jueves, 18 de septiembre de 2025
El suicidio: una pregunta abierta
El
suicidio: una pregunta abierta
Marcelo Colussi
kaosenlared
15 de septiembre de 2025
¿Qué es
el suicidio?
Suicidio (del latín “sui”:
a sí mismo y “cidium”: asesinato; “matarse a sí mismo”) ha habido siempre en
todas las culturas en la historia de la humanidad, al menos, desde que se
tienen registros. La cuestión estriba en la forma en que el mismo fue valorado
(o desvalorizado, anatematizado incluso), y en cómo podemos apreciarlo en la
actualidad. Hoy lo vemos como expresión de un profundo malestar psíquico, de
naturaleza psicopatológica, y hablamos profusamente de su prevención. Pero no
siempre fue así. Y esto mismo de la prevención nos convoca a reflexionar hasta
dónde, cómo y en qué circunstancias es ello posible.
Hipócrates, el gran médico
de la tradición griega, en el siglo IV antes de nuestra era, lo consideró
expresión de “síntomas autodestructivos”, con un pensamiento que hoy podríamos
llamar “moderno”, o “científico” (según nuestra epistemología), viendo ahí un
desequilibrio emocional. En Oriente, sin embargo, fue elogiado grandemente en
ciertas circunstancias, como en la China del emperador tiránico Qin Shi Huang
(siglo III antes de nuestra era), que mandó a incinerar los libros de Confucio,
ante lo cual muchos intelectuales seguidores del pensador optaron por el
suicidio colectivo en honrosa señal de protesta. Ese acto fue considerado una
heroica forma de crítica hacia la medida política del tirano, al igual que lo
han hecho varios auto-incinerados en épocas recientes: los monjes budistas
bonzo, del sudeste asiático, quienes se rociaron líquidos inflamables
prendiéndose fuego posteriormente en lugares públicos como reacción ante
determinados hechos políticos, modalidad que fue seguida luego por muchas otras
personas en señal de protesta en distintas partes del mundo.
El brahmanismo, así como el
hinduismo, en la India, aceptaban, o incluso, promovían ciertos rituales
suicidas, como la auto incineración de las viudas luego del fallecimiento del
marido, a manera de expiar los pecados del mismo y para ganar el honor para sus
hijos. Pero ello permite también otra lectura del fenómeno, viendo en ese
inducido (u “obligado”) suicidio una machista imposición varonil.
En la Grecia clásica había
una posición ambivalente con respecto al fenómeno, en tanto en el Imperio
Romano era más tolerado. De todos modos, en ambas civilizaciones existían
tribunales que escuchaban a los potenciales suicidas, y decidían si
autorizaban, o no, la acción. Pero un esclavo, al no ser dueño de su vida, no
tenía ese derecho. Si lo hacía, su amo podía pedir a quien se lo había vendido
que le restituyera el dinero de la compra.
En el antiguo Egipto
existía una academia destinada a investigar los mejores métodos para morir sin
dolor, por lo que puede considerarse que el suicidio no era abominado. El
Islam, por su parte, rechaza el suicidio, dado que solo Alá misericordioso
puede disponer el momento en que cada humano morirá, aunque es tolerado ese
suicidio como forma de sacrificio voluntario en la Guerra Santa. De ahí que
vemos los suicidas que se hacen volar cargados de explosivos, aceptando
orgullosamente ese final, al grito de “Alá we akbar” (Dios es grande).
En el Japón feudal,
tradición que se ha mantenido hasta el presente, el suicidio tuvo un lugar muy
especial. Los devotos de la divinidad Amidas solían suicidarse arrojándose al
mar o haciéndose enterrar vivos. Mientras que el seppuku o haraquiri fue un
suicidio ritual, práctica reservada solo para los nobles y los guerreros
samurái, que optaban por abrirse el vientre antes que entregarse rendidos a sus
enemigos. Dicha práctica, andando el tiempo, dio como resultado los famosos
pilotos kamikaze, que al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya era
evidente la derrota nipona, preferían suicidarse arrojando voluntariamente sus
aviones contra barcos estadounidenses en una muestra de honor nunca mancillado:
muertos antes que rendidos.
La tradición judía condena
fuertemente el suicidio, y a quienes lo comenten, se les entierra fuera del
campo santo. De igual modo, en el medioevo cristiano en Europa, a los suicidas
se les negaba sepultura en lugar sagrado, en tanto sus propiedades eran confiscadas.
Como muestra elocuente de este desprecio, un edicto del rey Luis XIV de
Francia, del año 1670, castigaba muy severamente a quien se suicidaba, haciendo
que el cuerpo del muerto fuera arrastrado a través de las calles boca abajo, y
luego colgado en plaza pública y arrojado a un basurero. Por supuesto su alma
iba al fuego eterno del infierno.
En la tradición maya, por
el contrario, el suicidio era considerado una manera especialmente honorable de
morir, como el de las víctimas humanas en los sacrificios, o el de los
guerreros caídos en combate, o el de las mujeres muertas al momento de dar a
luz.
Entre los inuits o
esquimales del Ártico, es una tradición que los ancianos, cuando ya no tienen
fuerza para cazar y pescar, optan por remar solos en su kayak hacia el
insoportable frío del polo, para morir honrosamente así, por hipotermia.
No podemos dejar de
considerar una conducta altamente llamativa como la de muchos agentes
especiales (espías, fundamentalmente en los años más álgidos de la Guerra Fría,
o miembros de grupos guerrilleros actuando en la clandestinidad), que portaban
pastillas de cianuro, dispuestos a ingerirlas para morir en el acto, evitando
así ser tomados prisioneros y torturados con el fin de obtener información
reservada. Estamos ahí ante una compleja forma de suicidio -no podría
llamársele de otro modo-, aceptada en forma voluntaria como parte de su misión.
Hoy día ya comienza a ser
relativamente aceptado el fenómeno de la eutanasia, la muerte asistida,
decidida voluntariamente por aquellas personas que padecen enfermedades
terminales, con la participación de personal médico. Algunos países ya tienen
legislaciones que estipulan las condiciones para realizarla, lo cual sigue
siendo aún tema de controversia, con iglesias conservadoras que siguen viendo
ahí un pecado capital. En general no se llama a eso suicidio, pero obviamente
lo es.
Ante toda esta miríada de
posiciones, cabe la pregunta: ¿qué es exactamente el suicidio? ¿Un pecado
imperdonable, un ritual respetable y honorable, un derecho humano que se debe
tomar como tal, una psicopatología grave?
En nuestro medio, ámbito
occidental y a principios del siglo XXI, sigue siendo un tema espinoso, por no
decir tabú. Muchas familias, al tener un miembro que se suicidó, guardan ese
hecho como un suceso vergonzante, más aún si el grupo familiar presenta una
fuerte raigambre religiosa. En esa perspectiva, el suicidio continúa viéndose
como algo de orden pecaminoso, envuelto en prejuicios moralistas. De ahí que se
reportan mucho menos de lo que realmente suceden, por lo que, en términos
estadísticos, nos encontramos ante un subregistro del fenómeno.
