jueves, 11 de diciembre de 2025

DIRECTO.MÁXIMA ALERTA. ZELENSKI ACORRALADO POR CORRUPCIÓN.OTAN DECLARA G...

Contra la hipocresía imperialista, contra toda forma de dictadura: Solidaridad con América Latina

 


Contra la hipocresía imperialista, contra toda forma de dictadura: Solidaridad con América Latina

 

Por CGT

kaosenlared

9 de diciembre de 2025 

 

En las últimas semanas asistimos atónitos a una serie de acontecimientos bélicos y asesinatos extrajudiciales que tienen que ver con Venezuela y Colombia. La administración de Donald Trump ha decidido volver a la senda conocida de la injerencia política y las agresiones militares al más puro estilo del siglo pasado, cuando su interferencia cortocircuitó los procesos de transformación en muchos países de América Latina. Entonces, a través de la siniestra mano de la CIA y la Escuela de las Américas ejecutó a líderes de izquierda e indígenas, intervino en procesos de liberación y auspició una política de intervención que fue de la mano del narcotráfico, el militarismo y las ejecuciones sumarias. La lista de víctimas es larga: Guatemala, El Salvador, Granada, Paraguay, Chile, Argentina… Si entonces la excusa era la “amenaza comunista” hoy es “el narcoterrorismo”. En ese ejercicio de hipocresía sin caretas, el Gobierno de Estados Unidos en estos días ha liberado al expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, que estaba en la cárcel acusado de “narcotráfico patrocinado por el Estado” con una pila de pruebas que le incriminaban a él y buena parte de su familia. Un presidente que recordemos, auspició el asesinato contra la líder ambientalista Berta Cáceres. Ahora, gracias a la intervención de Trump la ultraderecha corrupta regresa al poder en el pequeño país centroamericano.

Trump ha decidido empezar por Venezuela y Colombia su nueva estrategia de dominio en el “hemisferio”. En su estilo de rico desalmado se ha vanagloriado incluso de los asesinatos que comete sin ninguna base legal, sin atender al derecho internacional más básico. Es evidente que la situación en Venezuela es dramática, con millones de personas migrantes repartidas por todo el mundo y un gobierno de Nicolás Maduro corrupto y autoritario. Una deriva de lo que se llamó el “socialismo del siglo XXI” que se ha convertido en una caricatura de lo que un día dijo representar. Con los movimientos sociales de base totalmente machacados, lo que allí ha quedado es una oligarquía “bolivariana” cuya única voluntad es perpetuarse en el poder, que además tampoco ha modificado la correlación de fuerzas del capitalismo. En Venezuela los que peor están hoy en día son los sectores populares y la diezmada clase trabajadora. Pero esa crítica no elude que la situación a la que ahora nos enfrentamos es una agresión imperialista intolerable. Un ejercicio de soberbia criminal que debemos denunciar porque marca una senda de intervención militar en un mundo cargado de testosterona bélica y líderes machoalfa como Trump, Putin, Netanyahu, Erdogan y compañía. No cabe ninguna duda que hay que parar el negocio del narco, detrás del cual está esta por cierto el asesinato de activistas populares, el feminicidio, la trata de personas, el blanqueo de capitales, el exterminio de poblaciones originarias… Un negocio que además va de la mano de la venta de armas, de la corrupción política, de la evangelización como recurso de dominación social. Pero no nos dejemos engañar, el indulto al expresidente y narcotraficante hondureño Juan Orlando Hernández pone en claro cuál es el propósito de estas agresiones: dominar el negocio en primera persona, eliminar los liderazgos políticos hostiles y volver a someter a América Latina para ser el patio trasero del imperialismo criminal de Estados Unidos.

Por la libertad de los pueblos: solidaridad con América Latina

No a la intervención imperialista en Colombia y Venezuela

 

 

RENDICIÓN MASIVA DEL EJÉRCITO UCRANIANO EN LA CIUDAD MIRNOGRAD! ENORME D...

¿Una guerra imaginaria?

 

El rearme masivo europeo, más que una respuesta a una supuesta amenaza por parte de Rusia, constituye una nueva "política industrial" para beneficio de unos pocos y mantener los empleos en una perspectiva de crisis. Pero es peligroso jugar con el fuego.


¿Una guerra imaginaria?


Mario Sommella

El Viejo Topo

11 diciembre, 2025



LA GUERRA IMAGINARIA:  EL PLAN ALEMÁN CONTRA RUSIA  Y LA ECONOMÍA DE GUERRA EUROPEA

Cuando leí la exclusiva del Wall Street Journal sobre el plan de guerra de Alemania contra Rusia, sentí que retrocedía en el tiempo. No a la Guerra Fría, sino a algo peor: una Europa que, a pesar de su profunda crisis industrial y social, encontró en las amenazas externas la fuerza unificadora para exigir sacrificios incesantes a sus ciudadanos y ganancias ilimitadas al complejo militar-industrial.

