La Era Sintética
El Viejo Topo
20 junio, 2021
Seas quien seas
–científico o pintor, granjero o filósofo, una madre joven o un abuelo cargado
de arrugas– un cambio radical en la forma de ver el mundo suele empezar
normalmente con una súbita toma de conciencia. En un instante, sucede algo que
cristaliza toda una serie de pensamientos y observaciones en una nueva y
sorprendente forma de comprensión. En mi caso, ese momento se produjo no hace
mucho frente a una remota costa de Alaska en compañía del canoso capitán de un
barco de pesca llamado Walt.
* * *
Eran las 2 de
la tarde y yo estaba encaramado en la cubierta posterior de un barco de 42 pies
de eslora con un gaff[1] de aspecto terrible en la mano
contemplando cómo emergía del fondo del mar un sedal de 400 metros de largo.
–¿Estás listo?
–me preguntó Walt–. Cuando aparece el pez tienes que ser muy rápido.
Asentí con la
cabeza y arrastré un poco los pies para asegurarme de que estaban firmemente
agarrados a la cubierta, confiando en no echar a perder mi primer intento de
pescar un halibut de Alaska destinado al mercado comercial.
–No te inclines
demasiado –añadió Walt–, si no quieres que una de estas bestias se te lleve al
fondo del mar. Luchan como demonios cuando llegan a la superficie.
Asentí de nuevo
para hacerle saber que le había comprendido y con la mano libre agarré con
fuerza el barandal de la embarcación. Los halibuts de la costa de Alaska pueden
llegar a pesar el doble que un hombre y causar estragos en una barca pequeña.
Algunos pescadores les meten una bala en el cerebro antes de subirlos a bordo,
para evitar hacerse daño cuando el pez empieza a debatirse golpeando
furiosamente la cubierta.
Con el corazón
palpitando aceleradamente, dirigí la vista hacia el punto donde el sedal salía
del mar, justo a tiempo de ver cómo aparecía una enorme forma ovalada.
Nueve horas
después de que la silueta de aquel primer pez apareciese junto a nuestra
embarcación, atracamos en una remota caleta a la sombra del monte Fairweather.
Debajo de la cubierta, la bodega estaba llena a rebosar de las piezas
capturadas, con sus barrigas abiertas y rellenas de hielo trinchado. Al entrar
en la caleta, un oso pardo, desde la playa, apartó por un momento la vista del
salmón que aferraba con sus gigantescas garras, y regresó de inmediato a su
comida. En cuanto el capitán hubo lanzado el ancla y apagado el ruidoso motor
diésel, solo las olas que rompían contra el casco y el chillido de las gaviotas
al pasar quebraban el pesado silencio líquido.
Era casi medianoche
y estaba exhausto después de haber trabajado toda la tarde transportando los
pesados halibuts. Pero bajo aquella luz crepuscular, sentado en la cubierta
posterior y con mi sudoroso equipo de pesca pegado al cuerpo, estuve un buen
rato contemplando las montañas, los glaciares y el borroso contorno de la
figura del oso en la playa. Mental y físicamente agotado por el trabajo, me
embargó de repente una profunda sensación de tristeza: me estaba dando
finalmente cuenta de lo que significa decir que el ser humano ha transformado
completamente la Tierra.
Aparte de
nuestra embarcación, no había rastro alguno de vida humana en ninguna
dirección. Aquellos halibuts tan bellamente moldeados habían sido capturados en
una de las más remotas aguas costeras de Norteamérica, unas aguas repletas de
especies en unas cantidades que se dan en muy pocos lugares. Si existía un
lugar en la tierra que conservase una mínima apariencia de naturaleza impoluta,
tenía que ser un lugar como aquel.
Pero la
reluciente carne blanca de los halibuts que le habíamos arrebatado al océano,
que habíamos limpiado meticulosamente con nuestros cuchillos y que habíamos
amontonado entre hielo en la bodega, no era en absoluto impoluta. Contenía una
cantidad suficiente del mercurio vomitado por las centrales eléctricas chinas
alimentadas con carbón que se encontraban a más de seis mil kilómetros de
distancia como para que la US Food and Drug Administration aconsejase limitar
su consumo a un máximo de tres raciones al mes. Y las mujeres embarazadas y los
niños pequeños, aún menos.
