INDIA,
MEGALABORATORIO DE LA DESIGUALDAD
Luis Matías
López
Sociología
Crítica
27.02.2016
Arundhati Roy,
la escritora que encandiló a la crítica (ganó el premio Booker) y al gran
público (vendió más de seis millones de ejemplares) con El Dios de las pequeñas
cosas (Anagrama), podría haber desarrollado una carrera literaria aún más
brillante y lucrativa de no haber puesto su relevancia mundial al servicio del
activismo político y la denuncia de la injusticia. El ensayo Espectros del
capitalismo, que ahora publica en castellano Capitán Swing, es el mejor
ejemplo de una vocación que la lleva a denunciar la situación en su país,
India, al que presenta como un paradigmático laboratorio de la desigualdad y
cuyas dos últimas décadas de desarrollo acelerado descalifica por haber
ampliado la brecha –más bien el abismo- entre ricos y pobres. Se trata de una
situación que, guardando las proporciones, guarda bastante similitud con la de
España, a tenor del último informe de Oxfam Intermon, que refleja que éste es
el país de la OCDE (después de Chipre) en el que más ha crecido la desigualdad
desde el inicio de la crisis.
Roy inicia su
descarnado yo acuso con una referencia a la residencia privada más cara y
ostentosa del mundo, el rascacielos Antilla de Mumbai, un mastodonte
perteneciente al hombre más rico de India, Mukesh Ambani, que vale casi 20.000
millones de euros. Veintisiete pisos, tres helipuertos, nueve ascensores,
jardines colgantes, salones de baile, salas de nieves, gimnasios, seis plantas
de aparcamiento y seiscientos sirvientes. Todo un símbolo, casi una alegoría,
de los lacerantes contrastes que se dan en un país de más de 1.200 millones de
habitantes en el que las 100 personas más ricas poseen la cuarta parte del
producto interior bruto, centenares de millones de desheredados sobreviven con
menos de medio euro al día y miles y miles de campesinos se suicidan cada año
acosados por las deudas o desesperados tras ser expulsados de sus tierras para
dar paso a grandes proyectos industriales o mineros, para beneficio de las
grandes corporaciones.
La escritora se
ha ganado una legión de enemigos dentro y fuera del país, desde los
nacionalistas hindúes (hoy en el poder en Nueva Delhi) a los militares (por la
denuncia de sus atrocidades y su comprensión de las causas de los nacionalistas
cachemires y la guerrilla maoísta), los constructores de presas (que arrasan
zonas selváticas y de cultivo y arruinan a miles de agricultores), los grandes
conglomerados y multinacionales que hacen de su capa un sayo mimados por el
Gobierno, e incluso buena parte de la opinión pública que la acusa de exagerar,
de no documentar suficientemente sus acusaciones y de desprestigiar a su país
en el mundo.
La acusación de
falta de patriotismo y hasta de terrorismo, y las frecuentes amenazas de muerte
no bastan para disuadirla de un activismo que desnuda lo que se oculta tras el
desarrollo acelerado y la mejora de las cifras macroeconómicas de las dos
últimas décadas. En este periodo se ha creado una nueva clase media –en la que
ella se incluye- en la que se integran unos 300 millones de personas y que
alienta el auge espectacular de la marca India. Un logro impensable hasta no
hace mucho, sin duda, pero que, según Roy, ha tenido como brutal contrapartida
el empobrecimiento del resto de la población, es decir, de que se amplíe hasta
límites de escándalo, la brecha social, que siempre fue enorme, pero que ahora
se ha desbocado.
La corrupción y
el nepotismo generalizados, la complicidad de las instituciones del Estado con
el poder económico, la privatización se sectores esenciales, las expropiaciones
salvajes (“el carácter sacrosanto de la propiedad privada nunca se aplica a los
pobres”) y el desprecio total hacia las clases más desfavorecidas desvirtúan la
imagen de India como ejemplo de desarrollo armónico y como “la mayor democracia
del mundo” que los dirigentes políticos venden junto a la idea de un paraíso
para la inversión foránea.
En realidad
–viene a decir Roy- es ésta una farsa mantenida mediante la manipulación, el
engaño, el control capitalista de los medios de comunicación, la compra de
voluntades y, cuando todo eso falla, el uso de la fuerza. Una corriente
huracanada de dinero atraviesa las principales instituciones, desde el
Ejecutivo al Parlamento a la judicatura, y les priva de su capacidad de actuar
a favor de los intereses de la mayoría y con arreglo a los más elementales principios
democráticos.
De las iras de la escritora y activista no se libra ni siquiera el actual primer ministro, Narendra Modi, del hinduista Baratiya Janata, del que dice que se le acusa, no solo de justificar, sino también de haber sido cómplice desde su anterior puesto (al frente del gobierno de Gujarat) de la matanza de 2.000 musulmanes en febrero de 2002. “Pero Modi”, afirma, “se ha cambiado el pañuelo color azafrán y la marca color bermellón de la frente por un elegante traje de hombre de negocios”. Su gestión en Gujarat fue el trampolín desde el que se aupó hasta el poder en Nueva Delhi. Hoy se ha convertido en el símbolo –cortejado por EE UU, Rusia, China, Japón y la UE- de una India que aspira a convertirse en superpotencia global y a tener un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pese a su
escasa extensión (poco más de cien páginas), Espectros del capitalismo es una
obra ambiciosa que, sin desviarse de su línea general, centrada en la India,
trata de otros temas. Aunque no se compartan todos sus puntos de vista, incluso
admitiendo que a veces se echa en falta suficiente apoyo factual para sostener
algunas de sus denuncias, la lectura de este libro ayuda a entender mejor las
complejidades de este mundo marcado por la desigualdad.
Roy dedica una
notable atención a un fenómeno extendido en India, pero que arranca de hace más
de un siglo en Estados Unidos: el intento exitoso de los grandes grupos
económicos de vender las verdades del capitalismo como si fueran sinónimo de
justicia y progreso, mediante un entramado de fundaciones e incluso ONG con las
que transformar el poder del dinero en poder político, al servicio de un modelo
de desarrollo cuya principal consecuencia es la perpetuación del dominio de
unos pocos sobre una mayoría que apenas tiene capacidad de defensa.
Tampoco aquí
deja la escritora mucho margen a la esperanza. Algo de ésta mostraba, sin
embargo en su discurso ante la universidad popular en el marco del Occupy Wall
Street (equivalente del 15M en Estados Unidos), en el que hacía cuatro
propuestas muy concretas para reformar o reconstruir el sistema: acabar con la
“propiedad cruzada”, como que los fabricantes de armas tengan canales de
televisión o las empresas financien universidades; que los recursos naturales y
las infraestructuras esenciales no puedan ser privatizados; que todo el mundo
tenga derecho a vivienda, educación y atención sanitaria; y que los hijos de
los ricos no puedan heredar la fortuna de sus padres.
Utopía pura,
quizás un grito en el desierto, pero siempre será mejor que la pasividad, la
resignación y el silencio cómplices.
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