Según el WSJ y varios medios de comunicación, Berlín ha elaborado un plan de 1.200 páginas, denominado «Plan de Operación Alemania» (OPLAN DEU), que detalla cómo se desplegarían hasta 800.000 tropas alemanas, estadounidenses y de otros países de la OTAN hacia el este, a través de puertos, ríos, ferrocarriles y carreteras alemanes, en caso de un ataque ruso contra la Alianza. El documento se presenta como un retorno a la «mentalidad de la Guerra Fría», que involucra a «toda la sociedad», es decir, con la infraestructura civil integrada estructuralmente en la maquinaria militar.

Todo parte de una premisa: funcionarios alemanes y comandantes de la OTAN sostienen que Rusia podría estar «lista y dispuesta» a atacar Europa en un plazo de dos a cinco años, y que un posible armisticio en Ucrania le permitiría reorganizarse para atacar a un país de la OTAN. Por lo tanto, afirman, es necesario prepararse ya.

Pienso exactamente lo contrario: este tipo de narrativa no sirve para “prevenir” una guerra, sino para hacerla más probable y blindar un gigantesco rearme que tiene mucho más que ver con las cuentas industriales que con la seguridad de las personas.

Un coloso territorial en crisis demográfica, no un imperio en expansión

Comencemos con la «amenaza rusa» tal como se presenta. Rusia es el país más grande del planeta, con una población que actualmente ronda los 144-146 millones de habitantes (en declive) y una mediana de edad elevada.

Es un gigante territorial que ya lucha por asegurar su propio espacio, azotado por desafíos demográficos, sanitarios y de infraestructura. Además, su economía depende de la exportación de materias primas (gas, petróleo, minerales), cuyo mercado clave siempre ha sido Europa.

La pregunta es simple: ¿por qué un país así se embarcaría en la absurda aventura de ocupar parte de Europa, un continente carente de materias primas significativas, pero con enormes necesidades energéticas y sociales que financiar? ¿Qué interés tendría Moscú en asumir nuevas infraestructuras que mantener, nuevas poblaciones que gobernar, nuevas formas de resistencia que reprimir, mientras ya lucha por sostener una guerra de desgaste en Ucrania?

Existe una contradicción lógica que nadie en Bruselas ni Berlín parece querer ver. Por un lado, nos dicen repetidamente que las sanciones han puesto a Rusia de rodillas, que su presupuesto está estrangulado y su PIB bajo presión. Por otro lado, nos dicen que, a pesar de todo esto, Moscú podría en pocos años no solo plantar cara a la OTAN, sino incluso atacarla frontalmente y librar una guerra convencional a escala continental. O está exhausta o es omnipotente: ambas cosas no van de la mano.

Cifras del gasto militar: ¿Quién amenaza a quién?

Al observar los datos, la desproporción es sorprendente. Según estimaciones del SIPRI, Rusia gastó aproximadamente 149 000 millones de dólares en gastos militares en 2024, lo que equivale a aproximadamente el 7,1 % de su PIB.

Durante el mismo período, el gasto total de los países de la OTAN supera ampliamente los 1,3 billones de euros: se espera que los miembros de la Alianza en Europa y América del Norte gasten aproximadamente 1,362 billones de euros en 2024.

En este marco, se encuentra también la aceleración europea: en 2024, los 27 países de la Unión llevarán el gasto militar a aproximadamente 343.000 millones de euros, equivalente al 1,9 por ciento del PIB, con un crecimiento del 19 por ciento en sólo un año.

En otras palabras: nosotros, Occidente en general, gastamos aproximadamente diez veces más en armas que Rusia. Sin embargo, la narrativa dominante es que estamos al borde de ser aplastados por un imperio que nunca se detiene.

No digo que Rusia sea un actor «inofensivo» ni tranquilizador, a pesar de sus razones. Es una potencia nuclear autoritaria que invadió Ucrania y que tiene intereses geopolíticos imperiosos, a menudo en abierto conflicto con los de Europa. Pero una cosa es reconocer la realidad de las tensiones; otra es construir una amenaza caricaturesca para justificar un cambio estructural en el modelo económico y social hacia la guerra.

La promesa de Putin y la negativa de Europa

En este contexto, una declaración que me parece políticamente decisiva ha pasado casi desapercibida. En una reciente conferencia de prensa, Vladimir Putin declaró su disposición a garantizar por escrito que Rusia no atacará a ningún otro país europeo, calificando de «mentira absoluta» la idea de una inminente invasión del continente.

No tengo vocación de abogado defensor del Kremlin, y sé perfectamente que las palabras de un líder político no bastan para tranquilizar al mundo. Pero una cosa es segura: si alguien dice «pongamos una garantía por escrito», la única respuesta racional es sentarse a ver si esa promesa puede traducirse en un acuerdo multilateral verificable, con mecanismos de supervisión, y cómo.

En cambio, la reacción de Europa ha sido otro impulso al rearme, como si cualquier apertura, real o imaginaria, fuera una molestia que se pudiera descartar rápidamente porque corre el riesgo de perturbar el gran negocio de la militarización permanente.

ReArm Europe: El rearme como política industrial

Aquí llegamos al meollo del asunto. El plan alemán no es un rayo de luz. Se enmarca en una estrategia europea ya establecida, cuyo elocuente nombre es «ReArm Europe».

