jueves, 19 de julio de 2018

TEORÍA MARXISTA DEL DESARROLLO DESIGUAL



Debate

Dependencia y teoría del valor
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Claudio Katz

Vientosur
13.07.2018


Renta imperialista

La prioridad que tiene el usufructo de la naturaleza para las grandes empresas es registrada por el nuevo concepto de extractivismo. Ese término resalta la destrucción del medio ambiente que imponen las reglas del capitalismo contemporáneo.

Esa virulencia es impactante en la actividad minera que dinamita montañas, disuelve rocas con compuestos químicos y derrocha el agua requerida para la agricultura. El efecto de esa calamidad es la desaparición de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y la inundación de las costas.

La altísima rentabilidad de las materias primas ha introducido a ese ámbito en el sofisticado universo de las transacciones financieras. También se han multiplicado las intensas disputas por la captura de las ganancias en juego. Las ventajas logradas por cada competidor no dependen exclusivamente de su capacidad tecnológica o astucia comercial. El peso geopolítico de las distintas potencias se ha tornado decisivo para ejercitar el control efectivo de los territorios apetecidos.

En el mapa del petróleo, los metales, el agua y las praderas flamean las banderas de las principales economías desarrolladas. Algunos teóricos han acuñado el acertado concepto de renta imperialista, para graficar la forma que actualmente asume la apropiación de esas riquezas. Las grandes compañías operan con la estratégica protección de sus estados (Amin, 2011: 119-126).

La renta imperialista es un término que polemiza con la difundida denigración de los “estados rentistas” de la periferia. Los neoliberales utilizan esa denominación para descalificar a los países subdesarrollados. Justifican el saqueo perpetrado por las firmas transnacionales, con hipócritas críticas a la corrupción imperante en esas regiones.

El escandaloso pillaje en curso de África y América Latina presenta ciertas semejanzas con los precedentes descriptos por Lenin a principio del siglo XX. La renta es ambicionada por las clases dominantes del centro y la periferia, en un marco de luchas sociales que definen su eventual captación por los sectores populares. El análisis de ese excedente en estos términos permite superar la estrechez economicista, que suele desconocer la peculiar dependencia de esos recursos de la fuerza política de sus captores.

Marx remarcó esa especificidad en su tratamiento de la renta agraria. Luego de exponer sus variadas modalidades económicas, atribuyó el destino de ese ingreso al desenlace de conflictos políticos. Explicó en esos términos los choques de la burguesía con los terratenientes, que en Inglaterra se zanjaron con la importación de trigo. Con el mismo razonamiento analizó esa crisis en Francia. En los dos casos situó el eje de la explicación en la arena de la lucha de clases (Amin, 2011: 81-82).

Este abordaje ilustra la gravitación de la dimensión política en cualquier reflexión sobre la renta. Por el carácter estratégico de los recursos ansiados la batalla por su apropiación incluye confrontaciones de gran porte. Por la misma razón los distintos estados pueden jugar roles protagónicos como administradores, empresarios o propietarios de ese ingreso. Esos atributos les permiten retener, drenar o absorber la renta. El arbitraje de cada estado puede definir cuáles son los sectores sociales favorecidos por su distribución.

La renta imperialista no sólo es una noción compatible con la teoría marxista de la dependencia. Remarca además la especificidad del concepto frente a la ganancia, facilitando la separación de ambas categorías. Su incorporación al pensamiento dependentista contribuye a la actualización de ese paradigma.

La renta internacional

Una interpretación particular de la economía argentina postula que ese país ha sido perceptor de una renta diferencial a escala internacional. Esa noción surgió en los años 60 destacando que los precios de los granos exportados se fijaban a nivel mundial. Señaló que el lucro embolsado por los terratenientes constituía una transferencia de plusvalía gestada en los países importadores de esos alimentos.

Esta mirada subrayó la especificidad de una renta asentada en fertilidades excepcionales y no en la explotación de la mano de obra, como ocurría en las plantaciones tropicales (Flichman, 1977: 15-80). El significado teórico de este nuevo concepto fue poco desarrollado por sus creadores y estuvo desconectado de la problemática de la dependencia. Fue sólo utilizado para esclarecer las causas del estancamiento agrario argentino e inspiró interpretaciones de la conducta conservadora de los latifundistas.

La misma tesis fue posteriormente perfeccionada para explicar los enormes ingresos receptados por Argentina desde fines del siglo XIX. Como el grueso de la producción agraria se exportaba con costos inferiores al resto del mundo, el país absorbía ganancias extraordinarias gestadas fuera de su espacio nacional. La venta de alimentos que abarataban la reproducción de la fuerza de trabajo europea generaba esa elevada renta de los terratenientes (Iñigo Carrera, 2015: 710-740).

Pero este enfoque también señaló que la captación local de ese excedente se diluyó por su recaptura a manos de las empresas extranjeras. La renta refluyó hacia los frigoríficos, bancos y ferrocarriles ingleses que controlaban y financiaban la comercialización externa del trigo y la carne (Iñigo Carrera, 2017). La plusvalía apropiada por la clase dominante argentina fue re-apropiada por sus competidores británicos. Ese mismo circuito fue posteriormente recreado por los capitalistas estadounidenses que sustituyeron al declinante imperio británico.

La misma interpretación es aplicada al contexto actual. Se destaca que los enormes cambios registrados desde los años 60, no han alterado la vieja dinámica de rentas internacionales que afluyen y se desvanecen con la misma velocidad.

Se estima que ese mecanismo sobrevivió a la enorme mutación del agro. El boom de la soja reemplazó el estancamiento de la producción cárnica y cerealera, los latifundistas se convirtieron en empresarios y los chacareros se transformaron en contratistas. Toda la actividad se capitalizó con sofisticadas modalidades de siembra directa y semillas transgénicas.

Pero los teóricos de la renta internacional resaltan que esa modernización no alteró el viejo mecanismo de neutralización del excedente. El saldo favorable de la agro-exportación queda contrarrestado por el déficit comercial de una industria más concentrada, extranjerizada y subsidiada. El endeudamiento continúa absorbiendo el grueso de las divisas, en una economía dolarizada por la inflación, la frecuencia de la crisis y la localización externa del patrimonio de los acaudalados.

Esta presentación de repetidas secuencias de ingresos y salidas de rentas internacionales ha suscitado controversias, sobre la consistencia de esta tesis con el pensamiento de Marx (Astarita, 2009a, Mercatante, 2010). Pero desde una óptica dependentista este enfoque podría ser interpretado como una variante del ciclo estudiado por Marini. Como la captación inicial de divisas por parte del agro se esfuma luego en la industria y las finanzas, Argentina afronta una estructural pérdida de recursos. Sin deterioro inicial de los términos de intercambio se verifica el status subrayado por la teoría de la dependencia.

Los mentores de la renta internacional rechazan esa eventual convergencia y contraponen explícitamente su tesis al dependentismo. Cuestionan todos los términos utilizados por esa tradición para caracterizar el retraso del país. Objetan la presencia de una “economía deformada”, la existencia de un “drenaje de recursos” y el uso de las nociones “intercambio desigual” e “imperialismo” (Iñigo Carrera, 2015: 739-740). ¿Es válido ese contrapunto?

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