domingo, 14 de julio de 2019

CONTRA EL SACRO TABERNÁCULO (Tabernáculo = taberna mogollón en plan bien, la, lo, las, los, guay, tío) DE SAN PEDRO Y SAN PABLO


Grecia
 
El sedante de la moderación política

Rebelión
notasperiodismopopular.com.ar
13.07.2019


El domingo 7 de julio la coalición de izquierda radical de Grecia, Syriza, perdió las elecciones con los conservadores, tras gobernar cuatro años. Fue el fin de una etapa que había abierto la esperanza de un nuevo camino para Europa.
 
La crisis económica mundial que comenzó hace poco más de una década impactó con fuerza en el viejo continente. En ese marco, a las recetas neoliberales de los partidos de derecha tradicional se le sumó la adaptación -que ya venía practicando hace años- de la socialdemocracia.

Fue así que los ajustes recayeron, sin distinción de países, sobre las clases populares que ensayaron distintas respuestas para afrontar esa ofensiva del capital, que golpeaba herido por su propia lógica.

La movilización callejera fue la primera y más inmediata. La recordada ocupación de la Plaza del Sol en Madrid por parte de los indignados fue un punto alto que cobró relevancia mundial, así como la lucha contra los desahucios en todo el territorio español; también se dio un histórico récord de siete huelgas generales en Francia en octubre de 2010; las masivas protestas en Islandia que llevaron a la caída del Gobierno en 2009, mientras sucedía un proceso similar en Letonia, entre otras.

Pero a la par de ese proceso se fueron gestando alternativas político electorales que tuvieron distinta eficacia.

En España emergió Podemos, como un nuevo partido que buscaba renovar las lógicas institucionales, los discursos y la forma de participación. Sin embargo su vertiginoso crecimiento inicial, que llevó a sus dirigentes y voceros a pronosticar una inminente victoria electoral, se estancó con los años sin lograr superar el tercer puesto detrás de las dos estructuras tradicionales.

Cierta renovación interna dentro del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que se alejó de las recetas más clásicas de ajuste, dificultó su desarrollo. En menor medida, también incidió el nacimiento de una variante de “derecha moderna” (al menos en sus inicios) como es Ciudadanos.

En Francia, el Frente de Izquierda de Jean-Luc Melenchon intentó hacer lo propio y si bien logró porcentajes altos para la izquierda gala, estuvo lejos de pelear por el Gobierno.

A su vez en Portugal, una coalición de la socialdemocracia, los verdes y algunos partidos de izquierda pudo hacerse con el Ejecutivo y avanzó en un programa que rechazó el paradigma impuesto por el Banco Central Europeo (BCE) y logró salir de la crisis mediante políticas de inclusión social e intervención estatal.

Auge y caída de la izquierda radical

Pero en Grecia sucedió algo diferente. El partido conservador Nueva Democracia sufrió los efectos de la crisis y en 2010 perdió las elecciones a manos de los socialdemócratas de PASOK. Estos dinamitaron rápidamente la esperanza de los sectores populares desatando uno de los programas económicos más brutales.

El país heleno fue el primero que necesitó de un “rescate” de la llamada troika integrada por el BCE, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión Europea (UE). Millonarios préstamos que incrementaron exponencialmente la deuda y como contrapartida exigieron recortes profundos en áreas como la salud, la educación y el sistema previsional.

El pueblo griego respondió con manifestaciones multitudinarias cuyas imágenes recorrieron el planeta. Atenas, la capital del país y cuna de la civilización occidental, fue escenario de barricadas incendiarias y enfrentamientos con la policía.

Así es como se llegó a las elecciones de 2015 en las que Syriza, una alianza de partidos de izquierda de distintas tradiciones, formada diez años antes, se impuso por sobre los dos partidos tradicionales. Se trató de una irrupción inesperada y un efecto directo de la crisis económica.

Tras asumir en enero de ese año se inició un recorrido tormentoso de seis meses en que, junto al primer ministro Alexis Tsipras, cobró una enorme visibilidad su ministro de Hacienda, Yanis Varoufakis, encargado de llevar adelante las negociaciones con la troika.

