Lorenzo Peña
Sociología crítica
25.10.2014
No cabe duda de que está en honda y radical crisis esa amplia
y difusa sensibilidad de ideas o de sentimientos avanzados que, genéricamente,
viene caracterizada con el inapropiado y semánticamente vacuo rótulo de
«izquierda».
Ya no se sabe en qué cree, qué espera,
cuáles son sus valores. Demasiadas renuncias, demasiadas traiciones, demasiados
reinventos, demasiadas ocurrencias han acabado comprometiendo a sus dizque
representantes con el hediondo e injusto sistema occidentalista, con relación
al cual algunas de esas gentes «de izquierda» son meros agentes alternativos y
otras meros opositores desde dentro –o sea, discrepantes que comulgan con lo
esencial.
Denunciar esa claudicación ante la
oligarquía dominante no me lleva, sin embargo, a dejar de aplaudir lo poco
bueno que, de tarde en tarde, hacen algunos de los «de izquierda» –quizá por
ese algo que solemos conservar en nuestra alma de nuestros valores juveniles–.
Así, p.ej., (aunque en términos de la más
descafeinada timidez) con motivo de la exaltación al trono de S.M. el rey
Phelippe VI de Bourbon & Schleswig-Holstein, unos cuantos líderes de esa
adocenada «izquierda» han manifestado un rechazo a que se produzca un relevo en
la jefatura del estado sin que se consulte para nada al pueblo en modo alguno.
Tal fue el contenido de la reunión del
Ateneo, donde intercambiaron ideas al respecto varias formaciones: Izquierda
Unida –en la persona del anodino Cayo Lara; Equo; Compromís; IC-Els Verdes; la
Chunta Aragonesista; izquierda anticapitalista y alguno más.
A causa del tono rebajado y acomplejado de
sus declaraciones, no merecen grandes alabanzas los participantes. Así y todo,
al menos algo han dicho, por flojo que sea; algo que no sea sumarse al coro de
pleitesía de los fieles vasallos de la realeza que son el PP, el PSOE y UPyD o
los pseudoinhibicionistas del separatismo vasco y catalán –cuya abstención no
es sino una benévola neutralidad de fachada para con el poder, al que así
confortan y respaldan para propiciar mejor la causa de la secesión, con la cual
el propio Trono tiene conchabanzas no tan ocultas.
Pues bien, ese engendro salido de la nada
y destinado a volver a la nada que es el fantasmagórico y vaporoso PODEMOS, ese
sueño de una noche estival de la primavera hispana, esa pompa de jabón oloroso,
ha rehusado sumarse a tal iniciativa conjunta, no por ser endeble y timorata,
sino, al revés, excesivamente audaz: «El protagonismo tiene que ser de los
ciudadanos, ninguna lista de partidos puede ponerse por delante del sentir
ciudadano».
Hablando en plata: mientras el «sentir
ciudadano» no se haya manifestado, expresa y mayoritariamente, a favor del
plebiscito sobre la forma de gobierno, nadie ha de proponerlo. No hablamos ya
de proponer la república, sino sólo de proponer que el pueblo opte entre
monarquía y república. Aun esa opción no ha de ser sometida a debate público
hasta que haya sido formulada por «los ciudadanos» (entiendo que se quiere
decir: por la mayoría de los ciudadanos); a la espera de un previo
pronunciamiento mayoritario de la población en ese sentido, la cuestión no ha
de ser propuesta por ninguna formación o grupo de formaciones.
¿Tal es su criterio y su regla en todo o
sólo en eso? Un hecho prueba su trapacería politiquera de pacotilla (adornada
con los oropeles de un movimiento espontaneísta, de la base, apolítico,
inmaculado): que el criterio de no enunciar nada que los ponga «por delante del
sentir ciudadano» lo reservan para el asunto más crucial para la oligarquía
financiera y terrateniente y para el imperialismo yanqui-europeo, a saber: el
tránsito sin perturbaciones del reinado de D. Juan Alfonso Carlos al de su hijo
D. Phelippe.
Un tránsito para asegurar el cual,
evitando cualquier impureza, ha vuelto a tomar Madrid el ejército que lo ocupó
el 28 de marzo de 1939 –y que desde ese año viene celebrando cada año el
Desfile de la Victoria–. Las fuerzas represivas han acordonado, acogotado y
atemorizado a la población, arrojando de los barrios bien a cuantos exhibieran
el color morado y, desde luego, aplastando con violencia todo conato de
manifestación disconformista; como si se estuviera en situación de guerra, se
ha cerrado incluso el espacio aéreo.
Todo eso confirma el miedo de la
oligarquía en el poder, a los 75 años de su triunfo militar, cuyos frutos se
consolidaron en una amañada transición y se han seguido afianzando a través de
una secuencia de elecciones no menos manipuladas, cuando no falseadas. Miedo
porque saben que ilegal fue el régimen fascista del 18 de julio y no muy legal
es el que le ha sucedido para conservar la supremacía oligárquica por medios en
parte similares y en parte diferentes.
La pieza clave de ese poder oligárquico es
la monarquía, para cuya restauración tuvo lugar el alzamiento del 18 de julio
de 1936 (un propósito al principio larvado, luego patente y consumado en 1947
por la Ley de Sucesión franquista).
Pues bien, PODEMOS puede prometer el oro y
el moro, encandilar a un cúmulo de escaldados votantes con cantos de anticorrupción,
poder ciudadano y justicia. Todo eso se le consiente. Hasta se le ríen las
gracias. Para propalar tan perogrullescas y hueras vaguedades tiene a su
disposición tertulias televisivas, los salones del hotel Ritz y el
condescendiente y socarrón beneplácito de aquellos círculos del sistema que ven
en esa burbuja un medio para dividir aún más al menguado y acobardado sector de
opinión no adicta al régimen.
Lo que le está prohibido es meterse con la
monarquía, así sea en los términos más comedidos. Y cumple a rajatabla esa
prohibición. Podríamos resumir su postura: dentro de la monarquía, todo; sin o
contra ella, nada.
Se le premiará, pero poco. Ya tienen la
poltrona en Estrasburgo y otras prebendillas. Alguna rosca más se comerán. Pero
quien nace traidor a lo que dice representar no puede acariciar un futuro
brillante. La crisis de la partitocracia borbónica no se sana con el perfumado
ungüento curalotodo de quienes se rajan a la primera.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario