martes, 1 de julio de 2025

La Brutal Realidad del Frente Oriental

La Casa Real de los Borbones necesita más dinero: acaba de declararse en «números rojos»

 

La Casa Real de los Borbones necesita más dinero: acaba de declararse en «números rojos»

 

INSURGENTE.ORG / 01.07.2025

 

La Casa del Rey cerró el 2024 con pérdidas de 99.591,80 euros . Así consta en las cuentas de la Zarzuela que se han hecho públicas este lunes y que tienen el aval del Tribunal de Cuentas. Para comparar, en 2023 la misma institución terminó el ejercicio con un balance positivo de casi 380.000 euros. Felipe VI contará con un presupuesto para 2025 calcado al del año anterior, ya que se mantienen prorrogados los presupuestos de 2023. Entre su sueldo y el de Letizia se repartirán 554.714 euros. La Casa del Rey recibió 8,43 millones de euros en forma de subvención, divididos en 277.361 y 152.539, respectivamente. La Reina Emérita, Sofía, recibirá 124.814 euros. No les alcanza.

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Ya en la calle el Topo del verano

 

Además de esta entrevista, el Topo contiene artículos de H. Polo, Víctor M. Sánchez, Moreno Pasquinelli, Eduardo Luque, Fernando Álvarez-Uría, Eduardo Ibáñez, y el dossier Memorias y legados del 15M, con textos de Jaime Paulino, Guillermo Zapata y Javier Enríquez.


  • Ya en la calle el Topo del verano

Javier Enríquez Román

El Viejo Topo

1 julio, 2025 


Además de esta entrevista, el Topo contiene artículos de H. Polo, Víctor M. Sánchez, Moreno Pasquinelli, Eduardo Luque, Fernando Álvarez-Uría, Eduardo Ibáñez, y el dossier Memorias y legados del 15M, con textos de Jaime Paulino, Guillermo Zapata y Javier Enríquez.

EL FANTASMA DEL 15M

 Entrevista a Amador Fernández-Savater y Ernesto García López

 Por Javier Enríquez Román


Amador es investigador independiente, activista y editor. Sus actividades pueden seguirse en www.filosofiapirata.net. Su último libro es Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar (Ned, 2024). Ernesto es escritor, artista plástico y antropólogo. Sus investigaciones se centran en los estudios sobre movimientos sociales y cultura política. Su último libro es Hospital del aire (Candaya, 2022). Su voz es solo una.

El año pasado publicasteis un artículo escrito donde reflexionabais (quizá con cierta nostalgia) sobre las preguntas que han dejado atrás el 15M… Una serie de problemas no resueltos, de posibilidades históricas incumplidas. Describíais al 15M como un espectro, como un fantasma, como la triste presencia de una ausencia. ¿Podríais desarrollar un poco esta idea?

—¡No, no, para nada triste! Más bien quería ser inquietante, desafiante, mirando hacia adelante. La melancolía, como explicara tan bien Freud, nos fija a algo que fue y ya no es, congelándonos en la reivindicación de un pasado idealizado, de algo que se quisiera recuperar, de algo a repetir.

El fantasma del 15M, que nosotros invocamos en ese artículo, es de un orden muy distinto. Es, efectivamente, un fantasma, algo que “no está”, una ausencia, decir eso nos permite escapar a todas las disputas de atribución, pero que sin embargo tiene una existencia, una existencia “espectral”. Acecha al presente, lo inquieta, impidiéndole cerrarse, completarse, “dormir tranquilo”, trayendo recuerdos de otras posibilidades de vida política, sueños y anhelos, preguntas y problemas abiertos, desafíos que retomar…

Los espectros figuran, como dices, posibilidades históricas incumplidas, cuestiones que aún nos interpelan. En ese artículo nos interrogábamos, con ayuda del fantasma del 15M, sobre algunas de ellas: ¿cómo pueden articularse los diferentes malestares del presente, lo público y lo común, lo masivo y lo radical, la utopía y la normalidad? No se trata de repetir nada, de insistir con las mismas respuestas, sino de retomar las preguntas, una serie de desafíos pendientes. Hacia adelante y no hacia atrás.

Algunos políticos, filósofos, periodistas… que vieron con buenos ojos el 15M, como César Rendueles o Daniel Bernabé, ahora parecen renegar del movimiento (o mostrar un cierto distanciamiento), indicando que fue una experiencia de clases medias, de jóvenes universitarios, muy enfadados por ver su futuro truncado tras la crisis del 2008. ¿Qué os parece esta interpretación?


