El desarrollo
científico-tecnológico permite una forma más sofisticada de dopaje: el dopaje
genético. Hay quienes están a favor de superar los límites naturales en la
competitividad deportiva, y ofrecen sus argumentos. ¿Son lo suficientemente
convincentes?
Transhumanismo en la práctica deportiva
El Viejo Topo
1 noviembre, 2022
Raúl Francisco Sebastián Solanes
El desarrollo científico-tecnológico permite una forma más sofisticada de
dopaje: el dopaje genético. Hay quienes están a favor de superar los límites
naturales en la competitividad deportiva, y ofrecen sus argumentos. ¿Son lo
suficientemente convincentes?
El sistema deportivo es uno de los principales
escenarios de nuestras sociedades, y ha acabado convirtiéndose en el hábitat
paradigmático del hombre performance. El cuerpo humano pasa a
convertirse en la representación de un “hecho social total”, ligado
esencialmente a una cultura del consumo cuyo eje central es la experiencia de
vivir y sentir sensaciones físico-emotivas. De modo que el imperativo del fitness (bienestar
físico) resulta superado por el wellness (bienestar, además de
físico, mental y emocional)[i].
La influencia
del transhumanismo, que ha irrumpido con fuerza como una de las corrientes de
pensamiento emergentes, llega al mismo ámbito deportivo gracias a sus
propuestas sobre el gene dopping y enhacement,
es decir, del dopaje genético y del mejoramiento genético del rendimiento de los
deportistas en el terreno deportivo. Para abordar esta cuestión tendremos que
aproximarnos a lo que es el dopaje, su historia y sus nuevas manifestaciones
como el dopaje genético.
El origen de la palabra dopaje estaría en el término
“dop”, utilizado en Sudáfrica durante el siglo XVIII para referirse a una
bebida alcohólica que tenía efectos estimulantes. Otros, en cambio, señalan que
podría provenir de la palabra holandesa “doop”, que después asumiría el inglés
para referirse a una sustancia con efectos sedantes y alucinógenos. Será a
finales del siglo XIX cuando el término se utilice para referirse a una bebida
con efectos narcóticos, y es a principios del siglo XX cuando se defina la
conexión con los efectos mejoradores del rendimiento físico. Las autoridades
deportivas fueron las primeras que tomaron una serie de iniciativas en contra
de todo tipo de mejoramiento proveniente de sustancias químicas. En 1928 la
Federación Internacional Atlética Amateur prohibió el dopaje, y en 1968 el
Comité Olímpico Internacional (COI) empezó a llevar a cabo controles de dopaje
obligatorio. Como resultado se funda en 1999 el World Anti-Doping Association
(WADA). Será en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 cuando se establezca por
primera vez un control antidopaje sistemático.
Son muchos los
argumentos que se dan a favor y en contra del uso del dopaje desde la ética del
deporte, pues se entiende que el dopaje es también un problema jurídico, legal,
cultural y, sobre todo, ético. Pérez Triviño recopila varios argumentos en
relación con la prohibición del dopaje. Son los siguientes:
El problema del
engaño y la afectación a la igualdad. Desde este argumento se intenta señalar
que el dopaje sería una infracción a las reglas del deporte, de lo que se sigue
que todo aquel que recurra a este tipo de sustancias dopantes estaría violando
las reglas del deporte. Los partidarios de este argumento defienden que el
dopaje debe ser prohibido, pues contradice a las reglas del deporte y supone
una forma de engaño.
Otro argumento
corresponde a la “lotería genética”. Aunque el deporte moderno se caracteriza
por la igualdad, lo cierto es que en numerosas ocasiones los deportistas no
salen al terreno deportivo en pura igualdad de condiciones, pues algunos han
sido dotados de una serie de disposiciones naturales que les hacen destacar en
el deporte más que sus compañeros. De hecho, los autores que apelan a este
argumento entienden que la desigualdad per se no es
inaceptable o injusta en el deporte; incluso afirman que forma parte del
deporte, ya que un deporte donde todos tuvieran las mismas habilidades o
disposiciones físicas resultaría aburrido y carente de atractivo. Por lo que se
rechaza el uso del dopaje, especialmente en los casos en que su uso se
justifica para superar las desigualdades físicas con las que nos ha dotado la
naturaleza.
