jueves, 9 de septiembre de 2021

La Era Sintética

 

La Era Sintética


Christopher J. Preston

El Viejo Topo

20 junio, 2021 


Seas quien seas –científico o pintor, granjero o filósofo, una madre joven o un abuelo cargado de arrugas– un cambio radical en la forma de ver el mundo suele empezar normalmente con una súbita toma de conciencia. En un instante, sucede algo que cristaliza toda una serie de pensamientos y observaciones en una nueva y sorprendente forma de comprensión. En mi caso, ese momento se produjo no hace mucho frente a una remota costa de Alaska en compañía del canoso capitán de un barco de pesca llamado Walt.

* * *

Eran las 2 de la tarde y yo estaba encaramado en la cubierta posterior de un barco de 42 pies de eslora con un gaff[1] de aspecto terrible en la mano contemplando cómo emergía del fondo del mar un sedal de 400 metros de largo.

–¿Estás listo? –me preguntó Walt–. Cuando aparece el pez tienes que ser muy rápido.

Asentí con la cabeza y arrastré un poco los pies para asegurarme de que estaban firmemente agarrados a la cubierta, confiando en no echar a perder mi primer intento de pescar un halibut de Alaska destinado al mercado comercial.

–No te inclines demasiado –añadió Walt–, si no quieres que una de estas bestias se te lleve al fondo del mar. Luchan como demonios cuando llegan a la superficie.

Asentí de nuevo para hacerle saber que le había comprendido y con la mano libre agarré con fuerza el barandal de la embarcación. Los halibuts de la costa de Alaska pueden llegar a pesar el doble que un hombre y causar estragos en una barca pequeña. Algunos pescadores les meten una bala en el cerebro antes de subirlos a bordo, para evitar hacerse daño cuando el pez empieza a debatirse golpeando furiosamente la cubierta.

Con el corazón palpitando aceleradamente, dirigí la vista hacia el punto donde el sedal salía del mar, justo a tiempo de ver cómo aparecía una enorme forma ovalada.

Nueve horas después de que la silueta de aquel primer pez apareciese junto a nuestra embarcación, atracamos en una remota caleta a la sombra del monte Fairweather. Debajo de la cubierta, la bodega estaba llena a rebosar de las piezas capturadas, con sus barrigas abiertas y rellenas de hielo trinchado. Al entrar en la caleta, un oso pardo, desde la playa, apartó por un momento la vista del salmón que aferraba con sus gigantescas garras, y regresó de inmediato a su comida. En cuanto el capitán hubo lanzado el ancla y apagado el ruidoso motor diésel, solo las olas que rompían contra el casco y el chillido de las gaviotas al pasar quebraban el pesado silencio líquido.

Era casi medianoche y estaba exhausto después de haber trabajado toda la tarde transportando los pesados halibuts. Pero bajo aquella luz crepuscular, sentado en la cubierta posterior y con mi sudoroso equipo de pesca pegado al cuerpo, estuve un buen rato contemplando las montañas, los glaciares y el borroso contorno de la figura del oso en la playa. Mental y físicamente agotado por el trabajo, me embargó de repente una profunda sensación de tristeza: me estaba dando finalmente cuenta de lo que significa decir que el ser humano ha transformado completamente la Tierra.

Aparte de nuestra embarcación, no había rastro alguno de vida humana en ninguna dirección. Aquellos halibuts tan bellamente moldeados habían sido capturados en una de las más remotas aguas costeras de Norteamérica, unas aguas repletas de especies en unas cantidades que se dan en muy pocos lugares. Si existía un lugar en la tierra que conservase una mínima apariencia de naturaleza impoluta, tenía que ser un lugar como aquel.

Pero la reluciente carne blanca de los halibuts que le habíamos arrebatado al océano, que habíamos limpiado meticulosamente con nuestros cuchillos y que habíamos amontonado entre hielo en la bodega, no era en absoluto impoluta. Contenía una cantidad suficiente del mercurio vomitado por las centrales eléctricas chinas alimentadas con carbón que se encontraban a más de seis mil kilómetros de distancia como para que la US Food and Drug Administration aconsejase limitar su consumo a un máximo de tres raciones al mes. Y las mujeres embarazadas y los niños pequeños, aún menos.

