Lucha
sin clases: ¿por qué el proletariado no resurge en el proceso de crisis
capitalista?
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Autor(es): Trenkle, Norbert
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Las tentativas
de rescatar el sujeto muerto
X. El discurso
resucitado sobre la lucha de clases poco aporta al esclarecimiento de esta
cuestión. A pesar de que este discurso, de algún modo, tiene en cuenta las
transformaciones sociales que tuvieron lugar, finalmente no consigue romper con
los patrones metafísicos del concepto de lucha de clases del marxismo
tradicional. Estos patrones se reproducen constantemente a pesar de que el
sujeto evocado ya no existe. En otro texto traté de demostrar, que tanto
Hardt/Negri como John Holloway reproducen aquellos patrones metafísicos en sus
teorías.[3] Aquí quiero dirigir la mirada hacia
otros enfoques cuya inclinación metafísica no es tan obvia ya que argumentan de
modo más sociológico y empírico. Quiero demostrar que son precisamente los
resultados empíricos de sus investigaciones los que desmienten el paradigma de
lucha de clases. En el intento de preservar este paradigma mediante todo tipo
de agregados, los autores a discutir se enredan en contradicciones insolubles
que evidencian el fracaso de esta operación de rescate. Por lo tanto sólo una
demolición del edificio tradicional-marxista de pensamiento puede abrir paso a
una renovada perspectiva del accionar emancipatorio.
XI. Para
comenzar, escuchemos al teórico gramsciano Frank Deppe: “La clase
obrera”, escribe en la revista Fantômas[4], “de ningún modo desapareció, el
capitalismo se basa todavía en la explotación del trabajo asalariado, los
recursos naturales y las condiciones, sociales y políticas de producción y
apropiación de plusvalor. El número de trabajadores en relación de dependencia
laboral casi se ha duplicado entre 1970 y 2000 y comprende cerca de la mitad de
la población mundial. Esto se debe principalmente al desarrollo en China y
otras partes de Asia, donde a resultas de la industrialización grandes partes
de la población rural ingresaron al mercado laboral. En los países capitalistas
desarrollados, la proporción de trabajadores asalariados es ahora del 90 % y
más” (Deppe, 2003, p. 11). Lo que a primera vista llama la atención en este
argumento es que opera al menos entre dos significados fluctuantes del concepto
de clase trabajadora. Primero Deppe parece identificar a la clase trabajadora,
de modo bastante tradicional, con los trabajadores asalariados que, en sentido
estricto producen plusvalor y de cuyo plustrabajo se extrae directamente para
la valorización del capital. Sin embargo, este concepto de clase desemboca en
otro mucho más amplio, el de todos los “trabajadores en relación de dependencia
laboral”, con lo que así abarca la “mitad de la población mundial” y en las
metrópolis capitalistas incluso casi la totalidad de la población (es decir,
más del 90%).
XII. En esta
oscilación argumentativa se expresa ya el dilema de los teóricos de las clases.
Si la categoría de clase trabajadora es interpretada en el primer significado
(conforme a la teoría marxista tal como lo señala explícitamente Deppe),
entonces hay que reconocer que se trata de una minoría global que pierde cada
vez más importancia a medida que, en los sectores de producción de valor
avanzan los procesos de racionalización y hacen superfluo el trabajo en la
producción inmediata. En el segundo significado aludido, cabe decir que la
ampliación de la categoría de clase obrera a todos los “trabajadores en
relación de dependencia” se convierte en un no-concepto pues carece en absoluto
de poder de discriminación. Es simplemente otra palabra para el modo de existencia
generalizado en la sociedad capitalista, donde las condiciones de vida están
mediadas por el trabajo y la producción de mercancías. Para la gran mayoría de
la población esto significa estar obligada a vender su fuerza de trabajo para
poder sobrevivir. Sin duda, esto representa un aspecto clave de la sociedad
capitalista, pero justamente por eso, no proporciona la base conceptual para
determinar una división de clases; porque el hecho de poseer solamente una
mercancía que ofrecer en el mercado, la mercancía fuerza de trabajo, no es el
rasgo distintivo de una parte determinada de la población (la “clase
trabajadora”), sino una compulsión generalizada, a la que básicamente todas las
personas se encuentran sometidas, independientemente de su lugar social como
también de sus circunstancias concretas de vida.
XIII. Las
aporías de la teoría de clases también son evidentes en el caso del historiador
Marcel van der Linden, cuyo concepto de clase es aún más amplio que el de
Deppe. Según van der Linden: “pertenece a la clase de trabajadores subalternos
todo/a portador/a de fuerza de trabajo cuya fuerza está siendo vendida o
alquilada a otra persona bajo presión económica o no. Es irrelevante si esta
fuerza es ofrecida por el portador o la portadora mismos o si los medios de
producción les pertenecen” (van der Linden, 2003, p. 34). Con esta definición,
van der Linden quiere dar cuenta del hecho de que en la sociedad productora de
mercancías globalizada ha surgido una enorme variedad de situaciones laborales
diferenciadas y jerarquizadas que no encajan (más) en el clásico esquema de
trabajo asalariado, tal como las formas de trabajo esclavo y semi-esclavo, el
trabajo autónomo y subcontratado extremamente precario, pero también el trabajo
de subsistencia y reproductivo no remunerado de las mujeres. En consecuencia,
van der Linden no habla ya de la clase de “trabajadores asalariados libres”,
sino que opta por el concepto más amplio de “trabajadores subalternos” (cf. van
der Linden, 2003, pp. 31-33). Sin embargo, esto no resuelve el problema; antes
bien lo lleva más lejos que Deppe elevando el concepto de clase a una
metacategoría que, en principio abarca casi la totalidad de la personas que
viven en la sociedad capitalista y esto es: a casi toda la humanidad.
XIV. Es lógico
que un concepto de clase como tal metacategoría generalizada pierde todo poder
de determinación. Representa la paradoja de un concepto de la totalidad
capitalista que no logra captar esta totalidad adecuadamente, puesto que por un
lado, refleja indirectamente el hecho de que el trabajo representa el
principio universal de mediación social en el capitalismo; por
el otro lado, van der Linden no llega a analizar este principio en lo que es,
porque lo identifica desde ya con una categoría social particular, la
categoría de clase.
El marxismo
tradicional ha considerado siempre la mediación social a través del trabajo
como una constante transhistórica de todas las sociedades,
mientras que veía la característica específica del capitalismo en el dominio de
clase, basado en la extracción del plusvalor y la propiedad privada de los
medios de producción. Si reconocemos, sin embargo, que el capitalismo en
esencia es una sociedad productora de mercancías y, por lo tanto, una sociedad
en la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a través de la
forma de mercancía y dinero, su característica histórica-específica que lo
diferencia de todas las otras formaciones sociales previas, consiste en el
hecho de que el trabajo (abstracto), es decir la actividad que produce las
mercancías y el valor de cambio, constituye y confiere la síntesis de la
sociedad.[5]
Desde este
punto de vista, el conflicto entre capital y trabajo no representa un
antagonismo fundamental, sino un conflicto inmanente entre diferentes
categorías sociales correspondientes al sistema de la producción generalizada
de mercancías. Y cuanto más formas diferenciadas de vender su fuerza de trabajo
se establecen, tanto menos se puede hablar de un conflicto,
sino que este se diluye en una multiplicidad de conflictos cuyo único
denominador común es el de estar localizados dentro de una totalidad social
constituida por el principio universalista del trabajo abstracto.
XV. La idea,
sin embargo, de que el antagonismo de clase es la esencia del capitalismo, está
tan arraigada que, incluso se sostiene allí donde demuestra ser completamente
inadecuada para el análisis. Esto queda en evidencia justamente en los intentos
de recuperar el concepto de la lucha de clases frente a la situación global
actual. Un ejemplo de esto lo proporciona el mismo van der Linden cuando trata
de delimitar y precisar su concepto de clase, que obviamente a él mismo le
parece insuficiente, y se plantea el interrogante: “Qué tienen realmente en
común toda la diversidad de subalternos” (van der Linden, 2003, p. 33) y
responde “que todos los trabajadores subalternos viven enajenados”, es decir en
un “estado de heteronomía institucionalizada” (ibíd.). Para explicar este
concepto se refiere a Cornelius Castoriadis: “heteronomía institucionalizada
significa una división antagónica de la sociedad, es decir, la dominación de
una determinada categoría social sobre el conjunto. (...) por lo tanto, la
economía capitalista nos aliena porque coincide con la división de clase entre
proletarios y capitalistas” (ibíd.).
XVI. Llama la
atención enseguida que Castoriadis deriva la “heteronomía institucionalizada”
inmediatamente de la relación de clases. Esta definición, tan simplificante
como es, tenía un cierto sentido en el contexto de la teoría de las clases del
marxismo tradicional, con su consabida fijación en el proletariado. Pero pierde
toda fuerza explicativa si, como lo hace van der Linden, se extiende el
concepto de clase hasta el infinito y termina subsumiendo en él a toda la
humanidad en mayor o menor medida. Implícitamente, van der Linden no dice sino
que la alienación es un rasgo básico universal de la sociedad capitalista. Pero
no llega a analizar esta característica en forma coherente porque no se
desprende del paradigma del marxismo tradicional. Una vez más, el intento de
salvar este paradigma mediante su ampliación revela sus contradicciones y
limitaciones. Ya Marx demostró que la alienación y el fetichismo de la
mercancía no se pueden deducir de la dominación de clase, sino que constituyen
los rasgos esenciales de una sociedad basada en la producción de mercancías y
el trabajo abstracto. Para el movimiento obrero tradicional, en su lucha por
conseguir el reconocimiento dentro de la sociedad capitalista, esto puede haber
aparecido como un problema secundario. Hoy en día sin embargo, éste tiene que
ser el enfoque principal de una crítica del capitalismo a la altura del tiempo;
es la adhesión anacrónica al paradigma de la lucha de clase, que obstaculiza
comprender esto.
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