VIEJA Y NUEVA
POLÍTICA. CONFERENCIA DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET, MAYO DE 1914, TEATRO DE LA
COMEDIA (MADRID)
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Sociología
Crítica
30.05.2015
Ortega, aquel 24 de mayo de 1914 en el Teatro de la
Comedia
Desconfianza
ante los programas simples (7)
Yo quisiera
ahora, rápidamente, puesto que el tiempo no me deja más, explicar cuáles son
algunas de las posiciones de la Liga de Educación Política frente a algunos
temas presentes e ineludibles de la política española.
Pero conste que
yo no voy a hacer un programa. La «Liga de Educación Política Española» no es
hoy un partido parlamentario preocupado de captar el Poder y a quien sea
urgente la posesión de esas ganzúas de gobierno que algunos llaman programas. ¡Ojalá
que existieran hoy, como en otros tiempos, breves y sencillos ideales
políticos, capaces de encender en llama de fe viva los corazones de todo un
pueblo, así de los privilegiados intelectuales como de las muchedumbres
pasionales! Mas precisamente porque hoy no los hay se ha fundado la «Liga de
Educación Política Española», a fin de que mañana, en un mañana muy próximo,
los haya. Porque, como al principio os decía, y luego he insistido en decir y
ahora reitero, se trata de un instante crítico, en que las fórmulas recibidas y
gritadas públicamente no satisfacen íntegramente a nadie y urge renovar los
principios mismos de toda la batalla política, tejer nuevas banderas, modular
nuevos himnos y forjar nuevas interjecciones políticas que no se pierdan en el
aire, como meros sonidos, que acierten a poner tensión duradera en los músculos
de legiones de brazos.
Por ser de
inminencia que alguien tocara a rebato solicitando a la actuación política las
nuevas generaciones, me he atrevido a hablaros hoy desde aquí; pero — claro
está — mi atrevimiento no llega a más que a enunciar aquellas convicciones
primarias y genéricas dentro de las que evidentemente han de formarse los
nuevos usos. No he de tener la avilantez de exponeros mi programa. Experimento
demasiado amor, tengo demasiada fe y conozco demasiado las dificultades que se
encierran en esta frase: «nueva política». ¿Lo oís bien? Nueva — por tanto,
desde sus bases hasta sus cimas, desde sus axiomas a sus últimos corolarios,
desde sus emociones hasta sus términos —, nueva. ¿Y voy a tener la avilantez de
venir aquí, sin autoridad y en un breve rato, a pretender vuestra súbita
conversión? No; yo no puedo daros hoy otro programa que éste, compuesto de dos
proposiciones: los programas usaderos son caducos e inútiles — venid a trabajar
en un nuevo edificio de ideas y pasiones políticas —. Yo ahora no pido votos;
yo ahora no hablo a las masas; me dirijo a los nuevos hombres privilegiados de
la injusta sociedad — a los médicos e ingenieros, profesores y comerciantes, industriales
y técnicos —; me dirijo a ellos y les pido su colaboración.
Más acción
nacional que fórmulas políticas (8)
Cualquiera que
sea el contenido particular de nuestro programa, sé de antemano que se
caracterizará por exigir con el mismo vigor estas dos cualidades: justicia y
eficacia. Mirad cómo en toda Europa comienzan nuevos fervores de luchas
liberales, y mirad cómo no encienden esa pasionalidad política modernísima,
utopías más o menos remozadas, sino el ideal de la eficacia.
Vamos a inundar
con nuestra curiosidad y nuestro entusiasmo los últimos rincones de España:
vamos a ver España y a sembrarla de amor y de indignación. Vamos a recorrer los
campos en apostólica algarada, a vivir en las aldeas, a escuchar las quejas
desesperadas allí donde manan; vamos a ser primero amigos de quienes luego
vamos a ser conductores. Vamos a crear entre ellos fuertes lazos de socialidad
— cooperativas, círculos de mutua educación; centros de observación y de
protesta. Vamos a impulsar hacia un imperioso levantamiento espiritual los
hombres mejores de cada capital, que hoy están prisioneros del gravamen
terrible de la España oficial, más pesado en provincias que en Madrid. Vamos a
hacerles saber a esos espíritus fraternos, perdidos en la inercia provincial,
que tienen en nosotros auxiliares y defensores. Vamos a tender una red de nudos
de esfuerzo por todos los ámbitos españoles, red que a la vez será órgano de
propaganda y órgano de estudio del hecho nacional; red, en fin, que forme un
sistema nervioso por el que corran vitales oleadas de sensibilidad y
automáticas, poderosas corrientes de protesta.
