Mathieu
Dejean y Romaric Godin entrevistan al geógrafo y economista David Harvey, uno
de los marxistas más influyentes de nuestro tiempo, sobre la situación del
capitalismo, la izquierda francesa y la importancia del pensamiento de Karl
Marx.
En Francia, el neoliberalismo
se vuelve violento y autocrático
El Viejo Topo
23 mayo, 2023
Harvey es una de las figuras más importantes del marxismo contemporáneo. De paso por París, se reunió con Jean-Luc Mélenchon el 12 de abril, invitado por el Instituto La Boétie. Gran crítico del capitalismo, infatigable portador del pensamiento de Karl Marx, geógrafo y pensador de los efectos concretos del capital sobre el espacio, este británico de 88 años siempre ha sido un agudo observador de la realidad económica, social y geográfica.
Al margen de
este encuentro y de una serie de intervenciones en Francia, David Harvey aceptó
responder a las preguntas de Mediapart sobre la situación actual del
capitalismo, su relación con el antiguo candidato de La France insoumise (LFI)
a las elecciones presidenciales y Marx.
Mediapart: Su
reflexión sobre el capitalismo incluye una importante teoría de la crisis.
Desde 2020 parece abrirse una nueva crisis, que acaba de vivir un nuevo
episodio con la crisis bancaria. ¿Qué opina de la situación actual del
capitalismo?
David
Harvey: Me gustaría aislar algunos hechos para responder a
esta pregunta. El primero es que hoy es muy difícil imaginar cuál puede ser el
futuro del capitalismo porque no está claro qué dirección tomará China, que es
un actor crucial. Mi opinión es que China ha permitido al capitalismo, en
2007-2008, evitar una depresión comparable a la de los años 30. Desde entonces
y antes de la llegada de Covid, China ha representado alrededor de un tercio del
crecimiento mundial, lo que es más que los Estados del Reino Unido y Europa
juntos. Así que es imposible, en las circunstancias actuales, predecir la
dirección que tomará el capitalismo sin conocer la dirección que tomará China.
El segundo
hecho que me parece importante es que, dentro del mundo capitalista, ha habido
grandes colapsos financieros desde 1980. En cada crisis, los bancos centrales
han respondido aumentando la liquidez. Ahora nos dirigimos hacia la próxima
crisis que requerirá aún más liquidez. Así que, en mi opinión, nos encontramos
en una situación peligrosa en la que el capital se está acumulando como
resultado de estas transfusiones de dinero.
Todo parece una
cadena global Ponzi [un esquema financiero fraudulento – ed] y los esquemas
Ponzi suelen acabar muy mal. La dificultad aquí es que no hay forma de que los
Estados puedan permitirse una crisis financiera si las finanzas occidentales se
basan en un esquema Ponzi… Pero entonces la cuestión es si pueden contener esta
crisis y no estoy seguro de que puedan.
El tercer hecho
importante para mí es la cuestión de las transferencias internacionales de
tecnología. Desde la década de 1950, Estados Unidos no ha obstaculizado, y a
veces incluso ha fomentado, las transferencias de tecnología a Japón, Taiwán o
Corea del Sur. Al hacerlo, obviamente han intentado contener a China en su
forma comunista y rodearla de una red de países de renta media alta.
¿Qué ocurrió
cuando China se abrió? El capital de Japón, Corea del Sur o Taiwán invirtió
masivamente en China, trayendo consigo transferencias de tecnología del pasado.
Ahora Estados Unidos intenta bloquear las transferencias de tecnología a China,
lo que me parece una actitud estúpida. En parte porque es imposible, pero
también porque si bloqueas el desarrollo de China, que ha salvado
sistemáticamente al capitalismo, no estás haciendo nada muy positivo para el
capitalismo.
En Estados
Unidos hay muchas diferencias de opinión, pero si hay algo en lo que el
Congreso está unido al Presidente Biden es en su política antichina. Si esta
política tiene éxito, creo que veremos al mundo sumirse en un crecimiento
negativo. Y eso provocará mucha oposición, disturbios y revueltas. Ya estamos
viendo muchos de estos acontecimientos desarrollarse ante nuestros ojos.
Médiapart: En efecto, estos tres elementos aparecen como las principales
contradicciones del capitalismo contemporáneo. En su obra usted insiste en el carácter
endémico de las contradicciones, y por tanto de las crisis, en el capitalismo.