Como alguien cuyo trabajo habitual comporta dar clase a estudiantes universitarios sobre temas medioambientales, yo ya sabía en abstracto que no quedan en la Tierra lugares no contaminados por la polución industrial. Aunque dicha información estaba bien instalada en algún rincón de mi cerebro, era evidente que no la había procesado totalmente. Porque ahora, por primera vez, la sentírealmente. El impacto humano en el planeta significa algo más que una secuencia de números que apuntan a hundimientos de paquetes de nieve, a glaciares que se derriten o a una disminución del número de especies. Significa un paisaje que ya no puede librarse de las consecuencias de la industria humana, por mucho que nos alejemos de las fábricas y de los centros urbanos. La impronta humana en el mundo es total. Y no es un impacto precisamente trivial. Incluso en los lugares más remotos, puede llegar a comprometer que la comida que nos llevamos a la boca sea segura del todo.

Durante los meses posteriores a mi regreso de aquella excursión de pesca, me he preguntado muchas veces cuál es el significado de este legado para los tiempos que se avecinan. La cuestión que este libro se propone investigar es: “¿Hacia dónde vamos a partir de ahora?”

* * *

Hasta hace muy poco, prácticamente todas las cosas notables que han sucedido en la historia humana han tenido lugar en una época que se conoce como el Holoceno. Formada a partir de las dos palabras griegas holos y kainos, la palabra Holoceno significa literalmente “totalmente reciente”. El planeta ha ocupado la época “totalmente reciente” durante un período geológicamente breve de unos doce mil años aproximadamente.

Durante la última década, una heterogénea colección de climatólogos, ecologistas y geógrafos han estado sugiriendo que la desmesurada influencia de la humanidad sobre el planeta significa que estamos en la antesala del momento en que vamos a dejar atrás al Holoceno. Es cada vez más frecuente referirse a esta aleccionadora nueva realidad como la llegada del Antropoceno o la “era humana”.[2] Técnicamente hablando, el Antropoceno es un término geológico que, si queremos hablar de un modo realmente técnico, todavía no se refiere a nada. Es el nuevo nombre que se está considerando para nombrar la época geológica que sustituirá al Holoceno. Un grupo cada vez mayor de comentaristas han sugerido que la nueva era debería nombrarse en honor de la especie cuya huella es actualmente detectable en cada centímetro cuadrado de suelo y en cada gota de agua de los océanos.

Pese a lo acertado que parece, Antropoceno no es el único término que se está utilizando para describir este momento de cambio en la historia de la Tierra. Se han sugerido otras palabras para definir esta época emergente, cada una de las cuales refleja una concepción diferente de lo que significa realmente un planeta dominado por los humanos. Hay quien propone Capitaloceno o Econoceno para tratar de capturar la esencia del papel desempeñado por la economía en la transición que está experimentando el planeta. Otros piensan que la palabra Homogeneoceno caracterizaría mejor la disminución de diversidad humana y biológica que está a la vista. Algunas feministas creen que el término Mantropoceno explica más adecuadamente qué parte de la humanidad es la principal responsable del estrago planetario. Una línea de pensamiento similar propone el término Euroceno, y otras más negativas sugieren que la época debería simplemente llamarse el Obsceno.

Más importante que cómo decidamos bautizar a este nuevo período de la historia geológica, sin embargo, es cómo decidamos configurarlo. La emergencia de una nueva época no es solamente una oportunidad de darle un nuevo nombre al planeta que hemos transformado inadvertidamente con nuestro trabajo y nuestra industria. Es sobre todo una oportunidad de pensar cuidadosamente qué clase de mundo queremos crear. Y en este sentido, vivimos en un tiempo singular. En el mismo momento en que estamos teniendo esta discusión sobre un nombre, está amaneciendo una nueva era. Desde el átomo a la atmósfera, está emergiendo una serie de tecnologías que juntas prometen rehacer completamente el mundo natural.

