Sabían exactamente lo que hacían
El nuevo
desorden mundial
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Rebelión
counterpunch.org
21.04.2015
Hemos
visto desarrollarse una forma de gobierno que yo denomino de centro extremo,
que en este momento gobierna en grandes áreas de Europa e incluye partidos de
izquierda, centro izquierda, centro derecha y derecha. Un sector entero del
electorado, los jóvenes en particular, siente que votar no cambia nada,
teniendo en cuenta los partidos existentes. El centro extremo desata guerras,
ya sea por cuenta propia o en nombre de Estados Unidos; apoya las medidas de
austeridad; defiende la vigilancia como absolutamente necesaria para vencer al
terrorismo, sin ni siquiera preguntarse porqué existe el terrorismo: hacerse
esta pregunta prácticamente convierte a uno en terrorista. ¿Por qué actúan así
los terroristas? ¿Están trastornados? ¿Tiene algo que ver con lo más profundo
de su religión? Estas preguntas son contraproducentes e inútiles. Si preguntas
si la política imperial estadounidense o la política exterior británica o
francesa no serán de alguna manera responsables, te atacan. Pero, por supuesto,
las agencias de información y los servicios de seguridad saben de sobra que el
motivo por el que la gente se vuelve loca –y es una forma de locura– no se
halla en la religión sino en lo que ven. Hussein Osman, uno de los condenados
por los atentados fallidos del metro de Londres del 21 de julio de 2005, fue
detenido en Roma una semana después. "Más que rezar discutíamos del
trabajo, la política, la guerra en Iraq", dijo a los interrogadores
italianos. "Siempre tuvimos nuevas películas de la guerra en Iraq [...]
aquellas en las que se podía ver a las mujeres y los niños iraquíes que habían
sido asesinados por soldados estadounidenses y británicos". Eliza
Mannigham-Buller, que en 2007 renunció como directora del MI5, dijo:
"Nuestra participación en Iraq, queriendo lograr un mundo mejor, ha
radicalizado a una generación entera de jóvenes".
Antes
de la guerra de 2003, bajo la autoritaria dictadura de Sadam y su antecesor, el
nivel de educación en Iraq era el más elevado de Oriente Medio. Cuando señalas
esto te acusan de ser un apologista de Sadam, pero en los años 80 en la Universidad
de Bagdad había más profesoras que las que tenía Princeton en 2009; había
guarderías para facilitar que las mujeres enseñaran en las escuelas y las
universidades. En Bagdad y Mosul –actualmente ocupada por el Estado Islámico–
había bibliotecas con siglos de antigüedad. La biblioteca de Mosul funcionaba
en el siglo XVIII y en sus depósitos albergaba manuscritos de la antigua
Grecia. La biblioteca de Bagdad, como sabemos, fue saqueada después de la
ocupación y lo que está ocurriendo actualmente en las bibliotecas de Mosul no
es ninguna sorpresa, con miles de libros y manuscritos destruidos.
Todo
lo que ha ocurrido en Iraq es consecuencia de esa guerra desastrosa que
adquirió proporciones genocidas. El número de muertos sigue sin esclarecerse
porque la Coalición de la Voluntad no cuenta las víctimas civiles del país que
está ocupando. ¿Para qué molestarse? Pero otros han estimado que más de un
millón de iraquíes fueron asesinados, sobre todo civiles. El gobierno títere
instalado por la ocupación confirmó estas cifras de manera indirecta en 2006 al
admitir oficialmente que había cinco millones de huérfanos en Iraq. La
ocupación de Iraq es uno de los actos más destructivos de la historia moderna.
A pesar de que Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas con armas nucleares, la
estructura social y política del Estado japonés se mantuvo; aunque los alemanes
y los italianos fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte
de sus estructuras militares, de información, policiales y judiciales se dejaron
como estaban porque ya había otro enemigo a las puertas: el comunismo. Sin
embargo, Iraq fue tratada como ningún otro país había sido tratado antes. La
razón por la que la gente no acaba de ver esto es que cuando comenzó la
ocupación todos los corresponsales regresaron a casa. Las excepciones pueden
contarse con los dedos de una mano: Patrick Cockburn, Robert Fisk y uno o dos
más. La infraestructura social de Iraq sigue sin funcionar años después de que
la ocupación haya terminado; ha sido destrozada. El país ha sido
desmodernizado. Occidente ha destruido los sistemas educativo y de salud
iraquíes; entregó el poder a un grupo de partidos clericales chiíes que
inmediatamente se embarcaron en un baño de sangre revanchista. Varios cientos
de profesores universitarios fueron asesinados. Si esto no es desorden, ¿qué lo
es?
