miércoles, 16 de julio de 2025

Objetivo Pakistán

 

Asistimos al despliegue de una III Guerra Mundial no declarada, con múltiples frentes visibles: Gaza, Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Cachemira, Irán. El sistema imperial occidental intenta contener a un bloque emergente que ha decidido resistir.


Objetivo Pakistán


Eduardo Luque

 El Viejo Topo

16 julio, 2025 

 


IRÁN, ISRAEL, INDIA… EL OCASO DEL PODER OCCIDENTAL

El 22 de junio, los bombardeos estadounidenses sobre instalaciones de procesamiento de uranio en Irán fueron interpretados por algunos analistas como el cierre de un ciclo bélico iniciado tras los atentados del 7 de octubre en Gaza. Pero esta lectura peca de ingenua. Más que el final de una confrontación, se trató de un nuevo episodio dentro de una guerra sistémica, global y prolongada: un enfrentamiento entre el bloque imperial occidental y los países que propugnan una nueva multipolaridad. Lo que está en juego no es sólo el destino de Gaza o de Irán, sino la arquitectura misma del poder global: el orden surgido de la hegemonía euroatlántica, hoy en crisis.

Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha sido considerado por el bloque occidental como un enemigo a destruir. La retirada de Teherán del sistema de alianzas dominadas por Estados Unidos desató una guerra de largo aliento: sanciones, cercos diplomáticos, sabotajes industriales y campañas de desestabilización. En 1996, un grupo de estrategas neoconservadores encabezado por Richard Perle elaboró el documento A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm (Una ruptura limpia: una nueva estrategia para asegurar el reino), que proponía abiertamente un cambio de régimen en Irán, subordinado a los intereses de Israel. Esta hoja de ruta ha permanecido como una obsesión en la política exterior de Washington. En 2009, el influyente think tank Brookings Institution publicó Which Path to Persia? ¿Cuál es el camino hacia Persia? Opciones para una nueva estrategia estadounidense hacia Irán., donde se contemplaba —casi con tono profético— dejar el trabajo sucio en manos de Israel. El capítulo 5 sugería explícitamente: “Déjese en manos de Bibi (Netanyahu): permitir o alentar un ataque militar israelí”.

Aunque esos planes no se materializaron en su momento —en parte debido al fracaso militar estadounidense en Irak y Afganistán, y a la derrota israelí frente a Hezbolá en 2006—, la obsesión por destruir a Irán nunca desapareció. Tras la imposibilidad de derrocar, en aquel momento, al gobierno sirio, Obama desvió la atención hacia Asia, buscando contener el ascenso chino con el “Pivot to Asia”. Fue en ese contexto que se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), un acuerdo nuclear que Occidente jamás cumplió. Teherán, por el contrario, aceptó estrictas inspecciones del OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), que permitieron a Israel y EEUU obtener información clave de los avances nucleares iraníes e información para asesinar a científicos nucleares iraníes. La complicidad del actual director del organismo, el argentino Mariano Grossi, es relevante.

El objetivo de fondo, tanto para Obama como para Trump y Biden, ha sido siempre impedir que Irán —y, por extensión, sus aliados euroasiáticos— logren consolidarse como polos autónomos de poder. EE.UU e Israel vieron una “ventana de oportunidad” tras el asesinato de Hassan Nasrallah y la eliminación de parte de la cúpula de Hezbolá el 27 de septiembre de 2024. Con Siria neutralizada, el Líbano descabezado y Gaza bajo asedio, Israel y EE. UU. consideraron llegado el momento de iniciar una guerra abierta contra Irán. Pero un ataque a este país va mucho más allá de un conflicto local o regional: constituye una agresión indirecta contra Rusia, China y toda la arquitectura del mundo multipolar emergente.

LA OFENSIVA EN ASIA DEL SUR: EL EPISODIO INDIA-PAKISTÁN

Antes de golpear directamente a Irán, era necesario desarticular la red de apoyos que lo sostiene. Entre ellos, Pakistán. Apenas unas semanas antes del ataque a Irán, el 22 de abril, un atentado en Pahalagam (Cachemira) mató a 25 turistas hindúes y a un ciudadano nepalí. Dos horas después del atentado, las autoridades de Nueva Delhi lo atribuyeron al Inter-Services Intelligence (ISI) pakistaní. El gobierno hindú de Modi respondió con un bombardeo aéreo sobre territorio pakistaní el 6 de mayo.

Lo que parecía un nuevo capítulo de una rivalidad regional reveló algo mucho más profundo: la decadencia de la tecnología militar occidental frente al ascenso chino. India había invertido 9.000 millones de dólares en 36 cazas Rafale franceses, símbolo de su alineamiento con el eje occidental-israelí. La operación fue un desastre: Pakistán, con aviones J-10C de fabricación china y misiles PL-15, abatió seis cazas hindúes (incluidos cuatro Rafale) sin sufrir pérdidas. India intentó revertir la humillación mediante un ataque con drones israelíes, pero estos fueron neutralizados por la tecnología antidron china, operada desde territorio pakistaní. La derrota fue total: tecnológica, estratégica y simbólica.

