Debates
Una hipótesis estratégica alternativa al populismo
Daniel Albarracín
Vientosur
12.11.2019
La irrupción de
Podemos
Los proyectos
políticos no pueden ser sólidos sin guardar un suelo material que los sustente,
una teoría política, un marco estratégico, y una organización práctica que los
lleve a cabo.
La irrupción de
Podemos fue posible por varios factores. En primer lugar, un vacío político
sin representación, causado por la indignación ante el deterioro de las
condiciones de vida fruto de la crisis económica de 2008 y las políticas de
austeridad, aplicadas con severidad desde 2010, que pusieron en entredicho las
aspiraciones de movilidad social de una clase media amenazada, las débiles
protecciones del mundo del trabajo y las políticas públicas, en favor del
sistema financiero y la “casta política”. Es en ese contexto en el que,
precedido del movimiento de las plazas que altera el imaginario de época,
aparece esta formación política basándose en dos bases: una estrategia
comunicativa que se abre paso en el espacio mediático, liderada por lo que
Santiago Alba Rico llamó el “comando mediático”, y una base organizativa
basada en los círculos.
Su primera
dirección adopta una línea populista, y consigue imponer su política para
construir una maquina electoral con el objetivo directo de alcanzar las
instituciones y gobernar, una vez que una parte del movimiento 15-M no obtuvo
grandes resultados políticos prácticos tras su vigorosa experiencia política de
deliberación pública en las plazas y de movilización popular. La metamorfosis
de la organización política fue rápida, y se liberó del lastre que, a juicio de
la dirección, representaban los círculos y los grupos activistas organizados
que pudieran cuestionar el liderazgo personal de Iglesias, a la hora de definir
su estrategia orientada a recabar mayor electorado, aún a costa de la
desmovilización y la moderación política.
En el periodo
que apareció Podemos, dirigió la experiencia la teoría política del populismo,
inspirada por la lectura errejonista de Ernesto Laclau, y cuya aplicación
política ha estado también influida por la dirección de Pablo Iglesias. También
recogía la tradición eurocomunista y algunas lecturas del operaismo
italiano, que en la práctica se ha mostrado como una sección adusta del
errejonismo, con variantes en la política de alianzas dentro del mismo esquema
interpretativo.
Podríamos
afirmar que, en realidad, en aquel contexto, cualquier fuerza antiestablishment
habría tenido enormes probabilidades de éxito, y que, por tanto, los méritos de
aquella irrupción ha de hacer balance de factores internos (una buena
estrategia comunicativa, la metamorfosis de las plazas en círculos), pero sobre
todo externos, que lo hicieron posible.
Caracterización
de la teoría política populista
De manera
sumaria, la teoría populista consiste en:
a) tratar de
unificar el campo popular en torno a la construcción de un discurso que
articule las demandas diferenciadas del mismo, sin más jerarquías que su
expresión coyuntural (y cuyos analizadores preferidos fueron las encuestas, lo
aparecido en los medios de comunicación, o “el sentido común publicado”);
b) Identificar
y señalar al adversario (en una serie degradada que fue desde “los políticos y
banqueros”, “la casta”, “la trama”, a los “políticos corruptos”…), para definir
las fronteras del campo propio.
c) El objetivo
sería alcanzar las instituciones públicas mediante victorias electorales, desde
las cuales aplicar políticas de cambio. Para ello, habría que adaptarse al
sentido común, o si acaso apoyarse en las expectativas frustradas del campo
popular respecto a lo esperado por las “expectativas prometidas”, para ganar
electorado, subordinando las iniciativas de los movimientos, que se mueven
muchas veces disociados de las expectativas de las mayorías.
Los límites de
la hipótesis populista
Esta hipótesis
tuvo no pocos problemas y enormes costes. En primer lugar, no contaba con que
cualquier estrategia de cambio requiere de una perspectiva de medio y largo
plazo, y que sin una fuerte presencia material y sostenida de organizaciones
civiles, sociales y laborales, resulta impracticable un cambio sustancial, en
tanto que las instituciones tienen no sólo competencias limitadas,
restricciones notables en el campo parlamentario, sino influencias externas de
los poderes económicos privados determinantes, que necesitan una fuerte
actividad contestataria para, por lo menos, plantear un contrapeso o conquistar
avances.