* * *

En la película de 1967 El graduado, el protagonista, Benjamin Braddock, un joven con pinta de desorientado interpretado por Dustin Hoffman, es llevado aparte por un bienintencionado amigo de la familia que le informa de que la clave de su futuro se encuentra en una sola palabra: “plástico”. En opinión del amigo, un montón de cosas que Ben verá a su alrededor habrán sido sintetizadas en fábricas en las que se utilizarán nuevos tipos de procesos químicos baratos y flexibles. Si Ben quiere saber qué es lo que le conviene, le aconseja, tendrá que formar parte de ello.

Hoy, si Ben recibiera el mismo consejo, lo que oiría sería una promesa mucho mayor de un futuro sintético aún más extraordinario. Los seres humanos ya no estamos simplemente rodeándonos de nuevos materiales. Nuestra especie está adquiriendo también la habilidad de rediseñar una serie de procesos planetarios fundamentales. Estamos aprendiendo a sintetizar y a combinar nuevas secuencias de ADN para construir organismos originales y útiles. Estamos fabricando nuevas estructuras atómicas y moleculares para crear propiedades materiales completamente nuevas. Estamos reensamblando la composición de ecosistemas de las especies al tiempo que experimentamos con la posibilidad de traer de nuevo a la vida a especies hace tiempo extinguidas. Estamos estudiando cómo implementar tecnologías capaces de hacer dar marcha atrás al Sol para mantener frío el planeta. En cada uno de estos procesos, la humanidad está aprendiendo cómo reemplazar algunas de las operaciones de la naturaleza que más impacto han tenido históricamente por otras operaciones sintéticas que nosotros mismos hemos diseñado.

Nadie puede negar que muchas e importantes transformaciones planetarias ya han tenido lugar. Pero hasta ahora, sin embargo, casi todos los impactos globales provocados por nuestra especie se han producido de forma no deliberada, inadvertidamente. Nadie había planeado contaminar con mercurio todas las calas de Alaska o permitir que sustancias químicas industriales penetrasen en la carne de las ballenas que nadan bajo el hielo del Ártico. Ni el calentamiento atmosférico atribuible a la quema de combustibles fósiles ni las extinciones masivas debidas a la destrucción de extensos hábitats han sido deliberadas. En todas las transformaciones que han tenido lugar hasta la fecha, los cambios globales estaban muy lejos de la mente de quienes los estaban perpetrando.

Pero de ahora en adelante las cosas serán diferentes. Una vez que nos hemos dado cuenta del carácter global de los daños que estamos infligiendo a la naturaleza, no tenemos otra opción que tomar las decisiones acerca de nuestras futuras acciones de un modo mucho más autoconsciente. Igual que el animal herido que hemos encontrado sufriendo en la cuneta, el planeta roto se ha convertido de pronto en nuestra responsabilidad. Ya no tenemos la alternativa de apartar la vista y pretender que no nos hemos dado cuenta de nada. La buena conciencia no nos lo permitirá.

En estos momentos, para colmo, la responsabilidad es especialmente grave. En el mismo momento en que estamos asumiendo esta carga moral, nuevas tecnologías hacen posible una transformación del mundo que nos rodea mucho más profunda que cualquiera que haya tenido lugar anteriormente. Algunas de las funciones más básicas de la Tierra –cómo se construye el ADN, cómo penetran en la atmósfera los rayos del Sol, cómo se forman los ecosistemas– estarán cada vez más determinadas por el diseño humano. Lo que solía ser el resultado no planificado de unos procesos naturales, será cada vez más el producto de nuestras decisiones conscientes. En el marco de la discusión sobre cómo será el futuro que vamos a habitar, el premio Nobel de química Paul Crutzen expresa de una manera contundente lo que nos espera: “Somos nosotros quienes decidimos qué es y qué será lo natural”.[3]

La sustitución de los procesos naturales por los procesos sintéticos es el sello distintivo de lo que podríamos denominar la era del Plastoceno. La elección de este término no pretende sugerir un mundo lleno de plástico. Durante las próximas décadas la humanidad encontrará buenos motivos para alejarse de esta creación sintética particular. El término Plastoceno refleja el uso como adjetivo de la palabra plástico y alude a un planeta que se está volviendo cada vez más flexible y moldeable. La palabra Plastoceno apunta a un grado sin precedentes en la maleabilidad de la Tierra que están haciendo posible las nuevas tecnologías para aquellos que tengan los recursos para desarrollarlas e implementarlas.