Según usted, estas crisis toman siempre la forma de procesos violentos de
devaluación o de desvalorización del capital. Con esta fuerte intervención del
Estado se tiene la sensación de que este proceso está bloqueado. ¿Qué opina al
respecto?
Harvey: No, en realidad este proceso de devaluación ya se está produciendo. Hay
continuas devaluaciones. Pero la verdadera pregunta es: ¿quién se devaluará? En
2007-2008, en Estados Unidos, siete millones de familias perdieron sus casas.
Perdieron el 80% de sus activos por la gran pérdida de valor de sus viviendas,
principalmente en la comunidad afroamericana. Al mismo tiempo, se rescató a los
bancos. Hubo una transferencia masiva de derechos de propiedad a los bancos,
con desahucios. Luego esos derechos se vendieron a bajo precio, gracias a los
rescates de los bancos, a empresas como Blackstone. Blackstone es ahora el
mayor propietario del mundo. La pérdida del valor de las personas en Estados
Unidos acabó así en el bolsillo de Blackstone. Stephen Schwarzman, que dirige
esta empresa, es ahora uno de los principales multimillonarios del mundo. Y ha
sido uno de los principales partidarios de Donald Trump. Así que hay que
elegir: salvar a los bancos o salvar a la gente. Y desde la década de 1970 la
elección de los gobiernos siempre ha sido rescatar a los bancos. Así que lo que
vemos son muchas devaluaciones de los activos y ahorros de la gente.
Médiapart: ¿Y
hoy?
Harvey: Hoy veo otros procesos de devaluación importantes. Por ejemplo, no se
sabe exactamente cuántas personas perdieron dinero durante la crisis monetaria.
Pero los inversores personales pueden haber perdido hasta 40.000 millones de
dólares. Muchas personas ricas, como deportistas, animaron a la gente a ir a
invertir en estos activos, garantizándoles altos rendimientos. Y estas personas
pusieron sus divisas en estas monedas informáticas. Ahora el mercado se ha
hundido y han perdido.
En China está
ocurriendo algo parecido con la crisis de la promoción inmobiliaria. Xi Jinping
dijo que el sector inmobiliario es para vivir, no para especular, pero mucha
gente especula en China. En el caso chino, la gente compraba acciones de
futuros proyectos antes incluso de que empezaran. La gente compraba hasta cinco
o seis pisos y aprovechaba el aumento del precio de mercado entre el momento de
la compra y el de la entrega. Pero cuando el principal promotor, Evergrande,
quebró, muchos de sus pisos quedaron inacabados. La gente se encontró con que tenía
que pagar letras de crédito por algo que no existía. Por eso hubo una huelga de
amortización en China, que fue muy interesante. El gobierno tuvo entonces que
aceptar tomar cartas en el asunto y finalizar la construcción. Estas cosas son
difíciles de rastrear en detalle. Pero lo que se puede deducir es que una
concentración cada vez mayor de la riqueza en el 1% o el 10% de la población
aumenta la centralización del capital, en torno a empresas como Blackstone o
BlackRock. Y para mí, la amenaza de devaluación reside en este fenómeno. Credit
Suisse ha sido absorbido por UBS, otros dos o tres bancos han sido rescatados
en Estados Unidos, creo que habrá más… Así que la devaluación del capital se
está produciendo a una escala ya significativa. Los gobiernos y los bancos
centrales están preocupados por lo que llaman «contagio», y por eso intentan
contener la crisis. Veremos hasta dónde pueden llegar sin emitir nuevas masas
de liquidez, ya que los bancos centrales intentan salir de la flexiblización
cuantitativa.
Médiapart: Al
igual que Jean-Luc Mélenchon, con quien ha debatido recientemente, usted
concede a la ciudad un lugar importante en su teoría. ¿Qué le acerca a él en
este punto?