Además, fue
sucesivamente adaptada tácticamente en una lógica errática cortoplacista. En
primer lugar, el esquema programático se subordinaba a la consecución de cargos
públicos. Con ello, no sólo se redujeron los alcances de las medidas de cambio,
sino que se explicó como una conquista los acuerdos presupuestarios con el
PSOE, que ya contenían una adaptación al Pacto de Estabilidad y Crecimiento de
la UE[1],
y educaban en una perspectiva autolimitada. La delimitación del adversario se
modificó, y con ello las potenciales alianzas. De los principales actores
capitalistas, se pasó a combatir simplemente a los partidos del arco de la
derecha, contemporizando con el PSOE y admitirle como posible fuerza de cambio,
subordinando la acción política a su posible cooperación.
Por último, la
concepción verticalista de la organización, sustrajo el debate, y desplazó a
las corrientes que no profesaban el seguidismo al líder carismático. La
organización partidaria se redujo a los consejos ciudadanos vivos y los cargos
públicos, quedando con una vida interna reducida a consultas plebiscitarias
digitales, con preguntas y respuestas precocinadas; sin olvidarnos de sistemas
de primarias cada vez más mayoritarios, con reglas que limitaban el debate, y
que consistían en plataformas de promoción y cooptación personal.
La aparición de
un grupo burocrático, en torno a las instituciones y el partido fue uno de los
principales puntos del conflicto material entre las dos corrientes
mayoritarias, y sólo secundariamente las cuestiones políticas de carácter
táctico. La incapacidad de gestionar la pluralidad interna se llevó a tal
extremo que amplios segmentos de inscritos se volcaron con la opción populista,
tecnocrática y verdisocial del errejonismo, y abrazaron la ruptura, con lo que
es ya la formación de un nuevo partido que, si bien con teoría política,
conduce a una adaptación al sistema de partidos clásico y al régimen del 78, si
acaso en formato reformista.
Asimismo, cabe
decir que el partido ha perdido fuelle por razones adicionales.
En relación a
su política mediática, a pesar de la concentración en este capítulo, también se
agotó su alcance y, sobre todo, la capacidad de marcar agenda. El inicial comando
mediático, los programas televisivos, un buen grupo de portavoces ágiles
bien situados en medios, y un amplio trabajo en redes sociales, quedaron
extenuados en su capacidad de cambio. Los medios trituraron a los personajes
creados, convirtiéndolos en muñecos, varios emplearon este capital para su
autopromoción, y las redes sociales perdieron su vitalidad horizontal y su capacidad
de extensión a una audiencia no cuarteada y atrapada en los algoritmos de las
redes sociales.
La frescura y
autonomía económica de la organización también se ha visto comprometida. A lo
que fue una financiación basada en aportaciones voluntarias (crowdfunding) se
pasó a un modelo basado en la dependencia de subvenciones y donaciones de
cargos públicos y técnicos. Quizá con la excepción de los momentos electorales.
La organización en tanto que partido, dejó de ser un gigante apoyado en
círculos y una amplia legitimidad social, a constituir un partido donde cargos
públicos y consejos ciudadanos mostraban una figura orgánica con una cabeza
monstruosa y un cuerpo y piernas de barro.
Una tercera
corriente, una hipótesis alternativa
Anticapitalistas
siempre señaló como un acierto la estrategia comunicativa[2],
la importancia de la presencia institucional, pero insistió en la necesidad de
primar el marco de los movimientos y la construcción de una subjetividad
antagonista organizada. Por eso fue siempre el tercer actor en Podemos y que,
una vez se agota la posibilidad de expresar autónomamente sus ideas con unas
reglas proporcionales que permitan hacerlo, plantea una nueva relación, con un
partido que ya no representa el centro del “sistema solar del cambio”, sino
simplemente “su planeta mayor” –y que parece abocado a una fusión fría quedando
como Unidos Podemos-. Hubiera sido deseable que la gestión de la pluralidad y
una unidad política hubiera tenido su lugar aquí, pero no fue así. Dado el
cierre estructural de su dirección y la disolución de sus bases reales (no sólo
las digitales), parece aconsejable plantear un cambio de vínculo, constructivo
y cooperativo, pero también más autónomo, si las cosas se afianzan como están.
La cuestión
ahora consiste en encontrar las mediaciones entre la percepción existente de
las experiencias vividas, su contraste con los problemas objetivos, y la
elaboración de organizaciones y prácticas y propuestas que encuentren proyectos
para enfrentar los problemas de fondo, y que lo hagan de la mano de los sujetos
reales. Para esto no hay atajos, sino un trabajo político paciente y
organizado.