Definitivamente, el tema es
complejo, con variadas aristas. Hay cosmovisiones en juego que ayudan a
percibirlo de diferentes modos, a darle otro valor social (repudiado, tolerado,
glorificado). Junto a ello -aspecto para estudiar en profundidad, por cierto-
hay condiciones socio-culturales e históricas que tienen que ver con su mayor o
menor ocurrencia. Estudios epidemiológicos evidencian, por ejemplo, que en los
pueblos originarios de todo el continente americano las tasas de suicidio son
significativamente mayores que las de poblaciones no indígenas. En Canadá y
Estados Unidos un 25% más alta; duplican o triplican las tasas de no-indígenas
países como Brasil, en los pueblos amazónicos; o quintuplican la media nacional
pueblos originarios de Colombia. Significativo es que en esas áreas con tanto
porcentaje de suicidio, son poblaciones jóvenes las que recurren a ese
expediente fatal, en tanto que son ellas las que encuentran más cerrados los
caminos para su desarrollo personal, donde sus tradiciones culturales se han
ido debilitando y/o perdiendo, y ya no funcionan como barreras protectoras que
les aferran a la vida.
Es evidente que en este
complicado tema del suicidio se articulan factores subjetivos (no todos los
jóvenes indígenas se suicidan, obviamente) y dinámicas comunitarias-históricas.
La gente de mayor edad de las poblaciones originarias mantiene mucho más esas
redes culturales, por lo que allí los suicidios no tienen alta relevancia.
Suicidio
y autoagresión
Freud dijo que “la neurosis
es el costo de la civilización”. Siendo consecuentes con el pensamiento
psicoanalítico deberíamos ampliar esa expresión para llegar a decir que “el
malestar psicológico en su conjunto” es ese costo, entendiendo que siempre hay
un pendiente, un tanto de insatisfacción en la experiencia humana. En
definitiva, eso es lo que nos descubre el abordaje psicoanalítico: que siempre
falta algo, que no hay completud total en la experiencia humana, que hay
límites (la muerte, la diferencia sexual anatómica con su correlativo
ordenamiento psíquico), y que ello nos aterra, que no queremos saber nada de
esa limitante. Y también nos evidencia que, aunque nos confronte con nuestra
preciada racionalidad y declarado pacifismo, siempre hay igualmente un monto de
agresión en la vida social. Ello llevó a Freud a formular la existencia de una
“pulsión de muerte”. Es decir, algo destructivo, que puede volcarse hacia el
exterior, y ahí están la violencia cotidiana, o las guerras como su expresión
máxima donde caen las barreras civilizatorias y está permitido matar al otro.
No solo permitido matarlo, sino que se premia el hacerlo: es un héroe de guerra
quien más enemigos mata. Lo cual crea una muy compleja situación psicológica,
por cuanto ese “héroe”, terminada la guerra, no puede volver a matar
impunemente, pues de hacerlo se convierte automáticamente en un asesino,
alguien por fuera de la ley.
Agresividad que, en el otro
caso posible, se vuelca hacia el interior, hacia la misma interioridad de cada
sujeto. La experiencia diaria nos evidencia que eso, en mayor o menor medida,
está en todas y todos nosotros.
Tenemos ahí entonces la
larga lista de acciones autoagresivas que cada uno puede realizar a diario, sin
escandalizarnos al respecto (fumamos, aunque sabemos que eso puede producir
graves enfermedades respiratorias, o viajamos en moto sin el correspondiente
casco, aun sabiendo del peligro mortal que esa conducta puede acarrear, para
graficarlo con ejemplos cotidianos). Para mostrar todo ello con cifras
elocuentes (en todos los casos, redondeadas para hacer más práctica la cuenta),
tomadas de los órganos más autorizados al respecto como la Organización Mundial
de la Salud -OMS-, tenemos que:
- 7.000 personas mueren
diariamente por consumo alcohólico
- 1.600 fallecen cada
día por sobredosis de drogas ilegales
- 3.500 casos diarios de
contagios de VIH, en el 99% de ellos por relaciones sexuales sin la debida
protección
- 1.700 seres humanos
mueren cada día por VIH-SIDA
- 3.500 individuos
fallecidos cada 24 horas por accidentes de tránsito perfectamente
evitables (manejar a exceso de velocidad, en estado de ebriedad, sin
cinturón de seguridad, irrespetando normas viales)
Ello, sin contar con los
2.000 suicidios diarios que tienen lugar en todo el planeta. Es decir: hay
15,800 muertes cada día por autoagresiones, el 10% de todas las muertes diarias
en el mundo, decesos que, en general, salvo los suicidios, no se consideran como
hechos psicológicos, pero que sin dudas tienen a la base un importantísimo
componente autoagresivo. ¿Pulsión de muerte, podríamos preguntarnos?
Se pregonan a los cuatro
vientos la paz y el amor, la concordia y la resolución pacífica de conflictos,
pero vemos que, además de hacerse tan difícil la convivencia pacífica a nivel
planetario (más de 50 frentes de combate existen al día de hoy en todo el
globo, con muertos, heridos y secuelas psicológicas graves, y Naciones Unidas,
surgida supuestamente para lograr la concordia internacional, nunca puede
evitar una guerra), la autoagresión que nos mueve es realmente alta. ¿Cuánta
gente se deprime y “se deja morir”, evitando consultas a tiempo para atender a
tiempo enfermedades mortales (cáncer, diabetes, enfermedades de transmisión
sexual, etc.)
¿Por qué somos así? ¿Por
qué nos suicidamos en cantidades tan altas?, contando con que muchas de las
muertes arriba mencionadas pueden considerarse “suicidios en cámara lenta”,
suicidios “indirectos”. Pues bien: cobra total sentido aquello que citábamos de
Freud, y que podemos parafrasear como “el conflicto intrapsíquico” es el precio
de la civilización.
¿Por qué
el suicidio?
No somos animales en
sentido estricto; si bien pertenecemos a ese reino (Animalia), hemos ido
evolucionando hasta algo distinto, más complejo, sin negar nuestra apoyatura
biológica. O, si preferimos, representamos un ser muchísimo más problemático
que un pariente cercano, que un animal, tan cercano como el chimpancé, por
ejemplo. El puro instinto de conservación (propio en general de los animales)
está “fallado”. Ningún animal practica deportes extremos arriesgando su vida,
juega a la ruleta rusa, enfrenta un toro bravo en un ruedo ni nada entre
tiburones por pura búsqueda de adrenalina, o acepta desafíos descomunales que
pueden implicar -o implican muchas veces- una posible muerte: cruzar el océano
en una frágil embarcación, volar hacia el espacio sideral, caminar por un campo
minado, ser espía e inmiscuirse en los vericuetos secretos de otro Estado, lanzarse
en paracaídas, etc., por mencionar algunos ejemplos. O el fumar, o consumir
sustancias psicoactivas, o un largo etcétera que nos confronta con todo esto.
En la Psicología no psicoanalítica se dice de todas estas conductas que
evidencian que “no nos queremos”, que falla nuestra “autoestima”.
Descriptivamente, es así; ahora bien: ¿por qué es así? ¿No nos queremos, o hay
mecanismos más complejos ahí?
La homeostasis, en tanto
proceso natural de autorregulación estable y equilibrado, se rompe, se pone en
tela de juicio ante estas conductas. ¿Por qué alguien (muchos, sin dudas)
juegan con el límite, con la muerte? No hablamos aquí de los intentos de
suicidio, que podemos entenderlos como actuaciones, en general de orden
histérico, que representan poderosos mensajes al otro demostrando una situación
de gran angustia (más común en mujeres que en hombres), sino estos
comportamientos autoagresivos que, en el caso de los suicidios, terminan con la
vida. Aclaremos enfáticamente que los intentos -que, quizá con cierta malicia,
se podrán llamar suicidios fallidos- en modo alguno son “actuaciones”
conscientes, escenificaciones “para llamar la atención”. Son productos
inconscientes tan enigmáticos y perturbadores como cualquier síntoma
psicológico, como cualquier conducta que escapa a la racionalidad voluntaria.
La diferencia estriba en que el suicidio no tiene retorno.
En todos los casos, como
ritual, como práctica ceremonial, como acto heroico o, lo que hoy consideramos
más habitualmente, como expresión psicopatológica, el suicidio -al menos para
nuestra lógica occidental y racionalista- nos deja sin palabras, atónitos,
estupefactos. ¿Por qué lo hizo?, es la primera reacción. Es decir: resulta
incomprensible, rompe la lógica de lo que entendemos por normalidad, la estabilidad
necesaria para la vida social. El kamikaze, el guerrero samurái que se abre el
vientre, el militante musulmán que se hace volar con explosivos adosados a su
cuerpo o el esquimal que enfila su bote hacia la eternidad, no dejan de
sorprendernos, poniéndonos (confrontándonos) a cada uno de nosotros como la
expresión de la normalidad. Esos actos, al menos para quienes estamos ahora
leyendo este texto, se nos hacen, como mínimo, muy raros. Mucho más
incomprensibles aún resultan los suicidios que ya tenemos normalizados: aquel
que ingiere veneno, se pega un tiro, se arroja de un puente o se ahorca. ¿Qué
lo llevó a esa determinación? ¿Por qué cometió esa “locura”?
Buscar causas en la
cotidianeidad del suicida no explica nada; siempre puede haber un presunto motivo
dado, por supuesto, por los sobrevivientes, un hecho disparador o
desencadenante: una pérdida significativa, la muerte de un ser querido, un
desengaño amoroso, una crisis financiera, la pérdida de un trabajo, un fracaso
en los estudios. Todo ello, sin embargo, no pasa de la simple y superficial
excusa. Incluso en los pueblos originarios recién citados, esas agresiones
culturales sufridas por los más jóvenes no hacen que toda esa masa de población
se suicide. ¿Qué mecanismo psicológico tiene que darse para que alguien tome
esa decisión fatal? ¿Qué desencadenante hay en las personas que no aparentaban
poder suicidarse, que no han pasado por pérdidas enormes y, sin embargo, se
auto aniquilan?
Todo el mundo, en mayor o
menor medida, sufre (sufrimos) de alguna de esas pérdidas. Pero, al menos en
general, no nos suicidamos como consecuencia de ellas. Soportamos la pérdida,
para lo que hacemos el correspondiente duelo, dependiendo ello del valor del
objeto perdido. No es lo mismo la muerte de un familiar cercano, un hijo o la
pareja que la de una mascota; no es lo mismo sufrir el robo de un teléfono
celular que perder una fortuna en la bolsa de valores, o todos los ahorros de
mi vida víctima de una estafa, quedarse calvo (“discapacidad capilar”, ironizó
alguien) que sufrir la amputación de un miembro. Como sea, el proceso de duelo
-con todos sus correspondiente rituales- nos permite despedirnos de lo que ya
no está, nos permite aprender a soportar esa ausencia y poder seguir con la
vida cotidiana sin un dolor que nos embarga, que nos paraliza. Para eso
duelamos.
En la persona suicida, sin
embargo, nos encontramos con un dolor psíquico que la tortura, la martiriza a
cada instante, creándole un dolor que no puede soportar. De ahí que hoy, a
quien se suicida, se lo puede considerar como portador de una psicopatología.
Preguntarse ¿por qué lo hizo?, buscándole incluso esas supuestas causas, esos
desencadenantes, no pasa de una visión superficial del asunto. Descriptiva, si
se quiere. De hecho, eso es lo que ha hecho la mirada médica a través del
tiempo, desde la “bilis negra” hipocrática hasta los refinados (¿o muy
comerciales?) manuales de psiquiatría y psicopatología actuales. Pero faltó
siempre una teoría que dé cuenta de la profundidad de esa conducta, más allá de
la descripción observable. O, si se quiere, de ese síntoma tan peculiar
-tremendo, que deja estupefactos- consistente en quitarse la propia vida, ya no
como parte de un ritual honroso.
¿Por qué alguien se mata a
sí mismo? Muchos autores a lo largo de la historia se hicieron esa pregunta,
aportando diversos intentos de explicación. Lo cierto es que ninguno de ellos
logra entender el mecanismo íntimo del suicidio y, por tanto, prevenirlo. ¿Por
qué? Porque faltaba una dimensión fundamental para aprehender el comportamiento
humano: la dimensión de lo inconsciente. Si ubicamos el suicidio en el campo de
la psicopatología, tal como hoy lo hacemos, estamos ante un verdadero enigma:
es una “enfermedad” que, cuando se declara, distinto a todas las otras, ya es
demasiado tarde, porque el sujeto portador ya está muerto. Lo cual lleva a la
pregunta de fondo que nos inquieta como trabajadores de la salud: ¿se puede
prevenir?
La explicación propuesta
por Freud, continuada y ampliada posteriormente por otros psicoanalistas, hace
uso de ese concepto toral en el edificio conceptual psicoanalítico, tal como es
el “inconsciente”. Sin él, no podría captarse nunca la dimensión de esa cosa
tan rara, tan enigmática e incomprensible; en otros términos, tan “loco” como
es el suicidio (igual que tan “loco”, enigmático, incomprensible, es cualquier
síntoma psicológico, que no se puede codificar desde la biomedicina, como son
la angustia, las inhibiciones, los delirios o las alucinaciones). El
psicoanalista francés Jacques Lacan fue quien dijo que “No es loco el que
quiere, sino el que puede”. Eso quita definitivamente todas esas conductas
“raras”, oscuras y misteriosas, como la auto-aniquilación, del campo de las
decisiones voluntarias, de la conciencia.