Manipulando deliberadamente algunas de las operaciones físicas y biológicas más básicas del planeta, los humanos estamos a punto de convertir un mundo que nos venía dado en un mundo construido por nosotros. En el Plastoceno, el mundo será totalmente reconstruido, desde sus cimientos, por los biólogos moleculares y los ingenieros, lo que dará lugar al comienzo de la primera Era Sintética del planeta.[4]

La reconstrucción del planeta durante la Era Sintética no se limitará a una serie de cambios superficiales. Penetrará en lo más profundo del metabolismo de la Tierra. Las tecnologías dominantes en esta nueva época cambiarán no solo el aspecto del planeta, sino también y sobre todo su funcionamiento. La naturaleza y los procesos que la conforman serán cada vez más algo diseñado por nosotros.

Comprender el carácter de estas transformaciones es muy importante, porque tendremos que tomar decisiones cruciales. Los contornos exactos del camino a seguir todavía no están determinados. Hemos de decidir hasta qué punto queremos llegar en esta reconstrucción de la Tierra. Aunque un cierto nivel de gestión de los procesos naturales es ya inevitable, el Plastoceno puede todavía adoptar diversas formas en función de lo agresivamente que decidamos imponer nuestros diseños.

Según un enfoque, la nueva relación que vamos a establecer con la Tierra en la época que se avecina requerirá que rechacemos definitivamente la idea de dar un paso atrás y de tratar de disminuir nuestra huella en el planeta. Consistirá, al contrario, en una aceleración de la intervención humana en la naturaleza y en sus procesos. En vez de ejercer un impacto sobre la naturaleza de una manera irreflexiva y accidental, un Plastoceno “a tope” significa que le daremos forma deliberadamente, confiadamente, y en ocasiones implacablemente, siempre de acuerdo con las mejores habilidades de nuestros expertos técnicos. Nada estará fuera de límite.

Otros se niegan a aceptar este elevado nivel de intervención y contemplan el amanecer de la nueva época como una oportunidad de hacer retroceder el dial de nuestra interferencia intrusiva. Aunque intensifiquemos nuestra gestión de la naturaleza en determinadas áreas, podemos implicarnos cada vez menos en otras. Eligiendo tratar determinados fragmentos de ADN como inviolables, por ejemplo, podríamos garantizar la protección de algunas porciones de lo que nos ha legado la evolución. Designando determinados paisajes como zonas enteramente vedadas, podríamos preservar algunos símbolos importantes de la independencia y del estado salvaje de la Tierra. Al mismo tiempo que alentamos el desarrollo de ciertas tecnologías a escala planetaria por razones humanitarias, podríamos contrarrestar otros aspectos de un mundo cada vez más sintético.

Con muchas de las preguntas acerca de la forma que tendrá esta Era Sintética aún por responder nos encontramos en un momento de transición crucial y tenemos una oportunidad fugaz de reflexionar mientras el planeta entra en un período diferente de su historia. En el mismo momento en que reconocemos finalmente la magnitud de nuestro impacto, mi sugerencia en las páginas de este libro es que el debate acerca de qué tipo de futuro deseamos todavía tiene que estar abierto durante un tiempo. En vez de asumir que la época que ahora se inicia tiene ya grabado de manera indeleble el nombre de nuestra especie, es preferible considerar que ocupamos un espacio de pensamiento breve pero importante. Invocando a Jano, el dios romano de las transiciones, que con una cara mira hacia el futuro y con otra hacia el pasado, este momento proporciona una ventana de oportunidad para examinar los impactos accidentales del pasado y para reflexionar meticulosamente sobre los impactos deliberados del futuro.

