sábado, 8 de noviembre de 2025

MÁS DEL 95% DE POKROVSK BAJO CONTROL TOTAL RUSO. MIRNOGRAD AISLADA TOTAL...

 

Zohran Mamdani llevó a cabo una excelente campaña. Pero su victoria fue posible gracias a una década de arduo trabajo electoral por parte de los socialistas democráticos de la ciudad de Nueva York y a la disfunción estructural del establishment político.

Mamdani contra el establishment

 

Michael Kinnucan

El Viejo Topo

8 noviembre, 2025



CÓMO ZOHRAN MAMDANI TRIUNFÓ SOBRE UN ESTABLISHMENT DECRÉPITO

La asombrosa victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de la ciudad de Nueva York electrificará a la izquierda en todo el país —como debe ser—. Pero ¿qué significa esta victoria para los socialistas? Siempre resulta tentador leer los resultados electorales en términos ideológicos amplios, como un índice del estado de ánimo nacional o una reivindicación de una ideología. Todos recordamos hace menos de un año, cuando la derrota de Kamala Harris mostró que una nación cada vez más antiinmigrante se desplazaba hacia la derecha —y los lectores mayores incluso recordarán que, hace cuatro años, el centrismo represivo contra el crimen de Eric Adams era el futuro del Partido Demócrata—. (Ahora la gente dice lo mismo sobre Zohran).

Pero las elecciones nunca son referendos ordenados sobre una ideología o un programa. Están determinadas en gran medida por los talentos y defectos de quien resulte ser candidato. Si Mamdani no hubiera sido elegido para la legislatura del estado de Nueva York en 2020, no habría estado en posición de postularse, y ningún candidato de talento y compromiso similares lo habría reemplazado. Si Eric Adams no hubiera sido notoriamente corrupto, bien podría estar ahora navegando hacia la victoria, y quizás no habría surgido ningún candidato serio para desafiarlo. No había ninguna garantía de que se presentara la oportunidad de postular a un socialista democrático para la alcaldía de Nueva York en 2025, ni de que, cuando esa oportunidad surgiera, existiera un candidato preparado para aprovecharla.

Precisamente por esa contingencia, el trabajo que posicionó a la izquierda para aprovechar esa oportunidad fue crucial. Una parte significativa de ese trabajo fue realizada por los Democratic Socialists of America (DSA) de la ciudad de Nueva York (NYC-DSA), que durante la última década se ha dedicado a elegir candidatos como Mamdani para el concejo municipal y la legislatura estatal. Este capítulo y su capítulo hermano del valle de Mid-Hudson han elegido a nueve legisladores estatales y dos concejales, todos comprometidos con la causa de la clase trabajadora. Las elecciones para la alcaldía no formaban parte del plan de la NYC-DSA hace ocho años, pero si nuestro capítulo no hubiera trabajado incansablemente en las trincheras de las carreras para la asamblea estatal, la capacidad organizativa, las relaciones de coalición, la credibilidad y, lo más importante, el candidato, no habrían existido para una contienda como esta.

Esa capacidad organizativa también ha moldeado la forma en que se llevó a cabo la campaña. La NYC-DSA ha desarrollado a lo largo de los años una ética de campaña única, centrada en el «campo» —es decir, el puerta a puerta realizado por miles de voluntarios individuales—. Para la NYC-DSA, el puerta a puerta no es simplemente una táctica para ganar votos (aunque también lo es); es una forma de incorporar a la gente común directamente en la campaña como un proyecto colectivo, como participantes y coorganizadores, más que como observadores y simpatizantes. Mamdani entiende claramente que su operación de 90.000 voluntarios fue clave para su éxito, y no es casualidad que esa operación haya sido dirigida por la veterana militante de DSA Tascha Van Auken; la campaña se apoyó (y mejoró) en una ética organizativa y una pericia técnica desarrolladas a lo largo de años de campañas ganadas y perdidas dentro de la DSA.

