La modernidad
liberal celebra el progreso y al individuo, pero su luz proyecta una sombra
inquietante: el nihilismo. Al concluir su análisis, Andrea Zhok se pregunta:
¿qué futuro le espera a una civilización que ha perdido su alma?
Un fantasma recorre Europa
Pensamiento
Andrea Zhok
El Viejo Topo
6 abril, 2025
UN FANTASMA
RECORRE EUROPA: EL FANTASMA DEL NIHILISMO
Un fantasma
ronda por Europa, pero no es el del comunismo evocado por Karl Marx y Friedrich
Engels. Es algo más insidioso: el fantasma del nihilismo. Mientras Occidente
exhibe los trofeos del progreso tecnológico y el individualismo liberal, en sus
cimientos se propaga un vacío existencial que corroe la esencia misma de nuestra
civilización. Pero, ¿qué se esconde detrás de este
nihilismo generalizado? ¿Por qué parece afectar especialmente a la sociedad
occidental? ¿Y cómo se entrelaza con la afirmación del capitalismo global y la
pérdida de identidad? Para responder a estas preguntas, hemos consultado al
profesor Andrea Zhok, profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Milán.
El nihilismo,
concepto surgido en la Rusia del siglo XIX y replanteado por Friedrich
Nietzsche, se ha materializado hoy en la crisis espiritual de Occidente. Ya no
es solo una abstracción filosófica, sino una realidad tangible que se
manifiesta en la erosión sistemática de todo valor compartido. Paradójicamente, precisamente cuando exporta su modelo de
desarrollo a todo el mundo, Occidente muestra signos de un profundo malestar:
ha perdido progresivamente la capacidad de confrontarse auténticamente con
otras culturas, sustituyendo el diálogo por una homogeneización global que
anula toda diferencia. Como destaca el antropólogo Emmanuel Todd en
su último ensayo “La derrota de Occidente”, esta deriva ha desencadenado
reacciones imprevistas. La afirmación de un «bloque conservador» liderado por
la Rusia de Putin podría representar una respuesta al nihilismo liberal, un
intento de contraponer los valores tradicionales a la pérdida de sentido
occidental. Pero, ¿estamos realmente ante una alternativa creíble o
simplemente ante otra forma de ideología? El panorama se complica aún más si
tenemos en cuenta la crisis espiritual actual. Todd identifica en la «vaporización»
de la ética protestante —en su día un pilar de la disciplina social y la
cultura del trabajo— uno de los factores clave del declive occidental. En
su lugar ha surgido un individualismo radical, carente de raíces y referencias.
En este contexto, el neoliberalismo aparece como la materialización práctica
del nihilismo: un sistema que reduce toda relación humana a mero cálculo
económico, niega cualquier límite ético y transforma gradualmente las
democracias en cascarones vacíos, cada vez más proclives a derivas
autoritarias. El profesor Zhok analiza estas complejas dinámicas
evitando conclusiones fáciles, demostrando que el nihilismo contemporáneo no es
un destino inevitable, sino el resultado de elecciones históricas y culturales
precisas. La cuestión crucial que surge de su análisis es si Occidente, ante la
pérdida progresiva de su alma, será capaz de encontrar un nuevo equilibrio o si
continuará su carrera hacia la autodestrucción.
El término
nihilismo, que aparece por primera vez en el contexto filosófico poskantiano,
comienza a adquirir sus connotaciones modernas con el uso del término en el
ámbito del nihilismo ruso, como variante de la anarquía. Aquí, el nihilismo
designa una disposición radical, impulsada por la voluntad de derribar toda
tradición y creencia. En esta forma aparecen personajes «nihilistas» en las
novelas de Ivan Turgenev y Fëdor Dostoevskij. Pero es a partir de la reflexión
de Friedrich Nietzsche que el término se consolida filosóficamente, como
pensamiento de la nulidad de todo valor tradicional y de todo legado histórico.
NIETZSCHE Y EL VACÍO QUE AVANZA
Es importante
observar que en Nietzsche el nihilismo no representa una tesis política, sino
una verdad filosófica que simplemente saldría a la luz. La pérdida de
credibilidad de la dimensión ultraterrena (la «secularización» europea) en la
segunda mitad del siglo XIX simplemente pondría a los europeos frente al
nihilismo como un hecho, como una evidencia ineludible, cuyas consecuencias,
según Nietzsche, se habrían manifestado de manera cada vez más evidente. Ahora
bien, el vínculo histórico entre secularización y nihilismo es sólido, y sin
embargo la lectura nietzscheana parece discutible en muchos aspectos. En primer
lugar, no se entiende bien por qué el nihilismo proclamado no se afianza en la
fase de «devaluación de lo terrenal» que se atribuye al cristianismo, sino solo
en el momento en que el cristianismo mismo pierde terreno. La idea de que toda
visión religiosa implica una devaluación de la dimensión histórica y del mundo
de la vida es bastante discutible.
Esto es válido
tanto en el ámbito de las «religiones del Libro» como en el de muchas
religiones tradicionales vinculadas al culto de los antepasados (desde la
antigua Roma hasta el Japón medieval), donde la dimensión histórica y religiosa
se entremezclan de manera inseparable. Además, tampoco es fácil sostener que
una perspectiva no religiosa implique necesariamente una caída en el nihilismo,
ya que lecturas laicas de la historia como la hegeliana y la marxista no
presentan implicaciones nihilistas. Por lo tanto, si entendiéramos el término
«Occidente» en un sentido comprensivo, amplio, que incluyera la historia
política y cultural europea y sus desarrollos extraeuropeos, no habría espacio
para un vínculo estrecho entre Occidente y el nihilismo.
El vínculo
entre el nihilismo y Occidente se vuelve, en cambio, apremiante cuando
comprendemos que el uso actual del término «Occidente» se afianza a partir de
un desarrollo específico de la cultura europea, es decir, el nacimiento y
desarrollo de la perspectiva liberal, en particular después de su integración decisiva
con la ciencia económica, desarrollada en concomitancia con el surgimiento del
sistema productivo capitalista. No es posible aquí repasar el desarrollo de la
teoría liberal en todos sus múltiples y a veces contradictorios aspectos.
LA TIRANÍA DEL DESEO
Lo que importa,
desde el punto de vista de un análisis del nihilismo, es comprender cómo una
rama específica de la teoría liberal es la dominante y se impone como teoría de
apoyo colateral a los procesos de transformación socioeconómica que reciben el nombre
de «capitalismo». Deberían examinarse muchos detalles para ofrecer un marco
fundado de la relación entre el nihilismo y el desarrollo de la razón liberal,
pero aquí intentaré detenerme solo en dos aspectos, relacionados
respectivamente con la perspectiva del sujeto individual y con la perspectiva
del sistema socioeconómico en su conjunto.
Desde el punto
de vista del sujeto individual y sus acciones, lo que caracteriza a la razón
liberal es la idea de que el sujeto es esencialmente una individualidad a-histórica
adquirente, que busca la auto-satisfacción. El sujeto liberal es
originalmente un individuo, en cuanto que se concibe como naturalmente
independiente de las relaciones sociales. El sujeto liberal es, además,
intrínsecamente un ente deseante, adquisitivo, que busca la
satisfacción personal. Y, por último, el sujeto liberal es un sujeto natural en
contraposición a la idea de subjetividad histórica: este último movimiento
permitió reducir el peso de las tradiciones y del poder político consolidado por
las leyes y las costumbres (Antiguo Régimen).
CONSUMIDORES SIN IDENTIDAD
La
reivindicación de una naturaleza atórica tuvo inicialmente un gran potencial
emancipador, porque liberó de repente a los individuos históricos de toda
vinculación con instituciones pasadas; sin embargo, este movimiento acabó
definiendo una subjetividad humana deshistorizada y desocializada, artificial
y, en última instancia, totalmente irrealista. El sujeto liberal es un nudo
autorreferencial de impulsos y deseos que no requiere ser racionalizado o
explicado. Cualquier solicitud de explicación que vaya más allá de «porque me
gusta así» se considera injustificada e intrusiva. Este tipo de subjetividad no
está vinculada a nada en el pasado, ni a recuerdos, ni a promesas, ni a lealtades,
ni a deberes. Idealmente, es como si el sujeto liberal naciera de nuevo en cada
instante, sin estar lastrado por nada del pasado, simplemente listo para
aprovechar nuevas oportunidades de satisfacción (de ganancias, de inversión).
