EUU ya no puede
imponer su “orden” por las “buenas”, de modo que tuene que recurrir a las
“malas”. Pero esa es un arma de doble filo, y los tiros pueden salir por la
culata. Trump se vistió de sheriff, mas ya no es posible engañar a Toro Sentado.
Trump y su imposible retorno al pasado
El Viejo Topo
5 abril, 2025
El radical
retorno al proteccionismo es no sólo posible sino necesario para un imperio
enfrentado a una inocultable declinación, denunciada no sólo por los analistas
críticos del imperio sino certificada nada menos que por figuras estelares
del establishment norteamericano como Zbigniew
Brzezinski en un texto del
2012 y, posteriormente, por varios documentos de la Corporación
Rand. Declinación o decadencia, como se prefiera, que vino de la mano entre
otros factores domésticos por el lento crecimiento de su economía, la pérdida
de competitividad en los mercados globales y el gigantesco endeudamiento del
gobierno federal. Si en 1980 la relación entre la deuda de la Casa Blanca y el
PIB era de 34.54% en la actualidad se ubica en un nivel astronómico: 122,55%. A
esto hay que sumar el intratable déficit de la balanza comercial que no cesa de
crecer y que en el año 2024 ascendió a 1,13 billones
de dólares (un billón, en castellano, es igual a un millón de
millones), lo que representa un 3,5 % del PIB estadounidense.
A esta
constelación de factores domésticos de debilitamiento imperial hay que añadir
el deterioro de la legitimidad democrática, puesta de relieve por el asalto al
Capitolio del 6 de enero de 2021 y por el indulto generalizado concedido por
Trump a favor de unas 1.500 personas que perpetraron ese asalto y que habían
sido condenados por la justicia estadounidense. En lugar de consenso
bipartidista hoy existe una enorme grieta que socava el sistema político, de la
cual el trumpismo no es sino una de sus expresiones.
A este complejo
cuadro hay que agregar los cambios epocales en el ambiente externo de los
Estados Unidos, que han modificado irreversiblemente la morfología del sistema
internacional. El fenomenal crecimiento económico de China y los significativos
avances de otros países del Sur Global como la India y varias naciones
asiáticas constituyen escollos objetivos a las pretensiones de Washington,
acostumbrado a imponer sus condiciones sin tropezar con demasiados obstáculos.
Mal que le pese a Trump esa época ya es parte del pasado porque el
fortalecimiento económico y el avance de los países del Sur Global en las
nuevas tecnologías crearon un paisaje planetario en donde las bravuconadas de
antaño ya no surten los mismos efectos. Mucho menos las guerras económicas, en
donde el agresor termina siendo víctima de sus decisiones.
Como si lo
anterior no fuera suficiente, el tablero geopolítico mundial se complica aún
más con el inesperado “retorno” de Rusia como una potencia global, algo que
tomó por sorpresa a los fanatizados expertos del imperio, fervientes creyentes
en el excepcionalismo de los Estados Unidos como “la nación indispensable” y
que pensaban que tras la implosión de la Unión Soviética, Rusia había sido
condenada per secula seculorum a la intrascendencia en los
asuntos mundiales. Si a este cuadro se le suma la mayor capacidad de respuesta
militar de estos países – muy especialmente Rusia – así como sus logros en el
terreno diplomático y en la conformación de amplias alianzas –el BRICS por
ejemplo– se comprenderá las razones por las cuales la balanza de las
relaciones de fuerza en el plano internacional se ha inclinado en una dirección
contraria a los intereses estadounidenses.
No debería
sorprendernos que atentos a estos amenazantes cambios puestos en evidencia
desde los comienzos del frustrado “nuevo siglo americano” algunos académicos y
asesores gubernamentales hicieran enfáticos llamados a la dirigencia
estadounidense a ejercer el poder desnudo, dejando de lado todo
convencionalismo o apego a la legalidad internacional. Uno de ellos, Robert
Kagan, fundamentó esta política en un largo y muy influyente artículo publicado
al año siguiente de los atentados del 11-S. A diferencia de Europa, decía, la
dirigencia de los Estados Unidos debe ser consciente de que vivimos “en un
mundo anárquico y Hobbesiano, en el cual las leyes y normas internacionales son
inseguras e inciertas. En un escenario de ese tipo la verdadera seguridad,
defensa y promoción de un orden liberal dependen de la posesión y uso de la
fuerza militar”.
Para Kagan era
indiscutible la necesidad que tenía el mundo de contar con un “gendarme global”
y Washington era el único que tenía la voluntad y la capacidad para cumplir ese
papel. De ahí la doctrina de la “Guerra preventiva” proclamada por George W.
Bush (h) poco después del 11-S, misma que establecía que los países o gobiernos
que están fuera de la ley – es decir, los que no aceptan el “orden mundial
basado en reglas”, concebidas para favorecer a los Estados Unidos y sus
vasallos – deben ser neutralizados o destruidos.
Kagan remata su
argumentación apelando al bárbaro planteo de un diplomático británico, Robert Cooper, en donde
decía que al tratar con el mundo exterior a Europa “debemos regresar a los
métodos más brutales de antaño: la fuerza, el ataque preventivo, el engaño y
cualquier cosa que sea necesaria. Entre nosotros mantenemos la ley, pero cuando
operamos en la jungla debemos también utilizar las leyes de la jungla.”
La jungla es, obviamente, todo el resto del planeta que se encuentra fuera del
Atlántico Norte y, muy especialmente, las regiones periféricas del imperio.
Exactamente 20 años más tarde Josep Borrell,
Alto Representante para Política Exterior de la impresentable Unión Europea, se
inspiraría en ese escrito de Cooper al comparar con inigualable soberbia al
“jardín europeo” con el resto del mundo, al que caracterizaría como una
“jungla” y que, en cuanto tal, debe ser tratada con los brutales métodos
propios de la jungla.
Sin embargo,
pocos años antes de la publicación de los textos de Kagan y Cooper, un
sofisticado exponente del conservadorismo norteamericano como Samuel P.
Huntington alertaba sobre los límites de los Estados Unidos en su condición de
“sheriff solitario” y, en general, sobre la sustentabilidad del
unipolarismo que algunos pensaron perduraría a lo largo de todo el siglo XXI.
Según este autor, las turbulencias de la coyuntura internacional tras el
derrumbe de la Unión Soviética obligaban a Washington a ejercer el poder
internacional de forma despótica e inconsulta, sin estar sujeto a restricción
alguna. El mundo reclamaba un moderno Leviatán y allí estaba Washington presto
para hacer valer la ley del más fuerte. No obstante, advertía, con el paso del
tiempo esta conducta estaba llamada a precipitar la formación de una amplísima
coalición anti-estadounidense en donde no sólo se enrolarían Rusia y China sino
también muchos otros países, lo que hoy denominamos el Sur Global.
Además, en la
medida en que como gendarme del capitalismo mundial Washington estaba
obligado, según
Huntington, a “presionar a otros países para adoptar valores y
prácticas norteamericanas; impedir que terceros países adquieran capacidades
militares que pongan en cuestión la superioridad militar norteamericana”;
o imponer la ilegal extraterritorialidad de las leyes de los Estados Unidos; o
promover los intereses empresariales de este país bajo los “slogans del
comercio libre y mercados abiertos y modelar las políticas del FMI y el BM para
servir a esos mismos intereses”; y también a categorizar a ciertos países como
“estados patrocinadores del terrorismo” (como en un gesto infame se ha hecho con
Cuba en fecha reciente) porque rehúsan a postrarse ante los deseos
norteamericanos” sería tan sólo una cuestión de tiempo, advertía, para que como
reacción a estas políticas se conformase un amplio frente opuesto a los Estados
Unidos y que el imperio se viera crecientemente desafiado por nuevos y muy
poderosos actores internacionales. En el terreno militar el “sheriff solitario”
fue vapuleado en Corea, Playa Girón, Vietnam, Iraq y Afganistán; no pudo
doblegar la heroica resistencia de Cuba a 65 años de agresiones, o acabar con
el Gobierno de Venezuela desde hace más de diez años. En resumen: el gendarme
del orden capitalista mundial, no sólo está más debilitado sino
que debe lidiar con una escena internacional muchísimo más complicada e
intratable que la que existía hace un cuarto de siglo.
