Tal día como hoy de 1943 moría a los 34 años la filósofa y
activista francesa Simone Weil. La recordamos con este interesante informe
escrito a comienzos de 1937 sobre las condiciones de la clase obrera.
Observaciones sobre las enseñanzas a sacar de los
conflictos del Norte
El Viejo Topo
24 agosto, 2021
[Pasado el
verano de 1936, el desencanto comienza a ganar a la clase obrera y a los
ámbitos que han apoyado al gobierno del Frente popular. Aparte de la oposición
entre partidarios y adversarios de la no intervención en España, aparecen otras
divisiones entre aquellos que desean atenerse a la realización del programa y
aquellos que esperan un cambio más radical del orden social. La situación
económica y financiera se degrada. La patronal
quiere reconquistar el terreno que ha perdido, los precios aumentan. A
comienzos de septiembre, se producen huelgas en las industrias textiles del
Norte, dirigidas por jefes combativos. Simone Weil le pide a la CGT que la
envíen al lugar para realizar una investigación. E/ 27 de diciembre de 1936, se
encuentra en Lille y redacta varios textos (OC, II, 2, pp.
410-421) destinados probablemente a la elaboración del informe aquí publicado.]
[Comienzos de
1937]
LA CUESTIÓN DE LA DISCIPLINA, DE LA CALIDAD Y DEL
RENDIMIENTO
Existe tanto
mayor interés en examinar seriamente esta cuestión, por cuanto ella se sitúa
más o menos de una forma parecida en toda la industria francesa. En el Norte
dicho problema se ha convertido rápidamente en el objetivo esencial de los
conflictos. Los patrones han luchado por las sanciones con extraordinario
tesón, como si defendieran la causa de la autoridad en Francia entera; los
trabajadores lo han hecho con el sentimiento de defender las conquistas morales
de junio para toda la clase obrera francesa. Sería absurdo considerar, como se
ha creído hasta ahora en las declaraciones oficiales, que las quejas de los
patrones son completamente falsas, porque no lo son. Son ciertamente
exageradas, pero contienen una parte innegable de verdad.
Es fácil entender
el planteamiento del problema: antes de junio, las fábricas vivían bajo el
régimen del terror. Este terror conducía fatalmente a los empresarios, incluso
a los mejores, a las soluciones fáciles. El nombramiento de encargados era algo
que se había convertido en algo indiferente; no tenían necesidad de hacerse
respetar porque tenían el poder de hacer postrar a todos a sus pies; con
frecuencia tampoco tenían necesidad de competencia técnica porque lo que se
perseguía era conseguir la disminución del precio de coste a través del aumento
del ritmo de trabajo y de la reducción del salario. Toda la organización del
trabajo se había montado de tal manera que apelara, en los obreros, a los
móviles más bajos: el miedo, el deseo de ser bien vistos, la obsesión del centavo,
los celos entre los compañeros. El mes de junio, en cambio, aportó a la clase
obrera una transformación moral que ha suprimido todas las condiciones sobre
las cuales se fundamentaba la organización de las fábricas. Había sido preciso
proceder a una reorganización, pero los patrones no lo han hecho.
El Movimiento
de junio ha sido, ante todo, una reacción de desahogo, y este aflojamiento de
las ataduras todavía dura. El miedo, las envidias, la carrera por las primas
han desaparecido en un gran porcentaje luego de que, en el curso de los años
que precedieron a junio, la conciencia profesional y el amor al trabajo fueron
debilitados considerablemente entre los obreros a causa de la descalificación
progresiva y por una opresión inhumana que implantaba en el corazón el odio a
la fábrica. Frente a este desahogo general, los empresarios se han visto
paralizados, porque no han sabido comprender. Han continuado haciendo funcionar
las fábricas conforme a los hábitos adquiridos; la única innovación, puramente
negativa y producida por el temor, ha consistido en suprimir prácticamente las
sanciones (en mayor o menor medida en algunos lugares, totalmente en otros). A
partir de ese momento, era inevitable que existiera un cierto juego de rodaje
de transmisión entre la evolución de la autoridad patronal y una cierta
fluctuación de la producción.
