miércoles, 16 de abril de 2025
Locos por la guerra
Asoma en el horizonte una nueva burbuja: la derivada del
gasto en armamento. Un gasto colosal que pretende contrarrestar una amenaza en
verdad inexistente. El pato lo pagarán los de siempre. Una vez más, el capital
trata de salirse con la suya.
Locos por la guerra
El Viejo Topo
16 abril, 2025
¡ÁRMATE PARA
SALVAR EL CAPITALISMO FINANCIERO!
“Por grande que
sea una nación, si ama la guerra perecerá; Por más pacífico que sea el mundo,
si olvida la guerra estará en peligro.”
Wu Zi
“Cuando decimos
sistema de guerra nos referimos a un sistema como el actual, que asume la
guerra, aunque sea planificada y no combatida, como fundamento y culmen del
orden político, es decir, de las relaciones entre los pueblos y entre los
hombres. Un sistema donde la guerra no es un acontecimiento sino una
institución, no es una crisis sino una función, no es una ruptura sino una
piedra angular del sistema, una guerra siempre desaprobada y exorcizada, pero
nunca abandonada como una posibilidad real.”
Claudio
Napoleoni, 1986
La llegada de
Trump es apocalíptica en el sentido literal de la palabra: desecha lo que
cubre, quita el velo, revela. La agitación convulsiva del magnate tiene el gran
mérito de mostrar la naturaleza del capitalismo, la relación entre la guerra,
la política y el beneficio, entre el capital y el Estado, habitualmente oculta
por los mecanismos democráticos, los derechos humanos, los valores y la misión
de la civilización occidental.
La misma
hipocresía está en el centro de la narrativa construida para legitimar los
840.000 millones de euros de rearme que impone la Unión Europea mediante el uso
del estado de excepción a los Estados miembros. Armarse no significa, como dice
Draghi, “los valores que fundaron nuestra sociedad”; y han “garantizado a sus
ciudadanos la paz, la solidaridad y, con el aliado estadounidense, la
seguridad, la soberanía y la independencia duradera”; sino que significa salvar
el capitalismo financiero.
No hay
necesidad de grandes discursos ni análisis documentados para enmascarar la
insuficiencia de estas narrativas. Bastó otra masacre de 400 civiles palestinos
para exponer la verdad de la charla indecente sobre la singularidad y la
supremacía moral y cultural de Occidente.
Trump no es un
pacifista, simplemente reconoce la derrota estratégica de la OTAN en la guerra
de Ucrania, mientras que las élites europeas rechazan la evidencia. Para estos
últimos, “paz” significa volver al estado catastrófico al que han reducido sus
naciones.
La guerra debe
continuar porque para ellos, como para los demócratas y el Estado profundo
estadounidense, es el medio para salir de la crisis iniciada en 2008, en un
proceso similar a la gran crisis de 1929. Trump cree que puede resolver los
problemas privilegiando la economía sin renunciar a la violencia, al chantaje,
a la intimidación, a la guerra. Es muy probable que ni uno ni otro tengan éxito
en su intento porque tienen un enorme problema: el capitalismo, en su forma
financiera, está en profunda crisis y desde su mismo centro, EE.UU., llegan
señales “dramáticas” para las élites que nos gobiernan. El capital, en lugar de
converger hacia Estados Unidos, huye hacia Europa. Una gran noticia, síntoma de
grandes rupturas impredecibles que corren el riesgo de ser catastróficas.
El capital
financiero no produce bienes sino burbujas –que se inflan en Estados Unidos y
estallan en detrimento del resto del mundo–, auténticas armas de destrucción
masiva. Las finanzas estadounidenses absorben valor (capital) de todo el mundo,
lo invierten en una burbuja que, tarde o temprano, estallará, obligando a las
poblaciones del planeta a la austeridad, a los sacrificios para compensar sus
fracasos: primero la burbuja de Internet, luego la burbuja subprime que provocó
una de las mayores crisis financieras de la historia del capitalismo, abriendo
las puertas a la guerra. También intentaron inflar la burbuja del capitalismo
verde –que nunca despegó– y la burbuja incomparablemente mayor de las empresas
de alta tecnología. Para tapar los agujeros de los desastres de la deuda
privada vertidos sobre las deudas públicas, la Reserva Federal y el Banco
Central Europeo inundaron los mercados de liquidez, que en lugar de “gotear”
hacia la economía real, sirvió para alimentar la burbuja de alta tecnología y el
desarrollo de fondos de inversión, como los llamados “Big Three”: Vanguard,
BlackRock y State Street –un trío que representa el mayor monopolio de la
historia del capitalismo, gestionando 50.000 billones de dólares, accionista de
referencia en todas las empresas más importantes que cotizan en Bolsa. Ahora
esta burbuja también se está desinflando.
Ni siquiera
reducir a la mitad la capitalización bursátil de la Bolsa de Wall Street nos
acercaría al valor real, infinitamente inferior, de las empresas de alta tecnología,
cuyas acciones han sido infladas por los fondos para mantener altos los
dividendos para sus “ahorradores” –los demócratas, en realidad, también
contaban con reemplazar la asistencia social con finanzas para todos, como
antes habían elogiado la vivienda para todos los estadounidenses.
Ahora el tren
de la salsa está llegando a su fin. La burbuja ha llegado a su límite y los
valores están cayendo con el riesgo concreto de un colapso. Si a esto le
sumamos la incertidumbre que las políticas de Trump –que representan unas
finanzas que no son las de los fondos de inversión– están introduciendo en un
sistema que los propios fondos habían conseguido estabilizar con la ayuda de
los demócratas, podemos entender los temores de los “mercados”. El capitalismo occidental
necesita otra burbuja porque funciona como una reproducción de lo mismo de
siempre. El intento de Trump de reconstruir la industria manufacturera en
Estados Unidos está condenado al fracaso.
La identidad
perfecta de “producción” y destrucción
Europa, que
gasta mucho más que Rusia en armas (el 55% del gasto mundial en armamento se
atribuye a la OTAN, “sólo” el 5% a Rusia), ha decidido lanzar un importante
plan de inversiones de 800.000 millones de euros para aumentar aún más el gasto
militar.
En Europa
todavía siguen activas redes políticas y económicas y centros de poder que
remiten a la estrategia representada por Biden, derrotado en las últimas
elecciones presidenciales. Por ello, Europa es el espacio propicio, hundida en
la guerra, para construir una burbuja basada en armamentos que compense las
crecientes dificultades de los “mercados” estadounidenses. Desde diciembre, las
acciones de las empresas productoras de armas ya son objeto de especulación,
subiendo cada vez más y actuando como refugio para el capital que considera
demasiado arriesgada la situación en Estados Unidos. En el centro de la
operación se encuentran fondos de inversión entre los mayores accionistas de
las principales empresas armamentísticas. Tienen participaciones significativas
en Boeing, Lockheed Martin y RTX e influyen en la gestión y las estrategias de
estas empresas. Europa también es un actor del complejo militar-industrial: las
acciones de Rheinmetall, la empresa alemana que fabrica el Leopard y es el
mayor productor de municiones de Europa, han subido un 100% en los últimos
meses, superando al mayor fabricante de automóviles del continente, Volkswagen,
en términos de capitalización de mercado, la última señal del creciente apetito
de los inversores por los valores relacionados con la defensa. Evidentemente,
Rheinmetall tiene como principales accionistas a Blackrock, Société Générale,
Vanguard, etc.
La Unión
Europea quiere recaudar los ahorros continentales y canalizarlos hacia el
armamento, con consecuencias catastróficas para el proletariado y una mayor
división de la Unión. La carrera armamentista no puede funcionar como un
“keynesianismo de guerra” porque las inversiones en armas ocurren en una
economía financiarizada y ya no industrial. Construida con dinero público,
proporcionará ganancias a una pequeña minoría de individuos privados, mientras
empeorará las condiciones de la gran mayoría de la población.
La burbuja
armamentística producirá inevitablemente los mismos efectos que la burbuja
estadounidense de alta tecnología. Después de 2008, las sumas de dinero
obtenidas para invertir en la burbuja tecnológica nunca “llegaron” al
proletariado estadounidense. En cambio, han producido una desindustrialización
cada vez más intensa, empleos no cualificados y precarios, salarios bajos,
pobreza generalizada, la destrucción del poco bienestar heredado del New Deal y
la consiguiente privatización de todos los servicios.
