Lecciones para los tiempos que corren
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Rebelión
14/03/2020
Fuentes: Rebelión
Política
revolucionaria: educación de las masas y realismo político
Si bien Rosa
Luxemburgo fue siempre una acerba crítica desde la izquierda del oportunismo,
rompiendo con el conciliacionismo de clase que este propugnaba; no adoptó, sin
embargo, posiciones ni impulsó líneas políticas revolucionaristas. En efecto, contrario
sensu de la imagen que suele atribuírsele desde el comunitarismo popular,
ella no era cultora de un basismo abstracto, el cual pertenece más bien a las
tendencias consejistas (Rühle, Pannekoek, Mattick).
Ilustrativo de
lo anterior fue la discusión en el Congreso fundacional de Partido Comunista
Alemán (KPD) respecto a la participación en las elecciones para la Asamblea
Nacional (nótese la similitud de la disyuntiva con la actual situación de la
política chilena).
Hacia fines de
1918 y principios de 1919 se había abierto una situación política particular en
Alemania: la instauración de la República, que resultaba de la derrota militar
y el consecuente colapso del orden monárquico. Junto con el auge del movimiento
de masas, estaba además el ejemplo vivo de la reciente toma del poder por los
bolcheviques en Rusia apoyados en la fuerza de los soviets.
Así, en la
segunda sesión del Congreso, Otto Rühle argumentó contra la participación en
las elecciones para la Asamblea Nacional de la siguiente forma:
En la
actualidad, nuestra participación sería interpretada como una aprobación de
principio con respecto a todo lo que supone la Asamblea Nacional. Una decisión
en favor de las elecciones no solo sería censurable, sino que equivaldría a un
suicidio, puesto que no haríamos más que ayudar a evitar la revolución en la
calle, llevándola al parlamento. Para nosotros no puede haber más que
una tarea y esta tarea es la del reforzamiento del poder de los consejos
obreros y de los soldados porque, si se desea verdaderamente eliminar la
Asamblea Nacional de Berlín en favor de las masas, es evidente que entonces
nosotros tendremos que constituir un nuevo poder en la capital.[x]
Rühle cerraba
su intervención en medio de repetidas aclamaciones, según consta en las actas
del congreso.
¿Hay alguna
semejanza entre los argumentos de Rühle y los que hoy sostienen las vertientes
popular comunitaristas de la izquierda? Sí, ¡muchas! Tómese nada más eso de
«evitar la revolución en la calle, llevándola al parlamento», reemplácese los
“consejos de obreros y soldados” por “asambleas territoriales autoconvocadas”,
Berlín por Santiago y se tiene prácticamente un texto que se ajusta a la
perfección a cualquier panfleto tipo de estas tendencias.
Después de las
palabras de Rühle intervino Rosa Luxemburgo. Recibida con vivas aclamaciones,
retrucó:
En la fuerza
tempestuosa que nos empuja hacia adelante, creo que no debemos abandonar la
calma y la reflexión. Por ejemplo, el caso de Rusia no puede ser citado
aquí como un argumento contra la participación en las elecciones, pues allí,
cuando la Asamblea Nacional fue dispersada, nuestros camaradas rusos tenían ya
un gobierno encabezado por Trotsky y Lenin. Nosotros, en cambio, estamos aún en
los Ebert-Scheidemann [gobierno burgués socialdemócrata]. El proletariado ruso
tenía detrás de sí una larga historia de luchas revolucionarias, mientras que
nosotros nos encontramos en el comienzo de la revolución, no teniendo detrás
nuestro más que la insignificante semi-revolución del 9 de noviembre. En mi
opinión, lo que nosotros debemos hacer es plantearnos la siguiente alternativa:
¿Qué camino es el más seguro para conseguir educar a las masas? El
optimismo del camarada Rühle es ciertamente muy hermoso, pero la realidad es
que no estamos aún tan avanzados para convertirlo en un hecho histórico. Lo que
yo veo hasta el presente entre nosotros es la no-maduración de las masas
llamadas a derrocar la Asamblea Nacional. El arma con que el enemigo
piensa combatirnos debemos volverla contra él. Por una parte, teméis las
consecuencias de las elecciones, y por otra creéis posible abolir la Asamblea
Nacional en quince días. La acción directa es seguramente más simple, pero
nuestra táctica es justa, en el sentido de que cuenta con un largo camino a
recorrer. La acción esencial, desde luego, corresponde a la calle, y
esta debe tender en consecuencia al triunfo del proletariado. Pero nosotros
entendemos que, previamente y para el apoyo de esa lucha, se hace preciso que
conquistemos la tribuna de la Asamblea Nacional.[xi]
A diferencia de
Rühle, su intervención fue acogida por débiles aplausos de la audiencia.
¿En qué se
parece el razonamiento de Rosa a los planteamientos popular comunitaristas? En
nada. De hecho, a la luz de estas tendencias, argumentos así caen fácilmente
dentro de motes de “electoralismo reformista”, “traidores del pueblo”,
“ilusos”, “entreguistas” o, en el mejor de los casos –y para salvar el honor de
Rosa–, de “incautos frente al fraude burgués”.
Sin embargo, lo
que hay detrás finalmente de todas estas imprecaciones de Júpiter tronante es
el vacío programático que resulta impotente para llevar a cabo una
auténtica política de masas en el seno de la clase trabajadora. En vez de
llenar de contenido político la acción de las masas y aclararles las tareas que
estas tienen por delante, se les prescribe los cursos de acción que debiesen
seguir –que se declaren, por ejemplo, en tal o cual estado: de “rebeldía”, de
“asamblea” u otro– según imaginarios esquemas preconcebidos.
Ahora bien, lo
que importa no es establecer el acierto o no de una determinada opción táctica
defendida por Rosa frente a una coyuntura política concreta, ni tampoco
reivindicar su aplicabilidad a situaciones actuales; sino relevar el tipo de
razonamiento subyacente. Es en dicho sentido que se constata una gran
discrepancia entre sus posiciones y las que predominan en los sectores
radicalizados de la izquierda. De este modo, así como la figura de Rosa no
encaja dentro de los moldes del nacionalismo pequeñoburgués, tampoco se ajusta
a los cánones del comunitarismo popular que en muchos casos pretende
reivindicarla para su causa.
Hay dos
criterios estrechamente imbricados entre sí que constituyen la base de la
política socialista en Rosa Luxemburgo que la distancian de los moldes
corrientes de la izquierda. Se trata de la educación de las masas y el realismo
político.
Siendo la clase
trabajadora en su conjunto la encargada de derrocar a la burguesía y
materializar el programa socialista, la educación y esclarecimiento político de
sus más amplios sectores resulta un objetivo central de la política socialista
y condición previa necesaria de la acción revolucionaria de masas.
Considerada en
conexión con la relevancia de la elaboración programática, la educación de las
masas marca un importante contraste con el revolucionarismo de izquierda.
Subyacen diferencias insalvables respecto a qué se entiende finalmente por
conciencia de clase, y el concepto y rol de organización política que se
desprende.
La conciencia
de clase no es un estado de ánimo pasajero inflamado por el descontento
de la coyuntura, el cual hay que enardecer con consignas del tipo “luchar hasta
vencer”, “revolución, única solución”, etc. La organización política
revolucionaria, en consecuencia, no es un grupo agitativo de choque
que se pliega a la acción espontánea de las masas, sino fundamentalmente el centro
pensante del conjunto de la clase que defiende los intereses generales de
esta en cada coyuntura concreta.
