La gira de Roger Waters
“This is Not a Drill” llegó a Santiago de Chile. Ahí le esperaban Inti-Illimani
y la hija de Víctor Jara. Los intentos de cancelación de este excepcional
músico no pudieron impedir la serie de conciertos que constituyeron la gira.
¿Hay algún paranoico en el Estadio esta noche?
El Viejo Topo
5 diciembre, 2023
DOS NOCHES EN SANTIAGO CON ROGER WATERS
Nadie hace un
espectáculo como Roger Waters. La música, por supuesto, resplandece, pero
también lo hacen el paisaje sonoro, las imágenes, la oveja y el cerdo gigantes,
los láseres, las películas, la energía de los fans que –a pesar de las
diferencias lingüísticas– corean… “Did you exchange a walk-on part in the
war for a lead role in a cage?”. Es una explosión de emociones. La
tranquila calma de Santiago se rompe con sonidos familiares y sentimientos
necesarios: sí, estamos aquí; sí, existimos; sí, debemos resistir.
Santiago es una
ciudad ampollada por la desigualdad social.
Durante dos noches, Roger Waters tocó en el Estadio Monumental de Macul, una
comuna de Santiago que es más clase media que el resto de la ciudad, pero aún
así, no inmune a las agudas divisiones sociales que produjeron el masivo descontento
expresado en el estallido social de 2019. Después del estallido, Roger cantó una
versión de El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara, con una
letra nueva para el nuevo momento:
Oigo el
Cacerolazo
Te huelo,
Piñera
Todas las
malditas ratas huelen igual.
El
Cacerolazo es el golpe de cacerolas, una protesta histórica en
América Latina que resonó nuevamente desde Buenos Aires (2001) a Santiago (2011
y luego de nuevo de 2019 a 2022). Hay una buena razón para salir a la calle y
golpear cacerolas todos los días dada la permanente condición de austeridad
reproducida por gente como el ex presidente de Chile Sebastián Piñera, una más
de las “ratas de mierda” que hacen de la vida un infierno. Está la austeridad,
la desaparición del bienestar social y el trabajo decente, y el aumento de la
pobreza y la desesperanza social. Luego están las contradicciones agudizadas,
la rabia que a veces da lugar a la esperanza en los locos (el presidente
entrante de Argentina, Javier Milei, es uno de ellos) y en otros momentos da
lugar a formas desorganizadas y organizadas de disidencia.
Una oveja
sobrevuela a las decenas de miles de personas presentes en el estadio. Es el
correlato físico de la canción que sale volando del escenario, un canto a la
atomización de las personas en la sociedad por este Estado de Austeridad
Permanente y a la necesidad de resistencia.
A través de una
reflexión tranquila, y una gran dedicación
Dominar el arte
del karate
Nos
levantaremos
Y entonces
haremos que los ojos del cabrón lloren
¿Por qué no?
¿Por qué no levantarse? Claro, corre como demonio, huye tan rápido como puedas
de las fuerzas de represión que quieren gestionar las contradicciones de la
austeridad. Pero entonces –como hace Roger, cuando se calma el sonido del
martillo golpeando tu puerta– quítate la camiseta que dice “corre como demonio”
y ponte una que diga “resiste”. Las guitarras rasgan la noche, los láseres
destellan hasta el infinito, y aumentan las ganas de arrancarse el miedo al
Estado de Austeridad Permanente y lanzarse a protestar. Pero las imágenes se
eligen con cuidado. No se trata de una llamada a la acción sin estrategia.
“Domina el arte del kárate”, canta Roger. Al igual que el karateka, se necesita
un estudio dedicado, y el campo de batalla debe abordarse ciertamente con
cuidado para “hacer que al cabrón se le agüen los ojos” y hacerlo con una
estrategia cuidadosa.
El sonido del
martillo es a la vez el de la marcha de la policía –en Chile los odiados
Carabineros– y el golpeteo de las herramientas del pueblo, incluidas las
cacerolas. El estadio es engullido por la locura de la guitarra eléctrica
(sobre todo cuando Dave Kilminster tiene los ojos cerrados y los dedos en
llamas), latidos sinfonizados que atraen a la gente al bar de Roger, una
botella de mezcal sobre el piano, Roger con los brazos en alto, el cielo
nocturno claro y esperanzado porque no muy lejos está el amanecer.