Los intentos de Syriza de lograr un acuerdo que no hiciera recaer la crisis sobre los sectores populares fueron infructuosos. Este era, para el nuevo Gobierno, un punto nodal de su política. No obstante se chocaron una y otra vez contra la necedad de los tecnócratas neoliberales europeos.

En seis años de crisis y rescates financieros el PBI griego había caído un 25%, el desempleo ascendía al 26% (53% entre les jóvenes), el 23% era pobre, la reducción del gasto en salud había sido del 9% anual, las pensiones se habían reducido entre un 35% y un 50%, 70.000 millones de euros se habían fugado y la deuda había pasado de un 113% del PBI en 2008 a un 175% en 2014.

Frente a ese escenario la posibilidad de que Atenas abandonara la UE fue un fantasma que recorrió ese semestre hasta que llegó su momento cúlmine en una semana tan histórica como trágica.

El domingo 5 de julio de 2015 el Gobierno de izquierda convocó a un referéndum para que el pueblo decidiera si aceptaba el “plan” de la troika. Tsipras y Syriza militaron activamente por el “No” que logró más del 61% de los votos. Todo parecía indicar que el Ejecutivo buscaba apoyo popular para aplicar un plan alternativo (¿la salida del euro?) frente a la intransigencia de Bruselas.

Sin embargo al día siguiente Varoufakis renunció sorpresivamente para “facilitar las negociaciones” y unos días después el primer ministro acordó con la UE aplicar el ajuste rechazado en las urnas a cambio de un nuevo préstamo.

La votación en el Parlamento griego dividió por primera vez a Syriza -llegarían rupturas posteriores- y provocó la primera gran decepción popular. Lo que siguió estos años fue un derrotero constante.

El plan de Gobierno esgrimido en la campaña electoral quedó en promesas vacías. Syriza no renegoció la deuda, ni detuvo el proceso de privatizaciones de empresas estatales, ni evitó nuevos recortes de pensiones, ni logró restablecer el salario mínimo.

Al asumir la derrota el pasado domingo Tsipras argumentó: “Syriza ha venido de ser un partido protesta con un 4% a gobernar en el momento más difícil de nuestra historia desde la dictadura”. Las esperanzas de recuperar la dignidad enterradas bajo el pragmatismo de la gobernanza.

El mejor instrumento de la troika

Paradójicamente, desde el comienzo de la crisis en 2008, Syriza fue el único partido griego que pudo completar una legislatura de cuatro años. La coalición de izquierda que había llegado para subvertir el orden neoliberal europeo terminó siendo la herramienta más eficaz del capital para aplicar el ajuste.

Canalizó institucionalmente el descontento callejero y luego, al ceder y doblegarse, desmovilizó a la población que sufrió una derrota política, pero también ideológica y simbólica muy fuerte. El resultado: el regreso de la derecha conservadora al Gobierno.

Joao Pedro Stédile, dirigente del Movimiento Sin Tierra de Brasil, afirmó en noviembre de 2015 que a pesar de que Dilma Rousseff había ganado en 2014 las elecciones presidenciales, los sectores populares habían sido derrotados porque ese mismo Gobierno había aplicado un ajuste brutal.

En ese sentido el caso griego resulta paradigmático y una enseñanza para un mundo que sigue atravesando una crisis mucho más integral, de carácter civilizatorio. Donde el sistema democrático representativo, tan caro a la ideología liberal, hoy es puesto en discusión por la fuerza de un capital que no tiene límites. Donde ideologías neofascistas y premodernas resurgen de la mano del evangelismo militante y las derechas xenófobas y racistas.

Syriza no fue moderado para ganar elecciones, pero tras su llegada al Gobierno su decisión de no apoyarse en el pueblo y ceder ante las presiones de la troika terminaron por liquidar una experiencia que podría haber abierto una cuña en el mapa político europeo y, por qué no, mundial.



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