Otro argumento:
la irrelevancia relativa del dopaje, que entiende que en la actualidad el
dopaje no ofrece soluciones milagrosas que aumenten el rendimiento de los
deportistas. Cada participante en el deporte deberá seguir entrenándose con
dedicación y sacrificio si quiere obtener la ansiada meta. El dopaje le ofrece
una hipotética ventaja y muchos riesgos que ponen en peligro su salud.
Por último, el
argumento del daño y del paternalismo injustificado. La premisa mayor de esta
argumentación reside en que, en la mayoría de los casos, las sustancias
dopantes que los deportistas toman para aumentar su rendimiento es
incontrolado, por lo que existe un riesgo elevado de que puedan dañar
seriamente a su salud.
El uso de tecnologías genéticas en el deporte puede
surgir atendiendo a diversas finalidades, bien sean terapéuticas o mejoradoras
del rendimiento. Lo cierto es que serán tres los tipos de modificación
mejoradoras que pueden experimentar los deportistas en un futuro próximo: el
dopaje genético, los implantes en el cuerpo que convertirán a los deportistas
en cyborgs y la creación de seres transgénicos, es decir,
híbridos y quimeras. La Word Anti-Doping Agency (WADA) define el dopaje
genético como la introducción y consiguiente expresión de un transgen (un gen
modificado genéticamente) o la modulación de la actividad de un gen existente
para lograr una ventaja fisiológica adicional.
El primer
problema con que se enfrenta el nuevo proyecto de mejora es el de determinar
qué se entiende por “mejora”. Según Allen Buchanan: “una mejora biomédica es
una intervención deliberada, aplicando la ciencia biomédica, que pretende
mejorar (to improve) una capacidad existente, que tienen de forma típica
la mayor parte de los seres humanos normales, o todos ellos, o crear una
capacidad nueva, actuando directamente en el cuerpo o en el cerebro”[ii].
Un segundo problema consiste en decidir qué posición ética adoptar al respecto,
si estamos dispuestos o no a aceptar las mejoras con medios biomédicos, o
únicamente son admisibles las intervenciones terapéuticas, es decir, los
tratamientos.
El debate en
torno a la aceptación o no del dopaje y de la aplicación de las nuevas
tecnologías genéticas de mejoramiento de las capacidades humanas se ha dividido
al menos en dos frentes: por un lado, los transhumanistas, que
defienden que la gran variedad de mejoras técnicas y genéticas deberían
desarrollarse y aplicarse a la práctica deportiva, y, por otro lado, los bioconsevadores,
que sostienen que no deberíamos modificar sustancialmente la biología y las
condiciones inherentemente humanas.
Como señala
Thomas Douglas, la tesis principal de los bioconservadores sostiene que, “aun
cuando fuera técnicamente posible y legalmente permisible comprometerse en la
mejora biomédica, no sería moralmente permisible hacerlo”[iii].
Dentro de los bioconservadores encontramos a Francis Fukuyama, quién formó
parte del Consejo de Bioética del expresidente estadounidense George W. Bush.
En su artículo Transhumanism, Fukuyama afirmó que el transhumanismo
es “la idea más peligrosa del mundo”[iv].
El filósofo Michael Sandel es otro de los clásicos de esta posición, expresada,
principalmente, en su libro Contra la perfección. Por su parte,
bioeticistas como George Annas, Lori Andrews y Rosario Isasi han propuesto una
legislación para que sea un “crimen contra la humanidad” la modificación
genética heredable en seres humanos.
Centrándonos en
el ámbito de la ética del deporte podemos citar algunos nombres importantes de
ambos grupos. Dentro del primer grupo, los transhumanistas, debemos
situar las propuestas de Claudio M. Tamburrini o de Julian Savulescu, quien
afirma que determinadas técnicas de mejoramiento harían del deporte una
práctica más segura y estable. Por otro lado, en el grupo de los bioconservadores,
debemos incorporar las propuestas del ya citado Michael Sandel o, siempre en
relación con el deporte, de Robert Louis Simon.