Derechos Humanos Universales
A unos cinco
kilómetros del Estadio Monumental está el Estadio Nacional, donde hace 50 años
Víctor Jara fue asesinado por el régimen golpista de Augusto Pinochet. Pocos
días antes del show de Roger en Santiago, falleció la esposa de Víctor, Joan
Jara, pero su hija Amanda estuvo allí para escuchar a Roger denunciando el asesinato
de Víctor Jara y a Inti-Illimani abrir el show con un homenaje a Víctor,
incluyendo cantar a todo pulmón una versión de El derecho, a su vez
un homenaje a Ho Chi Minh y a los combatientes vietnamitas.
Donde revientan
la flor
Con genocidio y
napalm
Jorge Coulón,
de Inti-Illimani, entonó esos versos con una kufiyah al cuello. Roger, con su
guitarra acústica y su kufiyah, y con la inquietante voz de Shanay Johnson a su
lado, canta: “Deja Jerusalén, deja tu carga”.
Si yo hubiera
sido Dios
no habría elegido
a nadie
Habría puesto
mano dura
A todos mis
hijos
Se habrían
contentado
De renunciar al
Ramadán y a la Cuaresma
El tiempo mejor
empleado
En compañía de
amigos
Partiendo el
pan y remendando redes.
“Stop the
Genocide” (detengan el genocidio) en letras blancas sobre fondo rojo
aparece en las pantallas encima de la banda.
Roger nació en
Inglaterra en 1943 de una madre comunista, Mary Duncan Whyte (1913-2009). Su
padre –el subteniente Eric Fletcher Waters, también comunista– fue asesinado en
Italia en 1944 (inmortalizado en mi canción favorita, The
Gunner’s Dream, de Final Cut, 1983). Cinco años después,
las Naciones Unidas redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Ese texto es la base de las creencias de Roger (“No sé cuándo lo leí por
primera vez” me dice Roger después del espectáculo, pero hace referencia a él a
menudo, incluso en sus espectáculos). La feroz defensa de los Derechos Humanos
gobierna a Roger, su sentimiento antibelicista moldeado por la pérdida de su
padre. Es esta fe universal la que impulsa la política de Roger.
“¿Hay
paranoicos en el estadio?” pregunta Roger. Somos paranoicos no porque estemos
clínicamente enfermos, sino porque existe un enorme abismo entre lo que sabemos
que es verdad y lo que los poderes fácticos nos dicen que se supone que es
verdad. Roger Waters defiende los derechos humanos, incluidos los derechos de
los palestinos. Sabemos que eso es cierto porque es lo que él dice y actúa de
acuerdo con esa creencia. Pero los poderes fácticos dicen que lo que Roger dice
no es cierto y que, de hecho, es antisemita. Una consecuencia de los poderes
fácticos es que intentaron cancelar su concierto en
Frankfurt y, extrañamente, todos los propietarios de hoteles de Argentina
se negaron a permitirle –a él,
pero no a su banda– una habitación en sus establecimientos (tuvo que alojarse
en casa de un amigo en Uruguay). Cuando Katie Halper y yo le preguntamos por
este ataque, Roger respondió:
Mi plataforma
es sencilla: es [la] aplicación de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948 para todos nuestros hermanos y hermanas del mundo, incluidos
los que están entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Mi apoyo a los
derechos humanos universales es universal. No es antisemitismo, que es odioso y
racista y que, como todas las formas de racismo, condeno sin reservas.
Roger dice esto
una y otra vez, y sin embargo, una y otra vez los poderes fácticos difaman a
Roger. “No seré cancelado”, dijo Roger en Birmingham en un concierto. ¿Y por
qué iba a serlo? El intento de cancelar las críticas a Israel tuvo cierta
repercusión en los últimos años, pero ya no tiene peso: las atrocidades de
Israel contra los palestinos de Gaza han producido nuevas generaciones de
personas que ven la atrocidad de la Ocupación y se niegan a doblegarse ante los
poderes fácticos.
“Necesitamos
algo más que una pausa” en el bombardeo de Gaza, dijo Roger desde el escenario
en Santiago, “necesitamos un alto el fuego que dure para siempre”, la banda
sonora de ese sentimiento producida por el saxofón de Seamus Blake y la
guitarra hawaiana de Jon Carin.
El espectáculo
comienza con Pink –el protagonista de The Wall (1982)– en una
silla de ruedas, cómodamente entumecido. En la segunda mitad, Roger
es quien ocupa la silla de ruedas, con una camisa de fuerza, metido allí por
ordenanzas del poder. ¿Es ésta la vida que realmente queremos? Mejor que
no. Nos vemos en el lado oscuro de la luna.
Fuente: Globetrotter
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