jueves, 11 de diciembre de 2025
Contra la hipocresía imperialista, contra toda forma de dictadura: Solidaridad con América Latina
Contra
la hipocresía imperialista, contra toda forma de dictadura: Solidaridad con
América Latina
Por CGT
kaosenlared
9 de diciembre de 2025
En las últimas semanas
asistimos atónitos a una serie de acontecimientos bélicos y asesinatos
extrajudiciales que tienen que ver con Venezuela y Colombia. La administración
de Donald Trump ha decidido volver a la senda conocida de la injerencia
política y las agresiones militares al más puro estilo del siglo pasado, cuando
su interferencia cortocircuitó los procesos de transformación en muchos países
de América Latina. Entonces, a través de la siniestra mano de la CIA y la
Escuela de las Américas ejecutó a líderes de izquierda e indígenas, intervino
en procesos de liberación y auspició una política de intervención que fue de la
mano del narcotráfico, el militarismo y las ejecuciones sumarias. La lista de
víctimas es larga: Guatemala, El Salvador, Granada, Paraguay, Chile, Argentina…
Si entonces la excusa era la “amenaza comunista” hoy es “el narcoterrorismo”.
En ese ejercicio de hipocresía sin caretas, el Gobierno de Estados Unidos en
estos días ha liberado al expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, que
estaba en la cárcel acusado de “narcotráfico patrocinado por el Estado”
con una pila de pruebas que le incriminaban a él y buena parte de su familia.
Un presidente que recordemos, auspició el asesinato contra la líder
ambientalista Berta Cáceres. Ahora, gracias a la intervención de Trump la
ultraderecha corrupta regresa al poder en el pequeño país centroamericano.
Trump ha decidido empezar
por Venezuela y Colombia su nueva estrategia de dominio en el “hemisferio”. En
su estilo de rico desalmado se ha vanagloriado incluso de los asesinatos que
comete sin ninguna base legal, sin atender al derecho internacional más básico.
Es evidente que la situación en Venezuela es dramática, con millones de
personas migrantes repartidas por todo el mundo y un gobierno de Nicolás Maduro
corrupto y autoritario. Una deriva de lo que se llamó el “socialismo del siglo
XXI” que se ha convertido en una caricatura de lo que un día dijo representar.
Con los movimientos sociales de base totalmente machacados, lo que allí ha quedado
es una oligarquía “bolivariana” cuya única voluntad es perpetuarse en el poder,
que además tampoco ha modificado la correlación de fuerzas del capitalismo. En
Venezuela los que peor están hoy en día son los sectores populares y la
diezmada clase trabajadora. Pero esa crítica no elude que la situación a la que
ahora nos enfrentamos es una agresión imperialista intolerable. Un ejercicio de
soberbia criminal que debemos denunciar porque marca una senda de intervención
militar en un mundo cargado de testosterona bélica y líderes machoalfa como
Trump, Putin, Netanyahu, Erdogan y compañía. No cabe ninguna duda que hay que
parar el negocio del narco, detrás del cual está esta por cierto el asesinato
de activistas populares, el feminicidio, la trata de personas, el blanqueo de
capitales, el exterminio de poblaciones originarias… Un negocio que además va
de la mano de la venta de armas, de la corrupción política, de la
evangelización como recurso de dominación social. Pero no nos dejemos engañar,
el indulto al expresidente y narcotraficante hondureño Juan Orlando Hernández
pone en claro cuál es el propósito de estas agresiones: dominar el negocio en
primera persona, eliminar los liderazgos políticos hostiles y volver a someter
a América Latina para ser el patio trasero del imperialismo criminal de Estados
Unidos.
Por la libertad de los
pueblos: solidaridad con América Latina
No a la intervención
imperialista en Colombia y Venezuela
¿Una guerra imaginaria?
El rearme masivo
europeo, más que una respuesta a una supuesta amenaza por parte de Rusia,
constituye una nueva "política industrial" para beneficio de unos
pocos y mantener los empleos en una perspectiva de crisis. Pero es peligroso
jugar con el fuego.
¿Una guerra imaginaria?
Mario Sommella
El Viejo Topo
11 diciembre, 2025
LA GUERRA
IMAGINARIA: EL PLAN ALEMÁN CONTRA RUSIA Y LA ECONOMÍA DE
GUERRA EUROPEA
Cuando leí la
exclusiva del Wall Street Journal sobre el plan de guerra de Alemania contra
Rusia, sentí que retrocedía en el tiempo. No a la Guerra Fría, sino a algo
peor: una Europa que, a pesar de su profunda crisis industrial y social,
encontró en las amenazas externas la fuerza unificadora para exigir sacrificios
incesantes a sus ciudadanos y ganancias ilimitadas al complejo
militar-industrial.
Según el WSJ y
varios medios de comunicación, Berlín ha elaborado un plan de 1.200 páginas,
denominado «Plan de Operación Alemania» (OPLAN DEU), que detalla cómo se
desplegarían hasta 800.000 tropas alemanas, estadounidenses y de otros países
de la OTAN hacia el este, a través de puertos, ríos, ferrocarriles y carreteras
alemanes, en caso de un ataque ruso contra la Alianza. El documento se presenta
como un retorno a la «mentalidad de la Guerra Fría», que involucra a «toda la
sociedad», es decir, con la infraestructura civil integrada estructuralmente en
la maquinaria militar.