La Comisión Europea, en su Libro Blanco sobre Defensa, «Preparación 2030», afirma explícitamente que el objetivo es «rearmarse en Europa» y convertir este esfuerzo en un motor de competitividad económica. El plan prevé movilizar hasta 800.000 millones de euros en gasto de defensa en los próximos años, una cifra que sin duda aumentará, ofreciendo a los Estados miembros un margen de maniobra adicional más allá de las normas presupuestarias. Esto se complementará con un nuevo instrumento de financiación europeo, el programa SAFE, dotado con 150.000 millones de euros, dedicado específicamente a armamento, defensa antimisiles, drones y ciberseguridad.

En pocas palabras, se abre una gigantesca línea de crédito público común para apoyar al complejo militar-industrial europeo, empezando por los principales grupos de Alemania, Francia, Italia y España. La Comisión lo afirma abiertamente: el rearme debería crear «nuevas fábricas, nuevas líneas de producción y nuevos empleos en Europa».

Aquí el punto político queda clarísimo. La guerra no es solo una tragedia humana o un riesgo de escalada nuclear: es también un modelo económico. En un momento en que la industria europea, y en especial la alemana, lucha por resistir la competencia china en coches eléctricos, productos químicos y acero, la producción de armas y equipo militar se convierte en el atajo más conveniente para inflar el PIB, salvar los balances corporativos, garantizar ganancias y dividendos estratosféricos en manos de unos pocos y mantener a flote los empleos.

La crisis automovilística alemana y la tentación de la economía de guerra

No es casualidad que todo esto ocurra mientras la potencia industrial europea, el fabricante alemán de automóviles, se encuentra en plena crisis estructural. Las principales marcas alemanas se enfrentan a enormes retrasos en el lanzamiento de sus vehículos eléctricos, presionadas por los costes energéticos, afectadas por aranceles cruzados y, sobre todo, abrumadas por la competencia china, que ahora domina la producción mundial de vehículos eléctricos.

La propia Alemania planea aumentar su presupuesto de defensa de 86.000 millones de euros en 2025 a 152.000 millones en 2029, a lo que se añadirá el antiguo fondo especial de 100.000 millones lanzado durante el “Zeitenwende”.

No se trata solo de «seguridad», sino de un auténtico cambio de paradigma: una parte significativa de la economía alemana se está orientando hacia la producción militar. Las mismas tecnologías, líneas de producción y experiencia de las industrias mecánica y automotriz pueden reutilizarse para tanques, vehículos blindados y sistemas de armas. El plan logístico para trasladar a 800.000 soldados por Alemania es el componente militar de un plan que, a nivel industrial y financiero, ya está en marcha.

Por eso, la idea de una Rusia que nunca atacará a Europa no solo es «inconcebible» para algunos estrategas, sino que resulta incómoda. Si se elimina el espectro de la invasión, la justificación política de esta nueva economía de guerra se derrumba. Solo quedan desequilibrios sociales, desigualdades, precariedad laboral, declive industrial y el fracaso de las políticas energéticas. Mejor, entonces, mantener un enemigo absoluto al que blandir en cada votación, cada presupuesto, cada cumbre.

Una Europa que ya no sabe hablar de paz

Lo que más me impacta de todo este asunto es la inversión semántica. Cualquiera que intente hablar de alto el fuego, negociaciones o garantías mutuas de seguridad es tratado de ingenuo o cómplice del enemigo. Quienes, en cambio, preparan planes para enviar 800.000 soldados al frente, invirtiendo cientos de miles de millones de euros en armas y municiones, y construyendo corredores militares por todo el continente, son tildados de «realistas» y «responsables».

Pero si realmente estamos sentados sobre un barril de pólvora nuclear, la opción racional no es aumentar la presión. Es hacer todo lo posible por reducirla. Una guerra convencional a gran escala entre la OTAN y Rusia hoy no sería un nuevo 1940: probablemente desencadenaría una rápida escalada nuclear, primero táctica y luego estratégica. Y en ese caso, todas nuestras discusiones sobre pensiones, PIB, diferenciales, Tavares, Merz y Von der Leyen se convertirían en un lejano recuerdo en un mundo devastado.

No tengo certezas absolutas, porque vivimos en un mundo probabilístico, lleno de variables incontrolables. Pero sí sé una cosa: no estoy dispuesto a aceptar que la idea de «defender nuestros valores» incluya, como escenario concreto, el riesgo de un holocausto nuclear continental simplemente para proteger los negocios de unos pocos gigantes industriales.

Rusia, Europa y la gran mentira útil

Así que volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué Rusia invadiría Europa? Sigo sin encontrar una respuesta racional. Puedo imaginar conflictos locales, provocaciones fronterizas, crisis híbridas, chantaje energético, campañas de influencia. Todo esto ya está en marcha y continuará. Pero la ocupación de una parte de Europa Occidental requeriría una combinación de capacidades militares, económicas y políticas que Moscú simplemente no posee.

Y, sobre todo, no sería conveniente. Rusia necesita vender materias primas y defender sus zonas de influencia, no mantener ciudades europeas destruidas y poblaciones hostiles. En todo caso, es Europa la que, incapaz de abordar su propia crisis social e industrial, necesita un enemigo existencial que legitime un salto cualitativo en la militarización.

