Las provocaciones del Gobierno de Trump revitalizan a la
izquierda latinoamericana
Por
América Latina y Caribe, EE.UU.
15/11/2025
Fuentes: Jacobin - Rebelión
Cuando Trump asumió la
presidencia en 2025, los gobiernos de la «Marea rosada» en América Latina
estaban perdiendo terreno. La popularidad del presidente brasileño Luiz Inácio
Lula da Silva había caído al nivel más bajo de sus tres mandatos, mientras que
la del colombiano Gustavo Petro se situaba en apenas un 34 por ciento. Además,
tras los controvertidos resultados de las elecciones presidenciales de julio de
2024 en Venezuela, Nicolás Maduro quedó aislado en la región.
Ahora, menos de un año
después, el panorama político ha cambiado. Las mamarrachadas de Trump —como
rebautizar el Golfo de México, usar los aranceles como arma política y ordenar
acciones militares en el Caribe y el Pacífico— han dado nuevo impulso a los
gobiernos de la «Marea rosada» y a la izquierda en general. América Latina ha
respondido a su invocación de la Doctrina Monroe con una oleada de sentimiento
nacionalista, manifestaciones multitudinarias y denuncias de líderes políticos
de casi todo el espectro, incluidas algunas del centro-derecha.
Mientras Estados Unidos
aparece como una potencia hegemónica en declive y poco confiable, China se
proyecta como defensora de la soberanía nacional y como una voz de la razón en
materia de comercio e inversión internacional. Cuando Trump impuso en julio un
arancel del 50 por ciento a la mayoría de las importaciones brasileñas, los
chinos intervinieron para ayudar a llenar el vacío en las vitales exportaciones
de soya del país.
Lula
contra Trump
En julio, Lula respondió
desafiante al intento de Trump de presionar a Brasil mediante aranceles
punitivos destinados a lograr la liberación de su aliado Jair Bolsonaro,
encarcelado por su implicación en complots golpistas y de asesinato. A
diferencia de otros jefes de Estado, Lula se negó a comunicarse con Trump,
afirmando: “No voy a humillarme”. Además, declaró
que “Brasil no será tutelado por nadie”,
al tiempo que recordó el golpe de Estado de 1964 como un precedente de la
intervención estadounidense.
El enfrentamiento desató
multitudinarias manifestaciones progubernamentales en todo el país, que
superaron ampliamente a las convocadas por la derecha para exigir la liberación
de Bolsonaro. Los simpatizantes de Lula culparon a la derecha por los
aranceles, y en particular a Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, quien
los promovió desde Washington. Lula calificó a Jair Bolsonaro de “traidor”
y sostuvo que debía enfrentar un nuevo juicio por ser responsable del llamado “impuesto Bolsonaro”.
Como señal de que los aranceles de Trump marcaron un punto de inflexión y
dieron un impulso a la izquierda, el propio Lula, de 80 años, anunció que se
postulará a la reelección en octubre de 2026, al mismo tiempo que su
popularidad alcanzó el 50 por ciento.
Algunos analistas
criticaron a Lula por no haber aprovechado su videoconferencia de treinta
minutos con Trump, realizada el 6 de octubre, para condenar la diplomacia de
cañonero de Washington en el Caribe. Según esta interpretación de la llamada,
Lula habría mostrado ingenuidad y falta de firmeza al combinar “preocupación y
oportunismo» frente al imperialismo estadounidense” y al suponer que “las
negociaciones se regirían por una lógica de ‘ganar-ganar.’”
De hecho, Lula se ha
pronunciado en contra de la presencia militar estadounidense, a la que calificó
de “factor de tensión” en el Caribe,
región que él considera una “zona de paz”. Sin embargo, Lula sin duda
podría haber ido más lejos, como lo instó el Movimiento de los Trabajadores
Rurales Sin Tierra (MST) —que respaldó su última candidatura presidencial— al
declarar explícitamente su solidaridad con Venezuela.
Pero difícilmente se
puede acusar a Lula de sumisión en su trato con Trump. El exviceministro
venezolano para América del Norte, Carlos Ron, me comentó que tanto Lula como
Sheinbaum han demostrado que “saben cómo manejar a Trump”, pues “han obtenido
mucho de lo que querían”. Por cierto, al mismo tiempo que Trump dio marcha
atrás en sus amenazas arancelarias contra ambas naciones, comenzó a elogiar a
los dos jefes de Estado.
Un
frente unido en gestación
En Brasil y en otros
países de la región está surgiendo un nuevo alineamiento que reúne fuerzas
tanto a la derecha como a la izquierda del gobierno, en reacción a la postura
de Washington. Un ejemplo notable fue el nombramiento, en octubre, del
activista del Movimiento de Trabajadores Sin Techo y excandidato presidencial
Guilherme Boulos como ministro de la Presidencia. Boulos pertenece al Partido
Socialismo y Libertad (PSOL), una escisión de izquierda del Partido de los
Trabajadores de Lula que había respaldado su candidatura presidencial de 2022,
pero había descartado ocupar cargos en su gobierno.
Boulos, quien desempeñó
un papel clave en la organización de las recientes protestas contra el aumento
de los aranceles impuesto por Washington, habló sobre el significado de su
designación: “Lula me dio la misión de ayudar a poner al gobierno en la calle…
y escuchar las demandas populares”. Su nombramiento marca un giro a la
izquierda en el que, según el medio con sede en Miami CE Noticias Financiera,
“Lula demostró que entra a las elecciones de 2026 listo para la guerra. Una
guerra a su manera, con la participación de los movimientos sociales”.
Venezuela es otro
ejemplo de cómo actores políticos de la mayor parte del espectro ideológico
coinciden en la necesidad de un frente amplio para oponerse a la agresión de
Estados Unidos en la región. Ningún otro gobierno de la «Marea rosada» ha
enfrentado una sucesión tan rápida de intentos de cambio de régimen y
desestabilización como el de Venezuela bajo el gobierno de Nicolás Maduro. La
respuesta bolivariana ante estos desafíos se ha desviado en ocasiones de las
normas democráticas, incluyendo concesiones a los intereses empresariales, lo
que ha generado duras críticas tanto de sectores moderados como de corrientes
más radicales de la izquierda.
Uno de los líderes que
se inscribe en la categoría radical es Elías Jaua, antiguo miembro del círculo
íntimo de Chávez, cuyas posturas de izquierda en materia económica y su defensa
de la democracia interna dentro del partido lo dejaron marginado del movimiento
chavista. Pero ante la amenaza militar de Estados Unidos en el Caribe, Jaua ha
cerrado filas con Maduro y denunciado la “guerra psicológica” que se libra
contra el presidente. En este momento crítico, afirmó que es necesario
“anteponer la tranquilidad del pueblo a cualquier posicionamiento ideológico,
político o avieso interés”, y añadió: “¡La Patria está primero! ¡Viva
Venezuela!”.
Otras figuras políticas
de larga trayectoria que han respaldado el llamado de Maduro a un diálogo
nacional para enfrentar la amenaza estadounidense —sin pasar por alto las
presuntas prácticas antidemocráticas— incluyen a dirigentes del centro e
incluso del centroderecha del espectro político, entre ellos los ex candidatos
presidenciales Henrique Capriles, Manuel Rosales y Antonio Ecarri.
Otros son izquierdistas
moderados que ocuparon cargos importantes durante el gobierno de Chávez o que
en los años noventa militaron en el partido de izquierda moderada Movimiento al
Socialismo (MAS). Uno de ellos es Enrique Ochoa Antich, quien presentó una
petición firmada por 27 destacadas figuras opositoras moderadas en la que se
afirmaba que “resulta desalentador ver a un sector
extremista de la oposición” respaldando las sanciones y otras acciones de
Estados Unidos. Ochoa Antich propuso un diálogo con representantes del gobierno
“sobre la mejor manera de fomentar la unidad nacional y defender la soberanía”,
añadiendo: “Con los pies en la tierra no voy a pedir que se suprima el partido-Estado.”
Esta postura, que ve a
Maduro como un aliado frente a la injerencia estadounidense, contrasta
marcadamente con la del Partido Comunista de Venezuela (PCV), que se deslindó
del gobierno en 2020 por su orientación proempresarial y por marginar a sectores
de la izquierda. Al mismo tiempo que denuncia la agresión imperialista, el PCV
señala el “carácter autoritario y
antidemocrático del gobierno de Maduro”.
Si bien las críticas del
PCV son materia de debate, la postura de hostilidad irreductible del partido
frente a Maduro debilita los esfuerzos para enfrentar la agresión
estadounidense. De hecho, la posición del PCV —respaldar al gobierno cubano
mientras califica al venezolano de antidemocrático— resulta inconsistente.
En Argentina, Trump
salió en auxilio de la derecha en lo que probablemente termine siendo una
victoria pírrica. En la víspera de las elecciones legislativas de octubre de
2025, ofreció un rescate de 40 mil millones de dólares para la economía
argentina, pero solo a condición de que el partido del presidente
ultraderechista Javier Milei saliera triunfante, que fue precisamente lo que
ocurrió. El chantaje de Trump fue denunciado como tal por figuras políticas que
iban desde dirigentes peronistas vinculados a los gobiernos de la Marea rosada
hasta centristas que habían sido algunos de sus críticos más severos. Facundo
Manes, líder de la centrista Unión Cívica Radical, fue un ejemplo de estos
últimos al declarar que “la extorsión avanza”.
Mientras tanto, en las
calles de Buenos Aires, las pancartas de protesta contra Milei exhibían
consignas antiestadounidenses como “Yankee go
home” y “Milei – Mulo de Trump”, además de la quema de una bandera de Estados
Unidos.
Esta convergencia en
torno a la necesidad de enfrentar las amenazas y acciones de Trump abre una
oportunidad para que los sectores progresistas de todo el continente se unan.
El llamado a esa unidad fue asumido por el Foro de São Paulo, una agrupación
que reúne a más de un centenar de organizaciones de izquierda latinoamericanas
y que Lula ayudó a fundar en 1990. Al inicio del primer gobierno de Trump, en
2017, el Foro elaboró el documento “Consenso de Nuestra América” como respuesta
al neoliberal Consenso de Washington y a la intensificación del
intervencionismo estadounidense en el hemisferio.
