Debate
Dependencia y teoría del valor
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Claudio
Katz
Vientosur
13.07.2018
Renta imperialista
La prioridad que tiene el usufructo de la naturaleza
para las grandes empresas es registrada por el nuevo concepto de extractivismo.
Ese término resalta la destrucción del medio ambiente que imponen las reglas
del capitalismo contemporáneo.
Esa virulencia es impactante en la actividad minera
que dinamita montañas, disuelve rocas con compuestos químicos y derrocha el
agua requerida para la agricultura. El efecto de esa calamidad es la
desaparición de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y
la inundación de las costas.
La altísima rentabilidad de las materias primas ha
introducido a ese ámbito en el sofisticado universo de las transacciones
financieras. También se han multiplicado las intensas disputas por la captura
de las ganancias en juego. Las ventajas logradas por cada competidor no
dependen exclusivamente de su capacidad tecnológica o astucia comercial. El
peso geopolítico de las distintas potencias se ha tornado decisivo para
ejercitar el control efectivo de los territorios apetecidos.
En el mapa del petróleo, los metales, el agua y las
praderas flamean las banderas de las principales economías desarrolladas.
Algunos teóricos han acuñado el acertado concepto de renta imperialista, para
graficar la forma que actualmente asume la apropiación de esas riquezas. Las
grandes compañías operan con la estratégica protección de sus estados (Amin,
2011: 119-126).
La renta imperialista es un término que polemiza con
la difundida denigración de los “estados rentistas” de la periferia. Los
neoliberales utilizan esa denominación para descalificar a los países
subdesarrollados. Justifican el saqueo perpetrado por las firmas
transnacionales, con hipócritas críticas a la corrupción imperante en esas
regiones.
El escandaloso pillaje en curso de África y América
Latina presenta ciertas semejanzas con los precedentes descriptos por Lenin a
principio del siglo XX. La renta es ambicionada por las clases dominantes del
centro y la periferia, en un marco de luchas sociales que definen su eventual
captación por los sectores populares. El análisis de ese excedente en estos
términos permite superar la estrechez economicista, que suele desconocer la
peculiar dependencia de esos recursos de la fuerza política de sus captores.
Marx remarcó esa especificidad en su tratamiento de la
renta agraria. Luego de exponer sus variadas modalidades económicas, atribuyó
el destino de ese ingreso al desenlace de conflictos políticos. Explicó en esos
términos los choques de la burguesía con los terratenientes, que en Inglaterra
se zanjaron con la importación de trigo. Con el mismo razonamiento analizó esa
crisis en Francia. En los dos casos situó el eje de la explicación en la arena
de la lucha de clases (Amin, 2011: 81-82).
Este abordaje ilustra la gravitación de la dimensión
política en cualquier reflexión sobre la renta. Por el carácter estratégico de
los recursos ansiados la batalla por su apropiación incluye confrontaciones de
gran porte. Por la misma razón los distintos estados pueden jugar roles
protagónicos como administradores, empresarios o propietarios de ese ingreso.
Esos atributos les permiten retener, drenar o absorber la renta. El arbitraje
de cada estado puede definir cuáles son los sectores sociales favorecidos por
su distribución.
La renta imperialista no sólo es una noción compatible
con la teoría marxista de la dependencia. Remarca además la especificidad del
concepto frente a la ganancia, facilitando la separación de ambas categorías.
Su incorporación al pensamiento dependentista contribuye a la actualización de
ese paradigma.
La renta internacional
Una interpretación particular de la economía argentina
postula que ese país ha sido perceptor de una renta diferencial a escala
internacional. Esa noción surgió en los años 60 destacando que los precios de
los granos exportados se fijaban a nivel mundial. Señaló que el lucro embolsado
por los terratenientes constituía una transferencia de plusvalía gestada en los
países importadores de esos alimentos.
Esta mirada subrayó la especificidad de una renta
asentada en fertilidades excepcionales y no en la explotación de la mano de
obra, como ocurría en las plantaciones tropicales (Flichman, 1977: 15-80). El
significado teórico de este nuevo concepto fue poco desarrollado por sus
creadores y estuvo desconectado de la problemática de la dependencia. Fue sólo
utilizado para esclarecer las causas del estancamiento agrario argentino e
inspiró interpretaciones de la conducta conservadora de los latifundistas.
La misma tesis fue posteriormente perfeccionada para
explicar los enormes ingresos receptados por Argentina desde fines del siglo
XIX. Como el grueso de la producción agraria se exportaba con costos inferiores
al resto del mundo, el país absorbía ganancias extraordinarias gestadas fuera
de su espacio nacional. La venta de alimentos que abarataban la reproducción de
la fuerza de trabajo europea generaba esa elevada renta de los terratenientes
(Iñigo Carrera, 2015: 710-740).
Pero este enfoque también señaló que la captación
local de ese excedente se diluyó por su recaptura a manos de las empresas
extranjeras. La renta refluyó hacia los frigoríficos, bancos y ferrocarriles
ingleses que controlaban y financiaban la comercialización externa del trigo y
la carne (Iñigo Carrera, 2017). La plusvalía apropiada por la clase dominante
argentina fue re-apropiada por sus competidores británicos. Ese mismo circuito
fue posteriormente recreado por los capitalistas estadounidenses que
sustituyeron al declinante imperio británico.
La misma interpretación es aplicada al contexto
actual. Se destaca que los enormes cambios registrados desde los años 60, no
han alterado la vieja dinámica de rentas internacionales que afluyen y se
desvanecen con la misma velocidad.
Se estima que ese mecanismo sobrevivió a la enorme
mutación del agro. El boom de la soja reemplazó el estancamiento de la
producción cárnica y cerealera, los latifundistas se convirtieron en
empresarios y los chacareros se transformaron en contratistas. Toda la
actividad se capitalizó con sofisticadas modalidades de siembra directa y
semillas transgénicas.
Pero los teóricos de la renta internacional resaltan
que esa modernización no alteró el viejo mecanismo de neutralización del
excedente. El saldo favorable de la agro-exportación queda contrarrestado por
el déficit comercial de una industria más concentrada, extranjerizada y
subsidiada. El endeudamiento continúa absorbiendo el grueso de las divisas, en
una economía dolarizada por la inflación, la frecuencia de la crisis y la
localización externa del patrimonio de los acaudalados.
Esta presentación de repetidas secuencias de ingresos
y salidas de rentas internacionales ha suscitado controversias, sobre la
consistencia de esta tesis con el pensamiento de Marx (Astarita, 2009a,
Mercatante, 2010). Pero desde una óptica dependentista este enfoque podría ser
interpretado como una variante del ciclo estudiado por Marini. Como la
captación inicial de divisas por parte del agro se esfuma luego en la industria
y las finanzas, Argentina afronta una estructural pérdida de recursos. Sin
deterioro inicial de los términos de intercambio se verifica el status
subrayado por la teoría de la dependencia.
Los mentores de la renta internacional rechazan esa
eventual convergencia y contraponen explícitamente su tesis al dependentismo.
Cuestionan todos los términos utilizados por esa tradición para caracterizar el
retraso del país. Objetan la presencia de una “economía deformada”, la
existencia de un “drenaje de recursos” y el uso de las nociones “intercambio
desigual” e “imperialismo” (Iñigo Carrera, 2015: 739-740). ¿Es
válido ese contrapunto?
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