Esto es lo que,
sin lugar a dudas, producirá la burbuja financiera en Europa. La
financiarización conducirá no sólo a la destrucción completa del Estado de
bienestar y a la privatización definitiva de los servicios, sino también a una
mayor fragmentación política de lo que queda de la Unión Europea. Las deudas,
contraídas por cada Estado por separado, deberán ser pagadas y producirán
enormes diferencias entre los Estados europeos en su capacidad para saldarlas.
El verdadero
peligro no es Rusia sino Alemania. El rearme de 500 mil millones –con otros 500
mil millones listos para infraestructuras– es un paso crucial en la
construcción de la burbuja. La última vez que el país teutónico se rearmó,
causó desastres mundiales: basta pensar en los 25 millones de muertos solo en
la Rusia soviética, la Solución Final, etc. De ahí la famosa frase de François
Mauriac: «Amo tanto a Alemania que prefiero dos de ellas». A la espera de los
desarrollos ulteriores del nacionalismo y de la extrema derecha –que ya alcanza
el 21%– que inevitablemente producirá el movimiento «Deutschland ist zurück»,
impondrá la hegemonía imperialista habitual a los demás países europeos. Los
dirigentes alemanes abandonaron rápidamente el credo ordoliberal, que tenía un
fundamento político, no económico, y abrazaron plenamente la financiarización
angloamericana, fijándose el mismo objetivo: comandar y explotar a Europa. El
Financial Times informa sobre una decisión tomada por Merz, un hombre de
Blackrock, y el ministro de Hacienda Kukies, un hombre de Goldman Sachs, con el
apoyo de los partidos de “izquierda” SPD y Die Linke, quienes, como sus
predecesores en 1914, están asumiendo una vez más la responsabilidad de la
carnicería futura.
Sólo el plan
alemán parece tener credibilidad en el marco del proyecto europeo en su
conjunto. En cuanto a los demás Estados, veremos quién tendrá el coraje de
recortar aún más radicalmente las pensiones, la sanidad, la educación, etc.,
por una amenaza inventada.
Si el anterior
imperialismo interno alemán se basaba en la austeridad, el mercantilismo
exportador, la congelación de salarios y la destrucción del Estado del
bienestar, el próximo se basará en la gestión de una economía de guerra
europea, jerarquizada en los diferenciales de tipos de interés a pagar para
reembolsar la deuda contraída.
Los países ya
muy endeudados –Italia, Francia, etc.– tendrán que encontrar compradores para
los bonos emitidos para pagar la deuda en un “mercado” europeo cada vez más
competitivo. A los inversores les resultará conveniente comprar bonos alemanes,
más precisamente los emitidos por las empresas armamentísticas que serán objeto
de especulación al alza, y bonos gubernamentales europeos, que sin duda son más
seguros y rentables que los de los países altamente endeudados. El famoso
“spread” seguirá teniendo su importancia, como en 2011. Los miles de millones
necesarios para financiar los mercados no estarán disponibles para el Estado
del bienestar. El objetivo estratégico de todos los gobiernos y oligarquías de
los últimos cincuenta años, es decir la destrucción y privatización del gasto
social para la reproducción del proletariado, se logrará. Veintisiete egoísmos
nacionales lucharán entre sí sin ningún interés, porque la historia –que, según
algunos, «somos los únicos que sabemos lo que es»– nos ha arrinconado, inútiles
e irrelevantes después de siglos de colonialismo, guerras y genocidios.
La carrera
armamentista va acompañada de una constante justificación de la guerra contra
todos –es decir, Rusia, China, Corea del Norte, Irán, los BRICS– que no se
puede abandonar y que corre el riesgo de concretarse porque esa delirante
cantidad de armas debe, en cualquier caso, “ser consumida”.
La lección de
Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y Sweezy
Sólo los incautos
pueden decir que están asombrados por lo que está sucediendo. Pero todo se
repite en un contexto diferente, un capitalismo financiero y ya no industrial
como en el siglo XX.
La guerra y los
armamentos han estado en el centro de la economía y la política desde que el
capitalismo se volvió imperialista. Y son también el corazón del proceso de
reproducción del capital y del proletariado, en feroz competencia entre sí.
Reconstruyamos
rápidamente el marco teórico proporcionado por Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y
Sweezy, firmemente enraizado, a diferencia de las inútiles teorías críticas
contemporáneas, en las categorías de imperialismo, monopolio y guerra, que nos
ofrece un espejo de la situación contemporánea.
Partamos de la
crisis de 1929, que tiene sus raíces en la Primera Guerra Mundial y en el
intento de salir de ella con la activación del gasto público mediante la
intervención estatal. Según Baran y Sweezy en la década de 1930 el problema era
el volumen del gasto público, que no podía contrarrestar las fuerzas depresivas
de la economía privada monopolista:
Considerado
como una operación de rescate para la economía estadounidense en su conjunto,
el New Deal fue por tanto un fracaso manifiesto. Incluso Galbraith, el profeta
de la prosperidad sin órdenes de guerra, reconoció que en el decenio de
1930-1940 “la gran crisis” nunca terminó.
Sólo se
superará con la Segunda Guerra Mundial: «Luego vino la guerra, y con la guerra
vino la salvación […] el gasto militar hizo lo que el gasto social no había
logrado» porque el gasto público pasó de 17,5 a 103,1 mil millones de dólares.
Baran y Sweezy
demuestran que el gasto público no produjo los mismos resultados que el gasto
militar porque estuvo limitado por un problema político que sigue siendo
nuestro. ¿Por qué el New Deal y el gasto público resultante no lograron
alcanzar un objetivo que “estaba a nuestro alcance, como lo demostró
posteriormente la guerra”? Porque la lucha de clases estalló por la naturaleza
y la composición del gasto público, es decir, por la reproducción del sistema y
del proletariado.
Dada la
estructura de poder del capitalismo monopolista estadounidense, el aumento del
gasto civil casi había llegado a su límite. Las fuerzas que se oponían a una
mayor expansión eran demasiado poderosas para ser vencidas.
El gasto social
compitió con las empresas y las oligarquías o las perjudicó, quitándoles poder
económico y político.
Como los
intereses privados controlan el poder político, los límites del gasto público
se establecen rígidamente sin ninguna consideración por las necesidades
sociales, por vergonzosamente obvias que puedan ser.
Y estos límites
se aplicaban también al gasto, a la sanidad y a la educación, que, en aquel
momento, a diferencia de hoy, no estaban en competencia directa con los intereses
privados de las oligarquías.
La carrera
armamentista permite un aumento del gasto público por parte del Estado, sin que
esto se transforme en un aumento de los salarios y del consumo por parte del
proletariado. Entonces, ¿cómo invertir el dinero público, para evitar la
depresión
económica que
trae consigo el monopolio, evitando el fortalecimiento del proletariado? Gastar
“en armamento, en más armamento, en cada vez más armamento”; Michael Kalecki,
trabajando en el mismo período, pero centrándose en la Alemania nazi, consigue
dilucidar otros aspectos del problema. Contra cualquier economicismo –que
siempre amenaza la comprensión del capitalismo por parte de las teorías
críticas, incluso las marxistas– destaca la naturaleza política del ciclo del
capital:
La disciplina
fabril y la estabilidad política son más importantes para los capitalistas que
las ganancias actuales.
El ciclo
político del capital, que ahora sólo puede garantizarse mediante la
intervención estatal, debe recurrir al gasto en armamento y al fascismo.
También para Kalecki el problema político se manifiesta en “la dirección y los
objetivos del gasto público”. La aversión a la «subvención al consumo de masas»
está motivada por la destrucción que provoca «de los fundamentos de la ética
capitalista “ganarás el pan con el sudor de tu frente” (a menos que vivas de
las rentas del capital)».
¿Cómo podemos
garantizar que el gasto público no se traduzca en aumento del empleo, del
consumo y de los salarios y, por tanto, en fuerza política del proletariado?