Harvey: Creo que compartimos la crítica a la mercantilización de la ciudad. La
crisis de la vivienda es mundial. Hay casi 60.000 personas sin hogar en Nueva
York y las familias se hacinan en pisos estrechos porque no pueden permitirse
algo mejor. Hay un boom inmobiliario que equivale a construir viviendas para
las clases que pueden especular, mientras que no se hace nada por la masa de
gente que desespera por tener una vivienda decente. Hay que controlar los
alquileres y poner fin a la mercantilización de la vivienda. Pero con el
neoliberalismo todo se mercantiliza. Por eso no creo que haya llegado su fin:
la educación, la sanidad o incluso la vivienda siguen estando demasiado
mercantilizadas. No veo que ningún partido político se ocupe de estas
cuestiones, a excepción de Mélenchon y La France insoumise, y
hay muchas otras cosas en las que estamos de acuerdo.
Médiapart:
También tienen en común que integran la alienación del tiempo en su crítica de
la vida urbana cotidiana…
Harvey: En efecto, pienso, como Henri Lefebvre [1901-1991, filósofo, inspirador
de la Internacional Situacionista, autor de una trilogía sobre la Crítica
de la Vida Cotidiana – ed], que la gente está alienada de las
condiciones de la vida cotidiana, y en particular del tiempo robado por el
desarrollo del capitalismo. Por eso me desespera ver que sigue habiendo
programas de izquierda que sólo se centran en las condiciones materiales de
vida.
Cuando se habla
de alienación, se habla de un sentimiento de pérdida de sentido que el enorme
aumento de la propaganda burguesa –a través de espectáculos, películas,
entretenimiento– no puede hacer olvidar a la gente. No creo que al final la
gente se sienta satisfecha con su estilo de vida. La inseguridad laboral tiene
mucho que ver con ello. En los años sesenta, cuando la gente tenía trabajos
estables, puestos estables, vecinos a los que conocía y con los que se
encontraba por la calle, era más fácil encontrar sentido a la vida. Hoy todo se
vuelve frágil. Necesitamos un proyecto político que se haga cargo de esta
cuestión, y del derecho a la ciudad.
Médiapart: La
teoría postmarxista de Mélenchon sobre la «era del pueblo» está influenciada
por los filósofos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que consideran al «pueblo»
el nuevo motor de la historia, y ya no la clase obrera. ¿Cuál es su posición
respecto a este punto de vista?
Harvey: No estoy de acuerdo con ellos, pero creo que lo que dice Mélenchon va en
otra dirección. Siempre me ha parecido que la izquierda fetichiza la lucha de
clases en los establecimientos manufactureros y tiende a tratar los movimientos
sociales urbanos, como la lucha contra el aburguesamiento, como elementos
secundarios. Mi versión de la teoría marxiana es que estos elementos forman
parte de un todo. Cuando algunos hablan de «circulación de la capacidad
productiva», yo veo a los trabajadores luchando contra las empresas de tarjetas
de crédito, contra los terratenientes, contra las empresas farmacéuticas o de
telefonía móvil. Para mí forma parte de la lucha de clases. Cuando Laclau y
Mouffe dicen que hay que ir más allá de la idea tradicional que tenemos del proletariado,
estoy en su onda, pero sigo trabajando sobre bases marxistas, mientras que
Laclau, en particular, tiende a querer tirar la idea marxista como al niño con
el agua de la palangana populista.
Por cierto, no
me gusta mucho la palabra «populista», pero entiendo lo que Mélenchon quiere
decir cuando afirma que necesita un movimiento que se ocupe de todo lo que está
mal en la vida de la gente, y no sólo de la clase trabajadora tradicional,
aunque ésta siga siendo importante. Hablando con él, no creo que se sienta
especialmente vinculado ideológicamente a Laclau y Mouffe, pero quería algo lo
suficientemente amplio como para construir un partido político y también, de
forma más general, un movimiento social en torno a las transformaciones de
todas las vidas urbanas, no sólo de las fábricas manufactureras.
Médiapart:
Usted dice que la lucha contra la alienación debe integrarse en un programa
político, pero ¿se puede construir un programa político con vocación
mayoritaria en la sociedad luchando contra la alienación de la mayoría de la
población?
Harvey: Sí, salvo que hay un problema que resolver. Las poblaciones alienadas no
apoyan necesariamente los programas de izquierdas, pueden volverse fascistas y,
de hecho, hay pruebas suficientes de que en los últimos tiempos se han movido
más hacia la extrema derecha que hacia la izquierda.