La reciente ola de populismo que recorre la política europea y norteamericana ha sido interpretada como significando que cada vez son más las personas que piensan que el control del futuro se les ha escapado de las manos. Tienen la sensación de que su vida está cada vez más en manos ajenas. Si no logramos comportarnos reflexivamente en este momento de transición, los contornos de la Era Sintética los determinarán efectivamente unos intereses económicos y unos expertos distantes. Las decisiones sobre hasta qué punto es preciso reconstruir la Tierra las tomarán una élite de expertos y el mercado, atraídos ambos por una determinada combinación de altruismo genuino y de la posibilidad de obtener nuevos beneficios de unas intervenciones cada vez más drásticas. En este caso, si nos dejamos arrastrar irreflexiblemente por unos intereses puramente comerciales hacia un Plastoceno a toda marcha, nos veremos abocados a un cambio trascendental. La Tierra y muchos de sus procesos fundamentales perderán su independencia respecto a nosotros, y en un sentido final y muy real nuestro entorno se verá privado de su carácter esencialmente natural. La biosfera quedará totalmente subsumida en la tecnosfera.

Y esto tendrá consecuencias. Si le hacemos esto a la Tierra, nos lo estaremos haciendo de hecho a nosotros mismos.

* * *

Déjenme aclarar desde el principio que este libro no es un rechazo de las importantes áreas de investigación y descubrimiento en él descritas.[5]  Partiendo del nivel atómico y avanzando hacia la manipulación de la atmósfera en su conjunto, los capítulos que vienen a continuación tratan de manera elogiosa algunas de las poderosas tecnologías que están actualmente emergiendo. No cabe duda de que necesitaremos muchos de estos desarrollos para hacer frente a los impactos que está creando una población cada vez más urbanizada e industrializada. Dichas tecnologías permitirán a un número mayor de seres humanos vivir una vida mejor y con menos impactos negativos que ninguna de las tecnologías del pasado. Algunas de estas herramientas serán también esenciales para reparar los daños que ya le hemos causado al planeta. De un modo u otro, una determinada versión de la Era Sintética es algo inevitable.

De todos modos, la inevitabilidad de algunas de estas transformaciones va acompañada de una advertencia aleccionadora. Entre las promesas de las tecnologías acechan algunas seducciones peligrosas. A menudo implican unas fantasías exageradas sobre la idea de control. Nos colocan en un rol de gestores planetarios para el que estamos poco preparados. Y disuelven un antiguo pacto acerca de la forma en que los humanos deberíamos aspirar a tratar el mundo que nos rodea.

La reconstrucción de la Tierra y de nosotros mismos que nos ofrece la Era Sintética tiene todo el aspecto de ser un arma de doble filo. Ciertamente producirá muchos beneficios, pero también tendrá un coste importante. En algunos casos, significará una visión nueva y feliz de salud y opulencia, y una exploración optimista de nuevos tipos de relaciones con nuestro entorno. En otros momentos creará un intento desesperado de aferrarnos a nuestra cordura en un mundo que se estará volviendo cada vez más irreconocible en comparación con el que habitábamos en el pasado. Nos encontraremos corriendo desenfrenadamente y con los ojos vendados por un terreno inestable e irregular.

Tenemos la garantía de que el futuro que habitaremos será diferente, pero la forma concreta que adoptará aún está por determinar. En un mundo justo, esta forma la decidirá unas elección popular racional y bien informada. Este es uno de los mensajes centrales que espero transmitir en lo que sigue. No son decisiones que puedan dejarse en manos de un grupo selecto. Al fin y al cabo, es mucho lo que se juega en ello nuestra especie.

Notas:

[1] Un gaff es una barra de madera o metal con un gancho de acero incrustado en su extremo, especialmente diseñada para ayudar a los pescadores a tirar de los peces muy grandes y subirlos a cubierta.

[2] El prefijo anthropo- deriva de la palabra griega que significa “humano”.

[3] Paul Crutzen y Christian Schwagërl, “Living in the Anthropocene: Toward a New Global Ethos”, Yale Environment 360, 14 de enero de 2011, http://e360.yale.edu/features/living_in_the_anthropocene_toward_a_new_global_ethos.

[4] A lo largo de este libro utilizo los términos Era Sintética y Plastoceno de manera indistinta. Ambos términos sugieren que un mundo que en su momento era un producto de procesos naturales se está convirtiendo cada vez más en algo deliberadamente construido.

[5] Una sección de lecturas propuesta al final del libro apunta hacia algunas de las fuentes de las ideas aquí descritas. He procurado mantener al mínimo las citas y las notas a pie de página.

Introducción del libro de Christopher Preston La Era Sintética.

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