Las oligarquías resuelven el problema con el fascismo. De esta manera, la
maquinaria estatal queda bajo el control del gran capital y de los dirigentes
fascistas y “la concentración del gasto estatal en armamento”, mientras que “la
disciplina fabril y la estabilidad política quedan garantizadas mediante la
disolución de los sindicatos y los campos de concentración. La presión política
sustituye aquí a la presión económica del paro”. De ahí el inmenso éxito de los
nazis entre la mayoría de los liberales, tanto ingleses como estadounidenses.
El gasto en
guerra y armas sigue siendo central para la política estadounidense incluso
después del final de la Segunda Guerra Mundial, porque una estructura política
sin una fuerza armada, es decir, sin un monopolio sobre su ejercicio, es
inconcebible. El tamaño del aparato militar de una nación depende de su
posición en la jerarquía mundial de la explotación.
Las naciones
más importantes siempre necesitarán más, y el alcance de sus requerimientos (de
fuerza armada) variará dependiendo de si hay o no una lucha intensa entre ellas
por el primer lugar.
El gasto
militar continúa creciendo en el seno del imperialismo:
Por supuesto,
la mayor parte de la expansión del gasto gubernamental tuvo lugar en el sector
militar, que aumentó de menos del 1 a más del 10 por ciento del PNB, y que
representó alrededor de dos tercios del aumento total del gasto gubernamental
desde 1920. Esta absorción masiva del superávit en preparativos militares ha
sido el hecho central de la historia estadounidense de la posguerra.
Kalecki señala
que en 1966 “más de la mitad del crecimiento del ingreso nacional resultó en un
aumento del gasto militar“. Ahora, en el período de posguerra, el capitalismo
ya no puede contar con el fascismo para controlar el gasto social. El
economista polaco, “alumno” de Rosa Luxemburg, señala:
Una de las
funciones fundamentales del hitlerismo fue superar la aversión del gran capital
a las políticas anticíclicas a gran escala. La gran burguesía había dado su
consentimiento al abandono del laissez-faire y al aumento radical del papel del
Estado en la economía nacional, con la condición de que el aparato estatal
fuera colocado bajo el control directo de su alianza con la dirección fascista.
El destino y
contenido del gasto público estaba determinado por los armamentos. En los
Treinta Años Gloriosos, al tener que abandonar el fascismo que aseguraba la
dirección de los gastos públicos, los Estados y los capitalistas se vieron
obligados a un compromiso político. Las relaciones de poder determinadas por el
siglo de revoluciones obligan al Estado y a los capitalistas a hacer
concesiones que, sin embargo, son compatibles con que las ganancias alcancen
tasas de crecimiento hasta entonces desconocidas. Pero incluso este compromiso
es demasiado porque, a pesar de los.grandes beneficios, “los trabajadores se
vuelven “recalcitrantes” en tal situación y los “capitanes de la industria” se
muestran ansiosos de “darles una lección”
La
contrarrevolución, iniciada a fines de la década de 1960, tendrá en su núcleo
la destrucción del gasto social y el deseo feroz de orientar el gasto público
hacia los intereses únicos y exclusivos de las oligarquías. El problema, a
partir de la República de Weimar, nunca ha sido el de una intervención genérica
del Estado en la economía: la cuestión es cómo el Estado mismo fue investido
por la lucha de clases y obligado a ceder a las reivindicaciones de las luchas
obreras y proletarias.
En los tiempos
de la Guerra Fría, sin la ayuda del fascismo, la explosión del gasto militar
requiere una legitimación, asegurada por una propaganda capaz de evocar
continuamente la amenaza de una guerra inminente, de un enemigo a las puertas
dispuesto a destruir los valores occidentales: “Los creadores oficiales y no
oficiales de la opinión pública tienen la respuesta preparada: Estados Unidos
debe defender al mundo libre de la amenaza de la agresión soviética (o china)”.
Kalecki, para
el mismo período, especifica: «Los periódicos, el cine, la radio y las
estaciones de televisión que trabajan bajo la égida de la clase dominante,
crean una atmósfera que favorece la militarización de la economía».
El gasto en
armamento no sólo tiene una función económica, sino también de producción de
subjetividades subyugadas. La guerra, al exaltar la subordinación y el mando,
“contribuye a crear una mentalidad conservadora”.
Mientras que el
gasto público masivo en educación y bienestar tiende a socavar laposición
privilegiada de la oligarquía, el gasto militar hace lo contrario. La
militarización favorece a todas las fuerzas reaccionarias (…) determina un
respeto ciego a la autoridad; Se enseña e impone una conducta de conformidad y
sumisión; y cualquier opinión contraria se considera antipatriótica o incluso
traidora.
El capitalismo
produce un sujeto que, precisamente por la forma política de su ciclo, es un
sembrador de muerte y destrucción, más que un promotor de progreso. Richard B.
Russel, senador conservador del sur de Estados Unidos desde los años 1960, nos
lo dice, citado por Baran y Sweezy:
Hay algo en los
preparativos para la destrucción que induce a los hombres a gastar dinero de
forma más irreflexiva que si se tratara de fines constructivos. Por qué sucede
esto no lo sé. Pero en los treinta años aproximadamente que llevo en el Senado,
he llegado a comprender que, al comprar armas para matar, para destruir, para
borrar ciudades de la faz de la tierra y para eliminar grandes sistemas de
transporte, hay algo que hace que los hombres no calculen el gasto con el mismo
cuidado que emplean cuando se trata de pensar en viviendas dignas y en
asistencia sanitaria para los seres humanos.
La reproducción
del capital y del proletariado se ha politizado gracias a las revoluciones del
siglo XX. La lucha de clases, que también afectó a esta realidad, puso de
manifiesto una oposición radical entre la reproducción de la vida y la reproducción
de su destrucción, que desde los años 30 no ha hecho más que profundizarse.
¿Cómo funciona
el capitalismo?
La guerra y los
armamentos, prácticamente excluidos de todas las teorías críticas del
capitalismo, funcionan como discriminantes en el análisis del capital y del
Estado. Es muy difícil definir el capitalismo simplemente como un “modo de
producción” como lo hizo Marx: economía, guerra, política, Estado, tecnología
son, de hecho, elementos estrechamente entrelazados e inseparables. La “crítica
de la economía”; no basta para producir una teoría revolucionaria. Ya con la
llegada del imperialismo se había introducido un cambio radical en el
funcionamiento del capitalismo y del Estado, que Rosa Luxemburg dejó
meridianamente claro. Según esta última, la acumulación tiene dos aspectos: el
primero concierne a la producción de plusvalía –en la fábrica, en la mina, en
la explotación agrícola– y a la circulación de mercancías en el mercado. Considerada
desde esta perspectiva, la acumulación es un proceso económico cuya fase más
importante es una transacción entre el capitalista y el asalariado. El segundo
aspecto tiene como escenario el mundo entero, una dimensión global que no puede
reducirse al concepto de «mercado» y sus leyes económicas.
Los métodos
empleados aquí son la política colonial, el sistema de préstamos
internacionales, la política de esferas de interés y la guerra. La violencia,
el fraude, la opresión, la depredación se desarrollan abiertamente, sin
máscara, y es difícil reconocer las leyes rigurosas del proceso económico en el
entrelazamiento de la violencia económica y la brutalidad política.
La guerra no es
la continuación de la política, sino que siempre ha coexistido con ella, y esto
queda claro si observamos el funcionamiento del mercado mundial. Aquí, donde la
guerra, el fraude y la depredación coexisten con la economía, la ley del valor
nunca ha funcionado realmente. El mercado mundial parece muy diferente del que
Marx describió. Sus consideraciones ya no parecen válidas. O, mejor dicho, es
necesario precisarlas: sólo en el mercado mundial el dinero y el trabajo se
harían adecuados a su concepto, llevando a término su abstracción y su
universalidad. Por el contrario, lo que podemos observar es que el dinero, la
forma más abstracta y universal del capital, es siempre la moneda de un Estado.
El dólar es la moneda de los Estados Unidos y reina suprema sólo como tal. La
abstracción del dinero y su universalidad (y sus automatismos) son apropiados
por una “fuerza subjetiva” y son gestionados según una estrategia que no está
contenida en el dinero.
Las finanzas,
como la tecnología, también parecen ser objeto de apropiación por parte de
fuerzas subjetivas “nacionales” que están lejos de ser universales. En el
mercado mundial no triunfa el trabajo abstracto como tal, sino que se encuentra
con otros tipos de trabajo radicalmente diferentes (trabajo servil, trabajo
esclavo, etc.).
La acción de
Trump, habiendo dejado caer el velo hipócrita del capitalismo democrático, nos
revela el secreto de la economía: ésta sólo puede funcionar a partir de una
división internacional de la producción y de la reproducción definida e
impuesta políticamente, es decir, con el uso de la fuerza que implica también
la guerra.
La voluntad de
explotar y dominar, gestionando simultáneamente las relaciones políticas,
económicas y militares, construye una totalidad que nunca puede cerrarse sobre
sí misma, sino que permanece siempre abierta, separada de conflictos, guerras y
depredaciones. En esta totalidad escindida convergen todas las relaciones de
poder y se gobiernan. Trump interviene en diversos aspectos de la vida política
y cotidiana estadounidense al mismo tiempo que pretende imponer a Estados
Unidos un nuevo posicionamiento global, tanto político como económico. Actúa de
lo micro a lo macro: acción política que los movimientos contemporáneos no
tienen en sus horizontes de pensamiento.
La construcción
de la burbuja financiera, proceso que podemos seguir paso a paso, se produce de
la misma manera. Los actores que contribuyen a su producción son numerosos: la
Unión Europea, los Estados que deben endeudarse, el Banco Europeo, el Banco
Europeo de Inversiones, los partidos políticos, los medios de comunicación y la
opinión pública, los grandes fondos de inversión (todos estadounidenses) que
organizan el traslado de capitales de una Bolsa a otra, las grandes empresas.
La burbuja económica y sus automatismos sólo podrán funcionar cuando el
choque/cooperación entre estos centros de poder haya dado su veredicto. Hay que
disipar la ideología de que este proceso es “automático”. El “piloto
automático” sobre todo en el plano financiero, existe y funciona sólo después
de haber sido establecido políticamente: no existía en los Treinta Años
Gloriosos porque se había decidido políticamente en esa dirección; Está
funcionando desde finales de la década de 1970, gracias a una voluntad política
explícita.
La
multiplicidad de actores que trabajan desde hace meses se mantiene unida por
una estrategia. Hay dos elementos subjetivos que intervienen de manera
fundamental. Desde el punto de vista capitalista, existe una lucha encarnizada
entre el “factor subjetivo” de Trump y el “factor subjetivo” de las élites
derrotadas en las elecciones presidenciales, que aún tienen fuerte presencia en
los centros de poder de EEUU y Europa.
Pero para que
el capitalismo funcione también hay que tener en cuenta un factor proletario
subjetivo. Desempeña un papel decisivo: o se convertirá en el portador pasivo
del nuevo proceso de producción/reproducción del capital o tenderá a rechazarlo
y destruirlo. Dada la incapacidad del proletariado contemporáneo, el más débil,
el más desorientado, el menos autónomo e independiente de la historia del
capitalismo, la primera opción parece la más probable. Pero si no logra oponer
su estrategia a las continuas innovaciones estratégicas del enemigo, capaces de
renovarse continuamente, caeremos en una asimetría de relaciones de poder que
nos retrotraerá a una situación anterior a la Revolución Francesa, en un
nuevo/ya visto “ancien régime”.
martes, 15 de abril de 2025
Haití en la cartografía de la urgencia
Haití en la cartografía de la
urgencia
Rebelion
14/04/2025
Fuentes: Rebelión
La actual situación política y social de Haití se resume en la violencia
generalizada por parte de las bandas criminales, que han tomado de rehenes a
los once millones de haitianos, lo que hace que esta crisis no tenga paragón,
por lo menos en la historia moderna.
En esta antigua
colonia francesa sus ciudadanos han sido castigados con la dictadura de François
Duvallier, o Papa Doc, desde 1957 a 1971, seguida por la de su hijo
Jean-Claude o Baby Doc, quien se mantuvo hasta 1986. Dictadura en
la que, más allá de la pobreza generada, el terror y el oscurantismo del que se
valieron para gobernar sumió a la población en un complejo sistema de creencias
que solo inspira miedo y atraso. La superchería magnificada por los Duvallier
pasó a conformar el elemento cultural más característico del país, que los
gobiernos que se sucedieron siguieron utilizando, por lo que muchos sectores de
la población siguen hundidos en el siglo XVII.
Mientras, la
clase política no ha cambiado y solo se ha innovado en la corrupción y los
negociados, llevando al país a estar viviendo bajo el fuego cruzado de bandas
criminales que lo ocupan todo y se disputan barrio a barrio, manzana a manzana
y casa a casa para saquear, robar, realizar secuestros extorsivos, traficar con
drogas e introducir a mujeres en el mercado de la prostitución.
A la anémica
respuesta estatal con la Policía Nacional de Haití (PNH), se
le sumaron hace algunos meses unos cientos de policías y gendarmes kenianos que
también han sido desbordados por el desorden social.
Si bien el
complejo panorama haitiano remite de inmediato a la Somalia de los últimos
treinta y cinco años, al Afganistán que se extendió desde la retirada soviética
en 1989 hasta un poco más allá de la invasión norteamericana del 2001 o a la
Camboya del Khmer Rouge (1975 y 1979), en cada uno de estos
tres casos los grupos dominantes, que convirtieron a sus naciones en Estados
fallidos, respondían a una ideología política o una “verdad” religiosa que los
abroquelaba, les daban entidad y hasta un cierto ordenamiento. En el caso
haitiano las bandas operan solo para delinquir.
Estados de
anarquías similares hoy mismo viven una decena de países, por empezar el caso
de Sudán, envuelto en una guerra civil en toda regla, donde dos grandes bandos
se enfrentan desde hace dos años en una decidida pugna por el poder, o el de
Birmania, en el que la casta militar que desalojó a un Gobierno elegido
democráticamente en 2021, desde entonces se enfrenta a un cúmulo de guerrillas
con intereses políticos, étnicos y religiosos diferentes, a las que el enemigo
común une. Aunque de vencer, quizás la nación que conocemos deje de ser tal.
Un caso
particular quizás sea la Libia post-Gadafi, donde desde 2010 diferentes poderes
extranjeros hacen jugar a Trípoli y a Benghazi a favor de quienes los financian
y sostienen, generando una grieta que quizás nunca se cierre. Este sistema de
bipolaridad mantiene a la nación que fue la más progresista del continente,
encallada entre la guerra civil y el Estado fallido.
Es cierto que a
lo largo de la historia muchas naciones han perdido el control de algunas áreas
de su territorio. Esto sucede actualmente en el este de la República
Democrática del Congo, donde un centenar de grupos insurgentes desafían el
poder regional de Kinshasa. Desde principios de año, uno en particular, el
Movimiento 23 de marzo (M-23), ha sido especialmente activo. Algo
similar sucede en el norte de Burkina Faso y de Malí. Allí, grupos adscriptos
al Dáesh y a al-Qaeda, con el concurso de los
Estados Unidos y Francia, han convertido esas áreas en ingobernables. Áreas en
las que los regulares combaten palmo a palmo para mantener el control, en
algunos casos retomarlo y en otros volver a perderlo en una disputa que ya
lleva diez años.
Lo mismo sucede
en Nigeria, donde Boko Haram y sus desprendimientos, en
provincias del noroeste enfrentan al poder estatal desde 2009, habiendo
provocado miles de muertos y millones de desplazados, obligando a Abuya a
inversiones multimillonarias en insumos militares que son dilapidados por la
corrupción de los políticos y los altos mandos.
En vista de
esos ejemplos, la situación de Haití tras el asesinato de su presidente Jovenel
Moïse en abril del 2021 a manos de sicarios colombianos, no deja de ser
peligrosamente novedosa. Con visos distópicos que remite al film
australiano Mad Max, en el que, al igual que Haití, bandas armadas
recorren un mundo sin ley ni orden.
Este cuadro,
incluso superior a lo que sucedió con los cárteles de la droga
en Colombia o México, que gracias a la corrupción político-policial fueron, si
no lo siguen siendo, en algunas regiones un poderoso estamento paraestatal. O
las multitudinarias bandas juveniles centroamericanas, conocidas como maras,
que fueron contendidas, como es el caso del Salvador, por el presidente Nayib
Bukele con una ferocidad que pone al Estado a la misma altura de los
criminales.
En esta
cartografía de urgencia, quizás podremos concluir que, si bien muchos comparan
al país antillano con Somalia, sea más acertado hacerlo con la Ruanda de 1994
cuando tras el derribo del avión del presidente Juvénal Habyarimana, quien
viajaba junto a Cyprien Ntaryamira, el presidente de Burundi, se precipitó una
matanza en la que solo en cien días los hutus masacraron a
cerca de un millón de tutsis, casi el setenta por ciento del
total de ese grupo étnico.
El corazón sangrante de Haití
Es claro que,
en el orden internacional, Haití, desde su independencia en 1811, más allá de
Francia herida en su honor, nunca a nadie le importó nada. Sin petróleo, sin
uranio, sin oro y con millones de negros analfabetos y hambrientos de todo, a
los que las numerosas intervenciones y ocupaciones extranjeras nunca les
resolvieron nada.
De ello no hay
mejor ejemplo que este momento en que la crisis se profundiza y ningún Estado u
organismo internacional hace nada, mucho menos ahora, paralizados por los
bramidos psiquiátricos de Donald Trump.
Por lo que las
bandas que operan a lo largo del país, que se calculan en unas doscientas,
aprovechan para seguir extendiendo su control y particularmente sobre Puerto
Príncipe, de la que ya ocupan más del ochenta por ciento, lo que se traduce en
medio millón de almas sometidas a códigos regidos por la cocaína, el bazuco y
las drogas de diseño.
Otro medio
millón de capitalinos han abandonado la capital para desplazarse hacia el
interior de la isla, escapando de fenómenos como el de la violencia sexual
“infantil”, patrón que se ha disparado a cifras espeluznantes.
A este cuadro
se le agrega la falta de alimentos y agua potable; a este punteo muchos agregan
la falta de servicios de salud o higiene, ignorando que la enorme mayoría de
ese pueblo jamás dispuso de semejantes lujos. Para los casos de salud el pueblo
cuenta con el vudú, religión oficial desde 2003. Si no, ya lo
resolverá la muerte en algún momento.
Tras la
renuncia en abril de 2024 del primer ministro, Ariel Henry, dejó al país
acéfalo debiendo improvisar un Consejo de Transición, que a pesar
de contar con el apoyo nominal de los Estados Unidos nunca pudo hacer pie, sin
escapar de las diatribas del discurso m’adamage (populista) ha
fracasado en sus tareas fundamentales: la estabilización del país y la
organización de elecciones presidenciales.
El anunciado
despliegue en Puerto Príncipe de unos ochocientos efectivos kenianos, según
dice el acuerdo entre Nairobi y Washington de 2023, ha sido la única señal de
los norteamericanos para colaborar con la estabilización del país, al que
ocuparon entre 1915 y 1934, más allá de que continuaron digitando su destino
hasta la muerte de Moïse.
Los kenianos
son una fuerza insuficiente para controlar siquiera Puerto Príncipe, y ni
hablar del resto del país. Para lo que, según expertos locales, se necesitarían
entre dos mil quinientos y tres mil hombres para estabilizar el país; de todos
modos, una cifra insuficiente para contener la muchedumbre de pandillas,
compuesta por centenares de miembros. Que además de estar muy bien armados,
permanentemente drogados y, para peor, convencidos de su estado de wanga
binefik (estado de protección) según las disposiciones de Liv
des Mystères (Libro de los misterios).
El armamento
para las bandas llega desde el mercado negro de Florida en lachas rápidas que
nunca son detectadas o a través de la frontera dominicana. Sumándose a las que
les son vendidas por funcionarios de la propia policía.
La comunidad
internacional parece negarse a apuntalar una solución para los problemas
estructurales que el país arrastra desde el siglo XIX, y que se profundizan
gobierno tras gobierno, terremoto tras terremoto.
Se estima que
desde el 2023, los muertos alcanzan a los siete mil. Si bien todavía no son suficientes
para compararlo con el genocidio de Ruanda, sabemos que solo es una cuestión de
tiempo, empeño y vudú.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional
especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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Capitalismo y guerra
Según Andrea Zhok, el
libre mercado, para sobrevivir, requiere un crecimiento continuo. Cuando el
crecimiento se detiene, el sistema entra en crisis, y las soluciones
tradicionales ya no son suficientes. Se impone la guerra como último recurso.
Capitalismo y guerra
El Viejo Topo
15 abril, 2025
1. LA ESENCIA
DEL CAPITALISMO
La conexión
entre capitalismo y guerra no es accidental sino estructural y estrecha. Aunque
la literatura autopromocional del liberalismo siempre ha intentado explicar que
el capitalismo, traducido como “comercio dulce”, era una vía preferencial hacia
la pacificación internacional, en realidad esto siempre ha sido una flagrante
falsedad. Y esto no es porque el comercio no pueda ser un medio de paz –puede
serlo–, sino porque la esencia del capitalismo NO es el comercio, que es sólo
uno de sus posibles aspectos.
La esencia del
capitalismo consiste en un solo punto. Se trata de un sistema social idealmente
acéfalo, es decir, idealmente sin liderazgo político, pero guiado por un único
imperativo categórico: el aumento del capital en cada ciclo de producción.
El corazón
ideal del capitalismo es la necesidad de que el capital rinda, es decir, de
aumentar el capital mismo. La dirección de este proceso no está en manos de la
política –y mucho menos de la política democrática–, sino de los poseedores del
capital, de los sujetos que encarnan las necesidades de las finanzas.
Es importante
entender que el punto crucial para el sistema no es que “siempre haya más
capital” en el sentido objetivo, es decir, que la cantidad de dinero aumente
cada vez más; Incluso puede contraerse temporalmente. Lo que importa es que
siempre debe existir la perspectiva general de un aumento del capital disponible.
En ausencia de
esta perspectiva –por ejemplo, en una condición persistente de “estado
estacionario” de la economía–, el capitalismo deja de existir como sistema
social, porque falta el “piloto automático” representado por la búsqueda de
salidas para la inversión.
Ello debe
entenderse puramente en términos de PODER. En el capitalismo, una determinada
clase detenta el poder y lo ostenta como la persona encargada de la gestión del
capital hacia el crecimiento. Si se pierde la perspectiva de crecimiento, el
resultado es técnicamente REVOLUCIONARIO, en el sentido específico de que la
clase que detenta el poder debe cederlo a otros –por ejemplo a un liderazgo
político impulsado por principios o ideas rectoras, como ha sido más o menos
siempre el caso a lo largo de la historia (perspectivas religiosas,
perspectivas nacionales, visiones históricas).
El capitalismo
es el primer y único sistema de vida en la historia de la humanidad que no
busca encarnar ningún ideal ni tiende a ir en ninguna dirección específica.
Aquí se podría abrir una discusión interesante sobre la conexión entre
capitalismo y nihilismo, pero queremos centrarnos en otro punto.
2. LA
«TENDENCIA A LA CAÍDA DE LA TASA DE GANANCIA»
En la
naturaleza del sistema está implícita una tendencia que Karl Marx examinó por
primera vez con el nombre de «tendencia de la tasa de ganancia a caer». Es un
proceso intuitivo. Por un lado, como hemos visto, el sistema nos exige buscar
constantemente el crecimiento, transformando el capital en inversión que genere
más capital.
Por otra parte,
la competencia interna al sistema tiende a saturar todas las opciones de
incrementar el capital, realizándolas. Cuanto más eficiente sea la competencia,
más rápida será la saturación de lugares donde obtener ganancias. Esto
significa que con el tiempo el sistema capitalista genera estructuralmente un
problema de supervivencia para el propio sistema.
El capital
disponible crece constantemente y busca usos “productivos”, es decir, capaces
de generar beneficios. El crecimiento del capital está vinculado al crecimiento
de las perspectivas de crecimiento futuro del capital, en un mecanismo de
autorreforzamiento. Es sobre la base de este mecanismo que nos encontramos en
situaciones como la anterior a la crisis de las hipotecas subprime, cuando la
capitalización en los mercados financieros globales era 14 veces el PIB
mundial.
Este mecanismo
produce la tendencia constante hacia las “burbujas especulativas”. Y este mismo
mecanismo produce la tendencia a las llamadas «crisis de sobreproducción»,
expresión común pero impropia, pues da la impresión de que hay un exceso de
producto disponible, cuando el problema es que hay demasiado producto sólo en
relación con la capacidad media de comprarlo.
Constante,
inevitablemente, el sistema capitalista se encuentra enfrentando crisis
generadas por esta tendencia: masas crecientes de capital presionan para ser
utilizadas, en un proceso exponencial, mientras que la capacidad de crecimiento
es siempre limitada.
Para que una
crisis se sienta, no es necesario que el crecimiento se detenga, basta con que
no esté a la altura de la creciente demanda de márgenes. Cuando esto sucede, el
capital –es decir, los poseedores del capital o sus administradores– comienza a
agitarse cada vez más, porque su propia supervivencia como poseedores del poder
está en riesgo.
3. LA BÚSQUEDA
FRENÉTICA DE SOLUCIONES
A medida que se
acerca la compresión de márgenes, comienza una búsqueda frenética de
soluciones. En la versión autopromocional del capitalismo, la solución
principal sería la «revolución tecnológica», es decir, la creación de una nueva
perspectiva prometedora de generar ganancias a través de una innovación
tecnológica.
La tecnología
es realmente un factor que aumenta la producción y la productividad. Si también
aumenta los márgenes de beneficio es una cuestión más compleja, porque no basta
con que haya más producto para que el capital aumente, sino que es necesario
que haya más producto COMPRADO.
Esto significa
que los márgenes pueden realmente crecer en presencia de una revolución tecnológica
sólo si el aumento de la productividad se refleja también en un aumento general
del poder adquisitivo (salarios), lo que no es tan obvio. Pero incluso donde
esto sucede, las “revoluciones tecnológicas” capaces de aumentar la
productividad y los márgenes no son tan comunes. A menudo lo que se presenta
como una “revolución tecnológica” se sobreestima enormemente en su capacidad de
producir riqueza y termina siendo sólo una reorientación de las inversiones que
genera una burbuja especulativa.
A la espera de
que se produzcan revoluciones tecnológicas que reabran la esfera de los
márgenes, la segunda dirección en la que se busca una solución para recuperar
márgenes de beneficio es la presión sobre la fuerza de trabajo. Esta presión
puede manifestarse en la compresión salarial y de muchas otras formas que
aumentan el área de explotación del trabajo.
La reducción
directa de los salarios nominales es una forma que se adopta sólo en casos
excepcionales. Más frecuentes y fáciles de gestionar son la falta de recuperación
de la inflación, la “flexibilización” del trabajo para reducir los “tiempos
muertos”, la “rigorización” de las condiciones de trabajo, los despidos de
personal, etc.
Este horizonte
de presión presenta dos problemas. Por una parte, difunde el descontento, con
la posibilidad de que éste derive en protestas, disturbios, etc. Por otra
parte, la presión sobre la fuerza de trabajo, especialmente en la dimensión
salarial, reduce el poder adquisitivo medio, y con ello se corre el riesgo de
iniciar una espiral recesiva (menores ventas, menores beneficios, mayor presión
sobre la masa salarial para recuperar márgenes, consecuente reducción de las
ventas de productos, etc.).
Una forma
colateral de ganar márgenes se da con las “racionalizaciones” del sistema de
producción, que conceptualmente está a medio camino entre la innovación
tecnológica y la explotación de la fuerza de trabajo. Las «racionalizaciones»
son reorganizaciones que, por así decirlo, liman las «ineficiencias» relativas
del sistema. Esta dimensión reorganizativa de hecho casi siempre repercute en
un empeoramiento de las condiciones de trabajo, que se vuelven cada vez más
dependientes de las necesidades impersonales de los mecanismos del capital.
Un horizonte
final de soluciones se presenta cuando la esfera del comercio exterior entra en
la ecuación. Aunque en principio los puntos anteriores agotan los lugares donde
los márgenes de ganancia pueden crecer, en realidad tomando en consideración el
ámbito exterior, las mismas oportunidades de ganancias se multiplican debido a
las diferencias entre países. En lugar de un aumento tecnológico interno, se
puede acceder a un aumento tecnológico externo a través del comercio. En lugar
de comprimir la fuerza laboral nacional, se podría lograr acceso a mano de obra
extranjera barata, etc.
4. LA
DISMINUCIÓN DE LAS GANANCIAS
La fase actual
de la corta y sangrienta historia del capitalismo que estamos viviendo se
caracteriza por el desvanecimiento progresivo de todas las perspectivas
importantes de ganancias. Siempre habrá lugar para “revoluciones tecnológicas”,
pero no con una frecuencia que pueda seguir el ritmo de las masas de capital
infinitamente crecientes que presionan para convertirse en ganancias.
Siempre habrá
espacio para una mayor compresión de la fuerza laboral, pero el riesgo de crear
condiciones para la revuelta o reducir el poder adquisitivo generalizado
plantea límites claros. En cuanto al proceso de globalización, ha llegado a sus
límites y ha iniciado un proceso de regresión relativa; la posibilidad de
encontrar oportunidades externas diferentes y mejores que las nacionales se ha
reducido drásticamente (hay que considerar que cuanto más se extienden las
cadenas productivas, más frágiles son y más costos de transacción adicionales
pueden aparecer).
La crisis de
las hipotecas subprime (2007-2008) marcó el primer punto de inflexión, llevando
a todo el sistema financiero mundial al borde del colapso. Para salir de esa
crisis se utilizaron dos palancas. Por un lado, una fuerte presión sobre el
ámbito laboral, con pérdida de poder adquisitivo y empeoramiento de las
condiciones laborales a nivel mundial. Por otra parte, se produce un aumento de
las deudas públicas, que a su vez constituyen una restricción indirecta
impuesta a los ciudadanos y a los trabajadores y se presentan como una carga
que debe compensarse.
La crisis del
Covid (2020-2021) marcó un segundo punto de inflexión, con características no
muy diferentes a las de la crisis subprime. También en este caso, los
resultados de la crisis han sido una pérdida media de poder económico de las
clases trabajadoras y un aumento de la deuda pública.
Tanto en la
crisis de las hipotecas subprime como en la del Covid, el sistema aceptó una
reducción general temporal de las capitalizaciones globales, con el fin de
reabrir nuevas áreas de beneficios. En general, el sistema financiero emergió
de ambas crisis en una posición comparativamente más fuerte en relación con la
población que vive de su propio trabajo. El aumento de la deuda pública es en
realidad una transferencia de dinero desde la disponibilidad del ciudadano
medio a los cupones de los tenedores de capital.
Cabe señalar
que, para desactivar los espacios de disputa y oposición entre trabajo y
capital, el capitalismo contemporáneo ha presionado con todas sus fuerzas para
crear un corresponsalismo en algunos estratos de la población, ricos pero lejos
de contar para nada en términos de poder capitalista.
Al obligar a la
gente a adquirir pensiones privadas, pólizas de seguros con intereses y
empujarlos a utilizar sus ahorros en alguna forma de bonos gubernamentales,
intentan (y logran) crear una capa de la población que se siente «involucrada»
en el destino del gran capital. Estos estratos de población actúan como “zonas
de amortiguación”, reduciendo la disposición promedio a rebelarse contra los
mecanismos del capital.
La situación
actual, sobre todo en el mundo occidental, es pues la siguiente: El gran
capital necesita acceder a áreas de ganancias más amplias y continuas para
sobrevivir. Las poblaciones de los países occidentales han visto erosionadas
sus condiciones de vida, tanto en términos estrictamente de poder adquisitivo
como en términos de capacidad de autodeterminación, viéndose cada vez más
atadas a una multiplicidad de limitaciones financieras, laborales y
legislativas, todas ellas motivadas por la necesidad de «racionalizar» el
sistema.
Las
posibilidades de encontrar nuevas áreas de ganancias en el extranjero se han
reducido drásticamente a medida que el proceso de globalización ha llegado a
sus límites. Esta es la situación a la que se enfrentan hoy los grandes
accionistas. Por tanto, es urgente encontrar una solución. ¿Pero cuál?
5. «UNA PALABRA
ATERRADORA Y FASCINANTE: ¡GUERRA!»