Todo parte de
una premisa: funcionarios alemanes y comandantes de la OTAN sostienen que Rusia
podría estar «lista y dispuesta» a atacar Europa en un plazo de dos a cinco
años, y que un posible armisticio en Ucrania le permitiría reorganizarse para
atacar a un país de la OTAN. Por lo tanto, afirman, es necesario prepararse ya.
Pienso
exactamente lo contrario: este tipo de narrativa no sirve para “prevenir” una
guerra, sino para hacerla más probable y blindar un gigantesco rearme que tiene
mucho más que ver con las cuentas industriales que con la seguridad de las
personas.
Un coloso
territorial en crisis demográfica, no un imperio en expansión
Comencemos con
la «amenaza rusa» tal como se presenta. Rusia es el país más grande del
planeta, con una población que actualmente ronda los 144-146 millones de
habitantes (en declive) y una mediana de edad elevada.
Es un gigante
territorial que ya lucha por asegurar su propio espacio, azotado por desafíos
demográficos, sanitarios y de infraestructura. Además, su economía depende de
la exportación de materias primas (gas, petróleo, minerales), cuyo mercado
clave siempre ha sido Europa.
La pregunta es
simple: ¿por qué un país así se embarcaría en la absurda aventura de ocupar
parte de Europa, un continente carente de materias primas significativas, pero
con enormes necesidades energéticas y sociales que financiar? ¿Qué interés
tendría Moscú en asumir nuevas infraestructuras que mantener, nuevas
poblaciones que gobernar, nuevas formas de resistencia que reprimir, mientras
ya lucha por sostener una guerra de desgaste en Ucrania?
Existe una
contradicción lógica que nadie en Bruselas ni Berlín parece querer ver. Por un
lado, nos dicen repetidamente que las sanciones han puesto a Rusia de rodillas,
que su presupuesto está estrangulado y su PIB bajo presión. Por otro lado, nos
dicen que, a pesar de todo esto, Moscú podría en pocos años no solo plantar
cara a la OTAN, sino incluso atacarla frontalmente y librar una guerra
convencional a escala continental. O está exhausta o es omnipotente: ambas
cosas no van de la mano.
Cifras del
gasto militar: ¿Quién amenaza a quién?
Al observar los
datos, la desproporción es sorprendente. Según estimaciones del SIPRI, Rusia
gastó aproximadamente 149 000 millones de dólares en gastos militares en
2024, lo que equivale a aproximadamente el 7,1 % de su PIB.
Durante el
mismo período, el gasto total de los países de la OTAN supera ampliamente los
1,3 billones de euros: se espera que los miembros de la Alianza en Europa y
América del Norte gasten aproximadamente 1,362 billones de euros en 2024.
En este marco,
se encuentra también la aceleración europea: en 2024, los 27 países de la Unión
llevarán el gasto militar a aproximadamente 343.000 millones de euros,
equivalente al 1,9 por ciento del PIB, con un crecimiento del 19 por ciento en
sólo un año.
En otras
palabras: nosotros, Occidente en general, gastamos aproximadamente diez veces
más en armas que Rusia. Sin embargo, la narrativa dominante es que estamos al
borde de ser aplastados por un imperio que nunca se detiene.
No digo que
Rusia sea un actor «inofensivo» ni tranquilizador, a pesar de sus razones. Es
una potencia nuclear autoritaria que invadió Ucrania y que tiene intereses
geopolíticos imperiosos, a menudo en abierto conflicto con los de Europa. Pero
una cosa es reconocer la realidad de las tensiones; otra es construir una
amenaza caricaturesca para justificar un cambio estructural en el modelo
económico y social hacia la guerra.
La promesa de
Putin y la negativa de Europa
En este
contexto, una declaración que me parece políticamente decisiva ha pasado casi
desapercibida. En una reciente conferencia de prensa, Vladimir Putin declaró su
disposición a garantizar por escrito que Rusia no atacará a ningún otro país
europeo, calificando de «mentira absoluta» la idea de una inminente invasión
del continente.
No tengo
vocación de abogado defensor del Kremlin, y sé perfectamente que las palabras
de un líder político no bastan para tranquilizar al mundo. Pero una cosa es
segura: si alguien dice «pongamos una garantía por escrito», la única respuesta
racional es sentarse a ver si esa promesa puede traducirse en un acuerdo
multilateral verificable, con mecanismos de supervisión, y cómo.
En cambio, la
reacción de Europa ha sido otro impulso al rearme, como si cualquier apertura,
real o imaginaria, fuera una molestia que se pudiera descartar rápidamente
porque corre el riesgo de perturbar el gran negocio de la militarización
permanente.
ReArm Europe:
El rearme como política industrial
Aquí llegamos
al meollo del asunto. El plan alemán no es un rayo de luz. Se enmarca en una
estrategia europea ya establecida, cuyo elocuente nombre es «ReArm Europe».
La Comisión
Europea, en su Libro Blanco sobre Defensa, «Preparación 2030», afirma
explícitamente que el objetivo es «rearmarse en Europa» y convertir este
esfuerzo en un motor de competitividad económica. El plan prevé movilizar hasta
800.000 millones de euros en gasto de defensa en los próximos años, una cifra
que sin duda aumentará, ofreciendo a los Estados miembros un margen de maniobra
adicional más allá de las normas presupuestarias. Esto se complementará con un
nuevo instrumento de financiación europeo, el programa SAFE, dotado con 150.000
millones de euros, dedicado específicamente a armamento, defensa antimisiles,
drones y ciberseguridad.
