miércoles, 16 de abril de 2025

RUSIA BOMBARDEA A LA OTAN EN SUMY: DEJA VARIAS VÍCTIMAS DE ALTO RANGO | ...

Locos por la guerra

 

Asoma en el horizonte una nueva burbuja: la derivada del gasto en armamento. Un gasto colosal que pretende contrarrestar una amenaza en verdad inexistente. El pato lo pagarán los de siempre. Una vez más, el capital trata de salirse con la suya.


Locos por la guerra 


Maurizio Lazzarato

El Viejo Topo

16 abril, 2025 



¡ÁRMATE PARA SALVAR EL CAPITALISMO FINANCIERO!

 

“Por grande que sea una nación, si ama la guerra perecerá; Por más pacífico que sea el mundo, si olvida la guerra estará en peligro.”

Wu Zi

“Cuando decimos sistema de guerra nos referimos a un sistema como el actual, que asume la guerra, aunque sea planificada y no combatida, como fundamento y culmen del orden político, es decir, de las relaciones entre los pueblos y entre los hombres. Un sistema donde la guerra no es un acontecimiento sino una institución, no es una crisis sino una función, no es una ruptura sino una piedra angular del sistema, una guerra siempre desaprobada y exorcizada, pero nunca abandonada como una posibilidad real.”

Claudio Napoleoni, 1986

La llegada de Trump es apocalíptica en el sentido literal de la palabra: desecha lo que cubre, quita el velo, revela. La agitación convulsiva del magnate tiene el gran mérito de mostrar la naturaleza del capitalismo, la relación entre la guerra, la política y el beneficio, entre el capital y el Estado, habitualmente oculta por los mecanismos democráticos, los derechos humanos, los valores y la misión de la civilización occidental.

La misma hipocresía está en el centro de la narrativa construida para legitimar los 840.000 millones de euros de rearme que impone la Unión Europea mediante el uso del estado de excepción a los Estados miembros. Armarse no significa, como dice Draghi, “los valores que fundaron nuestra sociedad”; y han “garantizado a sus ciudadanos la paz, la solidaridad y, con el aliado estadounidense, la seguridad, la soberanía y la independencia duradera”; sino que significa salvar el capitalismo financiero.

No hay necesidad de grandes discursos ni análisis documentados para enmascarar la insuficiencia de estas narrativas. Bastó otra masacre de 400 civiles palestinos para exponer la verdad de la charla indecente sobre la singularidad y la supremacía moral y cultural de Occidente.

Trump no es un pacifista, simplemente reconoce la derrota estratégica de la OTAN en la guerra de Ucrania, mientras que las élites europeas rechazan la evidencia. Para estos últimos, “paz” significa volver al estado catastrófico al que han reducido sus naciones.

La guerra debe continuar porque para ellos, como para los demócratas y el Estado profundo estadounidense, es el medio para salir de la crisis iniciada en 2008, en un proceso similar a la gran crisis de 1929. Trump cree que puede resolver los problemas privilegiando la economía sin renunciar a la violencia, al chantaje, a la intimidación, a la guerra. Es muy probable que ni uno ni otro tengan éxito en su intento porque tienen un enorme problema: el capitalismo, en su forma financiera, está en profunda crisis y desde su mismo centro, EE.UU., llegan señales “dramáticas” para las élites que nos gobiernan. El capital, en lugar de converger hacia Estados Unidos, huye hacia Europa. Una gran noticia, síntoma de grandes rupturas impredecibles que corren el riesgo de ser catastróficas.

El capital financiero no produce bienes sino burbujas –que se inflan en Estados Unidos y estallan en detrimento del resto del mundo–, auténticas armas de destrucción masiva. Las finanzas estadounidenses absorben valor (capital) de todo el mundo, lo invierten en una burbuja que, tarde o temprano, estallará, obligando a las poblaciones del planeta a la austeridad, a los sacrificios para compensar sus fracasos: primero la burbuja de Internet, luego la burbuja subprime que provocó una de las mayores crisis financieras de la historia del capitalismo, abriendo las puertas a la guerra. También intentaron inflar la burbuja del capitalismo verde –que nunca despegó– y la burbuja incomparablemente mayor de las empresas de alta tecnología. Para tapar los agujeros de los desastres de la deuda privada vertidos sobre las deudas públicas, la Reserva Federal y el Banco Central Europeo inundaron los mercados de liquidez, que en lugar de “gotear” hacia la economía real, sirvió para alimentar la burbuja de alta tecnología y el desarrollo de fondos de inversión, como los llamados “Big Three”: Vanguard, BlackRock y State Street –un trío que representa el mayor monopolio de la historia del capitalismo, gestionando 50.000 billones de dólares, accionista de referencia en todas las empresas más importantes que cotizan en Bolsa. Ahora esta burbuja también se está desinflando.

Ni siquiera reducir a la mitad la capitalización bursátil de la Bolsa de Wall Street nos acercaría al valor real, infinitamente inferior, de las empresas de alta tecnología, cuyas acciones han sido infladas por los fondos para mantener altos los dividendos para sus “ahorradores” –los demócratas, en realidad, también contaban con reemplazar la asistencia social con finanzas para todos, como antes habían elogiado la vivienda para todos los estadounidenses.

Ahora el tren de la salsa está llegando a su fin. La burbuja ha llegado a su límite y los valores están cayendo con el riesgo concreto de un colapso. Si a esto le sumamos la incertidumbre que las políticas de Trump –que representan unas finanzas que no son las de los fondos de inversión– están introduciendo en un sistema que los propios fondos habían conseguido estabilizar con la ayuda de los demócratas, podemos entender los temores de los “mercados”. El capitalismo occidental necesita otra burbuja porque funciona como una reproducción de lo mismo de siempre. El intento de Trump de reconstruir la industria manufacturera en Estados Unidos está condenado al fracaso.

La identidad perfecta de “producción” y destrucción

Europa, que gasta mucho más que Rusia en armas (el 55% del gasto mundial en armamento se atribuye a la OTAN, “sólo” el 5% a Rusia), ha decidido lanzar un importante plan de inversiones de 800.000 millones de euros para aumentar aún más el gasto militar.

En Europa todavía siguen activas redes políticas y económicas y centros de poder que remiten a la estrategia representada por Biden, derrotado en las últimas elecciones presidenciales. Por ello, Europa es el espacio propicio, hundida en la guerra, para construir una burbuja basada en armamentos que compense las crecientes dificultades de los “mercados” estadounidenses. Desde diciembre, las acciones de las empresas productoras de armas ya son objeto de especulación, subiendo cada vez más y actuando como refugio para el capital que considera demasiado arriesgada la situación en Estados Unidos. En el centro de la operación se encuentran fondos de inversión entre los mayores accionistas de las principales empresas armamentísticas. Tienen participaciones significativas en Boeing, Lockheed Martin y RTX e influyen en la gestión y las estrategias de estas empresas. Europa también es un actor del complejo militar-industrial: las acciones de Rheinmetall, la empresa alemana que fabrica el Leopard y es el mayor productor de municiones de Europa, han subido un 100% en los últimos meses, superando al mayor fabricante de automóviles del continente, Volkswagen, en términos de capitalización de mercado, la última señal del creciente apetito de los inversores por los valores relacionados con la defensa. Evidentemente, Rheinmetall tiene como principales accionistas a Blackrock, Société Générale, Vanguard, etc.

La Unión Europea quiere recaudar los ahorros continentales y canalizarlos hacia el armamento, con consecuencias catastróficas para el proletariado y una mayor división de la Unión. La carrera armamentista no puede funcionar como un “keynesianismo de guerra” porque las inversiones en armas ocurren en una economía financiarizada y ya no industrial. Construida con dinero público, proporcionará ganancias a una pequeña minoría de individuos privados, mientras empeorará las condiciones de la gran mayoría de la población.

La burbuja armamentística producirá inevitablemente los mismos efectos que la burbuja estadounidense de alta tecnología. Después de 2008, las sumas de dinero obtenidas para invertir en la burbuja tecnológica nunca “llegaron” al proletariado estadounidense. En cambio, han producido una desindustrialización cada vez más intensa, empleos no cualificados y precarios, salarios bajos, pobreza generalizada, la destrucción del poco bienestar heredado del New Deal y la consiguiente privatización de todos los servicios.

Esto es lo que, sin lugar a dudas, producirá la burbuja financiera en Europa. La financiarización conducirá no sólo a la destrucción completa del Estado de bienestar y a la privatización definitiva de los servicios, sino también a una mayor fragmentación política de lo que queda de la Unión Europea. Las deudas, contraídas por cada Estado por separado, deberán ser pagadas y producirán enormes diferencias entre los Estados europeos en su capacidad para saldarlas.

El verdadero peligro no es Rusia sino Alemania. El rearme de 500 mil millones –con otros 500 mil millones listos para infraestructuras– es un paso crucial en la construcción de la burbuja. La última vez que el país teutónico se rearmó, causó desastres mundiales: basta pensar en los 25 millones de muertos solo en la Rusia soviética, la Solución Final, etc. De ahí la famosa frase de François Mauriac: «Amo tanto a Alemania que prefiero dos de ellas». A la espera de los desarrollos ulteriores del nacionalismo y de la extrema derecha –que ya alcanza el 21%– que inevitablemente producirá el movimiento «Deutschland ist zurück», impondrá la hegemonía imperialista habitual a los demás países europeos. Los dirigentes alemanes abandonaron rápidamente el credo ordoliberal, que tenía un fundamento político, no económico, y abrazaron plenamente la financiarización angloamericana, fijándose el mismo objetivo: comandar y explotar a Europa. El Financial Times informa sobre una decisión tomada por Merz, un hombre de Blackrock, y el ministro de Hacienda Kukies, un hombre de Goldman Sachs, con el apoyo de los partidos de “izquierda” SPD y Die Linke, quienes, como sus predecesores en 1914, están asumiendo una vez más la responsabilidad de la carnicería futura.

Sólo el plan alemán parece tener credibilidad en el marco del proyecto europeo en su conjunto. En cuanto a los demás Estados, veremos quién tendrá el coraje de recortar aún más radicalmente las pensiones, la sanidad, la educación, etc., por una amenaza inventada.

Si el anterior imperialismo interno alemán se basaba en la austeridad, el mercantilismo exportador, la congelación de salarios y la destrucción del Estado del bienestar, el próximo se basará en la gestión de una economía de guerra europea, jerarquizada en los diferenciales de tipos de interés a pagar para reembolsar la deuda contraída.

Los países ya muy endeudados –Italia, Francia, etc.– tendrán que encontrar compradores para los bonos emitidos para pagar la deuda en un “mercado” europeo cada vez más competitivo. A los inversores les resultará conveniente comprar bonos alemanes, más precisamente los emitidos por las empresas armamentísticas que serán objeto de especulación al alza, y bonos gubernamentales europeos, que sin duda son más seguros y rentables que los de los países altamente endeudados. El famoso “spread” seguirá teniendo su importancia, como en 2011. Los miles de millones necesarios para financiar los mercados no estarán disponibles para el Estado del bienestar. El objetivo estratégico de todos los gobiernos y oligarquías de los últimos cincuenta años, es decir la destrucción y privatización del gasto social para la reproducción del proletariado, se logrará. Veintisiete egoísmos nacionales lucharán entre sí sin ningún interés, porque la historia –que, según algunos, «somos los únicos que sabemos lo que es»– nos ha arrinconado, inútiles e irrelevantes después de siglos de colonialismo, guerras y genocidios.

La carrera armamentista va acompañada de una constante justificación de la guerra contra todos –es decir, Rusia, China, Corea del Norte, Irán, los BRICS– que no se puede abandonar y que corre el riesgo de concretarse porque esa delirante cantidad de armas debe, en cualquier caso, “ser consumida”.

La lección de Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y Sweezy

Sólo los incautos pueden decir que están asombrados por lo que está sucediendo. Pero todo se repite en un contexto diferente, un capitalismo financiero y ya no industrial como en el siglo XX.

La guerra y los armamentos han estado en el centro de la economía y la política desde que el capitalismo se volvió imperialista. Y son también el corazón del proceso de reproducción del capital y del proletariado, en feroz competencia entre sí.

Reconstruyamos rápidamente el marco teórico proporcionado por Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y Sweezy, firmemente enraizado, a diferencia de las inútiles teorías críticas contemporáneas, en las categorías de imperialismo, monopolio y guerra, que nos ofrece un espejo de la situación contemporánea.

Partamos de la crisis de 1929, que tiene sus raíces en la Primera Guerra Mundial y en el intento de salir de ella con la activación del gasto público mediante la intervención estatal. Según Baran y Sweezy en la década de 1930 el problema era el volumen del gasto público, que no podía contrarrestar las fuerzas depresivas de la economía privada monopolista:

Considerado como una operación de rescate para la economía estadounidense en su conjunto, el New Deal fue por tanto un fracaso manifiesto. Incluso Galbraith, el profeta de la prosperidad sin órdenes de guerra, reconoció que en el decenio de 1930-1940 “la gran crisis” nunca terminó.

Sólo se superará con la Segunda Guerra Mundial: «Luego vino la guerra, y con la guerra vino la salvación […] el gasto militar hizo lo que el gasto social no había logrado» porque el gasto público pasó de 17,5 a 103,1 mil millones de dólares.

Baran y Sweezy demuestran que el gasto público no produjo los mismos resultados que el gasto militar porque estuvo limitado por un problema político que sigue siendo nuestro. ¿Por qué el New Deal y el gasto público resultante no lograron alcanzar un objetivo que “estaba a nuestro alcance, como lo demostró posteriormente la guerra”? Porque la lucha de clases estalló por la naturaleza y la composición del gasto público, es decir, por la reproducción del sistema y del proletariado.

Dada la estructura de poder del capitalismo monopolista estadounidense, el aumento del gasto civil casi había llegado a su límite. Las fuerzas que se oponían a una mayor expansión eran demasiado poderosas para ser vencidas.

El gasto social compitió con las empresas y las oligarquías o las perjudicó, quitándoles poder económico y político.

Como los intereses privados controlan el poder político, los límites del gasto público se establecen rígidamente sin ninguna consideración por las necesidades sociales, por vergonzosamente obvias que puedan ser.

Y estos límites se aplicaban también al gasto, a la sanidad y a la educación, que, en aquel momento, a diferencia de hoy, no estaban en competencia directa con los intereses privados de las oligarquías.

La carrera armamentista permite un aumento del gasto público por parte del Estado, sin que esto se transforme en un aumento de los salarios y del consumo por parte del proletariado. Entonces, ¿cómo invertir el dinero público, para evitar la depresión

económica que trae consigo el monopolio, evitando el fortalecimiento del proletariado? Gastar “en armamento, en más armamento, en cada vez más armamento”; Michael Kalecki, trabajando en el mismo período, pero centrándose en la Alemania nazi, consigue dilucidar otros aspectos del problema. Contra cualquier economicismo –que siempre amenaza la comprensión del capitalismo por parte de las teorías críticas, incluso las marxistas– destaca la naturaleza política del ciclo del capital:

La disciplina fabril y la estabilidad política son más importantes para los capitalistas que las ganancias actuales.

El ciclo político del capital, que ahora sólo puede garantizarse mediante la intervención estatal, debe recurrir al gasto en armamento y al fascismo. También para Kalecki el problema político se manifiesta en “la dirección y los objetivos del gasto público”. La aversión a la «subvención al consumo de masas» está motivada por la destrucción que provoca «de los fundamentos de la ética capitalista “ganarás el pan con el sudor de tu frente” (a menos que vivas de las rentas del capital)».

¿Cómo podemos garantizar que el gasto público no se traduzca en aumento del empleo, del consumo y de los salarios y, por tanto, en fuerza política del proletariado? Las oligarquías resuelven el problema con el fascismo. De esta manera, la maquinaria estatal queda bajo el control del gran capital y de los dirigentes fascistas y “la concentración del gasto estatal en armamento”, mientras que “la disciplina fabril y la estabilidad política quedan garantizadas mediante la disolución de los sindicatos y los campos de concentración. La presión política sustituye aquí a la presión económica del paro”. De ahí el inmenso éxito de los nazis entre la mayoría de los liberales, tanto ingleses como estadounidenses.

El gasto en guerra y armas sigue siendo central para la política estadounidense incluso después del final de la Segunda Guerra Mundial, porque una estructura política sin una fuerza armada, es decir, sin un monopolio sobre su ejercicio, es inconcebible. El tamaño del aparato militar de una nación depende de su posición en la jerarquía mundial de la explotación.

Las naciones más importantes siempre necesitarán más, y el alcance de sus requerimientos (de fuerza armada) variará dependiendo de si hay o no una lucha intensa entre ellas por el primer lugar.

El gasto militar continúa creciendo en el seno del imperialismo:

Por supuesto, la mayor parte de la expansión del gasto gubernamental tuvo lugar en el sector militar, que aumentó de menos del 1 a más del 10 por ciento del PNB, y que representó alrededor de dos tercios del aumento total del gasto gubernamental desde 1920. Esta absorción masiva del superávit en preparativos militares ha sido el hecho central de la historia estadounidense de la posguerra.

Kalecki señala que en 1966 “más de la mitad del crecimiento del ingreso nacional resultó en un aumento del gasto militar“. Ahora, en el período de posguerra, el capitalismo ya no puede contar con el fascismo para controlar el gasto social. El economista polaco, “alumno” de Rosa Luxemburg, señala:

Una de las funciones fundamentales del hitlerismo fue superar la aversión del gran capital a las políticas anticíclicas a gran escala. La gran burguesía había dado su consentimiento al abandono del laissez-faire y al aumento radical del papel del Estado en la economía nacional, con la condición de que el aparato estatal fuera colocado bajo el control directo de su alianza con la dirección fascista.

El destino y contenido del gasto público estaba determinado por los armamentos. En los Treinta Años Gloriosos, al tener que abandonar el fascismo que aseguraba la dirección de los gastos públicos, los Estados y los capitalistas se vieron obligados a un compromiso político. Las relaciones de poder determinadas por el siglo de revoluciones obligan al Estado y a los capitalistas a hacer concesiones que, sin embargo, son compatibles con que las ganancias alcancen tasas de crecimiento hasta entonces desconocidas. Pero incluso este compromiso es demasiado porque, a pesar de los.grandes beneficios, “los trabajadores se vuelven “recalcitrantes” en tal situación y los “capitanes de la industria” se muestran ansiosos de “darles una lección”

La contrarrevolución, iniciada a fines de la década de 1960, tendrá en su núcleo la destrucción del gasto social y el deseo feroz de orientar el gasto público hacia los intereses únicos y exclusivos de las oligarquías. El problema, a partir de la República de Weimar, nunca ha sido el de una intervención genérica del Estado en la economía: la cuestión es cómo el Estado mismo fue investido por la lucha de clases y obligado a ceder a las reivindicaciones de las luchas obreras y proletarias.

En los tiempos de la Guerra Fría, sin la ayuda del fascismo, la explosión del gasto militar requiere una legitimación, asegurada por una propaganda capaz de evocar continuamente la amenaza de una guerra inminente, de un enemigo a las puertas dispuesto a destruir los valores occidentales: “Los creadores oficiales y no oficiales de la opinión pública tienen la respuesta preparada: Estados Unidos debe defender al mundo libre de la amenaza de la agresión soviética (o china)”.

Kalecki, para el mismo período, especifica: «Los periódicos, el cine, la radio y las estaciones de televisión que trabajan bajo la égida de la clase dominante, crean una atmósfera que favorece la militarización de la economía».

El gasto en armamento no sólo tiene una función económica, sino también de producción de subjetividades subyugadas. La guerra, al exaltar la subordinación y el mando, “contribuye a crear una mentalidad conservadora”.

Mientras que el gasto público masivo en educación y bienestar tiende a socavar laposición privilegiada de la oligarquía, el gasto militar hace lo contrario. La militarización favorece a todas las fuerzas reaccionarias (…) determina un respeto ciego a la autoridad; Se enseña e impone una conducta de conformidad y sumisión; y cualquier opinión contraria se considera antipatriótica o incluso traidora.

El capitalismo produce un sujeto que, precisamente por la forma política de su ciclo, es un sembrador de muerte y destrucción, más que un promotor de progreso. Richard B. Russel, senador conservador del sur de Estados Unidos desde los años 1960, nos lo dice, citado por Baran y Sweezy:

Hay algo en los preparativos para la destrucción que induce a los hombres a gastar dinero de forma más irreflexiva que si se tratara de fines constructivos. Por qué sucede esto no lo sé. Pero en los treinta años aproximadamente que llevo en el Senado, he llegado a comprender que, al comprar armas para matar, para destruir, para borrar ciudades de la faz de la tierra y para eliminar grandes sistemas de transporte, hay algo que hace que los hombres no calculen el gasto con el mismo cuidado que emplean cuando se trata de pensar en viviendas dignas y en asistencia sanitaria para los seres humanos.

La reproducción del capital y del proletariado se ha politizado gracias a las revoluciones del siglo XX. La lucha de clases, que también afectó a esta realidad, puso de manifiesto una oposición radical entre la reproducción de la vida y la reproducción de su destrucción, que desde los años 30 no ha hecho más que profundizarse.

¿Cómo funciona el capitalismo?

La guerra y los armamentos, prácticamente excluidos de todas las teorías críticas del capitalismo, funcionan como discriminantes en el análisis del capital y del Estado. Es muy difícil definir el capitalismo simplemente como un “modo de producción” como lo hizo Marx: economía, guerra, política, Estado, tecnología son, de hecho, elementos estrechamente entrelazados e inseparables. La “crítica de la economía”; no basta para producir una teoría revolucionaria. Ya con la llegada del imperialismo se había introducido un cambio radical en el funcionamiento del capitalismo y del Estado, que Rosa Luxemburg dejó meridianamente claro. Según esta última, la acumulación tiene dos aspectos: el primero concierne a la producción de plusvalía –en la fábrica, en la mina, en la explotación agrícola– y a la circulación de mercancías en el mercado. Considerada desde esta perspectiva, la acumulación es un proceso económico cuya fase más importante es una transacción entre el capitalista y el asalariado. El segundo aspecto tiene como escenario el mundo entero, una dimensión global que no puede reducirse al concepto de «mercado» y sus leyes económicas.

Los métodos empleados aquí son la política colonial, el sistema de préstamos internacionales, la política de esferas de interés y la guerra. La violencia, el fraude, la opresión, la depredación se desarrollan abiertamente, sin máscara, y es difícil reconocer las leyes rigurosas del proceso económico en el entrelazamiento de la violencia económica y la brutalidad política.

La guerra no es la continuación de la política, sino que siempre ha coexistido con ella, y esto queda claro si observamos el funcionamiento del mercado mundial. Aquí, donde la guerra, el fraude y la depredación coexisten con la economía, la ley del valor nunca ha funcionado realmente. El mercado mundial parece muy diferente del que Marx describió. Sus consideraciones ya no parecen válidas. O, mejor dicho, es necesario precisarlas: sólo en el mercado mundial el dinero y el trabajo se harían adecuados a su concepto, llevando a término su abstracción y su universalidad. Por el contrario, lo que podemos observar es que el dinero, la forma más abstracta y universal del capital, es siempre la moneda de un Estado. El dólar es la moneda de los Estados Unidos y reina suprema sólo como tal. La abstracción del dinero y su universalidad (y sus automatismos) son apropiados por una “fuerza subjetiva” y son gestionados según una estrategia que no está contenida en el dinero.

Las finanzas, como la tecnología, también parecen ser objeto de apropiación por parte de fuerzas subjetivas “nacionales” que están lejos de ser universales. En el mercado mundial no triunfa el trabajo abstracto como tal, sino que se encuentra con otros tipos de trabajo radicalmente diferentes (trabajo servil, trabajo esclavo, etc.).

La acción de Trump, habiendo dejado caer el velo hipócrita del capitalismo democrático, nos revela el secreto de la economía: ésta sólo puede funcionar a partir de una división internacional de la producción y de la reproducción definida e impuesta políticamente, es decir, con el uso de la fuerza que implica también la guerra.

La voluntad de explotar y dominar, gestionando simultáneamente las relaciones políticas, económicas y militares, construye una totalidad que nunca puede cerrarse sobre sí misma, sino que permanece siempre abierta, separada de conflictos, guerras y depredaciones. En esta totalidad escindida convergen todas las relaciones de poder y se gobiernan. Trump interviene en diversos aspectos de la vida política y cotidiana estadounidense al mismo tiempo que pretende imponer a Estados Unidos un nuevo posicionamiento global, tanto político como económico. Actúa de lo micro a lo macro: acción política que los movimientos contemporáneos no tienen en sus horizontes de pensamiento.

La construcción de la burbuja financiera, proceso que podemos seguir paso a paso, se produce de la misma manera. Los actores que contribuyen a su producción son numerosos: la Unión Europea, los Estados que deben endeudarse, el Banco Europeo, el Banco Europeo de Inversiones, los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública, los grandes fondos de inversión (todos estadounidenses) que organizan el traslado de capitales de una Bolsa a otra, las grandes empresas. La burbuja económica y sus automatismos sólo podrán funcionar cuando el choque/cooperación entre estos centros de poder haya dado su veredicto. Hay que disipar la ideología de que este proceso es “automático”. El “piloto automático” sobre todo en el plano financiero, existe y funciona sólo después de haber sido establecido políticamente: no existía en los Treinta Años Gloriosos porque se había decidido políticamente en esa dirección; Está funcionando desde finales de la década de 1970, gracias a una voluntad política explícita.

La multiplicidad de actores que trabajan desde hace meses se mantiene unida por una estrategia. Hay dos elementos subjetivos que intervienen de manera fundamental. Desde el punto de vista capitalista, existe una lucha encarnizada entre el “factor subjetivo” de Trump y el “factor subjetivo” de las élites derrotadas en las elecciones presidenciales, que aún tienen fuerte presencia en los centros de poder de EEUU y Europa.

Pero para que el capitalismo funcione también hay que tener en cuenta un factor proletario subjetivo. Desempeña un papel decisivo: o se convertirá en el portador pasivo del nuevo proceso de producción/reproducción del capital o tenderá a rechazarlo y destruirlo. Dada la incapacidad del proletariado contemporáneo, el más débil, el más desorientado, el menos autónomo e independiente de la historia del capitalismo, la primera opción parece la más probable. Pero si no logra oponer su estrategia a las continuas innovaciones estratégicas del enemigo, capaces de renovarse continuamente, caeremos en una asimetría de relaciones de poder que nos retrotraerá a una situación anterior a la Revolución Francesa, en un nuevo/ya visto “ancien régime”.

 *++

martes, 15 de abril de 2025

¡CASI 5000 MERCENARIOS ELIMINADOS EN KURSK!, MUCHOS DE LA OTAN.LOS RUSOS...

DIRECTO ÚLTIMA HORA.EE.UU EN PÁNICO.CHINA VETA A BOEING.TRUMP ATACA A LA...

Haití en la cartografía de la urgencia

 

Haití en la cartografía de la urgencia

 

 

Guadi Calvo

Rebelion

14/04/2025 



Fuentes: Rebelión

La actual situación política y social de Haití se resume en la violencia generalizada por parte de las bandas criminales, que han tomado de rehenes a los once millones de haitianos, lo que hace que esta crisis no tenga paragón, por lo menos en la historia moderna.

En esta antigua colonia francesa sus ciudadanos han sido castigados con la dictadura de François Duvallier, o Papa Doc, desde 1957 a 1971, seguida por la de su hijo Jean-Claude o Baby Doc, quien se mantuvo hasta 1986. Dictadura en la que, más allá de la pobreza generada, el terror y el oscurantismo del que se valieron para gobernar sumió a la población en un complejo sistema de creencias que solo inspira miedo y atraso. La superchería magnificada por los Duvallier pasó a conformar el elemento cultural más característico del país, que los gobiernos que se sucedieron siguieron utilizando, por lo que muchos sectores de la población siguen hundidos en el siglo XVII.

Mientras, la clase política no ha cambiado y solo se ha innovado en la corrupción y los negociados, llevando al país a estar viviendo bajo el fuego cruzado de bandas criminales que lo ocupan todo y se disputan barrio a barrio, manzana a manzana y casa a casa para saquear, robar, realizar secuestros extorsivos, traficar con drogas e introducir a mujeres en el mercado de la prostitución.

A la anémica respuesta estatal con la Policía Nacional de Haití (PNH), se le sumaron hace algunos meses unos cientos de policías y gendarmes kenianos que también han sido desbordados por el desorden social.

Si bien el complejo panorama haitiano remite de inmediato a la Somalia de los últimos treinta y cinco años, al Afganistán que se extendió desde la retirada soviética en 1989 hasta un poco más allá de la invasión norteamericana del 2001 o a la Camboya del Khmer Rouge (1975 y 1979), en cada uno de estos tres casos los grupos dominantes, que convirtieron a sus naciones en Estados fallidos, respondían a una ideología política o una “verdad” religiosa que los abroquelaba, les daban entidad y hasta un cierto ordenamiento. En el caso haitiano las bandas operan solo para delinquir.

Estados de anarquías similares hoy mismo viven una decena de países, por empezar el caso de Sudán, envuelto en una guerra civil en toda regla, donde dos grandes bandos se enfrentan desde hace dos años en una decidida pugna por el poder, o el de Birmania, en el que la casta militar que desalojó a un Gobierno elegido democráticamente en 2021, desde entonces se enfrenta a un cúmulo de guerrillas con intereses políticos, étnicos y religiosos diferentes, a las que el enemigo común une. Aunque de vencer, quizás la nación que conocemos deje de ser tal.

Un caso particular quizás sea la Libia post-Gadafi, donde desde 2010 diferentes poderes extranjeros hacen jugar a Trípoli y a Benghazi a favor de quienes los financian y sostienen, generando una grieta que quizás nunca se cierre. Este sistema de bipolaridad mantiene a la nación que fue la más progresista del continente, encallada entre la guerra civil y el Estado fallido.

Es cierto que a lo largo de la historia muchas naciones han perdido el control de algunas áreas de su territorio. Esto sucede actualmente en el este de la República Democrática del Congo, donde un centenar de grupos insurgentes desafían el poder regional de Kinshasa. Desde principios de año, uno en particular, el Movimiento 23 de marzo (M-23), ha sido especialmente activo. Algo similar sucede en el norte de Burkina Faso y de Malí. Allí, grupos adscriptos al Dáesh y a al-Qaeda, con el concurso de los Estados Unidos y Francia, han convertido esas áreas en ingobernables. Áreas en las que los regulares combaten palmo a palmo para mantener el control, en algunos casos retomarlo y en otros volver a perderlo en una disputa que ya lleva diez años.

Lo mismo sucede en Nigeria, donde Boko Haram y sus desprendimientos, en provincias del noroeste enfrentan al poder estatal desde 2009, habiendo provocado miles de muertos y millones de desplazados, obligando a Abuya a inversiones multimillonarias en insumos militares que son dilapidados por la corrupción de los políticos y los altos mandos.

En vista de esos ejemplos, la situación de Haití tras el asesinato de su presidente Jovenel Moïse en abril del 2021 a manos de sicarios colombianos, no deja de ser peligrosamente novedosa. Con visos distópicos que remite al film australiano Mad Max, en el que, al igual que Haití, bandas armadas recorren un mundo sin ley ni orden.

Este cuadro, incluso superior a lo que sucedió con los cárteles de la droga en Colombia o México, que gracias a la corrupción político-policial fueron, si no lo siguen siendo, en algunas regiones un poderoso estamento paraestatal. O las multitudinarias bandas juveniles centroamericanas, conocidas como maras, que fueron contendidas, como es el caso del Salvador, por el presidente Nayib Bukele con una ferocidad que pone al Estado a la misma altura de los criminales.