Cabe destacar
que la educación de las masas como labor de la organización política es un
punto nodal de la concepción marxista de partido. Marca también un punto de
coincidencia de Rosa con Lenin, para quien, por ejemplo, en la coyuntura rusa
de 1917, aun en contexto de ascenso del movimiento de masas y establecimiento
de una situación de doble poder (aquí sí, poder popular efectivo y no
meramente “comunitario”), la tarea principal del partido bolchevique consistía
(Tesis de abril) en «aclararles [a las masas] su error [respecto
a la guerra] de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante»
y «organizar la propaganda más amplia de este punto de vista». Frente a las
ilusiones que las masas depositaban en la burguesía y sus representantes,
«nuestra misión solo puede consistir en explicar los errores de
su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz […]
Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y
esclarecimiento […] a fin de que, sobre la base de la experiencia, las
masas corrijan sus errores»[xii].
El realismo
político, en tanto, tiene una larga tradición y arraigo en el marxismo, que
arranca desde sus mismos orígenes y deriva de la aplicación del materialismo a
los fenómenos histórico-sociales. Se trata en esencia de no suplantar los
deseos por la realidad. Precisamente en base a este realismo político
característico del marxismo, Engels calificaba de ridícula aquella política
“revolucionaria” consistente en «lanzar, venga o no a cuento, al buen tuntún,
sin conocer ni tener en cuenta la situación, con tonante voz, intimaciones a la
revolución»[xiii].
De este modo,
coincidentemente con Engels, en Rosa Luxemburgo la política revolucionaria que
el movimiento socialista pone en práctica es algo más que “intimaciones a la
revolución” e inflamados llamamientos lanzados “al buen tuntún”, “vengan o no a
cuento”. La cuestión es más sutil y compleja.
La discusión
como ejercicio militante
La discusión es
otro aspecto que cobró especial importancia en la vida de Rosa Luxemburgo como
militante socialista. Cualquiera que lea sus escritos constará que fue una gran
polemista, desarrollando penetrantes razonamientos a través de una mordaz
pluma.
Sin negar los
caracteres singulares de la personalidad de Rosa que se plasmaban en sus
escritos, lo relevante para hoy es el rol que juega la discusión para la
práctica militante socialista, tanto para fuera como para dentro de la
organización revolucionaria.
Como se
mencionó anteriormente, Rosa formuló una serie de reparos al programa de los
marxistas rusos sobre la cuestión nacional, lo que le llevó a ser criticada por
Lenin. Ya antes había sostenido importantes polémicas con las principales
lumbreras teóricas del socialismo internacional de la época, sin que se
amilanara frente a personajes de la talla de Bernstein o Kautsky.
No se hará una exposición
de los argumentos que cada cual sostenía sobre la cuestión nacional, ya que no
importa aquí quién de los dos estaba en la posición correcta; sino simplemente
destacar la importancia que cobra ejercicio del debate dentro del socialismo.
Son los presupuestos implícitos, las formas de razonamiento y el ejercicio
mismo que Rosa Luxemburgo puso en juego en esta y otras cuestiones de
particular trascendencia para el socialismo los que finalmente hoy importan.
Un primer
aspecto se refiere a la concepción de organización. En efecto, si se concibe a
la organización revolucionaria en términos de “cabeza pensante” (núcleo de
elaboración política) del conjunto de la clase es natural que la discusión no
se tenga por una señal de debilidad; sino, por el contrario, como una de
fortaleza, de vida militante activa.
Es, en cambio,
cuando se le concibe como un grupo jerárquica y burocráticamente cohesionado
(caricatura común del partido leninista) que las sospechas y resquemores hacia
la discusión aparecen. Efectivamente, esta “molesta” porque interfiere con la
“razón de partido”, especialmente si saca a la luz los yerros de la
organización. Inmediatamente entra en escena el burócrata de turno para sugerir
que es mejor aplazar “ciertas” discusiones o si no darlas “a la interna”. El
mismo personaje que pone reparos a las “formas” porque la militancia podría
ofenderse o porque carece de “formación”, sin reparar sobre el fondo ya que –en
estricto rigor– él mismo no entiende los argumentos que se plantean.