Es común, en la
cotidianeidad, ver el suicidio como un acto hasta incluso valiente. “Hay que
tener valor para hacerlo”, suele decirse, considerando solo el suceso violento,
el descarnado hecho brutal que destruye un cuerpo. Anida allí la ilusión de la
racionalidad, de la voluntad consciente como centro de nuestra vida anímica. En
realidad, el suicidio responde a complejas estructuras psicopatológicas, que
pueden ser leídas en clave de vida psíquica inconsciente. Todos atravesamos
circunstancias duras, sufrimos pérdidas y nos vemos sometidos a fuerzas que nos
sobredeterminan, nos abruman a veces; la vida no es, precisamente, un lecho de
rosas, pero muy pocos se suicidan. ¿Por qué alguien no puede soportar la vida y
huye de la misma de este modo trágico? ¿Qué pasa ahí con la compulsión a vivir,
con ese “instinto de conservación” que nos debería impulsar a seguir afrontando
las adversidades? Algo falla entonces.
La melancolía (el exceso de
“bilis negra”, según la tradición griega), si la consideramos una entidad
nosopatológica, dimensión desde la cual poder abordar el suicidio, fue tenida
como tal a partir de fines del siglo XIX, de la mano del psiquiatra Emil
Kraepelin en su descripción de los cuadros psicopatológicos, quien la colocó en
el campo la locura maníaco-depresiva (con episodios alternados de furor maníaco
y depresión, siendo estos últimos en los que se puede producir el suicidio),
diferenciándola de la dementia praecox (lo que luego sería, con la descripción
de Eugen Bleuler, la esquizofrenia, consistente en un profundo deterioro crónico
de la vida psíquica). Descripciones que, en términos generales, se han
mantenido hasta la fecha.
Sigmund Freud entendió la
melancolía como una entidad compleja; no es el duelo normal que sufrimos ante
una pérdida, sino que representa un dolor infinito, constante, con profundos
sentimientos de culpa y autorreproches, todo lo cual nos puede llevar,
precisamente, a eliminarnos. En su mapa diagnóstico la colocó como algo
intermedio entre las neurosis y las psicosis, llamándola finalmente “neurosis
narcisista”. Hoy, en los manuales al uso en el campo de la psicopatología (el
DSM-5 y CIE-11) el término “melancolía” no aparece como un diagnóstico
independiente, sino que hace parte del Trastorno Depresivo Mayor, descrito por
el manual estadounidense presentando esta sintomatología: “Estado de ánimo
deprimido; pérdida de interés o placer; pérdida o aumento de peso; problemas de
sueño, fatiga o pérdida de energía; sentimientos de inutilidad o culpa;
dificultad para pensar o concentrarse; y pensamientos de muerte o suicidio
(pensamientos recurrentes sobre la muerte, ideación suicida recurrente sin un
plan específico, o un intento de suicidio)”.
La cuestión, más allá de
esquemas clasificatorios, radica en qué mecanismo íntimo obra ahí que lleva a
alguien a ese final trágico: los hombres de manera más cruenta (ahorcamiento,
armas de fuego, arrojándose al vacío), las mujeres con métodos más suaves, si
así puede decírsele (uso de distintas sustancias). Pero ¿por qué? En el duelo
normal se pierde un objeto externo; en la melancolía también hay una pérdida,
pero no se trata de un objeto de la realidad (un ser querido) sino que estamos
ante un mecanismo inconsciente: no se sabe exactamente qué se perdió. La
experiencia clínica indica que se hizo una identificación con ese objeto de
amor perdido, por lo que toma sentido la frase tan repetida de Freud de “La
sombra del objeto ha caído sobre el yo, quien, en lo sucesivo, podrá ser
juzgado por una instancia particular [la conciencia moral, el superyo] como un
objeto, como el objeto abandonado”. En otros términos, el objeto del castigo y
de los autorreproches (“no valgo”, “soy despreciable”, “no tengo derecho a
vivir”), es el propio yo, que viene a representar a ese objeto perdido. Al
retirarse la libido (la energía psicosexual, dirá Freud) del objeto exterior,
del mundo, se dirige hacia el propio yo, evitando así la hostilidad hacia el
otro, hacia ese objeto que el sujeto siente como que lo ha abandonado. Por
tanto, encontramos ahí ambivalencia en el vínculo con el propio yo: amor y la
necesidad de sobrevivir junto al odio que está en la base de los lastimeros
autorreproches y en la búsqueda de castigo. Tan grande es ese castigo, que
termina eliminándose a sí mismo. En otras palabras, según la perspectiva
psicoanalítica, el suicidio representaría una forma inconsciente de matar al
otro, amado y al mismo tiempo odiado. No hay allí, definitivamente, ningún
mecanismo consciente, ninguna elección voluntaria. Quien se suicida es víctima
de una historia subjetiva que lo destroza, y que lo lleva finalmente a
destrozar su cuerpo. “El mecanismo psíquico del suicidio consiste en que el
sujeto ha vuelto sobre sí mismo el impulso de matar a otro, contra el que está
prohibido la agresión. Matar a los padres o a la persona amada sería el modelo
de esa circunstancia. Al ser inconfesable el odio al objeto amado, la pulsión
de muerte se vuelca sobre el sujeto, como autorreproche, autodesvalorizaión y
autodestrucción”, sintetizará el creador del psicoanálisis. Por tanto, la
descripción sintomatológica no termina de dar cuenta de la complejidad del
fenómeno.
Ahora bien: sabido todo
eso, como psicoterapeutas, o incluso como trabajadores del ámbito de la salud,
aunque no nos dediquemos específicamente al campo de la salud mental, ¿qué
podemos hacer ante el suicidio?
Prevención
del suicidio
¿Es realmente posible
prevenirlo? Se lo presenta como un problema de salud pública. En realidad, y en
un cierto sentido, claro que lo es. Su ocurrencia produce más muertes que la
infección de VIH-SIDA, o que la malaria. Sin dudas, es un problema que preocupa
a epidemiólogos y autoridades sanitarias. Para estas afecciones, como en
general para todas, hay caminos preventivos: cuidados varios, vacunación,
detección precoz, condiciones satisfactorias de vida, educación sanitaria. Lo
que llamamos atención primaria. Pero para el suicidio ¿qué hacer?
Habíamos dicho
anteriormente que algo que enmarca toda la experiencia humana es la percepción
-y consecuente aborrecimiento- de los límites, en tanto nos evidencian nuestra
finitud. Nos pintamos las canas para parecer más jóvenes (la muerte espanta,
patencia del límite total, infranqueable), y tapamos siempre, en toda
organización cultural, los órganos genitales externos, desde la más refinada
vestimenta hasta un taparrabos (ver la diferencia anatómica de varón y mujer
remite a la incompletud: horripilante). Que haya un psiquismo inconsciente nos
recuerda esa falta de modo crudo. El suicidio habla patéticamente de eso.
Repitamos y tengamos muy en cuenta lo dicho por Lacan: “No es loco el que
quiere, sino el que puede”. No elegimos nuestros síntomas mentales; ellos nos
eligen. Una persona melancólica tiene siempre un alto riesgo de suicidarse.
¿Qué hacer entonces?
Recomendar a quien tiene
ideaciones suicidas que no lo haga, más allá de la buena intención, puede
resultar ocioso, no pasando del sermón moralista. A un/a paciente
melancólico/a, al menos según los manuales, se le recomienda: 1) psicoterapia,
2) psicofarmacología antidepresiva o 3) terapia electroconvulsiva
(electrochoques). ¿Cuál de estos caminos será el más efectivo?, no se puede
saber a priori. Por supuesto que el electrochoque (el Cerletti-Bini, por el
nombre de sus inventores), que en muchos lugares se sigue utilizando, aunque
constituye un verdadero atentado a la salud, debería ser erradicado
completamente (solo mata neuronas). Si bien puede hacer salir de un estado
depresivo profundo, no está demostrado que evite un suicidio. Está más que
probado que hablar, contar su propia vida, permitirse explayar sobre sus cuitas
más profundas, o en algunos casos la medicación antidepresiva, o la combinación
de ambas cosas, puede tener un efecto benéfico, y alguien sale así de la
depresión severa, no suicidándose. Pero eso no garantiza que un potencial
suicida no pase al acto. De hecho sabemos que no todos los melancólicos llegan
a consulta (¿podríamos atrevernos a decir que los menos?). Lo importante es que
dé ese paso y llegue. Eso, probablemente, lo podrá alejar de esa fatal
decisión. Pero ¿qué hacer si no llega?
Teniendo el resguardo de
una atención especializada, al igual que otros factores protectores (como una
determinada red de apoyo familiar, la pertenencia a algún grupo que pueda
contenerle, alguna práctica religiosa, el tener hijos o, como nos enseña el
estudio de los pueblos originarios: un tejido socio-cultural que arrope y dé
identidad), con todo ello sabemos que se disminuyen las posibilidades de un
paso a la acción suicida. Pero no las garantizan. Sabido es el caso de personas
que, mostrando una cara alegre en medio de una fiesta, se retiran un momento al
baño y ahí se suicidan (no un intento, sino que un suicidio consumado, dejando
boquiabiertos a todos). Por eso ese carácter de sorprendente, que nos deja
atónitos, sin palabras: la sorpresa de lo inesperado.
Es nuestra responsabilidad
como trabajadores del campo de la salud proteger la vida y/o la calidad de la
misma de la población. O, al menos, la de cada consultante que recibimos. De
todos modos, en el caso del suicidio eso abre una pregunta bastante
angustiante, muchas veces sin respuesta: ¿hasta dónde podemos evitarlo?
Esto, definitivamente, no
es un llamado al desdén, a despreocuparnos de un tema tan terrible como este.
Sabemos que hablar con alguien en situación crítica, o mejor aún: escucharle,
dejar que hable, puede ser de inestimable ayuda. Escucharle sin juzgar, sin
sermonear, acompañando en ese momento terrible previo a tomar la decisión de
pasar al acto final: eso puede salvar vidas. De ahí la importancia enorme de
contar con equipos especializados en la atención en crisis, líneas telefónicas
de emergencia, dispositivos bien montados al respecto con personal debidamente
capacitado. Eso debería ser parte de una adecuada planificación de salud
pública que, en el campo de la siempre problemática salud mental, sabemos que
muchas veces falta.
Ahora bien, y sin ser
agoreros: es sabido que la melancolía, sin negar todo lo anterior y haciendo un
fuerte llamado a las autoridades sanitarias para que consideren muy seriamente
estos mecanismos de prevención en crisis, nos muestra ese límite infranqueable.
Una persona melancólica es posible que se suicide. Pelear contra esa fuerza
titánica que lo impulsa a aniquilar su fantasma inconsciente, es una batalla
desigual. Podemos tener éxito, a veces. Pero hay que estar preparados para
saber que quizá eso no suceda. La experiencia muestra que quienes llegan a
estos servicios de urgencia buscando ese consuelo que les libre de una posible
muerte, en general no estaban tan decididos a actuar (o su psicopatología no
los iba a llevar a eso; había más duda y angustia que decisión de hacerlo). O
quizá sí les salve, por eso hablar y ser escuchados les puede haber sido muy
beneficioso. Recordemos que la melancolía es silenciosa; cuando habla, ya es
demasiado tarde.
La prevención del suicidio
implica trabajar muy fuertemente para buscar poner en tela de juicio y cuestionar
el estigma que sigue pesando en relación a la salud mental, logrando que la
población le pierda el miedo a hablar de sus problemas. Prevenir la melancolía
es absolutamente imposible, así como lo es “prohibir” el inconsciente, evitar
los síntomas psicológicos, la angustia, un tic, la frigidez de una mujer o la
eyaculación precoz de un varón. Lo que podemos y debemos hacer es propiciar que
el sufrimiento anímico no quede silenciado, condenado y estigmatizado, señalado
negativamente como carga casi pecaminosa, vergonzante. Por eso la única
política pública real en salud mental es prevenir que nos callemos la boca.
Poner alambradas, vidrios irrompibles o cualquier artefacto que evite saltar de
las alturas a un potencial suicida no es sino hacerle un poquito más complicado
elegir su final, pero eso no es prevención; probablemente elegirá luego otro
método. Sobran ejemplos al respecto. Piénsese en la ridiculez absurda vista en
algún país del Sur global (no importa cuál) donde, en un puente del que solían
arrojarse habitualmente suicidas, se colocó a soldados armados con fusiles para
¿prevenir? suicidios. No quedó claro si eso era un chiste morboso o una
disparatada locura neonazi: al que intentara suicidarse ¿se le pegaba un tiro
para que no lo hiciera? Parece que si no tomamos en serio la idea de
inconsciente -y, en general, no se la toma- seguimos en el oscurantismo.
Como se dijo más arriba:
todo esto no es un llamado a bajar los brazos en estos temas; es intentar
entender por dónde se debe dar la lucha en el campo sanitario. La lucha es
compleja en este ámbito de la salud mental, quizá con relativa poca luz al
final del túnel si tomamos la prevención como la simple evitación del síntoma,
pero -y ojalá esto nos siga motivando- recordemos que no hay peor lucha que la
que no se hace.
Bibliografía
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de Psiquiatría. (2014). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales. Buenos Aires: Editorial Médica Panamericana.
Freud, S. (1990). Duelo y Melancolía. En: Obras completas. Volumen XIV. Buenos
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_____ (1991). Psicología de las masas y análisis del yo. En: Obras completas.