EL FACTOR PAKISTÁN EN LA GEOESTRATEGIA EUROASIÁTICA

Pakistán ocupa un lugar central en la nueva geopolítica euroasiática. Dotado de cerca de 200 ojivas nucleares, misiles de largo alcance y situado en el corazón del corredor económico chino (la Iniciativa de la Franja y la Ruta), constituye un pilar clave del bloque emergente. Desestabilizar Pakistán es una condición “sine qua non” para cercar a Irán y contener el avance chino en el Golfo Pérsico.

Esta estrategia no es nueva. En 1981, Israel contempló destruir el programa nuclear pakistaní con ayuda logística india. La operación fue abortada cuando el presidente Zia ul-Haq amenazó con atacar directamente la planta nuclear israelí de Dimona. En 1998, lo volvieron a intentar, y de nuevo el plan conjunto indo-israelí fue desactivado tras una filtración.

ISRAEL, INDIA Y LA NUEVA DOCTRINA DE GUERRA PREVENTIVA.

Desde principios del siglo XXI, Israel ha enarbolado la doctrina de la guerra preventiva contra “regímenes islámicos radicales” con capacidad nuclear. Netanyahu lo expresó sin ambages: “Nuestra mayor misión es impedir que un régimen islámico militante se dote con armas nucleares, o que estas armas se encuentren en un régimen islámico militante. El primero se llama Irán. El segundo se llama Pakistán”.

Pero los tiempos han cambiado. Ni Irán ni Pakistán son hoy objetivos fáciles. Ambos cuentan con defensa antiaérea moderna, capacidad real de disuasión nuclear y poderosos aliados como Rusia y China. Por ello, la nueva estrategia ya no apuesta por el ataque directo, sino por provocar conflictos regionales que justifiquen una intervención posterior. El objetivo no es sólo Teherán o Islamabad: es frenar el nuevo orden multipolar.

UNA GUERRA INVISIBLE CON MÚLTIPLES FRENTES

La guerra entre Israel e Irán no ha terminado; apenas comienza. Lo que presenciamos es el despliegue de una III Guerra Mundial no declarada, con múltiples frentes visibles: Gaza, Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Cachemira, Irán. En todos ellos actúa una lógica común: el intento del sistema imperial occidental —centrado en EE. UU., Reino Unido e Israel— por contener a un bloque emergente que ha decidido resistir.

Y en todos estos frentes el balance es desfavorable para Occidente. En Ucrania, Rusia ha frenado y revertido el avance de la OTAN. En Yemen, Ansarallah resiste a la coalición saudí apoyada por EE. UU. En Gaza y Líbano, el ejército israelí no logra doblegar ni a Hamás ni a Hezbolá. Irán sobrevive al cerco y a los asesinatos selectivos. Y en Pakistán, la derrota india en la guerra de los dos días ha supuesto un revés estratégico para toda la arquitectura de contención occidental.

EL RIESGO NUCLEAR COMO CARTA FINAL DEL IMPERIO

Frente a su declive, la oligarquía transnacional que hegemoniza el poder occidental —con centro financiero en la City de Londres— no descarta un “reset” mediante una escalada nuclear controlada. Pero para preservar su legitimidad, no puede iniciar el conflicto: necesita que Rusia, Irán o Pakistán disparen primero. Solo así podrá presentarse como “víctima” y reorganizar el sistema bajo su tutela.

En este esquema, Israel podría ser sacrificado. El Estado hebreo, históricamente instrumentalizado, podría ser utilizado como chivo expiatorio para justificar una reconfiguración geopolítica radical, incluso a costa de su propia destrucción. No sería la primera vez que una élite sacrifica a sus propias bases con tal de preservar el núcleo del poder.

EL DESPLAZAMIENTO DEL CENTRO DEL MUNDO

Estamos asistiendo al fin de cinco siglos de hegemonía occidental. Desde el ascenso de los imperios coloniales europeos en el siglo XVI hasta el dominio global de EE. UU. en el siglo XX, el eje del poder ha estado en Occidente. Hoy, ese eje se desplaza nuevamente hacia Asia.

Rusia, China, Irán, Pakistán, Turquía, Sudáfrica, Brasil, India (con matices): todos participan de una arquitectura emergente que ya no acepta el dominio unilateral de Washington, ni sus guerras, ni sus sanciones. No buscan destruir a Occidente, pero sí contenerlo. Y lo están logrando. La historia no ha terminado. Está girando.

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