Este modelo de subjetividad se adapta perfectamente al consumidor ideal en un
mercado anónimo.
La libertad que
caracteriza a este sujeto es la libertad negativa, es decir, la libertad de, no
la libertad para: el sujeto liberal quiere ser libre solo en el sentido de no
querer interferencias con respecto a su línea de acción. Este tipo de
subjetividad, sin ataduras pasadas y dominada por la libertad negativa, es un
individuo sin individualidad. No posee una estructura voluntaria sólida, una
planificación consistente, porque cualquier estructuración estable del deseo
sería un factor de rigidez, que obstaculiza la adaptación continua a los
cambios del mercado. Paradójicamente, el resultado final de un proceso cultural
nacido bajo el lema de la reivindicación de la libertad individual es la
abolición de la individualidad como personalidad, como carácter, como voluntad
de planificación.
LA ABOLICIÓN DE LOS LÍMITES MORALES
Este resultado
es fatal en el momento en que se concibe al sujeto individual como dotado de
una identidad completa, independientemente de su ubicación en una dimensión
social, tradicional, cultural e histórica. Esta subjetividad mítica se originó
inicialmente en las teorías del jusnaturalismo de Thomas Hobbes y John Locke.
Pero, una vez integrada en las formas del mercado capitalista, encontró
incentivos fundamentales para transformarse cada vez más en una entidad
autorreferencial, pulsional y desestructurada.
Cabe señalar
aquí de paso que este tipo de sujeto crea un grave problema colateral para toda
sociedad, a saber, el hecho de ser esencialmente poco fiable. La libertad
negativa del sujeto liberal y su naturaleza «vacía» hacen que no introyecte
límites morales a su propia acción. Por esta razón, como ya vaticinó Hobbes, el
ser humano ideal de la concepción liberal tenderá a entrar en conflicto
constante con todos los demás sujetos similares y, por lo tanto, para contener
este estado de conflicto (el bellum omnium contra omnes) terminará requiriendo
intervenciones de coacción externa (el Leviatán, el poder
absoluto). Paradójicamente, así, el movimiento radicalmente emancipador de la
razón liberal acaba convirtiendo la libertad individual en anarquía conflictiva
y esta, dialécticamente, en su opuesto: en coacción externa, sanciones,
controles capilares, etc.
EL CAPITALISMO COMO OLIGARQUÍA
Echemos un
vistazo al modelo sistémico de la sociedad capitalista. Es importante entender
que el capitalismo es algo diferente a la existencia de mercados. Las formas de
mercado y el comercio variado han existido durante milenios y están en todas
partes. El capitalismo, en cambio, es una forma de vida muy reciente, que está
relacionada con la revolución industrial, pero la trasciende en una dirección
específica. El capitalismo es un sistema social en el que la dirección política
fundamental de toda la sociedad viene dada por el imperativo de aumentar el
capital disponible en cada ciclo productivo. No importa lo que se haga, no
importa cómo se haga, siempre que en cada ciclo productivo el output presente
márgenes significativos con respecto al input. El capitalismo es, por tanto,
esencialmente una visión de la historia y la política que las subordina a la
acumulación de capital (esto es lo que se ve icásticamente en el momento en que
se percibe que la única constante de las estrategias políticas es la búsqueda
de un incremento del PIB).
