Debate
Dependencia y teoría del valor
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Claudio
Katz
Vientosur
13.07.2018
La teoría marxista de la dependencia postuló una
explicación del subdesarrollo asentada en la dinámica del valor. Con ese
fundamento explicó el intercambio desigual y los ciclos industriales de América
Latina, en una época previa al actual predominio del extractivismo y las
maquilas. ¿Cuáles son los conceptos vigentes de esa caracterización? ¿Cómo
deben evaluarse sus omisiones o insuficiencias?
Las causas del intercambio desigual
En los años 70 Marini estudió los desequilibrios de la
industria que impedían a Brasil, México o Argentina repetir el desarrollo de
las economías centrales. Describió cómo la preeminencia del capital extranjero
incentivaba las transferencias de valor al exterior, mientras la provisión
foránea de maquinaria obsoleta aumentaba la pérdida de divisas. Destacó que las
grandes empresas remuneraban a los trabajadores por debajo del promedio
imperante en las metrópolis y señaló que sus pares locales compensaban sus
debilidades competitivas con una mayor extracción de plusvalía (Marini, 1973:
16-66).
Ese diagnóstico presentaba numerosos parentescos con
las teorías del intercambio desigual de la época. Todos los autores razonaban
suponiendo escenarios de transferencias de valor de las economías retrasadas a
las avanzadas. Esas asimetrías eran atribuidas a la retribución internacional
diferenciada del trabajo incorporado en los bienes elaborados en ambos polos.
Estas visiones extendían al contexto mundial el
esquema expuesto por Marx, para ilustrar de qué forma los precios de producción
alteran los valores de las mercancías, en función de la productividad vigente
en las distintas ramas de la economía. Consideraban las transacciones entre
productos de distinta complejidad, generados en países con grandes desniveles
de desarrollo.
El debate comenzó con las tesis de Emmanuel que
explicaba la desigualdad en los intercambios por las divergencias de los
salarios. Postulaba que la fuerza de trabajo no acompañaba la mundialización de
los precios de producción y las tasas de ganancia. Ese divorcio determinaba la
perpetuación de las brechas entre ambos tipos de economías (Emmanuel, 1972: cap
3).
Como esa caracterización resaltaba la centralidad de
la explotación y anticipaba descripciones de las maquilas, algunos analistas
observan coincidencias con el modelo de Marini (Rodrigues, 2017). Pero en los
hechos, las afinidades del pensador brasileño eran mayores con los críticos
marxistas de Emmanuel. Estos objetores atribuían el intercambio desigual a las
diferencias de productividad y no de salarios. Consideraban que las distancias
en el desenvolvimiento de las fuerzas productivas explicaban las brechas en las
remuneraciones y no a la inversa (Bettelheim, 1972a).
Esta mirada subrayaba que el salario es un resultado y
no un determinante de la acumulación. Estimaba que el nivel de los sueldos
depende en cada país de la productividad, el ciclo, el acervo de capital y la
intensidad de la lucha de clases (Mandel, 1978: cap XI).
Esas objeciones alertaron también contra la
magnificación de la brecha salarial internacional. Recordaron que el análisis
de esa fractura, debe registrar la mayor productividad de las actividades
calificadas imperantes en las economías centrales (Bettelheim, 1972b).
Ninguna de esas caracterizaciones puso en tela de
juicio la existencia del intercambio desigual. Pero señalaron que esa asimetría
en el comercio constituía tan sólo una causa del subdesarrollo, con efectos
disímiles en cada estadio del capitalismo mundial (Arrighi, 1990).
El debate también desembocó en otros planteos que
postularon la presencia del intercambio desigual, cuando las divergencias entre
los salarios son mayores que sus equivalentes en las productividades (Amin,
1976: 159-161). Esta mirada señaló que el divorcio se asienta en la creciente
movilidad internacional de los capitales y las mercancías, frente a la
inalterada inmovilidad de la fuerza de trabajo (Amin, 2003: cap 4).
La visión de Marini sintonizaba con estos enfoques
correctivos. En su presentación del ciclo dependiente, destacó que las
transferencias de plusvalía hacia las economías avanzadas eran consecuencia de
las grandes brechas existentes en los niveles de desarrollo. Reconoció las
fuertes divergencias en los salarios, sin observarlas como determinantes de la
fractura entre el centro y la periferia.
Esa óptica no sólo coincidió con la síntesis madurada
por los participantes del debate. Confirmó que a diferencia de varios
economistas heterodoxos, el teórico de la dependencia atribuía el subdesarrollo
a la dinámica polarizadora del capitalismo mundial y no al retraso de los
salarios latinoamericanos.
El alcance de la mundialización
En las controversias sobre el intercambio desigual se
intentó esclarecer también cuál era nivel de internacionalización alcanzado por
el capitalismo. Todos recordaron que Marx expuso su modelo concibiendo
escenarios nacionales. Esa referencia estaba presente en los distintos niveles
de abstracción de su esquema. Regía en la formación de los valores individuales
y sociales de las mercancías, en las técnicas modales definitorias de la
productividad sectorial, en la formación de la ganancia media y en los precios
de producción, mercado o monopolio.
Estos pilares analíticos fueron radicalmente
modificados por el diagrama de variables internacionalizadas que postuló
Emmanuel. La referencia británica de Marx fue sustituida por un equivalente
global. Esa reconsideración era lógica un siglo después de publicado El
Capital. ¿Pero correspondía evaluar el intercambio desigual en un marco de
economías totalmente globalizadas?
Un destacado teórico objetó ese supuesto remarcando la
continuada relevancia de las variables nacionales. Observó que los precios de
producción y las ganancias medias continuaban establecidos a esa escala,
determinando una variedad de situaciones yuxtapuestas en el plano mundial.
Destacó que la ausencia de instituciones estatales mundiales determinaba la
continuidad de monedas, aranceles, tipos de cambio y precios nacionalmente
diferenciados (Mandel, 1978: cap XI).
Esa visión deducía el intercambio desigual de las
transacciones entre mercancías, con cantidades diferentes de horas trabajadas
para su producción. Entendía que las transferencias de plusvalía se consumaban
por la mayor remuneración internacional del trabajo más industrializado.
Era una tesis afín al marco keynesiano de posguerra y
a los modelos de sustitución de importaciones en las semiperiferias. En ambos
polos prevalecía la fabricación nacional integrada. El sello aclaratorio del
lugar de producción expresaba una elaboración completa al interior de cada
país.
Pero este enfoque fue objetado por otra
interpretación, que subrayó la vigencia de un nuevo marco de variables
internacionalizadas. Explicó la centralidad del intercambio desigual por la
novedosa fractura, entre capitales circulantes por todo el planeta y fuerzas de
trabajo atadas a la localización nacional.
Esta visión cuestionó la presentación de la economía
mundial como un conglomerado de unidades yuxtapuestas y subrayó la preeminencia
de un funcionamiento internacionalizado. Señaló que el “valor mundial”
constituía un nuevo principio ordenador de todas las categorías del capitalismo
(Amin, 1973: 12-87).
Otros autores profundizaron esa conceptualización,
contrastando explícitamente el escenario de Marx con la nueva era de firmas
multinacionales. Señalaron que las empresas, ramas y procesos de producción ya
operaban en forma internacionalizada a escala intra e intersectorial (Carchedi,
1991, cap 3 y 7).
Marini no definió su preferencia por uno u otro
enfoque en su obra de los años 60-70. Pero posteriormente subrayó la
contundente primacía del curso globalizador (Marini, 2007: 231-252). Ese rumbo
se ha profundizado y requiere otra conceptualización.
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