El 18 de julio de 1936 se inició el golpe de Estado fascista contra la Segunda República. Precisar el momento en que quienes conspiraban contra la República optaron por sublevarse para derrocarla es importante para entender mejor sus motivos.
El día que comenzó la Guerra Civil
El Viejo Topo
18 julio, 2021
Precisar el momento en que quienes conspiraban contra la República española optaron por sublevarse para derrocarla es importante para entender mejor sus motivos. La mitología del 18 de julio, que pretendía que la guerra se había iniciado como una respuesta a los abusos cometidos por el Gobierno del Frente Popular, ponía el acento en el asesinato de Calvo Sotelo, el 13 de julio de 1936, para legitimar el levantamiento militar con este suceso.
Los orígenes de la revuelta, sin embargo, hay que ir a buscarlos cinco meses antes, al domingo 16 de febrero de 1936, cuando se realizaron elecciones generales en España. La jornada electoral fue tranquila, como reconocía ABC el lunes 17: «Ha llovido copiosamente en la madrugada del domingo. Las calles aparecen encharcadas. Llovizna a la hora de abrirse los colegios y esto retrae un poco a los comodones. Luego cesa de llover, no hace mucho frío y el sol aparece a ratos. A diferencia de otras elecciones, la gente ha cargado desde mediodía. Contribuyó a ello que se propagaba por todo Madrid la noticia de que la tranquilidad era absoluta. Nada de lo que amenazaban los derrotistas tuvo confirmación. Ni huelga, ni agresiones, ni escándalos. Todo el mundo votó como quiso, con absoluta libertad. Señálase este importante detalle en honor de los españoles, porque lo mismo que en Madrid ocurrió en toda España».
Algo más había ocurrido, sin embargo, que ABC no contaba. A las tres de la
madrugada de la noche del 16 al 17, cuando las primeras noticias indicaban que
podía producirse una victoria del Frente Popular, José María Gil-Robles, jefe
de la CEDA, el principal de los partidos de la derecha, despertó al jefe del
Gobierno, Manuel Portela Valladares, para decirle que la llegada al poder de la
izquierda era peligrosa y que no había otra salida que la de que Portela
siguiese al frente del Gobierno y proclamase una dictadura, para lo cual podía
contar con la total adhesión de las derechas, «así como de cuantos elementos
representaban la estabilidad y el orden en el país». En vista de que Portela se
mostraba indeciso, Gil-Robles se puso en contacto con el general Franco, jefe
del Estado Mayor, quien se puso de inmediato a conspirar por su cuenta.
Los planes de
Franco incluían aprovechar su posición en el ministerio para ordenar a las
regiones militares que declarasen el estado de guerra, y adueñarse del poder
con un golpe militar en la capital. Según contó el propio Franco en un texto
escrito en 1944: el lunes 17 de febrero «convocó a aquellos generales que le
habían expuesto en otras ocasiones su disgusto y necesidad de un movimiento
para evitar que el Frente Popular se hiciese con el poder». Contaba con los
generales Goded y Del Pozo, y «con otros dos jefes de unidades armadas de cuya
incondicionalidad (sic) no dudaba». Pero «no tardaron estos generales en regresar
de sus gestiones con la cabeza baja». Los jefes de la guarnición de Madrid
consideraban que la oficialidad no secundaría en frío un movimiento contra los
poderes constituidos, si la Guardia Civil y los guardias de asalto no tomaban
parte en él. Esta es la razón que explica que Franco hiciese todavía otro
intento, tratando de convencer al general Pozas, inspector general de la
Guardia Civil, para que se sumase a la sublevación.
El martes 18 de
febrero Pozas acudió a ver a Portela para denunciarle «que los generales Franco
y Goded están dando instrucciones desde el Ministerio de la Guerra para que los
militares declaren el estado de guerra y se apoderen del Gobierno». Portela se
mostró indignado, pero no hizo nada. Lo único que deseaba en aquellos momentos
era abandonar el poder cuanto antes, de modo que decidió dimitir de inmediato,
sin aguardar siquiera a que concluyera el escrutinio de los votos. Muchos
gobernadores civiles hicieron lo mismo y las provincias quedaron sin
autoridades, con la gente echándose a la calle.
Ante semejante
vacío de poder los vencedores se vieron obligados a hacerse cargo del Gobierno
de inmediato, de modo que el jueves 20 de febrero se celebró el primer consejo
de ministros, en una difícil situación que Azaña describía con estas palabras:
«Continúan los alborotos en algunos puntos de Andalucía y Levante. En Valencia
hay un lío tremendo por la sublevación de los presos de San Miguel de los
Reyes. Han quemado parte del penal. Están revueltos los presos comunes y los
políticos, que han caído como en rehenes de aquellos. En Alicante han quemado
alguna iglesia. Esto me fastidia. La irritación de las gentes va a desfogarse
en iglesias y conventos y resulta que el Gobierno republicano nace, como el 31,
con chamusquinas. El resultado es deplorable. Parecen pagados por nuestros
enemigos».
En estas
condiciones comenzó a gobernar el Frente Popular, mientras los militares que
habían tratado de impedir que llegase al poder seguían preparándose para
derribarlo cuanto antes. Lo que está claro es que el 17 de febrero de 1936,
cuando Franco realizó su primer intento de sublevación militar, no había
ocurrido todavía nada que lo justificase. La Guerra Civil española no se hizo
ni contra los «desmanes del Frente Popular», ni contra la inexistente «amenaza»
del comunismo, sino contra el programa de reformas de unos republicanos
moderados que no amenazaban más que los privilegios injustos de unas clases
dominantes que obstaculizaban el progreso del país.
Fuente: Sin Permiso.
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