Asimismo, se ha
producido a partir de junio una transformación psicológica, tanto en el sector
obrero como en el empresarial. Se trata de un hecho de importancia capital. La
lucha de clases no es simplemente una función de intereses, sino que la manera
en que se desarrolla depende también en gran parte del estado de ánimo que
reine en tal o cual medio social.
En el sector
obrero, la naturaleza misma del trabajo parece haber cambiado según las
fábricas, en mayor o menor medida. Sobre el papel, se mantiene el trabajo a
destajo, pero las cosas se efectúan dentro de una modalidad que jamás se ha
visto; en todo caso, el ritmo de trabajo ha perdido su carácter obsesivo y los
obreros tienden a recuperar uno más natural. Desde el punto de vista sindical,
que es el que compartimos, existe de manera indiscutible algún progreso moral,
tanto mayor en la medida en que el aumento de la camaradería ha contribuido a
este cambio entre los obreros, suprimiendo el deseo de aventajarse unos a
otros. Aunque al mismo tiempo, a favor de la relajación de la disciplina, se ha
desarrollado en ciertos lugares la bien conocida mentalidad del obrero que ha
encontrado una «forma de despistarse». Y es que, desde el punto de vista
sindical, más grave que la disminución de la productividad –lo que
innegablemente ocurre en ciertas fábricas– es una disminución de la calidad del
trabajo debido al hecho de que los controladores y verificadores no sufren en
el mismo grado la presión patronal, y se han vuelto en cambio más sensibles a
sus camaradas, haciendo frecuentemente la «vista gorda» a las piezas
defectuosas. En cuanto a la disciplina, los obreros han conocido las ventajas
de la benevolencia y se han aprovechado de ella de vez en cuando. De manera
especial, se comprueba una resistencia a obedecer a los contramaestres no
adheridos a la CGT. En algunos puntos, particularmente en Maubeuge, los
contramaestres han perdido casi por completo el poder ante sus subordinados. Existen
muchos casos de desobediencia que la dirección se ha visto obligada a dispensar
y, asimismo, en horas laborales, casos frecuentes de reuniones por equipos, o
por talleres, por motivos insignificantes.
Los
contramaestres, habituados a dar órdenes brutalmente, y que antes de junio no
habían tenido jamás necesidad de persuadir, se encontraron de pronto
desorientados: ubicados entre los obreros y la dirección –ante la cual son
responsables, pero que no los apoya–, su situación es muy difícil, especialmente
desde el punto de vista moral. Por ello, han pasado poco a poco, en su mayor
parte y sobre todo en Lille, al sector «anti-obrero «, aun cuando posean el
carnet de la CGT. En Lille se ha observado que hacia el mes de octubre
empezaban a utilizar otra vez formas autoritarias. En cuanto a los directores y
a los empresarios, hasta ahora han dejado hacer, lo han soportado todo sin
decir nada; pero los agravios y rencores se han acumulado en su espíritu, y el
día en que para coronar todo ha estallado una huelga aparentemente sin
objetivo, se les ha visto decididos a destrozar el sindicato aun al precio de
cualquier sacrificio. A partir de este momento, el conflicto tuvo como objetivo
las conquistas de junio, que por un lado se trataba de conservar y por otro de
destruir, cuando hasta ahora nadie las había puesto en cuestión. Y los
empresarios, viendo cómo la miseria consumía poco a poco a los huelguistas,
adquirieron mayor conciencia de su poder, cosa que habían perdido precisamente
en junio.
La desafección
de los técnicos en la lucha codo a codo con el movimiento obrero fue en el
resto de los lugares una de las causas principales que decidió al empresario a
recuperar confianza en su propia fuerza. Esta progresiva desafección, que ya se
podía prever a partir de junio como imposible de evitar totalmente, ha tomado
proporciones desastrosas para el movimiento sindical. Los empresarios ya no
temen, como en junio, que la fábrica funcione sin ellos. La experiencia se ha
realizado en Lille. En una fábrica de 450 obreros en que se había implantado el
lock-out, con motivo de que los obreros no querían aceptar el despido del
delegado principal, el patrón abandonó la fábrica; los técnicos y oficinistas,
todos sindicados a la CGT, lo siguieron; y los obreros, luego de intentar hacer
funcionar solos la fábrica durante dos días, tuvieron que desistir. Una
experiencia de este tipo hace variar de manera decisiva la relación de fuerzas.