Esta ética de participación masiva explica más de lo que la mayoría de los observadores externos entenderán sobre el poder de la campaña de Mamdani. No ha habido en mi vida un momento en que la brecha entre el deseo politizado de la gente (trabajar colectivamente para cambiar el mundo) y las oportunidades que se le ofrecen haya sido mayor. En estas circunstancias, la capacidad de la campaña de Mamdani para ofrecer a las personas no solo esperanza, sino también la posibilidad de trabajar por el cambio y construir lazos con sus vecinos, ha resultado revolucionaria.

Aun así, la campaña bien podría haberse hundido ante oponentes más fuertes. He oído decir a muchas personas este ciclo que Zohran ha tenido suerte con sus rivales: suerte de que Adams fuera corrupto y estuviera endeudado con Trump, y suerte de que Andrew Cuomo fuera un exgobernador desacreditado, dotado de una especie de anticarisma esquelético, que cayó en desgracia por acoso sexual y cuyas políticas durante sus años como gobernador son en gran parte responsables de todo lo que hoy está mal en la ciudad de Nueva York.

Ciertamente, si los donantes multimillonarios que respaldaron primero a Adams y luego a Cuomo hubieran encontrado un mejor abanderado, la contienda podría haber sido diferente. Pero les propongo que su fracaso no se debe exactamente —o no exclusivamente— a la mala suerte. Hay razones estructurales por las cuales los candidatos centristas son tan malos, razones que también quedaron muy en evidencia en la campaña presidencial del año pasado.

Un Partido Demócrata cada vez más desconectado de cualquier base significativa y desprovisto incluso de una estructura interna coherente termina dominado por quien esté en la cima y quien pueda recaudar más donaciones; no es casualidad que esas personas resulten ser candidatos mediocres, desconectados, propensos al escándalo y a la corrupción, ni es casualidad que, incluso cuando los donantes centristas pueden ver que se avecina un desastre para ellos (Joe Biden en el verano de 2024, Cuomo inmediatamente después de las primarias de este año), carezcan de la capacidad colectiva para detenerlo. Esta forma de fracaso está incorporada al sistema; el sistema es lo que es y eleva sistemáticamente a personas como Adams y Cuomo al poder.

Más sorprendente, al menos para mí, fue el éxito de Zohran en dominar el ala progresista en las primarias. Este es el punto en el que más me tienta alzar las manos y culpar a la contingencia: por razones que la ciencia aún no comprende del todo, algunas personas simplemente son más carismáticas que otras.

Eso explica parte —pero no todo—. Un amplio espectro de políticos incluso progresistas está atrapado en un modelo mental en el que los votantes se ubican en un espectro de izquierda a derecha; en ese modelo, si los votantes se desplazan hacia la derecha (como parecía suceder en 2024), entonces uno también se mueve hacia la derecha. Actualmente existe una pequeña industria de comentaristas demócratas que insisten en que, si los demócratas quieren vencer a Trump, deben concentrarse en los temas prácticos de la vida cotidiana; en estos tiempos sin precedentes, dicen, es demasiado arriesgado aspirar a medidas sin precedentes.

Esta visión del mundo genera resultados cada vez más absurdos (Trump está ganando porque se concentra en los «temas cotidianos», como secuestrar trabajadores de la construcción y contagiar de sarampión a los niños). Pero los candidatos «progresistas» compartían esta visión, y eso los llevó a malinterpretar profundamente el momento político. Los votantes no estaban cansados de los extremos y buscando el centro; no estaban cansados del progresismo de Biden y buscando sentido común; estaban cansados de un statu quo que claramente no funciona ni como política (no pueden pagar el alquiler) ni como política institucional (gobernados por fascistas), y buscaban algo agresivamente nuevo. Zohran ofreció eso.

Esta dimensión de la campaña no puede entenderse al margen de la guerra en Gaza. Cuando Mamdani anunció su candidatura, su apoyo rigurosamente principista y público a los derechos palestinos fue considerado su mayor desventaja como candidato —incluso más que su compromiso socialista democrático—. Resultó ser todo lo contrario: un poderoso activo. Muchos votantes (particularmente, aunque no exclusivamente, jóvenes y musulmanes) estaban cada vez más disgustados por la evidente apología deshonesta de los demócratas tradicionales ante el genocidio israelí; la negativa de Mamdani a comprometerse en este tema y su exigencia de igualdad de derechos para los palestinos se convirtieron en una señal de su valentía y autenticidad, no solo respecto a Israel-Palestina, sino de manera más general. Muchos votantes tal vez no tuvieran una postura clara sobre la solución de dos Estados, pero estaban hartos de las mentiras y evasivas.

¿Qué pasa ahora? La elección de Mamdani representa un éxito más allá de los sueños más ambiciosos de la mayoría de los socialistas neoyorquinos de hace ocho, cuatro o dos años. Pero, como muchos han señalado, esto es solo el comienzo de la lucha. Mucho dependerá de lo que logremos hacer juntos como ciudad en los próximos cuatro años, tanto para ofrecer soluciones públicas a crisis como la vivienda y el cuidado infantil como, ante todo, para proteger a los cientos de miles de inmigrantes de Nueva York de la campaña de limpieza étnica de Trump.

Ciertamente no hay ninguna garantía de éxito. Pero para los neoyorquinos, una administración Mamdani ofrece la oportunidad de contraatacar —y para los socialistas de todo el país, su campaña ofrece un modelo para construir la infraestructura necesaria para conquistar el poder.

Michael Kinnucan es miembro de los Socialistas Demócratas de América (DSA). Vive en Brooklyn.
Traducción de Natalia López

Artículo seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de Salvador López Arnal

Fuente: Jacobin Latinoamérica 

 

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África participó en la guerra antifascista. Desde el desafío de Etiopía a Mussolini hasta la masacre de Thiaroye, los africanos lucharon contra el fascismo en el extranjero y contra el imperio en su propio territorio, sentando las bases de la liberación.


Soldados africanos contra el fascismo

Por Mika*

El Viejo Topo

7 noviembre, 2025



ÁFRICA NO FUE LA PERIFERIA DE LA GUERRA ANTIFASCISTA

La clásica obra de Ousmane Sembène de 1988, Camp de Thiaroye, comienza con una escena que resume la contradicción colonial. Es 1944. Los soldados africanos —los Tirailleurs Sénégalais— regresan a casa desde los frentes de batalla de Europa, después de haber luchado para liberar a Francia del fascismo. En ese momento, con un solo gesto contenido, Sembène captura el balance moral del imperio. La guerra había terminado en Europa, pero su lógica persistía en África. Effok no era solo un pueblo, era un registro de requisas, palizas y desapariciones durante la guerra. La sonrisa del general es una máscara; la negativa del tío, un acto político. Desde esta tranquila rebeldía hasta la masacre de Thiaroye que le sigue, Sembène traza el camino desde la resistencia pasiva a la activa contra el colonialismo francés, desde la lucha contra el fascismo en el extranjero hasta su enfrentamiento en casa.

El primer frente: Etiopía se queda sola

Incluir a África en la historia de la Guerra Mundial Antifascista —comúnmente conocida como Segunda Guerra Mundial, 1939-1945— no es añadir una nota decorativa, sino corregir el registro. Mucho antes del desembarco de Normandía, se produjeron importantes levantamientos armados contra el auge del fascismo fuera de Europa, ya desde el 18 de septiembre de 1931, con la invasión imperial japonesa de China. La lucha mundial contra el fascismo no comenzó en 1939 en Europa, sino años antes en continentes que a menudo se marginan en la narrativa histórica.

En 1935-1936, cuando el ejército de Mussolini invadió el país, lanzando gas mostaza y bombas químicas en violación flagrante del Protocolo de Ginebra, los patriotas etíopes, tanto hombres como mujeres, libraron una guerra de guerrillas de varios años que dejó al descubierto el fascismo como colonialismo sin disfraz. Estos arbegna (patriotas) encarnaban un rechazo que trascendía el género, la clase y la región.