—El problema que tienen las miradas demasiado macrosociológicas, de corte estructuralista, es que tienden a homogeneizar y estabilizar fenómenos que son internamente diversos y heterogéneos. Es por ello que preferimos tantear otras aproximaciones que nos podrían ayudar a reevaluar el 15M y convocar a su fantasma, sus potencialidades, en lugar de tirar a la basura lo que fue desde miradas tristes, muy elaboradas en retrospectiva, que zanjan las cosas en lugar de mantenerlas abiertas.

Recordemos, traigamos de nuevo por un momento el recuerdo: cientos de ciudades, coaligadas sincrónicamente en una misma práctica ciudadana que tenía en «Ciudad Sol” algo así como su pulmón energético. Cada ciudad montaba su asamblea, y lo hacía con los ingredientes propios de cada territorio. No era lo mismo la declinación madrileña que la barcelonesa, no era lo mismo habitar unos grupos de trabajo y comisiones en un territorio que en otro. No era lo mismo dinamizar el espacio asambleario en Zaragoza que en Granada. Lo general cristalizaba en lo local, y lo local reinterpretaba lo general. Existía un clima compartido, por supuesto, unas metodologías comunes, pero cómo se declinaba cada una de ellas variaba infinitamente en función de los cuerpos que habitaban cada uno de esos espacios públicos. Tenemos numerosos ejemplos de cómo unas cosas funcionaban en una ciudad y, sin embargo, fracasaban estrepitosamente en otras. La política de las plazas consistía en una especie de sístole/diástole que irrigaba un cuerpo de afectos general, pero traducido a partir de experiencias subjetivas e intersubjetivas muy diferentes.

Más tarde, con el levantamiento de las plazas, vino lo que podríamos denominar una «fase de capilarización y descentralización”. Fue de 2011 a 2013. El protagonismo pasó a los barrios, a la pléyade de luchas concretas, colectivos y minorías activas que hicieron del 15M su santo y seña, su savia, pero desde una traducción libérrima, no unitaria, no homogénea. Ahí estuvieron las luchas por el agua pública, el Rodea el Congreso, las mareas en defensa de lo público, la explosión de la PAH y Stop desahucios, la auditoría ciudadana de la deuda, las asambleas distritales, las «tomas” (toma la tele, toma la huelga, toma el orgullo, toma la universidad, etc.), el surgimiento de medios de comunicación propios, el impulso del hacktivismo, los grupos de desobediencia civil, los yayoflautas, la explosión del artivismo, el surgimiento de las cooperativas integrales, la extensión de la economía social y solidaria, la politización generalizada de la calle, la conexión con las redes internacionales (Occupy, marea granate, etc.), la creación de las marchas por la dignidad que llegaron a juntar a más de un millón de personas en Madrid… Un clima, un proceso, que bien podríamos calificar de «politización de la vida».

Por último, tenemos una “fase de crisis, debilitamiento y mutación”, sobre todo a partir del otoño de 2013, que duró hasta la irrupción de Podemos en 2014. Desde nuestra perspectiva, es un momento decisivo, de bifurcación histórica, donde se dieron diferentes fenómenos que merecen la pena rescatar. Por un lado, encontramos un evidente desfallecimiento de la protesta callejera. Se ha acusado injustamente a Podemos de haber vaciado las calles, pero las calles ya estaban razonablemente vacías desde el invierno de 2013, cuando las movilizaciones toparon con límites y desgastes claros. Muchas asambleas barriales se habían quedado mermadas, muchos colectivos andaban ya en franco retroceso, había una atmósfera de agotamiento, pesimismo, falta de expectativas. El gobierno de Rajoy aguantaba, la crisis arreciaba con virulencia, la burorrepresión alcanzó cotas intimidantes.