En
el caso de Afganistán, todo el mundo sabe qué es lo que había detrás de este
gran intento, como lo llamaron los estadounidenses y británicos, de
"modernizar" el país. Cherie Blair y Laura Bush dijeron que era una
guerra por la liberación de las mujeres. Si lo hubiera sido, habría sido la
primera en la historia. Ahora sabemos lo que fue realmente: una cruda guerra de
revancha que fracasó porque la ocupación fortaleció a quienes buscaba destruir.
La guerra no solo devastó Afganistán y la infraestructura que tuviera, sino que
además desestabilizó Pakistán, que cuenta con armas nucleares y actualmente es
un Estado muy peligroso.
Estas
dos guerras no le han hecho bien a nadie, pero han conseguido dividir el mundo
árabe y musulmán, fuera esa su intención o no. La decisión de Estados Unidos de
entregar el poder a los partidos clericales chiíes profundizó la división
suní-chií: en Bagdad, una ciudad mixta en un país donde eran comunes los matrimonios
entre suníes y chiíes, hubo una limpieza étnica. Los estadounidenses actuaron
como si los suníes fueran los partidarios de Sadam, pese a que muchos de ellos
habían sido encarcelados arbitrariamente bajo su mandato. Esta división ha
paralizado el nacionalismo árabe durante mucho tiempo. Las luchas actuales
tienen que ver con el bando al que apoya Estados Unidos en cada conflicto: en
Iraq, a los chiíes.
La
demonización de Irán es profundamente injusta, porque sin el apoyo tácito de
los iraníes los estadounidenses no podrían haber ocupado Iraq. La resistencia
iraquí a la ocupación no se quebró hasta que los iraníes le dijeron al líder de
los chiíes, Muqtada al-Sadr, que había estado colaborando con los opositores
suníes al régimen, que la abandonase. Al-Sadr fue trasladado a Teherán y allí
se le concedieron "vacaciones" por un año. Sin el apoyo iraní, tanto
en Iraq como en Afganistán, a Estados Unidos le habría resultado muy difícil
mantener sus ocupaciones. Todo ello le fue agradecido con sanciones, una demonización
cada vez mayor, y doble rasero: Israel puede tener armas nucleares, tú no. En
estos momentos Oriente Medio es un desastre total: el poder central más
importante es Israel, y está extendiéndose; los palestinos han sido derrotados
y seguirán estándolo por mucho tiempo; todos los principales países árabes
están destrozados, primero Iraq, ahora Siria; Egipto, con una brutal dictadura
militar en el poder, está torturando y asesinando como si la llamada primavera
árabe nunca hubiera tenido lugar: de hecho, para los dirigentes militares nunca
ocurrió.
En
cuanto a Israel, el apoyo ciego que recibe de Estados Unidos es una vieja
historia. Y cuestionarla, hoy por hoy, supone ser etiquetado de antisemita. El
peligro que tiene esta estrategia es que si le dices a una generación que solo
ha conocido el Holocausto a través de las películas que atacar a Israel es
antisemita, la respuesta va a ser: ¿Y qué? "Llámanos antisemitas si
quieres", dirá la gente joven. "Si eso significa estar en contra tuya,
los somos". De modo que no sirve de nada. Resulta inconcebible pensar que
algún Gobierno de Israel vaya a otorgar un Estado a los palestinos. Como nos
advirtió el fallecido Edward Said, los Acuerdos de Oslo fueron un Tratado de
Versalles palestino. En realidad fueron algo mucho peor.
La
desintegración de Oriente Medio que comenzó después de la Primera Guerra
Mundial continúa. No podemos saber si Iraq será dividido en tres países, o si
Siria será dividida en dos o tres países. Pero no nos sorprendería que todos
los Estados de la región, salvo Egipto, que es demasiado grande para
desmantelarlo, terminaran convertidos en bantustanes o principados, al estilo
de Qatar y los otros Estados del Golfo, financiados y mantenidos por los
sauditas por un lado y los iraníes por el otro.
Todas
las esperanzas suscitadas por la primavera árabe se han hundido y es importante
entender por qué. Muchos de los que participaron en ellas no vieron –en gran
medida por razones generacionales– que para lograr los efectos deseados hace
falta algún tipo de movimiento político. No fue una sorpresa que los Hermanos
Musulmanes, que participaron en las protestas de Egipto al final, se hicieran
con el poder: era el único partido político real que había en Egipto. Pero
luego los Hermanos Musulmanes hicieron el juego al Ejército actuando como
Mubarak –proponiendo tratos a las fuerzas de seguridad, proponiendo tratos a
los israelíes– y la gente empezó a preguntarse de qué servía que estuvieran en
el poder. El Ejército consiguió apoyos y se deshizo de los Hermanos. Todo esto
ha desmoralizado a una generación entera en Oriente Medio.
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