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prevención e intervención. Oaxaca de Juárez: Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social -CIESAS-.
Yaría, J.M. (1982). Abordaje psicoterapéutico de las psicosis. Buenos Aires:
Paidós.
Marcelo
Colussi
miércoles, 17 de septiembre de 2025
Descubren las momias más antiguas conocidas por la ciencia
Descubren las momias más
antiguas conocidas por la ciencia
DIARIO OCTUBRE / septiembre 17, 2025
La técnica empleada por las culturas asiáticas hace entre 12.000 y 4.000 años suponía un largo proceso de doblar los cadáveres, atarlos y dejarlos disecarse al humo durante largos períodos de tiempo.
Mujer de mediana edad del sur de China que fue momificada con humo antes
del entierro. | Hung et al. / PNAS
La momificación
de los muertos es un rito funerario que se ha efectuado durante miles de años
en muchos lugares del mundo antes de que lo empezaran a practicar los egipcios.
Un equipo de
científicos australianos descubrió que los habitantes del sudeste asiático ya
momificaban a sus muertos colgándolos sobre un fuego humeante, según un
comunicado de la Universidad Nacional Australiana.
La técnica empleada por las culturas asiáticas más antiguas difiere bastante de las prácticas de momificación más conocidas. Según el equipo de investigación, dirigido por el arqueólogo Hsiao-chun Hung, los cadáveres de 54 entierros preneolíticos, hallados en 11 yacimientos arqueológicos del sur de China y el sudeste asiático, fueron ahumados lentamente sobre una hoguera durante largos periodos.
Entierros humanos del Holoceno temprano y medio del sur de China. | Hung et
al. / PNAS
Según los
investigadores, hace entre 12.000 y 4.000 años, las antiguas comunidades de
cazadores-recolectores de China y el sudeste asiático honraban a los muertos
doblando y atando el cuerpo y colgándolo sobre un fuego humeante durante un
largo período de tiempo.
Los beneficios
del ahumado
El humo
resecaba los cadáveres y ralentizaba la descomposición, manteniendo los cuerpos
prácticamente intactos.
Un coautor del estudio, Peter Bellwood, dijo que esta momificación del «secado al humo» permitía mantener a los muertos a la vista durante años en lugares protegidos como viviendas, cuevas o refugios rocosos.
Un hombre momificado por el humo que murió en la mediana edad, hace unos
9.000 años. | Hung et al. / PNAS
La relación
entre poblaciones asiáticas con las de Nueva Guinea y Australia
Los entierros
del sudeste asiático resaltan la afinidad de creencias culturales y prácticas
mortuorias que persistieron durante más de 10.000 años entre las comunidades de
cazadores-recolectores que estaban relacionadas a través de sus atributos
craneofaciales y genómicos con las poblaciones indígenas de las tierras altas
de Nueva Guinea y Australia, señala el estudio publicado en PNAS.
Según
Hsiao-chun Hung, en la década de 1960, se registraron métodos similares de
momificación de «secado al humo» entre las comunidades indígenas de Australia y
Nueva Guinea en el momento del contacto con etnógrafos europeos.
Fuente: actualidad.rt.com
Felipe VI se une al sionismo y responsabiliza a Hamás del genocidio palestino
Felipe
VI se une al sionismo y responsabiliza a Hamás del genocidio palestino
De visita en Egipto con empresarios afines.
Insurgente.org / 17.09.2025
El Borbón, el jamás elegido Felipe VI ha defendido la convivencia pacífica y la reconciliación en Oriente Próximo hablando de zonas comunes como que no deberían ser una «utopía» sino algo realizable pese al «brutal ataque» de Hamás contra Israel y la «total devastación de Gaza» que ha provocado la respuesta israelí. Ni más ni menos. y olvidando la ocupación de Ia entidad sionista desde 1948. «Nuestros países caminan juntos en la búsqueda de esa paz duradera y valiente», dijo en su visita a Egipto pese a que el gobierno egipcio se ha mostrado cómplice con el sionismo en este genocidio.
Los millonarios y Palestina
A las élites occidentales no les importa lo que uno piense o
diga, siempre y cuando no se dé cuenta de que son ellas las que se están
enriqueciendo con un genocidio, despojando de activos a las economías
occidentales y destrozando nuestro planeta.
Los millonarios y Palestina
El Viejo Topo
17 septiembre, 2025
LA CLASE
MULTIMILLONARIA QUIERE QUE USTED PIENSE QUE ISRAEL CONTROLA OCCIDENTE
Inevitablemente,
cuanto más extremas son las acciones de Occidente —por ejemplo, al ayudar
activamente al genocidio de Israel en Gaza—,más extremas son las suposiciones
sobre las causas de ese comportamiento.
Como resultado,
algunos están cayendo en una trampa fácil que les han tendido las instituciones
occidentales. Asumen que el pequeño Israel controla Occidente y su política
exterior, y luego dedican sus energías a defender este marco analítico.
En cierto
sentido, el debate sobre si Israel controla a Occidente u Occidente controla a
Israel no se puede ganar solo con hechos. Es demasiado fácil seleccionar los
hechos que se ajustan a su punto de vista. Tiene más sentido tratar de
comprender el contexto en el que se desarrolla este debate y abordar la
pregunta «¿A quién beneficia?», o «¿Quién se beneficia en última instancia?».
Esta semana he
publicado un largo ensayo, que puede leer aquí,
en el que defiendo que Occidente utiliza a Israel para dar un barniz moral a sus
propios objetivos coloniales en el rico en petróleo Oriente Medio, objetivos
que Occidente lleva persiguiendo desde hace más de un siglo, cuando Gran
Bretaña prometió implantar una entidad explícitamente «colonial», que configuró
como un «Estado judío», en la garganta del mundo árabe.
Para que quede
claro, la tesis de que Occidente controla a Israel, y no al revés, no excluye
el hecho obvio de que Israel promueve sus propios objetivos particulares e
interfiere en la política interna occidental para promoverlos. Puede hacerlo
siempre y cuando esos objetivos no entren en conflicto significativo con la
agenda imperial más amplia de Occidente de «dominación militar global en todo
el espectro» y control de los recursos.
Pueden creer
que Israel es un Estado totalmente dependiente de Occidente sin tener que
descartar el hecho de que existe un poderoso lobby israelí que busca ampliar su
margen de maniobra dentro de los objetivos generales de la política exterior
occidental, o el hecho de que algunos líderes israelíes, como Benjamin
Netanyahu, son más difíciles de manejar para las élites de Washington que
otros.
También se
puede conciliar con el hecho de que Israel, en la medida en que sus objetivos
coinciden aproximadamente con la agenda de política exterior de una burocracia
invisible y permanente en Washington, puede burlar a un presidente
estadounidense que intente controlarlo como parte de su propia mitificación,
como intentó y fracasó notablemente Barack Obama.