Fue entonces cuando empezaron a surgir las primeras reflexiones, dentro de los propios movimientos made in 15M, en torno a la herramienta electoral. Recordemos la “asamblea de las descalzas” en Madrid, el movimiento “Carta por la democracia”, la génesis de Alternativas desde Abajo, el surgimiento del Partido X. Si algo tenían en común todas estas iniciativas dispersas y descoordinadas era poner encima de la mesa un asunto tabú hasta ese momento: el uso de la vía electoral. Y cada una de ellas lo planteaba desde enfoques diferentes, a través de palancas también muy disímiles entre sí. Lo único que las reunía es que en todas ellas se apostaba por formas de organización partidaria innovadoras, con exigentes metodologías democráticas abajo-arriba, y una relativa prevalencia de la política local frente a la política nacional. Este caladero constituyó el líquido amniótico dentro del cual surgieron luego las candidaturas ciudadanas para las elecciones locales y eso que se llamó el movimiento municipalista. Podemos vino en paralelo, cual aerolito, y respondía a otra lógica, irrumpió desde un ethos completamente distinto.

¿Fue todo aquello, esa multiplicidad de tiempos, de espacios, de iniciativas, de sujetos, el producto de jovencitos de clase media descontentos con sus proyectos aspiracionales? Creemos que no. Apostamos por reevaluar el 15M desde una decidida mirada heterogeneizadora, que vaya más allá de una reducción homogénea, y grotesca, de la riqueza expresiva de los fenómenos que allí se dieron, capaz de restituir los muchos mundos sociales que habitaron en su realidad histórica. Frente a las historias teleológicas del 15M, que se escriben como si el final estuviese ya escrito en un origen, hay que narrar una trayectoria menos lineal, más diversa, llena de problemas y contradicciones, donde hubo caminos abiertos que no se transitaron, posibles que quedaron sin realizar, virtualidades que podríamos retomar hoy. Fantasmas.

Entonces no creéis que las limitaciones que impidieron al 15M (y sus derivadas) consolidarse como una fuerza transformadora, duradera, estaban ya en sus primeros momentos…

—Esta cuestión enlaza con la anterior. ¿Había algún tipo de límite estructural en el 15M, en su composición sociológica, en su realidad de clase, en su origen o identidad profunda, que determinase su devenir, su evolución, sus vidas posteriores? Creemos que un movimiento social son prácticas, prácticas que transforman lo dado, lo que hay, los seres humanos que existen, sus relaciones y valores. No crean o inventan de la nada, sino que toman apoyo en realidades, experiencias comunes, vivencias y trayectorias, malestares y anhelos, pero no sólo reflejan lo dado, sino que lo elaboran, lo recrean, lo reinventan. La aptitud para reelaborar, en términos materiales y simbólicos, las marcas que somos, las heridas que tenemos, los cuerpos que nos han sido dados. En ese sentido, más atento al cambio que a la identidad, a las metamorfosis que al origen, a la apertura que al cierre identitario, los “límites” de un movimiento deben ser encontrados en su propio devenir, en los obstáculos que se encontraron y no se supieron franquear o atravesar, en los desafíos que les rebasaron. La derrota, o el fracaso, siempre es concreto, singular, específico. Hay que escuchar el combate que se dio, no presuponer la respuesta en un origen fijado de antemano.

La polarización hoy en día, tanto en España como en buena parte de occidente, es brutal. Siempre habéis defendido que el 15M fue una “alianza entre extraños” y ponéis como ejemplo la solidaridad en Madrid ante el desalojo de la acampada de Barcelona: “¡Barcelona, no estás sola!”. ¿Por qué estos puentes parecen haberse roto?

—Habría muchas líneas posibles de respuesta, vamos a seguir ahora una: el cuestionamiento de las “políticas de la identidad” que amenazan con bloquear la emergencia de lo común diverso y heterogéneo. Un cuestionamiento que no nos planteamos “desde fuera”, al modo de quien se burla en modo altanero de lo woke o de la trampa de la diversidad, sino como un impasse siempre posible de los movimientos, de los sujetos mismos que los configuran, de cada uno de nosotros.

¿Qué pasa, qué nos pasa, cuando participamos en un movimiento de emancipación, a la escala que sea? Diríamos que se produce, en nosotros y en la sociedad misma, una apertura, un desplazamiento. Nos movemos de las categorías en las que estamos normalmente encerrados: sociológicas, geográficas, profesionales. Hay encuentro entre quienes no estaban destinados a encontrarse y creación colectiva de nuevas formas de habitar el mundo, nuevas formas de vida.