Este punto debe
complementarse con un segundo aspecto, bien conocido, pero con consecuencias
muy amplias: en un modelo orientado a la acumulación indefinida de capital, el
principal factor que garantiza el capital futuro es la disponibilidad de
capital presente. En resumen, los actuales poseedores de capital (en cada
presente, en cada país) son también los sujetos que tenderán a aumentar el
capital en el futuro y, por lo tanto, son los que tendrán legitimidad para
empujar políticamente a la sociedad en la dirección que consideren favorable
para el incremento de capital. Esto significa que el capitalismo es
esencialmente oligárquico y refractario a las instancias democráticas.
Paradójicamente, mientras que es posible que un monarca se haga cargo del
interés de la colectividad, es imposible que lo haga una oligarquía financiera,
para la cual las cosas y las personas son solo medios que deben utilizarse de
manera eficiente para maximizar la capitalización.
EL MALENTENDIDO DE LA LUCHA DEMOCRÁTICA
El hecho de que
la clase capitalista —en el siglo XIX, la «burguesía»— tuviera como objetivo
inicial el derrocamiento de las monarquías hereditarias ha conferido a la
narrativa liberal un aura de «lucha por la democratización del poder». Pero
esto es un grave error de interpretación. El impulso liberal siempre ha sido
para la preservación del poder de los poseedores de propiedades. Las instancias
democráticas se abrieron paso masivamente solo gracias al impulso de los partidos
de inspiración socialista y cristiano-social (en la estela de la Rerum
Novarum) después de la Segunda Guerra Mundial, en una fase de vacío de
poder. Ahora bien, si combinamos estos dos ejes de la visión
liberal-capitalista —la concepción del yo como una individualidad adquisitiva
desarraigada de la sociedad y la historia, y la concepción del sistema social
como gobernado por el «piloto automático» del crecimiento del capital para las
oligarquías financieras—, podemos ver en este marco las raíces conductuales del
nihilismo occidental.
En primer
lugar, el sistema liberal-capitalista, desde el punto de vista cultural, se
concibe como una especie de «verdad eterna» basada en las «leyes férreas de la
economía». Por lo general, se ignora que estas «leyes férreas» son
transposiciones de mecanismos recientes del modo de producción capitalista. La
perspectiva «naturalista», ahistórica, que constituye la columna vertebral de
la visión liberal, apaga automáticamente la capacidad de evaluar otras formas
de vida, otras culturas, otros sistemas socioeconómicos y políticos, que son
categorizados como «formas atrasadas» o, sin duda, como «errores» que la
historia borrará.
Esta presunción
de superioridad intrínseca adquiere rasgos especialmente problemáticos cuando
se une a la incapacidad de ejercer un poder legítimo sobre los miembros de la
propia sociedad, debido a la falta de una base de valores compartida. El
resultado de esta sinergia es una propensión a actitudes coercitivas e
intolerantes, tanto a nivel individual como en un horizonte de relaciones
internacionales. La tolerancia liberal se ejerce, de hecho, solo hacia aquellas
opciones que pueden encontrar una satisfacción como compra en el mercado, pero
no hacia aquellas opciones que cuestionan la soberanía del mercado.
TABULA RASA DEL PASADO
Aquí hay que
observar cómo la relación entre el modelo social liberal-capitalista y el nihilismo
es particularmente unívoca, ya que este modelo, al borrar la importancia del
pasado histórico-social, implica en esta operación de aniquilación también la
proyección futura, aplastando la percepción del valor en la mera presente. El
proceso mental que esto implica es tan simple como destructivo: si el pasado,
lo que dejamos o lo que nos han dejado, ya no cuenta, claramente la perspectiva
de producir algo estructurado y duradero también se disuelve como algo sin
sentido.
Pasado y
futuro, desprovistos de todo mérito cualitativo, solo permanecen vivos en esa
dimensión artificial que es la eterna presencia de la cuantificación monetaria:
nada del pasado conserva valor, excepto el capital heredado; nada del futuro
cuenta, excepto el capital esperado.
