Tucídides, Trump y la guerra con China
Por Alejandro Nadal
Kaosenlared
23.05.2019
China es percibida como adversario, porque Washington sabe
que su supremacía no puede durar para siempre.
Entre flotas con portaviones y aranceles de castigo, la
administración Trump amenaza a China. Quiere doblegar su poderío económico y
frenar su influencia creciente en asuntos internacionales. La República Popular
China ya es considerada adversario por el complejo militar-industrial
de Estados Unidos y los principales medios de información de ese país repiten a
coro el mensaje.
Los tambores de guerra se escuchan, y la evolución de los
acontecimientos podría anunciar un conflicto bélico entre China y Estados
Unidos en el futuro. El análisis de Tucídides sobre la guerra del Peloponeso es
más relevante que nunca para el análisis de la coyuntura actual. La lección más
importante en su obra es que la principal causa de la guerra es el factor
emocional: el temor y la desconfianza.
China es percibida como adversario, porque Washington sabe
que su supremacía no puede durar para siempre. La economía estadunidense puede
todavía ser la más grande del mundo (dependiendo de la métrica), pero no
necesariamente es la más fuerte. Su poderío depende, en buena medida, del papel
que juega su divisa en el sistema monetario internacional. Sin embargo, el
déficit comercial crónico es un claro indicador de algunas debilidades de la
economía de Estados Unidos.
Del total de las exportaciones estadunidenses de bienes y
servicios, las de manufacturas de alta tecnología (computadoras, aviones,
máquinas herramienta y robots industriales, equipo científico, etcétera)
representan 20 por ciento del total. A pesar del alto grado de complejidad de
estos productos, Estados Unidos ya enfrenta una fuerte competencia
internacional en estos rubros. En contraste, las exportaciones de servicios,
entre los que se encuentran los servicios financieros, representan 33 por
ciento de las exportaciones totales. Es claro que buena parte de esas ventas al
exterior de servicios no se llevarían a cabo si el dólar estadunidense no fuera
todavía la moneda hegemónica.
La guerra comercial de Trump contra China se inició en
febrero de 2017, con aranceles de 30 y 20 por ciento sobre dos categorías de
productos. A lo largo de ese año se fueron imponiendo aranceles a muchos otros
productos, y China comenzó a responder con medidas compensatorias. Hoy se han
interrumpido las conversaciones que se suponía llevarían a un nuevo acuerdo y
el conflicto se ha intensificado. Estados Unidos ha impuesto nuevos aranceles
de 25 por ciento sobre 200 mil millones de dólares de importaciones chinas, y
Pekín ha anunciado que aplicará medidas compensatorias equivalentes.
¿Cuáles son los objetivos de Washington en esta guerra
comercial? En el primer año de la guerra comercial el déficit comercial de
Estados Unidos con China se incrementó 11 por ciento (pasó de 375 a 419 mil
millones de dólares entre 2017 y 2018). Puede que el déficit se reduzca en los
años siguientes, pero eso dependerá de muchos factores y también podría
acarrear costos para los consumidores y empresas estadunidenses.
Los negociadores de Estados Unidos saben muy bien que el
déficit bilateral no se va a reducir de manera significativa y que tampoco van
a regresar las empresas que se fueron a China por sus bajos costos de mano de
obra. Para ellas todavía quedan por explotar los paisajes demográficos de
Vietnam, Cambodia e Indonesia. Entonces, ¿qué busca Washington con su
belicosidad comercial?
Un indicio revelador está en las razones por las que la
semana pasada se rompieron las negociaciones entre ambos países. Washington ha
acusado a Pekín de renegar sobre los acuerdos a los que había llegado hacía
meses. Esos convenios tienen más que ver con la política industrial y
tecnológica de China, así como su legislación sobre propiedad intelectual. En
este terreno, a Estados Unidos le gustaría doblegar al gigante asiático para
mantener un predominio tecnológico que cada vez es más precario.
En el año 433 antes de nuestra era, Atenas impuso a la ciudad
de Mégara una serie de severas sanciones económicas que amenazaban con
asfixiarla. Ese decreto fue determinante y Esparta sintió que confirmaba sus
peores temores sobre los designios de los atenienses para incrementar su
poderío e influencia. El conflicto se presentó como inevitable y se desató la
segunda guerra del Peloponeso, que terminó con la derrota de Atenas en 404
antes de nuestra era. El costo de la guerra fue terrible y Grecia nunca volvió
a gozar de la autonomía que tuvo durante la era clásica. Para Tucídides, en
su Guerra del Peloponeso, el factor emocional del miedo y la
desconfianza fue la causa más verdadera de esa terrible guerra.
Hoy, la política de Washington frente a Pekín sigue el mismo
derrotero. Miedo y desconfianza. ¿Preferirá Estados Unidos hundir al mundo en
un conflicto nuclear antes que perder su hegemonía? Difícil responder, pero una
cosa es cierta: la profecía de una guerra se cumplirá si Estados Unidos no abre
el espacio que Pekín siente necesitar como potencia emergente. De adversario a
enemigo no hay más que un solo paso.
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