En su
desesperación Trump procura vestirse de sheriff, apelar a la fuerza
bruta y hacer del bullying su principal argumento diplomático
(“la paz por la fuerza”, como dijera Marco Rubio) para revivir la “época de
oro” del imperialismo: la diplomacia de las cañoneras, y en vano tratar de
resucitar un “orden mundial basado en reglas” que murió hace unos cuantos años.
Trump es tan sólo el sepulturero, no el verdugo. Se retira de los Acuerdos de
París sobre el Cambio Climático, de la Organización Mundial de la Salud, le
corta el financiamiento a la Organización del Comercio Mundial creada bajo el
liderazgo de Washington, está pensando abandonar las Naciones Unidas, múltiples
organismos globales y desahuciar definitivamente una gran cantidad de tratados
internacionales.
En su cruzada
restauradora empuña el arma de la guerra comercial apelando a los aranceles
aduaneros, cuyo efecto bumerang ha sido señalado reiteradamente y la amenaza de
imponer su voluntad por encima de cualquier oponente, desde comprar a
Groenlandia, anexar a Canadá como estado número 51 de la Unión, recuperar por
la fuerza el Canal de Panamá “controlado por China” (lo cual es una tremenda
mentira), cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América,
considerar a los cárteles de la droga como “organizaciones terroristas”, lo
cual según las leyes de los Estados Unidos lo facultaría a combatirlas al
interior de México y, por supuesto, redoblar las agresiones en contra de Cuba y
Venezuela.
Había prometido
acabar con la guerra en Ucrania en 24 horas, y pasados dos meses de su llegada
a la Casa Blanca sus palabras se desvanecieron en el aire porque Vladimir Putin
no está dispuesto a regalarle su victoria militar. Y pese a sus pretensiones
supuestamente pacifistas, reducidas al caso de Ucrania, continúa con la
política de sus predecesores, tanto republicanos como demócratas, de financiar
y convalidar el genocidio que el régimen terrorista israelí está perpetrando en
Gaza y ahora en Cisjordania. Hasta ahora Trump y su reducida banda de oligarcas
que secuestraron a la democracia en los Estados Unidos y los mediocres
integrantes de su gabinete, comenzando por Marco Rubio (a) “el pequeño” –así
llamado por Trump en las ríspidas primarias de los Republicanos del año 2016–
ha limitado sus ínfulas restauradoras al plano de los gestos y las palabras, o
a las iniciativas sin costo como, por ejemplo, abandonar la OMS. Pero en el
Campo de Marte de las relaciones internacionales, allí donde chocan múltiples
intereses nacionales, es poco o nada lo que ha logrado. Para colmo tiene un
frente interno en donde un número creciente de la población, al menos la mitad según
una reciente encuesta del 27 de marzo cuyos resultados fueron recogidos
por The Economist, ya desaprueba el rumbo que le está imprimiendo a
la economía.
Sin embargo, en
América Latina y el Caribe debemos estar en guardia porque, como Fidel y el Che
advirtieron repetidamente, cuando las cosas no le van bien a los Estados Unidos
en otras partes del mundo Washington se repliega sobre su retaguardia
estratégica, precisamente América Latina y el Caribe, y no dudaría en desatar
una ofensiva política, mediática, de inteligencia y hasta militar para erigir
“Gobiernos amigos” y cipayos en la región; y de ser necesario, como en los años
setentas, instaurar feroces dictaduras con la misión de preservar el “orden
capitalista” en las provincias exteriores del imperio y repeler la presencia
de potencias rivales como China, Rusia, India, Irán y otros países del
Sur Global. Eso ocurrió en el pasado y podría volver a ocurrir hoy. No
es casual que “el pequeño Marco” haya concentrado su atención en esta parte del
mundo. Hasta ahora ha visitado trece países, en su enorme mayoría en lo que
eufemísticamente se denomina “Hemisferio Occidental”: Costa Rica, República
Dominicana, El Salvador, Guatemala, Guyana, Jamaica, Panamá y Surinam. Visitó
también Canadá, que en el marco de la OEA se integra a los países
latinoamericanos y caribeños y, ya fuera de la región, Alemania, Israel,
Emiratos Árabes Unidos y en dos ocasiones Arabia Saudita, por las
conversaciones de paz sobre Ucrania. Pero es obvio que el foco de su atención
está sobre nosotros. ¡En guardia!
Fuente: Globetrotter