En esta cartografía de urgencia, quizás podremos concluir que, si bien muchos comparan al país antillano con Somalia, sea más acertado hacerlo con la Ruanda de 1994 cuando tras el derribo del avión del presidente Juvénal Habyarimana, quien viajaba junto a Cyprien Ntaryamira, el presidente de Burundi, se precipitó una matanza en la que solo en cien días los hutus masacraron a cerca de un millón de tutsis, casi el setenta por ciento del total de ese grupo étnico.

El corazón sangrante de Haití

Es claro que, en el orden internacional, Haití, desde su independencia en 1811, más allá de Francia herida en su honor, nunca a nadie le importó nada. Sin petróleo, sin uranio, sin oro y con millones de negros analfabetos y hambrientos de todo, a los que las numerosas intervenciones y ocupaciones extranjeras nunca les resolvieron nada.

De ello no hay mejor ejemplo que este momento en que la crisis se profundiza y ningún Estado u organismo internacional hace nada, mucho menos ahora, paralizados por los bramidos psiquiátricos de Donald Trump.

Por lo que las bandas que operan a lo largo del país, que se calculan en unas doscientas, aprovechan para seguir extendiendo su control y particularmente sobre Puerto Príncipe, de la que ya ocupan más del ochenta por ciento, lo que se traduce en medio millón de almas sometidas a códigos regidos por la cocaína, el bazuco y las drogas de diseño.

Otro medio millón de capitalinos han abandonado la capital para desplazarse hacia el interior de la isla, escapando de fenómenos como el de la violencia sexual “infantil”, patrón que se ha disparado a cifras espeluznantes.

A este cuadro se le agrega la falta de alimentos y agua potable; a este punteo muchos agregan la falta de servicios de salud o higiene, ignorando que la enorme mayoría de ese pueblo jamás dispuso de semejantes lujos. Para los casos de salud el pueblo cuenta con el vudú, religión oficial desde 2003. Si no, ya lo resolverá la muerte en algún momento.

Tras la renuncia en abril de 2024 del primer ministro, Ariel Henry, dejó al país acéfalo debiendo improvisar un Consejo de Transición, que a pesar de contar con el apoyo nominal de los Estados Unidos nunca pudo hacer pie, sin escapar de las diatribas del discurso m’adamage (populista) ha fracasado en sus tareas fundamentales: la estabilización del país y la organización de elecciones presidenciales.

El anunciado despliegue en Puerto Príncipe de unos ochocientos efectivos kenianos, según dice el acuerdo entre Nairobi y Washington de 2023, ha sido la única señal de los norteamericanos para colaborar con la estabilización del país, al que ocuparon entre 1915 y 1934, más allá de que continuaron digitando su destino hasta la muerte de Moïse.

Los kenianos son una fuerza insuficiente para controlar siquiera Puerto Príncipe, y ni hablar del resto del país. Para lo que, según expertos locales, se necesitarían entre dos mil quinientos y tres mil hombres para estabilizar el país; de todos modos, una cifra insuficiente para contener la muchedumbre de pandillas, compuesta por centenares de miembros. Que además de estar muy bien armados, permanentemente drogados y, para peor, convencidos de su estado de wanga binefik (estado de protección) según las disposiciones de Liv des Mystères (Libro de los misterios).

El armamento para las bandas llega desde el mercado negro de Florida en lachas rápidas que nunca son detectadas o a través de la frontera dominicana. Sumándose a las que les son vendidas por funcionarios de la propia policía.

La comunidad internacional parece negarse a apuntalar una solución para los problemas estructurales que el país arrastra desde el siglo XIX, y que se profundizan gobierno tras gobierno, terremoto tras terremoto.

Se estima que desde el 2023, los muertos alcanzan a los siete mil. Si bien todavía no son suficientes para compararlo con el genocidio de Ruanda, sabemos que solo es una cuestión de tiempo, empeño y vudú.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

*++

 

Capitalismo y guerra

 

Según Andrea Zhok, el libre mercado, para sobrevivir, requiere un crecimiento continuo. Cuando el crecimiento se detiene, el sistema entra en crisis, y las soluciones tradicionales ya no son suficientes. Se impone la guerra como último recurso.


Capitalismo y guerra

 

Andrea Zhok

El Viejo Topo

15 abril, 2025 



1. LA ESENCIA DEL CAPITALISMO

La conexión entre capitalismo y guerra no es accidental sino estructural y estrecha. Aunque la literatura autopromocional del liberalismo siempre ha intentado explicar que el capitalismo, traducido como “comercio dulce”, era una vía preferencial hacia la pacificación internacional, en realidad esto siempre ha sido una flagrante falsedad. Y esto no es porque el comercio no pueda ser un medio de paz –puede serlo–, sino porque la esencia del capitalismo NO es el comercio, que es sólo uno de sus posibles aspectos.

La esencia del capitalismo consiste en un solo punto. Se trata de un sistema social idealmente acéfalo, es decir, idealmente sin liderazgo político, pero guiado por un único imperativo categórico: el aumento del capital en cada ciclo de producción.

El corazón ideal del capitalismo es la necesidad de que el capital rinda, es decir, de aumentar el capital mismo. La dirección de este proceso no está en manos de la política –y mucho menos de la política democrática–, sino de los poseedores del capital, de los sujetos que encarnan las necesidades de las finanzas.

Es importante entender que el punto crucial para el sistema no es que “siempre haya más capital” en el sentido objetivo, es decir, que la cantidad de dinero aumente cada vez más; Incluso puede contraerse temporalmente. Lo que importa es que siempre debe existir la perspectiva general de un aumento del capital disponible.

En ausencia de esta perspectiva –por ejemplo, en una condición persistente de “estado estacionario” de la economía–, el capitalismo deja de existir como sistema social, porque falta el “piloto automático” representado por la búsqueda de salidas para la inversión.

Ello debe entenderse puramente en términos de PODER. En el capitalismo, una determinada clase detenta el poder y lo ostenta como la persona encargada de la gestión del capital hacia el crecimiento. Si se pierde la perspectiva de crecimiento, el resultado es técnicamente REVOLUCIONARIO, en el sentido específico de que la clase que detenta el poder debe cederlo a otros –por ejemplo a un liderazgo político impulsado por principios o ideas rectoras, como ha sido más o menos siempre el caso a lo largo de la historia (perspectivas religiosas, perspectivas nacionales, visiones históricas).

El capitalismo es el primer y único sistema de vida en la historia de la humanidad que no busca encarnar ningún ideal ni tiende a ir en ninguna dirección específica. Aquí se podría abrir una discusión interesante sobre la conexión entre capitalismo y nihilismo, pero queremos centrarnos en otro punto.

2. LA «TENDENCIA A LA CAÍDA DE LA TASA DE GANANCIA»

En la naturaleza del sistema está implícita una tendencia que Karl Marx examinó por primera vez con el nombre de «tendencia de la tasa de ganancia a caer». Es un proceso intuitivo. Por un lado, como hemos visto, el sistema nos exige buscar constantemente el crecimiento, transformando el capital en inversión que genere más capital.

Por otra parte, la competencia interna al sistema tiende a saturar todas las opciones de incrementar el capital, realizándolas. Cuanto más eficiente sea la competencia, más rápida será la saturación de lugares donde obtener ganancias. Esto significa que con el tiempo el sistema capitalista genera estructuralmente un problema de supervivencia para el propio sistema.

El capital disponible crece constantemente y busca usos “productivos”, es decir, capaces de generar beneficios. El crecimiento del capital está vinculado al crecimiento de las perspectivas de crecimiento futuro del capital, en un mecanismo de autorreforzamiento. Es sobre la base de este mecanismo que nos encontramos en situaciones como la anterior a la crisis de las hipotecas subprime, cuando la capitalización en los mercados financieros globales era 14 veces el PIB mundial.

Este mecanismo produce la tendencia constante hacia las “burbujas especulativas”. Y este mismo mecanismo produce la tendencia a las llamadas «crisis de sobreproducción», expresión común pero impropia, pues da la impresión de que hay un exceso de producto disponible, cuando el problema es que hay demasiado producto sólo en relación con la capacidad media de comprarlo.

