Cada día hay muerte en
Gaza. Cada día se le siguen suministrando armas a Israel. Cada día prosiguen
nuestras relaciones diplomáticas con el país genocida. Cada día. Por eso la
Nobel Han Kang cree que no tiene nada que celebrar.
Cuando los niños son asesinados, ¿qué hay que
celebrar?
El Viejo Topo
30 octubre, 2024
Tras conocerse
la noticia de que Han Kang –la escritora surcoreana– había ganado el Premio
Nobel de Literatura, su padre –el novelista Han Seung-won– le preguntó dónde
quería dar una rueda de prensa para hablar del galardón. Ella publicaba su
ficción en Changbi y su poesía en Munhakdongne, y ambos esperaban acogerla. Al
principio, Han Kang, la autora de 53 años de «La vegetariana», ganadora del
Premio Booker 2016, pensó que hablaría con la prensa. Pero después, tras
reflexionar, le comentó a su padre que en su lugar debía hacer una declaración.
«Con el recrudecimiento de la guerra y la muerte de personas cada día», dijo a
la prensa a través de su padre, «¿cómo podemos tener una celebración o una
conferencia de prensa?»
El Comité
Nobel concedió este
año el Premio de la Paz a la organización Nihon Hidankyo «por sus esfuerzos
para lograr un mundo libre de armas nucleares y por demostrar mediante el
testimonio de testigos que las armas nucleares no deben volver a utilizarse
nunca más». El grupo fue formado en 1956 por supervivientes de los ataques
nucleares estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki. Su misión desde el
principio ha sido conseguir la prohibición de las armas nucleares y otras armas
horrendas. Parte de su repercusión había consistido en celebrar actos el 6 de
agosto, Día de Hiroshima, para dar a conocer los peligros de dichas armas
(lamentablemente, estos actos han perdido repercusión, pero quizá el Premio
Nobel eleve su categoría). En su conferencia de prensa, uno de los codirectores
de Nihon Hidankyo, Toshiyuki Mimaki (que había sido alcanzado por la radiación
atómica en Hiroshima a la edad de tres años), dijo: «Pensaba que el
premio iría a parar a los que trabajan duro en Gaza… En Gaza hay niños
sangrando sostenidos [por sus padres]. Es como Japón hace 80 años».
Se parece a
Japón en sus efectos: los «niños sangrantes» a los que se refiere Mimaki han
sido una visión constante
durante el último año. Pero no se parece a Japón en su ejecución. Sólo un
pequeño número de personas conocía el potencial mortífero de la bomba atómica
cuando el ejército estadounidense la lanzó sobre Hiroshima y tres días después
sobre Nagasaki. Tras la caída de las bombas, primero Japón y luego los Estados
Unidos impidieron a los periodistas informar sobre su impacto. Ciento catorce
empleados del Chugoku Shimbun, el principal periódico de Hiroshima,
murieron en el ataque. Los que quedaron crearon Cuerpos de Reporteros Verbales
o Kudentai para ir de un lado a otro y proporcionar información en persona
sobre las posibilidades de ayuda. Yoshito Matsushige, del periódico, tomó
algunas de las fotografías más evocadoras de la devastación. Dos reporteros
extranjeros –Leslie Nakashima (asiático-americano) y Wilfred Burchett
(australiano)– atravesaron las barricadas para informar desde Hiroshima. «Lo
que había sido una ciudad de 300.000 habitantes se había desvanecido», escribió Nakashima
para United Press International el 31 de agosto de 1945.
Las bombas siguen cayendo
De hecho, la
ciudad no ha desaparecido. A pesar del abrumador bombardeo israelí (en Gaza se
utilizó una potencia de fuego mucho mayor que en Hiroshima y Nagasaki), los
palestinos permanecen a lo largo y ancho de Gaza en sus casas y en los
refugios. Se niegan a marcharse, según me cuentan muchos de ellos, porque
recuerdan las historias de sus abuelos y padres de 1948; cuando los israelíes
les echaron de sus pueblos entonces, nunca les permitieron regresar. Ese
sentimiento de desafío, combinado con el hecho de que realmente no hay ningún
lugar a donde ir, ha mantenido a los palestinos entre escombros.