Sin establecer
una acción decidida para acompañar a las clases trabajadoras y populares en sus
conflictos, que son los nuestros, mediante el compromiso práctico solidario,
siendo uno más, pero actuando de manera sistemática, llevando desde ellos la
reflexión colectiva a las raíces de las cuestiones, contribuyendo organizar a
las mayorías, no estaremos a la altura.
No se trata
sólo de ensanchar el número de votos, ni de acumular argumentarios, sino de
construir el movimiento sociopolítico colectivo que, desde el punto de partida
del sentido común realmente existente, que piense por sí mismo y consiga dar
forma práctica para superar los problemas reales en toda su complejidad y
profundidad. En suma, no es tanto la comunicación, la representación o la
razón, sino el tipo de relación que se guarda con el movimiento de lo social,
síntoma de las contradicciones reales y de la propia elaboración de los sujetos
concretos para abordar su propia historia. Un movimiento que hay que acompañar,
fortalecer y al que dotar de propuestas y organización para construir un
sentido común alternativo con iniciativas capaces de dar respuesta a los
problemas reales.
En definitiva,
resulta preciso construir una hipótesis estratégica alternativa para el
polo transformador de las fuerzas del cambio. No habrá transformación sin
teoría que lo conduzca ni organizaciones ni prácticas que lo lleven a cabo.
Esta teoría
parte de la observación de que la sociedad contemporánea no solo está
fracturada por sus contradicciones (medioambientales, económicas, sociales…)
sino también que su modelo socioeconómico empuja a su polarización. Una
polarización que no es automática, sino potencial, dada la autonomía de lo
subjetivo. Se trata de sembrar las propuestas y prácticas para acabar con las
raíces de nuestros problemas colectivos, porque, aunque materialmente sean necesarios
su credibilidad se debe construir también.
Si se trata de
construir un movimiento político organizado transformador ha de conjugarse una
audiencia de masas, un proyecto estratégico y un programa político a la altura
de los problemas que atraviesan a la sociedad. Esto supone dialogar con el
sentido común popular, acompañar los conflictos vividos, reflexionar
colectivamente, para, mirando de frente a los problemas, tratar de elaborar
propuestas encaminadas a su solución. De nada servirá plantear medidas que no
respondan a esos problemas, sería un error equivalente a no contar con el punto
de partida de ese sentido común. Se trata de vivir en esa brecha para hacer
germinar las ideas, soluciones y respaldos de los que pueda brotar algo nuevo,
a sabiendas de que nada se hará sin enfrentar las bases materiales del
conflicto.
A este
respecto, nuestra propuesta de Unidad Popular debe ser caracterizada de
manera completa. No se trata sólo de apelar a la articulación entre lo político
y lo social, a los partidos y los movimientos sociales. Se trata de construir
pacientemente una subjetividad antagonista organizada. Esto es, sindicatos,
sociedades civiles, movimientos sociales, que respondan a los conflictos y
nutran de propuestas la agenda política, en la que los partidos participen y
expresen en la sociedad sus aspiraciones democráticas. Desde este punto de
vista la unidad popular no puede devenir meramente en fusiones frías de
partidos, negociaciones cupulares de despacho, o restringirse a acuerdos de
coaliciones electorales.
La unidad
popular no sólo consiste en la construcción de un proyecto político con una
fuerte raigambre social organizada, sino que desempeña también la idea
vehicular, en la que la comunicación debe ser bilateral. Las organizaciones
sociales pautan sus demandas, y la organización política la expresa, pero
también dialoga con las clases populares para trasladar sus denuncias, pero
también para precisar los programas que responderían a los conflictos.
Este parece el
reto de largo alcance al que debemos contribuir.
¿Qué
organización política construir y cómo hacerlo cooperativamente en el universo
de las fuerzas del cambio?
Nuestra
formación debe proseguir construyendo una organización ecosocialista, feminista
por la igualdad, popular y radicalmente democrática, que cuente con una
dirección colegiada, una portavocía coral, una organización horizontal, y un
modo de funcionamiento decisorio deliberativo y orgánicamente colectivo, que
desarrolle vacunas antiburocráticas, con una clara vocación no solamente
teórica sino fundamentalmente socialmente práctica.
Somos una
fuerza revolucionaria, dentro de las fuerzas del cambio en la que coexisten
fuerzas que no lo son. La experiencia de Podemos ahormó, bajo una lógica
competitiva devastadora, a las fuerzas del cambio que se sumaron, y ahora
resulta francamente difícil que formen parte del mismo espacio orgánico.
