En
numerosos pueblos subsisten sistemas antiguos de gestión comunitaria del
territorio y los recursos naturales asociados que corren el riesgo de morir o
ser expoliados. ¿Cómo actuar para conservarlos y fortalecerlos, para que sirvan
al bien común?
Para las comuneras de ciudad y campo
El Viejo Topo
14 octubre, 2021
Quizá, solo
quizá, si nos acercamos con palabras como “zofras”, “huebras”, “auzolanes” o
“facenderas” a la gente mayor de nuestros pueblos nos comprendan y hasta nos
puedan narrar historias de otro tiempo. Un tiempo previo a esta época salvaje
de la industrialización y de las desamortizaciones para el beneficio de unos
pocos en nombre del progreso y el desarrollismo. Hoy en día encontramos en
numerosos pueblos, desde las costas a las montañas, sistemas antiguos de
gestión comunitaria del territorio y los recursos naturales asociados que
corren en riesgo de morir o ser expoliados. Son pastos, bosques, riegos, zonas
de cultivo… son la vida y los recursos de los que dependemos, organizados para
el bien común presente y futuro bajo ordenanzas con valor jurídico
demostrado. Un derecho
que no es fácil hacer valer y que, en muchos casos, se ha
logrado tras una lucha incesante y agotadora frente a la judicatura de
entidades y personas tenaces, muchas de ellas mujeres.
Escribimos este
artículo con la esperanza de que alguna de esas mujeres, de esas personas que
aprendieron a sostener comunidades en las circunstancias más duras, sintiendo
cada vez más certero el engaño y la necesidad de afrontar la situación que
vivimos de otra manera, se reconozcan como comuneras de derecho en sus
territorios de origen. Y con ello puedan replantearse, desde el potencial transformador de los comportamientos propios, cómo
ayudarnos a elaborar esa memoria colectiva para conservarlos y fortalecerlos,
para que sirvan al bien común.
Los comunales
tradicionales se regían por un sistema normativo propio y bajo fórmulas de
aprovechamiento que garantizaban su mantenimiento a futuro y la equidad en el
acceso a los recursos necesarios para la vida a toda la comunidad. Son muchos
los que han resistido íntegros frente a las múltiples adversidades. Muchos, con
comunidades fuertes y en gran parte de los casos de la mano de mujeres
valientes y luchadoras, se han renovado, tomando medidas para la
diversificación y sostenibilidad de sus sistemas, así como para la
actualización y mejora de sus espacios de gobernanza.
Pero cuando las
comunidades y su forma de relacionarse con el territorio se pierden –no
olvidemos el marco de la España vaciada-, estos sistemas se olvidan, se
abandonan en algunos casos y en otros caen en el aprovechamiento particular de
los pocos que ahora saben y pueden optar a su disfrute. En algunos casos, las
juntas que los gobernaban se han ido disolviendo, o se han visto reducidas a
gestoras de cesiones. En otros, el comunal se sigue nombrando así, pero los
derechos han pasado a ser hereditarios, y los herederos y herederas, que ya
llevan tiempo en los territorios-imán, probablemente, no recuerdan ni tienen
ocasión de ocuparse del bien comunitario. Nos encontramos otros casos en que la
norma que los regulaba entonces estaba enfocada a unos usos y no a otros,
atravesada por otras normativas, sin coordinación entre administraciones, ni
facilidades para la gestión. Ante la falta de juntas, algunas administraciones
locales se están ocupando, otras no saben ni cómo hacerlo.
No es baladí
este asunto, ni las amenazas a las que se están viendo sometidos en la
actualidad estos sistemas. Con este artículo queremos apelar pues a la
responsabilidad comunera que muchas y muchos, alejados ya de la tierra que los
vio nacer, pueden tener en la actualidad para convertir las amenazas en
oportunidades. Estamos seguras de que todos los conocimientos que los comunes
urbanos han desarrollado en relación a la gobernanza y sostenibilidad tienen mucho
que aportar. Si es tu caso, si eres parte de derecho de alguno de estos
sistemas comunales tradicionales, si podrías serlo pero hasta ahora no te lo
habías planteado, si tienes algo que aportar respecto a su gobernanza,
aprovechamiento o gestión que pudiera protegerlos y mejorarlos, te invitamos a
que no te demores, pues mañana es tarde y el extractivismo aprieta. Infórmate,
prestando mucha atención a las personas que viven y conocen el territorio –no
se trata de llegar arrasando-, sobre cómo está ese monte comunal de tu pueblo,
la dehesa, la comunidad de regantes, las cofradías, los egidos, … y cuáles son
sus necesidades. Ofrece ayuda y plantea propuestas que ayuden a la conservación
territorial, aporten a la relocalización de las economías, los hagan más
equitativos, ayuden a fijar población, … Bloquea la posibilidad de su expolio,
y colabora para la construcción horizontal de su gobernanza y su mantenimiento.
En Icomunales,
una asociación de ámbito estatal, encontrarás apoyos, comunidades
referenciales, personas que cada día están trabajando por esto: re-encantar los
comunes.
Desde Entretantos consideramos
que sólo con un diálogo y articulación urbano-rural será posible, no porque
desde las ciudades tenga que venir nadie a los pueblos a iluminarnos, sino
porque muchas de las personas con responsabilidad y derecho sobre los
territorios rurales no viven en ellos. Quizá una de esas personas seas tú y nos
estés leyendo.
Pero además,
según apuntan todos los estudios relacionados con el tema, son las mujeres las
que más faltan o las que más se van de los territorios rurales. Por eso estamos
interesadas en investigar el papel de las mujeres en estos sistemas
tradicionales de gestión comunitaria de los territorios. Obviamente, estaban y
están, son parte de la comunidad, pero ¿dónde? ¿Qué capacidad real tenían y
tienen para participar en los espacios de toma de decisiones sobre los mismos?
Y si están o no en estos espacios, ¿por qué?, ¿qué dificultades o retos tienen
que superar específicamente por cuestión de género cuando deciden estar?, ¿qué
cambiaría respecto a la sostenibilidad (social, ambiental y cultural) de estos
sistemas una mayor presencia, o al menos, una presencia equitativa? Nos hemos
sentado a escucharlas, y ya vamos sacando algunas ideas a partir de sus miradas. Ahora,
nos juntaremos todas a modo simbólico, en un primer concejo de comuneras para compartir impresiones,
conocimientos y estrategias. Porque sin mujeres no han comunidad, y sin
comunidad, no hay comunales.
Texto publicado originalmente en El Salto.
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