Lo vemos claramente: el rearme masivo se presenta como una nueva «política industrial» europea. Los ciudadanos pagan el precio con impuestos, recortes sociales, inflación e inseguridad laboral. Las industrias armamentísticas se lucran con contratos plurianuales y garantías públicas. Esta política se presenta como una «defensa de la libertad», mientras que en realidad condena a sectores productivos enteros a una economía de guerra permanente.

¿Qué deberíamos esperar en cambio?

Si tomamos en serio la amenaza de una guerra global, la respuesta no puede ser multiplicar los ejercicios, los planes secretos y los corredores de tanques. Deberíamos exigir precisamente lo contrario.

Debemos exigir que toda declaración rusa de voluntad de firmar un pacto de no agresión se tome en serio, se verifique, se someta a prueba diplomática y se integre en un sistema de garantías mutuas. Debemos tener la valentía de declarar que la seguridad se construye no solo con los presupuestos de defensa, sino también mediante la reducción de tensiones, el desarme controlado y la reforma de las instituciones internacionales.

Debemos reconocer que la verdadera urgencia para Europa no es allanar el camino perfecto para las columnas de la OTAN, sino abordar la crisis social, ecológica e industrial que está desmoronando los cimientos de la democracia: salarios bajos, precariedad generalizada, colapso de los servicios públicos, industria en dificultades, jóvenes obligados a emigrar.

En conclusión

El plan secreto alemán no me dice que Rusia esté a punto de atacar. Más bien, me dice que un segmento de la élite europea ha optado por una economía de guerra como respuesta a la crisis de su propio modelo económico. Y para legitimarla, necesita un enemigo absoluto, irracional y amenazante.

No me creo esta narrativa. Creo que Rusia no tiene ningún interés en ocupar Europa, que la perspectiva de un ataque a gran escala es políticamente irracional y militarmente suicida. También creo que un continente que invierte casi un billón de euros en rearme nacional, fondos especiales e instrumentos europeos, mientras recorta la seguridad social y precariza a generaciones enteras, no defiende la «democracia», sino un orden económico sumido en la crisis que se niega a ser cuestionado.

Por eso veo con gran recelo planes como el OPLAN DEU. No porque niegue los riesgos, sino porque veo claramente el uso instrumental del miedo. La verdadera pregunta hoy no es si Rusia invadirá Europa. La verdadera pregunta es si Europa decidirá dejar de convertir la guerra en política industrial y retomar debates serios sobre la paz, la justicia social y la reconversión civil de sus economías.

Fuente: sinstrainrette.it

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DIRECTO. TRUMP TIENE PRUEBAS CONTRA ZELENSKI Y SU ESPOSA.EUROPA Y UCRANI...

miércoles, 10 de diciembre de 2025

SE CIERRA AÚN MÁS EL CERCO EN MIRNOGRAD.TROPAS UCRANIANAS ATRAPADAS SE R...

Monarquía, estado y capital en España (I)

 


Monarquía, estado y capital en España

 (I)


Por Colaboraciones

kaosenlared

26 de noviembre de 2025 

 

La forma política del estado capitalista español actual, la monarquía burguesa española, se nos presenta como un fenómeno singular en la evolución capitalista contemporánea: se impone a pesar de ser minoritaria y estar en retroceso. Además, se trata de una institución que contradice algunos de los valores en que se basa el propio estado. Para más inri, fue la forma que la dictadura franquista había propuesto para el futuro de España; por no hablar de la estrecha relación entre la dictadura y la persona de Juan Carlos.

por P. A. González Ruiz, autor del blog Criticonomía para Kaosenlared


La monarquía burguesa en el mundo y la tendencia reciente

La ONU reconocía, en 2025, a 195 países; de ellos, según la Wikipedia, unos cuarenta eran monarquías. Entre las 20 economías más grandes solo 6 son monarquías; y dentro de la Unión Europea de los 27 también seis (Bélgica, Dinamarca, España, Luxemburgo, Países Bajos y Suecia). Estos datos nos ilustran sobre la especificidad de esta forma política que adopta el estado capitalista, como en el caso español.

Todavía cabría pensar que sin ser la monarquía burguesa un atributo dominante pudiera ser emergente. Sin embargo, en los últimos cien años, tras más de cien estados creados y varias centenas de cambios de régimen político, el número de nuevas monarquías, incluyendo restauraciones, fue poco más de una decena. La mayoría en países musulmanes (Arabia Saudí en 1932, Jordania en 1946, Marruecos en 1957, Kuwait en 1961, Catar en 1971, …) y, entre las más recientes, nuestra España (1978), solo superada por Camboya (1993) y Baréin (2002).

Pretendemos, tras hacer una parada en la historia y otra en el derecho, explicarnos desde el punto de vista de la Crítica de la Economía Política esta especificidad monárquica de la sociedad española; que se nos vuelve aún más enigmática si tenemos en cuenta que esta institución contraviene principios definitorios de nuestro moderno, democrático, igualitario y social Estado español.

La ideología monárquica hispana

Algunos episodios de la historia española nos alertan sobre la posibilidad de prescindir de la monarquía: la muerte sin herederos de Carlos II (1700), la Guerra de Independencia (1808-1812), la Revolución Gloriosa (1868), la I República (1873-1874), la II República (1931-1936) e incluso la muerte del dictador Franco (1975).

Sin embargo, todos ellos se resuelven en otros tantos momentos de restauración monárquica: inicio de la dinastía borbónica con Felipe V (1700), retorno de Fernando VII (1814), el recurso al infante italiano Amadeo de Saboya (1870), la Restauración borbónica con Alfonso XII (1874), paradójicamente el franquismo instaura un “Reino sin rey” y la Restauración juancarlina (1978).

Aún de manera contradictoria, podría decirse que hay en España una insistencia histórica en pro de la monarquía, avalando un sentimiento monárquico en nuestra sociedad.

Historia reciente de la monarquía

Tras las elecciones municipales, que originaron la marcha del rey Alfonso XIII, se proclama la II República española (1931-1936). La burguesía centralista apoyada en militares, católicos, fascistas y monárquicos, y temiendo la deriva rupturista (social, cultural y territorial), da un golpe de estado (18 de julio de 1936) que conduce a la patria a una guerra fratricida. La Guerra Civil (1936-1939) supondrá la muerte de cientos de miles de compatriotas, muchos de manera sumarísima aún yacentes en fosas, y llevará a buena parte de la sociedad española, primero, al hambre, y luego al atraso de varias décadas.

Franco, tras vencer en 1939 declara a España “Reino” por Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947), sin abandonarla hasta su muerte. En 1954 se trae a Juan Carlos, primogénito de Don Juan (el sucesor natural por ser hijo de Alfonso XIII), para que inicie su formación en España, nombrándole “sucesor a título de Rey” en 1969 para lo que hubo de jurar los Principios del Movimiento.

De modo que la dictadura franquista, que acabó con la II República española, será una república de facto con la promesa de monarquía, que hará efectiva la joven democracia española. Así, tras la muerte de Franco (1975) y jurando las Leyes Fundamentales franquistas, Juan Carlos I accede a la Jefatura del Estado. Posteriormente, la Constitución de 1978, votada masivamente (67% de participación y 88% de síes), instaura la monarquía cuyas funciones se regulan en el título II de la Constitución (artículos 56–65).

Monarquía parlamentaria española

La actual monarquía burguesa (parlamentaria) tiene poco que ver con aquella otra de principios del XVIII, el inicio de la dinastía borbónica (absolutista). Las transformaciones del estado capitalista no han dejado indemne a la jefatura del Estado.

Aún así, lejos del mantra que presenta a la monarquía como una figura simbólica sin incidencia práctica, la Corona tiene sus funciones constitucionalmente establecidas y reguladas mediante leyes.

España es un estado cuya forma política es una monarquía parlamentaria (articulo 1.3 de la Constitución Española, CE en adelante).

La Corona es el órgano estatal constitucional que detenta la Jefatura del Estado, y su titular es el Rey, actualmente Felipe VI.

Se trata de un órgano separado, aunque relacionado, de los poderes clásicos: ejecutivo (nombra y separa miembros del Gobierno), legislativo (convoca elecciones y referendums, sanciona y promulga leyes) y judicial (art. 117 CE dice que la justicia la administran los jueces en nombre del Rey).

Simboliza la unidad y la permanencia del estado español, así como arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Además, propone candidato a la Presidencia, acredita embajadores, ostenta el mando supremo de las Fuerzas Armadas. El retrato oficial del Rey es un símbolo del Estado en sedes institucionales, igual que la bandera, y su uso está regulado por normativa de régimen local y protocolo administrativo.

La Familia Real, regulada en el RD 1368/1987, está formada actualmente por el propio Rey, Reina Letizia, Princesa de Asturias Leonor e Infanta Sofía y, tras la modificación de 2014, también acoge a los Reyes Eméritos, Sofía y Juan Carlos I. Pero, no es un órgano del estado ni administrativo. El Rey no responde por sus actos, mientras el resto de miembros sí. De estos, excepto la infanta, están aforados (por Ley Orgánica 4/2014, al Tribunal Supremo).

La Princesa de Asturias es la heredera al trono (art. 57 CE), y su figura se regula en un RD 1368/1987. Es la heredera por ser la mayor entre hermanas, pero si hubiera un varón la CE todavía le daría la primacía en la sucesión al trono (art. 57.1 CE).

El coste de la monarquía española

La Casa Real (art. 65 CE) es una estructura administrativa cuya función es constituir la infraestructura de apoyo a las funciones del Rey, pero no es un órgano del estado. Para dicha tarea goza de dotación económica (art. 65 CE) a cargo de los Presupuestos Generales del Estado, además de normativa interna, regulación de regalos institucionales u obligaciones de transparencia (RD 297/2022).

Actualmente, la dotación presupuestaria de la que goza es algo más de 8 millones de euros (8M€), a lo que se añaden otras partidas de diversos ministerios (Exteriores, Interior, Defensa, Patrimonio, por ejemplo). Con ser importante, esta cifra es inferior al coste de otras monarquías europeas (Bélgica, 43M€; Países Bajos, 54M; Reino Unido, 86M) e incluso que la jefatura de Estado de otras repúblicas (Alemania 47M; Francia, 125M; Italia, 224M).