La izquierda
debe captar esta ira y movilizar a estas poblaciones pasivo-agresivas. Por
desgracia, la izquierda no lo hace. En Gran Bretaña, al menor signo de cólera,
el Partido Laborista se repliega condenando a los «extremistas». Cuando
recientemente tres diputados laboristas se atrevieron a hacer un piquete,
¡fueron expulsados por los dirigentes del partido! El Partido Laborista se
mantiene firme en eso. Por eso creo que podemos aprender de Mélenchon que, por
lo que sé, comparte esta ira y no le tiene miedo: sabe de dónde viene.
Médiapart:
En Breve historia del neoliberalismo, usted escribió que sólo
puede sobrevivir volviéndose violento y autocrático. ¿No es esto lo que
observamos hoy en Francia en la actitud de Macron frente a las movilizaciones
contra la reforma de las pensiones?
Harvey: Sí, eso es a lo que nos enfrentamos, claramente. Nos acercamos al
fascismo de los años 30, eso es contra lo que tenemos que luchar. Todo indica que
Francia se encuentra en un callejón sin salida, entre un poder sordo y una
movilización que se agota a causa de la represión.
Médiapart:
Usted que ha trabajado sobre los movimientos revolucionarios y su dimensión
urbana, ¿cree que una revolución del tipo del siglo XIX puede tener lugar
todavía hoy?
Harvey: La situación actual es radicalmente distinta a la del siglo XIX. Ya no
existe la posibilidad de asaltar la Bastilla o el Palacio de Invierno. Si
tuviéramos que atacar algo, tendrían que ser los bancos centrales, pero ¿qué
haríamos una vez dentro? (Risas). Durante la Comuna de París, los insurgentes,
por el contrario, protegieron la Banque de France, y sólo se dieron cuenta de
su error demasiado tarde. Hoy en día, el capitalismo está organizado de tal
manera que, en algunos aspectos, casi parece demasiado grande para derrumbarse.
Incluso si uno está a favor de la transición al socialismo, imagino que
seguiríamos queriendo tener teléfonos móviles, ordenadores y, por tanto,
Internet. Pero, ¿cómo se fabrican y quién los fabrica? Estas empresas están
bien instaladas. Es posible que si colapsaran, ya no habría ordenadores ni
teléfonos móviles. Si esto es socialismo, ¡puedes apostar a que la gente pedirá
la vuelta del capitalismo! La gente se mete conmigo cuando digo esto, pero
siendo realistas, ¿se imaginan una sociedad socialista que prefiriera rechazar
los ordenadores, las herramientas de comunicación, la inteligencia artificial
antes que utilizarlos? Pensemos en ello.
Médiapart: Dado
que es difícil revolucionar el día a día urbano y que cada vez hay una mayor
conciencia ecológica, ¿no cree, como Kristin Ross, que las revoluciones
empezarán ahora en el campo, en las zonas que hay que defender?
Harvey: Toda la historia del capital está plagada de movimientos alternativos de
este tipo. No son absurdos ni inútiles. Estos movimientos pueden ser la semilla
de la construcción de una alternativa real. Si pudiera planificarlo todo, haría
que la gente saliera de la metrópoli, que la gente trabajara lejos de la
metrópoli –ahora es posible–, que las estructuras comunitarias fueran
ecológicas, que todo el mundo tuviera su propia parcela de tierra para cultivar
hortalizas . Es una respuesta importante a los problemas que plantea la
agricultura capitalista. Yo viví en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra
Mundial, ¡cuando el 50% de la producción de alimentos procedía de los huertos
de la gente! Es mucho lo que se puede sacar de estas alternativas. Una vez más,
esto me traerá problemas con los marxistas ortodoxos, ¡porque a veces digo
cosas que me hacen parecer anarquista! (Risas)
Médiapart: ¡De
hecho, usted es más Kropotkin que Marx!
Harvey: ¡Sí, y Élisée Reclus! Me gustan. Me gusta mucho la frase de Henri
Lefebvre cuando le preguntaron por qué era marxista y no anarquista: «¡Soy
marxista para que un día todos podamos vivir como anarquistas! Es una respuesta
muy buena. Soy un anarquista a la antigua, me gusta leer a Murray Bookchin,
Kropotkine. Élisée Reclus, merece ser incorporado, y mejorado, en nuestras
consideraciones. Eso probablemente me convierte en una especie de hereje.
