martes, 17 de julio de 2018

TEORÍA MARXISTA DEL DESARROLLO DESIGUAL


Debate

Dependencia y teoría del valor
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Claudio Katz
Vientosur
13.07.2018

Monopolio y dualidad del valor

Los cuestionamientos a las transferencias internacionales de valor -postuladas por el dependentismo- se basan también en la relevancia asignada a los monopolios. Los críticos estiman que la gravitación otorgada por esa escuela, a las grandes empresas en la determinación de los precios, divorcia a esas cotizaciones de la lógica objetiva de la ley del valor (Astarita, 2014a).

Pero esa incidencia de los monopolios sólo es concebida con duraciones transitorias, a favor de las firmas que detentan un relativo dominio del mercado. Como tarde o temprano enfrentan la competencia de otras compañías del mismo peso, no pueden eternizar su control. Reconocer la capacidad de los monopolios para multiplicar beneficios en segmentos diferenciados, no entraña ningún desconocimiento de la ley del valor. Sólo se registra otra esfera de funcionamiento de ese principio.

Marini siempre estuvo más próximo a los pensadores marxistas que resaltaban esa dinámica de competencia diferenciada entre monopolios (como Mandel). Mantuvo más distancias con los teóricos que subrayaban la capacidad de las grandes firmas para manejar los precios en forma descontrolada (como Sweezy).

Quienes, por el contrario, adoptaron la acertada crítica de varios economistas a la magnificación de los monopolios (como Shaik), ahora se ubican en al extremo opuesto. Niegan la evidente existencia de gigantescas corporaciones que obtienen ganancias extraordinarias en ciertos mercados, a costa de las compañías de menor envergadura.

Los monopolios logran beneficios extraordinarios por su peso dominante. Pero a largo plazo, no pueden sustraerse de los principios que rigen la conformación de todos los precios, bajo el impacto combinado de la productividad y las necesidades sociales. El primer factor incide en esa valoración a través del tipo de empresas predominantes en la oferta de cada sector. El segundo influye mediante el perfil que asume la demanda (Rosdolsky, 1979: 101-125).

Si por ejemplo una rama está ascendiendo (calzado deportivo), habrá lugar para las firmas de menor y mayor productividad, mientras que en el caso inverso (sombreros) tenderán a subsistir sólo las más eficientes. El cruce de ambos procesos genera los premios y castigos del mercado, a las empresas que economizan o derrochan trabajo social (Katz, 2009: 31-60).
Las grandes compañías suelen obtener beneficios superiores al promedio por su primacía en la innovación (rentas tecnológicas) o por su control de la oferta de un bien escaso (renta natural). Pero sólo preservan esas plusganancias durante el lapso que limitan la competencia en el sector hegemonizado y aprovechan la vigencia de necesidades sociales amoldadas a la demanda de sus mercancías. Ambos determinantes condicionan los precios finales de todas las mercancías (Mandel, 1985: 209-216).

Esta caracterización de la dimensión dual del valor no sólo clarifica las singularidades y límites de los monopolios. También resalta la gravitación del mercado, en el reconocimiento ex post del trabajo incorporado a las mercancías. Esta última dimensión clarifica la existencia de crisis específicas de realización del valor. 

Marini estudió este tipo de problemas derivados de la doble faceta de las mercancías. Indagó la pirámide de los monopolios, los desequilibrios de la demanda y las crisis generadas por la estrechez del consumo en la periferia (Marini, 1979: 18-39).

Adscribió a una tradición de la economía marxista, que discrepa con las vertientes exclusivamente centradas en el análisis del valor en la esfera de la producción. Ese enfoque cuantifica a esa variable sólo en el ámbito inicial de generación de la plusvalía. Subraya en forma insistente la gravitación asignada por Marx a la lógica de la explotación y deduce todas las contradicciones del capitalismo de lo ocurrido en esa esfera. Con esa óptica descalifica los desequilibrios localizados en el plano de la demanda.

La crítica al dependentismo está enraizada en esta vieja interpretación “tecnológica” del valor, que algunos analistas han objetado recientemente (Solorza; Deytha, 2014). Con ese fundamento conceptual es muy difícil captar las singularidades de las economías periféricas que investigó Marini.

Incomprensión del subdesarrollo

Las transferencias de valor aportan el sustento teórico para evaluar cómo se canaliza la plusvalía entre las distintas fracciones burguesas de la periferia. Si se desconoce esta dimensión, resulta imposible entender la forma que asumen los conflictos distributivos, en países periódicamente afectados por esas pugnas. Un ejemplo de ese tipo fue la disputa con los agro-sojeros de Argentina en el 2008.

Se afirma que esa indagación oscurece la contradicción central entre el capital y el trabajo (Astarita, 2009b). Pero en los hechos ocurre lo contrario. Clarifica el escenario de ese antagonismo social, al situarlo en el marco de las tensiones que acosan a los opresores. Ninguna acción política de los asalariados es efectiva si se ignoran los conflictos por arriba.
Esa gravitación de los choques entre dominadores es desconsiderada como un desvío de la atención prioritaria en el proletariado. Se estima que esa deformación es propia del “marxismo nacional y popular”, que postula caminos de convergencia del antiimperialismo con el socialismo (Astarita, 2014a). La teoría marxista de la dependencia es visualizada como una expresión suprema de ese desacierto.

Pero esa actitud cierra todas las posibilidades de participación en las luchas populares de América Latina, promoviendo estrategias de radicalización para avanzar hacia el logro de las metas anticapitalistas.

El rechazo de esta intervención política corona las dificultades teóricas para explicar el subdesarrollo. Al objetar la existencia de transferencias de valor de la periferia al centro queda obstruida la comprensión de la estratificación global. La relativa estabilidad histórica de esa fractura se convierte en un enigma irresoluble.

La simple constatación de mayor productividad en las economías avanzadas, no explica la reproducción de esa brecha en un sistema regido por la competencia. Las tesis antidependentistas rehúyen estos dilemas.

A lo sumo evalúan el origen histórico de las asimetrías de desarrollo, señalando el lugar que ocupa cada país en la división internacional del trabajo (Astarita, 2013c). También recuerdan la herencia legada por los sistemas pre-capitalistas y el rol jugado por las distintas burguesías (Astarita, 2004: cap 8). Pero esas observaciones se limitan a describir la polarización de la acumulación a nivel mundial, sin esclarecer los mecanismos de esa fractura.

El problema no radica en lo ocurrido durante el surgimiento del capitalismo, sino en lo sucedido a posteriori. El proceso contemporáneo de subdesarrollo y su continuidad requieren alguna explicación. Frente al silencio de sus críticos, la teoría marxista de la dependencia ofrece una interpretación basada en las transferencias de plusvalía.

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