PAPEL DE LOS DELEGADOS OBREROS
Los delegados
obreros han jugado un papel de primera línea en esta evolución. Elegidos para
velar por la aplicación de las leyes sociales, rápidamente se convirtieron en
un poder dentro de las fábricas, apartándose de su misión teórica. La causa
debe buscarse, por un lado, en el pánico que tienen los patrones a partir de
junio y que los ha conducido en algunas ocasiones a una actitud cercana a la
abdicación; y, por otro lado, en el cúmulo de atribuciones propias del
delegado, así como de otras funciones sindicales jamás previstas por texto
alguno. Los delegados han ido apareciendo poco a poco ante los obreros como una
emanación de la obediencia pasiva, y al estar poco entrenados en la práctica de
la democracia sindical, se han acostumbrado a recibir sus órdenes.
La asamblea de
delegados de una fábrica o de una localidad reemplaza así, de hecho y en cierta
medida, a la asamblea general por una parte, y por otra a los organismos
propiamente sindicales. Ha sido así como en Maubeuge los delegados de una
fábrica, reunidos para examinar los medios de imponer al patrón la aceptación
de un convenio colectivo, propusieron una disminución general de la producción
a la asamblea de delegados; al día siguiente ocurrió que uno de los delegados
de la fábrica tomó por su cuenta la decisión de ordenar a un equipo la
disminución del ritmo de trabajo. En Lille, cuando la junta sindical decidió la
generalización de la huelga, convocó a los delegados para transmitirles la
orden. Un delegado que ordene un paro al sector que representa es secundado
inmediatamente. De esta manera, los delegados tienen un doble poder: uno frente
a los patrones, puesto que pueden apoyar todos los reclamos, aun los más
pequeños y absurdos, a través de la amenaza de paro; otro, frente a los
obreros, porque pueden apoyar o no la petición de tal o cual de ellos, impedir o
no que se les imponga una sanción, e incluso en algunos casos reclaman
despidos.
Algunos hechos
concretos ocurridos en Maubeuge pueden dar una idea de los abusos a que se ha
llegado. En una fábrica, los delegados hicieron expulsar a un sindicado
cristiano; el director lo reintegró a su puesto, y los delegados, para
vengarse, comenzaron a prohibir a tal o cual equipo la ejecución de un trabajo
urgente. No hubo sanción para ellos. Otro caso: habiendo cantado un
equipo La Internacional al paso de unos visitantes, y
habiéndose llamado el delegado al despacho del director para que diera
explicaciones, dicho delegado antes de ir al despacho ordenó parar el trabajo.
No hubo tampoco ninguna sanción. Otro caso: los delegados ordenan una huelga
sin consultar al sindicato. Otro, los delegados ordenan disminuir el trabajo
para obtener el despido de sindicados cristianos. Otro: varios delegados
ordenan sitiar un taller durante las horas de trabajo para obligar al despido
de otro delegado de la CGT, al que acusan de haberse vendido a la dirección.
Los delegados deciden también sobre el ritmo de trabajo, de manera tal que tan
pronto lo hacen descender por debajo de lo que representa un trabajo normal,
como lo hacen subir hasta el punto de que los obreros no lo pueden seguir.
