LAS MORERAS
Desde mí ventana veo ahora lo mismo que de niña veía: las grandes
copas de las moreras preñadas de hojas, casi al alcance de mi mano, invitándome
a que las coja y las guarde en la caja de cartón para mis gusanos de seda. Los
gusanos de seda que de niña tenía.
El tiempo se detiene al cerrar
los ojos. Y los cierro. La brisa que
mece las hojas de las moreras es la misma de entonces que, baja templada, sustituyendo los fríos del
invierno, anunciando que florecen los campos. Cierro los ojos. Me siento segura
haciéndome niña.
Lo que ya sé, al cerrar los ojos, se torna misterio, y no quiero
explicarme ahora como me hice mujer ni como unos huevecillos de larvas, en las
hojas de morera, en la caja de cartón vacía, al paso de los días se hacen
gusanos y luego mariposas que, al dejar su nido
ha hecho la seda, un ovillo hueco y ovalado de rayos de sol enredados y,
de plata, porque también había capullos de seda color plata.
Me siento segura por el camino
pasado de mi niñez. A mi paso no hallo recoveco alguno que me entretenga.
Siempre, cuando llego al final
me espera él, mis pasos están marcados y, sí, el está esperándome, y veo su
sonrisa amplia, como si fuera un niño, me observa impasible, seguro de que
llegaré, pero él, lo veo, aunque sigo con los ojos cerrados, ya no es niño, se
ha hecho hombre de carne y hueso y cuando me acerco le observo atentamente, lo
reconozco perfectamente, es él, pero no lo puedo tocar, a lo mejor es por eso,
porque ya se ha hecho hombre.
* * *
Manuel Sogas Cotano
Zaragoza 10 Diciembre 2005
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