La emancipación implica la subversión de los papeles, de las funciones y de los roles sociales establecidos. Un desorden fecundo. El poder teme esto más que nada y pone todo su empeño cotidiano en mantener el orden de las clasificaciones. Clavar a cada cual en su lugar, impedir los cruces y las alianzas imprevistas. Ya sea por medio de la fuerza bruta o de los estereotipos que difunden la desconfianza en el otro, por medio de la policía o de los medios de comunicación, se trata siempre de lo mismo: aísla y vencerás.

Ocurre sin embargo que, en los últimos tiempos, una fuerte pulsión identitaria atraviesa a los propios grupos y movimientos de emancipación desde dentro. Las identidades, en lugar de tomarse como un punto de partida, se consideran como puntos de llegada. Nos percibimos unos a otros a partir de nuestras etiquetas y categorías, desde la desconfianza y la acusación. El otro es lo que es a priori (hombre/mujer, heterosexual/homosexual, blanco/negro, clase media/popular) y no ya lo que podría ser. No lo que podríamos hacer juntos.

Tomándonos unos a otros por lo que somos, sólo difundimos la mirada del poder. Porque las identidades a priori son los marcajes del poder en nuestros cuerpos: marcajes de raza, de género o de clase. Al vernos a nosotros mismos (y a los demás) únicamente desde ahí, en lugar de escuchar también los desplazamientos, las huidas y las traiciones que nos atraviesan, nos tratamos como meros efectos de poder, sin potencias de cambio. Sin contagio y encuentro entre diferentes (hombres y mujeres, clases medias y populares, urbanos y rurales, con toda su parte inevitable de choque, tensión y malentendido), el poder mantiene intacta la capacidad de gestionar cada casilla por separado.

Amador, en ocasiones refieres a la necesidad de “pensar en plural”, dejar de entender el poder como un monopolio del Estado. Pero también reconoces que, por ejemplo, una buena ley estatal puede frenar todos los desahucios, mientras que la capacidad de una plataforma es limitada. ¿Cómo veis actualmente la dualidad entre institucionalidad y movimientos sociales?

—Héctor Illueca, que fuera vicepresidente de la Comunitat Valenciana y muy cercano a Pablo Iglesias, defendió hace poco que la única forma de reconstruir la izquierda es volver al Estado Nación, es decir, reforzar la presencia en las instituciones.

Con el BOE no alcanza. Dicho de otra manera, si ciframos toda la esperanza de reconstrucción de la izquierda a su más o menos exitosa participación en la gestión pública de un Estado-Nación, mucho nos tememos que la llegada de la extrema derecha será, tarde o temprano, una realidad incontenible. Las cifras macroeconómicas que exhibe el gobierno una y otra vez no se están traduciendo necesariamente en un cambio sustancial de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables. La tasa de pobreza o exclusión social AROPE alcanza el 25,8% de la població, un cuarto del total de la ciudadanía. La pobreza laboral golpea de manera inmisericorde a más de un 12% de las personas trabajadoras según Oxfam Intermón. El 60% de los hogares españoles tiene problemas serios con la vivienda. Etcétera.

Estos elementos nos indican que más allá de la participación en las instituciones públicas, cosa que desde luego vemos importante y estratégica, se necesita algo más. Ahora bien, ese algo más… ¿qué sería? Cabrían diferentes posibilidades. Hay voces que indican que todo se debe a la batalla cultural, al desigual ecosistema mediático, a la producción del relato, y a que los humores colectivos se construyen y deconstruyen, cual resultado de una ingeniería social empirista, por medio de aparatos ideológicos más o menos eficaces. Esa sería, por ejemplo, la estrategia actual del binomio Podemos-Canal Red. Nuestra posición es diferente, sin restar un ápice de importancia a la necesidad de la izquierda de estar en las instituciones y, al mismo tiempo, de disponer de sus propios mecanismos de comunicación, consideramos que la crisis es más profunda.

Somos partidarios de entender que la politización es un fenómeno que se encarna en los cuerpos y los deseos, en las dimensiones ordinarias de la vida social, en las dimensiones racionales y pulsionales del ser humano, a través de vínculos colectivos y procesos de subjetivación, y que los sujetos sociales son algo más que meros animales lingüísticos. La ideología no sería tanto un tipo de discurso, un conjunto rígido de ideas, sino más bien un codificador de necesidades y deseos genuinos. Otorgan sentido a la práctica cotidiana, somatizan relaciones vividas, articulan experiencias conscientes e inconscientes, son siempre performativas, pragmáticas, y beben más de lo afectivo que de lo cognitivo. Dicho de un modo más simple, lo ideológico sería un campo de fuerzas donde tiene mayor peso la composición de afecciones (en el sentido spinoziano) que la mera agrupación de intereses.