En pocas
palabras, se abre una gigantesca línea de crédito público común para apoyar al
complejo militar-industrial europeo, empezando por los principales grupos de
Alemania, Francia, Italia y España. La Comisión lo afirma abiertamente: el
rearme debería crear «nuevas fábricas, nuevas líneas de producción y nuevos
empleos en Europa».
Aquí el punto
político queda clarísimo. La guerra no es solo una tragedia humana o un riesgo
de escalada nuclear: es también un modelo económico. En un momento en que la
industria europea, y en especial la alemana, lucha por resistir la competencia
china en coches eléctricos, productos químicos y acero, la producción de armas
y equipo militar se convierte en el atajo más conveniente para inflar el PIB,
salvar los balances corporativos, garantizar ganancias y dividendos
estratosféricos en manos de unos pocos y mantener a flote los empleos.
La crisis
automovilística alemana y la tentación de la economía de guerra
No es
casualidad que todo esto ocurra mientras la potencia industrial europea, el
fabricante alemán de automóviles, se encuentra en plena crisis estructural. Las
principales marcas alemanas se enfrentan a enormes retrasos en el lanzamiento
de sus vehículos eléctricos, presionadas por los costes energéticos, afectadas
por aranceles cruzados y, sobre todo, abrumadas por la competencia china, que
ahora domina la producción mundial de vehículos eléctricos.
La propia
Alemania planea aumentar su presupuesto de defensa de 86.000 millones de euros
en 2025 a 152.000 millones en 2029, a lo que se añadirá el antiguo fondo
especial de 100.000 millones lanzado durante el “Zeitenwende”.
No se trata
solo de «seguridad», sino de un auténtico cambio de paradigma: una parte
significativa de la economía alemana se está orientando hacia la producción
militar. Las mismas tecnologías, líneas de producción y experiencia de las
industrias mecánica y automotriz pueden reutilizarse para tanques, vehículos
blindados y sistemas de armas. El plan logístico para trasladar a 800.000
soldados por Alemania es el componente militar de un plan que, a nivel
industrial y financiero, ya está en marcha.
Por eso, la
idea de una Rusia que nunca atacará a Europa no solo es «inconcebible» para
algunos estrategas, sino que resulta incómoda. Si se elimina el espectro de la
invasión, la justificación política de esta nueva economía de guerra se
derrumba. Solo quedan desequilibrios sociales, desigualdades, precariedad laboral,
declive industrial y el fracaso de las políticas energéticas. Mejor, entonces,
mantener un enemigo absoluto al que blandir en cada votación, cada presupuesto,
cada cumbre.
Una Europa que
ya no sabe hablar de paz
Lo que más me
impacta de todo este asunto es la inversión semántica. Cualquiera que intente
hablar de alto el fuego, negociaciones o garantías mutuas de seguridad es
tratado de ingenuo o cómplice del enemigo. Quienes, en cambio, preparan planes
para enviar 800.000 soldados al frente, invirtiendo cientos de miles de
millones de euros en armas y municiones, y construyendo corredores militares
por todo el continente, son tildados de «realistas» y «responsables».
Pero si
realmente estamos sentados sobre un barril de pólvora nuclear, la opción
racional no es aumentar la presión. Es hacer todo lo posible por reducirla. Una
guerra convencional a gran escala entre la OTAN y Rusia hoy no sería un nuevo
1940: probablemente desencadenaría una rápida escalada nuclear, primero táctica
y luego estratégica. Y en ese caso, todas nuestras discusiones sobre pensiones,
PIB, diferenciales, Tavares, Merz y Von der Leyen se convertirían en un lejano
recuerdo en un mundo devastado.
No tengo
certezas absolutas, porque vivimos en un mundo probabilístico, lleno de
variables incontrolables. Pero sí sé una cosa: no estoy dispuesto a aceptar que
la idea de «defender nuestros valores» incluya, como escenario concreto, el
riesgo de un holocausto nuclear continental simplemente para proteger los
negocios de unos pocos gigantes industriales.
Rusia, Europa y
la gran mentira útil
Así que
volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué Rusia invadiría Europa? Sigo sin
encontrar una respuesta racional. Puedo imaginar conflictos locales,
provocaciones fronterizas, crisis híbridas, chantaje energético, campañas de
influencia. Todo esto ya está en marcha y continuará. Pero la ocupación de una
parte de Europa Occidental requeriría una combinación de capacidades militares,
económicas y políticas que Moscú simplemente no posee.
Y, sobre todo,
no sería conveniente. Rusia necesita vender materias primas y defender sus zonas
de influencia, no mantener ciudades europeas destruidas y poblaciones hostiles.
En todo caso, es Europa la que, incapaz de abordar su propia crisis social e
industrial, necesita un enemigo existencial que legitime un salto cualitativo
en la militarización.