El coste humano fue inmenso: más de 750 000 combatientes y civiles etíopes murieron durante la invasión y la ocupación. En 1937, tras un intento de asesinato del virrey italiano, las fuerzas italianas desataron la masacre de Yekatit 12, en la que murieron 30.£000 civiles en tres días de castigo colectivo. En las cuevas de Ametsegna Washa, gasearon y ametrallaron a más de 5500 etíopes, en una de las mayores masacres del teatro africano y un ejercicio metódico de terror. Aun así, la resistencia nunca cesó. Un tercio de los patriotas registrados eran mujeres: organizadoras, combatientes y comandantes cuyo desafío resonó en todo el continente. Su resistencia de cinco años abrió una escuela de resistencia, sembró la geografía política y se convirtió en un modelo para los movimientos antifascistas y anticolonialistas que siguieron.

La infraestructura de la victoria

A medida que la guerra se extendía, África se convirtió en su corazón logístico. Sus costas protegían las rutas marítimas; sus minas alimentaban la maquinaria bélica; sus trabajadores construían los puertos, las vías férreas y las pistas de aterrizaje que sostenían los frentes aliados y permitían la victoria final. Por todo el continente circulaban convoyes, aviones y combustible, impulsados por la mano de obra, los recursos y el sacrificio africanos.

Los soldados africanos y de la Commonwealth derrotaron a Italia en África Oriental en Keren y Amba Alagi, reabriendo el Mar Rojo y destrozando el imperio del Eje en suelo africano. Las tropas francesas libres y africanas capturaron Kufra en Libia, asegurando el flanco sur para la guerra del desierto. En el oeste, Gabón y Dakar se convirtieron en bases de operaciones para el África francesa y proporcionaron a De Gaulle una columna vertebral territorial y una base logística. Freetown y Takoradi transportaban aviones y protegían los convoyes que sostenían los frentes de Oriente Medio y el norte de África, incluso cuando los submarinos alemanes acechaban esas rutas marítimas. En el océano Índico, la toma de islas clave privó al Eje de un trampolín submarino que podría haber amenazado el canal de Suez y el canal de Mozambique.

Más de un millón de soldados africanos prestaron servicio; otros millones trabajaron en condiciones coercitivas y peligrosas. En el Congo, el uranio extraído de la mina de Shinkolobwe —por trabajadores africanos, muchos de los cuales sufrieron efectos desastrosos para su salud— alimentó las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La contribución de África fue decisiva —material, estratégica y humana—, pero a su pueblo se le negó el reconocimiento y la recompensa. Los imperios que afirmaban luchar contra el fascismo en el extranjero mantuvieron sus métodos en casa: jerarquía racial, trabajos forzados, castigos colectivos.

Thiaroye: Victoria y violencia

Camp de Thiaroye, de Sembène, relata lo que sucedió cuando el frente se trasladó al país. Los tirayeles que habían derramado su sangre por Francia fueron reunidos en un campo de tránsito cerca de Dakar para esperar la desmovilización. Cuando se devalúa el pago atrasado que se les había prometido, su conciencia política, templada en los campos de batalla extranjeros, se endurece y se convierte en una demanda colectiva de justicia económica. Se declararon en huelga, no por caridad, sino por dignidad. La respuesta colonial llegó al amanecer: tanques y artillería contra hombres desarmados y dormidos. Entre ellos se encontraba Pays, superviviente de los campos nazis, que llevaba un casco de las SS. Él intuyó lo que iba a pasar, pero, destrozado por el trauma, no pudo advertirles de que el fascismo solo había cambiado de uniforme, no de víctimas.

La masacre de Thiaroye del 1 de diciembre de 1944 no es una aberración, es el Estado colonial hablando con su voz más clara. Menos de seis meses después, el 8 de mayo de 1945 (Día de la Victoria en Europa), el mismo día en que Europa celebraba la victoria sobre el fascismo, las tropas francesas masacraron a miles de argelinos en Sétif y Guelma por exigir la independencia. Dos años más tarde, los veteranos de la guerra antifascista y los jóvenes malgaches politizados se levantaron por la independencia y corrieron la misma suerte. Para los colonizados, la «liberación» significó el restablecimiento del látigo, los campos y las armas. Ochenta años después, el número de muertos y los lugares de enterramiento siguen siendo objeto de controversia, y la búsqueda de la verdad completa sigue obstaculizada, lo que demuestra que la guerra por la memoria continúa.