Cuando en el
canon occidental aparecen las guerras mundiales, es decir, los dos mayores
acontecimientos de destrucción bélica de la historia de la humanidad, suelen
aparecer bajo la bandera de unos culpables bien definidos: los «nacionalismos»
(sobre todo el alemán) para la Primera Guerra Mundial, las «dictaduras» para la
Segunda Guerra Mundial. Rara vez se reflexiona que estos acontecimientos tienen
como epicentro el punto más avanzado de desarrollo del capitalismo mundial y
que la Primera Guerra Mundial ocurrió en el auge del primer proceso de
«globalización capitalista» de la historia.
Sin entrar aquí
en una exégesis de los orígenes de la Primera Guerra Mundial, es sin embargo
útil recordar cómo la fase que la precedió y la preparó puede situarse perfectamente
en un marco que podemos reconocer. A partir de 1872 aproximadamente se inició
una fase de estancamiento en la economía europea. Esta fase da un impulso
decisivo a la búsqueda de recursos y mano de obra en el extranjero,
principalmente bajo las formas de imperialismo y colonialismo.
Todos los
grandes momentos de crisis internacionales que prepararon la Primera Guerra
Mundial, como el incidente de Fashoda (1898), son tensiones en la confrontación
internacional por el acaparamiento de áreas de explotación. El primer gran
impulso para el rearme en la Alemania Guillermina fue crear una flota capaz de
desafiar el dominio inglés de los mares (que es un dominio comercial).
Pero ¿por qué
la guerra debería representar un horizonte para la solución de las crisis
generadas por el capital? La respuesta, en este punto, es bastante sencilla. La
guerra representa una solución ideal a las crisis de “caída de la tasa de
ganancia” en cuatro aspectos principales.
En primer lugar, la guerra se presenta como un impulso no negociable para
obtener inversiones masivas que puedan revivir una industria sin vida. Los
grandes contratos públicos en nombre del “deber sagrado de defensa” pueden
lograr extraer los últimos recursos públicamente disponibles para volcarlos en
contratos privados.
En segundo
lugar, la guerra representa una gran destrucción de recursos materiales, de
infraestructura y de seres humanos. Todo esto, que desde el punto de vista del
intelecto humano común es una desgracia, desde el punto de vista del horizonte
de inversión es una perspectiva magnífica.
De hecho, se
trata de un acontecimiento que “hace retroceder el reloj de la historia
económica”, eliminando esa saturación de perspectivas de inversión que amenaza
la existencia misma del capitalismo. Después de una gran destrucción, se abren
espacios para inversiones fáciles, que no requieren ninguna innovación
tecnológica: carreteras, ferrocarriles, acueductos, casas y todos los servicios
relacionados. No es casualidad que desde hace algún tiempo, mientras hay una
guerra en curso, desde Irak hasta Ucrania, estemos asistiendo a una carrera
preliminar para conseguir contratos para la reconstrucción futura. La mayor
destrucción de recursos de todos los tiempos –la Segunda Guerra Mundial– fue
seguida por el mayor auge económico desde la Revolución Industrial.
En tercer
lugar, los grandes poseedores de capital, es decir, capital financiero,
consolidan comparativamente su poder sobre el resto de la sociedad. El dinero,
al ser virtual por naturaleza, permanece intacto ante cualquier destrucción
material importante (siempre que no se trate de una aniquilación planetaria).
En cuarto y
último lugar, la guerra congela y detiene todos los procesos de revuelta
potencial, todas las manifestaciones de descontento desde abajo. La guerra es
el mecanismo definitivo, el más poderoso de todos, para “disciplinar a las
masas”, colocándolas en una condición de subordinación de la que no pueden
escapar, so pena de ser identificadas como cómplices del “enemigo”.
Por todas estas
razones, el horizonte bélico, aunque por el momento esté lejos del ánimo
predominante entre las poblaciones europeas, es una perspectiva que debe
tomarse extremadamente en serio.
Cuando hoy
algunos dicen –con razón– que no existen premisas culturales y antropológicas
para que la sociedad europea se prepare seriamente para la guerra, me gusta
recordar cuando –olfateando los ánimos de las masas– Benito Mussolini pasó en
pocos años del pacifismo socialista a la famosa conclusión de su artículo en el
Popolo d’Italia , del 15 de noviembre de 1914: «El grito es una palabra que
nunca habría pronunciado en tiempos normales y que en cambio elevo en voz alta,
a todo pulmón, sin fingimiento, con fe segura, hoy: una palabra temible y
fascinante: ¡guerra!».
Fuente: Infosannio
lunes, 14 de abril de 2025
Un alcalde del PP consigue, casualmente, una plaza de encargado de obras en su Ayuntamiento
Un alcalde del PP consigue,
casualmente, una plaza de encargado de obras en su Ayuntamiento
INSURGENTE.ORG
/ 14.04.2025
El alcalde de Ribadesella, Paulo García (PP), consiguió el pasado 8 de abril ser el elegido para una plaza de encargado de obras en el mismo ayuntamiento que preside. El informe del tribunal calificador de la plaza, que procede del proceso selectivo incluido en el plan de estabilización de empleo temporal, otorga el puesto al Alcalde, según la documentación a la que ha tenido acceso este periódico.
La plaza de encargado de obras del Ayuntamiento de Ribadesella se asigna al regidor tras un azaroso proceso selectivo, que fue revisado para reevaluar a uno de los participantes y terminó concediendo la plaza mediante un sorteo al haber un empate después de que los dos primeros candidatos, los únicos con méritos profesionales, renunciasen al puesto. Ese sorteo final otorgó el puesto a Paulo García.
lne
La UE y Ucrania
El empecinamiento de la
Unión Europea en mandar tropas a la frontera ucraniana dificulta seriamente la
consecución de un alto el fuego, y con ello contribuye decisivamente a que siga
aumentando el número de muertos. Hay que preguntarse por qué.
La UE y Ucrania
El Viejo Topo
14 abril, 2025
¿ESTÁ LA UE
INTENTANDO IMPEDIR LA PAZ EN UCRANIA?
Con su política
hacia Ucrania, la UE no sólo pone en peligro la región, sino también su propia
seguridad. A pesar de las negociaciones de paz en curso, Bruselas sigue
manteniendo sus máximas exigencias.
Cualquiera que
siga la política de la UE hacia Ucrania no puede dejar de sorprenderse. Justo
cuando han comenzado las negociaciones para un alto el fuego y se vislumbra una
distensión entre Washington y Moscú, la UE está obstruyendo el proceso de paz
de todas las maneras posibles. El intento del presidente francés, Emmanuel
Macron, de enviar tropas de la OTAN a Ucrania difícilmente puede explicarse de
otra manera. Moscú ha dejado claro desde el principio que no aceptará esas
tropas bajo ninguna circunstancia, y de hecho es evidente que sólo las tropas
neutrales tendrán capacidad para mantener la paz.
Desde que
asumió el cargo, la Alta Representante de la UE para Política Exterior, Kaja
Kallas, se ha opuesto abiertamente a las negociaciones de paz. La opinión
general es que no se puede confiar en Moscú y que Putin no quiere la paz. En
diciembre tuiteó: “La UE quiere que Ucrania gane esta guerra”. Se trata, pues,
de una paz nacida de la victoria, aunque resulte totalmente irrealista dada la
situación en el frente, y no de la diplomacia. Aunque en los círculos de la UE
hay un creciente descontento contra Kallas, porque su línea no representa a
todos los gobiernos de la UE, hasta ahora ha habido poca oposición abierta.
La primera
ministra danesa, Mette Frederiksen, apoyó la posición de Kallas y dijo a
principios de febrero: “Mi visión para Ucrania es la misma que ha sido durante
los últimos tres años: debe ganar esta guerra”. El 23 de febrero, añadió en la
televisión danesa: “Corremos el riesgo de que la paz en Ucrania sea en realidad
más peligrosa que la guerra”.
Una declaración
notable. Después de todo, la guerra en Ucrania ha hecho que el riesgo de una
guerra nuclear sea mayor que en cualquier otro momento desde la Crisis de los
Misiles de Cuba de 1962. En ese momento, la humanidad había escapado por poco
de la aniquilación nuclear. ¿Puede la paz ser realmente más peligrosa?