Lo vemos
claramente: el rearme masivo se presenta como una nueva «política industrial»
europea. Los ciudadanos pagan el precio con impuestos, recortes sociales,
inflación e inseguridad laboral. Las industrias armamentísticas se lucran con
contratos plurianuales y garantías públicas. Esta política se presenta como una
«defensa de la libertad», mientras que en realidad condena a sectores
productivos enteros a una economía de guerra permanente.
¿Qué deberíamos
esperar en cambio?
Si tomamos en
serio la amenaza de una guerra global, la respuesta no puede ser multiplicar
los ejercicios, los planes secretos y los corredores de tanques. Deberíamos
exigir precisamente lo contrario.
Debemos exigir
que toda declaración rusa de voluntad de firmar un pacto de no agresión se tome
en serio, se verifique, se someta a prueba diplomática y se integre en un
sistema de garantías mutuas. Debemos tener la valentía de declarar que la
seguridad se construye no solo con los presupuestos de defensa, sino también
mediante la reducción de tensiones, el desarme controlado y la reforma de las
instituciones internacionales.
Debemos
reconocer que la verdadera urgencia para Europa no es allanar el camino
perfecto para las columnas de la OTAN, sino abordar la crisis social, ecológica
e industrial que está desmoronando los cimientos de la democracia: salarios
bajos, precariedad generalizada, colapso de los servicios públicos, industria
en dificultades, jóvenes obligados a emigrar.
En conclusión
El plan secreto
alemán no me dice que Rusia esté a punto de atacar. Más bien, me dice que un
segmento de la élite europea ha optado por una economía de guerra como
respuesta a la crisis de su propio modelo económico. Y para legitimarla,
necesita un enemigo absoluto, irracional y amenazante.
No me creo esta
narrativa. Creo que Rusia no tiene ningún interés en ocupar Europa, que la
perspectiva de un ataque a gran escala es políticamente irracional y
militarmente suicida. También creo que un continente que invierte casi un
billón de euros en rearme nacional, fondos especiales e instrumentos europeos,
mientras recorta la seguridad social y precariza a generaciones enteras, no
defiende la «democracia», sino un orden económico sumido en la crisis que se
niega a ser cuestionado.
Por eso veo con
gran recelo planes como el OPLAN DEU. No porque niegue los riesgos, sino porque
veo claramente el uso instrumental del miedo. La verdadera pregunta hoy no es
si Rusia invadirá Europa. La verdadera pregunta es si Europa decidirá dejar de
convertir la guerra en política industrial y retomar debates serios sobre la
paz, la justicia social y la reconversión civil de sus economías.
Fuente: sinstrainrette.it
miércoles, 10 de diciembre de 2025
Monarquía, estado y capital en España (I)
Monarquía, estado y capital en España
(I)
Por Colaboraciones
kaosenlared
26 de noviembre de 2025
La forma política del
estado capitalista español actual, la monarquía burguesa española, se nos
presenta como un fenómeno singular en la evolución capitalista contemporánea:
se impone a pesar de ser minoritaria y estar en retroceso. Además, se trata de
una institución que contradice algunos de los valores en que se basa el propio
estado. Para más inri, fue la forma que la dictadura franquista había propuesto
para el futuro de España; por no hablar de la estrecha relación entre la
dictadura y la persona de Juan Carlos.
por P. A. González Ruiz,
autor del blog Criticonomía para Kaosenlared
La monarquía burguesa en el
mundo y la tendencia reciente
La ONU reconocía, en 2025,
a 195 países; de ellos, según la Wikipedia, unos cuarenta eran monarquías.
Entre las 20 economías más grandes solo 6 son monarquías; y dentro de la Unión
Europea de los 27 también seis (Bélgica, Dinamarca, España, Luxemburgo,
Países Bajos y Suecia). Estos datos nos ilustran sobre la especificidad de
esta forma política que adopta el estado capitalista, como en el caso español.
Todavía cabría pensar que
sin ser la monarquía burguesa un atributo dominante pudiera ser emergente. Sin
embargo, en los últimos cien años, tras más de cien estados creados y varias
centenas de cambios de régimen político, el número de nuevas monarquías,
incluyendo restauraciones, fue poco más de una decena. La mayoría en países
musulmanes (Arabia Saudí en 1932, Jordania en 1946, Marruecos en 1957, Kuwait
en 1961, Catar en 1971, …) y, entre las más recientes, nuestra España (1978),
solo superada por Camboya (1993) y Baréin (2002).
Pretendemos, tras hacer una
parada en la historia y otra en el derecho, explicarnos desde el punto de vista
de la Crítica de la Economía Política esta especificidad monárquica de la
sociedad española; que se nos vuelve aún más enigmática si tenemos en cuenta
que esta institución contraviene principios definitorios de nuestro moderno,
democrático, igualitario y social Estado español.
La ideología monárquica
hispana
Algunos episodios de la
historia española nos alertan sobre la posibilidad de prescindir de la
monarquía: la muerte sin herederos de Carlos II (1700), la Guerra de
Independencia (1808-1812), la Revolución Gloriosa (1868), la I República
(1873-1874), la II República (1931-1936) e incluso la muerte del dictador
Franco (1975).
Sin embargo, todos ellos se
resuelven en otros tantos momentos de restauración monárquica: inicio de la
dinastía borbónica con Felipe V (1700), retorno de Fernando VII (1814), el
recurso al infante italiano Amadeo de Saboya (1870), la Restauración borbónica
con Alfonso XII (1874), paradójicamente el franquismo instaura un “Reino sin
rey” y la Restauración juancarlina (1978).
Aún de manera
contradictoria, podría decirse que hay en España una insistencia histórica en
pro de la monarquía, avalando un sentimiento monárquico en nuestra sociedad.
Historia reciente de la
monarquía
Tras las elecciones
municipales, que originaron la marcha del rey Alfonso XIII, se proclama la II
República española (1931-1936). La burguesía centralista apoyada en militares,
católicos, fascistas y monárquicos, y temiendo la deriva rupturista (social,
cultural y territorial), da un golpe de estado (18 de julio de 1936) que
conduce a la patria a una guerra fratricida. La Guerra Civil
(1936-1939) supondrá la muerte de cientos de miles de compatriotas,
muchos de manera sumarísima aún yacentes en fosas, y llevará
a buena parte de la sociedad española, primero, al hambre,
y luego al atraso de varias décadas.
Franco, tras vencer en 1939
declara a España “Reino” por Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947),
sin abandonarla hasta su muerte. En 1954 se trae a Juan Carlos, primogénito de
Don Juan (el sucesor natural por ser hijo de Alfonso XIII), para que inicie su
formación en España, nombrándole “sucesor a título de Rey” en 1969 para lo que
hubo de jurar los Principios del Movimiento.
De modo que la dictadura
franquista, que acabó con la II República española, será una república de facto
con la promesa de monarquía, que hará efectiva la joven democracia española.
Así, tras la muerte de Franco (1975) y jurando las Leyes Fundamentales
franquistas, Juan Carlos I accede a la Jefatura del Estado. Posteriormente, la
Constitución de 1978, votada masivamente (67% de participación y 88% de síes),
instaura la monarquía cuyas funciones se regulan en el título II de la
Constitución (artículos 56–65).
Monarquía parlamentaria
española
La actual monarquía
burguesa (parlamentaria) tiene poco que ver con aquella otra de principios del
XVIII, el inicio de la dinastía borbónica (absolutista). Las transformaciones
del estado capitalista no han dejado indemne a la jefatura del Estado.
Aún así, lejos del mantra
que presenta a la monarquía como una figura simbólica sin incidencia práctica,
la Corona tiene sus funciones constitucionalmente establecidas y reguladas
mediante leyes.
España es un estado cuya
forma política es una monarquía parlamentaria (articulo 1.3 de la Constitución
Española, CE en adelante).
La Corona es el órgano
estatal constitucional que detenta la Jefatura del Estado, y su titular es el
Rey, actualmente Felipe VI.
Se trata de un órgano
separado, aunque relacionado, de los poderes clásicos: ejecutivo (nombra y
separa miembros del Gobierno), legislativo (convoca elecciones y referendums,
sanciona y promulga leyes) y judicial (art. 117 CE dice que la justicia la
administran los jueces en nombre del Rey).
Simboliza la unidad y la
permanencia del estado español, así como arbitra y modera el funcionamiento
regular de las instituciones. Además, propone candidato a la Presidencia,
acredita embajadores, ostenta el mando supremo de las Fuerzas Armadas. El retrato
oficial del Rey es un símbolo del Estado en sedes institucionales,
igual que la bandera, y su uso está regulado por normativa de régimen local y
protocolo administrativo.
La Familia Real, regulada
en el RD 1368/1987, está formada actualmente por el propio Rey, Reina Letizia,
Princesa de Asturias Leonor e Infanta Sofía y, tras la modificación de 2014,
también acoge a los Reyes Eméritos, Sofía y Juan Carlos I. Pero, no es un
órgano del estado ni administrativo. El Rey no responde por sus actos, mientras
el resto de miembros sí. De estos, excepto la infanta, están aforados (por Ley
Orgánica 4/2014, al Tribunal Supremo).
La Princesa de Asturias es
la heredera al trono (art. 57 CE), y su figura se regula en un RD 1368/1987. Es
la heredera por ser la mayor entre hermanas, pero si hubiera un varón la CE
todavía le daría la primacía en la sucesión al trono (art. 57.1 CE).
El coste de la monarquía
española
La Casa Real (art. 65 CE)
es una estructura administrativa cuya función es constituir la infraestructura
de apoyo a las funciones del Rey, pero no es un órgano del estado. Para dicha
tarea goza de dotación económica (art. 65 CE) a cargo de los Presupuestos
Generales del Estado, además de normativa interna, regulación de regalos
institucionales u obligaciones de transparencia (RD 297/2022).
Actualmente, la dotación
presupuestaria de la que goza es algo más de 8 millones de euros (8M€), a lo
que se añaden otras partidas de diversos ministerios (Exteriores, Interior,
Defensa, Patrimonio, por ejemplo). Con ser importante, esta cifra es inferior
al coste de otras monarquías europeas (Bélgica, 43M€; Países Bajos, 54M; Reino
Unido, 86M) e incluso que la jefatura de Estado de otras repúblicas (Alemania
47M; Francia, 125M; Italia, 224M).
Esta modestia
presupuestaria de la monarquía española (8M€) habla tanto de la debilidad de la
institución como de la cicatería de nuestras élites gobernantes, de la
valoración de mercado de la actividad regia, o de su eficiencia.
Recapitulación
La forma política del
estado capitalista español actual, la monarquía burguesa española, se nos
presenta como un fenómeno singular en la evolución capitalista contemporánea:
se impone a pesar de ser minoritaria y estar en retroceso. Además, se trata de
una institución que contradice algunos de los valores en que se basa el propio
estado. Para más inri, fue la forma que la dictadura franquista había propuesto
para el futuro de España; por no hablar de la estrecha relación entre la
dictadura y la persona de Juan Carlos.
A pesar de estos
“inconvenientes”, el estado democrático español hubo de adoptar esta
contradictoria forma concreta, la monarquía. Rastreando en la historia española
observamos, tras las idas y venidas del régimen político, una extendida
ideología monárquica entre la sociedad, entre las diversas clases sociales,
entre las élites gobernantes y la clase trabajadora (o su forma constitucional,
el pueblo).
La pregunta que se nos
plantea tiene que ver con los fundamentos materiales de este sentimiento, con
la estructura económica que lo soporta y de la que brota; o de otra forma, por
qué la sociedad española, particularmente el pueblo español, tiene esta
ideología monárquica. Esa es la línea que transitaremos en la próxima
colaboración.
Imagen de portada:
Corona Real de España – Wikimedia Commons | Detalles de
la licencia
El «Cártel de los Soles»
Estados Unidos ha
desplegado fuerzas militares en el Caribe y designado al inexistente “Cártel de
los Soles” organización terrorista. Una narrativa que busca justificar
sanciones y una intervención militar destinada a controlar los recursos de
Venezuela.
El «Cártel de los Soles»
El Viejo Topo
10 diciembre, 2025
EL “CÁRTEL DE
LOS SOLES”, LOS ESTADOS UNIDOS Y LA PROFECÍAS AUTOCUMPLIDAS
Por Carmen
Navas Reyes y Yohaickel Nazer Seijas Elles
En las últimas
semanas, los Estados Unidos de América ha escalado dramáticamente la presión
militar en el Caribe, enviando su más moderno portaviones, el USS Gerald R.
Ford, lo que Washington presenta como una “operación
antinarcóticos” y que principalmente está dirigida a las “organizaciones
terroristas” con sede en Venezuela que son, supuestamente, operadas por el
Gobierno venezolano. Paralelamente, el Departamento de Estado de los Estados
Unidos anunció la designación del inexistente “Cártel de los Soles” de
Venezuela como Organización
Terrorista Extranjera a partir del 24 de noviembre.
Según la
declaración del secretario de Estado Marco Rubio, el “Cártel de los Soles”
estaría encabezado por el propio presidente Nicolás Maduro, junto con altos
funcionarios de su “régimen ilegítimo”. Esta maniobra es un grave paso en la
escalada que intenta preparar el
terreno para posibles operaciones militares en territorio
venezolano, con el pretexto de la lucha antidrogas. El propio presidente Donald
Trump insinuó que “ha tomado una decisión” sobre cómo proceder
en Venezuela, negándose a descartar explícitamente una intervención armada.
A pesar de las
aseveraciones de Washington, el supuesto “Cártel de los
Soles” no existió hasta hace poco para las agencias
especializadas. En 1993 se
acuñó por primera vez el término durante la investigación a dos generales de la
Guardia Nacional, cuyos uniformes ostentaban soles dorados, acusados de desviar
cargamentos de cocaína. Paradójicamente, uno de esos generales había autorizado un envío de cocaína hacia EE.UU. por orden de la CIA, supuestamente como parte de una
operación encubierta para infiltrar carteles
colombianos. Es decir, en los mismos inicios de esta historia
aparece la mano de la inteligencia estadounidense facilitando actividades de
narcotráfico en Venezuela.
De hecho, Jordan
Goudreau, un exboina verde estadounidense implicado en la fallida
incursión armada “Operación Gedeón” de 2020 contra el
presidente Nicolás Maduro, afirmó recientemente que “el Cártel de los
Soles fue creado por la CIA” en los años 90. En la entrevista
con The Grayzone,
Goudreau aseguró que el nombre habría surgido casi “como una broma interna”
basada en los soles de los uniformes venezolanos, mientras la CIA facilitaba el
tráfico de drogas a través de este grupo para sus propios intereses, algo que
Goudreau califica de “bien documentado”.
Tras su
acuñación inicial en los años 90, el término “Cártel de los Soles” fue
esporádicamente reciclado en círculos mediáticos y de la oposición venezolana,
pero sin mayor sustento probatorio. Sectores de la prensa local amplificaron
historias de supuestos generales narcos cada vez que se buscaban escándalos
contra el Gobierno. Con los años, esta etiqueta se volvió parte del léxico de
la oposición extremista, empleada para desacreditar a la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana y presentarla como una mafia del narcotráfico. Un ejemplo notable
fue la acusación, sin pruebas por parte de un ex escolta desertor, contra el
entonces presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado
Cabello, de liderar el supuesto cártel.
Desde entonces,
figuras radicales de la oposición venezolana y exmilitares desertores, han
hecho lobby en Washington para legitimar esta narrativa. Esta campaña busca no
solo desprestigiar al Gobierno del presidente Maduro, sino provocar más
“sanciones” y, eventualmente, justificar una intervención extranjera. Durante
el segundo Gobierno de Trump, esos sectores han encontrado oídos en
funcionarios como Marco Rubio, quien ha hecho eco del término en el
Departamento de Estado, adoptando oficialmente la etiqueta de Estado para
acusar al Gobierno venezolano de “narcoterrorismo”.