Del servicio en tiempos de guerra a la lucha de posguerra

Sin embargo, la guerra cambió África. La experiencia de luchar contra el fascismo y sostener el esfuerzo bélico aliado transformó a los trabajadores y soldados comunes en sujetos políticos. Afirmaron que las promesas antifascistas de libertad y justicia social también debían aplicarse en las colonias, fusionando los frentes laboral y anticolonial.

En junio de 1945, los trabajadores nigerianos, que habían alimentado y abastecido al frente aliado, lanzaron una huelga general para reclamar salarios dignos y dignidad. Al año siguiente, 70.000 mineros sudafricanos que habían impulsado la economía aliada durante la guerra —oro para las reservas, carbón para la industria— lanzaron una huelga contra el régimen laboral «fascista» del capitalismo del apartheid: salarios de miseria y leyes laborales racistas. En 1947-1948, el impulso se extendió por todo el continente. En toda el África occidental francesa, los trabajadores ferroviarios se valieron de su disciplina bélica para organizar una huelga sostenida que vinculaba la lucha por un salario justo con la demanda más amplia de libertad.

En 1948, en Accra, unos exmilitares desarmados que marchaban para exigir sus pensiones fueron abatidos a tiros por un oficial británico. Los asesinatos desencadenaron disturbios y radicalizaron a toda una generación. Entre los detenidos tras los disturbios se encontraba Kwame Nkrumah, que pronto llevaría a Ghana a la independencia. Tras haber trabajado en un partido nacionalista moderado, se separó de él para formar su propio movimiento, que exigía el autogobierno inmediato, reconociendo —como escribió más tarde su biógrafo— que, tras el fin de la guerra, había comenzado la revolución africana.

Precisión, no piedad

Sembène rechaza el consuelo fácil. Tras la masacre, en su escena final, un nuevo grupo de jóvenes soldados africanos embarca en un barco rumbo a Europa, tal y como hicieron en su día los veteranos de Thiaroye. La historia, al parecer, se dispone a repetirse.

Recordar el papel de África en la Guerra Mundial Antifascista no es un acto de caridad, sino de decir la verdad. Los campos de batalla del continente no eran periféricos, sino fundamentales para la derrota del fascismo y el nacimiento del mundo de la posguerra. Su lucha contra el fascismo era inseparable de su lucha contra la arquitectura del imperialismo. Pero también revelaron algo más profundo: que la lógica central del fascismo —la jerarquía racial, la expropiación, el castigo colectivo— era propia del imperio.

Ochenta años después, la lucha continúa bajo nuevas formas: contra los regímenes de deuda, el saqueo ecológico, las fronteras militarizadas y la instrumentalización de la memoria. Para conmemorar la gran victoria de la Guerra Mundial Antifascista, resistir el resurgimiento del neofascismo y abordar las crisis entrelazadas a las que se enfrenta el Sur Global, el Foro Académico del Sur Global (2025) se reunirá en Shanghái los días 13 y 14 de noviembre de 2025 bajo el lema «La victoria de la Guerra Mundial Antifascista y el orden internacional de la posguerra: pasado y futuro».

Una nueva generación de pensadores, artistas y organizadores de todo el Sur Global está recuperando esta historia, no para idealizar el pasado, sino para comprender el mundo que hemos heredado. Como nos recuerda Sembène, la resistencia comienza con la precisión: ver claramente lo que se hizo, quién pagó el precio y lo que aún queda por ganar.

(*) Mika es investigadora y editora en Tricontinental: Instituto de Investigación Social y coordina la oficina panafricana de Tricontinental, donde ha coescrito un reciente dossier titulado Sahel busca la soberanía. Actualmente cursa su doctorado en la Escuela de Relaciones Internacionales y Asuntos Públicos de la Universidad de Fudan. Es miembro de la Secretaría de Pan Africanism Today, que coordina la articulación regional de la Asamblea Popular Internacional. También forma parte del comité de coordinación de No Cold War, una plataforma por la paz que promueve la multipolaridad y la máxima cooperación global.

Fuente: Tricontinental

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