Hasta en
aquellos lugares en donde los abusos no han llegado a tales extremos, los
delegados han tenido frecuentemente tendencia a aumentar la importancia de su
cometido por encima de lo necesario. Tanto recogen las reclamaciones legítimas
como las absurdas, las importantes o las ínfimas, y hostigan a los encargados y
a la dirección con la amenaza del paro en la boca, y crean en los jefes –sobre
los que actúan ya de por sí pesadamente las preocupaciones puramente técnicas–
un estado nervioso intolerable. Puede uno preguntarse, en algún caso, si se
trata de impericia, o si no existe en ciertas ocasiones una táctica deliberada,
como parece indicarlo la frase pronunciada un día por un delegado obrero de
otra región, que se envanecía de amenazar diariamente a su jefe de taller, sin
tregua, para no dejarle jamás un momento libre para recuperar fuerzas. Por otra
parte, el poder que poseen los delegados ha creado últimamente cierta
separación entre ellos y los obreros calificados, pues la camaradería está
mezclada con una muy evidente. condescendencia, y con frecuencia a estos
obreros los tratan un poco como si fueran sus superiores jerárquicos. Esta
separación es tanto más acentuada, por cuanto los delegados olvidan a menudo
dar cuenta de sus gestiones. Por último, como ellos son prácticamente
irresponsables, dado que han sido elegidos por un año, y como usurpan de hecho
funciones propiamente sindicales, llegan naturalmente a controlar al sindicato.
Tienen la posibilidad de ejercer sobre los obreros una presión considerable, y
son ellos quienes determinan en la práctica la acción sindical, por el hecho de
que pueden provocar a voluntad incidentes, conflictos, disminuciones de trabajo
e incluso huelgas.
CONCLUSIÓN
Todas estas
observaciones afectan al Norte, pero existe un estado de cosas más o menos
general que se presenta en todos los rincones de Francia. Importa, pues, sacar
de ello conclusiones prácticas para la acción sindical.
1.º El estado
de exasperación contenida y silenciosa en que, un poco por todas partes, se
encuentran muchos jefes, directores de fábricas y patrones, hace extremadamente
peligrosa cualquier huelga en el período actual. Allí donde los jefes y
patrones están aún decididos a soportar cualquier cosa para evitar la huelga,
puede ocurrir que una vez lanzada la misma los oriente bruscamente hacia la
resolución de eliminar el sindicato, incluso a riesgo de hundir la fábrica.
Porque cuando un patrón ha llegado a este extremo, tiene siempre el poder de
aplastar al sindicato infligiendo a sus obreros los sufrimientos del hambre. No
puede detenerse más que por la amenaza de ser expropiado; pero incluso esta
amenaza, que se intuía en junio, no existe, ya que por una parte se sabe que el
gobierno no requisará las fábricas, y por otra los patrones logran cada vez más
separar a los técnicos de los obreros. Así, incluso una huelga en apariencia
victoriosa, puede resultar funesta al sindicato si es larga, tal como se ha
visto en la fábrica Sautter-Harlé, y como podemos llegar a ver en el Norte; ya
que el patrón, después de que el trabajo se ha reemprendido, puede proceder
siempre a despidos masivos sin que los obreros, agotados por la huelga, tengan
fuerza para reaccionar.
Todos estos
peligros serían todavía mayores cuando se tratara de huelgas sin objetivos precisos,
tal cómo ha ocurrido en Lille, Pompey y Maubeuge; huelgas que a los patrones y
al público les dan la impresión de una ciega agitación de la cual puede
esperarse todo y que es preciso suprimir a cualquier precio.
La ley sobre
arbitraje obligatorio es, pues, en las actuales condiciones, un recurso
precioso para la clase obrera, y la acción sindical debe tender esencialmente a
utilizarla en todo momento.
2.º Restablecer
la subordinación normal de los delegados al sindicato es una cuestión que ha
venido a ser de vida o muerte para nuestro movimiento sindical. A este efecto,
pueden hallarse diversos medios; y creo necesario utilizarlos a todos, incluso
a los más enérgicos.
El más eficaz
consistiría en instituir sanciones sindicales; se podría, por un lado, divulgar
entre los delegados y obreros textos que indiquen clara y enérgicamente el
límite de las atribuciones y el poder de los delegados; por otro, llevar al
conocimiento de los empresarios que los delegados están subordinados al
sindicato.
3.º No se debe
ignorar el problema de la disciplina del trabajo y del rendimiento, debiéndose
contribuir a una normalización y a una continuidad de la producción.
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