Incluimos
aquí la Introducción al último libro de Latouche, “La abundancia frugal como
arte de vivir”, en el que el veterano defensor del decrecimiento postula un
nuevo estilo de vida, más simple pero no por ello peor, incluida la
alimentación.
Felicidad y abundancia frugal como arte de vivir
El Viejo Topo
2 agosto, 2021
«Una
intolerancia demente nos rodea. Su caballo de Troya es la palabra felicidad. Y
creo que eso es mortal».
René Char[1]
Si bien la felicidad
está asociada generalmente a la abundancia, nunca lo ha sido a la frugalidad.
La ideología de la felicidad se desarrolló, efectivamente, al mismo tiempo que
el progreso, con la modernidad. «Nadar en la abundancia», según la expresión
popular, es vivir en el confort y la riqueza material, en medio de una
acumulación de objetos que se supone generan el bienestar. Por el contrario, la
frugalidad, sin ser necesariamente austera, puede ser feliz, a pesar de hacer
innecesaria la economía consumista. La frugalidad solo implica una
autolimitación voluntaria de nuestras necesidades, pero no excluye ni la
convivialidad ni una cierta forma de hedonismo. La gastronomía, entendida como
el arte del buen comer gracias a una cocina sana, refinada, sin ser ascética ni
orgiástica, forma parte de ese arte de vivir preconizado por el decrecimiento.[2] Es
evidente que el decrecimiento no pretende constituirse en el único ingrediente
de la alegría de vivir en la frugalidad y la convivialidad. La asociación del
epicureísmo al decrecimiento no es para contrariar a los «objetores del
crecimiento» –Epicuro es considerado, en efecto, como un precursor–.[3] De
todas maneras, se trata de una referencia a su filosofía auténtica y no a la
deformación vulgar que se ha hecho de ella…
Las paradojas
de la felicidad aparecen de forma sorprendente, si se reflexiona sobre el
contraste entre las ambigüedades de la expresión «el decrecimiento feliz» que
se me ha atribuido erróneamente, y que fue propuesto por Maurizio Pallante como
título de un manifiesto, y la famosa expresión de Saint-Just (1767-1794): «La
felicidad es una idea nueva en Europa». Está claro que si Pallante lanzó su
manifiesto con ese título, no fue porque la felicidad sería una idea nueva ligada
al programa de la modernidad, que dará nacimiento a la sociedad de crecimiento,
o sea, la mayor felicidad para el mayor número de personas, sino porque la
felicidad parece una aspiración compartida por todos, a la vez universal y
transhistórica.[4]
Tenemos,
concretamente, una infinidad de testimonios según los cuales la felicidad sería
una aspiración congénita de la naturaleza humana, si aceptamos sin crítica las
traducciones de autores antiguos o extranjeros. Séneca, en su De vita
beata, escribió, por ejemplo: «Todos quieren vivir felices pero no saben
ver qué hace la vida feliz». Agustín, en un texto con el mismo título, a pesar
de que preconizaba la austeridad, estaba en la misma línea: «El deseo de
felicidad es esencial en el hombre; es el móvil de todos nuestros actos».
También Spinoza en la Ética (1677): «El deseo de vivir feliz o
de buen vivir, de bien actuar es la esencia misma del hombre». Y Pascal (1670)
lo dice de forma más explícita aún: «Todos los hombres buscan la felicidad. Eso
es así, sin excepciones, aunque empleen medios diferentes. Todos tienden a ese
objetivo. Lo que hace que unos vayan a la guerra y que los otros no vayan es el
mismo deseo que está en ambos, acompañado de diferentes puntos de vista. La
voluntad no hizo nunca otra acción que dirigirse hacia ese objetivo. Es el
motivo de todas las acciones de los hombres, incluso de aquellos que se
ahorcan. («El bien soberano», en Pensamientos). John Locke, en su
ensayo sobre la comprensión humana, habla del instinto de «la búsqueda de la
felicidad». «La más alta perfección de una naturaleza razonable –escribía–
reside en la búsqueda cuidadosa y constante de la felicidad auténtica y firme,
así como la preocupación de que no tomemos una felicidad imaginaria por una
felicidad real, ese es el fundamento necesario de nuestra libertad». De todas
maneras, reserva importante, para las teologías medievales, de acuerdo a San
Agustín, solamente la vida de asceta y la abstinencia propugnada por el
cristianismo permiten alcanzar la «beatitud», aunque casi únicamente post
morten.
Si se toma muy
seriamente la declaración de Saint-Just, lo que surge, en vísperas de la
Revolución Francesa, es una aspiración diferente a la beatitud celestial y
felicidad pública anteriores.[5] El
contenido de la felicidad beata había cambiado profundamente. Desde ese momento
se trata de un bienestar material e individual, antecámara del PIB (Producto
Interior Bruto) per cápita de los economistas cuya dimensión
ética es débil, incluso nula. Por lo tanto, es necesario preguntarse por el
escándalo semántico: las palabras, al mismo tiempo que nos permiten
comunicarnos y entendernos, son también trampas, fuentes de malentendidos. Si
es difícil, en primera aproximación, sostener que la búsqueda de la felicidad
no aparece hasta los siglos xvii y xviii, está claro que la eudemonía buscada
por los griegos, algo así como la vida buena y la ciudad feliz, no tiene mucho
que ver con la felicidad (happiness) de Locke y Bentham. Convendría,
como mínimo, hablar de una felicidad antigua y de una felicidad moderna, como
Benjamin Constant habla de una libertad de los Antiguos y una de los Modernos.
