China
Geopolítica china: continuidades,
inflexiones, incertidumbres
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Pierre
Rousset
Vientosur
25.07.2018
Para Pekín, la época durante la que las potencias
europeas han dominado el mundo no ha sido más que un paréntesis antes de que la
historia recupere su curso normal, sinocéntrico. China se ha
convertido en la segunda potencia mundial. La geopolítica china, sin embargo,
ha entrado en una fase de adaptación a un mundo incierto. El conflicto entre EE
UU, potencia establecida, y China, potencia ascendente, estructura hoy, en gran
medida, la geopolítica mundial. El despliegue de la potencia china se produce
en tres espacios históricos y geoestratégicos diferentes y a la vez
interdependientes:
• Extremo Oriente/Pacífico Norte. Una zona
privilegiada para las ambiciones imperialistas de EE UU en el siglo XIX, frente
a Japón. El actual conflicto coreano se inscribe justamente en este espacio
histórico, en particular con dos diferencias importantes: la desaparición de
las potencias europeas y el papel propio de China.
• La marcha al Oeste. Iniciada por Xi
Jinping y concretada en las nuevas Rutas de la Seda, su horizonte
se sitúa en la totalidad de Eurasia, Oriente Medio y África del Norte y del
Noreste. Simbólicamente, el nuevo imperialismo chino recorre a contrapelo las
vías de la expansión inicial, desde el Viejo Mundo, de los
imperialismos europeos tradicionales.
• El espacio mundial. La China capitalista se ha
convertido estos últimos años en un actor principal en todos los continentes y
en (casi) todos los terrenos, diplomáticos o económicos. La ambición se
pretende global, incluida la influencia del modelo político y cultural del que
China es, a los ojos de Xi Jinping, portadora.
Vista desde China, la época durante la que las
potencias europeas han dominado el mundo no ha sido más que un breve paréntesis
antes de que la historia recupere su curso normal, a saber, la
centralidad china. Esta visión sinocéntrica que prevalece en China constituye
una base cultural sólida para el expansionismo del nuevo imperialismo chino, a imagen
y semejanza de la visión eurocéntrica para los imperialismos conquistadores de
hace dos siglos. Se trata de proyectar la civilización
china como antaño la civilización europea. Para Xi
Jingping, el siglo XXI será el siglo chino.
I. La geopolítica de Asia Oriental
Desde que accedió al poder, Xi Jinping se propuso como
objetivo fundamental afirmar la hegemonía china en Asia Oriental en todos los
terrenos: económico y financiero, diplomático, político y militar. La expansión
internacional ha de basarse en la consolidación de su poder regional. La
influencia china puede afirmarse en su frontera septentrional (Mongolia),
aunque se ve limitada por la potencia rusa (Siberia), mientras que en el oeste
choca con la competencia de India, que es bastante ruda en todo el
subcontinente (especialmente en Sri Lanka).
Xi Jinping ha abandonado las concepciones estratégicas
defensivas que prevalecían durante la era maoísta: cualquier invasor se
enfrentaría a una guerra popular en la inmensidad del territorio chino; entonces
la clave estaba en el ejército de tierra y en la capacidad de movilización
popular. Ahora se han vuelto ofensivas: para asegurar la expansión del nuevo
imperialismo, la clave está en la fuerza naval, la marina, tanto por razones
generales (toda gran potencia necesita asegurar su presencia marítima en el
mundo) como específicas: China posee una inmensa fachada marítima y necesita
asegurarse un acceso seguro a los océanos Pacífico e Índico, y este no es el
caso actualmente. De la península coreana a la península malaya, una serie de
archipiélagos (japonés, filipino, indonesio) constituyen otros tantos
obstáculos. Los estrechos de salida al océano se hallan bajo la estricta
vigilancia de EE UU.
El espacio marítimo llamado mar de China (un término
que rechazan los demás países ribereños) es, desde este punto de vista, vital
para Pekín. Una de las primeras decisiones estratégicas de Xi Jinping fue la de
hacerse con el control de su parte meridional, declarando que se trata de
un mar interior bajo autoridad china. Cabe distinguir tres
fases en la batalla por el control del mar de China.
En primer lugar, la fase de conquista, en que Pekín
aprovechó la parálisis temporal de Washington. Barack Obama quiso recentrar la
potencia estadounidense convirtiendo el espacio de Asia-Pacífico en su pilar,
pero no pudo librarse del cenagal de Oriente Medio. Poco después de la elección
de Donald Trump, Washington se retiró de la asociación transpacífica (TPP), un
acuerdo multilateral en curso de constitución, dejando el campo aún más libre
para las ambiciones chinas. En esta situación, Pekín ha sabido utilizar todos
los registros disponibles para atraer y/o neutralizar a los países ribereños
del mar de China Meridional: potencia militar aplastante, dependencia económica
objetiva, incitaciones financieras, influencia política (el modelo de
desarrollo capitalista dirigista y autoritario conviene a varios regímenes de
la región).
Pekín ha construido pieza a pieza siete islas
artificiales que albergan actualmente importantes instalaciones (pistas de
aterrizaje, baterías de misiles tierra-aire y antinavales, hangares
fortificados, radares, sistema de distorsión de las comunicaciones…). En
conjunto constituyen un complejo coherente que controla toda aproximación desde
todos los puntos cardinales. Allí ya han aterrizado bombarderos estratégicos
H-6K (con capacidad nuclear), un gesto político en respuesta a los B-52 de EE
UU. La militarización del mar de China Meridional es una realidad, y lo es en
beneficio de China. Sin duda, Pekín no puede prohibir el paso a la VIIª flota
de EE UU y bloquear el tránsito internacional, pero Washington tampoco puede
hacer retroceder la presencia china sin poner en marcha un conflicto de muy
alto voltaje.
Pekín ha ido más allá. El régimen ha reivindicado posesiones históricas más
al norte, contestando de manera muy activa el control ejercido por Japón sobre
el pequeño archipiélago de Senkaku/Diaoyu (con el envío a la zona de navíos y
aviones, la creación de zonas de exclusión aérea…), con el fin de probar al
mismo tiempo los medios de resistencia de Tokio y la determinación de EE UU.
Trump ha elevado finalmente la apuesta en el terreno
militar, utilizando con este fin la cuestión norcoreana: amenaza de
intervención (incluso nuclear), implantación de baterías de misiles antimisiles
THAAD en Corea del Sur (que neutralizan la parte principal del dispositivo
nuclear desplegado en China continental), refuerzo de la VIIª flota y
utilización de la base de Jeju en el sur de la península… China ha tenido que
retroceder efectivamente en el terreno militar de esta parte del Pacífico
Norte. Ha estado marginada durante mucho tiempo, política y diplomáticamente,
en relación con la crisis coreana, que ha sido gestionada entre Washington,
Pyongyang y Seúl.
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