La afirmación
de que Ucrania podría ganar la guerra también es completamente irreal. Hace
años, el Pentágono y el Estado Mayor Conjunto de Ucrania admitieron
públicamente que la guerra había llegado a un punto muerto. Desde entonces, la
situación de Ucrania ha empeorado constantemente y el país ha sufrido pérdidas
territoriales diarias, además de perder casi por completo lo que había ganado
en la región de Kursk, en Rusia. Ningún observador militar serio puede todavía
pensar seriamente que Kiev recuperará los territorios perdidos. Por el
contrario, cada día que pasa la guerra acerca al país al colapso, sacrificando
más vidas y acumulando una deuda cada vez mayor. Sin embargo, los principales
políticos de la UE siguen negándose a reconocer estos hechos. No sólo no están
adoptando iniciativas diplomáticas ni presentando propuestas realistas para
proteger a Ucrania de situaciones aún peores, sino que también están socavando
las negociaciones en curso.
En el contexto
de las negociaciones para un alto el fuego parcial en el Mar Negro, que también
incluyen el levantamiento de las sanciones contra el banco agrícola ruso
Rosselkhozbank, Anitta Hipper, portavoz de la Comisión Europea de Asuntos
Exteriores, dijo el 26 de marzo: «La retirada incondicional de todas las
fuerzas armadas rusas de todo el territorio de Ucrania sería uno de los
requisitos previos más importantes para modificar o levantar las sanciones».
Pero en
realidad, todos los implicados, ya sea en Bruselas, Washington o Kiev, deberían
haber sabido desde hace mucho tiempo que Moscú nunca se retiraría, y mucho menos
incondicionalmente, de todo el Donbass y Crimea. Vincular la revocación o
incluso simplemente la modificación de las sanciones a esta condición
significa, de hecho, abogar por un régimen de sanciones sin límite temporal.
Sin embargo, al hacerlo, la UE está renunciando a una herramienta esencial para
ejercer presión en las negociaciones; las sanciones ya no son un medio para
poner fin a la guerra y fortalecer la posición negociadora de Ucrania. Después
de todo, ¿por qué debería Moscú hacer concesiones sin ninguna perspectiva de
recibir nada a cambio?
En el peor de
los casos, un bloqueo de la UE podría incluso hacer descarrilar las
negociaciones de paz. Dado que algunas de las principales instituciones
financieras mundiales tienen su sede en la UE, incluida la organización Swift,
que gestiona la mayoría de los pagos internacionales, la UE tiene sin duda
algunas herramientas en sus manos, aunque todavía está por ver si realmente se
atrevería a utilizarlas sin la aprobación de Washington.
Política
ucraniana: La UE sigue contribuyendo a su aislamiento geopolítico
En todos estos
casos surge un patrón paradójico: la UE debería tener un interés existencial en
evitar que el incendio a sus puertas continúe o incluso empeore; En lugar de
ello, continúa echando leña al fuego para continuar una guerra sin esperanza.
Al hacerlo, sacrifica tanto sus propios intereses de seguridad, a menudo
invocados, como los intereses de supervivencia de Ucrania, de cuyo protector se
ha presentado durante años. Además, la UE sigue contribuyendo a su propio
aislamiento geopolítico en lugar de posicionarse como mediador entre los
principales bloques, que es la única opción racional dada su posición
geográfica. ¿Cómo se puede explicar este comportamiento irracional?
El historiador
indio-estadounidense Vijay Prashad sospecha que las élites políticas de la UE
están interesadas principalmente en mantener su propio prestigio. En otras
palabras: se ha invertido demasiado capital político en la narrativa de una paz
basada en la victoria, se han sacrificado demasiadas vidas humanas por esta
narrativa y se han gastado demasiados miles de millones en ella.
Si Moscú
realmente acepta un alto el fuego y, en última instancia, un tratado de paz, la
afirmación de que es imposible negociar con Putin también quedaría desmentida.
Se plantea la pregunta: ¿por qué la UE no apoyó las negociaciones de paz
avanzadas en Estambul ya en la primavera de 2022? Tal vez se podrían haber
evitado cientos de miles de muertes y Ucrania se habría ahorrado enormes
pérdidas territoriales. Tal vez ni siquiera sería necesario rearmarse tan
frenéticamente como lo están haciendo actualmente la UE y, sobre todo,
Alemania. Si resulta que Rusia perseguía con esta guerra objetivos regionales
más bien limitados y no tiene intención de absorber a toda Ucrania y, de
postre, a la OTAN, entonces podría surgir en el horizonte la posibilidad de un
nuevo orden de paz y, con él, la opción de garantizar una mayor seguridad a
largo plazo y lograr el desarme mediante medidas de fomento de la confianza.
Pero tales
perspectivas están en contradicción con los escenarios catastróficos que se
utilizan para impulsar en los parlamentos enmiendas constitucionales y cientos
de miles de millones de euros para armamentos. Todos los gobiernos de la UE,
desde Varsovia a Berlín, desde París a Roma, desde Madrid a Londres, así como
los principales partidos, desde los Verdes a la Unión, han apostado sus
apuestas políticas en esta carta. ¿Eso significa que ya no pueden regresar?
¿Están dispuestos a sacrificar la posibilidad de paz para mantener una
narrativa fallida? Éste sería realmente el más grave de todos los errores,
después de todos los graves errores y omisiones de los últimos tres años.
Las estrategias
occidentales en Ucrania han fracasado
De hecho, ahora
lo que está en juego es aún más importante. El escenario de un ataque ruso a la
OTAN no sólo legitima el rearme en la UE, sino también, a su vez, el
desmantelamiento del Estado de bienestar, que Europa ya no puede permitirse
ante esta amenaza existencial. El Financial Times resumió el
programa así: “Europa debe reducir su estado de bienestar para construir un
estado de guerra”. Un acuerdo de paz que se alcance demasiado rápido podría
socavar este proyecto de austeridad impuesto militarmente. ¿Quién aceptaría
todavía el desmantelamiento de los servicios públicos de salud, de educación,
de transporte público, de protección del clima y de servicios sociales si ya no
existiera un enemigo abrumador en ascenso?
Noam Chomsky
observó una vez que el desmantelamiento del Estado de bienestar en favor del
complejo militar-industrial era un proyecto muy antiguo, ya desarrollado
durante el New Deal en Estados Unidos. Según Chomsky, los beneficios sociales
estimularían el deseo de la gente de una mayor autodeterminación y derechos
democráticos y obstaculizarían un orden autoritario. El gasto militar, por el
contrario, genera altas ganancias sin generar derechos sociales. ¿Necesita la
UE un enemigo fuerte para un proyecto así?
Además de estas
dos posibles razones, hay otra posible explicación para el comportamiento
aparentemente irracional de la UE: la preparación de una nueva leyenda de
puñalada por la espalda. Si la UE mantiene la narrativa de la paz a través de
la victoria sabiendo perfectamente que no tiene ninguna base realista, mientras
Trump negocia una paz de compromiso, los neoconservadores estadounidenses y sus
aliados europeos pueden hacer circular la narrativa de que la administración
Trump apuñaló a los ucranianos y sus partidarios por la espalda y es
responsable de pérdidas territoriales. Elementos de esta narrativa ya se están
desarrollando exhaustivamente en ambos lados del Atlántico, con fines
fructíferos políticos.
Pero una
estrategia así está tan condenada al fracaso como las anteriores. Alimentará a
todas esas fuerzas, dentro y fuera de Ucrania, que quieren socavar la paz a
posteriori y alimentar la fantasía de que con más armas y una guerra continua,
las pérdidas pueden revertirse. Para Ucrania, esto podría hacer más probable
una transición a una guerra civil; Para toda Europa significaría una mayor
inestabilidad y el riesgo de un nuevo enfrentamiento con Moscú.
Si los europeos
realmente se preocupan por su propia seguridad y la de los ucranianos, entonces
la única alternativa sensata es la honestidad. Las estrategias occidentales en
Ucrania han fracasado. Centrarse exclusivamente en el suministro de armas y rechazar
la diplomacia ha demostrado ser un error. Debemos reconocer la realidad y
tratar de sacar lo mejor de una mala situación. Esto significa contribuir al
proceso de paz con propuestas constructivas, en lugar de sabotearlo desde
fuera.
Fuente: Berliner Zeitung