Podemos hacer
la hipótesis de que existe en todas las comunidades humanas y para cada uno de
sus miembros, el anhelo a una vida «buena». Podemos presuponer, para las
necesidades de la investigación (y ciertamente de forma equivocada), que la
expresión «vida buena» constituye un término neutro y sin connotación para
designar ese anhelo pluriversal y transhistórico que se traduce en diferentes
idiomas, culturas y épocas, mediante conceptos diferentes tales como:
felicidad, Glück, bonheur, felicità, happiness,
etc. y también como bamtaare (pular), sumak kawsay (quechua),
etc. Conservaremos todas esas expresiones por eso que el filósofo y teólogo
indocatalán Raimon Panikkar llamó equivalentes homeomórficas de la «buena
vida».[6] La
«felicidad», en sus diferentes variantes lingüísticas europeas, pero sobre todo
en el sentido francés del término bonheur, constituyó ciertamente
la forma de la «buena vida» de la naciente modernidad.
A pesar del
gran interés de tal investigación, aquí no nos interesaremos en saber cómo la
buena vida primero se personificó en la beatitud medieval, sino solamente en el
doble movimiento de reducción e involución que se produjo desde el siglo de la
Ilustración hasta nuestros días: desde el surgimiento de la felicidad a su
reducción economicista como «Producto Interior Bruto per cápita»,
luego de la crítica de los indicadores de la riqueza al nacimiento del anhelo
reencontrado del buen vivir, de la abundancia frugal, de la sobriedad feliz, en
un contexto de «prosperidad sin crecimiento», para expresarlo como Tim Jackson.[7] Finalmente,
si tomamos al pie de la letra la sentencia de René Char citada como
introducción al texto, la palabra «felicidad» debería agregarse a la lista de
«palabras tóxicas» realizada por Ivan Illich, al lado de desarrollo, medio
ambiente, igualdad, ayuda, mercado, necesidad, etc. debido a las confusiones
que genera y a los malentendidos que vehicula.[8]
Notas:
[1] René Char, Indagación de la base y de la cima, traducción
de Jorge Riechmann, Editorial Árdora, Madrid, 1999.
[2] Al concederme el premio Pelegrino Artusi, del nombre del célebre gastrónomo
italiano (1820-1911), autor del más famoso tratado de la cocina italiana, el
jurado de Forlimpopoli, su ciudad natal, no se equivocó. Ese jurado comprendió
la relación entre la Ciencia en la cocina y el Arte de comer bien [La
Ciencia en la cocina y el arte de comer bien, libro de Pelegrino Artusi,
editorial Alba, Barcelona, 2010] y el decrecimiento. Ese libro que, incluso
durante la vida de su autor, tuvo innumerables reediciones, fue durante mucho
tiempo el único libro que poseían los pobres, con el que generaciones de
italianos aprendieron a leer. Ofrece, en efecto, recetas útiles para todas las
clases sociales y participa, sin ser consciente, sin duda, de un arte de vivir
frugal.
[3] Véase Étienne Helmer, Épicure ou l’économie du bonheur, Le
Passager clandestin, coll. «Les précurseurs de la décroissance»,
Neuvy-en-Champagne, 2013.
[4] Maurizio Pallante, La decrescita felice. La qualità della
vita non depende dal PIL. Mondadori, Ediz. per la Descrecita Felice, 2011.
[5] Beatus expresa el estado de imaginación de aquel que
tiene lo que él desea, mientras que felix expresa el estado
del corazón dispuesto al placer. Beatitudo, latín, en castellano beatitud,
traducido también por felicidad (bonheur, diccionario de De Wailly), el
término latino se utiliza en francés para designar felicidad en el sentido
religioso, en italiano beatitudine: godimento interiore (gozo
interior)
[6] «Los equivalentes homeomórficos no son simples traducciones
literales, ni tampoco traducen simplemente el rol que pretende tener la palabra
original, sino que tienen por objetivo una función equivalente (análoga) al rol
supuesto de la filosofía. Por lo tanto se trata de un equivalente no
conceptual, sino funcional, o sea una analogía de tercer grado. No se busca la
misma función, sino la función equivalente a la que ejerce la noción original
en la cosmovisión correspondiente (Raimon Panikkar, «Religión, filosofía y
cultura», en Ilu. Revista de ciencias de las religiones,
nº 1, 1996, pp. 125-148.
[7] Tim Jackson, Prosperidad sin crecimiento: economía para un
planeta finito, Icaria Editorial, Barcelona, 2011.
[8] Wolfgang Sachs, ed. Diccionario del Desarrollo, una guía del
conocimiento como poder. Editado por Wolfgang Sachs, PRATEC. Proyecto
Andino de Tecnologías Campesinas, 1996 para la presente edición. Descarga
en: Presentacion.p65
(estudioscriticosdesarrollo.com).
Fuente: Introducción a La abundancia frugal como arte
de vivir.
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