PASIVIDAD
POLÍTICA
Esta política
superficial es lo que se nos anima a considerar «política real». No lo es. Las
elecciones, como se suele decir, no estarían permitidas si supusieran una
diferencia real. La llamada derecha y la izquierda en los sistemas políticos
occidentales comparten los mismos supuestos básicos sobre política exterior: el
control occidental continuo de los recursos globales.
Cuestionar el
propósito de la OTAN y el neocolonialismo que encarna es en sí mismo suficiente
para que le designen enemigo público número uno, como pronto descubrió el
exlíder laborista británico Jeremy Corbyn. Lo mismo le ocurrirá al nuevo líder
del Partido Verde del Reino Unido, Zack Polanski, si empieza a hacer avances
electorales significativos.
Los partidos
políticos mayoritarios tienen libertad para discutir sobre los detalles de la
política nacional. Eso es en lo que se nos anima a centrarnos. Si debemos
apoyar una austeridad extrema que beneficia a las élites ricas, o una
austeridad ligeramente menos extrema que también beneficia a las élites ricas,
pero en menor medida. Si apoyan un Brexit que beneficia a un grupo de oligarcas
o una permanencia que beneficia a otro grupo de oligarcas.
En términos más
generales, las élites occidentales —la clase multimillonaria— se protegen a sí
mismas y a las estructuras de poder que han creado para mantener su riqueza
fabricando, principalmente a través de los medios de comunicación
tradicionales, profundos conceptos erróneos sobre la naturaleza de nuestros
sistemas políticos. Quieren que busquen en los lugares equivocados.
Para muchos —la
mayoría—, el error es pensar que ustedes, el pueblo, controlan el sistema
político, pero que los políticos corruptos les han fallado.
Para otros, es
imaginar que los poderosos grupos de presión —como el de Israel— distorsionan y
envenenan lo que, de otro modo, serían estructuras políticas mucho más
receptivas y benignas.
Ambos conducen
a la pasividad política al diagnosticar erróneamente la realidad. Ambos asumen
que nuestra política puede arreglarse abordando cuestiones superficiales.
En el primer
caso, la respuesta es elegir a un Donald Trump en Estados Unidos o a un Nigel
Farage en el Reino Unido, que afirman —en contradicción directa con su propia
historia dentro de las élites occidentales— ser outsiders que defienden a la
gente corriente. Como era de esperar, quieren que culpen a los «inmigrantes
ilegales», a los «aprovechados de las prestaciones sociales» y a la «izquierda
traidora», en lugar de enfrentarse a la clase multimillonaria a la que
realmente representan.
En el segundo
caso, la respuesta es erradicar a un agente extranjero —el lobby israelí— que
se ha infiltrado y contaminado el sistema político, y así restaurar la salud de
ese sistema.
Ambas
persecuciones inútiles de un cambio político ilusorio simplemente ganan tiempo
para que la clase multimillonaria y sus desacreditadas estructuras de poder,
que están llevando a nuestra especie y a otras al borde de la extinción, sigan
con sus negocios como de costumbre.
DOBLE BENEFICIO
La suposición
de que «Israel controla Occidente» es un doble beneficio para la clase
multimillonaria y un sabotaje total para quienes desean un cambio político real.
En primer
lugar, desvía nuestra atención de dónde reside el poder real y a quién sirve:
la clase multimillonaria y sus seguidores.
En segundo
lugar, la clase multimillonaria, al afirmar falsamente que el Estado genocida
de Israel representa a los judíos, puede entonces denunciar fácilmente la
afirmación de que Israel controla Occidente como una nueva forma de
«antisemitismo». Los Estados occidentales, que supuestamente libran una batalla
contra este «nuevo antisemitismo», pueden entonces justificar la acumulación de
poderes más fuertes para aplastar la libertad de expresión y ampliar las leyes
antiterroristas.
Un marco
analítico adecuado, mucho más útil si queremos cambiar nuestra terrible
realidad actual, nos lleva en una dirección completamente diferente.
Entiende que
hay una razón mucho más plausible por la que Occidente ha proporcionado las
bombas para destruir Gaza, ha socavado el papel de las agencias de ayuda de la
ONU para ayudar a Israel a matar de hambre a un millón de niños y ha realizado
vuelos de espionaje sobre Gaza para recopilar información que ayude a Israel a
atacar a periodistas y matar a trabajadores humanitarios.
Un marco
analítico adecuado puede explicar por qué Trump y los líderes europeos desean
fingir indignación por el ataque de Israel a un aliado, Qatar, aunque está
claro que Estados Unidos dio luz verde a Israel para el ataque: un intento de
asesinato de los negociadores de Hamás que estaban a punto de firmar un acuerdo
de alto el fuego para traer de vuelta a los cautivos israelíes que, según nos
dicen, preocupan tanto a Israel y a Occidente que han tenido que asesinar y
mutilar a cientos de miles de palestinos para lograr el regreso de estos
cautivos.
La verdad es
que vivimos en una burbuja de fantasía política. Los medios de comunicación y
Hollywood, los brazos de relaciones públicas de la clase multimillonaria, crean
narrativas de cuento de hadas diseñadas para mantenernos ignorantes, divididos
y peleándonos. No les importa lo que piensen o digan, siempre y cuando no se
den cuenta de que la clase multimillonaria está ganando dinero con un
genocidio, despojando de activos a las economías occidentales y destrozando
nuestro planeta.
La enormidad de
todo esto es demasiado grave, demasiado aterradora para que la mayoría de
nosotros podamos afrontarla. Pero debemos afrontarla si queremos tener alguna
esperanza de cambiar nuestro mundo para mejor.
Fuente: Jonathan Cook
Artículo
seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de
Salvador López Arnal.
martes, 16 de septiembre de 2025
Baja el dólar, sube el oro
La desdolarización
no es todavía un hecho, pero sí una tendencia. En contraposición, sube el
precio del oro. Si sigue subiendo, las viejas cadenitas de la abuelita podrán
ayudar a salir del paso a más de una familia.
Baja el dólar, sube el oro
El Viejo Topo
16 septiembre, 2025
LA TENDENCIA
BAJISTA DEL DÓLAR Y EL ALZA DEL ORO
Los
acontecimientos recientes han confirmado el declive del dólar como moneda de
reserva y comercio global, fenómeno también conocido como «desdolarización».
Este proceso es tanto causa como efecto del debilitamiento de la hegemonía
estadounidense, ante el surgimiento de un contrafrente al imperialismo
occidental representado por los países del llamado Sur Global, empezando por
China e India, que han unido fuerzas en organizaciones como los BRICS y la OCS
(Organización de Cooperación de Shanghái).
Si bien el
dominio del dólar aún no ha terminado y actualmente no existe ninguna moneda, y
mucho menos una moneda única, de los BRICS, que pueda reemplazar al dólar como
moneda mundial, el debilitamiento del dólar se demuestra por la prevalencia del
oro sobre los bonos del Tesoro estadounidense en las reservas de los bancos
centrales y por la decisión de Zimbabwe, pero también de otros gobiernos
africanos, de emanciparse del dominio del dólar.
