Debate
Dependencia y teoría del valor
Claudio
Katz
Vientosur
13.07.2018
Ciclos de las materias primas
La escasa participación de Marini en los debates sobre
el intercambio desigual probablemente obedeció a su peculiar uso de ese
concepto. Lo utilizó como simple fundamento de la adversidad estructural
padecida por la economía latinoamericana. Identificó esa asimetría con el
deterioro de los términos de intercambio (Marini, 1973: 24-38).
Ese principio era el cimiento indiscutido de muchos
enfoques de la época. La desvalorización perdurable de las exportaciones
primarias era atribuida por la CEPAL, a la estructura socio-económica de la
periferia. Estimaba que en las metrópolis las ganancias y los salarios crecían
por encima de la productividad (manteniendo elevados los precios industriales),
mientras que en su contraparte agro-exportadora prevalecía un proceso opuesto
(Prebisch, 1986).
Marini compartía esa conclusión pero no la
interpretación institucionalista. Explicaba la depreciación de los bienes
primarios por la dinámica objetiva de la acumulación a escala internacional.
Describía cómo las inversiones externas facilitaban la apropiación de los
recursos de la periferia y atribuía esa exacción a la subordinación de los
países retrasados. Pero este acertado diagnóstico no esclarecía los mecanismos
que desvalorizaban a las materias primas.
Una influyente pista para resolver ese enigma fue
aportada por los primeros estudios de transferencia de la plusvalía entre
regiones avanzadas y retrasadas de Europa (Howard; King, 1992: 189-2000). Esta
caracterización contrastaba con la simple identificación desarrollista de las
adversidades del intercambio con la implementación de erróneas políticas
económicas.
En pleno auge de estas visiones apareció el primer
cuestionamiento al principio de inexorable depreciación de las exportaciones
primarias. El encarecimiento del petróleo que acompañó a la irrupción de la
OPEP suscitó esa crítica, en medio de un gran atesoramiento de divisas por
parte de las retrasadas economías de Medio Oriente.
Este episodio involucraba a una materia prima muy
peculiar y enriquecía a pocos países. Pero la objeción conceptual al deterioro
de los términos de intercambio se afianzó con cuestionamientos empíricos a la
tesis Prebish. Los críticos ejemplificaron con el caso de Estados Unidos, la
ausencia de total automaticidad entre agro-exportación y subdesarrollo
(Bairoch, 1999: 234-236).
Entre los marxistas comenzó también una
reconsideración de la especificidad de los productos básicos. Dada su
dependencia de la naturaleza, esos insumos difieren de sus pares fabriles por
la menor flexibilidad a la innovación tecnológica y al consiguiente incremento
de la productividad. Por eso tienden a encarecerse suscitando procesos
reactivos de industrialización de las materias primas (Grossman, 1979:
269-290). Esas oleadas de inversión generan sustitutos, como ocurrió por
ejemplo con el caucho sintético, cuando la demanda automotriz apreció a su
precedente natural.
Aunque el deterioro de los precios se verifica en un
gran número de productos básicos, la dinámica prevaleciente en el sector está
dictada por un patrón cíclico de cotizaciones. Esa fluctuación amolda la
comercialización de esos bienes al doble proceso de presiones encarecedoras y
reacciones de abaratamiento.
Aplicando este criterio, algunos estudios retrataron
los ciclos históricos de las materias primas. La apreciación inicial (1820-73)
fue sucedida por dos picos ascendentes en la primera mitad del siglo XX y un
tercero determinado por los shocks petroleros (1970-80). En todos los casos se
registraron oleadas de inversión en la actividad primaria para revertir esos
aumentos (Mandel, 1978: cap 3). Este esclarecimiento de la especificidad de los
insumos básicos indujo a revisar otra noción clave para las economías
periféricas.
La reintroducción de la renta
Las modalidades de la renta agro-minera despertaron
poca atención en el dependentismo. Fueron en cambio estudiadas por el
endogenismo marxista para comprender el atraso latinoamericano. El grueso de
esos análisis presentaba a ese excedente como un “resabio feudal”.
