(El presidente de la República Dominicana en la Casa Blanca, ¿para rendir pleitesia o recibir órdenes del amo Trump?)
Efectos
dominó: La Cumbre y el eco de la suspensión
Tercerainformacion
/ latinoamerica / 13.11.2925/
La postura de la presidenta de México fue clara
y contundente: cualquier cumbre que excluyera a países del continente dejaría
de ser una «Cumbre de las Américas» para convertirse en un «cónclave
sesgado».
La X Cumbre de las Américas, que debía tener
lugar en República Dominicana ha pasado de ser un faro de diálogo
continental a convertirse en el epicentro de una sonora derrota diplomática.
Oficialmente pospuesta hasta 2026 debido a «profundas divergencias», esta
claudicación es el primer y contundente «efecto dominó» de una política de
exclusión impuesta. El rechazo de países clave como México y Colombia forzó la
mano del bloque regional que dijo «No» a la agenda preestablecida, percibida
como un intento de alineamiento hemisférico, exponiendo al país anfitrión como
un simple ejecutor de una agenda imperial incapaz de sostener la convocatoria.
El destino del evento no se decidió en Santo
Domingo ni en ninguna capital latinoamericana, sino en la férrea postura
adoptada sobre quién debía sentarse a la mesa. El principal factor
gravitacional que sentenció el evento fue la insistencia, impulsada
principalmente por Washington, de excluir a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y
Venezuela. Esta postura reactivó una división histórica en el hemisferio: la
que opone la diplomacia basada en la inclusión, sostenida por el bloque
progresista, contra la política de sanciones y vetos promovida por la Casa
Blanca y sus aliados, lo cual fue un error de cálculo monumental en el contexto
regional actual.
El «eco de la suspensión» resuena con una
lección ineludible: la soberanía en política exterior es el activo más valioso
de cualquier nación. La suspensión, impulsada por la acción colectiva del Sur
global, marca un precedente histórico que señala el fin de las imposiciones
unilaterales. El multilateralismo de las Américas solo puede avanzar bajo el
principio irrenunciable de la inclusión total, dejando claro que la exclusión
sella, inevitablemente, el destino de la Cumbre al convertirse en un cónclave
sesgado.
Reafirmación de la
soberanía regional
La dinámica del fracaso fue sencilla: al vetar a
tres naciones, se vetaba de facto la legitimidad del encuentro para representar
a la totalidad del continente. El objetivo declarado de la Cumbre, que era
abordar desafíos comunes de seguridad y desarrollo, quedó inmediatamente
eclipsado por un debate ideológico sobre la soberanía de los Estados,
convirtiendo al evento, antes de empezar, en un foro ideológico parcializado, haciendo
inminente el colapso de la asistencia de alto nivel.
En el entramado de esta debacle diplomática, el
papel de República Dominicana como anfitrión ha sido objeto de intensa
crítica regional. La decisión de la suspensión, comunicada de manera concisa y
sin mayor justificación que las «divergencias», reforzó la narrativa de que el
país caribeño operó como un mero vocero o ejecutor de una agenda
preestablecida, comprometiendo su papel de mediador neutral al ceder a las
presiones de la diplomacia estadounidense para mantener la exclusión.
La suspensión, por lo tanto, no se presentó como
una decisión soberana para reevaluar la logística, sino como el reconocimiento
forzado de que no se podía garantizar la asistencia de peso sin romper con la
línea de Washington. El impacto es que RD no solo perdió la oportunidad de un
gran escaparate diplomático, sino que su imagen en la región quedó ligada a la
claudicación ante la presión. El gobierno dominicano se limitó a informar la
suspensión, en lugar de liderar un proceso de negociación que buscara salvar el
consenso.
Si la política de exclusión fue el factor
gravitacional que sentenció el evento, fue el «Veto del Sur», liderado por las
decisiones de México y Colombia, lo que activó y completó el temido efecto dominó
que forzó la suspensión. La postura de la presidenta Claudia Sheinbaum, desde
México, fue clara y contundente, sumándose a la del presidente colombiano,
Gustavo Petro, cuya diplomacia ha abogado consistentemente por un acercamiento
multilateral sin exclusiones ideológicas.
El peso combinado de estas dos naciones era
insuperable. México y Colombia no solo representan dos de las economías más
grandes de América Latina, sino que sus líderes gozan de una significativa
influencia moral y política. Su negativa a asistir, a menos que se garantizara
la participación de todos los Estados, dejó al eje EE. UU.-RD en una posición
insostenible, pues su ausencia significaba la pérdida de legitimidad total del
evento, forzando la suspensión obligatoria.
Ante el inminente anuncio de que otros líderes
progresistas, como el de Brasil, seguirían el mismo camino, los promotores de
la Cumbre entendieron que la única opción era el repliegue. La decisión de la
suspensión, por lo tanto, no fue un acto de proactividad, sino una reacción
forzada a la cohesión del bloque regional que dijo «No» a la agenda impuesta.
El efecto dominó fue así: Exclusión, rechazo de México y Colombia, pérdida de
legitimidad y, finalmente, la suspensión obligatoria del encuentro continental.
Deterioro Diplomático
El anuncio oficial de la suspensión detonó un
«eco en comunicación» que, lejos de calmar las aguas, magnificó la derrota. Los
medios de comunicación y los analistas se dividieron en tres grandes frentes,
confirmando la polarización que la Cumbre pretendía, sin éxito, superar. Esto
dejó en evidencia la incapacidad de la diplomacia estadounidense y dominicana
para manejar el disenso regional de una manera constructiva.
El eje EE. UU.-República Dominicana, junto a sus
aliados, enarbolaron la narrativa de que la suspensión era la prueba
irrefutable de la intransigencia de los gobiernos vetados, buscando justificar
la política de exclusión. Esta posición se centró en presentar la cancelación
no como un fracaso diplomático propio, sino como una consecuencia directa de la
«toxicidad» de los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, subrayando la
imposibilidad de un diálogo fructífero sin alineamiento ideológico.
Por su parte, el Bloque Progresista Regional
celebró el desenlace como una contundente victoria de la soberanía y el
multilateralismo inclusivo. La tesis que prevaleció en este frente fue que la
región ya no tolera el tutelaje de Washington ni las imposiciones ideológicas.
Los gobiernos de México y Colombia ratificaron que el diálogo continental debe
ser sin exclusiones, y que la suspensión validaba su postura firme ante la
agenda de división hemisférica promovida desde el Norte.
Los analistas independientes y la prensa crítica
señalaron la suspensión como un fracaso rotundo de la diplomacia dominicana y
un precedente negativo para futuras convocatorias. Las críticas apuntaron a la
incapacidad del país anfitrión para mediar una solución y a la
subestimación de EE. UU. sobre la creciente autonomía política de los nuevos
líderes latinoamericanos, destacando que el vacío dejado por la Cumbre será
llenado por foros como la CELAC, donde Washington no tiene voz ni voto ni
capacidad de imponer vetos.
Declive de la influencia
hemisférica
La suspensión forzada de la X Cumbre de las
Américas es mucho más que un contratiempo logístico; es un diagnóstico claro
del declive de la influencia estadounidense en el continente. Es, además, una
advertencia contundente sobre el riesgo de sacrificar la autonomía diplomática
por alineamientos ideológicos. El principal «efecto dominó» a largo plazo es la
cristalización de una significativa derrota política para el eje EE.
UU.-República Dominicana, debilitando su posición regional.
Para Estados Unidos, el fracaso demuestra que su
estrategia de forzar una división hemisférica entre «democracias» y
«autoritarismos» —evocando prácticas de la Guerra Fría— es insostenible ante la
nueva correlación de fuerzas. Los líderes de peso en la región han demostrado
que están dispuestos a priorizar la integración y el multilateralismo inclusivo
sobre las directrices de Washington, lo cual erosiona la credibilidad de EE.
UU. como articulador de consensos.
Esta derrota erosiona la credibilidad de EE. UU.
como articulador de consensos en el hemisferio, dejando un vacío que será,
inevitablemente, cubierto por foros alternativos como la CELAC. Esta
plataforma, que excluye precisamente a Estados Unidos y Canadá, ganará una
relevancia aún mayor como el espacio legítimo para el diálogo político y la
toma de decisiones económicas que afectan al continente en su totalidad, sin
condiciones previas ni vetos ideológicos.
Para República Dominicana, el costo político de
haber sido el ejecutor de la política de exclusión es alto y su impacto será
duradero. El país, que históricamente ha intentado balancear su cercanía con
EE. UU. y su rol regional, terminó perdiendo la oportunidad de ser un anfitrión
exitoso y, peor aún, se ganó la percepción de haber supeditado su diplomacia a
intereses externos.
La derrota se materializa en la pérdida de
confianza de sus pares regionales y en el deterioro de su imagen como posible
puente entre las dos visiones de América. En lugar de consolidarse como un
líder mediador, RD quedó señalado como un actor que priorizó el alineamiento
con una potencia extranjera por encima del consenso regional, afectando
seriamente sus futuras aspiraciones diplomáticas en la región.
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