Irónicamente,
cabe señalar que en ninguno de los informes anuales sobre narcóticos del Departamento
de Estado o la DEA desde 1999, se menciona al “Cártel de los
Soles”, ni se lo identifica como amenaza específica. Tampoco los informes
internacionales de la ONU en materia de drogas, han registrado
la existencia de tal organización en Venezuela. Al contrario, las agencias especializadas
ubican a Colombia, Perú y Bolivia como los grandes productores de cocaína,
mientras que Venezuela no figura como país productor y sus incautaciones de
droga representan apenas el 1-2% del total mundial. Estos datos reafirman que
Venezuela ha sido más bien un país de tránsito limitado y no la base de
operaciones de algún poderoso cartel global.
A pesar de
ello, en marzo de 2020, en pleno auge de la política de presión contra Caracas
de Trump, el Departamento de Justicia de EE.UU. incluiría por primera vez las
palabras “Cártel de los Soles” en una acusación,
al atribuir delitos por “narcoterrorismo” al presidente Maduro y otros altos
funcionarios venezolanos. Aquella acusación alegó que esta conspiración
narcotraficante existía “al menos desde 1999”, marcando la entrada de la
narrativa en documentos oficiales de EE.UU. No obstante, es revelador que pocos
meses antes de esa acusación, el propio Informe
Estrategia Internacional de Control de Narcóticos 2020 del
Departamento de Estado no hacía ni una sola mención al supuesto Cártel de los
Soles ni vinculaba al presidente venezolano con el tráfico de drogas. Por otro
lado, esta narrativa no cumple ni los requisitos legales de EE.UU. para ser
declarada como Organización Terrorista Extranjera (FTO).
Identificar a un
grupo como Terrorista no es trivial; la propia ley estadounidense establece
criterios estrictos en la sección 219 de
la Ley de Inmigración y Nacionalidad (INA, por sus siglas en inglés). Para
designar un FTO, se exige que el grupo en cuestión: 1.) sea una organización
extranjera real; 2.) que esté involucrada en “actividad terrorista”, tal como
la define la sección
212(a)(3)(B) de la INA o tenga la intención y capacidad de
hacerlo; y 3.) que dicha actividad terrorista amenace la seguridad de los
ciudadanos estadounidenses o la seguridad nacional de EE.UU. En el caso del
supuesto Cartel de los Soles, resulta evidente que no se cumplen esos
criterios.
Primeramente,
no es una entidad organizada identificable, sino un concepto difuso que se
usa “para describir una red descentralizada incrustada en el Estado
venezolano”, lo que ni siquiera califica como “organización” designable.
En segundo lugar, no existe evidencia de que esta red haya perpetrado “actividades
terroristas”según las mismas leyes estadounidenses, es decir; actos de
violencia deliberada contra civiles para coaccionar a un gobierno u obtener
objetivos políticos. Pero para saltarse este obstáculo, Washington ha intentado
pintar al “Cartel de los Soles” como aliado de grupos terroristas reales, al
alegar que esta supuesta organización brinda “apoyo material” a
otros entes designados como terroristas extranjeros, incluyendo al cartel
mexicano de Sinaloa y la extinta banda venezolana del “Tren de Aragua”. Sin
embargo, dicha afirmación no está respaldada por pruebas públicas.
El Gobierno
estadounidense sabe que esta narrativa no refleja la realidad, pero que
sostiene una utilidad geopolítica; crea una justificación prefabricada para una
intervención militar. Toda esta construcción del “Cártel de los Soles” no es
más que un pretexto elaborado para los objetivos reales de Washington, intentar
derrocar al Gobierno Bolivariano e instaurar un régimen subordinado a sus
intereses. La operación naval masiva en curso ahora denominada como “Operación
Lanza del Sur” y la súbita clasificación terrorista
ha dejado en claro la intención del Gobierno estadounidense de lograr una
eventual salida del presidente Nicolás Maduro por cualquier medio.
No es la
primera vez que EE.UU. recurren a tácticas similares; en 1989 invadió Panamá
justificándose en que Manuel Noriega era un “narcotraficante peligroso”;
En 2003, construyó una narrativa de “armas de destrucción masiva”para
invadir Irak. Y ahora, con Venezuela, intenta una combinación de ambos guiones,
el narcotráfico y el terrorismo, adaptados para demonizar al Gobierno
Bolivariano y así legitimar acciones de fuerza que de otro modo serían
condenadas y, con ellas, revertir el rumbo político de Venezuela y recuperar
influencia sobre sus vastos recursos estratégicos.
No es casual
que Venezuela posea las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, además
de oro, coltán y otros recursos codiciados; sectores en EE.UU. han expresado
abiertamente que verían con buenos ojos un cambio de régimen que abriría esas
riquezas al control de las corporaciones norteamericanas, demostrando que la
política hacia Venezuela está guiada por una versión actualizada de la Doctrina
Monroe, buscando contener la influencia de China, Rusia e Irán en la región y
asegurar para Washington el control de áreas de importancia geopolítica y de
sus recursos como se ha venido informando en los últimos tiempos. Es por ello
que presentar al Gobierno venezolano como un “narco-régimen terrorista” brindaría
el casus belli perfecto para una intervención “legítima” a
ojos de Washington.
Fuente: Globetotter
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La Industria Cultural como máquina de idiotización colectiva: Un análisis de la obra de Adorno y Horkheimer
La Industria Cultural como máquina de idiotización colectiva: Un análisis de la obra de Adorno y Horkheimer
kaosenlared
9 de diciembre de 2025
La idea de “industria
cultural”, formulada por Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la
Ilustración, surgió como una denuncia de cómo la modernidad capitalista
había convertido la producción simbólica en un engranaje más de la lógica del
beneficio. Para ambos pensadores, la cultura dejó de ser ese espacio de
autonomía intelectual desde el cual era posible revisar críticamente el mundo,
y pasó a funcionar como una maquinaria de estandarización capaz de moldear
gustos, sensibilidades y expectativas. Adorno insistía en que la producción
cultural, en lugar de sublimar, reprimía; no porque prohibiera directamente
nada, sino porque reducía lo diverso a fórmulas repetidas que se podían
empaquetar y vender. El cine, la música, la televisión o las series, cada uno
con su estética particular, terminaban respondiendo a una misma matriz: repetir
aquello que entretiene sin incomodar, ofrecer variantes mínimas que producen la
ilusión de elección, pero que en realidad reafirman el mismo tipo de consumo.
Horkheimer, desde su
crítica a la razón instrumental, explicaba que el pensamiento moderno había
sido reducido a un instrumento de cálculo y dominación; en ese marco, la
cultura se integraba como un elemento más de la racionalidad económica. La
creatividad no desaparecía, pero quedaba subordinada al mandato de ser
rentable, reconocible y fácilmente digerible. Adorno llamaba a esto “pseudoindividualidad”:
la apariencia de diversidad en un paisaje donde casi todo responde a la misma
lógica. Cambian los actores, los ritmos, los colores, los títulos, pero la
experiencia que ofrece la industria cultural es cada vez más previsible.
Esta dinámica, señalaba
Adorno, no es inocua. La exposición continua a contenidos superficiales,
veloces y reiterados termina modelando formas específicas de percepción.
En Prismas advertía que la pérdida de un juicio verdaderamente
autónomo es el precio que se paga por la adaptación total a un entorno saturado
de estímulos que apenas dejan tiempo para la reflexión. La diversión, lejos de
liberar, se transforma en una prolongación del trabajo: un modo de mantener al
sujeto en funcionamiento, adormecido pero disponible, sin interrogar demasiado
el orden que lo rodea.
Si se mira el panorama
cultural contemporáneo, muchas de las intuiciones de Adorno y Horkheimer
parecen haber encontrado nuevas expresiones. Las plataformas de videos
ultracortos, como TikTok, fomentan un tipo de atención fragmentada y ansiosa.
Han, en su lectura de la hiperestimulación, advierte que el exceso de estímulos
no abre más posibilidades, sino que destruye la capacidad de contemplar y
profundizar. Las grandes franquicias cinematográficas como Marvel operan sobre
fórmulas repetidas que aseguran un éxito previsible. Incluso géneros musicales
como el reggaetón industrial responden a esquemas homogéneos donde la
repetición del ritmo y de ciertos imaginarios garantiza viralidad. Y las
plataformas de streaming, con su organización algorítmica de recomendaciones,
terminan guiando el consumo cultural de las personas sin necesidad de imponer
nada explícito: basta con sugerir continuamente aquello que ya funcionó.
A este panorama se suma un
fenómeno nuevo: la producción masiva de contenidos a través de inteligencia
artificial generativa. Paradójicamente, herramientas presentadas como
potenciadoras de la creatividad terminan inundando el espacio cultural con
enormes cantidades de textos y productos estandarizados. La multiplicación
infinita de contenido no equivale a diversidad; a menudo produce una repetición
sin estilo, sin riesgo y sin conflicto, justo aquello que Adorno consideraba la
negación misma del arte.
Las críticas contemporáneas
al capitalismo digital —desde Zuboff y su descripción del capitalismo de
vigilancia hasta Fisher y su idea de que resulta más fácil imaginar el fin del
mundo que el fin del capitalismo— dialogan con esa tradición de la Escuela de
Frankfurt. También Žižek, desde otra vertiente, insiste en que la cultura pop
actual convierte la ideología en un espectáculo amable, absorbible, casi
simpático. El entretenimiento ya no oculta la realidad: la diluye.
La pregunta que queda
abierta, como ya señalaba Adorno en Teoría estética, es si es posible
producir cultura que no quede atrapada por esta lógica. El arte, decía, solo
puede mantener su verdad si resiste, si no se somete del todo a las exigencias
de la mercancía. Pero en un mundo donde la producción simbólica está mediada
por algoritmos, plataformas y mercados globales, esa resistencia se hace cada
vez más difícil. Aun así, la necesidad de recuperar la capacidad de ver con los
propios ojos —esa tarea tan simple y tan ardua que señalaba Adorno en Minima
Moralia— sigue siendo central: no para negar la cultura contemporánea, sino
para volver a encontrar espacios donde el pensamiento pueda respirar sin ser
inmediatamente moldeado, clasificado o monetizado.




