lunes, 21 de julio de 2025

Peligro de guerra

 

Este texto, incluido en el libro Pacifismo, Ecología y política alternativa, de próxima publicación en El Viejo Topo, es la trascripción de una conferencia dada en Igualada en 1982. Casi lo mismo podría escribir Sacristán hoy.


Peligro de guerra

 

Manuel Sacristán

El Viejo Topo

21 julio, 2025 



A PROPÓSITO DEL PELIGRO DE GUERRA

 

Yo pensaba proponer para reflexión, y para discusión después, el asunto de cómo hacer frente al peligro de guerra. Hace por lo menos tres años o más que está bastante claro que los estrategas y los estadistas (sobre todo occidentales, desde luego, de los que sabemos mucho más) están aceptando ya la idea de eso que llaman guerras nucleares «de teatro» o guerras nucleares «limita-das». Y ahí «limitadas» quiere decir limitadas a Europa, lo cual para nosotros no es una limitación, aunque lo sea para los americanos.

Cuando uno se pregunta cómo hacer frente a este peligro en seguida se le ocurre que hay dos maneras de enfrentarse con la cuestión, intentando entenderla para luego sacar consecuencias prácticas. Una es examinar las causas del peligro de guerra, los mecanismos que han ido llevando a una situación en la cual cada vez se hace más verosímil una guerra nuclear. El otro modo es hacer simplemente frente a la urgencia del peligro sin preguntarse mucho por las causas e intentando organizar y activar un movimiento por la paz, por el desarme, contra la guerra. A favor de lo primero, de partir de las causas del peligro de guerra, hay una razón de fondo que es que para eliminar los efectos de algo hay que eliminar las causas.

Si uno se detiene un poco a pensar en las causas de este peligro de guerra, cualquiera que sean sus simpatías políticas, si es una persona objetiva tendría que reconocer que la iniciativa en el peligro de guerra nace no sólo ahora sino siempre desde 1945 del lado propiamente capitalista, principalmente de los Estados Unidos, pese a la apariencia doctrinal en contra. A primera vista podría parecer –y alguien de ideas muy conservadoras podría creerlo– que la agresividad venía del bloque del este o bien de otros países de ideología comunista por el hecho de que en la tradición del movimiento comunista hay una aspiración internacionalista que la gente de mentalidad burguesa más bien interpreta como una especie de imperialismo.

