Publicado en
ABC (2000)
Sociología
Crítica
27.10.2020
Hace quince
años, en 1985, publiqué un libro por el que siento cierta predilección: España
inteligible. No es que sea mi «mejor» libro –esto no tendría demasiado
sentido–, pero es acaso el que ha ayudado más a que los españoles se entiendan
a sí mismos. Tiene un subtítulo: «Razón histórica de las Españas», porque desde
1500 España es inseparable de América y el resto del mundo hispánico.
Este libro
se ha leído bastante: diez ediciones en español, traducciones al inglés y al
japonés. No se ha hablado demasiado de él, lo que puede ser explicable. Lo que
me sorprende es la escasez de comentarios a su título. Dije que el libro cumple
lo que el título promete: inteligibilidad. Por lo visto, esta noción irrita; se
prefiere la idea de que España es un país «anormal», conflictivo, irracional,
enigmático, un conglomerado de elementos múltiples y que no se entienden bien.
Mostré que
España es coherente, más razonable que otros países, en suma, inteligible si se
lo mira desde su génesis, sus proyectos, su argumento histórico. Como se ha
decretado lo contrario, hay una manifiesta resistencia a mirar la realidad y
tomarla en serio. Lo inaceptable es el título, que va contra las ideas
recibidas y aceptadas sin crítica, aunque la experiencia las desmienta. Todo
antes que admitir que se entienda lo que ha acontecido, que se comprenda un
proceso histórico excepcionalmente coherente si se lo mira con la razón
histórica y no con la razón abstracta; es mucho pedir que se mire la historia
con mirada histórica, humana. Se trata de un caso particular de la evidente
resistencia a mirar como personal la realidad humana, aunque sea al precio de
no entenderla, de suplantarla por las «cosas» o, en el caso más favorable, por
lo biológico, lo meramente animal. Si se considera casi todo lo escrito sobre
cuestiones humanas en los dos últimos siglos, asombra el deliberado olvido de
los caracteres personales, irreductibles a ninguna otra forma de realidad: no
hay ningún «eslabón» ambiguo, equívoco, en que sea dudosa la condición humana,
identificada con lo personal. Hay que refugiarse en el pasado imaginario para
alojar en él lo que no existe en la realidad actual.
Se repiten
monótonamente todos los tópicos acumulados sobre España durante varios siglos.
Casi nadie se atreve a considerar la realidad y la interpretación fundada en su
examen. El reconocer que las cosas no son como se dice parece a muchos una
«infidelidad». Habría que preguntar a qué. He insistido a veces en la
«fragilidad» de la evidencia, que se descubre y entrevé un momento y se pierde
pronto por la presión del hábito. La idea de que España pueda ser «normal», una
realidad colectiva humana y por tanto inteligible parece una «herejía».
Lo
verdaderamente innovador e interesante es que habría que dar un paso más en la
misma dirección. No solo España ha sido y es inteligible, sino también otros
pueblos a los que se les ha atribuido esa condición sin suficiente motivo y
sobre todo sin atender adecuadamente a su realidad y a los métodos que reclama.
Quiero decir que otros países son más inteligibles de lo que se piensa, porque
tampoco se los mira con los instrumentos mentales necesarios. Habría que
intentar una revisión histórica de los demás países; creo que se aumentaría
considerablemente su nivel de inteligibilidad, de racionalidad.
¿Podría
extenderse este criterio de todos los pueblos? No lo creo así. Los pueblos
procedentes de una herencia histórica que es la nuestra y que incluye el mundo
helénico y el romano han conservado la continuidad y la pretensión de
inteligibilidad. Por eso sus historias presentan, a pesar de azares, errores,
violencias y crisis, que pueden ser graves y duraderas, algo que se puede
entender y narrar; dicho con otras palabras, han realizado una historia que es
susceptible de ser narrada, aunque en etapas bien distintas.
En otros
casos la continuidad ha sido mucho menor, la inestabilidad de las poblaciones,
la complejidad étnica, la ausencia de proyectos coherentes, el carácter
precario y vacilante de su expresión, hace sumamente difícil esa
inteligibilidad, precaria, vacilante. Finalmente, hay y por supuesto ha habido
durante siglos o milenios, pueblos que sólo han poseído y conservado el mínimo
de inteligibilidad que pertenece a lo humano, que sólo se encuentra en forma
residual, como el grado inferior de la condición personal.
Vemos, pues,
que la inteligibilidad, lejos de ser un privilegio de la condición histórica
española, es la condición de lo humano y personal. Pero las diferencias de
grado, forma y contenido pueden ser enormes. Para que esto se vea es menester
una intensidad que lo haga perceptible. Lo curioso es que esto resulte
particularmente evidente cuando se examina la historia española, objeto
preferente de la imputación de conflicto e irracionalidad.
Pero las
consideraciones que acabo de hacer descubren las diversas formas, las
articulaciones y los límites de la historia. Podemos distinguir entre grados de
ese carácter de todo lo humano que es la historicidad. Esto permitiría algo que
no se ha hecho y que es una tarea apasionante: una tipología profunda y radical
de las formas históricas. He mencionado apresuradamente tres niveles bien
distintos, tanto que son irreductibles. En rigor, sólo desde los niveles
superiores se puede percibir la forzosa historicidad.
Se ve
igualmente la imposibilidad de una «historia universal» si no se ha llegado al
descubrimiento de la inteligibilidad plena de algunas formas históricas.
Solamente desde las formas superiores de inteligibilidad puede lanzarse una
mirada al resto, y hallar así la universalidad de esa condición, aun en su
grado ínfimo.
Todavía se
suscita otra cuestión, cuyo interés teórico es del mayor alcance: en qué medida
está ligada la noción de historia universal a la posibilidad de su realización,
en la medida de las posibilidades reales. El hecho de que los griegos, los
romanos y los españoles, en diversas épocas, hayan sido realizadores y teóricos
de lo que podemos llamar «versiones» distintas de la historia universal
llevaría a barruntar esa conexión. En otros ciclos humanos, ni la realidad ni
el pensamiento parecen vinculados a la noción de historia universal.
Baste pensar
un momento en estas cuestiones para recordar la complejidad y el apasionante
interés de la condición histórica del hombre. Resulta inquietante, y sugestivo,
darse cuenta de lo que falta para que esta condición de la vida personal se
haya puesto adecuadamente en claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario