jueves, 2 de octubre de 2025

El pantano de Ucrania, ¿por qué Occidente cree su propia propaganda?

 

El pantano de Ucrania, ¿por qué Occidente cree su propia propaganda?

 

Alejandro Marcó del Pont

Rebelión / org

25/08/2025

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Fuentes: El tábano economista

Lo principal es esencial a los ojos, Trump felicitó a Zelensky por su traje (El Tábano Economista)

El infierno estratégico, se podría argumentar, no es necesariamente un lugar de llamas y agonía explícita, sino más bien una sala de espejos donde cada decisión se refleja invertida, distorsionada hasta convertirse en su propia derrota. Es la siniestra habilidad de tener la verdad frente a los ojos, desnuda y cruda, y persistir en interpretarla al revés, confundiendo la arrogancia con la fortaleza, la sumisión con la unidad y, el más grave de todos los errores, un alto al fuego temporal con la frágil paz duradera. Esta disonancia cognitiva, este abismo entre la narrativa fabricada y la realidad material, encuentra su expresión más pura y costosa en el pantano de Ucrania.

Existe un guion, meticulosamente elaborado, cuya narrativa insiste, con una terquedad cercana al fervor religioso, en que la operación especial rusa comenzó como un acto de agresión no provocada un día de febrero de 2022. Algo horrible de decir o espantoso de contar, que como era de esperar, surgió de la mente revanchista de un solo hombre, desconectado de cualquier contexto histórico de seguridad previa.

Cualquier mención a las causas profundas, a la secuencia de eventos será tachada de «propaganda del Kremlin». Sin embargo, para comprender el callejón sin salida actual y la férrea posición de Moscú, es imperativo, por incómodo que resulte, trazar esa línea histórica, que nunca modificó su narrativa. La expansión constante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este, desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, no es un detalle anecdótico; es la herida abierta, la grieta tectónica que incubó este conflicto.

Avanzó aproximadamente 1.600 kilómetros hacia las fronteras rusas, incorporando a una decena de países que antes integraban el Pacto de Varsovia; no fue un acto geopolítico neutral. Fue, en la percepción rusa —y no sin una base de razón—, el desmembramiento deliberado y progresivo de cualquier arquitectura de seguridad colectiva euroasiática que pudiera incluir a Moscú como un socio en pie de igualdad. Ignorar esta lógica fundamental, este casus belli estructural, es condenarse a no comprender absolutamente nada del conflicto y menos aún, su discusión.

La prueba más dolorosa de esta obstinación occidental yace en un documento fantasma, un camino no tomado que condenó a cientos de miles a una muerte evitable. En la primavera de 2022, el mundo estuvo al borde de una solución. Según revelaciones del Wall Street Journal, que han sido corroboradas por diversas fuentes, existió un borrador de tratado de paz entre Rusia y Ucrania, un texto de 17 páginas que delineaba el fin del conflicto.

Sus cláusulas, ahora vistas desde el presente, parecen provenir de una realidad alterna donde la sensibilidad prevaleció sobre la arrogancia. Ucrania se comprometía a restaurar su neutralidad constitucional, abandonando toda aspiración de ingresar a la OTAN; otorgaba estatus oficial al idioma ruso; aceptaba límites concretos al tamaño y capacidades de sus fuerzas armadas, renunciando a albergar armas extranjeras ofensivas, y, lo crucial, reconocía la influencia rusa en Crimea, a cambio de recibir garantías de seguridad de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, un mecanismo multilateral que incluía a Rusia, pero también a potencias occidentales.

Sobre los territorios de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, el documento preveía un mecanismo de consulta popular, un referéndum bajo supervisión internacional para decidir su estatus futuro, un proceso que, de todos modos, Moscú impondría meses después, en septiembre de 2022. Este acuerdo, por imperfecto que fuera, hubiera congelado el conflicto, salvado innumerables vidas y preservado la integridad territorial ucraniana en mucha mayor medida que la catástrofe actual.

¿Por qué no se firmó? La respuesta es el núcleo de la tragedia occidental: la creencia fanática en su propia propaganda. La narrativa de una Rusia al borde del colapso, estrangulada por sanciones económicas «sin precedentes» y derrotada en el campo de batalla por un David ucraniano armado por Occidente, se impuso sobre la realidad. El entonces primer ministro británico, Boris Johnson, fue enviado a Kiev con un mensaje claro, según múltiples reportes: no se firmará ningún acuerdo; Occidente proveería todo lo necesario para la victoria.

Era una apuesta basada en una ilusión, una que el propio New York Times y otros medios del establishment se vieron forzados a admitir que había fracasado estrepitosamente tras la contraofensiva ucraniana del verano de 2023, un esfuerzo monumental que se estrelló contra las profundas líneas defensivas rusas con un coste humano y material inaceptable, un desgaste que continuó hasta septiembre de 2024, sellando el destino del conflicto. La guerra se prolongó no porque Ucrania pudiera ganar, sino porque Occidente no podía admitir que su estrategia de derrotar a Rusia era un espejismo. Prefirieron sacrificar la paz posible en el altar de una victoria imposible.

El 14 de junio de 2024, en un discurso fundamental ante los ejecutivos de su Ministerio de Asuntos Exteriores, el presidente Vladímir Putin enumeró las condiciones para poner fin a la guerra. Sus condiciones eran, en esencia, las mismas de 2022, pero ahora endurecidas por el hierro y la sangre de dos años más de guerra: 1) la desmilitarización de Ucrania, reduciendo drásticamente su potencial ofensivo; su «desnazificación», un término propagandístico que en la práctica se traduce en un cambio de élite política en Kiev mediante elecciones; 2) el restablecimiento permanente de la neutralidad constitucional, enterrando cualquier aspiración a la OTAN, y, el punto crucial, el reconocimiento internacional de la «nueva realidad sobre el terreno», es decir, la anexión rusa de las cuatro regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia en sus fronteras completas, aunque no las controle totalmente.

Solo una vez aceptados estos hechos Moscú estaría dispuesto a sentarse a hablar de lo que Putin llama la «reorganización de la arquitectura de seguridad euroasiática», es decir, abordar la causa raíz que ellos identifican: la expansión de la OTAN. ¿Algo ha cambiado? En absoluto. La única diferencia es que ahora Rusia no negocia desde una posición de buscar un compromiso, sino desde la posición de una potencia victoriosa que busca la rendición de su adversario y la formalización de sus ganancias. Occidente, que en 2022 despreció un acuerdo que hubiera salvado mucho de lo que ahora está perdido, se encuentra ante unas exigencias mucho más severas.

La intrínseca y brutal relación entre el avance en el campo de batalla y la mesa de negociaciones quedó expuesta de manera obscena con la reciente intervención del presidente Trump reduciendo los 50 días para alcanzar una tregua con Ucrania. Era el reconocimiento tácito de un hecho incontrovertible para cualquier analista militar serio: la línea del frente ucraniano se está desintegrando. Los avances rusos están quebrando la resistencia enemiga, que sufre de una escasez crítica de soldados, artillería, municiones y defensas aéreas. La propuesta de Trump de una reunión en Alaska, por surrealista que pareciera, era un síntoma de desesperación, un intento de Washington de crear una rampa de salida gestionada antes de que el colapso militar en el teatro europeo se volviera total e incontestable, arrastrando consigo el prestigio y la credibilidad de Estados Unidos.

La cumbre de Alaska, en este sentido, fue una jugada maestra de Putin, una maniobra de soft power ejecutada con precisión quirúrgica. Le permitió presentarse ante el mundo no como un paria, sino como un actor global legítimo e indispensable, recibido en suelo estadounidense para discutir los términos de la paz, términos que él mismo dictaba. Le otorgó una legitimidad diplomática que Occidente le había negado durante años y, lo que es más crucial, le regaló un tiempo invaluable para continuar sus operaciones militares de desgaste, consolidando sus ganancias territoriales mientras sus oponentes se distraían con el teatro de la diplomacia. Alaska, como era previsible, no produjo un avance concreto, pero su mera celebración fue una victoria propagandística y estratégica para Moscú.

Demostró que, después de tres años de conflicto y de una retórica belicista sin cuartel, era la OTAN —o más precisamente— su líder, Estados Unidos, quien, reconociendo su derrota indirecta, se veía forzada a mendigar una conversación. La pregunta crucial que flota en el aire es: ¿por qué Rusia, desde su posición de fuerza abrumadora, extendería este salvoconducto a Washington? ¿A cambio de qué concedería a Estados Unidos una retirada medianamente digna de este pantano?

La respuesta parece tejerse en una compleja red de cálculos de largo plazo. Es posible que el Kremlin vea en Trump a un interlocutor más pragmático, menos ideologizado y más susceptible de entablar una relación transaccional basada en intereses mutuos, lejos del moralismo de la administración Biden. Existe la posibilidad de un gran quid pro quo que trascienda Ucrania: un entendimiento tácito sobre esferas de influencia que podría abarcar desde la gestión del Ártico y los recursos energéticos, hasta acuerdos sobre la no proliferación de cierto tipo de armamentos o incluso una relajación coordinada de sanciones.

La audaz teoría de un «Kissinger inverso» —donde Estados Unidos intentaría separar a Rusia de su alianza estratégica con China— es, aunque extremadamente difícil, un objetivo lo suficientemente tentador para Washington como para ofrecer concesiones sustanciales a Moscú. Para Rusia, incluso el simple hecho de flirtear con esta posibilidad le otorga una ventaja en su relación con Beijing, permitiéndole negociar desde una posición de mayor fuerza con su poderoso socio oriental, evitando convertirse en un mero satélite de China. Es un juego de equilibrios geopolíticos de alto riesgo donde Rusia, astutamente, se posiciona como el pivote entre dos gigantes enfrentados.

Sin embargo, la imagen más elocuente de la derrota estratégica europea y su humillante subordinación no se encontró en las estepas de Ucrania, sino en el Salón Oval de la Casa Blanca. Como astutamente expuso el analista Alfredo Jalife-Rahme, dos fotografías valen más que un millón de palabras para capturar el nuevo orden mundial en ciernes. La primera muestra a Donald Trump junto a un Volodymyr Zelensky visiblemente incomodo, posando frente a un mapa mural de Ucrania que, por su ubicación, resulta profundamente sugerente, casi como un presagio de la amputación territorial que se avecina (bit.ly/3V647wq). La segunda es aún más devastadora: un grupo de líderes europeos: el Canciller alemán, el presidente francés, el primer ministro británico, la presidenta de la Comisión Europea —sentados apretujados en sus sillas, con semblantes ceñudos y cuerpos encogidos, como colegiales regañados— frente a la imponente mesa de trabajo de Trump, flanqueada por los bustos vigilantes de Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt, titanes de la unidad y el poder presidencial estadounidense (bit.ly/4oInf1d).

La imagen es perfecta: la vieja Europa, arrogante y presumida de su poder, reducida a un coro de suplicantes expectantes, aguardando mansamente la audiencia del nuevo emperador para ser informada de su destino. Habían acudido allí con una chispa de valentía. Creyeron que acompañar a Zelensky les daría peso colectivo. Fue un error catastrófico de cálculo. El objetivo real de convocarlos, según confesó un alto funcionario de la administración Trump a Politico, era precisamente el opuesto: decirles: “Estamos al mando; aprueben todo lo que digamos».

Esta torpeza europea no nace solo de la cobardía política; nace de una realidad material incontestable y aterradora. La capacidad de Europa para librar esta guerra —o cualquier guerra de alta intensidad contra una potencia como Rusia— sin el paraguas nuclear, logístico, de inteligencia y militar de Estados Unidos es simplemente inexistente. El proyecto de autonomía estratégica europea ha sido, hasta ahora, poco más que un eslogan bonito para discursos en conferencias. Una retirada abrupta de Estados Unidos, o incluso una reducción sustancial de su compromiso, dejaría al continente frente a un desastre estratégico de proporciones históricas. Carece de una fuerza disuasoria creíble por sí sola: sus stocks de armamento están agotados tras dos años de enviarlos a Ucrania, su industria militar es lenta, fragmentada e incapaz de escalar en una producción a la velocidad necesaria.

El movimiento de Trump al convocar a los europeos fue de una jugada maquiavélica. Tenía un objetivo dual perfecto. Por un lado, al forzar a los líderes europeos a presenciar y, por su silencio implícito, avalar la negociación directa con Zelensky, conviertiendolos en cómplices de cualquier acuerdo desfavorable que se alcanzara. Sin ellos la idea de que Zelensky, presionado por Trump, aceptar términos perjudiciales, y pudiera luego volver a Bruselas o Berlín en busca de refugio entre sus «socios belicistas», quedaba instantáneamente destruida.

Si Europa, representada por sus máximos líderes, guardó una dócil obediencia en el Salón Oval, no puede luego desvincularse del resultado. Por otro lado, proporciona a Estados Unidos la coartada perfecta para una retirada gestionada. Si el acuerdo finalmente se firma —aunque sea una capitulación encubierta— Washington podrá presentarlo como un éxito de su diplomacia, caso en contrario se atribuirá cualquier concesión dolorosa a la «debilidad» o «intransigencia» de los europeos y de Zelensky.

La narrativa ya está siendo preparada: «Hicimos lo posible, pero nuestros aliados no estuvieron a la altura», «Zelensky se aferró a un orgullo nacionalista irresponsable». Incluso se especula con la posibilidad de orquestar una «revolución de colores» en Kiev para derrocar a un Zelensky que, una vez firmada la paz, se convertiría en un recordatorio viviente de la derrota y cuyo alto nivel de corrupción —documentado por Transparencia International y otros— lo hace extremadamente vulnerable a ser usado como chivo expiatorio. Su principal motivación para mantenerse en el poder, más allá del patriotismo, podría ser muy pragmática: la inmunidad judicial. Sin la presidencia, podría enfrentar no solo el ostracismo político, sino la prisión.

El momento más surrealista y revelador de toda esta tragicomedia geopolítica ocurrió cuando, en medio de la reunión con los europeos y Zelensky presentes, Trump llamó por teléfono a Vladimir Putin y, en un alarde de teatro diplomático, le ofreció organizar una cumbre inmediata con Zelensky y él estar presente. La respuesta de Putin, transmitida a todos los presentes, fue una maestría del desdén: No tienes que venir. Quiero verlo personalmente.

Fue la confirmación final de que la guerra se terminará en los campos de batalla, mientras un presidente estadounidense negocia directamente con el Kremlin el futuro de Europa, con los líderes europeos reducidos a espectadores mudos y consentidos de su propia irrelevancia. Es el compendio de la pérdida de soberanía, el costo final de haber creído su propia propaganda y haber dilapidado, en una sucesión interminable de errores, cualquier oportunidad de forjar un destino estratégico propio.

El nuevo eje del mundo gira en torno a Moscú y Washington, las causas principales del conflicto no se han movido, por lo que la paz, parece bastante lejana.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/08/24/el-pantano-de-ucrania-por-que-occidente-cree-su-propia-propaganda/

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miércoles, 1 de octubre de 2025

Localizados en el Estado francés más de 320 grupos fascistas

 

Localizados en el Estado francés más de 320 grupos fascistas


Un panorama en el país de la “Liberté, Égalité, Fraternité” realmente preocupante.

 

Insurgente.org / 30.09.2025


Así lo certifica el medio independiente de investigación francés StreetPress. Este medio ha identificado y geolocalizado a más de 320 grupos y secciones de la extrema derecha extraparlamentaria. Estos, sumados a la extrema derecha parlamentaria genera un panorama en el país de la “Liberté, Égalité, Fraternité” realmente preocupante.

El proyecto, desarrollado tras una investigación participativa que comenzó en 2023, permite visualizar de manera detallada (ver imagen de cabecera) la distribución de estos grupos, que van desde organizaciones identitarias, “nacional-revolucionarias”, hasta círculos ultracatólicos, monarquistas y eclécticos.

Según el estudio de StreetPress, la mayoría de estas organizaciones mantienen una actividad regular fuera de los canales institucionales, vinculándose con prácticas militantes y, en muchos casos, practicando modalidades diferentes de violencia directa organizada.

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martes, 30 de septiembre de 2025

AHORA! LOS RUSOS BLOQUEAN LA CIUDAD DE SIVERSK. LAS TROPAS UCRANIAS QUED...

DIRECTO. LOS TOMAHAWK ENTRAN EN JUEGO. UCRANIA COLAPSA.ZELENSKY ISRAEL N...

Moldavia, enclave estratégico

 

Moldavia es una pieza importante de la estrategia geopolítica destinada a asegurar el dominio occidental del mar Negro. Controlar Moldavia implica controlar Transnistria, donde viven más de un cuarto de millón de rusos.


Moldavia, enclave estratégico

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

30 septiembre, 2025 



CENTINELA DEL ESTE: FABRICAR EL MIEDO PARA MILITARIZAR EUROPA

Las provocaciones otanistas se suceden con una cadencia programada, siempre en la misma dirección: promover un estado de guerra entre los países de la Alianza Atlántica y Rusia.

A finales de febrero, sin pruebas y con gran aparato mediático, se acusó a Moscú de haber cortado los cables submarinos de energía y comunicaciones de Internet en el mar Báltico. El ministro de Defensa alemán de entonces, Boris Pistorius, llegó a calificarlo de “sabotaje”. Sin embargo, la noticia se derrumbó poco después: las autoridades de EE. UU. y de varios países occidentales concluyeron que no había habido tal provocación. Pero el daño ya estaba hecho: titulares, portadas y discursos alarmistas habían sembrado la sospecha.

Reino Unido se sumó al coro acusando a Rusia de un ciberataque contra su sistema nacional de salud. Finalmente, el propio gobierno británico admitió que no existió tal ofensiva y que solo lo planteaban como una “hipótesis futura”. Fue un engaño consciente, amplificado por medios que en suelo británico alimentan una intensa campaña de demonización de todo lo ruso.

El guion se repitió poco después: primero fue la supuesta interferencia del GPS del avión que trasladaba a Ursula von der Leyen a Polonia, noticia atribuida a un periodista anónimo y desmentida después por el propio gobierno búlgaro. El caso fue aprovechado por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, para advertir que “todos estamos en el flanco oriental, ya sea que vivamos en Londres o en Tallin”, un mensaje diseñado para situar a toda Europa en estado de alerta.

A continuación, Rumanía y Polonia acusaron a Rusia de violar su espacio aéreo con drones militares, lo que Moscú negó categóricamente. Las autoridades polacas, de hecho, fueron incapaces de precisar cuántos drones habrían entrado en su territorio: primero hablaron de dos, luego de diez, más tarde de veinte. Además, los drones habrían tenido que recorrer unos 1.000 km desde su base de lanzamiento, cuando su autonomía real no supera los 700. El único daño reportado se produjo en una vivienda particular, cerca de la frontera ucraniana, causado por un misil lanzado por un caza polaco.

Mark Rutte, secretario general de la OTAN, dio el siguiente paso: anunció la Operación Centinela del Este, concebida para “proteger” el flanco oriental de Europa. En realidad, se trataba de una operación política y militar ya preparada de antemano. Su objetivo era legitimar la militarización acelerada, utilizando el miedo para justificar el rearme.

Se aprovechó el caso de los drones polacos para inventar una excusa: Rusia habría lanzado drones contra países aliados. Un ejemplo perfecto de cómo un rumor se pretende transformar en una “amenaza existencial”.

A todo ello se sumó el cierre de aeropuertos en Dinamarca por el sobrevuelo de varios drones (atribuido, evidentemente, a Rusia). La respuesta militar fue inmediata: Francia desplegó aviones Rafale en Polonia, Alemania duplicó el número de Eurofighters y Reino Unido envió cazas Typhoon. Rumanía también se incorporó al guion denunciando un supuesto ataque con drones rusos y convocando al embajador de Moscú, en un gesto claramente coreografiado. Todo ello acompañado por declaraciones inflamadas y titulares que buscan confirmar la tesis prefabricada de la “amenaza rusa”.

En este clima, Polonia y Ucrania reavivan la idea de cerrar los cielos ucranianos, sabiendo que una zona de exclusión aérea significaría el inicio de un conflicto directo entre la OTAN y Moscú. Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, lo dijo sin rodeos: si los países aliados dan ese paso, estallará una guerra abierta. Desde el Kremlin, el propio secretario de prensa Dmitri Peskov fue aún más tajante: la OTAN ya está en guerra contra Rusia al brindar apoyo directo e indirecto al régimen de Kiev, una idea compartida incluso por el siempre cauto ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

Desde Washington y Bruselas, las declaraciones se amontonan, se contradicen y luego, como hemos visto, se desmienten. Todo responde a un mismo patrón: generar temor para cohesionar a la OTAN subordinando a Europa al dictado de Washington.

La histeria que se pretende provocar en los países fronterizos con Ucrania no es una simple maniobra electoral: responde a un objetivo estratégico. Ese objetivo es el control del mar Negro, un nodo vital para dominar el tránsito marítimo, energético y comercial, donde Odesa —junto a Crimea— se perfila como pieza clave. Para la OTAN, la UE y el Reino Unido, Ucrania y Moldavia representan un frente decisivo para contener a Rusia.

Desde la Guerra de Crimea (1853-1856), Londres sueña con controlar la salida al mar Negro como vía para frenar la influencia rusa en la región. Documentos y acuerdos recientes entre Reino Unido y Kiev revelan que integrar Odesa bajo control occidental es la finalidad estratégica, en un contexto marcado por la derrota militar del ejército ucraniano.

Macron, por su parte, necesita una victoria militar frente a Rusia para reflotar su imagen pública, hundida en apenas un 17 % de aceptación. Moldavia se convierte, así, en una pieza más de la estrategia geopolítica destinada a asegurar el dominio occidental del mar Negro y negar a Rusia cualquier salida marítima estratégica sin supervisión. Controlar Moldavia implica presionar a Transnistria —enclave donde viven más de un cuarto de millón de rusos y donde están desplegados unos 1.500 efectivos en misión de paz—. No solo sería una victoria simbólica (humillar a Rusia conquistando una exrepública soviética), sino también un paso decisivo para alterar el equilibrio militar y económico en la región, asegurando una posición dominante que convertiría a Europa Oriental en un peón clave del tablero anglosajón.

En este marco, la Unión Europea ha intensificado su apoyo a Moldavia en los últimos años, especialmente desde 2022, cuando le concedió el estatus de candidato. En junio de 2024, la UE abrió formalmente las negociaciones de adhesión con el país. Además, desplegó la Misión de Asociación de la UE en Moldavia (EUPM), con un presupuesto de más de 19,8 millones de euros, destinada a proporcionar asesoramiento estratégico en el ámbito de la seguridad electoral.

Es clave en esta estrategia que Maia Sandu siga en la presidencia en las cruciales elecciones del 28 de septiembre. No en vano, la UE promovió el cuestionado proceso electoral de 2024 que renovó su mandato: Sandu, antigua funcionaria del Banco Mundial, estuvo a punto de perder el referéndum de adhesión a la UE e incluso la propia presidencia. Fue decisivo el voto de la emigración, ampliamente potenciado desde Occidente: para 600.000 censados en la UE se instalaron 240 colegios electorales y se financiaron viajes; en cambio, para los cerca de 500.000 moldavos censados en Rusia se habilitaron apenas dos urnas.

La sociedad moldava, y no sin motivos, ha desconfiado de la casta política prooccidental que ha gobernado el país. Entre 2012 y 2014, dirigentes proeuropeos en el poder organizaron una estructura financiera que permitió hacer desaparecer 1.000 millones de dólares (el 12 % del PIB). Señalados y perseguidos, los autores del desfalco —conocido como “Landromat”— encontraron refugio en países de la UE, que nunca respondieron a las demandas de extradición de la justicia moldava. Con esos fondos, la Fundación Open Dialog financió sucesivas campañas hasta llevar a Sandu a la presidencia. Como en el caso rumano de 2024, la UE solo admite como democráticas las elecciones que le son favorables.

En este momento, la tensión política interna se agrava con la represión previa a los comicios del 28 de septiembre. En las últimas semanas, las autoridades moldavas han detenido a activistas de la oposición bajo el pretexto de medidas de seguridad nacional. Para los críticos con el gobierno de Sandu, las detenciones buscan silenciar la disidencia y consolidar el poder del Partido de Acción y Solidaridad (PAS). Estas acciones, sumadas a la estrategia electoral y a la presión externa, configuran un escenario de creciente confrontación.

La provocación actual no debe entenderse como una mera escalada aislada: forma parte de una estrategia deliberada de desestabilización diseñada para provocar a Rusia y justificar la apertura de un segundo frente.

Evidentemente, el objetivo final es más ambicioso que el caso moldavo: Europa —y, en particular, el Reino Unido— busca instalar y controlar militarmente Odesa. La presencia militar francesa en Moldavia añade un elemento de tensión adicional. Tropas desplegadas en la frontera rumana y en el interior del país bajo mando de la UE podrían convertirse en un factor clave si los resultados electorales no favorecen los intereses prooccidentales. En tal escenario, no puede descartarse una intervención directa, similar a otras operaciones occidentales en Europa del Este, con el objetivo de asegurar la alineación estratégica de Moldavia y el asalto a Transnistria.

En definitiva, la situación moldava no puede entenderse sin vincularla a un diseño estratégico mayor, donde elecciones, manipulación del voto exterior, represión interna y presencia militar forman parte de un mismo engranaje. Moldavia emerge como nuevo escenario de confrontación geopolítica, un tablero donde se dirimen los intereses de la OTAN y donde el control de Odesa se perfila como clave de la próxima fase de competencia entre Occidente y Rusia.

Conclusión

La Guerra de Crimea, hace 150 años, fue en esencia una lucha por el acceso al Mediterráneo y el control marítimo frente a Rusia. Hoy la historia parece repetirse: Reino Unido, la OTAN y la UE impulsan una estrategia sistemática para convertir a Moldavia y Odesa en un nuevo frente oriental, replicando los objetivos de hace siglo y medio.

Odesa se presenta como la pieza central para establecer el control militar en el mar Negro, mientras que Moldavia sería la puerta de entrada a esa proyección estratégica. Esto revela que la confrontación actual no es un conflicto aislado, sino parte de una continuidad histórica: los intereses geopolíticos de Occidente mantienen la misma lógica de contención y control que en la Guerra de Crimea, adaptada ahora a las condiciones del siglo XXI.

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LOS MISILES RUSOS DAN UN GOLPE APLASTANTE! LAS TROPAS RUSAS AVANZAN EN D...

lunes, 29 de septiembre de 2025

LO APLAUDIERON ¡Boquiabiertos! INTELECTUALES, ACADÉMICOS, MAGISTRADOS Y ...

Que un Fondo buitre sea propietario de un medio de información conlleva titulares así… [España]

 

Que un Fondo buitre sea propietario de un medio de información conlleva titulares así…

 

Insurgente.org / 29.09.2025

Una de las victorias de la mal llamada «Transición» fue incrustar al Grupo Prisa (El País, Cadena SER, Editorial Santillana…) como un medio de comunicación referente de la «izquierda». Su consumo masivo se convirtió en santo y seña de los intereses de grupos empresariales que utilizaban el señuelo progre para divulgar el anticomunismo más zafio, la reconciliación con el fascismo y los nuevos valores monárquicos y capitalistas como sinónimo de «democracia» y «libertades». Incluso un imputado por torturas y asesinatos y alto cargo en el franquismo como Rodolfo Martín Villa, fue presidente de Sogecable (empresa ligada a Prisa). Poco más que añadir.

En el 2020 y en medio de una severa crisis financiera, el Grupo vendió acciones, amplió capital, y fue el tristemente célebre Fondo buitre Black Rock que se hizo con un importante porcentaje de la empresa.

Eran pocos y…

La derechización de PRISA, por si había dudas, se hizo aún mayor, Este domingo 28 de septiembre confirma que está unido a la nueva campaña de mentiras  y fake news con otros medios «progres» (The Guardian, Le Monde…) para justificar el gasto en «Defensa» del 5% o similar que exige Trump y la OTAN para hostigar a Rusia. Vean:

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Mentiras europeas

 

No está claro por qué deben morir los palestinos para que los alemanes puedan expiar sus pecados en paz. 20.000 niños, según Save the Children, murieron (datos de mayo) por disparos en la cabeza y el corazón; también aproximadamente 30.000 mujeres.


Mentiras europeas

 

Barbara Spinelli

El Viejo Topo

29 septiembre, 2025 

 

Mientras la Comisión Europea propone su 19º paquete de sanciones contra Rusia y continúa repitiendo los mismos errores que cometió en el pasado –armando aún más a la OTAN oriental y a Kiev, para que Moscú se sienta aún más amenazada y continúe su brutal ofensiva en Ucrania–, nada comparable está sucediendo en Medio Oriente, donde el Estado de Israel está liquidando a los palestinos en Gaza y está a punto de anexionarse casi toda Cisjordania y Jerusalén Oriental, ocupadas desde 1967.

Con la excepción de España e Irlanda, que se muestran inflexibles con Netanyahu, se sugieren algunas sanciones europeas, pero no una prohibición del envío de armas. Y no se excluye a Horizon: las subvenciones a Israel del programa científico europeo ascienden a 100 millones de euros, más 442,75 millones para la empresa militar Rafael. Italia, Alemania, Austria, la República Checa y Hungría se oponen a la exclusión. Un vídeo promocional de Rafael muestra el dron Spike FireFly (pagado por nosotros, los europeos) atacando a un civil palestino indefenso.

La presidenta de la Comisión, Von der Leyen, propuso suspender partes del acuerdo comercial (aranceles sobre ciertos productos) y sancionar a los ministros Smotrich, Ben Gvir y nueve “colonos violentos” en Cisjordania.

Biden ya lo había hecho en febrero y noviembre de 2024, sancionando a 33 colonos sin éxito. Es poco probable que los colonos, Smotrich y Ben Gvir se vayan de vacaciones a Europa. También en este caso, al igual que con las sanciones contra Moscú, se están adoptando las mismas medidas, creyendo que producirán resultados diferentes.

Las medidas se proponen en Bruselas, a sabiendas de que Alemania, Italia y Hungría las vetarán. Se dice constantemente que Alemania se comprende a sí misma, debido al genocidio de Hitler, pero Italia no. En realidad, ninguna se comprende. No está claro por qué deben morir los palestinos para que los alemanes puedan expiar sus pecados en paz. Tampoco porque Berlín no expía nada. Al prometer la «defensa militar más sólida de Europa» y ordenar a los hospitales que aumenten el número de camas para los heridos en una guerra que se predice inminente, los líderes alemanes demuestran que han olvidado los 27 millones de muertos rusos en la guerra de liberación de Hitler y, por lo tanto, han dejado de expiar sus pecados.

Sin embargo, el informe de la Comisión Independiente de Investigación sobre Gaza , encargada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y presidida por Navi Pillay, quien anteriormente dirigió el Tribunal Internacional sobre el genocidio de los tutsis en Ruanda en 1994, habla con claridad. El informe se publicó simultáneamente con las discusiones europeas sobre Kiev y Moscú; la naturaleza de los crímenes israelíes que enumera no es en modo alguno comparable al conflicto en Ucrania, pero pocos periódicos (Il Manifesto, Il Fatto Quotidiano) han presentado en sus portadas otra constatación de que está en marcha un genocidio en Gaza, comenzando con la masacre del 7 de octubre de 2023, cometida por Hamás. El mismo silencio sepulcral recibió el informe del 16 de junio de Francesca Albanese, Relatora Especial de la ONU para los derechos humanos en los territorios ocupados. Como mucho, se habló de la sanción impuesta por Trump al autor del informe, publicado por la editorial de Il Fatto, PaperFirst.

