miércoles, 18 de julio de 2018

TEORÍA MARXISTA DEL DESARROLLO DESIGUAL



Debate

Dependencia y teoría del valor
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Claudio Katz
Vientosur
13.07.2018

Ciclos de las materias primas

La escasa participación de Marini en los debates sobre el intercambio desigual probablemente obedeció a su peculiar uso de ese concepto. Lo utilizó como simple fundamento de la adversidad estructural padecida por la economía latinoamericana. Identificó esa asimetría con el deterioro de los términos de intercambio (Marini, 1973: 24-38).

Ese principio era el cimiento indiscutido de muchos enfoques de la época. La desvalorización perdurable de las exportaciones primarias era atribuida por la CEPAL, a la estructura socio-económica de la periferia. Estimaba que en las metrópolis las ganancias y los salarios crecían por encima de la productividad (manteniendo elevados los precios industriales), mientras que en su contraparte agro-exportadora prevalecía un proceso opuesto (Prebisch, 1986).

Marini compartía esa conclusión pero no la interpretación institucionalista. Explicaba la depreciación de los bienes primarios por la dinámica objetiva de la acumulación a escala internacional. Describía cómo las inversiones externas facilitaban la apropiación de los recursos de la periferia y atribuía esa exacción a la subordinación de los países retrasados. Pero este acertado diagnóstico no esclarecía los mecanismos que desvalorizaban a las materias primas.

Una influyente pista para resolver ese enigma fue aportada por los primeros estudios de transferencia de la plusvalía entre regiones avanzadas y retrasadas de Europa (Howard; King, 1992: 189-2000). Esta caracterización contrastaba con la simple identificación desarrollista de las adversidades del intercambio con la implementación de erróneas políticas económicas.

En pleno auge de estas visiones apareció el primer cuestionamiento al principio de inexorable depreciación de las exportaciones primarias. El encarecimiento del petróleo que acompañó a la irrupción de la OPEP suscitó esa crítica, en medio de un gran atesoramiento de divisas por parte de las retrasadas economías de Medio Oriente.

Este episodio involucraba a una materia prima muy peculiar y enriquecía a pocos países. Pero la objeción conceptual al deterioro de los términos de intercambio se afianzó con cuestionamientos empíricos a la tesis Prebish. Los críticos ejemplificaron con el caso de Estados Unidos, la ausencia de total automaticidad entre agro-exportación y subdesarrollo (Bairoch, 1999: 234-236).

Entre los marxistas comenzó también una reconsideración de la especificidad de los productos básicos. Dada su dependencia de la naturaleza, esos insumos difieren de sus pares fabriles por la menor flexibilidad a la innovación tecnológica y al consiguiente incremento de la productividad. Por eso tienden a encarecerse suscitando procesos reactivos de industrialización de las materias primas (Grossman, 1979: 269-290). Esas oleadas de inversión generan sustitutos, como ocurrió por ejemplo con el caucho sintético, cuando la demanda automotriz apreció a su precedente natural.

Aunque el deterioro de los precios se verifica en un gran número de productos básicos, la dinámica prevaleciente en el sector está dictada por un patrón cíclico de cotizaciones. Esa fluctuación amolda la comercialización de esos bienes al doble proceso de presiones encarecedoras y reacciones de abaratamiento.

Aplicando este criterio, algunos estudios retrataron los ciclos históricos de las materias primas. La apreciación inicial (1820-73) fue sucedida por dos picos ascendentes en la primera mitad del siglo XX y un tercero determinado por los shocks petroleros (1970-80). En todos los casos se registraron oleadas de inversión en la actividad primaria para revertir esos aumentos (Mandel, 1978: cap 3). Este esclarecimiento de la especificidad de los insumos básicos indujo a revisar otra noción clave para las economías periféricas.

La reintroducción de la renta

Las modalidades de la renta agro-minera despertaron poca atención en el dependentismo. Fueron en cambio estudiadas por el endogenismo marxista para comprender el atraso latinoamericano. El grueso de esos análisis presentaba a ese excedente como un “resabio feudal”.

Marini rechazó esa caracterización objetando la subsistencia de formas de exacción pre-capitalista. El trasfondo de la controversia era político. El pensador brasileño propiciaba un proceso socialista ininterrumpido, contrapuesto al proyecto de erradicar las “rémoras del feudalismo” con alguna variante de “capitalismo progresista”.

Estos imprescindibles debates igualmente oscurecieron la enorme gravitación de una renta totalmente capitalista. Esa categoría había perdido interés en el grueso del planeta desde principio del siglo XX por su decreciente peso en las economías avanzadas. La participación de la renta en el ingreso nacional de Inglaterra declinó del 30% (1688) al 20% (1801) y luego del 14% (1855), al 12% (1900) y 6% (1963) (Baptista, 2010: 16-20). Por esa menguada influencia se suponía que carecía de efectos significativos sobre los precios. La mecanización agrícola de posguerra consolidó esa impresión.

Pero la renta recobró interés a partir de los años 80. Ese resurgimiento confirmó que las actividades dependientes de la naturaleza nunca se transforman en sectores industriales corrientes. El detonante del giro fue el shock petrolero y la apreciación posterior de ciertos metales. El reciente “superciclo de las materias primas” reforzó la curiosidad por la renta. La demanda china valorizó en las últimas décadas todos los productos básicos y generó un récord de cotizaciones de los insumos alimenticios, energéticos y minerales.

La discusión sobre las peculiaridades de una remuneración a la propiedad de los recursos naturales ha resurgido a pleno. Los economistas clásicos habían captado en el siglo XIX los mecanismos de esa renta, sin comprender su contenido social. Marx esclareció esos cimientos en la plusvalía y señaló que el excedente no emerge espontáneamente de la naturaleza. Se nutre del trabajo no remunerado a los asalariados y es acaparado por los dueños de la tierra, cuando pueden ejercer su monopolio territorial (Marx, 1973: T 3-209-216).

Pero el sustento de la renta en la plusvalía constituye tan sólo un principio genérico, que no define su forma de sustento en la explotación de los trabajadores. Algunos enfoques identifican ese soporte con la plusvalía extraordinaria generada por los asalariados de la propia actividad primaria. Otras miradas sitúan el origen de ese lucro, en porciones de la plusvalía extraída a los trabajadores industriales, y transferida a los dueños de la tierra.

Las dos caracterizaciones coinciden en actualizar los criterios establecidos por Marx para evaluar el monto y duración de la renta. El precio de los bienes agrícolas queda fijado por su costo de producción más la ganancia media del terreno (o la inversión) de menor rendimiento. Los dueños de los predios restantes obtienen una renta creciente y acorde a la fertilidad o localización de sus propiedades. La magnitud del lucro depende de los precios de los productos primarios, puesto que su elevación acrecienta las ventajas de los poseedores de los mejores terrenos.

La renta queda definida por estas singularidades y oscila con la apetencia o desinterés que rodea a cada valor de uso. Algunas mercancías son demandadas en forma estable durante prolongados períodos por su función en la alimentación (trigo) o la energía (uranio). Otras sufren abruptas declinaciones por la aparición de sustitutos (azúcar). Ciertos productos protagonizan recurrentes vaivenes (petróleo) y otros sorpresivos despuntes (litio). Los reemplazos gestados en los laboratorios se expanden a gran velocidad, pero nunca pueden vulnerar la peculiar conexión de esos productos con la naturaleza.

Al igual que el grueso de los economistas de su época, el dependentismo no estudió esas peculiaridades de la renta. La continuidad de esa omisión es muy problemática en una etapa de capitalismo neoliberal, centrado en la devastadora explotación de los recursos naturales.

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