Sin embargo, no
se puede lograr una organización auténticamente revolucionaria –cohesionada en
lo interno y con arraigo de masas– acallando las divergencias políticas por
medio medidas administrativas (censura, amedrentamiento de militantes,
sanciones disciplinarias, expulsiones, etc.). No hay ninguna forma alternativa
de zanjar fructíferamente las divergencias políticas internas que no sea sino a
través del esclarecimiento y el convencimiento de la militancia. De ahí la
importancia que cobran las instancias colectivas de decisión (congresos,
plenarios, conferencias, etc.) y celebración periódica de las mismas.
Además, está
involucrado también el aspecto que se refiere a la relación de la organización
con las masas. La cuestión es que, si la discusión concierne a los cursos de
acción que involucran al conjunto de la clase, esta debe poder hacerse sin
problemas, con toda sinceridad y crudeza, de cara a las masas. No a sus
espaldas. Aquí la importancia que cumple la prensa partidaria.
Rosa expresó
con particular dramatismo todas estas ideas cuando dio cuenta de la profunda
crisis que quebró al movimiento socialista internacional en la Primera Guerra.
En sus propias palabras:
la
socialdemocracia ha capitulado. Cerrar los ojos ante este hecho, tratar de
ocultarlo, sería lo más necio, lo más peligroso que el proletariado puede hacer
[…] La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal,
es vida y aliento para el proletariado […]
Ningún otro
partido, ninguna otra clase en la sociedad capitalista puede atreverse a
reflejar sus errores, sus propias debilidades en el espejo de razón para que
todo el mundo los vea […] La clase obrera siempre puede mirar la verdad cara a
cara, aunque esto signifique la más tremenda autoacusación […][xiv]
Es por la
valentía de este tipo posiciones, pero sobre todo por su claridad y acierto,
que las ideas de Rosa Luxemburgo continúan vigentes para la práctica
revolucionaria actual. El rescate de estas resulta más necesario que nunca.
Notas:
[i] Rosa
Luxemburgo: La política de la minoría socialdemócrata (1916) en VV.AA.: Marxistas
en la Primera Guerra Mundial, Ediciones IPS/CEIP León Trotsky, Buenos
Aires, 2014, p. 256.
[ii] León
Trotsky: ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo! Disponible en: http://www.ceip.org.ar/Fuera-las-manos-de-Rosa-Luxemburgo
[iii] Rosa
Luxemburgo: La cuestión nacional y la autonomía, El Viejo Topo, España,
1998, p. 73. Destacados añadidos.
[iv] Rosa
Luxemburgo: La cuestión nacional…, op. cit., p. 71.
[v] Rosa
Luxemburgo: La cuestión nacional…, op. cit., pp. 33-34.
[vi] Ibíd.
[vii] Ibíd.
[viii] Rosa
Luxemburgo: La cuestión nacional…, op. cit., pp. 19-20.
[ix] Rosa
Luxemburgo: Reforma o revolución, Editorial Grijalbo, México, 1967, p. 88.
Los destacados son del original.
[x] Rosa
Luxemburgo, Karl Liebknecht: La Comuna de Berlín, Editorial Grijalbo,
México, 1971, pp. 26-27. Los destacados son añadidos.
[xi] Rosa
Luxemburgo, Karl Liebknecht: La Comuna de Berlín, op. cit., pp. 27-28.
Los destacados son añadidos.
[xii] Véase V.I. Lenin: Las tareas del
proletariado en la presente revolución (Tesis de abril). Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/abril.htm.
Destacados añadidos.
[xiii] Federico
Engels: Los comunistas y Karl Heinzen en Obras fundamentales de Marx
y Engels, tomo 2, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 643.
[xiv] Rosa
Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, Akal, España, 2017, pp. 15
y 18.
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