Médiapart:
Usted ha hecho mucho para ayudar al pensamiento marxista a sobrevivir a la
apisonadora neoliberal. Recientemente ha publicado A Companion to
Marx’s Grundrisse (2022). ¿Por qué sigue siendo importante para usted
leer a Marx y hablar de su pensamiento?
Harvey: ¡Se podría decir que soy un poco obsesivo! La primera razón es que no
apoyo la corriente hegemónica de la economía contemporánea. ¡Es tan errónea!
Creo que Marx construyó una comprensión del capital y de la economía mucho más
precisa y pertinente que los economistas burgueses. Quiero desafiarlos. No es
fácil, porque tienen el dinero, tienen los medios de comunicación, tienen la
«credibilidad». Pero pongamos ejemplos. David Ricardo [economista británico,
1772-1823 – ed] tenía una teoría del valor relacionada con el trabajo. Muchas
personas que trabajan en esta tradición observan la situación y dicen: si el
trabajo es la fuente de todo valor, ¿cómo es que el trabajo está tan mal
pagado? Es una cuestión moral evidente. Esto dio lugar al «socialismo ricardiano»
en la década de 1840, que dio lugar al socialismo de John Stuart Mill
[economista británico, 1806-1873 – ed.]. Defendía que no podemos hacer nada con
la producción, pero que podemos redistribuir tanto valor como sea posible entre
las personas que lo producen. Thomas Piketty, Elizabeth Warren y Bernie Sanders
forman parte de esta tradición.
A Marx no le
gustaba esta tradición porque no tenía en cuenta la producción. Pero plantea
una cuestión moral fundamental, que se hizo muy fuerte en el movimiento
cartista de la década de 1840 [movimiento obrero que se desarrolló en el Reino
Unido a mediados del siglo XIX, tras la adopción de la «Carta del Pueblo» -ed.
]. Por aquel entonces, los economistas marginales decían: ya no debemos pensar
en el valor sólo a partir del trabajo, sino sumando el valor de la propiedad,
el capital y el trabajo. La importancia de estos tres factores de producción
deriva de su escasez relativa: si los capitalistas temen la escasez, tienen
derecho a recibir mucho más que el trabajo, que es abundante. Los grandes
patrones de Manchester estaban entusiasmados con esta nueva teoría económica
porque erradicaba la cuestión moral, y la teoría de John Stuart Mill sólo ha
sobrevivido a través de algunas formas de socialdemocracia desde 1945. Hoy en
día, ¡el capital sigue basándose en esta teoría del valor! Legitima tasas de
rentabilidad superiores a las del capital, hasta el punto de que hay un exceso
de capital. Así que debería haber un reequilibrio a favor del trabajo, pero por
supuesto eso no está ocurriendo. Si le dices a un economista, en cualquier
facultad, que se tome en serio esta teoría del valor, ¡se reirá en tu cara! Es
ridícula. Por eso tenemos que volver a esta cuestión moral. Porque, una vez
planteada, la gente empieza a preguntarse y, a partir de ahí, se puede pasar a
la etapa siguiente que es plantear la cuestión de la destrucción de la
producción capitalista. Es por esta razón que Marx ofrece una alternativa.
Piensa que el capital no es algo, como piensan los economistas burgueses, sino
un proceso en el que adopta diferentes formas. Tiene una flexibilidad
increíble. Por otra parte, Marx me resulta muy útil para comprender los
fenómenos de urbanización. Por ejemplo, Marx explica que los capitalistas
invierten en actividades improductivas a propósito, para evitar el excedente de
producción creado por sus inversiones. Fíjense en la urbanización contemporánea
en los Estados del Golfo, ¡es bastante revelador! Los capitalistas invierten en
activos improductivos, a tasas enormes, para obtener beneficios. Lo hacen en
parte por razones ecológicas, porque de lo contrario la presión sobre el medio
ambiente sería catastrófica. Mi objetivo es difundir una teoría marxista
comprensible, hacer de pedagogo, para que los sindicatos y los movimientos
sociales se apropien de ella. En cierto modo, ésta es la razón por la que la
hegemonía marxista se derrumbó en los años ochenta: demasiado sofisticada, no
tenía un verdadero campo de base para explicar lo que ocurría en la vida
cotidiana. Creo que este error está a punto de superarse.
Fuente: mediapart.
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