¡El programa!
Si se entiende por tal algo hondo y vivaz, tiene que ser creado tema a tema, en
esa convivencia a que os invito. Tengamos el valor de esa misma novedad que
pretendemos y no comencemos, como han hecho y hacen los otros partidos, por el
fin. Nosotros no tenemos prisa: prisa es lo único que suelen tener los
ambiciosos.
Odiemos las
puras palabras: ¿Qué ganaríamos con que yo ahora incluyera aquí un párrafo
diciendo que es uno de los cuatro ángulos de nuestro programa la demanda de la
moralidad en los poderes? Eso no se dice; eso es para hecho. En lugar de
decirlo, hagámoslo; organicémonos en línea de agresión contra la inmoralidad;
que lleguen a saber los ofendidos y maltrechos que hay una colectividad
dispuesta y pertrechada en todo instante para defenderlos.
Sólo por la
necesidad en que estamos — conforme tejemos esa nueva acción política, que será
lo nuestro genuino — de dar cara a los sucesos de la política momentánea, de
intervenir, desde luego, en la contienda, diré algo que ha de valer más bien
como ejemplo de nuestra orientación que como definitiva aclaración, salvo en un
asunto a que luego me he de referir.
¿Qué actitud
tomar entre las direcciones genéricas de la política al uso? Señores, si yo
ahora declaro que los que formamos parte de la Liga de Educación Política somos
liberales, no diría nada, porque el vocabulario político está infestado y todos
sus términos tienen que ser sometidos a lazareto. Las cosas claras. Y o
desearía poderme llamar aquí radical. No creo, es cierto, que todas las labores
hechas por los radicales españoles hayan sido inútiles; ha habido algunos — que
yo llamaría buenos demagogos —, en cuya vida particular yo no tengo para qué
meterme, que han ejercido una función necesaria en la sociedad: han producido
como una primera estructura histórica en las masas; y ésos son realmente
respetables. Pero esto ocurre a alguno que otro. Los radicales, así, en
general, son unas gentes que van gritando por esas reuniones de Dios, y nuestra
política es todo lo contrario que el grito, todo lo contrario que el simplismo.
Si las cosas son complejas, nuestra conducta tendrá que ser compleja. No hay
nada más absurdo que, por ejemplo, pedir que en el espectro de los colores se
nos indique dónde exactamente acaba el anaranjado y dónde empieza el amarillo,
porque es esencial a los colores puros el fundirse unos con otros en transición
suavísima, el no acabar aquí o allí. Lo complejo tiene que ser reflejado, en
los programas políticos, complejamente; y una de las cosas más graves que
ocurren en España es que sólo se dirigen a la multitud esos simplismos
radicales o reaccionarios, esos grandes gritos, que convierten la política en
un sicofantismo, en obra de denostación y de insulto. Por consiguiente, yo
necesitaría mucho tiempo para explicar en qué sentido nosotros deseamos ser
radicales, es decir, extremadamente liberales, mucho más liberales que cuantos
partidos tienen hoy representación en nuestro Parlamento. Pero es que hay cosas
que, a lo mejor, pasan como no radicales y lo son. Y o no puedo olvidar que uno
de los intentos de reformas más positivamente avanzados que se ha intentado en
la Hacienda fue una ley de impuestos sobre las cédulas personales: y los
republicanos fueron los primeros en oponerse a ella. Mientras las cosas no se
pongan claras no podremos, sin incurrir en falta de seriedad, declararnos, sin
más ni más, radicales. ¿Para qué? ¿Para pedir la limosna de un aplauso?
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