Marini rechazó esa caracterización objetando la
subsistencia de formas de exacción pre-capitalista. El trasfondo de la
controversia era político. El pensador brasileño propiciaba un proceso
socialista ininterrumpido, contrapuesto al proyecto de erradicar las “rémoras
del feudalismo” con alguna variante de “capitalismo progresista”.
Estos imprescindibles debates igualmente oscurecieron
la enorme gravitación de una renta totalmente capitalista. Esa categoría había
perdido interés en el grueso del planeta desde principio del siglo XX por su
decreciente peso en las economías avanzadas. La participación de la renta en el
ingreso nacional de Inglaterra declinó del 30% (1688) al 20% (1801) y luego del
14% (1855), al 12% (1900) y 6% (1963) (Baptista, 2010: 16-20). Por esa menguada
influencia se suponía que carecía de efectos significativos sobre los precios.
La mecanización agrícola de posguerra consolidó esa impresión.
Pero la renta recobró interés a partir de los años 80.
Ese resurgimiento confirmó que las actividades dependientes de la naturaleza
nunca se transforman en sectores industriales corrientes. El detonante del giro
fue el shock petrolero y la apreciación posterior de ciertos metales. El
reciente “superciclo de las materias primas” reforzó la curiosidad por la
renta. La demanda china valorizó en las últimas décadas todos los productos
básicos y generó un récord de cotizaciones de los insumos alimenticios,
energéticos y minerales.
La discusión sobre las peculiaridades de una
remuneración a la propiedad de los recursos naturales ha resurgido a pleno. Los
economistas clásicos habían captado en el siglo XIX los mecanismos de esa
renta, sin comprender su contenido social. Marx esclareció esos cimientos en la
plusvalía y señaló que el excedente no emerge espontáneamente de la naturaleza.
Se nutre del trabajo no remunerado a los asalariados y es acaparado por los
dueños de la tierra, cuando pueden ejercer su monopolio territorial (Marx,
1973: T 3-209-216).
Pero el sustento de la renta en la plusvalía
constituye tan sólo un principio genérico, que no define su forma de sustento
en la explotación de los trabajadores. Algunos enfoques identifican ese soporte
con la plusvalía extraordinaria generada por los asalariados de la propia
actividad primaria. Otras miradas sitúan el origen de ese lucro, en porciones de
la plusvalía extraída a los trabajadores industriales, y transferida a los
dueños de la tierra.
Las dos caracterizaciones coinciden en actualizar los
criterios establecidos por Marx para evaluar el monto y duración de la renta.
El precio de los bienes agrícolas queda fijado por su costo de producción más
la ganancia media del terreno (o la inversión) de menor rendimiento. Los dueños
de los predios restantes obtienen una renta creciente y acorde a la fertilidad
o localización de sus propiedades. La magnitud del lucro depende de los precios
de los productos primarios, puesto que su elevación acrecienta las ventajas de
los poseedores de los mejores terrenos.
La renta queda definida por estas singularidades y
oscila con la apetencia o desinterés que rodea a cada valor de uso. Algunas
mercancías son demandadas en forma estable durante prolongados períodos por su
función en la alimentación (trigo) o la energía (uranio). Otras sufren abruptas
declinaciones por la aparición de sustitutos (azúcar). Ciertos productos
protagonizan recurrentes vaivenes (petróleo) y otros sorpresivos despuntes
(litio). Los reemplazos gestados en los laboratorios se expanden a gran
velocidad, pero nunca pueden vulnerar la peculiar conexión de esos productos
con la naturaleza.
Al igual que el grueso de los economistas de su época,
el dependentismo no estudió esas peculiaridades de la renta. La continuidad de
esa omisión es muy problemática en una etapa de capitalismo neoliberal,
centrado en la devastadora explotación de los recursos naturales.
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