Constante, inevitablemente, el sistema capitalista se encuentra enfrentando crisis generadas por esta tendencia: masas crecientes de capital presionan para ser utilizadas, en un proceso exponencial, mientras que la capacidad de crecimiento es siempre limitada.

Para que una crisis se sienta, no es necesario que el crecimiento se detenga, basta con que no esté a la altura de la creciente demanda de márgenes. Cuando esto sucede, el capital –es decir, los poseedores del capital o sus administradores– comienza a agitarse cada vez más, porque su propia supervivencia como poseedores del poder está en riesgo.

3. LA BÚSQUEDA FRENÉTICA DE SOLUCIONES

A medida que se acerca la compresión de márgenes, comienza una búsqueda frenética de soluciones. En la versión autopromocional del capitalismo, la solución principal sería la «revolución tecnológica», es decir, la creación de una nueva perspectiva prometedora de generar ganancias a través de una innovación tecnológica.

La tecnología es realmente un factor que aumenta la producción y la productividad. Si también aumenta los márgenes de beneficio es una cuestión más compleja, porque no basta con que haya más producto para que el capital aumente, sino que es necesario que haya más producto COMPRADO.

Esto significa que los márgenes pueden realmente crecer en presencia de una revolución tecnológica sólo si el aumento de la productividad se refleja también en un aumento general del poder adquisitivo (salarios), lo que no es tan obvio. Pero incluso donde esto sucede, las “revoluciones tecnológicas” capaces de aumentar la productividad y los márgenes no son tan comunes. A menudo lo que se presenta como una “revolución tecnológica” se sobreestima enormemente en su capacidad de producir riqueza y termina siendo sólo una reorientación de las inversiones que genera una burbuja especulativa.

A la espera de que se produzcan revoluciones tecnológicas que reabran la esfera de los márgenes, la segunda dirección en la que se busca una solución para recuperar márgenes de beneficio es la presión sobre la fuerza de trabajo. Esta presión puede manifestarse en la compresión salarial y de muchas otras formas que aumentan el área de explotación del trabajo.

La reducción directa de los salarios nominales es una forma que se adopta sólo en casos excepcionales. Más frecuentes y fáciles de gestionar son la falta de recuperación de la inflación, la “flexibilización” del trabajo para reducir los “tiempos muertos”, la “rigorización” de las condiciones de trabajo, los despidos de personal, etc.

Este horizonte de presión presenta dos problemas. Por una parte, difunde el descontento, con la posibilidad de que éste derive en protestas, disturbios, etc. Por otra parte, la presión sobre la fuerza de trabajo, especialmente en la dimensión salarial, reduce el poder adquisitivo medio, y con ello se corre el riesgo de iniciar una espiral recesiva (menores ventas, menores beneficios, mayor presión sobre la masa salarial para recuperar márgenes, consecuente reducción de las ventas de productos, etc.).

Una forma colateral de ganar márgenes se da con las “racionalizaciones” del sistema de producción, que conceptualmente está a medio camino entre la innovación tecnológica y la explotación de la fuerza de trabajo. Las «racionalizaciones» son reorganizaciones que, por así decirlo, liman las «ineficiencias» relativas del sistema. Esta dimensión reorganizativa de hecho casi siempre repercute en un empeoramiento de las condiciones de trabajo, que se vuelven cada vez más dependientes de las necesidades impersonales de los mecanismos del capital.

Un horizonte final de soluciones se presenta cuando la esfera del comercio exterior entra en la ecuación. Aunque en principio los puntos anteriores agotan los lugares donde los márgenes de ganancia pueden crecer, en realidad tomando en consideración el ámbito exterior, las mismas oportunidades de ganancias se multiplican debido a las diferencias entre países. En lugar de un aumento tecnológico interno, se puede acceder a un aumento tecnológico externo a través del comercio. En lugar de comprimir la fuerza laboral nacional, se podría lograr acceso a mano de obra extranjera barata, etc.

4. LA DISMINUCIÓN DE LAS GANANCIAS

La fase actual de la corta y sangrienta historia del capitalismo que estamos viviendo se caracteriza por el desvanecimiento progresivo de todas las perspectivas importantes de ganancias. Siempre habrá lugar para “revoluciones tecnológicas”, pero no con una frecuencia que pueda seguir el ritmo de las masas de capital infinitamente crecientes que presionan para convertirse en ganancias.

Siempre habrá espacio para una mayor compresión de la fuerza laboral, pero el riesgo de crear condiciones para la revuelta o reducir el poder adquisitivo generalizado plantea límites claros. En cuanto al proceso de globalización, ha llegado a sus límites y ha iniciado un proceso de regresión relativa; la posibilidad de encontrar oportunidades externas diferentes y mejores que las nacionales se ha reducido drásticamente (hay que considerar que cuanto más se extienden las cadenas productivas, más frágiles son y más costos de transacción adicionales pueden aparecer).

La crisis de las hipotecas subprime (2007-2008) marcó el primer punto de inflexión, llevando a todo el sistema financiero mundial al borde del colapso. Para salir de esa crisis se utilizaron dos palancas. Por un lado, una fuerte presión sobre el ámbito laboral, con pérdida de poder adquisitivo y empeoramiento de las condiciones laborales a nivel mundial. Por otra parte, se produce un aumento de las deudas públicas, que a su vez constituyen una restricción indirecta impuesta a los ciudadanos y a los trabajadores y se presentan como una carga que debe compensarse.

La crisis del Covid (2020-2021) marcó un segundo punto de inflexión, con características no muy diferentes a las de la crisis subprime. También en este caso, los resultados de la crisis han sido una pérdida media de poder económico de las clases trabajadoras y un aumento de la deuda pública.

Tanto en la crisis de las hipotecas subprime como en la del Covid, el sistema aceptó una reducción general temporal de las capitalizaciones globales, con el fin de reabrir nuevas áreas de beneficios. En general, el sistema financiero emergió de ambas crisis en una posición comparativamente más fuerte en relación con la población que vive de su propio trabajo. El aumento de la deuda pública es en realidad una transferencia de dinero desde la disponibilidad del ciudadano medio a los cupones de los tenedores de capital.

Cabe señalar que, para desactivar los espacios de disputa y oposición entre trabajo y capital, el capitalismo contemporáneo ha presionado con todas sus fuerzas para crear un corresponsalismo en algunos estratos de la población, ricos pero lejos de contar para nada en términos de poder capitalista.

Al obligar a la gente a adquirir pensiones privadas, pólizas de seguros con intereses y empujarlos a utilizar sus ahorros en alguna forma de bonos gubernamentales, intentan (y logran) crear una capa de la población que se siente «involucrada» en el destino del gran capital. Estos estratos de población actúan como “zonas de amortiguación”, reduciendo la disposición promedio a rebelarse contra los mecanismos del capital.

La situación actual, sobre todo en el mundo occidental, es pues la siguiente: El gran capital necesita acceder a áreas de ganancias más amplias y continuas para sobrevivir. Las poblaciones de los países occidentales han visto erosionadas sus condiciones de vida, tanto en términos estrictamente de poder adquisitivo como en términos de capacidad de autodeterminación, viéndose cada vez más atadas a una multiplicidad de limitaciones financieras, laborales y legislativas, todas ellas motivadas por la necesidad de «racionalizar» el sistema.

Las posibilidades de encontrar nuevas áreas de ganancias en el extranjero se han reducido drásticamente a medida que el proceso de globalización ha llegado a sus límites. Esta es la situación a la que se enfrentan hoy los grandes accionistas. Por tanto, es urgente encontrar una solución. ¿Pero cuál?

5. «UNA PALABRA ATERRADORA Y FASCINANTE: ¡GUERRA!»

Cuando en el canon occidental aparecen las guerras mundiales, es decir, los dos mayores acontecimientos de destrucción bélica de la historia de la humanidad, suelen aparecer bajo la bandera de unos culpables bien definidos: los «nacionalismos» (sobre todo el alemán) para la Primera Guerra Mundial, las «dictaduras» para la Segunda Guerra Mundial. Rara vez se reflexiona que estos acontecimientos tienen como epicentro el punto más avanzado de desarrollo del capitalismo mundial y que la Primera Guerra Mundial ocurrió en el auge del primer proceso de «globalización capitalista» de la historia.

Sin entrar aquí en una exégesis de los orígenes de la Primera Guerra Mundial, es sin embargo útil recordar cómo la fase que la precedió y la preparó puede situarse perfectamente en un marco que podemos reconocer. A partir de 1872 aproximadamente se inició una fase de estancamiento en la economía europea. Esta fase da un impulso decisivo a la búsqueda de recursos y mano de obra en el extranjero, principalmente bajo las formas de imperialismo y colonialismo.

Todos los grandes momentos de crisis internacionales que prepararon la Primera Guerra Mundial, como el incidente de Fashoda (1898), son tensiones en la confrontación internacional por el acaparamiento de áreas de explotación. El primer gran impulso para el rearme en la Alemania Guillermina fue crear una flota capaz de desafiar el dominio inglés de los mares (que es un dominio comercial).

Pero ¿por qué la guerra debería representar un horizonte para la solución de las crisis generadas por el capital? La respuesta, en este punto, es bastante sencilla. La guerra representa una solución ideal a las crisis de “caída de la tasa de ganancia” en cuatro aspectos principales.
En primer lugar, la guerra se presenta como un impulso no negociable para obtener inversiones masivas que puedan revivir una industria sin vida. Los grandes contratos públicos en nombre del “deber sagrado de defensa” pueden lograr extraer los últimos recursos públicamente disponibles para volcarlos en contratos privados.

En segundo lugar, la guerra representa una gran destrucción de recursos materiales, de infraestructura y de seres humanos. Todo esto, que desde el punto de vista del intelecto humano común es una desgracia, desde el punto de vista del horizonte de inversión es una perspectiva magnífica.

De hecho, se trata de un acontecimiento que “hace retroceder el reloj de la historia económica”, eliminando esa saturación de perspectivas de inversión que amenaza la existencia misma del capitalismo. Después de una gran destrucción, se abren espacios para inversiones fáciles, que no requieren ninguna innovación tecnológica: carreteras, ferrocarriles, acueductos, casas y todos los servicios relacionados. No es casualidad que desde hace algún tiempo, mientras hay una guerra en curso, desde Irak hasta Ucrania, estemos asistiendo a una carrera preliminar para conseguir contratos para la reconstrucción futura. La mayor destrucción de recursos de todos los tiempos –la Segunda Guerra Mundial– fue seguida por el mayor auge económico desde la Revolución Industrial.

En tercer lugar, los grandes poseedores de capital, es decir, capital financiero, consolidan comparativamente su poder sobre el resto de la sociedad. El dinero, al ser virtual por naturaleza, permanece intacto ante cualquier destrucción material importante (siempre que no se trate de una aniquilación planetaria).

En cuarto y último lugar, la guerra congela y detiene todos los procesos de revuelta potencial, todas las manifestaciones de descontento desde abajo. La guerra es el mecanismo definitivo, el más poderoso de todos, para “disciplinar a las masas”, colocándolas en una condición de subordinación de la que no pueden escapar, so pena de ser identificadas como cómplices del “enemigo”.

Por todas estas razones, el horizonte bélico, aunque por el momento esté lejos del ánimo predominante entre las poblaciones europeas, es una perspectiva que debe tomarse extremadamente en serio.

Cuando hoy algunos dicen –con razón– que no existen premisas culturales y antropológicas para que la sociedad europea se prepare seriamente para la guerra, me gusta recordar cuando –olfateando los ánimos de las masas– Benito Mussolini pasó en pocos años del pacifismo socialista a la famosa conclusión de su artículo en el Popolo d’Italia , del 15 de noviembre de 1914: «El grito es una palabra que nunca habría pronunciado en tiempos normales y que en cambio elevo en voz alta, a todo pulmón, sin fingimiento, con fe segura, hoy: una palabra temible y fascinante: ¡guerra!».

Fuente: Infosannio

 *++

lunes, 14 de abril de 2025

DIRECTO ÚLTIMA HORA.RUSIA ATACA.ALTOS CARGOS MILITARES ELIMINADOS.TRUMP ...

300 SOLDADOS UCRANIANOS CERCADOS EN KURSK.SE QUIEBRA LA DEFENSA EN EL FL...

Ejecución del general Nazi que masacró a 15 personas y luego pidió cl...

Un alcalde del PP consigue, casualmente, una plaza de encargado de obras en su Ayuntamiento

 

Un alcalde del PP consigue, casualmente, una plaza de encargado de obras en su Ayuntamiento

 

INSURGENTE.ORG / 14.04.2025

 

El alcalde de Ribadesella, Paulo García (PP), consiguió el pasado 8 de abril ser el elegido para una plaza de encargado de obras en el mismo ayuntamiento que preside. El informe del tribunal calificador de la plaza, que procede del proceso selectivo incluido en el plan de estabilización de empleo temporal, otorga el puesto al Alcalde, según la documentación a la que ha tenido acceso este periódico.

La plaza de encargado de obras del Ayuntamiento de Ribadesella se asigna al regidor tras un azaroso proceso selectivo, que fue revisado para reevaluar a uno de los participantes y terminó concediendo la plaza mediante un sorteo al haber un empate después de que los dos primeros candidatos, los únicos con méritos profesionales, renunciasen al puesto. Ese sorteo final otorgó el puesto a Paulo García.

lne

 *++

La UE y Ucrania

 

El empecinamiento de la Unión Europea en mandar tropas a la frontera ucraniana dificulta seriamente la consecución de un alto el fuego, y con ello contribuye decisivamente a que siga aumentando el número de muertos. Hay que preguntarse por qué.


La UE y Ucrania


Fabian Scheidler

El Viejo Topo

14 abril, 2025 



¿ESTÁ LA UE INTENTANDO IMPEDIR LA PAZ EN UCRANIA?

Con su política hacia Ucrania, la UE no sólo pone en peligro la región, sino también su propia seguridad. A pesar de las negociaciones de paz en curso, Bruselas sigue manteniendo sus máximas exigencias.

Cualquiera que siga la política de la UE hacia Ucrania no puede dejar de sorprenderse. Justo cuando han comenzado las negociaciones para un alto el fuego y se vislumbra una distensión entre Washington y Moscú, la UE está obstruyendo el proceso de paz de todas las maneras posibles. El intento del presidente francés, Emmanuel Macron, de enviar tropas de la OTAN a Ucrania difícilmente puede explicarse de otra manera. Moscú ha dejado claro desde el principio que no aceptará esas tropas bajo ninguna circunstancia, y de hecho es evidente que sólo las tropas neutrales tendrán capacidad para mantener la paz.

Desde que asumió el cargo, la Alta Representante de la UE para Política Exterior, Kaja Kallas, se ha opuesto abiertamente a las negociaciones de paz. La opinión general es que no se puede confiar en Moscú y que Putin no quiere la paz. En diciembre tuiteó: “La UE quiere que Ucrania gane esta guerra”. Se trata, pues, de una paz nacida de la victoria, aunque resulte totalmente irrealista dada la situación en el frente, y no de la diplomacia. Aunque en los círculos de la UE hay un creciente descontento contra Kallas, porque su línea no representa a todos los gobiernos de la UE, hasta ahora ha habido poca oposición abierta.

La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, apoyó la posición de Kallas y dijo a principios de febrero: “Mi visión para Ucrania es la misma que ha sido durante los últimos tres años: debe ganar esta guerra”. El 23 de febrero, añadió en la televisión danesa: “Corremos el riesgo de que la paz en Ucrania sea en realidad más peligrosa que la guerra”.

Una declaración notable. Después de todo, la guerra en Ucrania ha hecho que el riesgo de una guerra nuclear sea mayor que en cualquier otro momento desde la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962. En ese momento, la humanidad había escapado por poco de la aniquilación nuclear. ¿Puede la paz ser realmente más peligrosa?

La afirmación de que Ucrania podría ganar la guerra también es completamente irreal. Hace años, el Pentágono y el Estado Mayor Conjunto de Ucrania admitieron públicamente que la guerra había llegado a un punto muerto. Desde entonces, la situación de Ucrania ha empeorado constantemente y el país ha sufrido pérdidas territoriales diarias, además de perder casi por completo lo que había ganado en la región de Kursk, en Rusia. Ningún observador militar serio puede todavía pensar seriamente que Kiev recuperará los territorios perdidos. Por el contrario, cada día que pasa la guerra acerca al país al colapso, sacrificando más vidas y acumulando una deuda cada vez mayor. Sin embargo, los principales políticos de la UE siguen negándose a reconocer estos hechos. No sólo no están adoptando iniciativas diplomáticas ni presentando propuestas realistas para proteger a Ucrania de situaciones aún peores, sino que también están socavando las negociaciones en curso.

En el contexto de las negociaciones para un alto el fuego parcial en el Mar Negro, que también incluyen el levantamiento de las sanciones contra el banco agrícola ruso Rosselkhozbank, Anitta Hipper, portavoz de la Comisión Europea de Asuntos Exteriores, dijo el 26 de marzo: «La retirada incondicional de todas las fuerzas armadas rusas de todo el territorio de Ucrania sería uno de los requisitos previos más importantes para modificar o levantar las sanciones».

Pero en realidad, todos los implicados, ya sea en Bruselas, Washington o Kiev, deberían haber sabido desde hace mucho tiempo que Moscú nunca se retiraría, y mucho menos incondicionalmente, de todo el Donbass y Crimea. Vincular la revocación o incluso simplemente la modificación de las sanciones a esta condición significa, de hecho, abogar por un régimen de sanciones sin límite temporal. Sin embargo, al hacerlo, la UE está renunciando a una herramienta esencial para ejercer presión en las negociaciones; las sanciones ya no son un medio para poner fin a la guerra y fortalecer la posición negociadora de Ucrania. Después de todo, ¿por qué debería Moscú hacer concesiones sin ninguna perspectiva de recibir nada a cambio?

En el peor de los casos, un bloqueo de la UE podría incluso hacer descarrilar las negociaciones de paz. Dado que algunas de las principales instituciones financieras mundiales tienen su sede en la UE, incluida la organización Swift, que gestiona la mayoría de los pagos internacionales, la UE tiene sin duda algunas herramientas en sus manos, aunque todavía está por ver si realmente se atrevería a utilizarlas sin la aprobación de Washington.

Política ucraniana: La UE sigue contribuyendo a su aislamiento geopolítico

En todos estos casos surge un patrón paradójico: la UE debería tener un interés existencial en evitar que el incendio a sus puertas continúe o incluso empeore; En lugar de ello, continúa echando leña al fuego para continuar una guerra sin esperanza. Al hacerlo, sacrifica tanto sus propios intereses de seguridad, a menudo invocados, como los intereses de supervivencia de Ucrania, de cuyo protector se ha presentado durante años. Además, la UE sigue contribuyendo a su propio aislamiento geopolítico en lugar de posicionarse como mediador entre los principales bloques, que es la única opción racional dada su posición geográfica. ¿Cómo se puede explicar este comportamiento irracional?

El historiador indio-estadounidense Vijay Prashad sospecha que las élites políticas de la UE están interesadas principalmente en mantener su propio prestigio. En otras palabras: se ha invertido demasiado capital político en la narrativa de una paz basada en la victoria, se han sacrificado demasiadas vidas humanas por esta narrativa y se han gastado demasiados miles de millones en ella.

Si Moscú realmente acepta un alto el fuego y, en última instancia, un tratado de paz, la afirmación de que es imposible negociar con Putin también quedaría desmentida. Se plantea la pregunta: ¿por qué la UE no apoyó las negociaciones de paz avanzadas en Estambul ya en la primavera de 2022? Tal vez se podrían haber evitado cientos de miles de muertes y Ucrania se habría ahorrado enormes pérdidas territoriales. Tal vez ni siquiera sería necesario rearmarse tan frenéticamente como lo están haciendo actualmente la UE y, sobre todo, Alemania. Si resulta que Rusia perseguía con esta guerra objetivos regionales más bien limitados y no tiene intención de absorber a toda Ucrania y, de postre, a la OTAN, entonces podría surgir en el horizonte la posibilidad de un nuevo orden de paz y, con él, la opción de garantizar una mayor seguridad a largo plazo y lograr el desarme mediante medidas de fomento de la confianza.

Pero tales perspectivas están en contradicción con los escenarios catastróficos que se utilizan para impulsar en los parlamentos enmiendas constitucionales y cientos de miles de millones de euros para armamentos. Todos los gobiernos de la UE, desde Varsovia a Berlín, desde París a Roma, desde Madrid a Londres, así como los principales partidos, desde los Verdes a la Unión, han apostado sus apuestas políticas en esta carta. ¿Eso significa que ya no pueden regresar? ¿Están dispuestos a sacrificar la posibilidad de paz para mantener una narrativa fallida? Éste sería realmente el más grave de todos los errores, después de todos los graves errores y omisiones de los últimos tres años.

Las estrategias occidentales en Ucrania han fracasado

De hecho, ahora lo que está en juego es aún más importante. El escenario de un ataque ruso a la OTAN no sólo legitima el rearme en la UE, sino también, a su vez, el desmantelamiento del Estado de bienestar, que Europa ya no puede permitirse ante esta amenaza existencial. El Financial Times resumió el programa así: “Europa debe reducir su estado de bienestar para construir un estado de guerra”. Un acuerdo de paz que se alcance demasiado rápido podría socavar este proyecto de austeridad impuesto militarmente. ¿Quién aceptaría todavía el desmantelamiento de los servicios públicos de salud, de educación, de transporte público, de protección del clima y de servicios sociales si ya no existiera un enemigo abrumador en ascenso?

Noam Chomsky observó una vez que el desmantelamiento del Estado de bienestar en favor del complejo militar-industrial era un proyecto muy antiguo, ya desarrollado durante el New Deal en Estados Unidos. Según Chomsky, los beneficios sociales estimularían el deseo de la gente de una mayor autodeterminación y derechos democráticos y obstaculizarían un orden autoritario. El gasto militar, por el contrario, genera altas ganancias sin generar derechos sociales. ¿Necesita la UE un enemigo fuerte para un proyecto así?

Además de estas dos posibles razones, hay otra posible explicación para el comportamiento aparentemente irracional de la UE: la preparación de una nueva leyenda de puñalada por la espalda. Si la UE mantiene la narrativa de la paz a través de la victoria sabiendo perfectamente que no tiene ninguna base realista, mientras Trump negocia una paz de compromiso, los neoconservadores estadounidenses y sus aliados europeos pueden hacer circular la narrativa de que la administración Trump apuñaló a los ucranianos y sus partidarios por la espalda y es responsable de pérdidas territoriales. Elementos de esta narrativa ya se están desarrollando exhaustivamente en ambos lados del Atlántico, con fines fructíferos políticos.

Pero una estrategia así está tan condenada al fracaso como las anteriores. Alimentará a todas esas fuerzas, dentro y fuera de Ucrania, que quieren socavar la paz a posteriori y alimentar la fantasía de que con más armas y una guerra continua, las pérdidas pueden revertirse. Para Ucrania, esto podría hacer más probable una transición a una guerra civil; Para toda Europa significaría una mayor inestabilidad y el riesgo de un nuevo enfrentamiento con Moscú.

Si los europeos realmente se preocupan por su propia seguridad y la de los ucranianos, entonces la única alternativa sensata es la honestidad. Las estrategias occidentales en Ucrania han fracasado. Centrarse exclusivamente en el suministro de armas y rechazar la diplomacia ha demostrado ser un error. Debemos reconocer la realidad y tratar de sacar lo mejor de una mala situación. Esto significa contribuir al proceso de paz con propuestas constructivas, en lugar de sabotearlo desde fuera.

Fuente:  Berliner Zeitung

 *++