Como alguien
cuyo trabajo habitual comporta dar clase a estudiantes universitarios sobre
temas medioambientales, yo ya sabía en abstracto que no quedan en la Tierra
lugares no contaminados por la polución industrial. Aunque dicha información
estaba bien instalada en algún rincón de mi cerebro, era evidente que no la
había procesado totalmente. Porque ahora, por primera vez, la sentírealmente.
El impacto humano en el planeta significa algo más que una secuencia de números
que apuntan a hundimientos de paquetes de nieve, a glaciares que se derriten o
a una disminución del número de especies. Significa un paisaje que ya no puede
librarse de las consecuencias de la industria humana, por mucho que nos
alejemos de las fábricas y de los centros urbanos. La impronta humana en el
mundo es total. Y no es un impacto precisamente trivial. Incluso en los lugares
más remotos, puede llegar a comprometer que la comida que nos llevamos a la
boca sea segura del todo.
Durante los
meses posteriores a mi regreso de aquella excursión de pesca, me he preguntado
muchas veces cuál es el significado de este legado para los tiempos que se
avecinan. La cuestión que este libro se propone investigar es: “¿Hacia dónde
vamos a partir de ahora?”
* * *
Hasta hace muy
poco, prácticamente todas las cosas notables que han sucedido en la historia
humana han tenido lugar en una época que se conoce como el Holoceno. Formada a
partir de las dos palabras griegas holos y kainos,
la palabra Holoceno significa literalmente “totalmente reciente”. El planeta ha
ocupado la época “totalmente reciente” durante un período geológicamente breve
de unos doce mil años aproximadamente.
Durante la
última década, una heterogénea colección de climatólogos, ecologistas y
geógrafos han estado sugiriendo que la desmesurada influencia de la humanidad
sobre el planeta significa que estamos en la antesala del momento en que vamos
a dejar atrás al Holoceno. Es cada vez más frecuente referirse a esta aleccionadora
nueva realidad como la llegada del Antropoceno o la “era humana”.[2] Técnicamente
hablando, el Antropoceno es un término geológico que, si
queremos hablar de un modo realmente técnico, todavía no se
refiere a nada. Es el nuevo nombre que se está considerando para nombrar la
época geológica que sustituirá al Holoceno. Un grupo cada vez mayor de
comentaristas han sugerido que la nueva era debería nombrarse en honor de la
especie cuya huella es actualmente detectable en cada centímetro cuadrado de
suelo y en cada gota de agua de los océanos.
Pese a lo
acertado que parece, Antropoceno no es el único término que se
está utilizando para describir este momento de cambio en la historia de la
Tierra. Se han sugerido otras palabras para definir esta época emergente,
cada una de las cuales refleja una concepción diferente de lo que significa
realmente un planeta dominado por los humanos. Hay quien propone Capitaloceno o Econoceno para
tratar de capturar la esencia del papel desempeñado por la economía en la
transición que está experimentando el planeta. Otros piensan que la
palabra Homogeneoceno caracterizaría mejor la disminución de
diversidad humana y biológica que está a la vista. Algunas feministas creen que
el término Mantropoceno explica más adecuadamente qué parte de
la humanidad es la principal responsable del estrago planetario. Una línea de
pensamiento similar propone el término Euroceno, y otras más
negativas sugieren que la época debería simplemente llamarse el Obsceno.
Más importante
que cómo decidamos bautizar a este nuevo período de la historia geológica, sin
embargo, es cómo decidamos configurarlo. La emergencia de una nueva
época no es solamente una oportunidad de darle un nuevo nombre al planeta que
hemos transformado inadvertidamente con nuestro trabajo y nuestra industria. Es
sobre todo una oportunidad de pensar cuidadosamente qué clase de mundo queremos
crear. Y en este sentido, vivimos en un tiempo singular. En el mismo momento en
que estamos teniendo esta discusión sobre un nombre, está amaneciendo una nueva
era. Desde el átomo a la atmósfera, está emergiendo una serie de tecnologías
que juntas prometen rehacer completamente el mundo natural.
* * *
En la película
de 1967 El graduado, el protagonista, Benjamin
Braddock, un joven con pinta de desorientado interpretado por Dustin Hoffman,
es llevado aparte por un bienintencionado amigo de la familia que le informa de
que la clave de su futuro se encuentra en una sola palabra: “plástico”. En
opinión del amigo, un montón de cosas que Ben verá a su alrededor habrán sido
sintetizadas en fábricas en las que se utilizarán nuevos tipos de procesos
químicos baratos y flexibles. Si Ben quiere saber qué es lo que le conviene, le
aconseja, tendrá que formar parte de ello.
Hoy, si Ben
recibiera el mismo consejo, lo que oiría sería una promesa mucho mayor de un
futuro sintético aún más extraordinario. Los seres humanos ya no estamos
simplemente rodeándonos de nuevos materiales. Nuestra especie está adquiriendo
también la habilidad de rediseñar una serie de procesos planetarios
fundamentales. Estamos aprendiendo a sintetizar y a combinar nuevas secuencias
de ADN para construir organismos originales y útiles. Estamos fabricando nuevas
estructuras atómicas y moleculares para crear propiedades materiales
completamente nuevas. Estamos reensamblando la composición de ecosistemas de
las especies al tiempo que experimentamos con la posibilidad de traer de nuevo
a la vida a especies hace tiempo extinguidas. Estamos estudiando cómo
implementar tecnologías capaces de hacer dar marcha atrás al Sol para mantener
frío el planeta. En cada uno de estos procesos, la humanidad está aprendiendo
cómo reemplazar algunas de las operaciones de la naturaleza que más impacto han
tenido históricamente por otras operaciones sintéticas que nosotros mismos
hemos diseñado.
Nadie puede
negar que muchas e importantes transformaciones planetarias ya han tenido
lugar. Pero hasta ahora, sin embargo, casi todos los impactos globales
provocados por nuestra especie se han producido de forma no deliberada,
inadvertidamente. Nadie había planeado contaminar con mercurio todas las calas
de Alaska o permitir que sustancias químicas industriales penetrasen en la
carne de las ballenas que nadan bajo el hielo del Ártico. Ni el calentamiento
atmosférico atribuible a la quema de combustibles fósiles ni las extinciones
masivas debidas a la destrucción de extensos hábitats han sido deliberadas. En
todas las transformaciones que han tenido lugar hasta la fecha, los cambios
globales estaban muy lejos de la mente de quienes los estaban perpetrando.
Pero de ahora
en adelante las cosas serán diferentes. Una vez que nos hemos dado cuenta del
carácter global de los daños que estamos infligiendo a la naturaleza, no
tenemos otra opción que tomar las decisiones acerca de nuestras futuras
acciones de un modo mucho más autoconsciente. Igual que el animal herido que
hemos encontrado sufriendo en la cuneta, el planeta roto se ha convertido de pronto
en nuestra responsabilidad. Ya no tenemos la alternativa de apartar la vista y
pretender que no nos hemos dado cuenta de nada. La buena conciencia no nos lo
permitirá.
En estos
momentos, para colmo, la responsabilidad es especialmente grave. En el mismo
momento en que estamos asumiendo esta carga moral, nuevas tecnologías hacen
posible una transformación del mundo que nos rodea mucho más profunda que
cualquiera que haya tenido lugar anteriormente. Algunas de las funciones más
básicas de la Tierra –cómo se construye el ADN, cómo penetran en la atmósfera
los rayos del Sol, cómo se forman los ecosistemas– estarán cada vez más
determinadas por el diseño humano. Lo que solía ser el resultado no planificado
de unos procesos naturales, será cada vez más el producto de nuestras
decisiones conscientes. En el marco de la discusión sobre cómo será el futuro
que vamos a habitar, el premio Nobel de química Paul Crutzen expresa de una
manera contundente lo que nos espera: “Somos nosotros quienes decidimos qué es
y qué será lo natural”.[3]
La sustitución
de los procesos naturales por los procesos sintéticos es el sello distintivo de
lo que podríamos denominar la era del Plastoceno. La elección de este término
no pretende sugerir un mundo lleno de plástico. Durante las próximas décadas la
humanidad encontrará buenos motivos para alejarse de esta creación sintética
particular. El término Plastoceno refleja el uso como adjetivo
de la palabra plástico y alude a un planeta que se está
volviendo cada vez más flexible y moldeable. La palabra Plastoceno apunta a un
grado sin precedentes en la maleabilidad de la Tierra que están haciendo
posible las nuevas tecnologías para aquellos que tengan los recursos para
desarrollarlas e implementarlas.
Manipulando
deliberadamente algunas de las operaciones físicas y biológicas más básicas del
planeta, los humanos estamos a punto de convertir un mundo que nos venía dado
en un mundo construido por nosotros. En el Plastoceno, el mundo será totalmente
reconstruido, desde sus cimientos, por los biólogos moleculares y los
ingenieros, lo que dará lugar al comienzo de la primera Era Sintética del
planeta.[4]
La
reconstrucción del planeta durante la Era Sintética no se limitará a una serie
de cambios superficiales. Penetrará en lo más profundo del metabolismo de la
Tierra. Las tecnologías dominantes en esta nueva época cambiarán no solo
el aspecto del planeta, sino también y sobre todo su funcionamiento.
La naturaleza y los procesos que la conforman serán cada vez más algo diseñado
por nosotros.
Comprender el
carácter de estas transformaciones es muy importante, porque tendremos que
tomar decisiones cruciales. Los contornos exactos del camino a seguir todavía
no están determinados. Hemos de decidir hasta qué punto queremos llegar en esta
reconstrucción de la Tierra. Aunque un cierto nivel de gestión de los procesos
naturales es ya inevitable, el Plastoceno puede todavía adoptar diversas formas
en función de lo agresivamente que decidamos imponer nuestros diseños.
Según un
enfoque, la nueva relación que vamos a establecer con la Tierra en la época que
se avecina requerirá que rechacemos definitivamente la idea de dar un paso
atrás y de tratar de disminuir nuestra huella en el planeta. Consistirá, al
contrario, en una aceleración de la intervención humana en la naturaleza y
en sus procesos. En vez de ejercer un impacto sobre la naturaleza de una manera
irreflexiva y accidental, un Plastoceno “a tope” significa que le daremos forma
deliberadamente, confiadamente, y en ocasiones implacablemente, siempre de
acuerdo con las mejores habilidades de nuestros expertos técnicos. Nada estará
fuera de límite.
Otros se niegan
a aceptar este elevado nivel de intervención y contemplan el amanecer de la
nueva época como una oportunidad de hacer retroceder el dial de nuestra
interferencia intrusiva. Aunque intensifiquemos nuestra gestión de la
naturaleza en determinadas áreas, podemos implicarnos cada vez menos en otras.
Eligiendo tratar determinados fragmentos de ADN como inviolables, por ejemplo,
podríamos garantizar la protección de algunas porciones de lo que nos ha legado
la evolución. Designando determinados paisajes como zonas enteramente vedadas,
podríamos preservar algunos símbolos importantes de la independencia y del
estado salvaje de la Tierra. Al mismo tiempo que alentamos el desarrollo de
ciertas tecnologías a escala planetaria por razones humanitarias, podríamos
contrarrestar otros aspectos de un mundo cada vez más sintético.
Con muchas de
las preguntas acerca de la forma que tendrá esta Era Sintética aún por
responder nos encontramos en un momento de transición crucial y tenemos una
oportunidad fugaz de reflexionar mientras el planeta entra en un período
diferente de su historia. En el mismo momento en que reconocemos finalmente la
magnitud de nuestro impacto, mi sugerencia en las páginas de este libro es que
el debate acerca de qué tipo de futuro deseamos todavía tiene que estar abierto
durante un tiempo. En vez de asumir que la época que ahora se inicia tiene ya
grabado de manera indeleble el nombre de nuestra especie, es preferible
considerar que ocupamos un espacio de pensamiento breve pero importante.
Invocando a Jano, el dios romano de las transiciones, que con una cara mira
hacia el futuro y con otra hacia el pasado, este momento proporciona una
ventana de oportunidad para examinar los impactos accidentales del pasado y
para reflexionar meticulosamente sobre los impactos deliberados del futuro.