Pero a pesar de esas apariencias, el repaso de la historia después de la segunda guerra mundial y de las fechas en que han ocurrido agravaciones importantes de la tensión muestra en seguida que la iniciativa agresiva ha venido siempre del oeste. Por ejemplo: se suele decir que las actitudes de guerra fría de las potencias occidentales fueron una respuesta a lo que se llama el golpe de Praga, es decir, la toma de poder por el Partido Comunista Checo. Pero eso es falso. Porque el comienzo de la guerra fría, si alguna fecha de comienzo tiene, es un célebre discurso de Churchill en marzo de 1946 en la universidad norteamericana de Fulton, mientras que lo que se llama golpe de Praga es de dos años después, de abril del 48. Asimismo, cuando se dice que la OTAN es la contrapartida del Pacto de Varsovia se olvida que la OTAN está fundada el 4 de abril del 48, mientras que el Pacto de Varsovia es de siete años después, del 55. Lo mismo, por ejemplo, el mecanismo de la tensión internacional que provocó la constitución de las dos mitades de Alemania en estados: la primera mitad de Alemania que fue constituida en estado fue la occidental; la constitución de la Alemania oriental como estado es posterior y es una réplica. Como sobre todo, dejando aparte esta cuestión de fechas, es clara la base económica. Las dos veces que el mundo ha estado al borde de la catástrofe que sería una guerra nuclear con las armas actuales, han tenido que ver con dos momentos de crisis económica capitalista. Uno, lo que se llamó la política del «volver atrás» que decía Foster Dulles –que fue el momento peor de la guerra fría–, montada sobre la base de que había que inventar –según dijo literalmente– la idea de un peligro exterior para que el pueblo americano estuviera dispuesto a encajar el esfuerzo económico de la readaptación de la economía americana a la situación de postguerra. Y hoy está claro que el aumento de la belicosidad norteamericana que ha culminado hace tres días con la declaración abierta del presidente Reagan sobre la posibilidad de una guerra nuclear limitada a Europa, tiene que ver con la profundísima crisis económica en que está la economía capitalista. Crisis muy profunda de la que cada vez parece más claro que están dispuestos a salir mediante un reajuste de sus políticas económicas que, como se basa en una gran potenciación de los gastos de armamento, lleva constantemente al borde del peligro de guerra. En un documento de mucho interés que ha publicado el último número de «La calle», uno de los informes elaborados para el presi-dente Reagan por sus técnicos electorales antes de la elección (los «Documentos de Santa Fe»), llega a haber la frase muy reveladora que dice que «la distensión es la muerte», es decir, que en una situación de distensión en la política internacional no hay manera de volver a poner en marcha de una forma eficaz la economía capitalista. Esto sería, desde luego lo es, bastante definitivo para enfrentarse con la pregunta que planteaba, ¿cómo enfrentarse al peligro de guerra?, si no fuera que desgraciadamente también el comportamiento internacional de la Unión Soviética complica bastante la cuestión. Desde el primer momento, un observador frío que intente ver los dos lados superando sus simpatías, tendría que reconocer que también el gobierno soviético entra en esta dinámica, en esta lógica de la carrera de armamentos, de una manera más o menos inevitable. Es una cosa que entre gentes de izquierda social –como supongo que son la mayoría de los aquí presentes y lo soy yo mismo– se dice pocas veces, y quizá a alguno le parezca criticable lo que voy a decir. Pero habría que decir, creo yo, que los cohetes soviéticos SS-20, aunque son técnicamente muy inferiores y por tanto mucho menos agresivos que los cohetes que los americanos nos invitan a tener (los proyectiles de crucero y los «Persing»), de todas maneras no son claramente tampoco un arma defensiva. Son unos cohetes móviles, de alcance medio, y por regla general un cohete de alcance medio nunca es un cohete defensivo, siempre está pensado no para asustar al contrario, sino más bien para percutirle en sitios muy determinados, generalmente objetivos militares. Desde luego que es perfecta-mente explicable que la Unión Soviética haya entrado desde el primer momento en esta lógica del armamento por la sencilla razón, que todos conocemos, de que la Unión Soviética es un país primero sitiado, cercado desde 1917 hasta 1939. Y en 1939–40 dejó de ser sitiado para ser invadido. Es decir: que es un país que realmente ha estado siempre sometido a un cerco y lo sigue estando hoy. Si miráis un mapa del mundo os daréis cuenta del despliegue de bases americanas o de las varias alianzas presididas por los americanos (la OTAN o la SEATO), completamente al-rededor –salvo por el Polo, y aún así– de la Unión Soviética. De modo que no es que haga ahora un reproche muy unilateral a la política soviética. Se comprende muy bien que hayan entrado en esa carrera porque tienen una situación de país sitiado desde siempre. Pero el hecho es que sobre todo la gente que nos hemos educado en una tradición comunista nunca habríamos imaginado desde el punto de vista de Marx y de Engels a una sociedad socialista rearmándose constantemente. Ahí hay sin duda una im-portante y desgraciada discrepancia entre los ideales de la gente que nos hemos educado como comunistas y la realidad de la situación.

Así ocurre –y eso tiene que ver mucho con el peligro de guerra– que tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia inevitable-mente funcionan y viven de acuerdo con una misma lógica política. De acuerdo con la política de toda la vida. Y eso se puede apreciar en declaraciones políticas o ideológicas de los dos bandos. Por ejemplo, muy recientemente, en el último número de Actualidad Económica, se lee un largo artículo y unas declaraciones de Garrigues Walker, el embajador, que dice: «El neutralismo hoy es una utopía, la política internacional ha sido siempre militar». Eso por el lado de las fuerzas sociales burguesas. Pero hace muy pocos días en el mitin y fiesta que celebramos la Coordinadora Anti-OTAN de Barcelona, un compañero del PORE, es decir, un marxista revolucionario, también hizo una intervención para decir lo mismo: la política es sólo una determinada forma de actividad militar. La paz –dijo literalmente– es sólo un paréntesis entre dos guerras. Es decir, una determinante muy importante del peligro de guerra es que ningún bando ideológico, no ya sólo la reacción capitalista sino también –por causas a lo mejor inevitables, yo me limito a contarlo– en otros bandos, la idea de lo que es la política y lo que es la guerra sigue siendo la de los mili-tares, la del siglo XIX. Y eso con el armamento hoy presente es muy grave, porque es la amenaza no ya sólo de que la paz vaya a ser un paréntesis entre dos guerras, sino de que nunca más pueda haber una humanidad en paz.

