Asistimos
al despliegue de una III Guerra Mundial no declarada, con múltiples frentes
visibles: Gaza, Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Cachemira, Irán. El sistema
imperial occidental intenta contener a un bloque emergente que ha decidido
resistir.
Objetivo Pakistán
El Viejo Topo
16 julio, 2025
IRÁN, ISRAEL,
INDIA… EL OCASO DEL PODER OCCIDENTAL
El 22 de junio,
los bombardeos estadounidenses sobre instalaciones de procesamiento de uranio
en Irán fueron interpretados por algunos analistas como el cierre de un ciclo
bélico iniciado tras los atentados del 7 de octubre en Gaza. Pero esta lectura
peca de ingenua. Más que el final de una confrontación, se trató de un nuevo
episodio dentro de una guerra sistémica, global y prolongada: un enfrentamiento
entre el bloque imperial occidental y los países que propugnan una nueva
multipolaridad. Lo que está en juego no es sólo el destino de Gaza o de Irán,
sino la arquitectura misma del poder global: el orden surgido de la hegemonía
euroatlántica, hoy en crisis.
Desde la
Revolución Islámica de 1979, Irán ha sido considerado por el bloque occidental
como un enemigo a destruir. La retirada de Teherán del sistema de alianzas
dominadas por Estados Unidos desató una guerra de largo aliento: sanciones,
cercos diplomáticos, sabotajes industriales y campañas de desestabilización. En
1996, un grupo de estrategas neoconservadores encabezado por Richard Perle
elaboró el documento A Clean Break: A New Strategy for Securing the
Realm (Una ruptura limpia: una nueva estrategia para asegurar el
reino), que proponía abiertamente un cambio de régimen en Irán, subordinado
a los intereses de Israel. Esta hoja de ruta ha permanecido como una obsesión
en la política exterior de Washington. En 2009, el influyente think tank
Brookings Institution publicó Which Path to Persia? ¿Cuál
es el camino hacia Persia? Opciones para una nueva estrategia
estadounidense hacia Irán., donde se contemplaba —casi con tono profético—
dejar el trabajo sucio en manos de Israel. El capítulo 5 sugería
explícitamente: “Déjese en manos de Bibi (Netanyahu): permitir o alentar un
ataque militar israelí”.
Aunque esos
planes no se materializaron en su momento —en parte debido al fracaso militar
estadounidense en Irak y Afganistán, y a la derrota israelí frente a Hezbolá en
2006—, la obsesión por destruir a Irán nunca desapareció. Tras la imposibilidad
de derrocar, en aquel momento, al gobierno sirio, Obama desvió la atención
hacia Asia, buscando contener el ascenso chino con el “Pivot to Asia”. Fue en
ese contexto que se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), un
acuerdo nuclear que Occidente jamás cumplió. Teherán, por el contrario, aceptó
estrictas inspecciones del OIEA (Organismo Internacional de la Energía
Atómica), que permitieron a Israel y EEUU obtener información clave de los
avances nucleares iraníes e información para asesinar a científicos nucleares
iraníes. La complicidad del actual director del organismo, el argentino Mariano
Grossi, es relevante.
El objetivo de
fondo, tanto para Obama como para Trump y Biden, ha sido siempre impedir que
Irán —y, por extensión, sus aliados euroasiáticos— logren consolidarse como
polos autónomos de poder. EE.UU e Israel vieron una “ventana de oportunidad”
tras el asesinato de Hassan Nasrallah y la eliminación de parte de la cúpula de
Hezbolá el 27 de septiembre de 2024. Con Siria neutralizada, el Líbano
descabezado y Gaza bajo asedio, Israel y EE. UU. consideraron llegado el
momento de iniciar una guerra abierta contra Irán. Pero un ataque a este país
va mucho más allá de un conflicto local o regional: constituye una agresión
indirecta contra Rusia, China y toda la arquitectura del mundo multipolar
emergente.
LA OFENSIVA EN
ASIA DEL SUR: EL EPISODIO INDIA-PAKISTÁN
Antes de
golpear directamente a Irán, era necesario desarticular la red de apoyos que lo
sostiene. Entre ellos, Pakistán. Apenas unas semanas antes del ataque a Irán,
el 22 de abril, un atentado en Pahalagam (Cachemira) mató a 25 turistas hindúes
y a un ciudadano nepalí. Dos horas después del atentado, las autoridades de
Nueva Delhi lo atribuyeron al Inter-Services Intelligence (ISI) pakistaní. El
gobierno hindú de Modi respondió con un bombardeo aéreo sobre territorio
pakistaní el 6 de mayo.
Lo que parecía
un nuevo capítulo de una rivalidad regional reveló algo mucho más profundo: la
decadencia de la tecnología militar occidental frente al ascenso chino. India
había invertido 9.000 millones de dólares en 36 cazas Rafale franceses, símbolo
de su alineamiento con el eje occidental-israelí. La operación fue un desastre:
Pakistán, con aviones J-10C de fabricación china y misiles PL-15, abatió seis
cazas hindúes (incluidos cuatro Rafale) sin sufrir pérdidas. India intentó
revertir la humillación mediante un ataque con drones israelíes, pero estos
fueron neutralizados por la tecnología antidron china, operada desde territorio
pakistaní. La derrota fue total: tecnológica, estratégica y simbólica.
EL FACTOR
PAKISTÁN EN LA GEOESTRATEGIA EUROASIÁTICA
Pakistán ocupa
un lugar central en la nueva geopolítica euroasiática. Dotado de cerca de 200
ojivas nucleares, misiles de largo alcance y situado en el corazón del corredor
económico chino (la Iniciativa de la Franja y la Ruta), constituye un pilar
clave del bloque emergente. Desestabilizar Pakistán es una condición “sine qua
non” para cercar a Irán y contener el avance chino en el Golfo Pérsico.
Esta estrategia
no es nueva. En 1981, Israel contempló destruir el programa nuclear pakistaní
con ayuda logística india. La operación fue abortada cuando el presidente Zia
ul-Haq amenazó con atacar directamente la planta nuclear israelí de Dimona. En
1998, lo volvieron a intentar, y de nuevo el plan conjunto indo-israelí fue
desactivado tras una filtración.
ISRAEL, INDIA Y
LA NUEVA DOCTRINA DE GUERRA PREVENTIVA.
Desde
principios del siglo XXI, Israel ha enarbolado la doctrina de la guerra
preventiva contra “regímenes islámicos radicales” con capacidad nuclear.
Netanyahu lo expresó sin ambages: “Nuestra mayor misión es impedir que un
régimen islámico militante se dote con armas nucleares, o que estas armas se
encuentren en un régimen islámico militante. El primero se llama Irán. El
segundo se llama Pakistán”.
Pero los
tiempos han cambiado. Ni Irán ni Pakistán son hoy objetivos fáciles. Ambos
cuentan con defensa antiaérea moderna, capacidad real de disuasión nuclear y
poderosos aliados como Rusia y China. Por ello, la nueva estrategia ya no
apuesta por el ataque directo, sino por provocar conflictos regionales que
justifiquen una intervención posterior. El objetivo no es sólo Teherán o
Islamabad: es frenar el nuevo orden multipolar.
UNA GUERRA
INVISIBLE CON MÚLTIPLES FRENTES
La guerra entre
Israel e Irán no ha terminado; apenas comienza. Lo que presenciamos es el
despliegue de una III Guerra Mundial no declarada, con múltiples frentes
visibles: Gaza, Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Cachemira, Irán. En todos ellos
actúa una lógica común: el intento del sistema imperial occidental —centrado en
EE. UU., Reino Unido e Israel— por contener a un bloque emergente que ha decidido
resistir.
Y en todos
estos frentes el balance es desfavorable para Occidente. En Ucrania, Rusia ha
frenado y revertido el avance de la OTAN. En Yemen, Ansarallah resiste a la
coalición saudí apoyada por EE. UU. En Gaza y Líbano, el ejército israelí no logra
doblegar ni a Hamás ni a Hezbolá. Irán sobrevive al cerco y a los asesinatos
selectivos. Y en Pakistán, la derrota india en la guerra de los dos días ha
supuesto un revés estratégico para toda la arquitectura de contención
occidental.
EL RIESGO
NUCLEAR COMO CARTA FINAL DEL IMPERIO
Frente a su
declive, la oligarquía transnacional que hegemoniza el poder occidental —con
centro financiero en la City de Londres— no descarta un “reset” mediante una
escalada nuclear controlada. Pero para preservar su legitimidad, no puede
iniciar el conflicto: necesita que Rusia, Irán o Pakistán disparen primero.
Solo así podrá presentarse como “víctima” y reorganizar el sistema bajo su
tutela.
En este
esquema, Israel podría ser sacrificado. El Estado hebreo, históricamente instrumentalizado,
podría ser utilizado como chivo expiatorio para justificar una reconfiguración
geopolítica radical, incluso a costa de su propia destrucción. No sería la
primera vez que una élite sacrifica a sus propias bases con tal de preservar el
núcleo del poder.
EL
DESPLAZAMIENTO DEL CENTRO DEL MUNDO
Estamos
asistiendo al fin de cinco siglos de hegemonía occidental. Desde el ascenso de
los imperios coloniales europeos en el siglo XVI hasta el dominio global de EE.
UU. en el siglo XX, el eje del poder ha estado en Occidente. Hoy, ese eje se
desplaza nuevamente hacia Asia.
Rusia, China,
Irán, Pakistán, Turquía, Sudáfrica, Brasil, India (con matices): todos
participan de una arquitectura emergente que ya no acepta el dominio unilateral
de Washington, ni sus guerras, ni sus sanciones. No buscan destruir a
Occidente, pero sí contenerlo. Y lo están logrando. La historia no ha
terminado. Está girando.
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