Naturalmente, la defensa de direcciones que representen proporcionalmente a
todas esas corrientes, las primarias[3]
como fórmula de elección, como fueron las de Ahora Madrid, y la construcción de
lazos orgánicos con la sociedad, como fueron los círculos u otra forma de
asamblea popular, sigue cobrando todo el sentido.
Desde nuestro
punto de vista, el PSOE persiste en alinearse entre los partidos del régimen,
en su versión liberal compasiva (y cada vez menos, como hemos visto con su
política migratoria, nacional o laboral). A este respecto, nuestra actitud debe
ser oponernos a sus políticas, no ser sectarios cuando haya medidas que apoyar,
y tratar de atraer y convencer a su electorado. La entrada en un gobierno de
coalición con el PSOE entrañaría un grave error, aunque sea legítimo como
propuesta, porque al mismo tiempo que puedan asegurarse el cumplimiento de las
hipotéticas (y seguramente disminuidas) competencias concedidas, también se
sería corresponsable, e incluso se tendría que defender, políticas muy ajenas a
los intereses de las clases populares.
En relación a
las fuerzas del cambio, debemos defender tanto nuestra autonomía política como
nuestra vocación unitaria. Eso supone exigir poder expresar nuestras propuestas
y hacerlas valer democráticamente. Cuando no haya condiciones democráticas para
defenderlas, dado que sólo se puede aceptar el resultado de ser minoría si hay
un marco democrático proporcional e integrador, en tanto que corriente, habrá
que buscar la manera de hacerlo fuera de él. Eso no impide afirmar que la
política unitaria debe ser flexible y construir marcos de coalición o
confederados que lleven acuerdos de geometría variable que sean compatibles con
nuestro proyecto estratégico transformador y rupturista.
Las fuerzas del
cambio viven un estado de inestabilidad fuerte, y no tenemos reparos en
advertir que Más País presenta una solución posibilista y pragmática que puede
tener cierto recorrido electoral, pero que nos llevará a un atajo sin salida.
Son compañeros equivocados, por razones que puede hacernos comprender el origen
de sus errores. La intransigencia y experiencia fracasada y verticalista de
Podemos es una (a la que ellos mismos contribuyeron de manera protagónica),
también la pulsión de querer seguir teniendo buenos resultados electorales y
llegar a más amplias capas de la sociedad. Son pulsiones razonables, pero que
se saldan con una hipótesis estratégica que consolidaría el sentido común
dominante al renunciar a modificarlo. Representan un proyecto que es semejante
a una forma de neozapaterismo verdisocial. No son nuestros enemigos, pero son
adversarios a nuestro proyecto contrahegemónico, porque lo sabotean.
Podemos sigue
teniendo una fuerte marca electoral. Si bien es un gigante desgastado, que
puede disolverse o sobrevivir con una fusión fría con IU, pero que ya ha
perdido todo el empuje y la relación fértil que tenía con las clases populares.
Ahora, no todo de ello es una experiencia fallida, porque varias capas sociales
que antes no se asomaban a la política al menos han reunido una serie de ideas
progresistas. Con esos rescoldos también habrá que construir.
IU cuenta con
mayores bases, así como otras fuerzas políticas de izquierdas, sean
soberanistas o no. Son aliados naturales, obviamente con tácticas diferentes.
Con todas las
fuerzas del cambio habrá que conjugar el arrimar el hombro en muchas
iniciativas sociales y políticas, que podrán incluir hasta coaliciones
electorales. Queda mucho por construir confianza, criterio y organización
común. Deberemos seguir aportando para que ello sea posible. Pero también debe
realizarse desde la autonomía política, priorizando proyectos y programas
transformadores.
[1] Los aspectos progresivos no eran estrictamente presupuestarios. El ascenso
del SMI fue, posiblemente, la conquista más importante de todo el periodo. https://daniloalba.blogspot.com/2018/10/el-acuerdo-presupuestario-entre-el.html
[2] De hecho, sigue siendo un capítulo a mejorar. En el actual periodo, sería
mucho más eficaz que contar con un comando mediático, programas de debate o
trabajo en redes, desarrollar un canal televisivo vía internet, plural,
con una dotación de recursos sostenible, con un programa informativo y de
debate independiente, y bajo un gobierno democráticamente representativo de las
fuerzas del cambio.
[3] Otra cuestión es si deben ser abiertas, digitales o presenciales, o sólo
de los censos de militantes de las fuerzas que se suman.
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