Julian Savulescu, profesor y director del Uehiro
Centre for Practical Ethics en la Universidad de Oxford, ha defendido
abiertamente las ventajas que conllevan las técnicas de mejoramiento humano en
el deporte profesional. En primer lugar, entiende que la decisión de ingerir
sustancias dopantes por parte de los competidores es una decisión libre: el deportista
la ha sumido y en nada se distingue de cualquier otra decisión que pueda haber
tomado para mejorar su rendimiento. En segundo lugar, señala que la aparición y
utilización de muchos avances tecnológicos en el equipamiento deportivo
comportan, a su vez, que ya haya sido mejorado el rendimiento de los
deportistas: un caso sencillo es el relativo a las innovaciones producidas en
el calzado que usan los velocistas.
Asimismo,
Savulescu considera que la eliminación de las prohibiciones del dopaje en
deportes como el ciclismo profesional, traerá la igualdad y justicia entre los
ciclistas y sus equipos. El motivo reside en que la evaluación de sustancias
prohibidas no se hace de forma global, sino más bien parcial, aplicándose a un
pequeño porcentaje de la comunidad de deportistas. Éste es el motivo de que,
pese a lo prescrito por las reglas que prohíben el uso del dopaje, esta
práctica sigue estando muy consolidada entre los deportistas. Por lo que el
establecimiento de una legislación que legalice y regule el uso de técnicas
dopantes contribuiría a hacer que el deporte de élite fuera más justo.
La solución, a
criterio de Savulescu, sería eliminar el tabú existente en relación con el
dopaje y aceptar su lado positivo (por ejemplo, los esteroides anabolizantes capacitan
a los deportistas para aumentar su rendimiento hasta cotas jamás alcanzadas por
el entrenamiento llevado a cabo sin recursos artificiales). Aunque a ello se le
podrían presentar muchas objeciones, partiendo de que pone en entredicho la
equidad en el deporte. Como bien señala Sandel, este meliorismo que
lo apuesta todo al desarrollo, al progreso y al perfeccionamiento llevaría a
una sociedad estratificada e insolidaria, una sociedad que despreciaría a
quienes padecen discapacidades y que, por ello, socavaría el compromiso con la
justicia distributiva[v].
Podemos concluir que los deportistas son personas con
igual dignidad, lo que implica que son fines en sí y que no
pueden mediatizarse para cualquier otro fin. En lugar de asumir riesgos para la
salud en aras de la máxima competitividad, el deporte debe fomentar valores que
impacten positivamente en la sociedad a partir de sus repercusiones
socioculturales.
En oposición a
la postura transhumanista, el dopaje contribuiría a aniquilar por completo el
vestigio moral que permanece en el deporte profesional. La aceptación del
dopaje, y en particular del dopaje genético, contribuiría a que la práctica
deportiva fuese completamente entregada al mercantilismo y, por consiguiente,
aumentarían las diferencias económicas que explican la brecha entre el éxito y
el fracaso deportivo: solo podrían acceder a este tipo de sustancias o
tecnologías genéticas dopantes los clubes deportivos con mayor poder
adquisitivo para costearlo.
Cabe pensar que
detrás de argumentos como los que ofrece Savulescu se ocultan los intereses de
las empresas farmacéuticas, que serían las principales beneficiarias de la
legalización, y por tanto la difusión, del dopaje. Como el propio Suvalescu
declara: “el dinero compra el éxito”[vi].
Pero como nos enseñó Gadamer en sus últimos escritos, cuando ya contaba con una
avanzada edad, es que si lo que uno quiere es educarse y formarse –o, en el
caso del deporte, aspirar al lema de Coubertin donde lo importante es competir
bien– entonces debemos recurrir a fuerzas humanas para sobrevivir indemnes a la
tecnología y al ser de la máquina[vii].
Notas
[i] Russo, G. (2011). La società della welness: Corpi sportivi al
traguardo della salute. Ed. Franco Angeli, p. 16.
[ii] Buchanan, A. (2011). Beyond Humanity? Ed. Oxford
University Press, p. 23.
[iii] Douglas, T. “Moral Enhancement”, Journal of Applied
Philosophy, vol. 25, n. 3, 2008, p. 228.
[iv] Fukuyama, F. Foreign Policy, 2004 September/October.
[v] Sandel, M. (2007). Contra la perfección. Ed. Marbot, pp.
89-92.
[vi] Savulescu, J. (2012). ¿Decisiones peligrosas? Una bioética
desafiante. Ed. Tecnos, p. 118.
[vii] Gadamer, H. G. (2000). La educación es educarse. Ed.
Paidós, p. 48.
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