La reciente ola
de populismo que recorre la política europea y norteamericana ha sido
interpretada como significando que cada vez son más las personas que piensan
que el control del futuro se les ha escapado de las manos. Tienen la sensación
de que su vida está cada vez más en manos ajenas. Si no logramos comportarnos
reflexivamente en este momento de transición, los contornos de la Era Sintética
los determinarán efectivamente unos intereses económicos y unos expertos
distantes. Las decisiones sobre hasta qué punto es preciso reconstruir la
Tierra las tomarán una élite de expertos y el mercado, atraídos ambos por una
determinada combinación de altruismo genuino y de la posibilidad de obtener
nuevos beneficios de unas intervenciones cada vez más drásticas. En este caso,
si nos dejamos arrastrar irreflexiblemente por unos intereses puramente
comerciales hacia un Plastoceno a toda marcha, nos veremos abocados a un cambio
trascendental. La Tierra y muchos de sus procesos fundamentales perderán su
independencia respecto a nosotros, y en un sentido final y muy real nuestro
entorno se verá privado de su carácter esencialmente natural. La biosfera
quedará totalmente subsumida en la tecnosfera.
Y esto tendrá
consecuencias. Si le hacemos esto a la Tierra, nos lo estaremos haciendo de
hecho a nosotros mismos.
* * *
Déjenme aclarar
desde el principio que este libro no es un rechazo de las importantes áreas de
investigación y descubrimiento en él descritas.[5] Partiendo
del nivel atómico y avanzando hacia la manipulación de la atmósfera en su
conjunto, los capítulos que vienen a continuación tratan de manera elogiosa
algunas de las poderosas tecnologías que están actualmente emergiendo. No cabe
duda de que necesitaremos muchos de estos desarrollos para hacer frente a los
impactos que está creando una población cada vez más urbanizada e
industrializada. Dichas tecnologías permitirán a un número mayor de seres
humanos vivir una vida mejor y con menos impactos negativos que ninguna de las
tecnologías del pasado. Algunas de estas herramientas serán también esenciales
para reparar los daños que ya le hemos causado al planeta. De un modo u otro,
una determinada versión de la Era Sintética es algo inevitable.
De todos modos,
la inevitabilidad de algunas de estas transformaciones va acompañada de una
advertencia aleccionadora. Entre las promesas de las tecnologías acechan
algunas seducciones peligrosas. A menudo implican unas fantasías exageradas
sobre la idea de control. Nos colocan en un rol de gestores planetarios para el
que estamos poco preparados. Y disuelven un antiguo pacto acerca de la forma en
que los humanos deberíamos aspirar a tratar el mundo que nos rodea.
La
reconstrucción de la Tierra y de nosotros mismos que nos ofrece la Era
Sintética tiene todo el aspecto de ser un arma de doble filo. Ciertamente
producirá muchos beneficios, pero también tendrá un coste importante. En
algunos casos, significará una visión nueva y feliz de salud y opulencia, y una
exploración optimista de nuevos tipos de relaciones con nuestro entorno. En
otros momentos creará un intento desesperado de aferrarnos a nuestra cordura en
un mundo que se estará volviendo cada vez más irreconocible en comparación con
el que habitábamos en el pasado. Nos encontraremos corriendo desenfrenadamente
y con los ojos vendados por un terreno inestable e irregular.
Tenemos la
garantía de que el futuro que habitaremos será diferente, pero la forma
concreta que adoptará aún está por determinar. En un mundo justo, esta forma la
decidirá unas elección popular racional y bien informada. Este es uno de los
mensajes centrales que espero transmitir en lo que sigue. No son decisiones que
puedan dejarse en manos de un grupo selecto. Al fin y al cabo, es mucho lo que
se juega en ello nuestra especie.
Notas:
[1] Un gaff es una barra de madera o metal con un gancho
de acero incrustado en su extremo, especialmente diseñada para ayudar a los
pescadores a tirar de los peces muy grandes y subirlos a cubierta.
[2] El prefijo anthropo- deriva de la palabra griega que
significa “humano”.
[3] Paul Crutzen y Christian Schwagërl,
“Living in the Anthropocene: Toward a New Global Ethos”, Yale
Environment 360, 14 de enero de 2011, http://e360.yale.edu/features/living_in_the_anthropocene_toward_a_new_global_ethos.
[4] A lo largo de este libro utilizo los términos Era
Sintética y Plastoceno de manera indistinta. Ambos
términos sugieren que un mundo que en su momento era un producto de procesos
naturales se está convirtiendo cada vez más en algo deliberadamente construido.
[5] Una sección de lecturas propuesta al final del libro apunta hacia algunas de las fuentes de las ideas aquí descritas. He procurado mantener al mínimo las citas y las notas a pie de página.
Introducción del libro de Christopher Preston La Era Sintética.
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