayehu Abate, un vice-alcalde de Addis Abeba, dijo
que tras el llamamiento 3.000 residentes se habían alistado en la ciudad y que
miles más habían firmado su incorporación a filas. En Bahir Dhar, la capital
amhara, docenas de camiones con cientos de nuevos reclutas partieron para el
frente como había ocurrido meses antes en Axum, una ciudad de Tigray. La guerra
se extendía a civiles alineados en base a la etnia. La violencia étnica se
estaba haciendo cada vez más difícil de controlar.
Días después 50
cadáveres fueron recogidos flotando en el río Tekeze, en Sudán, a escasos
metros de la frontera con Etiopía. Tewodros Tefera, un cirujano que trabaja
para la Media Luna Roja, dijo a al-Jazeera “que los cadáveres estaban
terriblemente heridos, algunos llenos de balas”. Esos días FANO, una milicia
amhara, había ido casa por casa en Humera, una ciudad disputada por amharas y
tigriños. En Dabat, una woreda en las montañas Simien, el gobierno etíope ha
denunciado que más de 100 campesinos amharas han sido asesinados a principios
de septiembre por el TPLF, quien lo niega y ha llamado a una investigación
independiente. En Oromia, al oeste de Addis Abeba, la Comisión de Derechos
Humanos de Etiopía denunció la muerte de 210 personas en varios días de
violencia étnica entre oromos y amharas.
Es difícil
saber qué está ocurriendo sobre el terreno, pero hay alarmantes noticias de que
la guerra se está extendiendo. Han sido reportados combates en Amhara, Afar y
Oromia. EL TPLF y OLA (Ejército de Liberación Oromo) –los oromos son la etnia
más numerosa y su territorio se extiende al oeste y sur de Addis Abeba– han
formado una alianza que disputa la visión centralista de Abiy Ahmed y puede
cambiar el sentido de la guerra. Las necesidades humanitarias se han extendido
a Afar y Amhara. Naciones Unidas ha dicho que 1,7 millones de personas de estas
provincias federales necesitan ayuda en las zonas fronterizas con Tigray. Ha
habido informaciones de que los tigriños habrían tomado Lalibela.
Trabajadores
humanitarios han denunciado que el gobierno de Addis Abeba está haciendo todo
lo posible para impedir que la ayuda llegue al norte, en donde los graneros
están vacíos y hay escasez de gasolina y medicinas. Abiy Ahmed. un cristiano
pentecostal, estaría usando el hambre como arma de guerra. Todavía la
electricidad, internet, los cajeros y los vuelos siguen sin funcionar con
normalidad. En Mekelle el precio del aceite vegetal ha aumentado cinco veces en
el último mes. La comida no llega en la cantidad que se necesita. Se requiere
un mínimo de 100 camiones diarios para afrontar la crisis. A finales de agosto
y desde el 12 de julio únicamente habían entrado en Tigray 335 camiones, es
decir, un 9% de lo que se necesita.
En Semera, la
capital de Afar, hay 172 camiones varados esperando permisos o que las batallas
terminen para viajar a Tigray.
Llama la
atención que mientras el gobierno está gastando su magro presupuesto en comprar
armas –habría comprado drones a Turquía e Irán–, no atienda las necesidades
básicas de su población. Se estima que la guerra ha costado al país ya 2,500
millones de dólares. Dos grandes empresas, Ethiopia Airlines y el Comercial
Bank, controladas por el gobierno, estarían desviando recursos al esfuerzo de
guerra en vez de pensar en las necesidades de la economía o impedir la
hambruna. El FMI ha estimado que este año la economía crecerá un 2%, bien lejos
del 10% de los últimos años.
El gobierno
etíope se negó desde el principio de la guerra a establecer el diálogo,
necesario para parar la catástrofe humanitaria. Una comisión de ex presidentes
africanos creada por la Unión Africana que buscaba establecer puentes entre
ambos bandos ni tan siquiera fue recibida por Abiy Ahmed. En junio, el
parlamento clasificó al TPLF como una organización terrorista, haciendo todavía
más difícil el diálogo. Abiy Ahmed ha amenazado con movilizar a medio millón de
combatientes, pero cada vez es más difícil pensar que esté en condiciones de
ganar la guerra, y mucho menos pronto. Si la guerra continúa la catástrofe será
épica, han advertido jefes humanitarios de las Naciones Unidas. Los gobiernos
europeos deberían presionar a Abiy Ahmed para buscar una salida negociada al
conflicto. Al fin y al cabo fueron ellos quienes celebraron y facilitaron el
Premio Nobel de la Paz que impulsó su poder.
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