EL UNIVERSO DE JUANITO
Juanito de
niño, hacia de eso muchos años: treinta, cuarenta, cincuenta o más, jugaba como
jugaban entonces los niños en su pueblo: a tractores, cogiendo una tapadera de
cacerola entre las manos, convirtiéndola con el mágico poder de la imaginación
en el volante del tractor, y corría tras ella acompañado por el ruido del motor
que simulaba con la boca: ¡ruúmm, ruúmm, ruúmm! Y así recorría una y otra vez
todo el contorno del pueblo que para él constituía todo el universo.
Cuando dejó
de ser niño y sin saber cómo, se halló en la cima de una de las montañas que
circundaba el pueblo, y desde aquella altura descubrió que el universo era
infinitamente más ancho y extenso de lo que él había visto. Vio muchas más
cumbres, algunas borrosas, muy lejos, otras más cercanas y monumentales,
valles, acantilados, ríos y vaguadas, caminos y senderos.
Ante aquel
inédito universo misterioso que se extendía bajo sus pies y que ni siquiera era
capaz de abarcar con la vista, primero sintió asombro y extrañeza, y después
miedo, un miedo espantoso que le hizo temblar.
Bajó
tembloroso y cargado de miedos de aquella cima que le hacía intuir que el mundo
era muchísimo más de lo conocido por él, pero no quiso salir de lo que le era
conocido y familiar.
Desde
entonces Juanito hace los mismos recorridos que hacía de niño, de una a otra
punta del pueblo, pero triste y cabizbajo, con pasos lentos, pesados, porque ya
no es un niño para seguir jugando a tractores con la tapa de cacerola.
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Manuel
Sogas Cotano
Zaragoza
17 Agosto 2005
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