Desde esta
perspectiva, se entiende que el modelo liberal-capitalista represente una
alteridad irreductible con respecto a todos los demás sistemas desarrollados a
lo largo de la historia, en los que, de diversas formas, la tradición de
valores y la perspectiva de un valor intergeneracional siempre han desempeñado
un papel central. Es por eso que el modelo liberal-capitalista que caracteriza
a Occidente resulta ajeno y fundamentalmente hostil a modelos tan diferentes
entre sí como el neotradicionalismo ruso, la síntesis del comunismo y el
confucianismo chino, la teocracia iraní, etc.
El Occidente
juega continuamente contra todos los demás modelos, presentándose como un
modelo libertario que habría liberado a los individuos del peso de la
tradición, de las normas morales y de las expectativas sociales. Solo que, por
un lado, esta liberación tiende a producir la «insostenible ligereza» del
nihilismo, y por otro lado, esta «aligeramiento» no se corresponde en absoluto
con una mayor libertad positiva: de hecho, el control social, la vigilancia, la
condicionamiento y la explotación de cada onza de tiempo disponible son todos
factores característicos del mundo liberal-capitalista, y comunican todo menos
una sensación de libertad, especialmente a quienes viven de su trabajo.
La prioridad de
la política sobre la economía y, por tanto, la reivindicación de soberanía
frente a los mecanismos transaccionales de los mercados financieros son dos
factores que comparten todos los modelos diferentes al occidental. Que la
prioridad de la política sobre la economía se promueva sobre bases religiosas,
étnicas, culturales o de otro tipo es un factor importante para evaluar los
modelos específicos, pero irrelevante para contraponer la matriz occidental y
el resto del mundo. Del mismo modo, que la soberanía sea popular, tribal o
dinástica es de nuevo importante para evaluar las civilizaciones específicas,
pero irrelevante en su contraste común con el modelo occidental. De hecho, a
pesar de nuestra percepción errónea de centralidad, es el modelo occidental el
que es un modelo excéntrico y minoritario.
En la
trayectoria occidental, el proceso de secularización ha sido decisivo para
crear el trasfondo de desorientación nihilista, pero hay que entender bien cuál
es el punto crucial. El factor de desorientación está estrechamente relacionado
con la destrucción del peso del pasado, en el que se basa toda tradición y toda
normatividad. Es la capacidad de mantener una continuidad intergeneracional en
las costumbres, los valores y las expectativas lo que define la capacidad de
una generación presente para encontrar orientación y sentido en el mundo.
LAS TRADICIONES COMO ANTICUERPOS CONTRA EL NIHILISMO
En el contexto
europeo, este proceso de ruptura con el pasado ha adoptado las características
de la secularización con respecto a la matriz cristiana, en sus diversas
variantes. Si observamos dos contextos como el ruso y el chino, observamos cómo
a una fase histórica de ruptura con la tradición le ha sucedido una corriente
de recuperación que ha recompuesto internamente, al menos en cierta medida, la
sociedad rusa y la china. Si en Rusia esto ha supuesto una recuperación del
papel del cristianismo ortodoxo, en China la tradición de referencia no tiene
un carácter estrictamente religioso, tal y como lo entendemos nosotros, ya que
en ella confluyen sobre todo el confucianismo y el culto a los antepasados.
La
omnipresencia de una dimensión nihilista en el mundo occidental, la extrema
dificultad para motivar proyectos y normativas compartidas, produce numerosos
efectos nocivos, algunos amenazantes sobre todo dentro de las naciones
occidentales, otros relevantes en el exterior. En el interior, la propagación
de una condición de desorientación y anormalidad fragiliza a las sociedades,
hace que las violaciones legales y morales sean más frecuentes y, finalmente,
hace que la propia capacidad organizativa, que distinguía virtuosamente a las
sociedades occidentales, se tambalee. Hacia el exterior, estas dinámicas pueden
tener repercusiones especialmente preocupantes, ya que, ante la falta de
motivación interna, la tentación que surge naturalmente es la de producir dicha
compactación como respuesta a una amenaza externa, presunta o real, para
recomponer las filas de las sociedades occidentales. Y, desde esta perspectiva,
la tentación de compactar y regularizar una sociedad en descomposición mediante
la aparición de una perspectiva bélica sería una solución para nada inaudita.
Fuente: Krisis
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