Esta modestia presupuestaria de la monarquía española (8M€) habla tanto de la debilidad de la institución como de la cicatería de nuestras élites gobernantes, de la valoración de mercado de la actividad regia, o de su eficiencia.

Recapitulación

La forma política del estado capitalista español actual, la monarquía burguesa española, se nos presenta como un fenómeno singular en la evolución capitalista contemporánea: se impone a pesar de ser minoritaria y estar en retroceso. Además, se trata de una institución que contradice algunos de los valores en que se basa el propio estado. Para más inri, fue la forma que la dictadura franquista había propuesto para el futuro de España; por no hablar de la estrecha relación entre la dictadura y la persona de Juan Carlos.

A pesar de estos “inconvenientes”, el estado democrático español hubo de adoptar esta contradictoria forma concreta, la monarquía. Rastreando en la historia española observamos, tras las idas y venidas del régimen político, una extendida ideología monárquica entre la sociedad, entre las diversas clases sociales, entre las élites gobernantes y la clase trabajadora (o su forma constitucional, el pueblo).

La pregunta que se nos plantea tiene que ver con los fundamentos materiales de este sentimiento, con la estructura económica que lo soporta y de la que brota; o de otra forma, por qué la sociedad española, particularmente el pueblo español, tiene esta ideología monárquica. Esa es la línea que transitaremos en la próxima colaboración.

Imagen de portada:  Corona Real de España – Wikimedia Commons | Detalles de la licencia

 

El «Cártel de los Soles»

 

Estados Unidos ha desplegado fuerzas militares en el Caribe y designado al inexistente “Cártel de los Soles” organización terrorista. Una narrativa que busca justificar sanciones y una intervención militar destinada a controlar los recursos de Venezuela.


El «Cártel de los Soles»


Carmen Navas Reyes

El Viejo Topo

10 diciembre, 2025 



EL “CÁRTEL DE LOS SOLES”, LOS ESTADOS UNIDOS Y LA PROFECÍAS AUTOCUMPLIDAS

Por Carmen Navas Reyes y Yohaickel Nazer Seijas Elles

En las últimas semanas, los Estados Unidos de América ha escalado dramáticamente la presión militar en el Caribe, enviando su más moderno portaviones, el USS Gerald R. Ford, lo que Washington presenta como una “operación antinarcóticos” y que principalmente está dirigida a las “organizaciones terroristas” con sede en Venezuela que son, supuestamente, operadas por el Gobierno venezolano. Paralelamente, el Departamento de Estado de los Estados Unidos anunció la designación del inexistente “Cártel de los Soles” de Venezuela como Organización Terrorista Extranjera a partir del 24 de noviembre.

Según la declaración del secretario de Estado Marco Rubio, el “Cártel de los Soles” estaría encabezado por el propio presidente Nicolás Maduro, junto con altos funcionarios de su “régimen ilegítimo”. Esta maniobra es un grave paso en la escalada que intenta preparar el terreno para posibles operaciones militares en territorio venezolano, con el pretexto de la lucha antidrogas. El propio presidente Donald Trump insinuó que “ha tomado una decisión” sobre cómo proceder en Venezuela, negándose a descartar explícitamente una intervención armada.

A pesar de las aseveraciones de Washington, el supuesto “Cártel de los Soles no existió hasta hace poco para las agencias especializadas. En 1993 se acuñó por primera vez el término durante la investigación a dos generales de la Guardia Nacional, cuyos uniformes ostentaban soles dorados, acusados ​​de desviar cargamentos de cocaína. Paradójicamente, uno de esos generales había autorizado un envío de cocaína hacia EE.UU. por orden de la CIA, supuestamente como parte de una operación encubierta para infiltrar carteles colombianos. Es decir, en los mismos inicios de esta historia aparece la mano de la inteligencia estadounidense facilitando actividades de narcotráfico en Venezuela.

De hecho, Jordan Goudreau, un exboina verde estadounidense implicado en la fallida incursión armada Operación Gedeón de 2020 contra el presidente Nicolás Maduro, afirmó recientemente que “el Cártel de los Soles fue creado por la CIA” en los años 90. En la entrevista con The Grayzone, Goudreau aseguró que el nombre habría surgido casi “como una broma interna” basada en los soles de los uniformes venezolanos, mientras la CIA facilitaba el tráfico de drogas a través de este grupo para sus propios intereses, algo que Goudreau califica de “bien documentado”.

Tras su acuñación inicial en los años 90, el término Cártel de los Soles fue esporádicamente reciclado en círculos mediáticos y de la oposición venezolana, pero sin mayor sustento probatorio. Sectores de la prensa local amplificaron historias de supuestos generales narcos cada vez que se buscaban escándalos contra el Gobierno. Con los años, esta etiqueta se volvió parte del léxico de la oposición extremista, empleada para desacreditar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y presentarla como una mafia del narcotráfico. Un ejemplo notable fue la acusación, sin pruebas por parte de un ex escolta desertor, contra el entonces presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, de liderar el supuesto cártel.

Desde entonces, figuras radicales de la oposición venezolana y exmilitares desertores, han hecho lobby en Washington para legitimar esta narrativa. Esta campaña busca no solo desprestigiar al Gobierno del presidente Maduro, sino provocar más “sanciones” y, eventualmente, justificar una intervención extranjera. Durante el segundo Gobierno de Trump, esos sectores han encontrado oídos en funcionarios como Marco Rubio, quien ha hecho eco del término en el Departamento de Estado, adoptando oficialmente la etiqueta de Estado para acusar al Gobierno venezolano de “narcoterrorismo”.

Irónicamente, cabe señalar que en ninguno de los informes anuales sobre narcóticos del Departamento de Estado o la DEA desde 1999, se menciona al “Cártel de los Soles”, ni se lo identifica como amenaza específica. Tampoco los informes internacionales de la ONU en materia de drogas, han registrado la existencia de tal organización en Venezuela. Al contrario, las agencias especializadas ubican a Colombia, Perú y Bolivia como los grandes productores de cocaína, mientras que Venezuela no figura como país productor y sus incautaciones de droga representan apenas el 1-2% del total mundial. Estos datos reafirman que Venezuela ha sido más bien un país de tránsito limitado y no la base de operaciones de algún poderoso cartel global.

A pesar de ello, en marzo de 2020, en pleno auge de la política de presión contra Caracas de Trump, el Departamento de Justicia de EE.UU. incluiría por primera vez las palabras “Cártel de los Soles” en una acusación, al atribuir delitos por “narcoterrorismo” al presidente Maduro y otros altos funcionarios venezolanos. Aquella acusación alegó que esta conspiración narcotraficante existía “al menos desde 1999”, marcando la entrada de la narrativa en documentos oficiales de EE.UU. No obstante, es revelador que pocos meses antes de esa acusación, el propio Informe Estrategia Internacional de Control de Narcóticos 2020 del Departamento de Estado no hacía ni una sola mención al supuesto Cártel de los Soles ni vinculaba al presidente venezolano con el tráfico de drogas. Por otro lado, esta narrativa no cumple ni los requisitos legales de EE.UU. para ser declarada como Organización Terrorista Extranjera (FTO).

Identificar a un grupo como Terrorista no es trivial; la propia ley estadounidense establece criterios estrictos en la sección 219 de la Ley de Inmigración y Nacionalidad (INA, por sus siglas en inglés). Para designar un FTO, se exige que el grupo en cuestión: 1.) sea una organización extranjera real; 2.) que esté involucrada en “actividad terrorista”, tal como la define la sección 212(a)(3)(B) de la INA o tenga la intención y capacidad de hacerlo; y 3.) que dicha actividad terrorista amenace la seguridad de los ciudadanos estadounidenses o la seguridad nacional de EE.UU. En el caso del supuesto Cartel de los Soles, resulta evidente que no se cumplen esos criterios.

Primeramente, no es una entidad organizada identificable, sino un concepto difuso que se usa “para describir una red descentralizada incrustada en el Estado venezolano”, lo que ni siquiera califica como “organización” designable. En segundo lugar, no existe evidencia de que esta red haya perpetrado “actividades terroristas”según las mismas leyes estadounidenses, es decir; actos de violencia deliberada contra civiles para coaccionar a un gobierno u obtener objetivos políticos. Pero para saltarse este obstáculo, Washington ha intentado pintar al “Cartel de los Soles” como aliado de grupos terroristas reales, al alegar que esta supuesta organización brinda “apoyo material” a otros entes designados como terroristas extranjeros, incluyendo al cartel mexicano de Sinaloa y la extinta banda venezolana del “Tren de Aragua”. Sin embargo, dicha afirmación no está respaldada por pruebas públicas.

El Gobierno estadounidense sabe que esta narrativa no refleja la realidad, pero que sostiene una utilidad geopolítica; crea una justificación prefabricada para una intervención militar. Toda esta construcción del “Cártel de los Soles” no es más que un pretexto elaborado para los objetivos reales de Washington, intentar derrocar al Gobierno Bolivariano e instaurar un régimen subordinado a sus intereses. La operación naval masiva en curso ahora denominada como Operación Lanza del Sur y la súbita clasificación terrorista ha dejado en claro la intención del Gobierno estadounidense de lograr una eventual salida del presidente Nicolás Maduro por cualquier medio.

No es la primera vez que EE.UU. recurren a tácticas similares; en 1989 invadió Panamá justificándose en que Manuel Noriega era un “narcotraficante peligroso”; En 2003, construyó una narrativa de “armas de destrucción masiva”para invadir Irak. Y ahora, con Venezuela, intenta una combinación de ambos guiones, el narcotráfico y el terrorismo, adaptados para demonizar al Gobierno Bolivariano y así legitimar acciones de fuerza que de otro modo serían condenadas y, con ellas, revertir el rumbo político de Venezuela y recuperar influencia sobre sus vastos recursos estratégicos.

No es casual que Venezuela posea las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, además de oro, coltán y otros recursos codiciados; sectores en EE.UU. han expresado abiertamente que verían con buenos ojos un cambio de régimen que abriría esas riquezas al control de las corporaciones norteamericanas, demostrando que la política hacia Venezuela está guiada por una versión actualizada de la Doctrina Monroe, buscando contener la influencia de China, Rusia e Irán en la región y asegurar para Washington el control de áreas de importancia geopolítica y de sus recursos como se ha venido informando en los últimos tiempos. Es por ello que presentar al Gobierno venezolano como un “narco-régimen terrorista” brindaría el casus belli perfecto para una intervención “legítima” a ojos de Washington.

Fuente: Globetotter

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La Industria Cultural como máquina de idiotización colectiva: Un análisis de la obra de Adorno y Horkheimer

 


La Industria Cultural como máquina de idiotización colectiva: Un análisis de la obra de Adorno y Horkheimer


Por Jorge Molina Araneda

kaosenlared

9 de diciembre de 2025 

 

La idea de “industria cultural”, formulada por Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración, surgió como una denuncia de cómo la modernidad capitalista había convertido la producción simbólica en un engranaje más de la lógica del beneficio. Para ambos pensadores, la cultura dejó de ser ese espacio de autonomía intelectual desde el cual era posible revisar críticamente el mundo, y pasó a funcionar como una maquinaria de estandarización capaz de moldear gustos, sensibilidades y expectativas. Adorno insistía en que la producción cultural, en lugar de sublimar, reprimía; no porque prohibiera directamente nada, sino porque reducía lo diverso a fórmulas repetidas que se podían empaquetar y vender. El cine, la música, la televisión o las series, cada uno con su estética particular, terminaban respondiendo a una misma matriz: repetir aquello que entretiene sin incomodar, ofrecer variantes mínimas que producen la ilusión de elección, pero que en realidad reafirman el mismo tipo de consumo.

Horkheimer, desde su crítica a la razón instrumental, explicaba que el pensamiento moderno había sido reducido a un instrumento de cálculo y dominación; en ese marco, la cultura se integraba como un elemento más de la racionalidad económica. La creatividad no desaparecía, pero quedaba subordinada al mandato de ser rentable, reconocible y fácilmente digerible. Adorno llamaba a esto “pseudoindividualidad”: la apariencia de diversidad en un paisaje donde casi todo responde a la misma lógica. Cambian los actores, los ritmos, los colores, los títulos, pero la experiencia que ofrece la industria cultural es cada vez más previsible.

Esta dinámica, señalaba Adorno, no es inocua. La exposición continua a contenidos superficiales, veloces y reiterados termina modelando formas específicas de percepción. En Prismas advertía que la pérdida de un juicio verdaderamente autónomo es el precio que se paga por la adaptación total a un entorno saturado de estímulos que apenas dejan tiempo para la reflexión. La diversión, lejos de liberar, se transforma en una prolongación del trabajo: un modo de mantener al sujeto en funcionamiento, adormecido pero disponible, sin interrogar demasiado el orden que lo rodea.

Si se mira el panorama cultural contemporáneo, muchas de las intuiciones de Adorno y Horkheimer parecen haber encontrado nuevas expresiones. Las plataformas de videos ultracortos, como TikTok, fomentan un tipo de atención fragmentada y ansiosa. Han, en su lectura de la hiperestimulación, advierte que el exceso de estímulos no abre más posibilidades, sino que destruye la capacidad de contemplar y profundizar. Las grandes franquicias cinematográficas como Marvel operan sobre fórmulas repetidas que aseguran un éxito previsible. Incluso géneros musicales como el reggaetón industrial responden a esquemas homogéneos donde la repetición del ritmo y de ciertos imaginarios garantiza viralidad. Y las plataformas de streaming, con su organización algorítmica de recomendaciones, terminan guiando el consumo cultural de las personas sin necesidad de imponer nada explícito: basta con sugerir continuamente aquello que ya funcionó.

A este panorama se suma un fenómeno nuevo: la producción masiva de contenidos a través de inteligencia artificial generativa. Paradójicamente, herramientas presentadas como potenciadoras de la creatividad terminan inundando el espacio cultural con enormes cantidades de textos y productos estandarizados. La multiplicación infinita de contenido no equivale a diversidad; a menudo produce una repetición sin estilo, sin riesgo y sin conflicto, justo aquello que Adorno consideraba la negación misma del arte.

Las críticas contemporáneas al capitalismo digital —desde Zuboff y su descripción del capitalismo de vigilancia hasta Fisher y su idea de que resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo— dialogan con esa tradición de la Escuela de Frankfurt. También Žižek, desde otra vertiente, insiste en que la cultura pop actual convierte la ideología en un espectáculo amable, absorbible, casi simpático. El entretenimiento ya no oculta la realidad: la diluye.

La pregunta que queda abierta, como ya señalaba Adorno en Teoría estética, es si es posible producir cultura que no quede atrapada por esta lógica. El arte, decía, solo puede mantener su verdad si resiste, si no se somete del todo a las exigencias de la mercancía. Pero en un mundo donde la producción simbólica está mediada por algoritmos, plataformas y mercados globales, esa resistencia se hace cada vez más difícil. Aun así, la necesidad de recuperar la capacidad de ver con los propios ojos —esa tarea tan simple y tan ardua que señalaba Adorno en Minima Moralia— sigue siendo central: no para negar la cultura contemporánea, sino para volver a encontrar espacios donde el pensamiento pueda respirar sin ser inmediatamente moldeado, clasificado o monetizado.

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