El informe de la Comisión Pillay, publicado el 16 de septiembre, certifica que Israel cometió cuatro de los cinco crímenes enumerados en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio en Gaza: (1) matar a miembros del «grupo palestino» como tal; (2) causar graves daños físicos o mentales a los miembros del grupo; (3) someter al grupo a condiciones de vida calculadas deliberadamente para provocar su destrucción física, total o parcial; (4) aplicar medidas destinadas a impedir los nacimientos dentro del grupo. En cuanto a la intención e incitación al genocidio, el informe acusa al presidente israelí Isaac Herzog, al primer ministro Benjamin Netanyahu y al exministro de Defensa Yoav Gallant. La Comisión no ha concluido su labor. Ahora se centrará en Cisjordania, que está siendo anexada, y en Jerusalén Oriental ocupada.

Es recomendable leer el Informe completo, ya que revela un hecho evidente. La guerra desatada por Netanyahu tras el 7 de octubre no es una guerra tradicional y no se parece en nada a la de Ucrania. Resulta indecente que los noticieros comiencen cada emisión mencionando los «dos frentes de guerra»: Europa y Palestina. En Gaza no hay dos ejércitos opuestos como en Ucrania. Tampoco es una guerra asimétrica, entre soldados y guerrilleros. Desde el principio, ha sido una guerra mortífera dirigida contra civiles palestinos, culpables de existir como pueblo, y reduciéndolos deliberadamente al hambre y la sed. No hay otra explicación para la muerte de 20.000 niños, según Save the Children (datos de mayo; casi todos murieron por disparos en la cabeza y el corazón, lo que confirma que niños, recién nacidos y mujeres embarazadas son objetivos directos); de aproximadamente 30.000 mujeres (las prisioneras «han sufrido violencia sexual y violación»); de ancianos incapaces de obedecer las reiteradas órdenes de evacuación. Del 7 de octubre al 21 de julio, las bombas «cayeron sobre hospitales 1.844 veces, matando a pacientes y personal médico». El derecho de Israel a defenderse no tiene nada que ver con esto.

Prueba de que se trata de matar a un pueblo y a sus descendientes —su futuro— son las páginas sobre la destrucción de las salas de maternidad en una docena de hospitales. A esto se suma el ataque a la clínica de FIV Al-Basma en diciembre de 2023: se destruyeron aproximadamente 4.000 embriones y 1.000 muestras de esperma y óvulos no fecundados. «Según se informa, el centro atendía a entre 2.000 y 3.000 pacientes al mes, realizando entre 70 y 100 procedimientos de FIV al mes. El asedio de Gaza y la consiguiente falta de nitrógeno líquido, utilizado para mantener fríos los tanques de almacenamiento, supusieron un desafío considerable para el funcionamiento de la clínica y la preservación del material reproductivo. El material reproductivo almacenado se perdió por completo cuando el banco de genes fue atacado. Durante el ataque, el laboratorio de embriología fue alcanzado directamente y todo el material reproductivo almacenado en el laboratorio fue destruido». El informe afirma que no existe información creíble sobre el uso de la clínica con fines militares y advierte: existen pruebas de que las autoridades israelíes «sabían que el centro médico se dedicaba a la fertilidad […]. Pretendían destruirlo. Por ello, la Comisión considera que la destrucción fue una acción destinada a impedir los nacimientos entre los palestinos de Gaza». Esta es una de las principales acusaciones por el delito de genocidio.

Los Estados europeos no son los únicos responsables de la complicidad en la furia sin precedentes de Israel contra la población civil, también lo son las administraciones estadounidenses, cuya asistencia es crucial. El 9 de septiembre, Netanyahu bombardeó a los negociadores de Hamás en Doha (6 muertos), violando la soberanía de Qatar y asestando un golpe grave, aunque no definitivo, a las negociaciones de tregua mediadas por Qatar, Egipto y Estados Unidos. El 15 de septiembre, el mismo día en que comenzó la toma de la ciudad de Gaza, se celebró en Doha una cumbre de emergencia de líderes árabes y musulmanes, pero, salvo las condenas, no se tomó ninguna medida contra la aniquilación de los palestinos. El comentarista Jack Khouri, en el periódico israelí Haaretz, concluyó: «El régimen militar israelí en la Franja comenzó el día en que los líderes árabes se reunieron en Doha. Los libros de historia lo recordarán. Así fue como cayó la ciudad de Gaza».

Fuente: Sinistrainrete

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