Ayuntamientos y municipalismo
23-05.2019
Conviene aprender de lo que sucedió en los 80, cuando la obsesión por "estar en las instituciones" desembocó en el desmantelamiento de muchos movimientos sociales |
Estamos en vísperas
de elecciones municipales recién cumplidos cuarenta años de las
primeras democráticas, en 1979. Entonces, la gran mayoría de los
ayuntamientos andaluces tuvieron gobiernos de izquierda (o eso se creía o
percibía) al cumplirse el pacto previo y público entre PSOE, PCE, PSA y
PTA por el que habría gobiernos de coalición encabezados, como alcalde,
por el cabeza de la lista más votada de ellos. Lo que se cumplió
fielmente, con la excepción del cambalache entre PSA y PSOE
intercambiando las alcaldías de Granada y Huelva por la de Sevilla, a
instancias del primero, que quiso, a todo trance, conseguir esta ciudad
regalando las otras dos al partido de Felipe González (e iniciando así
su larga y lamentable marcha, de componenda en componenda, hacia la
irrelevancia y final desaparición).
Fueron aquellos primeros
ayuntamientos democráticos, muy poco después de constituirse, los que
iniciaron el proceso de iniciativa autonómica a través del artículo 151
de la Constitución que culminó en el referéndum del 28 de Febrero del
siguiente año. Tras el pronunciamiento de los de Puerto Real y Los
Corrales (con alcaldías del PTA y de la CUT), la inmensa mayoría de los
ayuntamientos andaluces dieron también el paso adelante obligando a los
propios partidos políticos y a la Junta preautonómica, que vacilaban con
la eterna justificación de que "aún no había suficientes condiciones
objetivas", a seguir el mismo camino ante el hecho consumado de que, en
unos pocos meses, o se conseguía sumar a la gran mayoría de los
municipios o habría que esperar cinco años para poder plantear de nuevo
la autonomía. Una autonomía que entonces se pensaba "plena" e
instrumento eficaz para la transformación de Andalucía (el que luego no
fuera ni lo uno ni lo otro sería la base del rápido desencanto político
cuyas consecuencias continúan hoy, pero este sería otro tema).
La cultura política andaluza progresista y de izquierda, desde la
segunda mitad del siglo XIX, siempre había tenido como un componente
central el nivel municipal. La propia construcción de Andalucía como
sujeto político se planteaba confederalmente, de abajo arriba, y no de
forma burocrática y siguiendo un modelo centralista, como se ha hecho.
Así, el proyecto de la llamada Constitución andaluza de Antequera, de
1883, contenía, en realidad, tres constituciones: una para los
municipios, otra para los cantones (hoy diríamos las comarcas y áreas
metropolitanas) y la tercera para Andalucía. Esta debería ser, en
palabras de Blas Infante años después, un anfictionado (confederación)
de pueblos (municipios y comarcas).
Hoy, algunos tenemos la
convicción de que es en este planteamiento municipalista y de
construcción "de abajo arriba", y no a la inversa, donde está la única
base posible para avanzar hacia una Andalucía libre de la dependencia
económica, superadora de la subordinación política y con una reactivada y
creativa identidad cultural. De una Andalucía construida por sí, desde
los municipios y de acuerdo con las necesidades y aspiraciones de la
gran mayoría de los andaluces/zas. Y en fraterna solidaridad con los
pueblos de Iberia y del mundo. Ello podría ser posible a condición de
que no creamos que la acción municipalista se manifiesta solamente en la
actuación en (y respecto a) los ayuntamientos. La presencia y acción
dentro de estos no debería ser sino una de las vertientes del
municipalismo y, para estar justificada, ser consecuencia de la
acumulación de esfuerzos, voluntades y trabajo cotidiano en los
movimientos sociales y las asociaciones y colectivos de la sociedad
civil sobre los problemas y aspiraciones de los habitantes de cada
pueblo y ciudad (y de cada barrio de las ciudades y pueblos). Si no
fuera así, la labor en los ayuntamientos, como en otras instituciones
políticas, podría ser incluso contraproducente porque esterilizaría la
participación directa ciudadana y haría gastar unas energías que
deberían aplicarse, sobre todo, a la creación de estructuras y
experiencias transformadoras en lo político, lo social, lo económico y
lo cultural. Conviene aprender de lo que sucedió en los años 80, cuando
la obsesión por "estar en las instituciones" desembocó en el práctico
desmantelamiento del movimiento vecinal y de otros movimientos sociales
sin apenas resultados positivos apreciables.
Creo imprescindible
que reflexionemos sobre estas cuestiones en vísperas de las elecciones
del día 26, cuando raro es el partido o "confluencia" que no se declara
municipalista. Sólo deberíamos tomar la afirmación en serio si durante
años se ha practicado realmente el municipalismo. Si no fuera así, se
trataría de la utilización de una palabra vaciada de contenido.
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