Desde mediados
de la década de 1980, el oro había ido disminuyendo en la composición de las
reservas de los bancos centrales, mientras que, a la inversa, el peso de los
bonos del Tesoro aumentaba, hasta que en 1996 estos últimos superaron a los
primeros. En agosto de 2025, después de veintinueve años, el oro volvió a
superar a los bonos del Tesoro, con el 27% de las reservas frente al 23% [i] .
¿Cuáles son las
razones por las que el oro ha superado a los bonos del Tesoro? Para los bancos
centrales, los bonos del Tesoro ya no son valores libres de riesgo en los que
valga la pena invertir.
Por un lado, la
deuda pública estadounidense ha crecido significativamente, alcanzando los 35
billones de dólares, y existe el riesgo de un impago técnico debido a la
existencia de un límite legal de deuda, que impide al Tesoro estadounidense
emitir más títulos de deuda para financiarse sin el consentimiento del
Congreso. Además, las políticas económicas de Trump, basadas en aranceles,
fuertes recortes de impuestos y un mayor gasto público, están debilitando la
posición del dólar y los bonos del Tesoro como activos refugio. Por otro lado,
el riesgo geopolítico pesa considerablemente: tras el estallido de la guerra en
Ucrania, EE. UU. y la UE congelaron las reservas de dólares y bonos del Tesoro
ruso, por valor de 300 000 millones de euros, y transfirieron parte de los
intereses devengados entretanto a Ucrania [ii] .
Esto ha significado para muchos países no occidentales que las reservas en
dólares no son intocables.
Como resultado,
los bancos centrales de muchos mercados emergentes han recurrido a la compra de
oro como alternativa, al tiempo que se deshacen de sus bonos del Tesoro. El
oro, a diferencia de los bonos del Tesoro, no puede ser congelado por ningún
gobierno. Por lo tanto, las compras en los mercados emergentes han superado las
1000 toneladas anuales durante los últimos tres años. China, por ejemplo, se ha
deshecho de muchos bonos del Tesoro y ha realizado compras masivas de oro. Hoy,
con 2.302 toneladas de oro, ha ascendido varios puestos en el ranking de países
con mayores reservas de oro, ocupando el séptimo lugar. Rusia se ha deshecho
completamente de sus bonos del Tesoro y posee 2.329 toneladas de lingotes de
oro. Además, el oro también es un refugio seguro ideal en tiempos de alta
inflación, que erosiona los rendimientos de los bonos gubernamentales. Por
todas estas razones, el oro ha superado progresivamente nuevos récords en 2025,
alcanzando recientemente un precio de más de 3.600 dólares la onza.
En cambio, con
respecto a la relación entre el dólar y África, debe recordarse que, según el
Instituto de Política Económica de Camerún, casi la mitad del comercio interno
de África se realiza en dólares (según otras fuentes es el 70%), el 45% de los
pagos transfronterizos pasan por el sistema interbancario Swift, controlado por
los EE. UU., y el 60% de la deuda pública está denominada en dólares. Esta
dependencia del dólar determina la fragilidad de las economías africanas en
relación con la política monetaria estadounidense y el valor del dólar, así
como las ineficiencias típicas de un mercado interno dominado por una moneda
extranjera, que determinan 5 mil millones en costos por año en la conversión
desde monedas fuertes [iii] .
Además, según muchos africanos, la liquidación del comercio en dólares es
inadecuada, también porque el comercio de África con los EE. UU. es de solo 70
mil millones por año, en comparación con 400 mil millones con India y China y
355 mil millones con la UE [iv] .
Por todas estas
razones, el banco central de Zimbabue ha declarado que se desvinculará del
dólar para 2030. Sin embargo, en general, existe un creciente debate y acción
entre los gobiernos africanos para liberarse del dominio del dólar y buscar
alternativas. Entre otras cosas, además del dominio estadounidense, también es
destacable el deseo de los países de África Occidental de liberarse del dominio
de Francia, la antigua potencia colonial. Esto se expresa mediante la adopción
del franco CFA, vinculado al euro. De hecho, una nueva moneda, el Eco, entrará
en vigor en África Occidental en 2027.
Una posible
solución a los problemas asociados con el uso del dólar es que los países
africanos se acerquen a China y a los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China
y Sudáfrica). En concreto, los países africanos podrían recurrir a los
bonos panda (bonos del gobierno chino) y convertir parte de su deuda a
la moneda china, el yuan renminbi. Queda por ver qué ocurrirá con el Sistema
Panafricano de Pagos y Liquidaciones (PAPSS), la infraestructura digital creada
en 2022 para facilitar los pagos en moneda local entre los 50 países africanos,
cuyas economías están cada vez más integradas.
A todo esto se
suma el hecho de que, desde la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia,
el uso de monedas distintas del dólar (yuan, rupia, rublo y real) se ha
generalizado en las transacciones, especialmente en materias primas
energéticas, entre Rusia, China, India y Brasil. Repetimos, lo dicho aquí no
significa que estemos presenciando el fin del papel global del dólar, sino más
bien la reducción de su monopolio, lo que va de la mano con el uso cada vez más
extendido de otras monedas para las transacciones comerciales y del oro como reserva
del banco central.
Hoy en día, la
desdolarización no es un hecho, sino una tendencia. Sin embargo, es una
tendencia importante que demuestra cómo el cambio en el equilibrio de poder
entre Occidente y los BRICS se está produciendo no solo en términos de PIB y
producción industrial, sino también en términos monetarios. La realidad que se
despliega ante nuestros ojos, también debido a las políticas arancelarias
introducidas por Trump, se desarrolla de forma contradictoria y nos exige
evaluar cuidadosamente todas las tendencias emergentes.
Notas
[i] Sissi
Bellomo, “El oro supera al Tesoro: pesa más en las reservas de los bancos
centrales”, il Sole24ore , 3 de septiembre de 2025.
[ii] A.
Conner y David Wessel, “¿Cuál es el estado de los activos soberanos congelados
de Rusia?”, Brookings , 27 de junio de 2025. https://www.brookings.edu/articles/what-is-the-status-of-russias-frozen-sovereign-assets/?utm_source=chatgpt.com
[iii] “África
pierde 5.000 millones de dólares anuales debido al comercio de divisas”, KSBC
Journal , 17 de marzo de 2025. https://ksbcjournal.com/2025/03/28/new-pension-remittance-platform-pencom-sets-june-1-deadline-for-full-compliance/
[iv] Alberto
Magnani, “África: adiós al dólar estadounidense entre los shocks de Trump, los
tipos de interés y la integración financiera”, il Sole24ore ,
4 de septiembre de 2025
Fuente: laboratorio
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