Sobre este punto, sobre cuáles serían las consecuencias de una guerra nuclear, una guerra con armamento de hoy (cosa muy probable si se sigue con esta mentalidad del siglo XIX de que la paz es sólo un paréntesis entre dos guerras, de que la política siempre es guerra, de que la guerra es la política con otros medios), se discute mucho. Se calcula que el armamento nuclear existente es siete veces más grande que el que hace falta para exterminar todas las ciudades: por cada ser humano vivo en la Tierra hay en este momento el equivalente de cuatro mil kilos de TNT.

En estas circunstancias decir que una guerra es inevitable, y que no pasará nada, y que la humanidad ha superado muchas guerras, es una afirmación mucho más sangrienta y yo diría criminal que en otras épocas. Los ideólogos más reaccionarios hacen cálculos sobre eso. Y hacen cálculos, como es natural, para animar a la industria de guerra. Un célebre instituto de prospectiva, el Instituto Hudson de Nueva York, que está dirigido por un ideó-logo de los más reaccionarios del mundo occidental, Kahn, se ha dedicado durante años a demostrar que aunque haya una guerra nuclear no perecerá la humanidad, sino solo dos terceras partes. Estos son cálculos siniestros y cínicos. Hay otro ideólogo americano que ha llegado más lejos: Adrian Berry, del que está traducido al castellano su libro principal que se titula Los próximos 0.000 años. Ahí ese energúmeno cuenta que se puede arriesgar una guerra nuclear porque la humanidad no perecería de ninguna manera, ya que matemáticamente con sólo que sobreviviera una centésima parte de la humanidad en 400 años se habría repoblado la Tierra. Este tipo de cálculo siniestro que están haciendo los consejeros militares revela una mentalidad que está dispuesta a aceptar para ganar una guerra la muerte de por lo menos dos terceras partes de la humanidad en el cálculo de Kahn, o incluso mucho más en el cálculo de Berry. Pero además el tremendo sufrimiento de irradiación y quemaduras de todo los que queden vivos y hayan sido afectados por el armamento.

Es evidente, me parece a mí, que en la tradición de las personas que nos hemos hecho con ideas comunistas esto es inadmisible. Una idea o una ideología progresista –ya no sólo comunista– es incompatible con la idea de que para hacer ese progreso haya que pasar por la muerte y la tortura de por lo menos dos terceras partes de la humanidad, que en este momento querría decir dos mil quinientos millones de personas sufriendo y muriendo. Se podría sospechar que lo que quedara de esa humanidad después de haber visto de qué crímenes fuera capaz, ya no tendría voluntad ni siquiera de intentar una revolución social. Tendría tal pesimismo sobre la especie –si es que alguien sobreviviera–, se avergonzaría tanto de ser un individuo humano, un miembro de la especie capaz de haber hecho eso, que probablemente se acabaría por muchos milenios la idea fundamental que nos ha animado a la gente comunista durante muchos años: la idea de una nueva sociedad, de una nueva moral, de una nueva cultura.

Este particular horror del asunto –que no está tan lejano– es lo que motiva que aunque los marxistas tengamos una determinada explicación del peligro de guerra, y los católicos tengan otra o los que tengan otras ideas tengan otra explicación, resulta fundamental no pararse en muchos detalles y lanzar todo un movimiento que lo que quiera sea el desarme, primero el nuclear y luego el total. Esto, en épocas menos terribles que la que estamos viviendo, llegó a ser objeto de un acuerdo de las Naciones Unidas, que a finales del 61 o del 62 tomaron una resolución de esas que ahora tanta gente dice que son utópicas y absurdas: la resolución de aconsejar y de pedir a los países que empezaran un desarme que llevara como objetivo final no ya al desarme nuclear sino a la disolución de los ejércitos. Yo creo que hay que tener el coraje de aguantar las risas o las ironías de esos realistas que nos llevan a la catástrofe en defensa de un realismo más profundo que es el que puede evitar esa catástrofe.

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