Al mismo tiempo que
defendía el pluralismo de los movimientos progresistas y evitaba el término
“socialismo”, el documento de Consenso preveía la elaboración de un conjunto
más concreto de reformas y objetivos. Sin embargo, ese paso esperado nunca se
materializó. Más recientemente, el analista y estratega cubano Roberto Regalado
lamentó que, pese a la urgente necesidad de unidad, “lejos de consolidarse y expandirse,
el ‘Consenso de Nuestra América’ languideció”.
Trump
y la derecha latinoamericana
Gran parte de la derecha
latinoamericana ha apostado su futuro político al presidente Trump. Los
mandatarios de derecha de Argentina, Ecuador y Paraguay se alinean con él, al
igual que Bolsonaro, el candidato presidencial chileno José Antonio Kast y el
expresidente colombiano Álvaro Uribe. En Venezuela, la dirigente opositora de
derecha María Corina Machado dedicó su Premio Nobel de la Paz a Trump.
Leopoldo López,
integrante del mismo sector venezolano derechista que Machado, cofundó en 2022
el Congreso Nacional de la Libertad, una organización dedicada al cambio de
régimen en países que Washington considera adversarios. La iniciativa se
inscribe en la idea de una “Internacional de la Derecha” promovida por el
estratega de Trump, Steve Bannon, entre otros. Bannon fundó en 2016 “The
Movement” para unificar a la derecha europea, pero el proyecto ha sido en gran
medida desdeñado por una parte importante de la derecha de ese continente.
El “internacionalismo”
de la derecha tiene aún menos posibilidades de prosperar en América Latina.
Mientras que en Estados Unidos Trump apela al patriotismo —o a una versión
impostada del mismo— en América Latina el nacionalismo y el apoyo a Trump son
conceptos incompatibles, especialmente frente a los aranceles, la inmigración,
las amenazas de invasión militar y la resurrección de la Doctrina Monroe. En
Venezuela, por ejemplo, la popularidad de Machado ha caído y
su movimiento opositor se ha fracturado como resultado del repudio popular a
las políticas de Trump.
En Estados Unidos, Trump
se dirige a sus seguidores más fanáticos mientras su popularidad sigue en
caída. En América Latina ocurre algo similar, con la diferencia de que su nivel
de aprobación difícilmente podría ser más bajo. Según el Pew Research Center, apenas el 8 por
ciento de los mexicanos tiene “confianza” en Trump.
Trump ha contribuido a
un giro profundo en el panorama político latinoamericano, hoy marcado por una
fuerte polarización y avances significativos de la izquierda. En numerosos
países, las fuerzas progresistas —que durante décadas permanecieron relegadas—
se han convertido en un punto de referencia central, aglutinándose en torno a
las banderas de la soberanía nacional y, en algunos casos, del
antiimperialismo.
En Chile, la Comunista
Jeannette Jara obtuvo un sorprendente 60,5 por ciento de los votos en las
primarias en junio para representar al principal bloque anti-derechista en las
próximas elecciones presidenciales. Pese al tono cauteloso de su discurso, Jara
se dirigió a Washington con firmeza tras la intromisión de Trump en las
elecciones argentinas: “Aquí no van a ingresar militares
estadounidenses. Chile se respeta y su soberanía también”.
En Ecuador, a pesar de
la dura represión, los seguidores del exmandatario Rafael Correa han estado a
punto de ganar las últimas tres elecciones presidenciales. Y en Colombia,
Gustavo Petro ha revitalizado la base de su movimiento mediante contundentes
denuncias de las operaciones militares de EE.UU. y al encabezar, desde octubre,
una campaña para recolectar dos millones de firmas con miras a una asamblea
nacional constituyente.
La polarización suele
aludir a un escenario en el que los extremos de ambos lados del espectro
político alcanzan una posición dominante. Eso no es lo que ocurre actualmente
en América Latina, al menos no en el caso de la izquierda. Más bien, se observa
una convergencia de sectores progresistas de distintos matices, tanto en el
ámbito interno como entre los gobiernos de la «Marea rosada», en su oposición a
Trump y a todo lo que este representa.
El desafío ahora es
traducir esa convergencia en formas organizadas de unidad: frentes amplios a
nivel nacional, así como una mayor articulación en la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y otros organismos regionales.
Una versión ligeramente
abreviada de este artículo fue publicada en inglés en Jacobin.
Steve
Ellner es
profesor jubilado de la Universidad de Oriente en Venezuela, donde residió por
más de 40 años. Actualmente es Editor Asociado de Latin American Perspectives.
Es autor de numerosos libros, entre ellos El fenómeno Chávez: sus orígenes y su
impacto hasta 2013 (2014) y La izquierda latinoamericana en el poder:
Cambios y enfrentamientos en el siglo XXI (editor, publicado
por CELARG y el Centro Nacional de Historia, Caracas, 2018). https://www.dropbox.com/s/yxxsdyf0puqxdhg/La%20izquierda%20latinoamericana%20book.pdf?dl=0






