LA
MUJER NEGRA DE OLOR A FLORES
No, antes no hubiese comprado carne
de mujer, seguro, de hecho jamás la compré.
Antes soñaba con un mundo humanizado, en cuyo epicentro estaban
siempre las personas. Ahora se mastica el mercadeo. No importa si se mercadea
para alquilarlas por un rato o para comprarlas hasta que la muerte llegue y
separe.
No tenía con quien hablar, pero de
haberlo tenido tampoco lo habría hecho. No podía. Sentía seco el paladar,
pegajoso, y la lengua embotada.
Perdí la cuenta en la segunda botella que vacié dentro de mí en aquel
garito, donde una que fue puta, vieja ya, con los pellejos colgándoles, ofendía
a Carlos Gardel cantando con voz cascada y rota.
En aquella madrugada, bajo mis pies
las calles se torcían y toda la ciudad se balanceaba, como si un terremoto
intermitente fuera siguiendo mis pasos. Seguramente el que diera los tumbos era
yo, no lo recuerdo bien.
Se me acercó la mujer. Era negra y
menuda, con los dientes muy blancos y los pechos vivos y tersos, proporcionada,
ágil en sus movimientos y olía a flores. Me pidió cinco euros, creo. No
recuerdo para qué me dijo que los necesitaba.
– ¿Y tú qué me darás a
cambio? –le dije. No sé que respondió.
Cerca del medio día me despertaron
los rayos del sol, que se colaban con fuerza por la ventana mal cerrada. La
cama estaba deshecha, como si un torbellino nos hubiera visitado. No se ni cómo
empezó ni dónde concluyó. Di media vuelta, la almohada estaba húmeda y olía a flores. Cerré los ojos y me dormí.
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Manuel
Sogas Cotano
Zaragoza
6 Agosto 2005
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