Carta a la izquierda árabe y mundial
(2/6)
Salama Kayleh
Entretierras
Rebelion/11-03-2013
2. Desgraciadamente, como todos los países árabes (con excepciones parciales) todo el que se llamaba a sí mismo marxista, estaba lejos de comprender la situación de clases y no sintió la acumulación de la asfixia que iba en aumento entre las clases empobrecidas, especialmente los trabajadores y los agricultores pobres. La tendencia general era que esos habían pasado a hacer girar sus políticas en torno a la democracia y la resistencia a la dictadura, sin ser conscientes de la base de clase de la dictadura, y sin poner la democracia en el contexto del cambio global en la situación de las clases. Ello supuso su aislamiento del pueblo y provocó una brecha que ha quedado clara a lo largo de la revolución.
Pero cuando aumenta la congestión de las clases el resultado necesario es un estallido. Y eso es lo que sucedió y por eso fue extremadamente espontáneo, especialmente en Siria en la que no había partidos ni sindicatos convergentes con dicho estallido para intentar influir en él.
En tal situación, ¿dónde queda la postura marxista?
En la historia del movimiento marxista, hay experiencias que no se han estudiado, entre ellas, la experiencia de las revoluciones de 1848 en Europa y cómo Marx las trató. Está la Comuna de París, donde Marx advertía de una revolución que provocaría el derramamiento de sangre de la clase obrera, pero cuando estalló, la apoyó, participó en ella para que las masas aprendieran cómo llevar a cabo una revolución vencedora, y no se detuvo a lamentarse. También está la revolución de 1905 en Rusia en la que participó el Partido Obrero Socialista Democrático.
Todas estas revoluciones fueron espontáneas, poco claras en sus objetivos en su mayoría, y “burguesas”, pero la postura marxista fue participar en ellas con los trabajadores, no para una victoria internacional que ni se planteaba, ni siquiera como resultado de un análisis previo de la inevitabilidad de la victoria de la revolución, pues estaba claro para Marx y Lenin que las revoluciones fracasarían, sino que su objetivo era desarrollar las experiencias del pueblo para que venciera en otra revolución, ya que las masas aprenden de la experiencia como afirma el marxismo.
Así, la postura marxista verdadera la representa el ponerse del lado de la revolución, participar en ella y trabajar para desarrollarla si puede. Los marxistas no tienen otra opción cuando estalla la lucha entre el pueblo empobrecido y el capitalismo dominante y el eludirla es desvirtuar la comprensión marxista e inclinarse hacia la clase capitalista.
Los empobrecidos fueron los que se levantaron para lograr una vida mejor o para poder vivir simplemente, porque hay quien quiere trabajar en un país cuyo índice de paro llega al 30-33% de la población activa, y donde el nivel de los sueldos está en una situación deplorable como ya hemos visto. Si querían derrocar al régimen era para lograr el cambio que llevaría a fundar un sistema económico nuevo que pudiera absorber su situación y encontrar soluciones a sus problemas. Si las élites de las clases medias “urbanas” han incitado y participado para conseguir instaurar el “estado civil”, la libertad y el fin de la dictadura, ello no cambia el carácter social de la revolución, ni permite que su petición sea la base, porque la realidad de los empobrecidos empujará a que la revolución continúe hasta que se produzca una cambio radical (como observamos ahora en Túnez y Egipto). Ello se debe a que lo que mueve a la revolución es el paro, la pobreza y la marginación en primera instancia, unido a la instauración de un estado democrático, después de que estuviera unido al pillaje, el empobrecimiento y la dictadura.
No hay duda de que un aumento del papel de los marxistas en la revolución supondrá una aclaración de su carácter cristalino de clase y profundizará el proceso.
Desde esta perspectiva, debe rechazarse toda tendencia a “catalogar” la revolución en nombre del marxismo, ya sea en relación a los programas o a los partidos que, como se dice, deben dirigir, o en relación a la mirada “purista” que quiere una revolución “límpida” como la “nieve en los confines de Rusia”. Esa es la postura del “espectador” o del aristócrata que no quiere que sus zapatos se manchen con el polvo de la tierra. Un elitismo este que no deja de dominar a muchos “marxistas”. La revolución espontánea es un movimiento del pueblo, con todo lo que en sí lleva de cultura, comportamiento, religión y rebeldía, pero lo que la domina es el sentimiento compartido de incapacidad de vivir y, después, el esfuerzo por lograr el cambio. La revolución son momentos de aumento de su “sentido común” (como decía el marxismo) que le hace saber a quién derrocará y qué quiere de quien venga como alternativa. Sabe que el derrocamiento debe traer el cambio que le permita sentir que su situación ha cambiado y que ha salido de la situación de muerte a la que se veía abocado como resultado del paro, la pobreza y la marginación. Esa es la base sobre la que debe erigirse todo verdadero marxista. Todo marxista revolucionario que quiera un cambio radical.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario