ORTEGA Y LA CREACIÓN DE LA REVISTA ESPAÑA
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Ignacio Blanco
Sociología Crítica
29.05.2015
Parte
de la redacción de la revista ‘España’ (1915). De arriba abajo y de izquierda a
derecha: (1) José Ruiz-Castillo, (2) Rafael de Penagos, (3) [no identificado],
(4) Luis Bagaría, (5) Luis de Zulueta, (6) Gustavo Pittaluga, (7) Luis Bello,
(8) Fernado Marco, (9) Luis García Bilbao, (10) José Ortega y Gasset, (11) José
Martínez Ruiz, Azorín, (12) Pío Baroja y (13) Ramón Pérez de Ayala. Archivo de
la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón (Madrid, España).
El
29 de enero de 2015 se han cumplido justamente cien años del nacimiento de
España. Semanario de la Vida Nacional. Con ser una de las revistas políticas
más influyentes del primer cuarto del siglo xx, no es, sin embargo, de las más
conocidas. Tampoco es frecuente vincular su existencia con la egregia figura de
su fundador, José Ortega y Gasset, a quien sí se relaciona recurrentemente con
otras de sus creaciones periodísticas acaso más afamadas, como El Sol (1917) o
Revista de Occidente (1923). Por lo tanto, la efeméride se presenta como una
ocasión propicia para recordar qué significó España en el mapa sociopolítico de
aquella España.
El
contexto intelectual viene definido por el regeneracionismo, que ya había dado
sus frutos por esas fechas. En 1913, Ortega funda la Liga para la Educación
Política Española. En 1914, pronuncia en el Teatro de la Comedia la conferencia
«Vieja y nueva política», con enorme repercusión social, que se convirtió en el
breviario de la generación del 14. A los pocos meses, el propio Ortega
encabezaba un granado grupo de escritores, artistas y periodistas agrupados
alrededor de la cabecera España. Estas tres iniciativas vinculadas con el
«filósofo de El Escorial» comparten la misma génesis: servir de cauce para el
torrente de incitaciones que espoleaba a aquellos hombres («gente ni del todo
moza, ni del todo vieja», leemos en el primer editorial) y que se resume en el
lema: «Es preciso reorganizar la esperanza española».
El
punto de partida se puede anclar en la toma de conciencia de un Estado
desmoralizado: «El desprestigio radical de todos los aparatos de la vida
pública es el hecho soberano, el hecho máximo que envuelve nuestra existencia
cotidiana», afirma Ortega en aquel primer editorial. «Todos sentimos que esa
España oficial dentro de la cual o bajo la cual vivimos, no es la España
nuestra, sino una España de alucinación y de inepcia». Pretenden estos intelectuales
regenerar la vida política y cultural española partiendo desde la base, pues la
coincidencia en el desánimo es compartida «con el más humilde de nuestros
labriegos y el más sencillo de nuestros artesanos».
La ascendencia intelectual del joven Ortega (contaba 32 años) quedó patente al
conseguir agrupar en la redacción a escritores ya consagrados como Baroja,
Unamuno, Azorín o Pérez de Ayala, así como la adhesión de figuras indiscutibles
como Antonio Machado, que en una carta de febrero de 1915 se muestra encantado
con la revista y tilda a Ortega de «gran capitán». Curiosamente, la misma
expresión empleará Eugenio d’Ors cuando se dirija al filósofo como «mi capitán»
a propósito de su colaboración en España. Completan la lista de colaboradores
de aquella primera época nombres como el poeta Luis García Bilbao (socio
fundador que puso gran parte del capital inicial), Rafael de Penagos, Luis de
Zulueta, Fernando de los Ríos, Fernando Vela, Gustavo Pittaluga, José
Ruiz-Castillo (gerente de la editorial Renacimiento y socio fundador de
España), Luis Bello o el caricaturista Luis Bagaría, cuyos dibujos de trazos
inconfundibles y dramática ironía pudieron verse también en La Tribuna, El Sol
y ABC, entre otros.
España
fue un órgano del pensamiento progresista. Evitó cualquier connivencia con el
poder político constituido, al menos durante 1915, año en que Ortega se mantuvo
en la dirección. En esta primera época, España llevó su independencia económica
y política hasta el extremo, como cuando renunció al «anticipo reintegrable»
del Estado para sufragar el encarecimiento del papel con motivo de la Gran
Guerra. También se abstuvo de entrar de lleno en la dialéctica entre
germanófilos y aliadófilos, si bien sus editoriales hacían pensar que España
defendía la causa aliada. «España —escribió Ortega— debe tomar el saber de
Alemania y el mandar de Inglaterra. […] No creo que ningún español consciente
pueda odiar a ninguno de los tres pueblos beligerantes».
El
15 de noviembre de 1915 Ortega firma la cesión de todos sus derechos sobre la
publicación. Las causas de la renuncia son complejas, aunque la desilusión de
Ortega con el proyecto se empieza a percibir desde verano. Por testimonios
posteriores del propio Ortega, se puede deducir que el filósofo no encontró la
acogida o tal vez el respaldo y calor social que imaginó durante la
construcción de la empresa. También hay que considerar la desazón y el desánimo
provocados por las terribles noticias que llegaban del frente y que, sin duda,
inundaron el ánimo de quienes habían visto en Europa un ideal de salvación: «El
momento es de una inminencia aterradora», escribía Ortega hace un siglo.
El
caso es que en febrero de 1916 ya figura como director el socialista Luis
Araquistáin. Este imprime a la revista un acusado giro hacia la izquierda que
desembocará, tras la Revolución del 17, en una defensa directa del bolchevismo.
Araquistáin sí aceptó subvenciones para atacar la causa alemana, con lo que
España se sumaba al florido grupo de publicaciones proselitistas y doctrinales
que siempre han poblado el panorama periodístico español. Cuando en 1922 Manuel
Azaña tomó las riendas de la revista e intentó reconducirla hacia la prédica
del liberalismo y la independencia con que fue alumbrada, ya era demasiado
tarde. El último número fue el 415 y estaba fechado el 29 de marzo de 1924.
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