Si partimos de esta idea, para nosotros el desafío consistiría en no renunciar a esa composición de deseos y afecciones que se dan en la vida ordinaria. Es decir, asumir que la recomposición de la izquierda, lejos de ser una estrategia política, va mucho más allá de la canalización, expresión o representación de ciertos intereses y necesidades, sino de contribuir, en el día a día concreto, a la experimentación de la potencia transformadora de lo real. Esto es, politizar la vida. Lo que ocurre es que politizar la vida no necesariamente se produce en los lugares que tradicionalmente denominamos «políticos», sino que se enraíza en todos y cada uno de los pliegues de lo social. Esto fue un aprendizaje del 15M. El ciclo de protesta se engendró en la heterogeneidad social, en la ayuda mutua allí donde tuviera que darse (un huerto, una plaza, un centro de salud, un grupo de afinidad, etc.). Las alteridades son irreductibles, siempre estarán ahí, y se necesita alguna estrategia que desestabilice las categorías de anclaje social y avance hacia posibilidades no exploradas de accionar colectivo.

En definitiva, entender que eso que llamamos izquierda, o se funde con la vida, con los dolores y complejidades ambiguas de la vida, o difícilmente podrá interpelar a las mayorías sociales. Si todo queda circunscrito a la representación, a la identidad nacional, a la presencia en las instituciones públicas, mucho nos tememos que abandonará los lugares de experimentación e imaginación política.

Os he leído decir que la experiencia vivida trata de regresar y reactivarse. ¿Creéis que es posible una suerte de revival del movimiento quincemayista? Si fuese el caso, ¿tomaría otras orientaciones políticas? Algunas voces llevan tiempo anunciando una suerte de 15M de derechas o reaccionario. ¿Qué podemos hacer para revertir esta situación en que los jóvenes se acercan masivamente a opciones políticas como las de VOX?

—Le preguntamos a un amigo sevillano por el ascenso de Vox en su tierra, cómo lo vivía, cómo lo explicaba. Nos dijo: “es muy sencillo: ahí donde había un grupo del 15M, o más tarde un círculo de Podemos, ahora hay un grupo de Vox”. Metidos en los barrios, traduciendo sus problemas y necesidades a lenguaje reaccionario, dotando al símbolo general abstracto de la bandera española de contenidos concretos y cotidianos. Desmontamos pieza a pieza nuestros mundos para meterlos como proyectiles en las catapultas del «asalto institucional», y ese vacío lo puebla ahora Vox y su traducción derechizada del malestar cotidiano de la gente.

La pelea por la “hegemonía social” se disputa en los territorios de vida, en todos los entornos laborales, locales y familiares en los que hacemos experiencia, en cualquiera de los lugares cotidianos donde se configura nuestra manera de ver y sentir el mundo. Si te conviertes en una maquinaria meramente representativa desanclada de los dolores y la vida social. Si te vuelves una caja de resonancia de tu propia identidad y discurso, sin estar inserto materialmente, corporalmente, afectivamente, somáticamente, en el cuerpo de lo social, en lo ordinario de la vida minúscula, recluido en estructuras de partido autorreferenciales, transformado en mero aparato ideológico canalizado por los medios de comunicación, ahí tus posibilidades de ser una fuerza transformadora se debilitan.

No hay atajos. No hay soluciones de vía única. No hay recetas mágicas. Nadie tenemos la solución. Se han demostrado fracasadas las estrategias ingenieriles de la política. El desafío consiste en coproducir mundo y hacerlo de la manera más integradora posible, apostando por la heterogeneidad social, por la innovación organizativa, experimentando y fracasando caminos de participación, reinventando el ritmo y el tiempo de lo político, poniendo en suspenso inercias y liderazgos, dispuestos a estar abiertos a la contingencia, entendiendo que la emancipación es un campo habitado por lugares de sombra, ambiguos, incomprensibles a veces, indeterminados. Pensar contra nosotros mismos y asumir la incerteza de lo real. En definitiva, estar dispuestos a renunciar a nuestras propias (y supuestas) verdades.

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