Y los israelíes
no han detenido sus bombardeos. No hay una bomba atómica, sino miles de bombas
letales que siguen lloviendo desde los aviones israelíes. En diciembre de 2023,
las autoridades israelíes designaron al-Mawasi,
justo al oeste de Jan Yunis, como zona humanitaria o segura. A pesar de ello,
Israel ha seguido atacando asentamientos y refugios dentro de esta zona segura,
reduciendo lo que ya era exiguo a una fracción de lo que se había designado
para la población. La densidad de población por kilómetro cuadrado en esta zona
es de aproximadamente 35.000 habitantes, muy superior a la del lugar más denso
del planeta (Macao, una pequeña ciudad, con una densidad de población de 21.000
habitantes) y, a modo de comparación, la densidad de población en los Estados
Unidos es de 35 personas por kilómetro cuadrado.
En una semana
de este mes, los israelíes atacaron tres escuelas convertidas en refugios en
Deir al-Balah, 15 kilómetros al norte de al-Mawasi, según informó Abubaker
Abed: la escuela Ahmed al-Kurd (5 de octubre), la escuela al-Ayesha (3 de
octubre) y la escuela secundaria femenina Rufaida al-Aslamia (10 de octubre).
Los ataques israelíes contra la escuela Rufaida poco antes de las 11:30 de la
mañana mataron a 28 palestinos, muchos de ellos niños y ancianos, y entre ellos
a dos miembros del personal del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia
(UNICEF). Las bombas cayeron, según informó Imad Zakout, cuando los
coordinadores del refugio estaban repartiendo leche maternizada a los niños y a
sus padres.
Las bombas lanzadas por Israel – las GBU-39 – son fabricadas por Boeing y están diseñadas para esparcir metralla y causar grandes daños físicos incluso a los que sobreviven a la explosión. Nadie en el refugio acepta la afirmación de Israel de que alcanzó a operativos de Hamás. Las personas han sido identificadas y todo el mundo las conoce y sabe que no forman parte de ninguna estructura de Hamás. La persona muerta más joven era Mila Alaa al-Sultan (de 6 años) y la mayor Sumaya Younis al-Kafarna (de 87 años). Entre los muertos hay un policía muy querido llamado Salem Ruwaishid al-Waqadi (26 años) y el administrador de la escuela llamado Ahmed Adel Hamouda (58 años).
Los humanos dan miedo
A quienes hayan
leído Actos humanos (2016), de Han Kang, no les sorprenderá su
reacción ante el Premio Nobel y el genocidio de Gaza. Cuando ella tenía 10
años, en 1980, la dictadura militar surcoreana de Chun Doo-hwan desató una
fuerza terrible contra el Levantamiento de Gwangju por la democracia. Esta
violencia, en la ciudad natal de Han Kang, provocó la muerte y heridas a miles
de personas. Cuando tenía 13 años, su padre le mostró un álbum de fotografías
de la violencia. «Si hubiera sido mayor», reflexionó Han
Kang en 2016, «habría vivido el despertar social por la ira contra el nuevo
régimen militar. Pero era demasiado joven. Mi primer pensamiento fue que los
humanos dan miedo».
Actos humanos narra la historia de varios personajes desde mayo de 1980 hasta el
presente: Jeong-dae muere en el levantamiento, Eun-sook y Kang Dong-ho recogen
a los muertos, Kim Jin-su va a la cárcel y se suicida diez años después,
mientras que Seon-ju es torturada por los militares. Son historias poderosas de
coraje y dignidad humana frente a una violencia terrible. Eso es lo que Han
Kang y otros ven en el predicamento palestino: la violencia israelí es
horrenda, pero la notable resistencia de los palestinos exige que los humanos
cometan actos que rechacen la sensación de que «los humanos dan miedo».
Fuente: Globetrotter
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